SACERDOTE

v. Levita, Ministro, Principal, Profeta, Sumo Sacerdote, Vidente
Gen 14:18 Melquisedec .. s del Dios Altísimo
Gen 47:22 tierra de los s no compró, por cuanto
Exo 19:6 me seréis un reino de s, y gente santa
Exo 28:1 a Aarón .. y a sus hijos .. que sean mis s
Lev 4:3 si el s ungido pecare según el pecado del
Deu 17:12 no obedeciendo al s .. el tal morirá
Jos 3:8 mandarás a los s que llevan el arca del
Jdg 18:19 vente .. que seas nuestro padre y s
1Sa 22:17 volveos y matad a los s de Jehová
1Ki 12:31 hizo s de entre el pueblo, que no eran
Ezr 2:63; Neh 7:65 hubiese s para consultar con
Psa 110:4 eres s para siempre según el orden de
Psa 132:9 s se vistan de justicia, y se regocijen
Psa 132:16 vestiré de salvación a sus s, y sus
Isa 61:6 seréis llamados s de Jehová, ministros
Eze 44:15 s levitas hijos de Sadoc, que guardaron
Hos 4:9 será el pueblo como el s; le castigaré por
Hos 6:9 así una compañía de s mata en el camino
Mat 8:4; Mar 1:44; Luk 5:14 muéstrate al s, y presenta la ofrenda
Luk 10:31 que descendió un s por aquel camino
Heb 5:6; 7:17


Sacerdote (heb. kôhên; gr. hieréus). Para “sumo sacerdote”, heb. kôhên haggâdôl, “gran sacerdote”, y kôhên haro’sh, “primer sacerdote”; 1021 gr. arjieréus. Para el sacerdote hebreo también se suele emplear el vocablo mal’ âk “ángel”; para el sacerdote idolátrico se emplea la palabra heb. kômer. El término español “sacerdote” proviene de 2 palabras latinas, sacerdos y otis, referidas al ministro de un determinado culto. I. Oficio. Persona debidamente consagrada para ministrar en cosas sagradas como mediador entre el hombre y Dios, y para ofrecer sacrificios por los pecados de los hombres (Heb 5:1; 8:1-3; cf v 6). Como institución, el sacerdocio se fundamenta en el concepto de que el hombre por naturaleza no goza del favor de Dios, y por tanto necesita de un mediador que conozca los caminos del Señor y pueda llevar a cabo la reconciliación. En Israel, así­ como en otras naciones de la antigüedad, los sacerdotes constituí­an una clase diferente (Gen 1:45; Exo 2:16; 1Sa 6:2; Act 14:13). Durante la monarquí­a, generalmente el sumo sacerdote ocupaba un lugar inmediato al del monarca, tanto en rango como en dignidad e influencia, y en ocasiones ejercí­a el poder detrás del trono. El principal papel que desempeñaban los sacerdotes hebreos consistí­a en presentar “ofrendas y sacrificios por los pecados” (Heb 5:1;cf 8:3), con el fin de “expiar [lograr reconciliación por] los pecados del pueblo” (2:17), con lo que, figuradamente, volví­an a poner los seres humanos bajo el favor divino. Era “necesario” que el sacerdote tuviera “algo que ofrecer” (8:3), puesto que, simbólicamente, cuando Dios aceptaba el sacrificio, también aceptaba la súplica de aquel en cuyo favor se lo ofrecí­a. Además de ministrar los ritos sagrados, se consideraba que los sacerdotes eran maestros religiosos del pueblo (Lev 10:11; Deu 33:10; Eze 44:23; cf Ezr :25). En ocasión de la conquista de Canaán no recibieron herencia entre las tribus, pero se les asignaron 13 ciudades rodeadas de campos de pastoreo y de huertas (Jos 21:10-19; 1Ch 6:57-60). No se debí­an dedicar a ninguna tarea que implicara lucro, sino que tení­an que ser sostenidos exclusivamente por los diezmos y ciertas ofrendas especiales (Lev 10:12-15; 23:17-20; Num 8:11, 20; Deu 18:3-5). Incluso los fí­sicamente defectuosos, provenientes de familias de sacerdotes, que por esa causa no podí­an ministrar delante del altar, tení­an derecho a ese sostén (Lev 21:21-23). En tiempos de Esdras los sacerdotes estaban exentos de pagar impuestos (Ezr 7:24). II. Vestimenta. En términos generales incluí­a el efod* de lino (heb, ‘êfôd bad) y la túnica (heb. metsîl qâtôn). La de los sacerdotes simples comprendí­a 4 partes: kuttôneth, prenda en forma de camisa; ‘abnêt, ceñidor; migbââh, tocado para la cabeza (gorro abovedado en forma de cuña); y miknesê bad, calzones de lino que debí­an cubrir los órganos genitales y el cuerpo desde las caderas hasta las rodillas (Ezequiel recurre a otros vocablos: el gorro es pa’aré pishtîm [“turbante de lino”], y la vestidura siempre es bigdê pishtlîm [“vestiduras de lino”]). El sumo sacerdote usaba un vestido blanco de lino (kethôneth bad qôdêsh), y turbante (mitsnefeth), calzones y ceñidor de lino (el uso del lino está justificado en Eze 44:18; ropa ligera, no transparente, pero sobre todo que no haga traspirar). Para oficiar en la ceremonia: bolsa, pectoral con 12 piedras preciosas y el Urim* y el Tumim, efod colorido Y bordado primorosamente, túnica azul con campanitas en el ruedo, camisa, turbante* o mitra y ceñidor. En la parte delantera del turbante habí­a una especie de flor de oro puro (tsîts zâhâb tâhôr) que tení­a grabada la inscripción “Santidad a Yahweh” (qôdesh le- yahweh). Nada se dice de calzados, ni para los sumos sacerdotes ni para los sacerdotes comunes (1Sa 2:18; 22:18; Exo 28:1- 42). III. Responsables. En los primeros tiempos, antes que hubiera un sacerdocio organizado, ciertas personas, como Caí­n y Abel (Gn, 4:3-5), ofrecí­an sacrificios y ejercí­an las funciones esenciales de un sacerdote (cf Exo 19:21,22). Aun después de la organización de un sacerdocio regular, ciertos individuos ofrecí­an sacrificios en circunstancias especiales (Jdg 6:18, 24, 26; 13:16). Durante toda la dispensación patriarcal el jefe de la familia o de la tribu se desempeñaba generalmente como sacerdote. Por eso Noé (Gen 8:20), Abrahán (22:13), Jacob (35:3) y Job (Job 1:5) sirvieron como sacerdotes de sus respectivas familias. Al establecerse la teocracia en el Sinaí­, y al erigirse el tabernáculo, Dios encomendó a la tribu de Leví­ que se encargara de sus sagrados ritos en lugar de los primogénitos o los jefes de las familias (Num 3:6-13). Se escogió a la tribu de Leví­ por la lealtad que manifestó en ocasión de la adoración del becerro de oro (Exo 32:26-29). Se separó a Aarón y a sus hijos para el oficio sacerdotal, y desde ese momento sólo ellos desempeñarí­an tal cargo (Num 3: 10). El sacerdocio era hereditario en el caso de su familia (Exo 28:1; 40:12-15; Num 16:40; 17; 18:1-8), de modo que cada descendiente suyo de sexo masculino tení­a el derecho a ser sacerdote, a menos que tuviera un defecto fí­sico (Lev 21:17-21) o estuviera 1022 temporariamente “impuro” (22:3). Según Lev 21:10; Num 35:25,28, etc., por su oficio, Aarón era “sumo sacerdote” y sacerdote “ungido” (Lev 4:3,5,16). Como “el sacerdote” vitalicio (Exo 31:10), transmití­a el derecho a su cargo sagrado al mayor de sus descendientes calificados. Por eso, le sucedió su hijo Eleazar (Num 20:28; Deu 10:6), quien a su vez fue reemplazado por su primogénito Finees (Num 25:11), en cuyo tiempo se estableció definidamente la sucesión del sumo sacerdocio (vs 12,13). En un sentido especial, el sumo sacerdote representaba a todo Israel, y los sacerdotes comunes serví­an en su nombre y como representantes suyos. El sumo sacerdote podí­a llevar a cabo todos los deberes de los sacerdotes comunes, pero el derecho de entrar en el lugar santí­simo en el Dí­a de la Expiación* era exclusivamente suyo (Lev 16:2,3,17,33,34). IV. Historial. En la época de David, la cantidad de sacerdotes habí­a aumentado tanto que los organizó en 24 turnos o divisiones (1Ch_24; Luk 1:5,9). No se sabe mucho acerca de las actividades de los sacerdotes durante la monarquí­a después de Salomón, aunque es evidente que cierto número apostató y en ocasiones apoyó a reyes impí­os (Jer 1:18; 2:8, 26; etc.). Pero una declaración de Ezequiel parecerí­a indicar que no cayeron tan profundamente en la idolatrí­a como los levitas (Eze 44:10-15). Es evidente que los sacerdotes retuvieron su conciencia profesional durante el exilio, porque miles de ellos pudieron probar su condición por medio de documentos cuando volvieron a su patria (Ezr 2:36-39). Muy probablemente fueron ellos los principales dirigentes religiosos durante la cautividad en Babilonia, entre los cuales se destacó Ezequiel (Eze 1:3; 8:1;14:1-4; cf 2Ch 17:8,9; 23:16; 30:27), y quienes continuaron sus funciones durante el perí­odo de restauración después del regreso (Neh 8:2; Hag. 2:11,12). Entonces, al principio, sólo se reconoció a 4 familias el derecho al sacerdocio, pero con el tiempo otras 20 más recuperaron su posición, lo que dio como resultado que, de acuerdo con Josefo, los 24 turnos que existí­an en la época de David se desempeñaran nuevamente en el sacerdocio durante la época neotestamentaria. Cabe acotar que por lo menos 2 de los grandes profetas del AT fueron sacerdotes: Jeremí­as (Jer :1) y Ezequiel (Eze 1:3), y quizá Zacarí­as (Ezr 5:1; cf Neh 2:16); también lo habrí­a sido Hageo. Muy poco se sabe acerca de la historia del sacerdocio en tiempos de los persas. Bajo los Tolomeos y los primeros Seléucidas, el sumo sacerdote disponí­a de poder religioso y civil, pero estaba sometido al rey extranjero. La aristocracia sacerdotal, que viví­a de los diezmos del pueblo y además recibí­a otras contribuciones, se enriqueció y, por consiguiente, procuró con vehemencia preservar la condición polí­tica de la nación y evitar cualquier rebelión que pusiera en peligro su lucrativa situación. Abrazaron el helenismo bajo los Seléucidas, pero un sacerdote común, Matatí­as, condujo una revuelta contra el deseo de Antí­oco Epí­fanes de imponer el paganismo helénico; y sus hijos, los Macabeos,* galvanizaron a la nación para conseguir la independencia del yugo extranjero. Jonatán Y, después de él, su hermano Simón, aunque no pertenecí­an a la familia de los sumos sacerdotes obtuvieron ese cargo, y los Asmoneos (Macabeos) llegaron a ser sacerdotes-gobernantes, y más tarde sacerdotes-reyes de Judea. Poco a poco se mundanalizaron y, en gran medida, se helenizaron. Aunque la mayor parte de la gente se puso del lado de los fariseos (partidarios de la estricta observancia de la ley), los sacerdotes eran los dirigentes del partido polí­tico religioso de los saduceos. Que hayan podido mantenerse en su cargo en tales circunstancias se explica por el hecho de que el pueblo, por tradición y educación, estaba acostumbrado a honrar a los detentores de altos cargos eclesiásticos í­ntimamente relacionados con el templo y sus servicios. Cuando aparecieron los romanos, dejaron en su cargo a los sacerdotes-gobernantes Asmoneos, pero más tarde instalaron a Herodes el Grande como rey vasallo. Durante su reinado, éste nombraba a los sumos sacerdotes, y esa costumbre continuó hasta la destrucción del templo en el 70 d.C. En el transcurso de ese perí­odo de 106 años (37 a.C.-70 d.C.) no menos de 28 sumos sacerdotes ocuparon el cargo. La mayor parte pertenecí­a a 5 familias destacadas, y algunos de ellos eran extremadamente mezquinos e ineptos para el puesto que ocupaban. Inclusive, cuando se deponí­a a un sumo sacerdote, generalmente se lo seguí­a considerando sumo sacerdote o sacerdote principal; de allí­ el plural “principales sacerdotes” que aparece en el NT (Mat 2:4; 16:21; 20:18; etc.). Aunque éstos procuraban la muerte de Jesús, habí­a muchos sacerdotes piadosos, entre los que se encontraba Zacarí­as (Luk 1:5, 6), y un buen número de ellos se unieron a la naciente iglesia (Act 6:7). Con la destrucción del templo (70 d.C.), el sacerdocio judí­o desapareció y nunca más se restableció. El ministerio del sacerdocio aarónico sólo era simbólico (Heb 8:4, 5): nunca tuvo realmente eficacia en sí­ y por sí­ mismo para borrar los pecados (10:11). Tal como el santuario en el que serví­an, los sacerdotes eran sólo “sí­mbolo para el tiempo presente” (9:9). La ley ritual de los sacrificios nunca podí­a “hacer perfectos a los que se acercan” (10:1), puesto que “la sangre de los toros y de los machos cabrí­os no puede quitar los pecados” (v 4). Ese sacerdocio formaba parte de un sistema “impuesto” sólo “hasta el tiempo de reformar las cosas”, cuando Cristo mismo llegarí­a a ser “sumo sacerdote de los bienes venideros” (9:10,11). Unicamente como consecuencia de su sacrificio y su muerte, al final de la era leví­tica, cuando “por el sacrificio de sí­ mismo” quitó “de en medio el pecado” (v 26), recibieron perdón las transgresiones de las generaciones pasadas que habí­an creí­do en un Redentor venidero (v 15). Durante todo el perí­odo abarcado por el AT la salvación era provisoria, porque dependí­a de la muerte de Cristo, todaví­a en el futuro. Puesto que la nación judí­a dejó de ser el Pueblo escogido de Dios como consecuencia del rechazo y del sacrificio de su Mesí­as (Mt. 21:40-43), Dios le quitó al templo el honor de ser su “casa”, y de allí­ en adelante los servicios dejaron de tener significado para él (23:38). De acuerdo con esto, el sacerdocio fue mudado (Heb 7:12; cf vs 15-17; 6:20). Después de haber muerto por los pecados de la humanidad, Cristo ascendió a los cielos y se sentó ” a la diestra de Dios” (Heb 10:12): fue consagrado como nuestro Sumo Sacerdote y apartado para ministrar en favor de nosotros en la misma presencia del Padre (8:1, 2). Sólo luego de ofrecerse como sacrificio por el pecado, Cristo pudo comenzar su ministerio especial (8:3,10:12). Sólo después que participó de carne y sangre, hecho “en todo semejante a sus hermanos” (2:17) -ya que “fue tentado en todo según nuestra semejanza”, para poder “compadecerse de nuestras debilidades” (4:15; cf 2:14,18)-, estuvo en condiciones de llegar a ser un “misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo” (2:17). Por tanto, después de su ascensión, Cristo entró “en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios” (9:24). “Dando el Espí­ritu Santo a entender con esto que aún no se habí­a manifestado el camino al Lugar Santí­simo, entre tanto que la primera parte del tabernáculo estuviese en pie” (v 8). Tal como Aarón, Cristo fue “llamado por Dios” (5:4) y no asumió el cargo de sumo sacerdote por decisión propia (v 5). Mediante un juramento (7:21), Dios lo declaró “sumo sacerdote según el orden de Melquisedec” (5:10; cf v 6). De este modo el sacerdocio fue “cambiado” (7:12) de la tierra al cielo; y puesto que él vive “siempre para interceder por ellos” (v 25), su sacerdocio dura para siempre (v 24). Como consecuencia de su sacrifico perfecto, “no tiene necesidad cada dí­a. . . de ofrecer. . . sacrificiHos_ . porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí­ mismo” (v 27). El suyo es un “mejor ministerio”, puesto que es “mediador de un mejor pacto” (8:6), lo que en el estricto sentido del término ocurrió sólo en ocasión de su muerte (9:15-17). Este es “el camino nuevo, vivo que él nos abrió” por medio de su encarnación, “a través del velo, esto es, de su carne” (10:20). Tenemos un gran Sumo Sacerdote obre la casa de Dios (v 21), y se nos invita a acercarnos “con corazón sincero, en plena certidumbre de fe” (v 22), “confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (4:16). Bib.: FJ-AJ vii. 14.7; Sacerdotes idólatras (heb. Kemârîm, “sacerdotes” [sólo para los idólatras]; ocurre en textos fen., de Palmira, nab., ac. y egip.; Cartas de Amarna, kamiru). Término que describe a los sacerdotes de Baal (Sof. 1:4); los judí­os de Elefantina la usaban cuando hablaban de los sacerdotes egipcios de Khnum. El mismo vocablo hebreo aparece en 2Ki 23:5 y Hos 0:5

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

griego presbyteros, el anciano; hebreo, kohen. Ministro de un culto religioso. En hebreo, s., se dice kohen, pero no se conoce el significado exacto de este término. Algunos lo relacionan con la palabra acadia kânu, inclinarse. Es decir, el s. serí­a quien se inclina ente la divinidad para adorarla. También, que puede ser del hebreo kún, estar derecho, que se relaciona con la expresión bí­blica referida al s. como el que †œestá delante de Dios†, Dt 10, 8. El término hebreo kohen ha pasado al griego como hierús, palabra relacionada con hierós, sagrado, entonces, el s. es la persona sagrada.

