GLORIA DE DIOS

El objetivo de la creación y de la historia de salvación

La palabra “gloria” (“Kabod” en el Antiguo Testamento) indica el esplendor, la magnificencia, el “peso” o poder salví­fico y amoroso del mismo Dios. La “gloria” de Dios es como el alma de la revelación. No es sólo el reconocimiento por parte del hombre, sino la realidad divina en sí­ misma, que se manifiesta en la creación, en la historia y, de modo especial, en la revelación (historia de salvación). Esa manifestación divina es “gloria” (“doxa”, en griego), que debe ser reconocida por el hombre. “Los cielos cantan la gloria de Dios, la obra de sus manos anuncia el firmamento” (Sal 19,2). “No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino sólo a tu nombre da gloria” (Sal 115,1).

La “gloria” de Dios se refleja en las criaturas, puesto que éstas participan de su verdad, bondad y belleza. Por esto, el objetivo de la creación es la gloria de Dios, en el sentido de que “se realice esta manifestación y esta comunicación de su bondad para las cuales el mundo ha sido creado” (CEC 294). “La gloria de Dios es el hombre viviente y la vida del hombre es la visión de Dios” (San Ireneo, Adv. Haer., lib. IV 20,7,184). Así­, pues, se puede afirmar que “Dios procura, a la vez, su gloria y nuestra felicidad” (AG 2).

Quienes de algún modo han tenido una experiencia de Dios, como Moisés, desean ver su “gloria” “Múestrame tu gloria” (Ex 33,18). Es la “gloria” que se manifiesta ya de algún modo en el tabernáculo o en el templo (Ex 40,34; 1Re 8.10-11). Pero Dios quiere manifestar su gloria reuniendo a todos los pueblos (Is 66,18-19) por medio de una nueva Jerusalén llena de luz ((Is 60,1-3).

La historia humana camina con el dinamismo de alcanzar la gloria definitiva de Dios en el más allá, hacia el Padre por Cristo y en el Espí­ritu (cfr. Ef 2,18). La gloria de Dios se consigue construyendo el corazón humano, la comunidad eclesial y toda la comunidad humana, según el modelo de la comunión trinitaria.

La gloria de Dios en el misterio de Cristo

A la luz del misterio de Cristo, la humanidad pasa a participar de la gloria de Dios de un modo especial “Nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él… según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado” (Ef 1,3-6). La gloria de Dios consiste, para el cristiano, en hacerse (con ayuda de la gracia) expresión del mismo Cristo Hijo de Dios.

Jesús es “la gloria” del Padre, en el sentido de que en él, como Verbo encarnado (“el esplendor de la gloria” del Padre), está presente de modo personal la gloria de Dios (Heb 1,3), que nosotros “hemos visto” gracias a la fe (Jn 1,14). Por su resurrección, Jesús ha manifestado que es “el Señor de la gloria” (1Cor 2,8).

El objetivo de la redención de Cristo es la consecución de la gloria de Dios. La creación y la historia, bajo la acción divina, tienden hacia “la revelación de los hijos de Dios” (Rom 8,19), cuando todo, en Cristo, será “alabanza de su gloria” (Ef 1,6), y Cristo podrá presentar al Padre todas las cosas y toda la humanidad como “expresión” o “gloria” suya (1Cor 15,28). Todo hombre debe ser imagen de Dios, participando del ser de Cristo, que es imagen personal de Dios (cfr. Col 1,15) y “esplendor de su gloria” (Heb 1,3).

El mensaje de Navidad (“gloria a Dios en el cielo y paz a los hombres de buena voluntad”) encuentra eco positivo en todas las culturas religiosas y en todos los hombres de buena voluntad. El ideal que el cristianismo propone a toda la humanidad, es el de llevar a efecto el plan salví­fico del Padre, por Cristo Redentor, en la vida nueva del Espí­ritu Santo (cfr. Ef 1,3-14). La “gloria” de Dios consiste en que todo ser humano, en la integridad de su ser, participe de esta vida divina.

Toda la vida y obra de Jesús se desenvuelve para llevar a efecto la misión de glorificar al Padre “Te he glorificado sobre la tierra, he cumplido la obra que me encomendaste realizar” (Jn 17,4). La gloria de Dios se realiza cuando el hombre entra en el conocimiento vivencial de Dios Amor, revelado por Jesucristo “Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a quien enviaste, Jesucristo” (Jn 17,3; cfr. 1Pe 4,11).

