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3 Parménides

Ahora daremos aquel paso hacia atrás que fue anunciado en su momento: pasar del segundo al primer gran maestro de Elea, Parménides, otro intelectual creativo, aunque de un género totalmente diferente, no comparable en nada con Zenón.

3.1. Parménides, Dante y… una auténtica columna sonora

Para entrar en contacto con Parménides, no hay nada mejor que partir de la lectura del poema o, al menos, de los primeros versos. Allí comienza contando un sueño o una visión, a la manera de Dante Alighieri. Dante contó que un día, a la edad de treinta y cinco años, se encontró, quién sabe cómo, en una selva oscura:

En medio del camino de nuestra vida

me encontré en una selva oscura,

en la cual la recta vía estaba perdida.

Parménides no hizo algo muy diferente. Él comienza diciendo que, cuando era todavía un koûros (tal vez, aunque no necesariamente, un muchacho de dieciséis o diecisiete años), se encontró sobre un carro en viaje, guiado por un grupo de jóvenes mujeres, casi unas diosas.

Las yeguas que me conducen hasta donde llega mi ánimo,

me impulsaron, pues, guiándome, me llevaron hacia el

       [camino de la diosa, rico en cantos.

(DK 28 B 1. 1-2)[1]

Se comprende al instante que también este antiguo poeta ha decidido sumergirnos en una situación misteriosa, a partir de las yeguas que, por lo que parece, toman la iniciativa, pero al mismo tiempo acompañan el deseo del muchacho. A su vez, el koûros (es decir, el mismo Parménides) se encuentra viviendo una experiencia anómala, no sabemos si en sueños o en estado de duermevela. Así como Dante no sabe decir por qué se encuentra en la selva oscura, tampoco Parménides sabe decir por qué se encuentra sobre ese carro. Sin embargo, como lectores, quedamos capturados por la ficción narrativa y aceptamos suspender la incredulidad. Continuemos con la lectura:

[…] Sí, por allí me llevaban las muy sensatas yeguas

tirando del carro y muchachas dirigían la marcha.

El eje emitía en los bujes un sonido de flauta

ardiente;

pues era empujado de ambos lados por dos

ruedas que giraban vertiginosamente, cuando se

       [apresuraban a acompañarme, animando

trabajosamente,

las muchachas Helíades, después de dejar la mansión

       [de la noche

en dirección a la luz, habiéndose sacado con las

manos

       [los velos de las cabezas.

Allí están las puertas de las sendas de la noche y del

       [día

y las rodean un dintel y un umbral de piedra;

ellas, etéreas, están provistas de grandes hojas.

Dike, la que venga pródigamente, tiene sus llaves de

       [doble uso.

Dirigiéndose a ella con blandas palabras, las

       [muchachas

la persuadieron prudentemente para que rápidamente

       [les sacara

de las puertas el cerrojo asegurado con clavijas. Y

       [ellas, volando, produjeron

una vasta abertura de las hojas, después de hacer

       [girar alternativamente

en los goznes los broncíneos ejes, ajustados

con pasadores y pernos; por allí precisamente,

en recto camino, las muchachas guiaron el carro y los

       [caballos.

Y la diosa me recibió benévola, tomó con su mano

mi mano derecha y me dirigió las siguientes palabras

[…]

(DK 28 B 1. 4-23)[2]

Las ruedas hacen ruido.

Las yeguas hacen ruido.

Las muchachas hablan.

Se percibe la fricción de los ejes movidos por las ruedas.

‏ 

‏ 

¿Animaban a las yeguas con la voz o con la fusta?

‏ 

‏ 

‏ 

‏ 

‏ 

‏ 

‏ 

‏ 

“¿Dónde quieren ir? ¡No se pasa!”

Voces de las muchachas.

Voces de mujer.

‏ 

‏ 

Ruido de la barra que es levantada o quitada.

Ruido de las puertas que se abren, haciendo fricción sobre los ejes.

‏ 

El carro se pone nuevamente en movimiento, el muchacho desciende y da algún paso.

Las palabras de bienvenida.

En la columna de la derecha, han sido señalados los ruidos que acompañan la narración porque el pasajero, más que observar con los ojos, parece escuchar y orientarse a través del flujo de los sonidos. En efecto, la persona que narra todavía no sabe bien dónde se encuentra y a dónde está yendo, pero sabe interpretar los ruidos que llegan a su oído. Una auténtica columna sonora virtual parece acompañar la narración.

Como dijo con entusiasmo Antonio Capizzi cuando se pudo visitar el sitio arqueológico de Elea[3], es necesario venir y ver en persona las excavaciones teniendo en el oído estos versos porque entonces la calle que conduce hacia arriba hasta la puerta (conocida como “Puerta Rosa”), se vuelve reconocible y asume un nuevo significado: se asemeja en modo sorprendente al trayecto del joven llevado por el carro, las yeguas y las muchachas. A su vez, la puerta que se abre sobre la cuenca a algunos cientos de metros del templo situado sobre la acrópolis tiende, según la hora del día, a recrear precisamente el efecto luz-oscuridad del que habla el poeta, ya que si el sol está de un lado, difícilmente estará también del otro y viceversa. Lo más importante es que, si uno va más allá de la puerta y, en vez de comenzar el descenso, se dirige hacia la derecha, puede imaginar que encuentra, nada menos, que la casa de la diosa. Se trata del sitio al que el personaje que narra el poema habría llegado y donde habría descendido del carro para hacer unos pocos pasos, subir algunos escalones, encontrar a la diosa, y tener el privilegio de tomar su mano y que le dirija la palabra.

Tenemos, por lo tanto, un intercambio: por un lado, el poema lanza una luz inesperada sobre el territorio de las excavaciones; por el otro, conocer los lugares ayuda a figurarse mejor, mucho mejor, el viaje fantástico narrado por el poeta. En efecto, le da un carácter concreto y una plasticidad incomparables. ¡Capizzi tenía un buen motivo para decir lo que dijo!

3.2. ¿Y después de esta escena inicial?

Lo que hemos leído es solo el inicio del poema. Conocemos otros de sus fragmentos y son numerosos, ya que poseemos 160 hexámetros.[4] ¿De qué hablan? Intentemos darles una ojeada.

Primer punto: Parménides imagina que la diosa va a instruirlo y aclara inmediatamente que esta quiere decirle dos discursos, presentarle dos tipos de saber muy diferentes entre sí, lo que es extraño. ¿Por qué dos tipos de saber y no uno? Leemos que la diosa dice a su joven interlocutor (es decir, a Parménides):

Acá termino para ti el razonamiento confiable y el

       [pensamiento

acerca de la verdad; a partir de acá, aprende las opiniones

       [de los mortales,

escuchando el orden engañoso de mis palabras.

(DK 28 B 8. 50-52)[5]

Fin de la primera parte, inicio de la segunda. Fin de la exposición de un primer tipo de saber, inicio de la exposición de un segundo tipo de saber muy diferente al otro y, aparentemente, no tan confiable.

Sorprende que la diosa hable de un saber de gran valor y de un saber decadente, de escaso valor. Pero si vemos qué cosa enseña, descubrimos que el saber de escaso valor no figura en ninguna parte. Las enseñanzas ofrecidas son todas de primer orden, aunque netamente diversificadas por el hecho de que algunas son abstractas y están fundadas exclusivamente en el razonamiento (el tratamiento sobre el ser) y otras se ocupan de los más diversos fenómenos naturales –se estudian el cielo, la forma de la tierra y varios organismos vivientes–. Todas estas enseñanzas expresan una gran maestría. En el tratamiento de tan diferentes temas, Parménides presenta discursos muy específicos que, no obstante, tienen características comunes, aunque ninguno se parece a la enseñanza sobre el ser. Sin embargo, nunca aparece el saber decadente que la diosa se apresuró a anunciar.

En consecuencia, muchos expertos buscaron comprender exactamente qué intentaba anunciar Parménides y qué idea de la totalidad de su poema nos invita a hacernos; sin embargo, estos hicieron un esfuerzo inútil porque el conjunto de sus enseñanzas referidas a la naturaleza, por más dañado que esté, existe, está documentado, es inteligible. Como intentaremos ver, se constata fácilmente que se trata de saberes ricos, creativos, incluso altamente profesionales y no del saber decadente que la diosa anunció. Dadas las circunstancias, será necesario reconocer que esta mención del saber decadente, por falta de referencias adecuadas, permanece desconocida para nosotros. Paciencia, diría yo. Avancemos.

3.3. Entonces ahora será el momento de las enseñanzas, ¿verdad?

Sí, es el momento de examinar un poco más de cerca estas enseñanzas. Pero se requiere un paso preliminar. Debo recordar que, en el siglo XXI, afloraron con la debida claridad dos cuestiones que impusieron (o sería mejor decir, que están imponiendo) un rediseño del perfil de Parménides.

Primero que nada, emergió la idea de que sería impropio hacer de él un filósofo, puesto que no tenía idea de la filosofía, no pudo contar con un camino ya marcado y, por lo tanto, no pudo desear proponerse como filósofo ni proponerse hacer algo filosófico. Cuando se habla de su filosofía sin especificar que, en el mejor de los casos, se trata de una filosofía virtual y, peor todavía, cuando es definido como “el gran filósofo del ser”, se termina dando a entender que él fue lo que no pudo ser: un filósofo. Si lo fue, lo fue sin darse cuenta de aquello que estaba haciendo y este no es un detalle para nada menor. No da lo mismo contar o no con un camino ya marcado porque, en el segundo caso, uno no puede decirse a sí mismo “tomo este camino de aquí”, sino que debe más bien abrirse paso, como cuando nos adentramos en un bosque sin senderos.

En segundo lugar, y de modo distinto a como todos enseñaron durante mucho tiempo, emergió la idea de que sus enseñanzas no se identificaban únicamente con la concepción y elaboración de la noción de “ser” porque, como ya señalé, está documentado también un vasto y creativo saber en materia de cielo, tierra y organismos vivientes (y también sobre un cuarto tema, como veremos). En estas condiciones, la relación privilegiada de Parménides con la enseñanza sobre el ser desaparece y esta se vuelve una enseñanza como cualquiera de las otras, algunas de las cuales son verdaderamente formidables. De nuevo, cambia todo, ya que este antiguo maestro se revela muy diferente de la imagen que de él se sostuvo de forma unánime en el curso del siglo XX y que muchos continúan sosteniendo. Es diferente porque es indudable (aunque en ese momento esto fue raramente reconocido) que Parménides se dedicó a investigar numerosos temas con igual intensidad, con igual competencia, con igual creatividad y alcanzando resultados de primer orden en algunos de ellos.

Es inevitable que, con cambios de esta magnitud, la fisonomía de Parménides asuma nuevas connotaciones. En efecto, puedo anticipar que en las páginas siguientes será delineado un “retrato” de Parménides que, a los ojos de cualquiera que haya tenido ocasión de hacer una lectura de algún libro sobre él, resultará sustancialmente irreconocible. Pero vivimos en el siglo XXI y es hora de poner fin a la costumbre de repetir acríticamente aquello que han afirmado nuestros bisabuelos y tatarabuelos.[6]

Después de esto, es momento de hablar de la primera noción que Parménides presentó con mucho énfasis en la primera parte de su poema y que le aseguró una excepcional visibilidad desde mucho antes que Platón y hasta hoy: el ser.

3.4. El ser

Empezamos por el ser porque fue el mismo Parménides quien colocó esta enseñanza al inicio y también porque aún hoy podemos leer gran parte de la información concerniente a este tema, aquella con base en la cual se pensó, por tanto tiempo, que él fue un filósofo de primer orden. La argumentación sobre el ser se desarrolla en casi setenta y cinco versos sobre un total de los aproximadamente 160 hexámetros que han llegado hasta nosotros.[7]

En esencia, Parménides, pudo descubrir –o mejor, crear, partiendo desde cero– la noción de “ser”, aislarla, aprender a usarla con el artículo (tò eón, “el ser”) y reflexionar sobre qué puede significar esta palabra. Al hacer esto, su mente debió ser llevada inmediatamente al contrario de “el ser” (o “lo-que-es”, o “lo-que-está”): el “no-ser” (tò mè eón).

Busquemos también nosotros comprender algo de esto. ¿Qué significa decir que una cosa no es o no está, por ejemplo, que hoy no hay uvas en casa, o bien que mi hermana no es una maestra sino una farmacéutica, o bien que, ahora no, pero en los días anteriores estuve muy enfermo? Todas las veces aparece el “no” y a muchos de nosotros esto nos parece normalísimo, como si pensáramos que así está bien, que en todo esto no hay nada extraño.

Pero Parménides tuvo una intuición absolutamente única. A propósito de lo-que-no-es (o no está) se preguntó: ¿es o no es? ¿Está o no está? Para nosotros, simples mortales, es normal que una cosa sea redonda y no cuadrada, que X estuvo (por ejemplo, en casa) y ahora no está más (salió); que Y (por ejemplo, una manzana) sea así de un lado, pero desde este otro no se presente del mismo modo. Muy pronto, él se debió convencer de que en esta manera de razonar hay algo que no cierra porque una cosa o está o no está y, por lo tanto, no puede estar a medias –por ejemplo, en el sentido de que estaba, pero no está más, o bien en el sentido de que es de un modo, pero no de otro–. Según él, cuando nos expresamos de esta forma, llegamos a decir que una cosa es y no es. Pero no: o se es o no se es. Y Parménides está segurísimo de esto.[8]

De esta manera, hace hincapié en el significado primario inherente a “es” o “no es” (o bien, “existe” o “no existe”). El significado primario es una afirmación absoluta, combinada con una negación absoluta, afirmación y negación que simplemente no tienen en cuenta nada, que prescinden de toda posible especificación como “aquí” y “allí”, “ahora” y “antes”, “para mí” y “para vos”, “de noche” y “de día”, “cuando estoy bien” y “cuando estoy mal”, “en casa” y “en el trabajo”, “en soledad” y “en compañía”, etc. Puedo afirmar que una cosa existe o no existe, pero no puede existir a medias, salvo que considere (y me rehúso a hacerlo) las variables, que son innumerables. Y ¿por qué podría rehusarme a tomarlas en consideración? Parménides lo hace en nombre de una palabra que, de por sí, no está asociada a nada (pero no está asociada a nada específico justamente porque él decidió, y eventualmente también nosotros decidimos, que así sea). La noción de “ser” por él introducida no está asociada a nada si se decide aislarla de todo posible contexto en los cuales la palabra podría estar inmersa. Parménides aisló el significado primario de esta noción, la absolutizó y comenzó a extraer las consecuencias que de ella se siguen. ¿Nosotros estamos realmente obligados a seguirlo?

Por ejemplo, afirma: una cosa que no es, ¿cómo hace para ser algo, si no es? Si no es, no debería ser parte de las cosas que son o de las que hablamos. Por lo tanto, si no es, debería tratarse de la pura nada. El puro “no es” no admite razones: o bien no existe y entonces no existe jamás en ningún sitio y de ninguna forma; o bien existe y entonces es y listo. Tiene la característica de ser y, al mismo tiempo, no tiene la característica de no-ser (de un modo o del otro). En consecuencia, para el “no ser” se presenta esta alternativa: o bien se resuelve en un “es” (en el simple “es”), o bien debe aceptar salir de escena de una vez por todas porque justamente no existe.

Este es el extraño punto de partida de Parménides. No sé si me estoy explicando. Su punto de apoyo no es tanto el ser, cuanto el no-ser, que según él no existe (no desde un cierto punto de vista, no solo cuando le parece, sino siempre y del todo). Para Parménides, incluso la presencia de un poco de “no es” es completamente inadmisible, como la misma noción lo indica. Por lo tanto, el “no existe” tiene una sola forma: la ausencia total, el cero absoluto.

“Jamás será demostrado que lo-que-no-es es”, declara. Y explica: “hay sólo dos vías: una es aquella que dice ‘es’, y es la vía de la persuasión; la otra es aquella que dice ‘no es’, y es un sendero completamente imposible de recorrer”. En consecuencia, “es” no puede nacer o perecer porque en tal caso surgiría desde la nada (desde un fantasmal “no es”) y, si dejase de existir, se resolvería en una nada. Pero si la nada es justamente nada, entonces “es” no tiene forma de nacer (desde la nada) y, aún menos, de disolverse (en la nada).

Entiendo que el discurso ya se hizo bastante complicado. En efecto, Parménides es obsesivo en su insistencia con razonamientos de este tipo. Su primera conclusión es que el “no es” no puede existir de ninguna forma, no existe para nada, y, por lo tanto, solo puede existir ese “es” que, en consecuencia, parece estar solo en el mundo porque es la única cosa que existe. En efecto, llega a escribir que el ser es una especie de “esfera bien redonda, inmóvil e inviolable”. ¿Una especie de inmensa roca? ¿O quizá una especie de divinidad? Parménides no se explica y es significativo que no se explique ni intente siquiera delinear algunas ideas al respecto. Se tiene la impresión de que se detuvo aquí deliberadamente. Por otro lado, es un hecho que este fue el punto de partida, el año cero de la construcción de un “saber” sobre el ser.

*

Su idea sobre el ser y el no-ser impresionó a los filósofos de todas las épocas. Sobre sus argumentos fueron escritos centenares de libros y se empezó a hacerlo verdaderamente muy pronto.

Quien comenzó fue una persona coetánea a Zenón –o apenas más joven–: Meliso de Samos[9], un intelectual que vivió a grandísima distancia de Elea. Este fue el primero en concentrar su atención únicamente sobre el discurso concerniente al ser, abandonando cualquier otra enseñanza parmenídea y tratando de reelaborar aquel discurso a su modo. Luego, otro coetáneo, Gorgias de Leontinos[10], volvió creativamente sobre el argumento de Parménides intentando no tomarlo demasiado en serio, sino más bien para jugar un poco y con gran maestría. En aquel período, también se ocupó del ser un tal Jeníades de Corinto, acerca del cual sabemos poquísimo. Tras esto, Euclides de Mégara y sobre todo Platón –y, quizás, no solamente ellos dos– volvieron a dar gran importancia al Parménides teórico del ser. Fue después el turno de Aristóteles, quien hizo la jugada decisiva. Él enseñó, entre otras cosas, que existe una “ciencia del ser en cuanto ser” y que esta es la “filosofía primera” –luego llamada “metafísica”–. A partir de esto, la noción de “ser” se transformó en una cosa que se sabe, una cosa que se estudia igual que la respiración y que se puede enseñar. El ser se volvió una hipóstasis, una cosa que ya existe, una realidad. Por su parte, Parménides terminó por ser considerado el “padre” del ser y de esa ciencia tan especial.

Se sabe que el neologismo “ontología” se comenzó a utilizar en los primeros años del siglo XVII por aparecer en la portada de un libro de Jacob Lorhard del año 1609 y luego, en uno de Rudolph Göckel del año 1613. Poco a poco, gracias a este neologismo, una rama específica de la filosofía llegó a ser denominada “ontología”. Tuvo mucha notoriedad el libro de Christian Wolff titulado Philosophia prima, sive ontologia (1730). Pero en la época, para los filósofos, era normal desde hacía tiempo saber y enseñar que la ontología constituye la parte general de la metafísica, mientras que las partes especiales de la metafísica son la teología natural, la cosmología y la psicología, que corresponden al saber sobre Dios, el mundo y el hombre. Nos alejamos ya muchísimo de Parménides y terminamos ignorando su obsesión. En efecto, él habría podido quizás objetar: “pero si la nada es nada, ¿cómo hacen para hablar de innumerables cosas, por ejemplo, de Dios que no es el mundo, del mundo con todos los innumerables objetos que lo pueblan y así sucesivamente?” No hay duda: ¡se desviaron del camino!

Llegamos así al siglo XX, cuando Martín Heidegger escribe Sein und Zeit (Ser y tiempo) en el año 1927 y Jean-Paul Sartre otro gran libro, L’être et le néant (El ser y la nada) en el año 1943. Ambas obras contribuyeron a hacer nuevamente de Parménides el “gran filósofo del ser”. El primero, con su impensado énfasis en el tema del ser que detrás de escena nos señala su presencia a nosotros, humanos, abrió nuevas pistas para la reflexión sobre el tema, tomando firmemente distancia de la ontología y la tradición académica. El segundo, a pesar de declarar que el título de su libro retomaba Hamlet de Shakespeare, llegó a traducir en términos de “ser” y “nada” la problemática y polifacética relación que transcurre entre la consciencia (el sujeto que piensa, quiere, espera, teme y decide) y el contexto en el cual el sujeto se encuentra viviendo y contra el que, eventualmente, choca. Ni uno ni otro se preocuparon por hacer referencias precisas a Parménides y a su doctrina del ser porque dieron por conocido el aparato conceptual de la ontología (si bien, según su opinión, este debía ser repensado completamente).

El éxito de estas dos obras, de sus respectivos autores y de la problemática ontológica terminó por traducirse en una especie de obligación para pensar que desde los fragmentos del poema parmenídeo debe emerger una idea muy nítida del ser, aquella idea sobre la cual se constituyó una tradición más que milenaria y sobre la cual regresaron algunos célebres filósofos del siglo XX. Luego, después de la segunda guerra mundial, en el ambiente católico, se delineó una metafísica de tipo eleática alternativa al esquema neoplatónico. Esta metafísica entendía que, Dios se identifica con el ser y del ser no derivan ni la nada ni el mundo porque Dios no tiene ninguna necesidad de poner en existencia el mundo: esta sería, por supuesto, la esencia de la enseñanza parmenídea. De este modo, se necesita dejar de hablar de la irradiación de la luz divina a la manera de los neoplatónicos, como si en el iluminar zonas de oscuridad cada vez más vastas, la potencia de la luz divina se atenuase, mientras que en los márgenes externos de la luz se terminara formando una especie de entidad negativa: la oscuridad. También después de la segunda guerra mundial, se extendió la idea de que Parménides dio pruebas de poder soportar muy bien la confrontación con Platón y con Aristóteles, y de que ya Platón y, antes que él, Gorgias y, antes que Gorgias, Meliso habían asociado a Parménides con la doctrina del ser y nada más.

Mientras tanto, una idea propuesta por Alexius Meinong en 1904, la “teoría de los objetos” (Gegenstandstheorie), caracterizada por el hecho de que permitía considerar los objetos existentes y los no existentes, es decir, los mentales (no solo el cuadrado redondo, también las contradicciones y muchos otros), tuvo desarrollos multiformes y dio lugar a la constitución de múltiples tipos de “ontologías” –por ejemplo, la ontología social, que se ocupa de las entidades nacidas de las interacciones sociales: los grupos sociales, los roles de la sociedad, las instituciones, las leyes, el dinero, las clases sociales y mucho más–.

Recuerdo, por último, que en pleno 2018 hubo en Támpere, en el interior de Finlandia, un significativo congreso sobre metafísica y ontología formal en el cual debía participar, y quizás participó, como orador de relieve el director del National Center of Ontological Reasearch de Buffalo NY. Esto demuestra la fortuna que la noción de “ontología” sigue teniendo, más allá de las ideas de quien gestó las bases de la ontología habiendo construido por primera vez un discurso articulado capaz de mostrar de qué manera se puede planear una indagación sobre ser y no-ser. Como se ve, el ser de Parménides está presente de muchas formas ¡también en la cultura del siglo XXI! En particular, la ontología supo delimitar su espacio en el ámbito de la informática y la física, en otros.

Una presencia tan arraigada y ramificada alimentó con fuerza la idea de que Parménides fue el filósofo del ser y que se distinguió, como ningún otro, justamente por esto. Se identificó su enseñanza con la doctrina del ser, convirtiéndolo en una especie de sacerdote de dicha enseñanza y nada más. En estas condiciones, se comprende cómo Parménides se volvió intocable desde dos puntos de vista: (A) muchos especialistas en el estudio de sus fragmentos interpretaron esta situación como una estricta obligación de demostrar que Parménides elaboró verdaderamente las coordenadas de esta gran filosofía; (B) todas sus otras enseñanzas podían ser dejadas de lado como una suerte de accesorios inútiles o, peor, como expresión de una manera errónea de decir cómo son las cosas y, por lo tanto, como una serie de creencias ilusorias (opiniones, dóxai).

Indirectamente, tomó forma un campo de investigación específico con un resultado predefinido: estudiar a fondo los fragmentos sobre el ser e interpretarlos de modo tal que la grandeza de la intuición filosófica de Parménides emerja de la forma más nítida. Para los especialistas de Parménides, la vía estaba trazada. Esto explica que hayan aparecido las más variadas resistencias a representarse a este personaje de otra manera, como, en cambio, es necesario hacer.

Después de estas aclaraciones es tiempo de abandonar el ser a su destino y de concentrar nuestra atención en el saber sobre el cielo, la tierra y los organismos vivientes, pero no sin agregar antes que Parménides estuvo impresionado por sus ideas sobre el ser, pero no quedó prisionero de ellas. De lo contrario, no habría podido ofrecer en el mismo poema también otras enseñanzas sobre temas muy variados y de primerísimo orden que no tienen absolutamente nada que ver con el ser y que no tienen menor valor.

3.5. La sección astronómica

Que el poema incluía una enseñanza bien organizada sobre el cielo es más que seguro. En efecto, es la misma diosa quien, dirigiéndose a su joven interlocutor, declara que:

Conocerás la naturaleza del éter y todos los signos que están

       [en el éter,

y las obras destructoras de la llama pura

del brillante Sol, y de dónde proviene todo esto;

y aprenderás las obras de la rotación de la Luna de ojo

       [circular

y su naturaleza, y también conocerás el cielo englobante,

de dónde nació y cómo la necesidad que lo conduce lo aferra

       [para mantener

los límites de los astros.

(DK 28 B 10)[11]

La diosa está utilizando muchos versos para presentar algunos de los asuntos que tratará al hablar del cielo y de los cuerpos celestes. Hace esto (A) sin introducir ni siquiera una vaga referencia al ser; (B) sin mencionar las otras dos grandes enseñanzas ofrecidas en el curso del poema (la forma de la tierra y los seres vivientes, temas a los que se reserva un tratamiento aparte); y, por último, (C) omitiendo detenerse sobre las enseñanzas de carácter astronómico que conocemos mejor con la ayuda de otros hexámetros parmenídeos, por ejemplo, el tema de la luz lunar sobre la cual ahora nos detendremos.

Comprendemos, entonces, que Parménides había concebido un abordaje específico sobre el cielo, que está anunciado en versos conocidos por nosotros. Se deduce de esto que muy probablemente también otros tratamientos específicos fueron anunciados de modo análogo por la diosa. Comprendemos además que el tratamiento de carácter astronómico tenía que ser amplio y organizado, por lo que es una lástima constatar que sobre ninguno de estos puntos de los versos del fragmento 10 sabemos algo preciso. Lo poco que sabemos de forma precisa se lo debemos a otros fragmentos y a otras fuentes de información que refieren a distintos “aspectos del cielo”, por ejemplo, la luna.

3.6. La luna

Entonces, la luna. En uno de los versos que nos llegaron, Parménides tiene ocasión de declarar con respecto a la luna: “Brillante en la noche, errante alrededor de la Tierra, con luz prestada” (DK 28 B 14). Luego, en un hexámetro al que le falta el comienzo, leemos: “vuelta siempre hacia los rayos del sol” (DK 28 B 15).[12] Por lo tanto, declaró que la luna gira alrededor de la tierra y que “está constantemente dirigida” hacia los rayos del sol. De hecho, es como si estuviese dirigida a los rayos del sol siempre, por lo que debe entenderse que, según su opinión, la luna es un cuerpo esférico. Si es esférica y está siempre expuesta a los rayos del sol, entonces estamos autorizados a pensar que el sol ilumina constantemente la mitad de la luna y esto independientemente de aquello que podamos ver nosotros que estamos en la tierra. El cuarto menguante o la luna nueva se refieren a nosotros observadores, mientras que la luna no cambia porque ella “está siempre dirigida” al sol. Se entiende bien que esta no sea una pequeña conquista porque el reto era entender qué sucede y cómo funciona la iluminación de la luna, y estos conocimientos no estaban disponibles en su tiempo. Estas son ideas nuevas que Parménides lanza.

¡Y esta es solo una de las “conquistas” del Parménides astrónomo! Recuerdo otras dos: (A) que las estrellas son seguramente muchas más que aquellas que podemos ver a simple vista, (B) que la estrella de la mañana y la estrella de la tarde no son dos estrellas diferentes. Precisamente, los argumentos sobre el tema de los cuales sabemos cosas precisas son estos tres, aunque se podría entender algo sobre cómo él se representaba el cielo en su conjunto, pero esto nos llevaría demasiado lejos. En cambio, con relación a la vía láctea, sabemos solamente que, en otro fragmento, la diosa había anunciado que afrontaría la cuestión.

3.7. Nuestra tierra

Cambiamos de tema: bajamos a la tierra. Otro hallazgo de gran alcance se refiere a la forma de la tierra. Se trata de una enseñanza sorprendente: fue Parménides quien enseñó que la tierra era esférica; que la amplia zona de clima templado donde él, los griegos, los etruscos y muchos otros pueblos vivían, no podía ser la única; que debía existir una segunda zona situada en el otro hemisferio –diremos nosotros–, también ella habitada; y que incluso debían existir regiones opuestas a estas.

Se trata de enseñanzas muy poco conocidas y aún existen quienes dudan de que Parménides haya enseñado estas cosas. Sin embargo, me permito asegurar que son muchos los autores antiguos, entre los cuales hay algunos auténticos expertos, que concuerdan en hacernos saber que este particular grupo de enseñanzas se remonta al propio Parménides y solo a él. Con respecto al resto, Platón se representó la tierra como esférica, pero este no fue un descubrimiento suyo. También Filolao de Crotona (que fue contemporáneo de Sócrates) parece indicar que la tierra debería ser esférica, pero no afirma haber hecho este descubrimiento. De manera que a esta conclusión había llegado algún otro antes que ellos y precisamente Posidonio y Estrabón, entre otros, reconocen en Parménides –¡y en ningún otro!– el mérito de haber enseñado la división de la esfera terrestre en cinco grandes franjas climáticas: una muy fría, una templada, una muy calurosa, otra templada y otra muy fría. A su vez, Zenón muestra saber –pero no enseñar– que existen las antípodas (regiones diametralmente opuestas), y este es otro concepto estrechamente ligado a la esfericidad. Todos estos caminos convergen precisamente en Parménides.

Debió tratarse de una enseñanza sumamente innovadora. Para comenzar recordaré que, alrededor de medio siglo antes, Anaximandro de Mileto fue capaz de elaborar una conjetura audaz sobre la forma de la tierra. Él había supuesto que la tierra podía ser una especie de gran superficie más o menos plana, de forma circular y dotada de considerable espesor, que terminaba en un gran acantilado donde por debajo se formaba otra superficie plana, lo que constituía un conjunto más o menos cilíndrico. Anaximandro había asociado a una idea así de brillante otras intuiciones de excepcional virtud: que la tierra, situada en el centro del universo, está en equilibrio y, por tanto, no corre ningún riesgo de caer; que también en la otra superficie plana los cuerpos tienden a caer sobre la tierra –es decir, en la dirección opuesta a aquella que caracteriza al área mediterránea–; y sobre todo que durante la noche el sol (se puede decir la misma cosa también de la luna y las estrellas) no tiene dificultad en completar su giro circular entorno a la tierra y esto explica cómo todos los días los griegos lo veían surgir en el este.

Fueron, como es evidente, ideas superlativas, ideas que con toda probabilidad constituyeron el punto de partida de Parménides. Pero estas primeras ideas de Anaximandro no llegaron a considerarse creíbles. Sus contemporáneos –entre ellos los dos únicos “expertos” que estuvieron activos después de Anaximandro y antes que Parménides: Anaxímenes y Jenófanes– se declararon abiertamente en contra de aquellas ideas considerando que el sol no podría de ningún modo pasar por “debajo” de la tierra.

Parménides partió de Anaximandro, en particular de una pregunta sobre las razones (A) del calor tórrido que hace en Egipto y en Libia (África, en general), especialmente si uno se adentra en estos territorios; y (B) del frío casi insoportable que se encuentra si uno va en la dirección opuesta. Como resultado de consideraciones que no conocemos, Parménides se ocupó de dar la siguiente explicación: la tierra solo puede ser esférica y, como una manzana, se calienta más (mucho más) en la zona central, donde los rayos del sol llegan perpendiculares, o casi perpendiculares, todo el año; y menos (mucho menos) en las zonas donde los rayos del sol llegan oblicuos todo el año. Por lo tanto, la tierra solo puede calentarse de forma diferenciada y, en consecuencia, se pueden identificar cinco grandes zonas climáticas. Estas son, como anticipé, las siguientes:

  • Una franja central muy calurosa, tan calurosa que está deshabitada o casi deshabitada.
  • Dos franjas extremas muy frías (por lo tanto, también casi deshabitadas).
  • En el medio, dos franjas templadas, una de las cuales está constituida por la Hélade y las otras tierras que rodean el gran mar Mediterráneo. Esta franja debería ser climáticamente uniforme y girar alrededor a la tierra.

Se desprende de esto otra idea. Existirá, por tanto, una segunda franja de clima templado, simétrica a aquella de la que forma parte Grecia, que también estará habitada. Además, si la tierra es esférica, deben existir las antípodas. Todo esto, teniendo en cuenta que la tierra es estable porque, como ya había dicho Anaximandro, está en equilibrio en el centro del universo.

Se trata, como es evidente, de enseñanzas extraordinarias y absolutamente valiosas (yo diría que, por sí solas, bastan para hacer de Parménides uno de los más geniales investigadores de todos los tiempos). Es como si, con la sola fuerza del razonamiento, él hubiese llegado a decir que ¡debe existir un territorio del tipo de Argentina y Chile!

Me apresuro a añadir que si Platón comenzó a hablar de antípodas (sin pretender hacerlas pasar por una intuición suya), Aristóteles pudo hablar sobre las diferentes partes de la tierra en Meteorológicos 362b5-6, un texto indudablemente complicado[13], pero extraordinariamente innovador, en el que escribe, entre otras cosas, que:

Más allá de las tropaí (scil. las líneas del cambio, esto es, del pasaje del clima templado al clima tórrido, o al clima gélido) no se puede vivir, porque la sombra no se proyectaría más sobre la Osa (scil. esto es sobre el norte, lo que equivale a especificar que ¡deben existir también zonas en donde la sombra se proyecta hacia el sur!).[14]

El razonamiento muestra que la región inhóspita se encuentra delimitada a partir de la anchura (latitud). Si nos desplazamos alrededor de la tierra, permaneciendo en la misma latitud, se podría dar una vuelta completa gracias a la amabilidad del clima. De hecho, el calor y el frío no se vuelven excesivos a lo largo (longitud), sino a lo ancho (latitud). De modo que si el mar no fuera un obstáculo, la tierra sería completamente transitable (si nos mantenemos en las zonas de clima templado).

Y como es necesario que haya un lugar relacionado con el otro polo, del mismo modo en que el lugar que nosotros habitamos se relaciona con nuestro (polo), está claro que se vinculará de modo análogo también con respecto a los vientos. Un poco más adelante, en 365a22-24, Aristóteles precisa:

Es como si hubiese una parte superior e inferior de la esfera, y la superior fuese nuestra parte habitada y la inferior la otra.

Aristóteles muestra saber muchísimas cosas que en la época deberían resultar profundamente innovadoras, y aún así no se esfuerza en explicar cómo arribó a estas conclusiones. Esto significa que expone ideas que no son suyas. Por otra parte, basta confrontar esto con lo que muestran saber Filolao y Platón para entender que, en comparación con ellos, Aristóteles sabe mucho más. En particular, sabe utilizar de modo más apropiado la teoría parmenídea de las cinco zonas climáticas.[15]

Esto significa que, aunque las enseñanzas de Parménides sobre el tema son muy poco conocidas, tenemos la certeza de que elaboró un grupo de conjeturas sobre la forma de la tierra y, en particular, sobre el hemisferio desconocido y que alguien conocido por Aristóteles, pero no por nosotros, hizo progresar aquel primer grupo de conocimientos ¡Fantástico!

3.8. No simplemente la sexualidad, ¡sino la intersexualidad!

También existen otras líneas de investigación sobre temas que nada tienen que ver con el ser, la forma de la tierra o los cuerpos celestes, como por ejemplo, su enseñanza sobre el patrimonio genético de la mujer y la intersexualidad.