El sacerdocio entre los israelitas no aparece en las primeras páginas de las Escrituras. Los patriarcas, como jefes de familia, ejercí­an las funciones del culto, como levantar altares, ofrecer sacrificios, así­ lo hicieron Abraham, Isaac y Jacob, Gn 12, 7-8; 13, 18; 22, 9; 22, 13; 26, 25; 28, 18; 31, 54. Por el contrario, los sacerdotes mencionados en los primeros sacerdotes mencionados en la Biblia son de otras naciones, como el s. y rey cananeo Melquisedec, Gn 14, 18; o de Egipto, como Poti Fera, s. de On, Gn 41, 45; también un s. de Madián, Jetró, suegro de Moisés, Ex 2, 16; 3, 1. Antiguamente, el jefe del clan o padre de familia ejercí­a las funciones sacerdotales o elegí­a al s., Jc 17, 5-12. Como una de las caracterí­sticas del sacerdocio es ejercer el culto divino a nombre de un pueblo, Israel vino a tener sacerdotes y se habla de ellos cuando se formó como un pueblo.

Cuando Moisés pronunció las bendiciones sobre Israel antes de morir, le confió a la tribu de Leví­ el servicio del altar, las funciones sacerdotales, Dt 33, 8-11. Existen dos tradiciones que explican el origen del sacerdocio de la tribu de Leví­. Por una parte, que se debe a su actuación valerosa y celosa de Yahvéh contra los del pueblo israelita que se habí­an dejado arrastrar por la idolatrí­a, Ex 32, 25-29; Como también la acción celosa de Pinjás, nieto de Aarón, contra un israelita que pecó con una madianita a la que introdujo en el campamento, a quienes atravesó con su espada; esto le ganó la promesa del sacerdocio perpetuo para su linaje, Nm 25, 6-13. Por otra parte, se explica este sacerdocio de los levitas, pues éstos fueron elegidos como rescate de los primogénitos del pueblo israelita, en sustitución de las primicias de Israel, Nm 3, 12; 3, 41; 8, 16. A lo levitas no se les dio heredad, cuando el reparto de la tierra tras la conquista de Canaán, su heredad era Yahvéh, pues estaban dedicados exclusivamente al servicio del altar. El s. ordenaba e instruí­a en lo relativo al culto, descrito en la Torá, y en la impartición de oráculos; más tarde vigilaban el Templo.

Según las Escrituras el sacerdocio propiamente tal se le concedió a Aarón y a su descendencia, de la tribu de Leví­, Ex 28, 1; Lv 8, 1. Los demás levitas fueron puestos al servicio de Aarón en otras labores, Nm 3, 5-10. En Crónicas están las genealogí­as de los descendientes de Aarón, los sumos sacerdotes del Templo.

El sacerdote desempeñaba diversas funciones. Los oráculos la búsqueda de la voluntad divina, esta es la primera atribución que se le da al s. en las bendiciones de Moisés, Dt 33,8; 1 S 14, 41; 23, 9; 30, 7.

Ofrecer los sacrificios Dt 13, 10; Lv 1, 7; aunque hay casos en las Escrituras, que muestran que en los primeros tiempos esta función no era exclusiva de los sacerdotes; el padre del juez Sansón ofreció un holocausto, Jc 13, 19; David y Salomón también los ofrecieron en momentos solemnes, 2 S 6, 17; 1 R 8, 62 ss. pero, finalmente, esta función quedó reservada a los aarónidas, como se puede inferir del texto en el que se relata el castigo de la lepra recibido por el rey Ozí­as al pretender entrar en el santuario a ofrecer incienso en el altar, 2 Cro 26, 16-21.

Bendecir en nombre de Yahvéh y en Nm 6, 22-27, se da la fórmula ritual de la bendición.

La custodia del santuario y de los objetos consagrados al culto. Sólo el s. podí­a entrar en el lugar santo, de ahí­ esta función, por lo que se dice en Nm 3, 38: †œTodo extraño que se acercara, serí­a muerto†.

Dentro de evolución del sacerdocio vale decir que en la época postexí­lica el s. adquirió, además del poder religioso, el polí­tico. La rebelión en contra del poder seléucida, fue llevada a cabo por una familia sacerdotal, la de los asmoneos, y tras expulsar a los invasores ostentaron el poder polí­tico, fundando una dinastí­a. Entonces fue tomado el tí­tulo de sumo s., en griego archiereús, con lo que se significaba la acumulación de poderes en el s., 1 M 10, 20-21; 13, 41-42. Con esto, la dignidad del sumo sacerdocio se convirtió en objeto de codicia, de intrigas, de luchas por el poder, llegando a extremos criminales, como el asesinato, 2 M 4, 32. Bajo el dominio romano, el sumo s., fue reconocido por los dominadores como representante del poder local, y era el presidente del sanedrí­n. Esta situación a que llegó el sacerdocio fue denunciada por los profetas, como Malaquí­as, quien anunció la purificación de los levitas, Ml 2, 1-9; 3, 3.

En el N. T. Jesús no ejerció funciones sacerdotales, pues era de la tribu de Judá, no de la de Leví­. Su función fue profética, antes que sacerdotal. Así­, criticó a los sacerdotes de su tiempo y tuvo por esto malas relaciones con ellos, que intervinieron en su proceso de condena a muerte. Sin embargo, Jesús en la última cena cambió todo el ritual sacerdotal antiguo; lo mismo que su pasión y muerte, que fue en la Pascua, cuando se sacrificaba el cordero, y Jesús, como dice Pablo, es †œnuestro cordero pascual†, 1 Co 5, 7; y Pedro lo llama el †œcordero sin mancha†, 1 P 1, 19.

Es decir Jesús con su sacrificio se convirtió en el Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza para siempre; está unido í­ntimamente a Dios y a los hombres, es el mediador perfecto, †œPor eso tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos, para ser sumo s. misericordioso y fiel en lo que toca a Dios, y expiar los pecados del pueblo. Pues habiendo pasado él la prueba del sufrimiento, puede ayudar a los que la están pasando†, Hb 2, 17-18.

La ofrenda de Jesús en la cruz tiene valor de sacrificio de consagración como único sacerdote, de expiación y de alianza. Con esto quedan superados los ritos antiguos, pues el suyo es el único y verdadero sacrificio, por lo que Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres, y el único sacerdote, 1 Tm 2, 5.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

SACERDOCIO. El sacerdocio comenzó formalmente en Israel en el tiempo del éxodo. En la época de los patriarcas, los jefes de familias ofrecí­an sacrificios y oraciones intercesoras y cumplí­an las funciones religiosas en general, pero aparentemente no existí­a una función sacerdotal aparte, como la habí­a entre los egipcios (Gen 47:22, Gen 47:26) y en el caso de Melquisedec (Gen 14:18-20).

El nombramiento de Aarón y sus hijos como sacerdotes (éxodo 28; 29; Leví­tico 8) se produce antes de los acontecimientos del Sinaí­ (éxodo 32) que llevaron a la designación especial de la tribu de Leví­ para oficiar delante del Señor, para hacerlo en lugar de los primogénitos (Num 8:16). La tribu de Leví­ fue elegida para servir como asistente de los sacerdotes aarónicos (Números 3; comparar Exo 32:26-29; Num 8:16 ss.).

Luego del establecimiento del sacerdocio aarónico, se consideraba una ofensa en Israel que una persona, no consagrada oficialmente como sacerdote, ofreciera los sacrificios rituales formales. La rebelión de Coré (Números 16) incluyó la intromisión en las funciones sacerdotales, a pesar de que él y sus hijos eran levitas (Num 16:8-9). El rey Saúl fue reprendido muy severamente por una intromisión similar (1Sa 13:8 ss.), y el rey Uzí­as fue castigado con la lepra por esta ofensa (2Ch 26:16 ss.).En una misma persona podí­an combinarse las funciones de profeta y sacerdote (Joh 11:49-52). Jeremí­as era miembro de una familia de sacerdotes (Jer 1:1). Las funciones de rey y profeta también podí­an recaer sobre una misma persona (Act 2:29-31), pero la lí­nea real de David pertenecí­a a la tribu no sacerdotal de Judá, y por lo tanto, según la ley leví­tica, ningún rey de la descendencia de David podrí­a haber sido también sacerdote.

Los autores del NT tení­an en gran consideración el hecho de que Jesús perteneciera a la casa y al linaje de David (Luk 2:4-5; comparar Mat 21:9; Mar 11:10). ¿Cómo podí­a, entonces, ser también sacerdote? El autor de la epí­stola a los Hebreos encuentra la respuesta bí­blica en la orden de Melquisedec (Heb 6:20—Heb 7:17), quien era superior a Abraham y que fue a la vez rey y sacerdote. Esto amplí­a la profecí­a de Zacarí­as (Heb 6:13; comparar Isa 4:2; Jer 23:5-6).

La expiación de Cristo fue tan efectiva antes del acontecimiento como después.

La función de sumo sacerdote de Jesús no comenzó en su encarnación; era algo que David ya conocí­a (Psa 110:4), así­ como su carácter de Señor y soberano (Psa 110:1). La Biblia presenta a Cristo como nuestro Profeta, Sacerdote y Rey.

El ministerio sacerdotal de Cristo es presentado en Heb 1:3, una referencia a su muerte en la cruz considerada como sacrificio expiatorio. Pero este acto de sacrificio no fue un mero sí­mbolo como lo fueron todos los actos de los sacerdotes aarónicos; tuvo un infinito valor intrí­nseco (Heb 2:9).

El sacerdocio de Cristo no fue, en manera alguna, contrario al orden aarónico, sino que cumplió el significado redentor de aquél. No obstante, el sacerdocio de Cristo presentó la sustancia de lo que el sacerdocio aarónico era sólo la sombra (Col 2:17; Heb 8:5) y el sí­mbolo.

El tabernáculo del cual Cristo es Sumo Sacerdote es la totalidad de la escena cósmica de la redención de los elegidos de Dios. Este fue el modelo que vio Moisés (Heb 8:5): el plan de salvación de Dios. Incluye toda la ambientación espiritual y temporal del cielo y de la tierra. La cruz de Cristo fue el altar del sacrificio en el que se ofreció a sí­ mismo. Cuando entregó su vida en la cruz, la expiación fue consumada (Joh 19:30) de una vez y para siempre (Heb 7:27; Heb 9:26) y no hay absolutamente nada más que Dios o el hombre deban agregar.

En el dí­a de la Expiación del ritual leví­tico (Leví­tico 16), el sumo sacerdote debí­a entrar y salir pasando por la cortina que separaba el lugar santo del lugar santí­simo. Con este simbolismo, el Espí­ritu Santo (Heb 9:8-9) daba a entender que todaví­a no habí­a sido mostrado el camino hacia el lugar santí­simo, en tanto que la forma leví­tica de adoración tení­a aún vigencia. Pero cuando el cuerpo de Jesús fue roto en la cruz, esto simbolizó el rasgado del velo del templo (Heb 10:19-22) y la clara revelación del camino para llegar a la presencia misma de Dios (Mat 27:51; Mar 15:38; Luk 23:45).

Una vez se habla de que el velo todaví­a no nos permite ver (Heb 6:18-20; ver también 4:14), pero esta es una metáfora distinta. No es el trono de misericordia el que está escondido en Heb 6:18-20, sino la esperanza ofrecida a nosotros, el reino que no puede ser conmovido (Heb 9:28; Heb 12:14-29).

Las comparaciones de distintos sacerdocios en la epí­stola a los Hebreos son entre la forma externa del judaí­smo y la realidad en Cristo. Todo argumento contra el judaí­smo podrí­a aplicarse con igual lógica a las formas externas de la iglesia, si Cristo no es el centro de todo.

La nación de Israel fue denominada un reino de sacerdotes (Exo 19:6), y la iglesia (1Pe 2:5, 1Pe 2:9 [sacerdocio]; Rev 1:6; Rev 5:10) y todos los que tienen parte en la primera resurrección (Rev 20:6) son llamados sacerdotes. Pablo usa sí­mbolos de los rituales sacerdotales con referencia a su propio ministerio (Rom 15:16; Phi 2:17; y 2Ti 4:6). Ni los apóstoles (Mat 19:28; Luk 22:18, Luk 22:28-30) ni los creyentes en general (Rev 20:6; comparar 1Co 4:8) reinan con Cristo, es decir, son reyes, hasta tanto él venga a reinar. La función sacerdotal de los creyentes continúa durante el reinado milenario de Cristo (Rev 20:6) pero no se menciona como parte de la perfección de los cielos nuevos y la tierra nueva, cuando la mortalidad habrá acabado y el pecado habrá sido completamente eliminado. No habrá necesidad del sacerdocio de los creyentes después del juicio del gran trono blanco; hoy es el dí­a de salvación (Heb 3:13).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

tip, SACE OFIC

ver, QUMRíN, CARISMAS, AARí“N, ALTAR, EXPIACIí“N, LEVITAS, LEVíTICO, OBLACIí“N, OFRENDAS, TABERNíCULO, TEMPLO, IGLESIA

vet, Ministro especialmente designado para el culto, oficiando ante el altar, y ejecutor de ciertos ritos en nombre de la comunidad. Siendo mediadores entre el hombre y la divinidad, los sacerdotes constituí­an por lo general una casta entre los egipcios, madianitas, filisteos y griegos (Gn. 47:22; Ex. 2:16; 1 S. 6:2; Hch. 14:13). En los albores de la humanidad eran los mismos individuos los que ejercí­an ciertas funciones religiosas antes de la organización del sacerdocio. Los patriarcas asumieron estas funciones para sus familias, como se observa en los casos de Noé, Abraham, Isaac, Jacob, Job, etc. El caudillo de un pueblo estaba asimismo revestido del cargo sacerdotal. En la época del éxodo habí­a ciertos israelitas que poseí­an esta prerrogativa por derecho natural. El crecimiento de la cantidad de hebreos que recurrí­an a sus servicios parece haber llevado a los israelitas investidos de funciones sagradas a dedicarse a ello a tiempo completo (Ex. 19:22). Al establecerse el código leví­tico, sin embargo, el sacerdocio quedó limitado a la casa de Aarón. En épocas de desconcierto nacional y de apostasí­a, cuando Dios se manifestaba directamente a un hombre, éste reconocí­a de inmediato su derecho a sacrificar sin pasar por los mediadores oficiales (Jue. 6:18, 24, 26; 13:16). Después del cisma, los israelitas piadosos del reino del norte no pudieron ya recurrir al sacerdocio oficial, que tení­a su centro en Jerusalén, capital del reino de Judá; para poder ofrecer los sacrificios prescritos, muchos de los piadosos emigraron al reino del sur (cfr. 2 Cr. 15:9; 30:5-11 ss.; 35:16-19). Como en la época de apostasí­a de los Jueces, Elí­as preparó un holocausto excepcional, bajo la autoridad de Dios, en la guerra de Jehová contra Baal. Sin embargo, para evidenciar, además del poder de Dios, el hecho de que no habí­a autorización para que los hombres asumieran una posición de independencia frente al santuario de Jerusalén en tanto que el Señor lo reconocí­a, fue Jehová mismo quien lanzó fuego desde el cielo para consumir el sacrificio dispuesto por Elí­as (cfr. 1 R. 18:20-40). Así­, no se puede presentar este sacrificio de Elí­as como “un ejemplo de ofrecimiento de sacrificios de israelitas piadosos en el reino del norte” con independencia del sacerdocio aarónico centrado en Jerusalén. Los israelitas verdaderamente piadosos debí­an ofrecer sus sacrificios no por sí­ mismos, sino en Jerusalén. El pueblo de los hijos de Israel, llamado en el Sinaí­ a formar una nación organizada, recibió al mismo tiempo un santuario y un cuerpo sacerdotal dignos de Jehová. Aarón y sus hijos fueron los designados para el sacerdocio, declarado hereditario, y reservado a la familia de Aarón (Ex. 28:1; 40:12-15; Nm. 16:40; 17; 18:1-8; cfr. Dt. 10:6; 1 R. 8:4; Esd. 2:36 ss.). Todos los hijos de Aarón que no adolecieran de defectos corporales eran sacerdotes (Lv. 21:16 ss.). Cuando se menciona su clase, se trata de los “sacerdotes” o de los “sacerdotes hijos de Aarón”, alusión a su ascendencia (Lv. 1:5; 2 Cr. 26:18; 29:21; 35:14; cfr. Nm. 3:3; 10:8; Jos. 21:19; Neh. 10:38); también se los nombra como “los sacerdotes levitas”, haciendo referencia a su tribu (Dt. 17:9, 18; 18:1; Jos. 3:3; 8:33; 2 Cr. 23:18; 30:27; Jer. 33:18, 21; cfr. Ex. 38:21). Más tarde, se dijo: “los sacerdotes levitas hijos de Sadoc”, que es designación de una rama de la familia de Aarón (Ez. 44:15; cfr. 43:19). Esta manera de designar a los siervos del culto era corriente, al mantenerse la distinción entre los simples levitas, ayudantes en el acto del sacrificio (Nm. 1:47-54), y los sacerdotes propiamente dichos (Ex. 28:1). El sacrificio sobre el altar del Tabernáculo y el uso del Urim y del Tumim estaban estrictamente reservados a la familia de Aarón, como lo demuestra la historia. Los sacerdotes tení­an tres deberes esenciales: (1) el servicio del Señor en el santuario; (2) la enseñanza de la Ley al pueblo; (3) consultar a Jehová por el pueblo, mediante el Urim y el Tumim (Ex. 28:30; Esd. 2:63; Nm. 16:40; 18:5; 2 Cr. 15:3; Jer. 18:18; Ex. 7:26; Mi. 3:11). Los sacerdotes estaban sometidos a unas normas particulares (Lv. 10:8 ss.). Les estaba prohibido casarse con una mujer deshonrada o repudiada. Tení­an que casarse con una israelita que fuera, o bien virgen, o viuda, y cuya genealogí­a estuviera comprobada (Lv. 21:7; Esd. 10:18, 19; Contra Apión 1:7). En el ejercicio de sus funciones llevaba vestiduras sagradas, cuyo uso estaba prohibido fuera del Templo: (a) Los calzones, que iban de la cintura a los muslos. (b) La túnica, ajustada al cuerpo, de una sola pieza, sin costura, que llegaba (por lo menos en época tardí­a) a los tobillos, y ceñida sobre los riñones con un cinto bordado con colores simbólicos. (c) Un turbante. Todas estas piezas eran de lino fino (Ex. 28:39-42; Ant. 3:7, 1-3). En las ceremonias religiosas, tanto los sacerdotes como los levitas llevaban un sencillo efod de lino; no era obligatorio llevar estas vestiduras, que no tení­an comparación posible con el lujoso efod del sumo sacerdote (1 S. 2:18; 22:18; 2 S. 6:14). Los sacerdotes descendientes de Aarón (sin duda, la tercera generación) recibieron, en conformidad con la regla mosaica, trece ciudades con sus pastos y tierras, suficientes asimismo para sus descendientes (Jos. 21:10-19), cuyo número aumentó considerablemente con el transcurso de los siglos. Es por ello que los sacerdotes fueron divididos por David en veinticuatro órdenes. Durante las semanas de grandes solemnidades, los veinticuatro órdenes oficiaban simultáneamente, pero por lo general sólo un orden efectuaba su servicio cada semana; el cambio tení­a lugar durante el sábado, antes del sacrificio de la tarde (1 Cr. 24:1-19; 2 R. 11:5, 9; Ant 7:14, 7). Del exilio babilónico sólo volvieron cuatro órdenes sacerdotales con Zorobabel (Esd. 2:36-38); sin embargo, más tarde fueron reconstituidos los veinticuatro órdenes (cfr. Lc. 1:5, 9). Los sacerdotes estaban constituidos en una jerarquí­a encabezada por el sumo sacerdote. Inmediatamente por debajo de él se hallaba un sacerdote (2 R. 25:18) que posiblemente pueda ser identificado como el “prí­ncipe de la casa de Dios” (2 Cr. 31:13; Neh. 11:11) y con el “jefe de la guardia del Templo” (Hch. 4:1; 5:24). Los principales sacerdotes mencionados en el NT eran el sumo sacerdote reinante, los sumos sacerdotes precedentes aún vivos, y los miembros de sus familias. La confusión polí­tica reinante y la dominación extranjera habí­an invalidado de facto las provisiones de la Ley en cuanto a la sucesión del sumo sacerdote. Ya desde los tiempos de los Seléucidas, y como también sucedí­a con los romanos, el cargo del sumo sacerdocio estaba sometido a los avatares polí­ticos. Los romanos designaban y destituí­an a su placer a los hombres investidos de este importantí­simo cargo (véase QUMRíN [MANUSCRITOS DE], VI, apartado Bosquejo histórico del qumranismo). El sacerdocio en la dispensación de la gracia. En el AT la jerarquí­a religiosa se presentaba de la siguiente manera: (a) Aarón (o su sucesor), el sumo sacerdote, que tení­a acceso una vez al año al Lugar Santí­simo en el dí­a de la expiación. (b) Los sacerdotes y sus ayudantes los levitas, que ejercí­an el servicio del santuario. (c) El pueblo, que podí­a presentar sus ofrendas en el lugar ante el altar de los holocaustos. En el NT, Cristo es nuestro único y perfecto Sumo Sacerdote (He. 7:24-28). Los creyentes constituyen, todos ellos, un regio sacerdocio (1 P. 2:5, 9; cfr. Ap. 1:6; He. 10:19-22); la multitud que debe ser evangelizada y llevada ante la cruz del sacrificio expiatorio, la clave del camino que conduce a Dios. Así­ es que, admitiendo plenamente los dones y ministerios particulares (véase CARISMAS), el cristianismo no reconoce ningún tipo de clero, ninguna casta separada de sacerdotes; en el Nuevo Testamento la Iglesia entera es un reino de sacerdotes. (Véanse AARí“N, ALTAR, EXPIACIí“N [DíA DE LA], LEVITAS, LEVíTICO, OBLACIí“N, OFRENDAS, TABERNíCULO, TEMPLO, etc.). Bibliografí­a: Chafer, L. S.: “Teologí­a Sistemática” (Publicaciones Españolas, Dalton, Ga., 1974, tomo II, PP. 66-70); Keil, C. F. y Delitzsch, F.: “Commentary on the Old Testament, The Pentateuch” (Wm. B. Eerdmans, Grand Rapids, reimpr. 1981); Kelly, W.: “Priesthood”, serie de artí­culos en The Bible Treasury, feb. 1899 a nov. 1903 (H. L. Heijkoop, 58 Blijhamsterstraat, Winschoten, Holanda, reimpres. 1969). (Véase también Bibliografí­a bajo IGLESIA.)

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[442]

Persona que ejerce el sacerdocio. En la Iglesia latina, el varón, no la mujer, que ha recibido el sacramento de Orden sacerdotal de forma libre, voluntaria y válida.

En sentido estricto se suele denominar sacerdote al que ha recibido el grado del presbiterado y del episcopado. Pero, en forma extensiva, también el “diaconado” es sacramento del Orden y se le puede denominar “sacerdocio” en el sentido general del término.

En sentido bí­blico se llama sacerdotal también a la dignidad bautismal, pero entendiendo por sacerdocio la participación en la santidad de Cristo y en el deber adquirido de proclamar su Reino. Pero no conviene identificarlo o confundirlo con la originalidad del sacerdocio sacramental del Orden.

En otras religiones, como el judaí­smo, sacerdote es el que, siendo descendiente de Aarón, ejerce su ministerio de culto en el Templo. (Ver Evangélicos. Grupos)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

DJN
 
Israel vivió durante muchos siglos sin sacerdocio organizado. Todos podí­an ofrecer sacrificios a Dios, si bien este privilegio se reservaba de ordinario a quienes ejercí­an la autoridad dentro de la familia, la tribu o la nación (Gén 12,7; 13,18; Jue 6,19; 13,19; 1 Sam 7,1-9; 2 Sam 8,18; 20,26; 1 Re 12,31). Con el tiempo, la función sacerdotal fue adquiriendo cierta estabilidad y continuidad dentro de una misma familia, y llegó a ser una especie de patrimonio hereditario. La Biblia nos habla de algunas de estas familias sacerdotales (Jue 18,30; 1 Sam 22,11.18.20-23). Sadoc y toda su dinastí­a sadoquita, que ejerció el sacerdocio en el templo de Jerusalén durante varios siglos, no consta que fueran levitas; con todo, eran preferidos los descendientes de la antigua tribu de Leví­ (Jue 17,13), que finalmente terminó por tener el monopolio del sacerdocio (Dt 33,8-11). En el A. T. no existí­a ningún rito de consagración sacerdotal; para indicar que el individuo quedaba constituido sacerdote se decí­a “llenar su mano” (Jue 17,5-12), y más tarde se decí­a “santificar” a uno para el culto (1 Sam 7,1; Lev 21,6). Los sacerdotes quedaban consagrados mediante el ejercicio de su ministerio sacerdotal. Para el sumo sacerdote existí­a un rito de investidura que se desarrollaba en tres actos: purificación, investidura y unción (Ex 29,4-7; Lev 8,6-8). Las funciones del sacerdote eran dar culto a Dios (ofrecer los sacrificos) e impartir al pueblo la enseñanza religiosa.

El cristianismo puso fin al sacerdocio del A. T. Jesucristo es el definitivo, el único, el Sumo y Eterno Sacerdote, según el orden de Melquisedec (Act 7,7-25). Los sacrificios ofrecidos por los sacerdotes de la Antigua Ley eran muchos e ineficaces; el ofrecido por Jesucristo es uno y único -se ofreció de una vez para siempre- y es absolutamente eficaz, pues adquirió para nosotros una redención eterna (Heb 9,12; 10,12). Los cristianos participan del Sacerdocio de Jesucristo, son un “pueblo sacerdotal” (1 Re 2,9; Ap 1,6; 5,10). Pero este sacerdocio del pueblo de Dios, ¿cómo se ejerce? ¿A través de un ministro, delegado y representante del pueblo? Ese ministro, delegado y representante del pueblo, ¿qué tiene, aparte de esa delegación, por encima del sacerdocio del pueblo? El sacrificio de Jesucristo fue único, y, por tanto, no puede repetirse: la celebración de la Eucaristí­a es nada más y nada menos que un memorial (1 Cor 11,24-25). Pero Jesucristo dio a sus apóstoles el poder y la orden de celebrar ese memorial, con lo que, al propio tiempo, les transmití­a una participación especial en su sacerdocio (1 Cor 11,23-25; Mt 26,26-28; Mc 14,14-24; Lc 22,19-23). ->pontí­fice; sacramentos.

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

Antes de que se fundara la congregación cristiana, los sacerdotes eran para los verdaderos adoradores de Dios los representantes de Jehová ante el pueblo y los encargados de instruirlos acerca de El y Sus leyes. A su vez, representaban al pueblo ante Dios mediante la presentación de sacrificios, intercesiones y ruegos. Hebreos 5:1 dice a este respecto: †œTodo sumo sacerdote tomado de entre los hombres es nombrado a favor de los hombres sobre las cosas que tienen que ver con Dios, para que ofrezca dádivas y sacrificios por los pecados†. El término hebreo que se traduce por †œsacerdote† es ko·hén, y el griego, hi·e·réus.

En los primeros tiempos. En tiempos patriarcales, el cabeza de familia era el sacerdote de la familia, y la responsabilidad pasaba al primogénito en caso de que muriese el padre. Por ejemplo, en tiempos antiguos, Noé actuó como sacerdote en favor de su familia. (Gé 8:20, 21.) El cabeza Abrahán tení­a una gran familia con la que viajaba de lugar en lugar, edificando altares y haciendo sacrificios a Jehová en los diversos lugares donde acampaba. (Gé 14:14; 12:7, 8; 13:4.) Dios dijo de Abrahán: †œPorque he llegado a conocerlo a fin de que dé mandato a sus hijos y a su casa después de él de modo que verdaderamente guarden el camino de Jehová para hacer justicia y juicio†. (Gé 18:19.) Isaac y Jacob siguieron la misma norma (Gé 26:25; 31:54; 35:1-7, 14), y Job, que no era israelita, aunque probablemente era pariente lejano de Abrahán, también tuvo por costumbre ofrecer sacrificios a Jehová en favor de sus hijos, pues decí­a para sí­: †œQuizás mis hijos hayan pecado y hayan maldecido a Dios en su corazón†. (Job 1:4, 5; véase también 42:8.) Sin embargo, la Biblia no llama especí­ficamente a estos hombres ko·hén o hi·e·réus. Sin embargo, a Jetró, el cabeza de familia y suegro de Moisés, se le llama †œsacerdote [ko·hén] de Madián†. (Ex 2:16; 3:1; 18:1.)
Melquisedec, el rey de Salem, era un sacerdote (ko·hén) singular. La Biblia no guarda ningún registro de sus antepasados, su nacimiento o su muerte. No recibió su sacerdocio por herencia, y no tuvo ni predecesores ni sucesores en ese cargo. Desempeñaba las funciones de rey y sacerdote. Su sacerdocio era mayor que el leví­tico, pues Leví­ en realidad presentó diezmos a Melquisedec, ya que todaví­a estaba en los †œlomos de Abrahán† cuando este ofreció diezmos a Melquisedec, quien lo bendijo. (Gé 14:18-20; Heb 7:4-10.) Melquisedec prefiguró en esto a Jesucristo, el †œsacerdote para siempre a la manera de Melquisedec†. (Heb 7:17.)
Los cabezas de familia de la prole de Jacob (Israel) debieron hacer de sacerdotes hasta que Dios instituyó el sacerdocio leví­tico. Por consiguiente, cuando Dios condujo al pueblo al monte Sinaí­, ordenó: †œQue también los sacerdotes que con regularidad se acercan a Jehová se santifiquen, para que Jehová no irrumpa contra ellos†. (Ex 19:22.) Esto ocurrió antes de que se instituyera el sacerdocio leví­tico. Pero a Aarón se le permitió subir con Moisés a la montaña parte del camino aunque todaví­a no estaba designado como sacerdote. Esta circunstancia armonizaba con la posterior designación de Aarón y sus descendientes como sacerdotes. (Ex 19:24.) Esta fue una indicación temprana de que Dios pensaba reemplazar el antiguo sistema (el sacerdocio ejercido por el cabeza de familia) por un sacerdocio de la casa de Aarón.

Bajo el pacto de la Ley. Mientras los israelitas eran esclavos en Egipto, Jehová santificó para sí­ a todo hijo primogénito de Israel cuando destruyó a los primogénitos de Egipto en la décima plaga. (Ex 12:29; Nú 3:13.) Por consiguiente, estos primogénitos pertenecí­an a Jehová, y solo podí­an utilizarse para servir a Dios de algún modo especial. Dios podí­a haber designado a todos estos varones primogénitos de Israel como sacerdotes o cuidadores del santuario. Sin embargo, le pareció mejor utilizar varones de la tribu de Leví­ para este servicio. Por esta razón permitió que la nación ofreciera a los varones levitas a cambio de los varones primogénitos de las otras doce tribus (los descendientes de Efraí­n y Manasés, los hijos de José, fueron contados como dos tribus). El censo indicó que la cantidad de primogénitos no levitas de un mes de edad para arriba superaba en 273 a los varones levitas, de manera que Dios exigió un precio de rescate de cinco siclos (11 dólares [E.U.A.]) por cada uno de los 273, y el dinero se cedió a Aarón y sus hijos. (Nú 3:11-16, 40-51.) Antes de esta transacción, Jehová ya habí­a apartado a los varones de la familia de Aarón de la tribu de Leví­ para que constituyesen el sacerdocio de Israel. (Nú 1:1; 3:6-10.)
Durante un largo perí­odo de tiempo, solo a la nación de Israel se le concedió la oportunidad de aportar los miembros para †œun reino de sacerdotes y una nación santa† (Ex 19:6), pero esa oportunidad dejó de ser exclusiva debido a que la nación rechazó al Hijo de Dios. (Compárese con Mt 21:43; 1Pe 2:7-10.)
En un principio el rey de Israel era Jehová, pero más tarde hizo que el linaje real recayese sobre David. Aunque Jehová continuaba siendo el Rey invisible, el linaje daví­dico actuó en su representación en la administración temporal del reino. Por eso se decí­a que estos reyes terrestres se sentaban en el †œtrono de Jehovᆝ. (1Cr 29:23.) No obstante, el sacerdocio se mantuvo en el linaje aarónico, separado del poder real. En cualquier caso, únicamente aquella nación reunió en sí­ misma tanto el reino como el sacerdocio de Jehová Dios y su †œservicio sagrado†. (Ro 9:3, 4.)

Inauguración del sacerdocio. Solo Dios puede nombrar a un sacerdote; nadie puede ocupar ese puesto por decisión propia. (Heb 5:4.) De acuerdo con este hecho, Jehová mismo nombró a Aarón y su casa para el sacerdocio †œhasta tiempo indefinido† y los separó de la familia de los qohatitas, una de las tres divisiones principales de la tribu de Leví­. (Ex 6:16; 28:43.) No obstante, Moisés, que habí­a actuado como mediador del pacto de la Ley, intervino en representación de Dios al santificar a Aarón y a sus hijos, y luego llenar sus manos de poder para que oficiasen de sacerdotes; el relato de esta ceremonia se encuentra en Exodo 29 y Leví­tico 8. Al parecer, la inauguración del sacerdocio duró siete dí­as, del 1 al 7 de Nisán del año 1512 a. E.C. (Véase INSTALACIí“N.) El sacerdocio recién inaugurado comenzó sus servicios a favor del pueblo de Israel al dí­a siguiente, el 8 de Nisán.

Requisitos. Jehová puso los requisitos que debí­an llenar los del linaje familiar de Aarón que sirvieran en el altar de Dios. Un sacerdote tení­a que estar sano fí­sicamente y tener una apariencia normal. En caso contrario no podrí­a acercarse con ofrendas al altar ni tampoco a la cortina que estaba entre los compartimientos del tabernáculo llamados Santo y Santí­simo. No obstante, aun en estas circunstancias, tení­a el derecho de recibir ayuda del diezmo y podí­a participar de las †œcosas santas† provistas como alimento para el sacerdocio. (Le 21:16-23.)
No se especifica a qué edad se emprendí­a el sacerdocio, si bien el censo de los qohatitas que se tomó en el monte Sinaí­ incluyó a los que tení­an entre treinta y cincuenta años de edad. (Nú 4:3.) Los levitas empezaban su servicio obligatorio en el santuario a los veinticinco años de edad (aunque durante el reinado de David se redujo a los veinte; Nú 8:24; 1Cr 23:24) y se retiraban a los cincuenta, siempre y cuando no fuesen sacerdotes, pues no existí­a la jubilación para estos. (Nú 8:25, 26; véase JUBILACIí“N.)

Manutención. A la tribu de Leví­ no se le concedió ninguna porción de terreno como herencia, más bien, vivieron †˜esparcidos por Israel†™, en las 48 ciudades que se les dio para residir con sus familias y ganado. Trece de estas ciudades fueron asignadas a los sacerdotes. (Gé 49:5, 7; Jos 21:1-11.) Hebrón, una de las ciudades de refugio, era una ciudad sacerdotal. (Jos 21:13.) Si a los levitas no se les asignó ninguna tierra en herencia, se debió a lo que el propio Jehová dijo: †œYo soy la parte que te corresponde, y tu herencia, en medio de los hijos de Israel†. (Nú 18:20.) Los levitas cumplí­an con el trabajo que correspondí­a a su ministerio y mantení­an sus casas y las dehesas de las ciudades que se les asignaron. También tení­an que cuidar de otros terrenos que los israelitas dedicasen al uso del santuario. (Le 27:21, 28.) Jehová dispuso que los levitas recibieran un diezmo de todo el producto de la tierra de las otras doce tribus. (Nú 18:21-24.) De este diezmo, o décima parte, los levitas, a su vez, tení­an que dar una décima parte de todo lo mejor como diezmo para el sacerdocio. (Nú 18:25-29; Ne 10:38, 39.) De modo que el sacerdocio recibí­a un 1% del producto nacional, lo que le permití­a dedicar todo su tiempo al servicio a Dios.
Aunque esta contribución era abundante, no era comparable al lujo y poder financiero que tení­a la clase sacerdotal de las naciones paganas. Por ejemplo, los sacerdotes egipcios eran propietarios de tierras (Gé 47:22, 26), y valiéndose de astutos manejos, se convirtieron en la clase más rica y poderosa de Egipto. La obra A History of the Ancient Egyptians (de James H. Breasted, 1908, págs. 355, 356, 431, 432) explica que durante la llamada †˜vigésima dinastí­a†™ el Faraón pasó a ser un mero tí­tere. El sacerdocio se habí­a adueñado de la región aurí­fera de Nubia y de la extensa provincia del Alto Nilo. El sumo sacerdote era el funcionario fiscal más importante del paí­s —después del jefe de los tesoreros—, estaba al mando de los ejércitos y tení­a acceso al tesoro del paí­s. En las representaciones pictográficas se destaca más al sumo sacerdote que al Faraón.
Cuando Israel descuidaba su adoración y se volví­a negligente en el pago de los diezmos, el sacerdocio sufrí­a, así­ como los levitas no sacerdotales, que tení­an que buscar otro trabajo para mantener a sus familias. Esta mala actitud hacia el santuario y su manutención hací­a a su vez que la nación sufriera aún más por la falta de espiritualidad y de conocimiento de Jehová. (Ne 13:10-13; véase también Mal 3:8-10.)
El sacerdocio recibí­a: 1) el diezmo regular; 2) el precio de redención por los primogénitos, tanto de los hijos varones como de los machos de las bestias; en el caso de un toro, un cordero o un macho cabrí­o que fueran primogénitos, recibí­an la carne como alimento (Nú 18:14-19); 3) el precio de redención por los hombres y las cosas que se apartaban como santas, así­ como las cosas dedicadas a Jehová (Le 27); 4) ciertas porciones de las diversas ofrendas que llevaba el pueblo, así­ como el pan de la proposición (Le 6:25, 26, 29; 7:6-10; Nú 18:8-14); 5) se beneficiaban de las ofrendas de lo mejor de las primicias del grano, el vino y el aceite (Ex 23:19; Le 2:14-16; 22:10 [la palabra †œextraño† del último texto se refiere a alguien que no era sacerdote]; Dt 14:22-27; 26:1-10); con la excepción de ciertas porciones especí­ficas que solo los sacerdotes podí­an comer (Le 6:29), sus hijos e hijas y, en algunos casos, los demás de la casa del sacerdote (incluso los esclavos) podí­an participar legí­timamente de aquellas ofrendas (Le 10:14; 22:10-13); 6) los sacerdotes sin duda participaban del diezmo que se hací­a en el tercer año para los levitas y los pobres (Dt 14:28, 29; 26:12), y 7) participaban del botí­n de guerra. (Nú 31:26-30.)

Vestimenta. Los sacerdotes serví­an descalzos mientras desempeñaban sus funciones, pues el santuario era suelo santo. (Compárese con Exodo 3:5.) En las instrucciones para la manufactura de las prendas de vestir especiales de los sacerdotes no se mencionaban las sandalias. (Ex 28:1-43.) Llevaban calzoncillos de lino que cubrí­an desde las caderas hasta los muslos por decoro, †˜para cubrir la carne desnuda para que no incurrieran en error y ciertamente murieran†™. (Ex 28:42, 43.) Encima llevaban un traje talar de lino fino ceñido con una banda de lino. Luego se †˜envolví­an†™ un tocado sobre la cabeza. (Le 8:13; Ex 28:40; 39:27-29.) Parece ser que este tocado era algo diferente del turbante del sumo sacerdote, que posiblemente estaba cosido en forma de envoltura y colocado sobre su cabeza. (Le 8:9.) Al parecer en época posterior los sacerdotes llevaban de vez en cuando un efod de lino, aunque no con bordados lujosos como el del sumo sacerdote. (1Sa 2:18.)

Prescripciones y funciones. Los sacerdotes tení­an que mantenerse limpios y observar normas morales elevadas. Cuando entraban en la tienda de reunión y antes de presentar una ofrenda en el altar, tení­an que lavarse las manos y los pies en la palangana que estaba en el patio, †˜para que no murieran†™. (Ex 30:17-21; 40:30-32.) Con una advertencia similar se les mandó que no bebieran vino ni licor embriagante cuando sirvieran en el santuario. (Le 10:8-11.) No podí­an contaminarse tocando un cadáver o lamentándose por los muertos; esto los dejarí­a temporalmente inmundos para el servicio. Sin embargo, todo sacerdote, excepto el sumo sacerdote, podí­a contaminarse por la muerte de alguien con quien tuviera un estrecho ví­nculo familiar: madre, padre, hijo, hija, hermano y hermana virgen que fuese próxima a él (al parecer que viviese con él o cerca de él); posiblemente, la esposa también estaba incluida entre las personas próximas a él. (Le 21:1-4.) El sacerdote que quedase inmundo debido a lepra, a un flujo, a un cadáver u otra cosa inmunda, no podí­a comer de las cosas santas o llevar a cabo un servicio en el santuario hasta ser limpio; de lo contrario, debí­a morir. (Le 22:1-9.)
A los sacerdotes se les prohibí­a afeitarse la cabeza o las extremidades de las barbas y hacerse incisiones, pues estas eran costumbres de los sacerdotes paganos. (Le 21:5, 6; 19:28; 1Re 18:28.) El sumo sacerdote solo podí­a casarse con una muchacha virgen; los sacerdotes podí­an casarse con viudas, pero no con divorciadas ni con prostitutas. (Le 21:7, 8; compárese con los vss. 10, 13, 14.) Todos los miembros de la familia del sumo sacerdote tení­an que mantener la elevada norma de moralidad y la dignidad que merecí­a el puesto de sacerdote. Por consiguiente, si una hija de un sacerdote se hací­a prostituta, habí­a que darle muerte, y después quemarla como algo detestable a Dios. (Le 21:9.)
Cuando el campamento se trasladaba de un lugar a otro en el desierto, era un deber de Aarón y sus hijos cubrir el mobiliario y los utensilios sagrados del tabernáculo antes de que los qohatitas pudiesen cargar con ellos, a fin de evitar que muriesen por verlos. Cuando nuevamente acampaban, solo Aarón y sus hijos podí­an quitarles la cubierta de nuevo en la tienda. (Nú 4:5-15.) En los traslados, los sacerdotes llevaban el arca del pacto. (Jos 3:3, 13, 15, 17; 1Re 8:3-6.)
Los sacerdotes eran responsables de tocar las trompetas santas con el fin de dirigir al pueblo, tanto en el caso de montar o levantar el campamento, como de reunirse, entrar en batalla o celebrar alguna fiesta a Jehová. (Nú 10:1-10.) Los sacerdotes y los levitas estaban exentos de reclutamiento militar, aunque tocaban las trompetas y cantaban delante del ejército. (Nú 1:47-49; 2:33; Jos 6:4; 2Cr 13:12.)
Los deberes sacerdotales en el santuario eran los siguientes: degollar los sacrificios que llevaba el pueblo, rociar la sangre sobre el altar, cortar en pedazos los sacrificios, mantener ardiendo el fuego del altar, cocer la carne y recibir todas las otras ofrendas, como las de grano, y ocuparse de los casos de inmundicia y de los votos especiales correspondientes, etc. (Le 1–7; 12:6; 13–15; Nú 6:1-21; Lu 2:22-24.) Se encargaban de las ofrendas quemadas de la mañana y del atardecer y de todos los otros sacrificios que se hací­an regularmente en el santuario, excepto los que eran responsabilidad del sumo sacerdote; también quemaban incienso sobre el altar de oro. (Ex 29:38-42; Nú 28:1-10; 2Cr 13:10, 11.) Poní­an en orden las lámparas, las mantení­an abastecidas de aceite (Ex 27:20, 21) y cuidaban del aceite santo y del incienso. (Nú 4:16.) Bendecí­an al pueblo en asambleas solemnes, según se indica en Números 6:22-27. Pero ningún otro sacerdote podí­a estar en el santuario cuando el sumo sacerdote entraba en el Santí­simo para hacer expiación. (Le 16:17.)
Los sacerdotes eran los que principalmente tení­an el privilegio de explicar la ley de Dios y desempeñaban un papel importante en juzgar a Israel. En las ciudades asignadas a ellos, ayudaban a los jueces y participaban con ellos en casos extraordinarios que no podí­an decidir los tribunales locales. (Dt 17:8, 9.) Tení­an que estar presentes junto con los ancianos de la ciudad en los casos de asesinato aún no resueltos, a fin de asegurarse que se siguiera el procedimiento debido para quitar de la ciudad la culpa por derramamiento de sangre. (Dt 21:1, 2, 5.) Si un esposo celoso acusaba a su esposa de haber cometido adulterio en secreto, tení­a que llevarla al santuario, donde el sacerdote efectuaba la ceremonia prescrita, en la que se apelaba al conocimiento que Jehová tení­a de la inocencia o la culpabilidad de la mujer, con el fin de que El juzgara directamente. (Nú 5:11-31.) En todos los casos tení­a que respetarse el juicio emitido por los sacerdotes o los jueces nombrados; la falta de respeto o desobediencia deliberada se castigaba con la pena de muerte. (Nú 15:30; Dt 17:10-13.)
Los sacerdotes instruí­an al pueblo en la Ley; la leí­an y explicaban a los que iban al santuario para adorar. Cuando no estaban desempeñando sus deberes asignados, también tení­an muchas oportunidades de impartir tal enseñanza, tanto en el recinto del santuario como en otras partes del paí­s. (Dt 33:10; 2Cr 15:3; 17:7-9; Mal 2:7.) Al regresar de Babilonia a Jerusalén, el sacerdote Esdras reunió al pueblo y pasó horas leyendo y explicándoles la Ley ayudado por otros sacerdotes y los levitas. (Ne 8:1-15.)
La administración sacerdotal serví­a de salvaguarda para la nación tanto en limpieza religiosa como en salud fí­sica. El sacerdote tení­a que juzgar entre lo que era limpio e inmundo en los casos de lepra, tanto en el caso de un hombre como de una prenda de vestir o una casa. Se aseguraba de que se llevasen a cabo las reglas legales de cuarentena. También oficiaba en la limpieza de los que habí­an sido contaminados por un cuerpo muerto o estaban inmundos debido a flujos anormales, etc. (Le 13–15.)