Objetivo de la misión de la Iglesia

La actividad misionera de la Iglesia, por ser prolongación de la misión de Cristo, tiene como finalidad la gloria de Dios. Por medio de esta actividad, “Dios es glorificado plenamente, desde el momento en que los hombres reciben plena y conscientemente la obra salvadora de Dios, que cumplió en Jesucristo” (AG 7). “Esta gloria consiste en que los hombres reciben conscien¬te, libremente y con gratitud la obra divina realizada en Cristo y la manifiestan en toda su vida” (PO 2).

Gracias a Cristo resucitado, la humanidad puede recibir la “justificación” y llegar a la salvación definitiva, porque “a quienes Dios puso en camino de salvación, les comunicó su gloria” (Rom 8,30). Tender hacia la gloria de Dios equivale a vivir en esperanza, “aguardando la manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo” (Tit 2,13).

Referencias Adoración, alabanza a Dios, arte, culto, Dios.

Lectura de documentos AG 2-7; LG 2-4; CEC 293-294, 319.

Bibliografí­a H.U. Von BALTHASAR, La gloire et la croix (Paris, Aubier, 1965); Idem, Una estética teológica (Madrid, Encuentro, 1985-1989); M.J. LE GUILLOU, Dieu de la gloire, Dieu de la croix, en Evangelizzazione e Ateismo (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1981) 165-181; E. PAX, Gloria, en Conceptos fundamentales de la Teologí­a (Madrid, Cristiandad, 1979) I, 593-598; A. PEí‘AMARIA, El designio salvador del Padre, presupuestos teológicos de espiritualidad misionera Estudios Trinitarios 17 (1983) 407-425; F. RAURELL, Gloria, en Diccionario Teológico Enciclopédico (Estella, Verbo Divino, 1995) 418-419.

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

“G. de D.”, “dar gloria a Dios”, “obrar a mayor gloria de Dios” son expresiones fundamentales del acervo idiomático cristiano. Pero requieren una interpretación adecuada, pues, si se entendieran en forma demasiado antropomórfica, no podrí­an armonizarse con la –>transcendencia de Dios y, en consecuencia, con su –>amor absolutamente libre y desinteresado, que determina su actuación en el mundo.

I. En la Escritura
El contenido del concepto teológico de g. de D. en la Escritura se remonta en sus raí­ces al kábód Yahveh hebreo, que en los LXX es traducido con el término 861a. Esta traducción determina claramente el uso del vocablo 8ója en el Nuevo Testamento. La Vulgata traduce kábód y 86f;a por “gloria”.

1. “Káböd Yahveh” en el AT
El contenido originario del término “gloria” en el AT no es, como entre los griegos y romanos, la idea de un prestigio que provoca admiración y alabanza, de una fama llena de honor (cf. CICERí“N, Retórica, II 55). La gloria es, ante todo, el valor real, el poder medible, el peso del poder (kábód de la raí­z kbd = pesado, importante). Este sentido se empareja con el significado clásico de lo glorioso de la plenitud de luz, o de sabidurí­a o de hermosura, que es digna de alabanza. Yahveh revela y oculta a la vez su kábód en la nube y el fuego devorador (Ex 16, 7s; 16, 10; 24, 15-17; 40, 34s; 40, 38; Dt 5, 24), un fuego que lleva en sí­ el brillo del relámpago y el poder del trueno, y que da testimonio de la majestad inaccesible, poderosa y terrible de Dios. Esta manifestación de Yahveh significa para los afectados, o bien castigo, o bien auxilio benévolo (Lev 9, 6.23ss; Núm 14, 10; 16, 19, etc.), que exigen adoración y alabanza: Ex 15, 1: “Cantemos al Señor, porque ha hecho brillar su gloria”; Ex 15, 7; Sal 29, 1-9. Además de los prodigios, también el curso natural del mundo revela el kábód Yahveh, invitando a todos los pueblos a la alabanza: Sal 57, 6-12; 145, 1012; 147, 1.

2. La “doxa” en el NT
En Jesucristo se ha manifestado la gloria de Dios. £1 es el “resplandor de la 86Za” (de Dios), la imagen de su esencia (Heb 1, 3). La 8óJa del Padre se revela en la encarnación de su palabra (Jn 1, 14). Así­ el Evangelio es “la buena nueva de la 86 Z de Cristo” (2 Cor 4, 4). A través de él Dios hizo brillar la luz en nuestros corazones, “para que resplandezca el conocimiento de la 8óla de Dios en la faz de Cristo” (2 Cor 4, 6).