Sabemos que por mucho tiempo, incluso hasta los tiempos de Aristóteles, se pensó y enseñó que la mujer no produce su patrimonio genético, sino que se limita a acoger y nutrir el patrimonio genético de origen masculino (el esperma con el que fue fecundada). También en nuestros tiempos, en efecto, se suele escuchar la expresión (dirigida de la mujer al hombre) “me diste un hijo”, solo que por suerte la frase sirve no para adherir a una idea similar, sino para decir “mirá que nosotros no somos dos extraños, ¡todo lo contrario!”. Sin embargo, en frases de este tipo, aflora un modo de razonar ya enterrado en el pasado que sigue siendo reconocible.

En cambio, Parménides estuvo entre los primeros en sostener lo contrario: que el feto se forma gracias al encuentro y la fusión de dos patrimonios genéticos, siempre y cuando este encuentro y esta fusión vayan por buen camino. Hasta aquí cosas significativas, pero no asombrosas. Sin embargo, él continúa examinando qué sucedería si accidentalmente esta fusión no se lograra perfectamente. El hecho de que él no tenga dificultad para considerar esta posibilidad merece ser puesto en evidencia. Leamos:

Cuando la mujer y el hombre mezclan simultáneamente las

       [semillas de Venus

la potencia que, en las venas, debe formar cuerpos con

       [sangre diferente

los elabora bien modelados si conserva la proporción.

Pero si las potencias de semilla mezclada luchan

y no se unen en el cuerpo que resulta de ellas,

perturbarán cruelmente, con su doble semilla, el sexo que va

       [a nacer

(DK 28 B 18).[16]

En este contexto, estaría fuera de lugar extenderse sobre las circunstancias gracias a las cuales seis preciosos versos de Parménides llegaron hasta nosotros, no en su versión original, sino en una traducción latina efectuada alrededor del 400 d. C. Nos concentraremos, en cambio, en lo esencial del tema. Decir “si en cambio, una vez unido el semen, las dos fuerzas contrastan y no forman un todo unitario” equivale a afirmar que a veces la fusión de los dos patrimonios genéticos puede no realizarse de modo óptimo. Una de las posibles consecuencias es que los dos patrimonios genéticos no se fundan plenamente y que uno tome el control sin que el otro se disuelva del todo. Si el embarazo sigue adelante en estas condiciones, el neonato se encuentra con una identidad predominante y una segunda identidad marginal, pero también efectiva. Los caracteres sexuales primarios (aquellos bien visibles) son los de la identidad predominante, pero la identidad sexual secundaria no dejará de intentar establecerse. En consecuencia, a pesar de todo, esta identidad minoritaria intentará afirmarse contra la identidad predominante en muchos modos y repetidamente. Parménides añade, en dicho fragmento, vexabunt (“perturbarán”).[17] Los sujetos con estas características –los hombres un poco femeninos y las mujeres un poco masculinas– pueden sentirse perturbados. Mensaje implícito: comprensión para quienes se sienten así.

Incluso esta conclusión ulterior tiene, como es evidente, algo de asombroso: ¡Parménides tratando de explicar la condición de las personas intersexuales! Se trata de una conquista absolutamente memorable y es extraño que se hable tan poco de ella.

3.9. Pero, ¿qué es esto? ¿Tal vez una flor en el desierto?

La pregunta está más que justificada. Si comparamos una enseñanza tan específica con las otras que acabamos de revisar, se puede tener la impresión de que se trata de una carta aislada y sin contexto, pero esto se debe a que no he delineado todavía ningún contexto. Lo que no hice antes lo haré ahora.

El contexto tiene dos o tres características relevantes. A juzgar por lo poco que sabemos sobre el tema, los maestros de Jonia (desde Tales, a Jenófanes y Heráclito) dedicaron poca atención al mundo de la vida. Solo Anaximandro parece haber elaborado alguna conjetura sobre la aparición de los animales y, luego, del hombre sobre la tierra.

En cambio, otro sophós de la Magna Grecia, Alcmeón de Crotona[18] (que, según se presume, nació unos veinte años antes que Parménides), dio un desarrollo incomparable a este saber, no solo porque osó practicar la inspección de cadáveres, sino también, y sobre todo, porque logró comprender que la vista y el oído están conectados al cerebro, por lo cual los ojos y las orejas son órganos que el cerebro utiliza para ver y oír. Además, diferentes fuentes nos informan que, según Alcmeón, a la formación del feto contribuyen tanto la semilla paterna como la semilla materna (misma idea que Parménides), que la cabeza se forma primero, que el embrión es una suerte de esponja que absorbe las sustancias nutritivas, que el feto come con la boca y que, a su vez, produce excrementos. Esto basta para entender que Alcmeón merece ser considerado el verdadero padre de las ciencias de la vida y que Parménides probablemente fue consciente de tener frente a él un modelo de primera línea.

Por lo tanto, no sorprende que con respecto al “saber biológico” de Parménides se encuentren informaciones muy variadas, algunas de las cuales son sumamente significativas. Aquí hay una lista de las más importantes:

  • Cada ser (¿viviente?) tiene un poco de conocimiento y ningún ser viviente podría ser álogon, podría estar totalmente privado de racionalidad.
  • Las operaciones mentales se ven muy afectadas por el estado del cuerpo; sentirse bien o mal puede incidir sobre nuestras operaciones mentales.
  • El calor y el frío inciden sobre cómo percibimos y pensamos: el sueño y la vejez son diferentes formas de enfriamiento del cuerpo.
  • Incluso el cadáver percibe algo: la oscuridad, el frío, el silencio (se trata de varias percepciones negativas).

Por consiguiente, si Parménides enseñó todo eso, podemos suponer que muy probablemente se ocupó de otros temas también. Se delinea un saber, una enseñanza estructurada, una cultura “biológica” que es independiente de la Alcmeón, pero comparable a ella. Podemos decir, entonces, que Parménides ha contribuido al dar un seguimiento digno a las investigaciones del maestro de Crotona.

Naturalmente, sobre las relaciones personales entre ellos (si se conocieron y si colaboraron de algún modo) no sabemos absolutamente nada, aunque sabemos que fueron Parménides y Alcmeón los primeros en realizar una investigación detallada acerca de cómo funcionan los organismos vivientes (el cuerpo humano en particular) y en conseguir resultados relevantes. Ambos dedicaron una energía considerable al tema y lograron conclusiones originales. No es casualidad entonces que, posteriormente, los autores de tratados Perì physeos (Sobre la naturaleza) hayan encontrado lógico dedicar su atención no solo al mundo físico, sino también al mundo de la vida.

Resta añadir que Alcmeón y Parménides se esforzaron más por entender que por curar; por lo tanto, se comportaron más como investigadores que como médicos. Los médicos profesionales como Hipócrates buscaban entender, pero entender las enfermedades, sus posibles causas y sus posibles remedios, mientras que se desinteresaron de lo que no se necesita para entender estas cosas. La diferencia entre Alcmeón y Parménides por un lado, e Hipócrates y los médicos por otro, sigue siendo considerable y neta.

En conclusión, además de la doctrina del ser, Parménides se centró, por lo menos, en tres grupos de enseñanzas –sobre el cielo, la tierra y los organismos vivientes– y dio pruebas de haber alcanzado una competencia profesional específica y de altísimo nivel. Por lo tanto, estos tres grupos de enseñanzas nos hablan de Parménides tanto como la doctrina del ser. Su enseñanza simplemente abarca todos estos temas. Y no solo eso, como veremos en un momento.

