¿Cómo se construye una novela histórica?

Sabemos ya que la novela histórica recoge elementos de la literatura y elementos de la historia; en efecto, escribir novela histórica es, ante todo, sí, novelar, pero también, en cierta manera, historiar: «En abrazo la Historia y la imaginación sientan las bases de la novela histórica», señala Felicidad Buendía[1]. A continuación me referiré a algunos aspectos que han de considerarse en la construcción de una novela histórica: la mezcla de elementos históricos y ficticios[2], la presencia de anacronismos y los personajes.

Historia y novela¿Cómo se combinan en estas obras el elemento ficticio y el elemento histórico? El equilibrio no siempre es fácil de lograr: «De la conveniente proporción de ambos y del logro de un equilibrio adecuado dependerá la calidad de la obra resultante»[3]. El novelista debe tener cuidado para no abusar de la parte histórica y caer en una pesada erudición que, si bien servirá para conseguir una buena reconstrucción arqueológica de aquella época en que sitúe la acción, por otra parte supondrá la destrucción de la novela como tal (es lo que sucede con Salammbô, de Flaubert, o con Doña Isabel de Solís, de Martínez de la Rosa[4]). Por el contrario, si descuida en exceso el aspecto documental, la novela perderá el derecho a apellidarse histórica, degenerando hacia un tipo de novela con un vago fondo histórico pero en el que lo único importante para el autor es la aventura y la intriga novelesca. La dificultad de este subgénero narrativo histórico fue señalada ya por Ortega y Gasset en sus Ideas sobre la novela. Después de indicar que el novelista debe intentar «anestesiarnos para la realidad», añade:

Yo encuentro aquí la causa, nunca bien declarada, de la enorme dificultad —tal vez imposibilidad— aneja a la llamada «novela histórica». La pretensión de que el cosmos imaginado posea a la vez autenticidad histórica mantiene en aquella una permanente colisión entre dos horizontes. Y como cada horizonte exige una acomodación distinta de nuestro aparato visual, tenemos que cambiar constantemente de actitud; no se deja al lector soñar tranquilo la novela, ni pensar rigorosamente la historia. En cada página vacila, no sabiendo si proyectar el hecho y la figura sobre el horizonte imaginario o sobre el histórico, con lo cual todo adquiere un aire de falsedad y convención. El intento de hacer compenetrarse ambos mundos produce solo la mutua negación de uno y otro; el autor —nos parece— falsifica la historia aproximándola demasiado, y desvirtúa la novela, alejándola con exceso de nosotros hacia el plano abstracto de la verdad histórica[5].

Sin embargo, el novelista puede tratar de soslayar esa dificultad y conseguir el equilibrio deseado. Lo más habitual consiste en colocar la parte histórica, la ya predeterminada, como telón de fondo general, pues, en efecto, no se pueden cambiar los hechos históricos sucedidos ni el carácter de una época o de unos personajes conocidos (a menos que el fin perseguido por el autor no sea muy serio); la historia constituye así un elemento secundario sobre el que se desarrolla la trama inventada, el relato novelesco, lo que permite a la imaginación del novelista crear individuos y acciones particulares. De esta forma, sin falsear demasiado la historia y sin eliminar los elementos propios de la ficción literaria, la novela histórica, a la vez que histórica, puede seguir siendo novela. Así lo indica Ramón Solís Llorente:

El autor teje con dos hilos: con el de sus personajes que son mera creación y con el del dato histórico. Cuando le falta la documentación puede ampararse en la línea imaginativa. De esta forma puede ser prolijo o pasar como sobre ascuas por encima de las dificultades[6].


[1] Felicidad Buendía, «La novela histórica española (1830-1844)», estudio preliminar en su Antología de la novela histórica española (1830-1844), Madrid, Aguilar, 1963, p. 21.

[2] La relación entre historia y ficción, entre Poesía y Verdad, es un asunto complejo en el que se entremezclan cuestiones de Teoría de la Literatura, Teoría de la Historia y Filosofía de la Historia; no es mi intención profundizar en este interesante asunto, sino ofrecer unas simples notas de carácter general referidas al caso concreto de la literatura histórica. Cf. José Carlos Bermejo Barrera, «La Historia, entre la razón y la retórica», Hispania, vol. L, 1, 1990, núm. 174, pp. 237-276; y Lionel Gossman, Between History and Literature, Cambridge / Massachusetts / London, Harvard University Press, 1990.

[3] Román Álvarez, «Introducción» a Scott, El corazón de Mid-Lothian, Madrid, Cátedra, 1988, pp. 10-11.

[4] Jean Louis Picoche, Un romántico español: Enrique Gil y Carrasco (1815-1846), Madrid, Gredos, 1978, p. 349, señala que hay «dos hijos bastardos de la novela histórica: la seudo-crónica y la novela arqueológica».

[5] José Ortega y Gasset, Ideas sobre la novela, Madrid, Alianza Editorial, 1982, pp. 46-47.

[6] Ramón Solís Llorente, Génesis de una novela histórica, Ceuta, Instituto Nacional de Enseñanza Media, 1964, p. 44. Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «Retrospectiva sobre la evolución de la novela histórica», en Kurt Spang, Ignacio Arellano y Carlos Mata (eds.), La novela histórica. Teoría y comentarios, Pamplona, Eunsa, 1995, pp. 13-63; 2.ª ed., Pamplona, Eunsa, 1998, pp. 11-50.

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