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Miércoles, 28 de septiembre de 2011

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Historia

Biblia y traducción (25): «Tomó una arquilla de juncos y la calafateó»

Por Juan Gabriel López Guix

«No pudiendo ocultarle más tiempo, tomó una arquilla de juncos y la calafateó con asfalto y brea, y colocó en ella al niño y lo puso en un carrizal a la orilla del río». Este versículo (Éxodo 2:3) pertenece al pasaje en que, tras la orden real de asesinar a todos los varones judíos recién nacidos, la madre de Moisés utiliza una estratagema para salvar a su hijo, que finalmente es adoptado por la hija del faraón.

La palabra hebrea tevah («caja»), traducida en la versión citada de Reina-Valera (1960) por «arquilla» (Jerusalén: «cestilla»; Katznelson: «canasta»), es la misma con que se describe la nave en la que Noé se salvó del diluvio. No deja de resultar curiosa la descripción de su calafateado, con brea y además con asfalto, un material no típico de Egipto. El relato se inscribe en el género del héroe abandonado, con ejemplos en múltiples culturas (como el caso del griego Perseo), si bien el paralelismo con el diluvio y la referencia al asfalto parecen apuntar hacia la reutilización de un material oriental. Conocemos por unas tablillas del siglo vii a. e. c., copia de textos y tradiciones anteriores, la leyenda de Sargón de Acad (siglo xxiv a. e. c.), rey semita conquistador de Sumer y fundador del imperio acadio:

Soy Sargón, el rey poderoso, el rey de Agadé.
Mi madre fue gran sacerdotisa, a mi padre no lo conocí.
El (los) hermano(s) de mi padre amaba(n) las colinas.
Mi ciudad es Azupiranu, situada en las orillas del Éufrates.
Mi madre, la gran sacerdotisa, me concibió, en secreto me dio a luz.
Me puso en una cesta de juncos, con betún selló la tapa.
Me lanzó al río, que no se alzó (sobre) mí.
El río me transportó y me llevó a Akki, el aguador.
Akki, el aguador, me sacó cuando hundía su p[o]zal.
Akki, el aguador, [me aceptó] como hijo suyo (y) me crió.
Akki, el aguador, me nombró su jardinero.
Mientras era jardinero, Ishtar me otorgó (su) amor,
y durante cuatro y […] años ejercí la realeza.

Sargón (en acadio, Sharru-kinu, «rey legítimo») es sacado del río por Akki, encargado de sacar del agua; el rescate de Moisés es llevado a cabo por la hija del faraón, quien inscribe el salvamento en el propio ser del salvado al llamarlo con la acción salvadora. En efecto, el texto hebreo no puede evitar, unos versículos más abajo, el juego entre el nombre dado al niño, moshe, y la palabra mashah, «sacar». La Nueva Biblia Española (1975) de Luis Alonso Schökel y Juan Mateos, la traducción literariamente más atrevida de las realizadas en castellano, traslada: «Cuando creció el muchacho se lo llevó a la hija del Faraón, que lo adoptó como hijo y lo llamó Sacado, diciendo: “Lo he sacado del agua”» (2:10). Para nosotros es juego de palabras lo que antaño fue prueba de lo ineluctable del designio divino y de la fusión entre la palabra y el mundo. Además, a nuestra mirada cargada de recelo no pasa inadvertida la peculiaridad de que una princesa egipcia elija un nombre hebreo para el hijo que decide adoptar. En realidad, el nombre tiene un origen egipcio: la raíz verbal msy significa «nacer»; y el nombre ms, «hijo», nos resulta familiar como sufijo en nombres propios formados con un elemento divino, como el caso de los faraones Amosis, Tutmosis o Ramsés.

Ninguna de estas inconsistencias suscita la duda en nuestra primera recepción del relato. Por ello, no deja de sorprender cómo un simple escarbar en el familiar y simpático episodio del niño dejado con todas las cautelas entre los juncos del Nilo permita entrever enseguida los múltiples estratos de lenguas, tradiciones y concepciones del mundo que se entremezclan en el fertilísimo terreno de aluvión de nuestra historia cultural y que, en parte, encontramos cristalizados en las narraciones contenidas en el Libro.

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