3.10. Escritura sabia y rigor deductivo

Quedó claro que este gran maestro logró altos niveles de excelencia sobre muchos planos diversos, incluso impensados. Bien, es tiempo de recordar que él fue, entre otras cosas, un verdadero poeta, capaz de delinear con una mano audaz una situación y una atmósfera, de sumergirnos en ella, ponernos en situación de empatía y así figurarnos el viaje y los encuentros, como sucede en los versos iniciales del poema. También fue un poeta capaz de plegar sus versos de modo tal de hacerlos adquirir cualidades opuestas, por ejemplo, la precisión “quirúrgica” de explicaciones complejas y muy específicas –incluso diría “técnicas”–, como se constata en el caso de los seis formidables hexámetros recibidos en la traducción latina (más arriba). En efecto, él llegó a dominar la escritura en hexámetros con gran maestría, ya sea cuando trata de construir sus arduas enseñanzas sobre el ser, ya sea cuando trata de afrontar temas de carácter naturalístico.

También es digna de mención la maestría con la cual se ocupó del “montaje” del poema, con la identificación de secciones, fórmulas de transición e incluso indicaciones sobre el grado de fiabilidad de las diversas partes en las cuales se articula el todo, como se ve, por ejemplo, en los versos 50-52 del fragmento 8 ya citado.[19] En este caso, como también en otros, por el hecho de pasar de una sección a la otra, es capaz de cambiar el registro estilístico, adaptándolo al nuevo tema tratado. De hecho, una cosa es multiplicar el recurso de expresiones que comunican la interdependencia de las frases, como “por eso”, “por lo tanto”, “en efecto” y otras similares; otra cosa es intentar “conversar” sobre algo, como aquí Parménides parece hacer (¡y querríamos saber si lo hizo!). La gran atención en ordenar y adaptar el lenguaje a la especificidad de lo que el autor está comunicando en cada momento nos hace pensar que Parménides fue un intelectual capaz de representarse el todo, de distinguir bloques específicos dentro del todo y de adoptar en cada caso un tipo de escritura apropiado. Hay indicios específicos para afirmarlo. El poliédrico Parménides continúa multiplicando sus “caras”.

Dicho esto, ahora nos centraremos de manera particular en el arte de “confeccionar” razonamientos deductivos altamente precisos también desde el punto de vista formal, una habilidad que, con Parménides, dio un gran salto hacia adelante. Nuestro campo de observación tiene el privilegio de estar constituido por un bloque único y orgánico de versos: los primeros treinta y tres hexámetros del fragmento 8. Al comienzo de este fragmento, la diosa examina las características del ser. Primero, se enuncian estas características –por ejemplo, que es impensable que el ser nazca y que muera– y luego no solo se procede a demostrar que el ser verdaderamente las tiene, sino que también se hace notar que “por lo tanto, las cosas son justamente como dije”, “por lo que es realmente verdadero lo que yo anuncié”.

Si vemos este pasaje un poco más de cerca, notamos que la diosa identifica cuatro características sobresalientes del ser –que no nace ni muere, que no se puede dividir en partes, que es inmóvil y que es completo–, se ocupa con gran dedicación de demostrar la primera de ellas y, al final, encuentra la manera de decir: “bien, entonces el nacimiento y la muerte salen de la escena”, “está, por lo tanto, demostrado que el ser no puede nacer ni morir” (DK 28 B 8. 21). Luego, cuando se trata de examinar los otros tres puntos, debería repetirse el mismo razonamiento, pero el poeta lo abrevia drásticamente[20]. En compensación, al final de cada una de estas tres demostraciones, la diosa recurre a expresiones análogas a aquella del verso 21.

Esto es curioso. Es como si Parménides anunciara primero una serie de demostranda (las tesis que va a demostrar), después llevara a cabo la demostración y finalmente concluyera diciendo cuatro veces eso que en otras épocas los matemáticos solían decir: quod erat demonstrandum, QED.[21] En otras palabras, Parménides fue capaz de organizar su razonamiento y de articularlo en estas tres etapas:

  • Ahora les demostraré que…
  • Demostración
  • Como verán, fue demostrado que …

Aflora, con esto, una impensada analogía con los teoremas de Euclides. Fue, en efecto, Euclides quien también organizó gráficamente sus demostraciones, en (A) enunciación del teorema, es decir, del demostrandum, (B) demostración, (C) conclusión, es decir, QED. Ahora bien, Parménides no se esforzó en configurar sus demostraciones así:

 

Teorema n°1

El ser no nace ni muere

Demostración
El ser no nace y no muere porque…

QED
Teorema n°2

El ser no se distingue en partes

Demostración
El ser no se distingue en partes porque…

QED
Teorema n°3

El ser es inmóvil

Demostración
El ser es inmóvil porque…

QED
Teorema n°4

Etc.

 

Sin embargo, Parménides estuvo muy cerca de hacer algo como esto. Falta, obviamente, el esquema gráfico (¡de un autor tan antiguo no se puede pretender eso!) y también la expresión utilizada por Euclides para decir QED. De hecho, Parménides no escribe hóper édei deîxai, sino que siempre acuña una formulación de la expresión diferente. De todos modos, el mensaje transmitido cuatro veces –en los versos 11, 21, 25 y 33– es propiamente QED. En efecto, a partir de sus hexámetros el esquema surge y es claramente reconocible, es decir, tomó forma. Parménides logró, por tanto, delinear otra formidable enseñanza sobre cómo se organiza una demostración. Lo hizo por sí mismo e ideó algo que llegó a sedimentarse ¡casi dos siglos después, con los Elementos de Euclides!

Esto que tomó forma delante de nuestros ojos es otra creación que no deja de sorprender: la estructura argumentativa, el esquema, el modelo (hoy algunos dirían “el template”) a tener presente a la hora de argumentar. Se trata de una fórmula que, por un lado, aumenta el control de la argumentación propuesta y, por el otro, sostiene y amplifica su capacidad para convencer. Parménides, en resumen, abrió otra brecha, inauguró también este otro camino, sentó las bases de esta nueva “especialización” cuando no estaba disponible nada que fuese ni siquiera remotamente similar al esquema que surge del fragmento 8.

¿Cómo queremos llamar a todo esto? ¿Una lección de lógica, una lección de retórica o ambas cosas? Es algo más. Con esta organización del discurso, él tocó y nos hizo tocar con las manos las potencialidades especiales de los razonamientos cuando estos son rigurosamente consecuentes. Me explico mejor quizás si recuerdo el Parménide enchaîné de León Chestov de 1938[22], con su memorable intento de “documentar” el advenimiento de una racionalidad que, mientras parece liberar energías impensadas, sometió a todos y a todo (por lo cual, él decía, no queda más que movilizarnos para quitarnos de encima este yugo). Según Chestov, la racionalidad deductiva irrumpió en nuestro mundo con Parménides, mientras que Séneca comprendió bien esta idea de racionalidad, en su opinión algo amenazadora, cuando escribió que ille ipse omnium conditor et rector scripsit quidem fata, sed sequitur; semel iussit, semper paret (“aquel fundador y gobernador de todas las cosas ha escrito las leyes, pero las sigue; una sola vez ha dado órdenes, mientras que siempre las obedece”) (De providentia 5.8).[23] En otras palabras, según este autor, si un razonamiento es impecable, entonces tenemos las manos atadas porque ya no tenemos ningún buen motivo – ¡ni siquiera lo tiene dios!– para no atenernos a él. Su conclusión es que debemos incluso luchar contra este imperialismo de la razón para recuperar nuestra libertad.