¿Cómo se determinaban en Israel las asignaciones de los sacerdotes para servir en el templo?
El rey David organizó veinticuatro divisiones o relevos de sacerdotes, dieciséis eran de la casa de Eleazar y ocho de la de Itamar. (1Cr 24:1-19.) Sin embargo, del exilio en Babilonia solo regresaron sacerdotes de cuatro divisiones, al menos al principio. (Esd 2:36-39.) Hay quien opina que con el fin de continuar la anterior organización, las cuatro familias que regresaron se dividieron de manera que de nuevo hubo veinticuatro relevos. El doctor Edersheim indica en El Templo: Su ministerio y servicios en tiempos de Cristo (1990, pág. 98), que esto se llevó a cabo sacando cada familia cinco suertes por los que no habí­an regresado, y así­ formaron de entre ellos veinte relevos más, a los que dieron los nombres originales. Zacarí­as, el padre de Juan el Bautista, era un sacerdote de la octava división, la de Abí­as. Sin embargo, si el doctor Edersheim estuviese en lo cierto, puede que Zacarí­as no fuese descendiente de Abí­as, sino que solo perteneciese a la división que llevaba su nombre. (1Cr 24:10; Lu 1:5.) Al no haber información más completa, no se pueden sacar conclusiones definitivas.
En el servicio del templo los sacerdotes estaban organizados bajo diversos oficiales. Se echaban suertes para asignar ciertos servicios. Cada una de las veinticuatro divisiones serví­a durante una semana a la vez, por lo que estaban asignados a desempeñar su responsabilidad dos veces al año. Seguramente todo el sacerdocio serví­a en las temporadas de fiesta, cuando el pueblo ofrecí­a miles de sacrificios, como sucedió en la dedicación del templo. (1Cr 24:1-18, 31; 2Cr 5:11; compárense con 2Cr 29:31-35; 30:23-25; 35:10-19.) Un sacerdote podrí­a servir en otras ocasiones siempre que no interfiriera en los servicios especí­ficos de los sacerdotes asignados durante ese tiempo del año. Según las tradiciones rabí­nicas, en los dí­as de Jesús habí­a muchos sacerdotes, por lo que se hizo necesario subdividir el servicio semanal entre las varias familias que formaban parte de una división, y así­ cada familia tení­a la oportunidad de servir uno o más dí­as, según la cantidad de miembros que tuviese.
El servicio diario que probablemente se consideraba de más honor era el de quemar incienso sobre el altar de oro. Esto se hací­a después de ofrecer el sacrificio. Mientras se quemaba el incienso, el pueblo estaba reunido en oración fuera del santuario. La tradición rabí­nica dice que se echaban suertes para efectuar este servicio, pero que a alguien que hubiera oficiado previamente no se le permití­a participar a menos que todos los presentes hubieran realizado ese servicio antes. (El Templo: Su ministerio y servicios en tiempos de Cristo, págs. 166, 175.) Si esto era así­, por lo general un sacerdote solo tendrí­a ese honor una vez en su vida. Era este servicio el que estaba efectuando Zacarí­as cuando el ángel Gabriel se le apareció para anunciarle que él y su esposa Elisabet tendrí­an un hijo. Cuando Zacarí­as salió del santuario, la muchedumbre reunida allí­ pudo discernir por su apariencia y su incapacidad para hablar que habí­a visto algo sobrenatural en el santuario; por lo tanto, el suceso llegó a ser de conocimiento público. (Lu 1:8-23.)
Parece ser que todos los sábados los sacerdotes tení­an el privilegio de cambiar el pan de la proposición. En ese mismo dí­a la división sacerdotal de esa semana completaba su servicio y empezaba el nuevo relevo para la siguiente semana. Los sacerdotes llevaban a cabo estas y otras funciones necesarias sin que representase un quebrantamiento del sábado. (Mt 12:2-5; compárese con 1Sa 21:6; 2Re 11:5-7; 2Cr 23:8.)

Lealtad. Cuando las diez tribus se separaron del reino gobernado por Rehoboam y fundaron el reino septentrional con Jeroboán como rey, la tribu de Leví­ permaneció leal y se adhirió al reino de dos tribus de Judá y Benjamí­n. Jeroboán hizo sacerdotes a hombres que no eran de la tribu de Leví­ para que sirvieran en la adoración de becerros de oro y expulsó a los sacerdotes de Jehová, los hijos de Aarón. (1Re 12:31, 32; 13:33; 2Cr 11:14; 13:9.) Después, pese a que muchos de los sacerdotes de Judá fueron infieles a Dios, en algunas ocasiones el sacerdocio desempeñó un papel destacado en ayudar a la nación a permanecer fiel a Jehová. (2Cr 23:1, 16; 24:2, 16; 26:17-20; 34:14, 15; Zac 3:1; 6:11.) Para el tiempo del ministerio de Jesús y los apóstoles, los sumos sacerdotes se habí­an vuelto muy corruptos, aunque habí­a muchos sacerdotes que aún tení­an buenos sentimientos hacia Jehová en sus corazones, como lo demuestra el que poco después de la muerte de Jesús †œuna gran muchedumbre de sacerdotes empezó a ser obediente a la fe†. (Hch 6:7.)

Otras aplicaciones del término †œsacerdote†. En el Salmo 99:6 se llama sacerdote a Moisés en virtud de su función de mediador y de su designación para llevar a cabo el servicio de santificación en el santuario, donde Aarón y sus hijos fueron instalados en el sacerdocio. Moisés intercedió por Israel, invocando el nombre de Jehová. (Nú 14:13-20.) La palabra †œsacerdote† también se usó a veces con el sentido de †œlugarteniente† o †œministro u oficial principal†. En la lista de los oficiales principales del rey David, el registro dice: †œEn cuanto a los hijos de David, llegaron a ser sacerdotes†. (2Sa 8:18; compárese con 2Sa 20:26; 1Re 4:5; 1Cr 18:17.)

El sacerdocio cristiano. Jehová habí­a prometido que si Israel guardaba su pacto, serí­a para El †œun reino de sacerdotes y una nación santa†. (Ex 19:6.) Sin embargo, el sacerdocio del linaje de Aarón solo continuarí­a hasta que llegara el sacerdocio mayor que prefiguraba. (Heb 8:4, 5.) Perdurarí­a hasta el final del pacto de la Ley y la inauguración del nuevo pacto. (Heb 7:11-14; 8:6, 7, 13.) La oportunidad de ser sacerdotes de Jehová en Su Reino prometido se ofreció en primer lugar y de manera exclusiva a Israel. Con el tiempo, esta posibilidad también se extendió a los gentiles. (Hch 10:34, 35; 15:14; Ro 10:21.)
Solo un resto de los judí­os aceptaron a Cristo, por lo que la nación no llegó a proporcionar los miembros del verdadero reino de sacerdotes y nación santa. (Ro 11:7, 20.) Debido a la infidelidad de Israel, Dios le habí­a advertido de esto por medio de su profeta Oseas siglos antes, cuando dijo: †œPorque el conocimiento es lo que tú mismo has rechazado, yo también te rechazaré de servirme como sacerdote; y porque sigues olvidando la ley de tu Dios, yo me olvidaré de tus hijos, aun yo†. (Os 4:6.) De manera correspondiente, Jesús dijo a los lí­deres judí­os: †œEl reino de Dios les será quitado a ustedes y será dado a una nación que produzca sus frutos†. (Mt 21:43.) No obstante, como Jesús se hallaba sometido a la Ley cuando vivió en la Tierra, reconoció al sacerdocio aarónico y mandó a los leprosos que curó que fueran al sacerdote y llevasen la ofrenda prescrita. (Mt 8:4; Mr 1:44; Lu 17:14.)
El dí­a del Pentecostés del año 33 E.C. llegó a su fin el pacto de la Ley y se inauguró el †œpacto correspondientemente mejor†, el nuevo pacto. (Heb 8:6-9.) Ese dí­a Dios puso de manifiesto el cambio mediante el derramamiento del espí­ritu santo. Luego el apóstol Pedro explicó a los judí­os presentes que procedí­an de muchas naciones que su única salvación dependí­a entonces de arrepentirse y aceptar a Jesucristo. (Hch 2; Heb 2:1-4.) Tiempo después Pedro habló de los edificadores judí­os que rechazaron a Jesucristo como la piedra angular y pasó a decir a los cristianos: †œPero ustedes son †˜una raza escogida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo para posesión especial†™†. (1Pe 2:7-9.)
Pedro también explicó que el nuevo sacerdocio es una †œcasa espiritual para el propósito de un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptos a Dios mediante Jesucristo†. (1Pe 2:5.) Jesucristo es su gran Sumo Sacerdote, y ellos, al igual que los hijos de Aarón, forman un cuerpo de sacerdotes. (Heb 3:1; 8:1.) Sin embargo, mientras que el sacerdocio aarónico no tení­a nada que ver con la realeza, en este †œsacerdocio real† de Cristo y sus coherederos se combinan las dos responsabilidades. El apóstol Juan dice en el libro de Revelación con respecto a los seguidores de Jesucristo: †œNos desató de nuestros pecados por medio de su propia sangre —e hizo que fuéramos un reino, sacerdotes para su Dios y Padre—†. (Rev 1:5, 6.)
Este último libro de la Biblia también revela el número de este cuerpo de sacerdotes. Se ve a los que Jesucristo hizo †œque fueran un reino y sacerdotes para nuestro Dios† cantando una canción nueva, en la que dicen que se les compró con la sangre de Cristo. (Rev 5:9, 10.) Más adelante se dice que los que cantan la canción nueva son 144.000 †œcomprados de entre la humanidad como primicias para Dios y para el Cordero†. (Rev 14:1-5.) Finalmente se ve que este sacerdocio es resucitado a vida celestial y se une a Jesucristo en su gobernación, de modo que pasan a ser †œsacerdotes de Dios y del Cristo† que †˜reinan†™ con Cristo durante su reinado milenario. (Rev 20:4, 6.)
Un examen del sacerdocio de Israel y de sus funciones, así­ como de los beneficios para las personas de esa nación (Heb 8:5), da cierta idea de los beneficios y las bendiciones que las personas recibirán del sacerdocio perfecto y eterno de Jesucristo y su cuerpo de sacerdotes cuando reinen juntos sobre la Tierra por mil años. Tendrán el privilegio de enseñar a las personas la ley de Dios (Mal 2:7), lograr un perdón completo de los pecados sobre la base del sacrificio de rescate del gran Sumo Sacerdote (al administrar los beneficios de ese sacrificio) y efectuar la curación de todas las enfermedades. (Mr 2:9-12; Heb 9:12-14; 10:1-4, 10.) También harán una distinción entre lo que es limpio e inmundo a la vista de Dios, quitarán toda inmundicia (Le 13–15), juzgarán a las personas con justicia y harán que la ley justa de Jehová se ponga en vigor por toda la Tierra. (Dt 17:8-13.)
Tal como la tienda de reunión en el desierto era un lugar donde Dios moraba con los hombres, un santuario donde ellos podí­an acercarse a El, así­ durante el milenio la tienda de Dios estará de nuevo con la humanidad, más cerca de ella y de un modo más duradero y beneficioso. Dios tendrá tratos con la humanidad mediante sus representantes: el gran Sumo Sacerdote Jesucristo y los 144.000, que sirven con Cristo de sacerdotes en el gran templo espiritual prefigurado por el tabernáculo sagrado, o tienda de reunión, del desierto. (Ex 25:8; Heb 4:14; Rev 1:6; 21:3.) Con tal sacerdocio real, las personas con toda seguridad serán felices, como lo era Israel cuando el reino y el sacerdocio actuaban con fidelidad a Dios, un perí­odo durante el cual †œJudá e Israel eran muchos, como los granos de arena que están junto al mar por su multitud, y comí­an y bebí­an y se regocijaban†, y moraban †œen seguridad, cada uno debajo de su propia vid y debajo de su propia higuera†. (1Re 4:20, 25.)

Sacerdotes paganos. Las naciones antiguas tení­an sacerdotes por medio de los cuales se podí­an dirigir a sus dioses. El pueblo reverenciaba a estos hombres, que siempre ejercí­an gran influencia, pues solí­an hallarse entre la clase dirigente, o eran consejeros allegados de los gobernantes. El sacerdocio era la clase más educada, y por lo general mantení­a al pueblo en ignorancia. De esta manera podí­an aprovecharse de la superstición de la gente y su temor a lo desconocido. Por ejemplo, en Egipto las personas eran inducidas a adorar al rí­o Nilo como un dios, y consideraban que sus sacerdotes eran poseedores de un control divino sobre sus desbordamientos regulares, de los que dependí­an sus cosechas.
Esta manera de fomentar la ignorancia supersticiosa estaba en franco contraste con el sacerdocio de Israel, que constantemente leí­a y enseñaba la Ley a la nación entera. Todos los hombres tení­an que conocer a Dios y su Ley. (Dt 6:1-3.) Las personas sabí­an leer y escribir, y Dios les mandaba que escribieran sus mandamientos sobre sus puertas y sobre los postes de las puertas, y que leyeran y enseñaran Su ley a sus hijos. (Dt 6:4-9.)