La presencia invisible de la 861a en el arca o en el templo de la antigua alianza (Ex 25, 8) para la santificación de los hombres ha sido sustituida por la -> encarnación de la palabra divina, que es la presencia personal y palpable de Dios entre los hombres (1 Jn 1; Jn 1, 14.16). Así­ como en tiempos la gloria estaba encubierta por la nube, ahora está por la condición humana de la palabra. Durante la vida terrena de Jesús la 861a brilla solamente en “signos”, descubriéndose únicamente al creyente (Jn 2, 11; 11, 40). En el anonadamiento el Hijo “honra” al Padre hasta la consumación de la obra redentora, y el Padre “honra” y “glorifica” al Hijo (Jn 12, 28; 17, 5). El resucitado es para Pablo el “señor de la 86Ja” (1 Cor 2, 8), En la -> parusí­a la 861a celeste de Jesús se revelará a todos (Mt 24, 30). En la transfiguración (Lc 9, 32), Pedro, Juan y Santiago experimentaron una anticipación de esta luz de la gloria; y también la experimentó Pablo ante Damasco (Act 9, 3).

La gloria del Hijo es también la gloria de los hijos de Dios; él conduce “a los muchos hijos hacia la gloria” (Heb 2, 10); éstos son participantes de su gloria (1 Pe 5, 1-4). Según Pablo el justificado ya participa de la gloria escatológica (2 Cor 3, 18; 4, 17), si bien en forma oculta y esencialmente en ->esperanza (Rom 8, 18). Hacia esta gloria se dirige la “expectación anhelante” de toda la creación (Rom 8, 19-23). “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres, objeto de su amor” (Lc 2, 14), anuncian las ángeles al aparecer Jesús en este mundo. La voluntad de Dios es que “el Padre sea glorificado en el Hijo” (Jn 14, 13; Flp 2, 11). Y también es voluntad de Dios que el Hijo sea glorificado en los hombres (Jn 17, 1-6). La glorificación de Dios, la de Cristo y la de los hombres están intrí­nsecamente relacionadas (2 Cor 4, 15); son frutos de un amor creciente, que llega a su plenitud en el “dí­a de Cristo” (Flp 1, 9ss; 1 Pe 11, 27; 2 Pe 3, 18). En el ->reino de Dios el ->culto no tendrá más expresión que la adoración y la acción de gracias en Jesucristo (Rota 16, 27; Jds 24-25; Ap 1, 4-7; 5, 13; ->visión de Dios).

II. Aspecto sistemático
Dios ha creado el mundo, “no para aumentar o adquirir su gloria, sino para revelar su perfección” (Vaticano i, Dz 1783; cf. 1805). La gloria de Dios es ante todo su interna perfección ontológica y su autoposesión amorosa en la santidad. A esta santidad y gloria está ordenada la creación, en la que Dios se revela, y esta revelación misma es ya la g. de D. “externa”: como “objetiva” o material. Pero la creación carecerí­a de sentido si, por encima de esta g. de D. “objetiva”, no hubiera seres que con conocimiento y amor libre pueden responder a la revelación de la gloria de Dios. La g. de D. “objetiva” sólo es tal como llamada a los seres espirituales para que glorifiquen “formal” y subjetivamente a Dios. Por eso el hombre negarí­a su propia esencia si pretendiera limitarse a la mera g. de D. objetiva (por el simple hecho de existir). Pero, en cuanto él da gloria a Dios, se perfecciona a sí­ mismo y recibe su propio honor por la participación de la gloria de Dios. “El Señor lo ha hecho todo para comunicarse”, dice Tomás comentando Prov 16, 4 (ST 1 q. 44 a. 4); e Ireneo escribe: “A los que ven a Dios, su gloria les da la vida…; la participación en la vida de Dios consiste en su visión y en el disfrute de sus bienes…; la gloria de Dios es el hombre viviente, y la vida del hombre es la visión de Dios” (Ad. haer. lV 19: PG 7, 1035ss).

1. Por tanto, g. de D. (“externa”) significa ante todo el comportamiento subjetivo, del reconocimiento con veneración del esplendor divino, o sea, el acto de adoración venerante del ~>misterio absoluto.

2. Ese acto se refiere a la revelación de Dios mismo, en cuanto a través de ésta se manifiesta el poderí­o de la gloria divina. Esta revelación de sí­ mismo se produce en – y va dirigida a – la ->creación, que por su ser y sobre todo por su respuesta revela la gloria de Dios y así­ alcanza su sentido. La insuperable revelación escatológica de sí­ mismo acontece en Jesucristo (cf. historia de la -> salvación).

3. La revelación de la g. de D. manifestada históricamente se funda en la plenitud de su ser, en su gloria y poderí­o internos, conocidos y afirmados por él mismo, los cuales no pueden ser violados desde fuera, o sea, por la criatura, y en este sentido constituyen su –a santidad.

Humbert Bouéssé

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica