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Caimanes en el Tayrona: ¡no se asusten, hay que celebrar!

Al menos 13 caimanes aguja, especie en peligro crítico, regresaron a la zona protegida.

Hace unos días, la Oficina de Parques Nacionales Naturales lanzó una alerta general: había presencia de caimanes aguja en el parque nacional Tayrona, uno de los más famosos y visitados del país.
Un caimán reposando en algún lugar de una zona protegida, llena de turistas, puede representar un gran riesgo.
Y sí, ese peligro se hizo evidente: según dijeron autoridades y funcionarios del lugar, una menor habría sido atacada allí por un cocodrilo el pasado 20 de julio, cuando jugaba en el agua de una ciénaga. Por fortuna está a salvo.
Los hechos siguen siendo confusos.  Pero mientras esta investigación avanza, los biólogos del lugar, sin desconocer el drama que esto supuso para una familia de la región, están complacidos porque estos animales volvieron a la zona luego de muchos años de ausencia. Allí debería haber miles, al fin al cabo es su hábitat y los humanos deben respetarlo.
El entusiasmo es porque se han avistado 13, en zonas como Los Naranjos, Cañaveral, Arrecife, El Cabo, Cinto, Gairaca y Chengue. Regresaron desde el mar, tal vez mientras buscaban lagunas costeras o medreviejas donde pudieran refugiarse, tener alimento y sitios para anidar. Es un indicador positivo, del buen estado de la zona de reserva, pero también un reto porque de no mantenerse las buenas condiciones ambientales, de la misma forma como vinieron puedes irse del lugar.
Más de una decena de individuos en una misma área protegida es un número importante para esta época en la que el Crocodylus acutus, como se le llama científicamente al caimán aguja, ha sido incluido en la lista negra de los animales en peligro crítico de extinción, según el Libro Rojo de Reptiles de Colombia.
Hace parte además del Apéndice I de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas
de Fauna y Flora Silvestre (Cites), que reúne a aquellas sobre las que se cierne el mayor grado de riesgo en el mundo.
Aunque la caza del caimán aguja se prohibió con la resolución 573 de julio 24 de 1969, expedida por el desaparecido Instituto Nacional de los Recursos Naturales, la ley llegó tarde y poco o nada se respetó.
Fue cazado en masa antes de los años 80 para usar su piel como materia prima en la fabricación de accesorios.
Pero además ha sufrido porque su hogar ha sido destruido para cambios en el uso del suelo. Se ha usado para hacer edificios e infraestructura.
Hoy no habría más de 250 ejemplares en vida silvestre y posiblemente se ven más en cautiverio que en pantanos, pozos o ríos, donde hace sus nidos.
Por eso, que se reanude la observación de caimanes en el Tayrona es motivo de esperanza.
No tanto entre la gente que no los conoce. “Se hizo una labor de etnozoología para saber qué posición tenía la comunidad frente al animal, y creo que aunque se necesita más información y señalización para evitar que pobladores lleguen a sitios frecuentados por los reptiles, los lugareños entendieron el valor de esta fauna tan especial”, explicó Nidia Farfán, bióloga y quien asesora al parque en el manejo de este proceso de conservación y quien afirma que convivir con el caiman aguja es un reto que demanda compromiso de las entidades ambientales, investigación y trabajo con las comunidades. Esto es necesario, porque es usual que las personas vean siempre a los caimanes como una amenaza y los maten, al pensar que interrumpen la pesca o pueden comer sus animales domésticos.
Pero para los expertos, estas solo son creencias que se relacionan con su aspecto agresivo. El biólogo Geovanni Ulloa, especialista en fauna silvestre y, tal vez, el colombiano que más sabe de cocodrilos, explica que aunque los ‘Acutus’ son animales cuya mordida puede causar daños mortales, su agresividad es baja, en comparación con algunas especies africanas y australianas.
Por eso, si no es molestado, si no se le lanzan piedras o palos para que se mueva, y se toman las medidas de seguridad apropiadas (como observarlo a una distancia prudente y no invadir sus espacios cuando tiene crías) las posibilidades de que ataque a una persona o a una gallina o un caballo, son nulas. Este animal permanece quieto durante horas en un intento por regular la temperatura y tener energía para cazar. A veces abren la mandíbula y la mantienen así por lapsos prolongados, no porque quieran atacar, simplemente es otra estrategia para ganar calor. “Ellos ven a un humano y salen corriendo”, dice Ulloa.
Y aunque para muchos resulten intratables, los cocodrilos son vitales porque, dentro de los humedales se comen a los animales débiles o enfermos e, incluso, sus cadáveres; de esta forma, contribuyen a limpiar los ecosistemas. En síntesis, donde ellos están, la pesca es buena, el humedal está sano y el manglar se mantiene intacto para prolongar la vida en los ríos.
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El caimán aguja, que puede llegar a medir siete metros, es una de las seis especies de cocodrilos que se encuentran en el país. Su población está extendida entre el sur de la Florida (EE.UU), América Central y Suramérica. En Colombia, vive en los valles de los ríos Magdalena, Atrato, Sinú, San Jorge, Cauca y en complejos humedales de la costa Caribe y el Pacífico. En El Catatumbo (Norte de Santander), el biólogo Giovanni Ulloa halló la población más numerosa del país en estado silvestre de los caimanes aguja. En 132 kilómetros de los ríos Sardinata, San Miguel, Nuevo Presidente y Tibú, contó 196 ejemplares, pero él explica que allí habría más de 1.500, es decir, una verdadera 'crocópolis'.
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