El sacerdocio israelita no era una imitación del pagano. Hay quienes afirman, a pesar de los hechos, que el sacerdocio israelita y muchas de sus normas eran un calco del sistema sacerdotal egipcio. Arguyen que la vida y educación de Moisés, el mediador del pacto de la Ley, en la corte faraónica y su preparación en †œtoda la sabidurí­a de los egipcios† tuvieron en él una profunda influencia. (Hch 7:22.) Sin embargo, pasan por alto el hecho de que si bien Moisés fue el mediador de la Ley que se entregó a Israel, no fue en modo alguno el legislador. Jehová fue el Legislador de Israel (Isa 33:22) y transmitió la Ley a su mediador, Moisés, por medio de ángeles. (Gál 3:19.)
Dios mismo detalló cada uno de los aspectos relacionados con el culto del pueblo de Israel. A Moisés se le dieron los planos para la construcción de la tienda de reunión (Ex 26:30), y se le ordenó: †œVe que hagas todas las cosas conforme a su modelo que te fue mostrado en la montaña†. (Heb 8:5; Ex 25:40.) Jehová expuso y detalló el modelo de todo el servicio del santuario. Este hecho queda refrendado en el registro bí­blico repetidas veces, al decir respecto a Moisés y los hijos de Israel: †œSiguieron haciendo conforme a todo lo que Jehová habí­a mandado a Moisés. Hicieron precisamente así­. […] Conforme a todo lo que Jehová habí­a mandado a Moisés, así­ hicieron los hijos de Israel todo el servicio. Y llegó a ver Moisés toda la obra, y, ¡mire!, la habí­an hecho tal como habí­a mandado Jehová. Así­ habí­an hecho†. †œY Moisés procedió a hacer conforme a todo lo que le habí­a mandado Jehová. Hizo precisamente así­.† (Ex 39:32, 42, 43; 40:16.)
Según los egiptólogos, la vestimenta de los sacerdotes egipcios tení­a caracterí­sticas similares a la de los sacerdotes de Israel, como era el uso de tejidos de lino. Además, los sacerdotes egipcios solí­an afeitarse el cuerpo, al igual que los levitas (aunque no los sacerdotes de Israel; Nú 8:7). También eran similares las prácticas lavatorias. Pero, ¿prueban estas pocas similitudes que ambos sacerdocios tuvieron un mismo origen o que uno provino del otro? Por todo el mundo se emplean hoy géneros y métodos similares en la confección, en la construcción de casas y edificios o en las tareas cotidianas, pero también hay métodos y estilos muy diferentes. Solo porque haya algún parecido no decimos que esas cosas han tenido un origen común o que la similitud en la vestimenta tiene el mismo significado o sentido religioso.
En muchí­simas caracterí­sticas de la vestimenta y los procedimientos no hay el más mí­nimo parecido entre el sacerdocio israelita y el egipcio. Por ejemplo, los sacerdotes israelitas oficiaban descalzos, pero los egipcios calzaban sandalias. El diseño de las túnicas sacerdotales egipcias era muy diferente al israelita, y su vestimenta y demás accesorios tení­an sí­mbolos alusivos al culto de sus dioses falsos. Se rapaban la cabeza, algo que no hací­an los sacerdotes israelitas (Le 21:5), y usaban pelucas y tocados —como muestran las inscripciones pictográficas halladas en los monumentos egipcios— totalmente desconocidos en el sacerdocio israelita. Además, Jehová habí­a dicho con toda claridad que Israel no adoptarí­a ninguna práctica egipcia o de otras naciones en su adoración ni en su régimen judicial. (Le 18:1-4; Dt 6:14; 7:1-6.)
Por consiguiente, puede afirmarse que carece de fundamento la suposición de que el sacerdocio israelita imitó al egipcio. Ha de recordarse que la idea de ofrecer sacrificios y constituir un sacerdocio provino originalmente de Dios, y que desde el principio fue expresada por hombres fieles, como Abel y Noé, y, en la sociedad patriarcal, por Abrahán y otros siervos fieles de Dios. Así­, esta herencia quedó en la conciencia común de todas las naciones, si bien distorsionada con el transcurso del tiempo de formas muy diversas debido a que abandonaron al Dios verdadero y la adoración pura. Aunque las naciones paganas tení­an la inclinación innata de adorar, carecí­an de la guí­a de Jehová, por lo que idearon muchos ritos impropios y degradados, diametralmente opuestos a la adoración verdadera.

Prácticas repugnantes de los sacerdotes paganos. Los sacerdotes egipcios del dí­a de Moisés se opusieron a él ante el Faraón e intentaron desacreditarles a él y a su Dios Jehová por medio de las artes mágicas (Ex 7:11-13, 22; 8:7; 2Ti 3:8), pero se vieron obligados a admitir su derrota y humillación. (Ex 8:18, 19; 9:11.) Los adoradores de Mólek de Ammón sacrificaron a sus hijos e hijas quemándolos en el fuego. (1Re 11:5; 2Re 23:10; Le 18:21; 20:2-5.) Los adoradores cananeos de Baal siguieron la misma práctica detestable, y también se laceraban y practicaban ritos inmorales obscenos y repugnantes. (Nú 25:1-3; 1Re 18:25-28; Jer 19:5.) Los sacerdotes del dios filisteo Dagón y los sacerdotes babilonios de Marduk, Bel e Istar practicaron la magia y la adivinación. (1Sa 6:2-9; Eze 21:21; Da 2:2, 27; 4:7, 9.) Todos adoraban imágenes hechas de madera, piedra y metal. Incluso el rey Jeroboán del reino de diez tribus de Israel colocó sacerdotes para dirigir la adoración de los becerros de oro y los †œdemonios de forma de cabra†, con el fin de impedir que el pueblo practicase la adoración verdadera en Jerusalén. (2Cr 11:15; 13:9; véase MIQUEAS núm. 1.)

Dios condena los sacerdocios no autorizados. Jehová estaba opuesto de manera inalterable a todas estas prácticas, que en realidad constituí­an demonolatrí­a. (1Co 10:20; Dt 18:9-13; Isa 8:19; Rev 22:15.) Cada vez que estos dioses o el sacerdocio que los representaba participaban en desafiar abiertamente a Jehová, eran humillados. (1Sa 5:1-5; Da 2:2, 7-12, 29, 30; 5:15.) A menudo sus sacerdotes y profetas sufrí­an la muerte. (1Re 18:40; 2Re 10:19, 25-28; 11:18; 2Cr 23:17.) Y como durante la existencia del pacto de la Ley Jehová no reconoció ningún sacerdocio aparte del de la casa de Aarón, se desprende que el único camino para acercarse a Jehová es el prefigurado por el puesto de Aarón, es decir, el sacerdocio de Jesucristo, que también es el gran Sumo Sacerdote a la manera de Melquisedec. (Hch 4:12; Heb 4:14; 1Jn 2:1, 2.) Los verdaderos adoradores de Dios tienen que evitar todo sacerdocio que se oponga a este Rey-Sacerdote ordenado por Dios y a su cuerpo de sacerdotes. (Dt 18:18, 19; Hch 3:22, 23; Rev 18:4, 24.)
Véase SUMO SACERDOTE.

Fuente: Diccionario de la Biblia

I. Definición
Al estudiar aquí­ si los conceptos de “sacerdotes” y “sacerdocio” pueden aplicarse y en qué sentido pueden aplicarse a los ministros de la -> Iglesia, hay que tener por de pronto en cuenta el hecho importante de que el NT no emplea nunca los conceptos de í­ereús y í­eráteuma para caracterizar el ministerio eclesiástico, sí­, empero, para interpretar la obra salvadora de Cristo y caracterizar al pueblo neotestamentario de Dios.

La carta a los Hebreos – como único lugar en el NT – desarrolla, sobre el trasfondo de la comunidad judeocristiana y de su polémica con la tradición del AT, una teologí­a de la obra salvadora de Cristo, que es expuesta como consumación del ministerio de los sumos sacerdotes en el AT. Esta obra de salvación cumple, por una parte, definitivamente las promesas prefiguradas en el orden cultual del AT, y concluye, por otra, la serie de sacrificios veterotestamentarios, de manera que, después de la acción salví­fica de Cristo, éstos ya no pueden ser repetidos ni superados. Apoyada en el Sal 109, 4, esa carta aplica a Cristo afirmaciones veterotestamentarias, ve el “sacerdocio” de éste como infinitamente superior a todo sacerdocio del pueblo de Israel (7, 3; cf. también 1, 2-13; 3, 6; 4, 14; 5, 5; 7, 28), reconoce en su muerte de cruz la consumación de la entrega de sí­ mismo (obediencia; 9, 12ss.28; 10, 8ss), y sabe el efecto pleno e insuperable de su acción mediadora (perdón de los pecados, santificación, apertura del acceso a Dios), que se realizó “de una vez para siempre” por la entrega de Cristo en la cruz (7, 27; 9, 12.25-28; 10, 10-18). Contemplado desde la acción salví­fica de Cristo, el orden veterotestamentario resulta ser sombra (8, 5; 10, 1) y sí­mbolo (9,9) de la verdadera salvación. En cuanto los términos aquí­ comentados se aplican en 1 Pe 2, 5.9; Ap 1, 6; 5, 10; 20, 6 al pueblo neotestamentario de Dios, sirven para que la Iglesia se defina a sí­ misma, tanto en su forma escatológica del futuro, como en su forma actual de encarnación, siendo de notar que la idea correspondiente de “sacrificio” necesaria para definir la noción de “sacerdocio”, es empleada en sentido traslaticio (cf. Heb 13, 15s; Flp 4, 18; Jn 1, 27; Rom 12, 1). Lo cual quiere decir que la Iglesia entera (y cada cristiano en cuanto está incorporado a ella por el bautismo y la confirmación) es la representación históricamente tangible y visible del sacerdocio de Cristo; por eso – apelando al sacrificio singular de Cristo – la Iglesia puede y debe acercarse inmediatamente a Dios, participar de su santidad y, ofreciéndose a sí­ misma con su existencia, confiarse a la disposición divina.

Ahora bien, si se pregunta por la posibilidad y legitimidad de interpretar la función del ministerio eclesiástico por los conceptos de “sacerdote” y “sacerdocio”, a la vista de estos datos neotestamentarios y de la polémica visible en ellos con el sacerdocio del AT, habrá que decir que la cuestión planteada no debe responderse echando mano de modelos veterotestamentarios, ni menos de modelos de un orden sacerdotal tal como es conocido en la historia de las religiones. El que pregunta está remitido únicamente a la fuente del NT, y, consiguientemente, los modelos que se ofrecen o imponen desde fuera deben ser utilizados con toda precaución crí­tica.

II. Evolución histórica
Si consideramos el desarrollo histórico en la interpretación del ministerio eclesiástico por la aplicación del concepto que estudiamos, pueden distinguirse grosso modo las tres etapas siguientes: 1) La Iglesia primitiva, 2) la Iglesia de la edad media, 3) crisis y reflexión de la edad moderna.

1. La Iglesia primitiva
Para la inteligencia del ministerio de la Iglesia es decisiva la vocación y misión de los “doce”, cuya peculiaridad – visible ya en vida de Jesús – es la estrecha unión con la obra salvadora de Cristo. Ellos ejecutan el mandato que recibió también Cristo; su destino es semejante al de Cristo; su hablar y obrar acontece por el pleno poder y la autoridad de su servicio. La denominación posterior de “-> apóstol” apunta en dirección a esa dependencia y al mandato de predicar el evangelio. La estrecha unión del ministerio eclesiástico con el mandato de Cristo se mantuvo, después de su partida, por la fe en el Señor resucitado, que era sentido como presente en su Iglesia, y por la confirmación de la misión en la mañana de pentecostés. A la tarea de la predicación se agregó la de la ordenación de las nacientes Iglesias, como representación visible de Cristo resucitado y por encargo suyo. La ulterior propagación hizo necesario el nombramiento de colaboradores de los apóstoles. Aquéllos recibí­an su autoridad de los apóstoles, y la legitimidad del ejercicio de la misma se fundaba en su dependencia de éstos. Así­ nacieron los colegios de ancianos (presbyteroi); en ellos se desarrolló el oficio de su presidente (épí­skopos). Juntamente apareció un tercer oficio, el de los diákonoi (cf. Act 6, 1-7).

Paralelamente a la diferenciación externa del ministerio eclesiástico se desarrolló la concepción interna del mismo: servicio y, con ello, autoridad – distinta de la fundada en toda otra idea polí­tica y religiosa – sobre la unidad y ordenación de las Iglesias por la palabra, los sacramentos y la conducta personal; potestad de dirección o gobierno y poder de obrar y hablar en nombre de todos (constitución colegial con cabeza monárquica), por mandato de Cristo y en representación suya.

La etapa de evolución que aparece en las Cartas pastorales, permite reconocer una trasmisión permanente de este poder ministerial a los particulares, así­ como la formación de acciones de trasmisión en forma cultual y entendidas sacramentalmente (alusión a un rito de consagración en 1 Tim 4, 14; 2 Tim 1, 6). De acuerdo con la estructura fundamental del ministerio, junto a la función de predicar el evangelio apareció también la función de dirigir las acciones cultuales y sacramentales (cf. p. ej., Act 2, 42.46; 6, 4; 13, Iss; 8, 1518; 197 6; Sant 5, 14; 1 Cor 11, 25; Lc 22, 19).

Sobre el trasfondo de la evolución en la inteligencia del ministerio eclesiástico, pudo darse luego el esclarecimiento de su función por la aceptación de los términos “sacerdote-sacerdocio” y de las representaciones anejas a ellos, tan pronto como se impuso la interpretación de la obra salví­fica de Cristo como consumación del ministerio sacerdotal. De todos modos, este sacerdocio ministerial de la Iglesia ha de definirse con más precisión a base de los datos neotestamentarios antes descritos: su acción es participación en el sacerdocio singular y definitivo de Cristo y no una magnitud independiente junto a él. Hace efectivo el obrar de Cristo en el espacio y el tiempo, pero no le añade nada nuevo. Es un obrar dentro de la Iglesia y del sacerdocio constituido por el bautismo y la confirmación de sus miembros, y no se sitúa, por ende, frente a este sacerdocio; no quita nada al carácter sacerdotal del pueblo de Dios, sino que está al servicio de su realización histórica. En cuanto este sacerdocio ministerial se confiere de por vida, funda en la Iglesia una existencia propia – la sacerdotal -, cuyo testimonio de Cristo en el mundo y ante el mundo puede ser distinto del testimonio dado por los que no tienen un oficio (-> laicos), y consiste precisamente en la ejecución de estas funciones ministeriales dentro de la Iglesia. Comoquiera que este ministerio aparece como un obrar en persona de Cristo, necesita, para legitimar su acción y su tí­tulo, que los ministerios particulares se inserten en la serie histórica de las personas establecidas por Cristo mismo al comienzo de la cadena (-> sucesión apostólica).

La época siguiente trajo primeramente la fijación de la diferenciación exterior del poder ministerial eclesiástico. Ignacio de Antioquí­a es el primer testigo de la distinción entre “obispo”, “presbí­tero” y “diácono”, y desarrolla una teologí­a del oficio episcopal. Luego apareció una teologí­a del sacerdocio, insinuada primero en Clemente de Alejandrí­a y más claramente – dentro del marco de la penetración teológica de la celebración eucarí­stica – en Hipólito (Traditio apostolica), Tertuliano y Eusebio.

2. La Iglesia de la edad media
En este periodo – desde la época de Constantino hasta la reforma protestante – factores varios contribuyeron a la forma de entender el sacerdocio ministerial de la Iglesia. Esos factores trajeron un valioso enriquecimiento, pero condujeron también acá y allá a un oscurecimiento de la base neotestamentaria acerca del sacerdocio. El acento se pone en una función – si bien la más alta – de entre las funciones sacerdotales: en la oblación del sacrificio eucarí­stico. De ahí­ que el sacerdocio se defina como potestas in corpus eucharisticum. Las restantes funciones pasan a segundo término. Se distinguen conceptualmente la potestad de orden y la de jurisdicción, no sin consecuencias para la inteligencia de su relación interna (-~ Iglesia, potestades de la). El diaconado se desvirtúa frente a la potestad de orden reservada al sacerdote, y se convierte en mera etapa de transición. El oficio del obispo – potestas in corpus mysticum – es visto sobre todo como potestad de jurisdicción, acá y allá se niega su carácter sacramental, y la relación entre obispo y sacerdote se restringe unilateralmente al plano jurisdiccional. La aparición del movimiento monacal y la imitación de sus formas de vida por parte del sacerdocio ministerial (-> celibato), trajeron un refuerzo de la forma carismática de este oficio o ministerio; pero donde se introdujo una valoración excesiva del homo spiritualis frente al hombre del mundo, el sacerdocio ministerial corrió riesgo de caer, desde la unidad originaria, en una contraposición, si no en una oposición con el laico. Circunstancias sociológicas contribuyeron a la formación de un estamento propio de los clérigos (cf. los -> privilegios de derecho civil); la formación de parroquias territoriales y la ingerencia en la organización de la cura de almas (p. ej., iglesias propias y de patronato), fundada sobre todo en la posesión del suelo, fortalecieron la independencia de los sacerdotes respecto del obispo.

3. Crisis y reflexión de la edad moderna
El primer indicio de la crisis moderna en la inteligencia tradicional del sacerdocio ministerial es la protesta de Lutero contra el abismo abierto entre -> clero y laicos, que a su juicio se daba en la Iglesia medieval. Lutero resaltó nuevamente el sacerdocio general de todos los fieles. Con ello no niega el hecho de un ministerio espiritual como servicio de la palabra y los sacramentos, ni su institución por Cristo. Pero sí­ niega la necesidad de una peculiar calificación religiosa conferida por el sacramento del -> orden, que capacitarí­a al cristiano bautizado y confirmado para el ejercicio de este ministerio y que se expresarí­a luego en el derecho canónico. La vocación sola basta; el bautismo y la confirmación confieren ya la capacidad fundamental. Al negar el carácter sacrificial de la -> eucaristí­a, se niega también que en este ministerio se ejerzan funciones sacerdotales. El magisterio de la Iglesia, sobre todo el concilio de Trento, insiste frente a esto en que hay en la Iglesia un sacerdocio externo, visible e instituido por Cristo (Dz 949 957 961 963), el cual se confiere por el sacramento del orden y no depende de la voluntad del Estado o del pueblo cristiano (Dz 2301); además, la peculiaridad de este sacerdocio ministerial consiste – a diferencia del sacerdocio general de los fieles – en que sólo el sacerdote ordenado puede celebrar la eucaristí­a en nombre de Cristo y así­ “sacrifica” de manera auténtica y es, por consiguiente verdadero “sacerdote” (Dz 957 961 2300), y en que, como consecuencia, a él están reservados otros poderes sacerdotales (sacramento de la -> penitencia, -> unción de los enfermos).

Diversos fenómenos modernos han tenido consecuencias graves para la inteligencia tradicional del sacerdocio ministerial: el cambio de la sociedad que habí­a acuñado el estamento y las formas de vida del clero; la destrucción, por obra de la secularización, de instituciones sacrales en la sociedad a favor de formas de organización puramente funcionales; el cambio de posición de la Iglesia en el mundo moderno, que equivale a una situación de -> diáspora, la cual, por otra parte, activa más y más a todos los miembros del pequeño rebaño, refuerza la solidaridad y orienta la reflexión más a lo común que a lo distinto; finalmente, el influjo de la praxis polí­tica (democracia) sobre la configuración de la convivencia dentro de la Iglesia y sobre el reconocimiento y ejercicio de su autoridad.

III. La doctrina del concilio Vaticano II
Las declaraciones del concilio Vaticano II (sobre todo Lumen gentium, n.° 10, 28; Christus Dominus, n.° 15, 28-32; Presbyterorum ordinis) ofrecen orientación para la necesaria reflexión nueva sobre la esencia del sacerdocio neotestamentario. El concilio confirma la existencia de un sacerdocio ministerial en la Iglesia, que debe su origen a la institución divina y se ejerce en distintos “órdenes” (obispos, sacerdotes y diáconos: Lumen gentium, n.° 28). Su definición formal incluye estos aspectos: la representación de Cristo en su Iglesia (p. ej., Sacrosanctum Concilium, n.° 7; Lumen gentium, n.° 21); participación en el oficio de Cristo como mediador, pastor y cabeza (Presbyterorum ordinis, n.° 1; Lumen gentium, n.° 28); poder de “obrar en persona de Cristo cabeza” (Presbyterorum ordinis, n.° 2). La descripción del contenido de este oficio es muy amplia: sus sujetos están puestos en nombre de Cristo para “dirigir la Iglesia por la palabra y la gracia de Dios” (Lumen gentium, n° 11). En este amplio marco hallan su lugar la predicación del evangelio, el servicio pastoral a los fieles y la celebración de la liturgia (cf. Lumen gentium, n.° 28). Los textos mencionados sacan la inteligencia del ministerio sacerdotal de la estrechez en que habí­a caí­do por la acentuación unilateral de su función ritual, y muestran que su plenitud de sentido sólo imperfectamente puede reproducirse por el concepto de “sacerdote”, si se toma éste – demasiado literalmente y sin crí­tica – de la tradición veterotestamentaria o incluso de la historia de las religiones. El sacerdocio neotestamentario se realiza en el culto (sacrificio y sacramentos), en la predicación de la palabra y en la potestad de dirigir; por eso, hay que recurrir para su esclarecimiento a la noción de lo “profético” y otras nociones.

La “plenitud del sacramento del orden” se encuentra en el oficio del obispo (-> episcopado; Christus Dominus, n° 15); lo cual, de cara a la perspectiva histórica, indica que la significación del episcopado no debe restringirse a la potestad de jurisdicción. De ahí­ se sigue para la configuración de la relación obispo-sacerdotes, que éstos no son sólo sus súbditos, sino en primer término sus colaboradores (p. ej., ibid., n.° 15), los cuales participan en la plenitud de su potestad de orden y la ejercen de acuerdo con la constitución propia de la Iglesia en la comunidad del presbiterio (cf., p. ej., Lumengentium, n.° 28; Christus Dominus, n° 15, 28). Finalmente, también la restauración del diaconado “como grado jerárquico propio e independiente” (Lumen gentium, n.° 29) contribuye a la más plena inteligencia de la plenitud del ministerio eclesiástico.

El sacerdocio ministerial se distingue del sacerdocio general de los fieles “por su naturaleza y no sólo por el grado mayor” (ibid., n.° 10). Por eso se confiere su poder por un sacramento propio y sus sujetos están marcados por un “carácter” especial (Presbyterorum ordinis, n.° 2). Sin embargo, los presbí­teros no se ordenan para su propio perfeccionamiento, sino para “servicio de sus hermanos” (Lumen gentium, n.° 18). De ahí­ se sigue que el sacerdocio ministerial no se interpone entre Dios y el sacerdocio general de todos los fieles, sino que, más bien, prepara a éste el camino para su consumación escatológica.

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2. SOBRE EL CONCEPTO DOGMíTICO DEL SACERDOCIO MINISTERIAL Y SOBRE EL CONCEPTO DEL ESTADO SACERDOTAL: Documentos pontificios: Pí­o X. Exhortación “Haerent animo”: ASS 41 (1908) 555-577; Pí­o XI, encí­cl. “Ad catholici sacerdotii”: AAS 28 (1936) 5-53; Pí­o XII, exhortación “Menti nos-trae”: AAS 42 (1950) 657-702; Juan XXIII, encí­cl. “Sacerdotii nostri primordia”: AAS 51 (1959) 545-579; Sacerdotis imago. Documentos papales sobre el sacerdocio desde Pí­o XII hasta Juan XXIII; Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia “Lumen Gentium” AAS 57 (1965) 5-75; idem, Decreto sobre la vida y ministerio sacerdotal “Presbyterorum Ordinis” AAS 58 (1966) 991-1024; idem, Decreto sobre la formación sacerdotal “Optatam totius”: ibid. 713-727. – J. A. Möhler, Der ungeteilte Dienst (1828, Sa 1938); R. Molitor, Vom Sakrament der Weihe, 2 vols. (Rb 1938); G. Thils, Nature et spiritualité du clergé diocésain (Brujas 21948); M. Löhrer, Priestertum im Zeugnis der Kirchenväter (Lz 1951); J. Sellmair, Der Pries-ter in der Welt (Rb °1953); J. C. Heeman, Der Welt-Priester (Fr 1954); J. Crottogini, Werden und Krise des Priesterberufes (Ei Z – Kö 1955); J. Col-son, Les fonctions ecclésiales aux deux premiers siécles (Brujas – P 1956); J. Lécuyer, Le sacerdoce dans le mystére du Christ (P 1957); idem, Prétres du Christ (P 1957); K. Rahner, Die Gnade wird es vollenden (Mn 1957); Rahner III 197-204 271-296; K. H. Schelkle, Discí­pulos y apóstoles (Herder Ba 1965); M. Pfliegler, Priesterliche Existenz (I ‘1958); O. Semmelroth, Das geistliche Amt (F 1958); L. Bouyer, El sentido de la vida sacerdotal (Herder Ba 21967); H. v. Campenhausen, Die Anfänge des Priesterbegriffs in der alten Kirche: Tradition und Leben (Aufsätze) (T 1960) 272-289; M. Fray-mann: CollBrugGand 6 (1960) 520-528 (bibliografí­a); H. U. v. Balthasar, H. Stenger, Wissenschaft und Zeugnis (Sa 1961); E. Suhard, Der Priester in der Welt (Dt. Mn 1961); J.M. Perrin, Le mystbre du prétre (P. 1962); R. Hostie, Le discernement des vocations (Malinas 1962); Vocations religieuses et monde moderne (Actes du Congrés International de Rome 1961) (P 1963); F.X. Arnold, Wesen und Wesensfunktion des kirchlichen Priestertums: GuL 36 (1963) 192-204; Der Priester im Anruf der Zeit (W 1963); T. Lindner y otros, Priesterbild und Berufswahlmotive (W 1963); Schmaus D° IV/1 (bibl.); C. Dumont, Pour une conversion “anthropocentrique” dans la formation des clercs: NRTh 87 (1965) 449-465; J. Galot, Le sacerdoce dans la doctrine du Concile: NRTh 88 (1966) 1044-1060; J. Mühlmann, Um ein neues Priesterbild: GuL 39 (1966) 425-441; O. Schreuder, Der professionelle Charakter des geistlichen Am-tes: Der Seelsorger 36 (W 1966) 320-335; L’équipe sacerdotale une équipe de Fils de la Charité (P 1966); F. Wulf, Stellung und Aufgabe des Priester nach dem II. Vatikanischen Konzil: GuL 39 (1966) 45-61; J. Giblet, Sacerdotes de segundo orden: Baraúna II 893-916; J. Duquesne, Der P. Struktur, Krise und Erneuerung (dt. W – Mn 1966); Alvarez, Las grandes escuelas de espiritualidad en relación con el sacerdocio (Herder Ba 1963); E. Schülebeeckx, El celibato ministerial (Sí­g Sal 1968); J. M. Llanos, Sacerdotes del futuro (Desc Bil 1968); H. Küng, ¿Sacerdotes, para qué? (Herder Ba 1973); R. Panikkar, Das Priestertum: Offenbarung und Verkündigung (Fr 1967) 88-132; F. Klostermann: LThK Vat II 309-355; J. Ch. Hampe (dir.), Die Autorität der Freiheit II (Mn 1967) 1-269; A. Antweiler, Der Priester heute und mor-gen. Erwägungen zum II. Vatikanischen Konzil (Mr 1967); W. H. Dodd, Towards a Theology of Priesthood: ThSt 28 (1967) 683-705; K. Rahner, Siervos de Cristo (Herder Ba 1971); P. Picard, Hinführung der zukünftigen Priester zum Knechts-dienst Christi. Zur Auslegung von Kap. 4 des Konzilsdekrets “Optatam totius”: GuL 40 (1967) 360-380; idem, Die gegenwärtige Diskussion um die priesterliche Existenz: GuL 41 (1968) 21-44; 0. Semmelroth, El pueblo sacerdotal de Dios y sus jefes ministeriales: Concilium n.° 31 (1968) 95-110; E. Dupuy, ¿Hay distinción dogmática entre la función presbiteral y la episcopal?: Concilium n.° 34 (1968) 81-94; J. Lécuyer – F. Wulf – P.J. Cordes – M. Schmaus: LThK Vat III 127-239.

3. SOBRE LA FORMACIí“N SECERDOTAL: Vaticano II, Decreto sobre la formación sacerdotal “Optatam totius”: AAS 58 (1966) 713-727; J. Delicado Baeza, Comentarios al decreto “Optatam totius” sobre la formación sacerdotal (E Cat Ma 1970); Conferencia episcopal alemana, El ministerio sacerdotal (Sí­g Sal 1970); – Rahner VI 135-166; O. Schreuder, Priesterbeelden: Tijdschrift voor theologie 5 (N 1965) 259-271; F. Klostermann, Priesterbild und Priesterbildung: Der Seelsorger 35 (W 1965) 299-316; J. Crottogini, Der Priesterberuf in der Krise der Zeit. Psychologische Aspekte der Berufsgenese: ibid. 242-251; M. O’Connell, The Priest in Education. Apostolate or Anomaly?: ThSt 26 (1965) 65-85; J. M. Lee – L. J. Putz, Seminary Education in a Time of Change (Notre Dame 1965); Die Ausbildung der Theologiestudenten in den westeuropäischen Ländern. Akten des zweiten Kongresses über die europäische Priester-frage, Europa-Seminar Rothem, 1.-3. 9. 1964 (Maastricht 1965); P. F. d’Arcy – E. C. Kennedy, The Genius of the Apostolate (NY 1965); Klerus zwischen Wissenschaft und Seelsorge. Zur Reform der Priesterausbildung. Beiträge im Westdeutschen Rundfunk, bajo la dir. de L. Waltermann (Essen 1966); Theologenausbildung im Umbruch: ThGI 56 (1966) 1-81 (bibl.); P. Piccard – E. Emrich, Priesterbildung in der Diskussion (Mz 1967); D. E. Hurley – J. Cunnae, Vatican II an Priests and Seminaries (Dublin – Ch 1967); J. M. Reuss, Zur Priesterbildung heute. (Überlegungen und Erfahrungen im Mainzer Seminar: Diakonia 2 (1967) 270-286; A. Antweiler, Ziel und Spielraum der Priesterbildung: ThGI 57 (1967) 411-426; J. Neuner: LThK Vat II 309-354; K. Rahner, Zur Neuordnung der theologischen Studien: StdZ 93 (1968) 1-21; idem, Zur Reform des Theologiestudiums (Fr 1969); A. Marananche, Al servicio de los hombres (Sí­g Sal 1969); Nicolau y otros, Sacerdotes y religiosos según el Vat. II; con referencia a “Ecclesiae sanctae” y “Sacerdotalis coelibatus” (Fax Ma 1969); A. Autweiler, El sacerdote de hoy y del futuro. Reflexiones en torno al Concilio Vaticano II (S Terrae Sant 1969); J. P. Audet, Matrimonio y celibato, ayer, hoy y mañana (Desclée Bil 1971); J. M. Castillo, ¡Hacia dónde va el clero? (PPC Ma 1971); G. Gómez Dorado, El sacerdote hoy y aquí­ (Per Soc Ma 1971); F. Urbina, Sacerdotes; crisis y construcción (PPC Ma 1971).

Ernst Niermann

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica

1. jiereus (iJereuv”, 2409), uno que ofrece sacrificio y tiene a su cargo lo que con ello se relaciona. Se utiliza: (a) de un sacerdote del dios pagano Zeus o Júpiter (Act 14:13); (b) de sacerdotes judí­os (p.ej., Mat 8:4; 12.4,5; Luk 1:5, donde se hace alusión a las 24 órdenes de sacerdotes señalados para el servicio en el templo, cf. 1Ch 24:4 :; Joh 1:19; Heb 8:4); (c) de creyentes (Rev 1:6; 5.10; 20.6). Israel habí­a sido señalada primariamente como nación de sacerdotes, para dar servicio a Dios (p.ej., Exo 19:6). Habiendo los israelitas renunciado a sus obligaciones (Exo 20:19), se seleccionó el sacerdocio aarónico para este propósito, hasta que Cristo viniera para cumplir su ministerio con la ofrenda de sí­ mismo; desde entonces el sacerdocio judí­o ha quedado abrogado, para ser restaurado nacionalmente, en favor de los gentiles, en el reino milenial (Isa 61:6; 66.21). Mientras tanto todos los creyentes, procedentes tanto del judaí­smo como de la gentilidad, están constituidos “un reino de sacerdotes” (Rev 1:6); véase más arriba, “sacerdocio santo” (1Pe 2:5), y “real” o regio (v. 9). El NT no conoce nada de una clase sacerdotal en contraste a los laicos; todos los creyentes deben ofrecer los sacrificios mencionados en Rom 12:1; Phi 2:17; 4.18; Heb 13:15,16; 1Pe 2:5; (d) de Cristo (Heb 5:6; 7.11,15,17,21; 8.4, negativamente); (e) de Melquisedec, como sombra que presagiaba a Cristo (Heb 7:1,3). 2. arquiereus (ajrciereuv”, 749), denota tanto a los principales sacerdotes, incluyendo a ex-sumos sacerdotes y a miembros de las familias sumo sacerdotales (p.ej., Mat 2:4; 16.21; 20.18; 21.15) como, en singular, al sumo sacerdote. Para una consideración extensa de este término, véase SUMO SACERDOTE. Nota: Para el adjetivo arquieratikos (Act 4:6), perteneciente al sumo sacerdocio, véase SUMO SACERDOTE.¶

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento

Este término (de sacerdos , del latín. De sacer = sagrado. O como dice S. isidoro, de “sacrum dans”,) ha tomado el significado de “sacerdos”, para el que no existen sustantivos en varias lenguas modernas (inglés, francés y alemán). El sacerdote es el ministro del culto divino y en especial del mayor acto de culto, el sacrificio. En este sentido, toda religión tiene sus sacerdotes, que ejercen funciones sacerdotales más o menos elevadas, como intermediarios entre el hombre y la Divinidad (cf. Heb. 5,1: “porque todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por los pecados”). En distintas épocas y en distintos países se pueden encontrar múltiples e importantes diferencias: el sacerdote propiamente dicho puede ser ayudado por ministros menores de diversa índole; puede pertenecer a una clase o casta especial, a un clero, o puede ser como cualquier otro ciudadano, excepto en lo que concierne a sus funciones sacerdotales; puede ser miembro de una jerarquía o, por el contrario, puede ejercer un sacerdocio independiente (por ejemplo, Melquisedec, Heb. 7,1-33); por último, los métodos de reclutar ministros para el culto, los ritos por los que reciben sus facultades y la autoridad que los establece como tales pueden ser todos distintos. Sin embargo, dentro de estas diferencias accidentales hay una idea fundamental común a todas las religiones: el sacerdote es la persona nombrada por autoridad para rendir homenaje a Dios a nombre de la sociedad, incluso la sociedad primitiva de la familia (cf. Job 1,5) y ofrecerle sacrificio (en el sentido amplio, pero sobre todo en el sentido estricto de la palabra).

Dejando de lado cualquier análisis adicional del concepto general del sacerdocio, y omitiendo toda referencia al culto pagano, debemos llamar la atención a la organización dentro del pueblo de Dios de un servicio Divino con ministros propiamente llamados: los sacerdotes, el clero inferior, los levitas y su cabeza, el sumo sacerdote. Conocemos las reglas detalladas contenidas en el Levítico en cuanto a los distintos sacrificios ofrecidos a Dios en el Templo de Jerusalén y el carácter y los deberes de los sacerdotes y levitas. Sus filas eran reclutadas no por libre decisión de los individuos sino por descendencia de la tribu de Leví (en especial de la familia de Aarón), quien había sido llamado por Dios a su servicio ritual con exclusión de todos los demás. Los ancianos (presbyteroi) formaban una especie de consejo, pero no tenían facultades sacerdotales; fueron ellos quienes se pusieron de acuerdo con los príncipes de los sacerdotes para aprehender a Jesús (Mt. 26,3). Este nombre de presbítero (anciano) ha pasado a significar dentro del cristianismo el ministro del servicio Divino, el sacerdote.

La ley cristiana tiene también necesariamente sus sacerdotes para oficiar el servicio Divino, cuyo acto principal es el Sacrificio Eucarístico, la representación y renovación del Sacrificio del Calvario. Este sacerdocio tiene dos grados: el primero, total y completo, al cual pertenecen los obispos; el segundo, una participación incompleta del primero. El obispo es realmente un sacerdote (sacerdos), e incluso un sumo sacerdote; tiene el control principal del culto Divino (sacrorum antistes), es quien preside las reuniones litúrgicas; tiene la plenitud del sacerdocio y las facultades para administrar todos los Sacramentos. El segundo grado corresponde al sacerdote (presbyter), quien es también un sacerdos, pero de segundo rango (“secundi sacerdotes” Inocencio I ad Eugub.); por su ordenación sacerdotal queda facultado para ofrecer el sacrificio (es decir, para celebrar la Eucaristía), para perdonar los pecados, para bendecir, para predicar, para santificar y en otras palabras, para cumplir los deberes litúrgicos no reservados o las funciones sacerdotales. En el ejercicio de estas funciones, sin embargo, está sujeto a la autoridad del obispo a quien le ha prometido obediencia canónica; inclusive en algunos casos requiere no sólo la autorización sino la jurisdicción, particularmente para perdonar pecados y para ser cura de almas. Además, ciertos actos de las facultades sacerdotales que afectan la sociedad de la que el obispo es la cabeza, están reservados a éste último (por ejemplo, la Confirmación, el rito final de la iniciación cristiana, la ordenación, por la que se reclutan las filas del clero y la consagración solemne de los nuevos templos erigidos a Dios. Las facultades sacerdotales son conferidas a los sacerdotes por la ordenación sacerdotal y es ésta ordenación la que los coloca en el nivel jerárquico más alto después del obispo.

Puesto que el término sacerdos se aplicaba tanto a los obispos como a los sacerdotes, y sólo se puede ser presbítero por la ordenación sacerdotal, el término presbítero pronto perdió su significado original de “anciano” y se aplicó únicamente al ministro del culto y del sacrificio (de ahí nuestro sacerdote). Sin embargo, originalmente los presbyteri eran miembros del concejo supremo que, bajo la presidencia del obispo, administraba los asuntos de la Iglesia local. No cabe duda de que, en términos generales, estos miembros sólo ingresaban al presbiterado mediante la imposición de manos que los convertía en sacerdotes; sin embargo, el hecho de que pudiera haber presbyteri que no fueran sacerdotes se ve en los cánones 43-47 de San Hipólito (cf. Duchesne, “Origines du culte chretien”, append.), en donde se ve que algunos de los que habían confesado la fe ante los tribunales eran admitidos al presbyterium sin ordenación. No obstante, estas excepciones eran simples casos aislados y, desde tiempos inmemoriales, la ordenación ha sido la única forma de ingresar al orden presbiteral. Los documentos de la antigüedad nos muestran a los sacerdotes como el concilio permanente, asesores del obispo, a quien rodean y ayudan en las funciones solemnes del Culto Divino. En ausencia del obispo, lo sustituye un sacerdote, quien preside en su nombre la asamblea litúrgica. Los sacerdotes lo sustituyen, especialmente en los distintos lugares de la diócesis a los que han sido asignados por él; en ese lugar, atienden el Servicio Divino, como lo hace el obispo en la ciudad episcopal, con excepción de ciertas funciones reservadas a este último, y las otras que se celebran con menos solemnidad litúrgica. A medida que se fueron multiplicando las iglesias en campos y ciudades, los sacerdotes las han atendido bajo título permanente, convirtiéndose en rectores o titulares de las mismas. Así, el vínculo que une a estos sacerdotes a la iglesia catedral se fueron debilitando cada vez más mientras que se fortalecía en el caso de quienes servían en la catedral con el obispo, (es decir, los canónigos); al mismo tiempo, el clero menor comenzó a reducirse dado que los clérigos pasaban por los órdenes menores sólo para llegar a la ordenación sacerdotal, indispensable para la administración de las iglesias y el ejercicio del ministerio útil entre los fieles. Por lo tanto, el sacerdote no estaba generalmente unido a una determinada iglesia o conectado con una catedral. Por consiguiente, el Concilio de Trento (Ses. XXIII, cap. XVI, renovando el canon VI de Calcedonia) recomienda que los obispos no ordenen más clérigos de los necesario o útiles para la iglesia o para el establecimiento eclesiástico al que se van a afiliar y al que van a servir.

La naturaleza de este servicio depende especialmente de la naturaleza del beneficio, oficio o función asignada al sacerdote; el Concilio desea específicamente (cap. XIV) que los sacerdotes celebren Misa por lo menos los domingos y días de fiesta, mientras que los que tienen encargo de cura de almas deben celebrar con la frecuencia que su oficio lo exija.

Por lo tanto, no es fácil decir, en forma que se pueda aplicar a todos los casos, cuáles son los deberes y derechos de un sacerdote; ambos varían considerablemente en casos individuales. Por su ordenación, el sacerdote queda investido de facultades más que de derechos; el ejercicio de estas facultades (celebrar Misa, perdonar pecados, predicar, administrar los sacramentos, dirigir y cuidar al pueblo cristiano) está reglamentado por la ley común de la Iglesia, por la jurisdicción del obispo y por el oficio o cargo de cada sacerdote. El ejercicio de las facultades sacerdotales es tanto un derecho como un deber para los sacerdotes encargados de la cura de almas, ya sea a nombre propio (como los párrocos) o como auxiliares (es decir, los curas parroquiales). Excepto en los asuntos de la cura de almas, las funciones sacerdotales son también obligatorias en el caso de sacerdotes que tengan cualquier beneficio u oficio en una Iglesia (por ejemplo, los canónigos); de lo contrario, estas funciones son opcionales y su ejercicio depende de la aprobación del obispo (es decir, el permiso para escuchar confesiones o para predicar que se otorga a simples sacerdotes o a sacerdotes que no pertenezcan a la diócesis). En el caso de u sacerdote que sea totalmente libre, los moralistas limitan sus obligaciones, en la medida que concierne al ejercicio de sus facultades sacerdotales, a la celebración de la Misa varias veces al año (San Alfonso María de Ligorio, 1. VI, no.313) y a la administración de los sacramentos en caso de necesidad, además del cumplimiento de otras obligaciones no estrictamente sacerdotales (por ejemplo, el Breviario, el celibato). No obstante, los autores canónicos al no considerar ésta como una condición regular, sostienen que el obispo está obligado en este caso a asignar a dicho sacerdote a una iglesia y a imponerle algún deber, aunque sea solamente la asistencia obligatoria a las ceremonias solemnes y a las procesiones (Inocencio XIII, Constitución “Apostolici ministerii”, 23 de marzo de 1723; Benedicto XIII, Const. “In supremo”, 23 de septiembre de 1724; Concilio Romano de 1725, tit. VI, c. II).

En cuanto a la situación material del sacerdote, sus derechos están claramente estipulados en el derecho canónico, que varía considerablemente con la condición actual de la Iglesia en distintos países. En principio, cada clérigo debe recibir desde su ordenación como subdiácono un beneficio, cuyos ingresos le garanticen un medio de vida respetable, si se ordena con un título de patrimonio (es decir, con la posesión de medios independientes suficientes para permitirle vivir en condiciones aceptables), tiene el derecho de recibir un beneficio tan pronto como sea posible. Prácticamente, este asunto surge rara vez en el caso de los sacerdotes, puesto que los clérigos se ordenan por lo general con el título de servicio eclesiástico y no pueden desempeñar debidamente un cargo remunerado a menos que sean sacerdotes. Cada sacerdote ordenado con el título de servicio eclesiástico tiene, por lo tanto, el derecho de pedir al obispo, y el obispo tiene la obligación de asignarle, un beneficio de servicio eclesiástico que le garantice los medios suficientes para llevar una vida respetable; en este oficio, el sacerdote tiene el derecho de cobrar las sumas asignadas a su ministerio, incluyendo las ofrendas que la costumbre legítima le permita recibir o inclusive exigir con ocasión de ciertas celebraciones específicas (estipendios por Misas, derechos curales por entierros, etc.). Incluso en su vejez o enfermedad, un sacerdote que se haya hecho indigno y que no pueda ya cumplir con las funciones de su ministerio, continúa estando bajo la responsabilidad de su obispo, a menos que se hayan hecho otros arreglos. Es evidente, por lo tanto, que los derechos y deberes de un sacerdote están, en realidad, condicionados por su situación. (Ver BENEFICIO; PASTOR; PARROCO; SACERDOCIO.)

Bibliografía: Ver bibliografía de Órdenes Sagrados y sacerdocio; consultar también PHILLIPS, Droit ecclesiastique (trad. al francés., París, 1850), 36; MANY, Proelectiones de sacra ordinatione (París, 1905), n. 16; y las colecciones de ZAMBONI y de PALLOTTINI, s.v. Presbyteri (simplices).

Fuente: Boudinhon, Auguste. “Priest.” The Catholic Encyclopedia. Vol. 12. New York: Robert Appleton Company, 1911.
http://www.newadvent.org/cathen/12406a.htm

Traducido por Rosario Camacho-Koppel. L H M

Nota Bene: el sub diaconado fue supreso por Pablo VI.

Enlaces internos

[1] Guarda del depósito.

[2] Sucesión Apostólica.

[3] La Sucesión Apostólica (Bertrand de Margerie).

[4] Poder de las llaves.

[5] Órdenes Sagradas

[6] El sacerdote y los santos difuntos.

[7] El Corazón de María es el Corazón de la Iglesia (I).

[8] El Corazón de María es el Corazón de la Iglesia (II)

[9] Homilía.

[10] Examen de conciencia cuaresmal.

[11] Pecado y la conversión del Hijo pródigo que soy.

[12] La confesión.

[13] “Yo te absuelvo de todos tus pecados”.

[14] El sacerdote liga al penitente mediante una pena.

[15] Ordenación Anglicana inválida.

[16] Ordenación Anglicana: origen de la invalidez.

[17] Ordenación sagrada de una mujer: Absurdo, desmán, aberrante, abominación y sacrilegio.

[18] Ordenación sagrada de una mujer contraria a la Tradición Apóstolica.

[19] Orden.

[20] Melquisedec.

[21] Sacrificio de la Misa.

[22] Piedad Sacerdotal.

[23] Celibato Sacerdotal.

[24] Vocación.

[25] Sacramentos.

[26] Sacerdocio en Aci prensa.

Oraciones recomendadas a los sacerdotes

[27] Letanías al Buen Pastor.

[28] Letanías Reparadoras al Corazón de María

[29] Letanías de la Preciosa Sangre de Jesús.

[30] Letanías de la dulcísima Sangre.

[31] Letanías a voluntad de Dios.

[32] Letanías al Sagrado Corazón de Jesús.

[33] Preces en forma de letanías al Santísimo Sacramento.

[34] Desagravios al Señor en paso de la cruel bofetada.

[35] Decenario de la Pasión en sufragio de las almas del Purgatorio.

[36] Oración “Oh Buen Jesús de mi alma”.

[37] Oración Universal para todo lo concerniente a la salvación.

[38] Invocaciones al Ángel de la Guarda.

[39] Letanías a los Ángeles Guardianes.

Fuente: Enciclopedia Católica