Naturalmente, no se trata de seguir las sugerencias de Chestov, pero sí de considerar que, en efecto, los treinta y tres hexámetros del fragmento 8 –con sus argumentos articulados en demostrandum, demonstratio y QED– dejaron vislumbrar el camino de la demostración formal gracias a la cual los cálculos más sofisticados se configuran como meras deducciones con alta tasa de fiabilidad. Parménides delineó este modelo sin tener idea de lo que era un enunciado, una proposición, un demonstrandum, la deducción, la imposibilidad, la imposibilidad por definición, la contradicción, el QED, ni cualquiera de los términos técnicos comúnmente usados en relación con los más diversos procesos deductivos.

3.11. Pero entonces, ¿quién fue Parménides?

Hermosa pregunta. Parménides no solo fue el filósofo del ser conocido por todos, sino también un sophós capaz de impulsar su mirada hacia el segundo hemisferio terrestre y en muchas otras direcciones, incluida la intersexualidad y la demostración formal bien organizada. Nosotros sabemos con certeza que él se distinguió en ámbitos heterogéneos, dedicando sus mayores energías a la optimización de cada una de sus enseñanzas. Muchas de ellas se muestran bien fundadas y realmente instructivas. Pensemos por un momento en Aristóteles, quien habla de los cuatro elementos, dos ligeros (y que por su ligereza ascienden: aire y fuego) y dos pesados (que por su naturaleza descienden: tierra y agua), excepto cuando teoriza la existencia de un quinto elemento llamado éter (aithér). En épocas posteriores se habló a menudo de la “quintaesencia”, que se encuentra en lo alto del cielo, es incorruptible, nada le sucede y nada puede sucederle, y se mueve solo de manera circular uniforme. Por lo cual, en el éter se mueven ordinariamente los cuerpos celestes, transportados por grandes esferas concéntricas, pero no coaxiales, y transparentes. ¡Todas fantasías sin ningún fundamento! En comparación, Parménides, supo mantener los pies sobre la tierra y tuvo la increíble suerte de acertar muchas veces: es cierto que la tierra es esférica; es cierto que las grandes franjas climáticas son cinco; es cierto que existe no solo una franja templada y más bien densamente poblada (la del mediterráneo), sino también otra “por el otro lado”; es cierto que hay antípodas; es cierto que la luna está constantemente iluminada por el sol; es cierto que las estrellas son mucho más que aquellas que alcanzamos a ver; es cierto que nuestra identidad sexual no siempre es unívoca; es cierto que el cuerpo, con sus perturbaciones, es capaz de condicionar, incluso fuertemente, nuestro modo de razonar. La diferencia con Aristóteles no es poca y es bello volver a tomar conciencia de las muchas conquistas relacionadas con el nombre de este antiguo maestro.

Si las cosas son así –y me atrevo a asumir que son así–, entonces resulta inevitable concluir que Parménides se ocupó ampliamente y a fondo no de una, sino de muchas familias de diversos temas y que la suya fue una mente poliédrica, llena de intereses, curiosidad y recursos diferentes, tanto como para dejar que cada una de estas vías siga su camino sin interferir con las otras. En efecto, no se nota en este gran cultor de la polymathía (el saber muchas cosas, el hecho de comprender muchas cosas diferentes) ningún deseo de generalizar, ofreciendo consideraciones relativas a la totalidad, y esta es quizás la cosa más inesperada de todas porque una orgullosa tradición interpretativa atribuyó a Parménides la capacidad de construir un discurso que concierne al todo. Pero, en realidad, esta supuesta actitud de dar cuenta del todo ¡no está documentada![24]

Sin embargo, si hasta ayer el Parménides filósofo del ser oscureció con impresionante eficacia todos los otros aspectos de su personalidad multifacética, se esperará al menos que, en los próximos años, la imagen de Parménides, padre (o al menos “bisabuelo”) de la ontología, aprenda a coexistir con el Parménides astrónomo, “geólogo”, co-fundador de las ciencias de la vida (junto con Alcmeón) y argumentador formidable. Es un hecho que su figura está compuesta de muchas caras.

3.12. ¿Y la filosofía?

La pregunta es legítima. Nos habían dicho que Parménides era el filósofo del ser, pero ahora “se instaló” que fue un gran maestro capaz de elaborar una precisa y rigurosa enseñanza sobre el ser; de revelar secretos de primer orden sobre el cielo, la tierra y los organismos vivientes; y de enseñar el arte de la demostración, es decir, el gran maestro que no duda en perseguir proyectos de investigación muy diferentes unos de otros, entre los cuales solo uno refiere al ser.

A la pregunta “¿Qué hay, por lo tanto, de la filosofía?” pienso que es correcto responder distinguiendo su filosofía virtual de una ulterior reflexión sobre la doctrina del ser y sobre la elaboración de razonamientos sometidos a un control formal. Sobre el primer punto debemos, obviamente, entendernos. Cuando se habla de filosofía virtual se intenta decir que, si bien un embrión de filosofía tomó forma, faltó la conciencia de aquello que es y significa filosofar porque Parménides vivió en un tiempo demasiado antiguo como para poder tener idea de esto. No es casualidad que Platón, Aristóteles, Teofrasto y muchos otros autores hayan hecho referencia a sus enseñanzas sin identificar una filosofía suya propia, ya que pasaron no uno, sino algunos siglos antes de que se comenzara a hablar de una “filosofía de Parménides”.

Una filosofía virtual, un embrión de filosofía es, sin embargo, capaz de tomar forma, al menos a grandes rasgos, cuando un intelectual intenta representarse el todo, o al menos elabora nuevos instrumentos para hacerlo. Tales, por ejemplo, no llegó a elaborar un modo de representarse la totalidad, pero en su intento de alcanzar una serie de certezas y evaluar cosas muy diversas, ha elevado vistosamente los objetivos de la razón humana, es decir, ha logrado impulsar el pensamiento y determinar qué cosas son pensables. Por lo tanto, se puede decir que en esto su enseñanza tuvo un valor, una dignidad, un interés también filosófico. Anaximandro también tiene su filosofía virtual, puesto que él intentó de verdad representarse la totalidad de los espacios y tiempos, el macro-marco dentro del cual se desarrolla la vida de todos nosotros. Asimismo, Anaxímenes, por el hecho de intentar explicar absolutamente todo como la manifestación o transformación de una sola entidad, el aire, abrió una nueva vía hacia la explicación unitaria de la realidad. De sus enseñanzas afloran modalidades inéditas de representarse la totalidad, dotadas de potencial filosófico.

También en el caso de Heráclito, su insistente invitación no a aprender cosas nuevas, sino a comprender el sentido, la lógica de aquello que sucede, se configura como un llamado a buscar una sabiduría que no se identifica con nada preciso (claro está, no con esta o aquella doctrina) y justamente por esto requiere una suerte de perspicacia superior. Por este motivo, Heráclito dio un paso adicional un gran paso en dirección a la filosofía.[25]

Volviendo ahora a Parménides, pregunto: ¿notamos en su enseñanza algo comparable? Diría que no. Nada suficientemente específico aflora, ya que, como dije antes, cada una de sus enseñanzas permanece en sus límites y no “dialoga” con ninguna otra. Se deduce de esto que no manifestó una particular “vocación” filosófica, ofreciendo, por ejemplo, algunas consideraciones sobre la realidad en su conjunto. Sin embargo, queda por considerar el otro aspecto, la enseñanza sobre el ser, que está combinada con el “descubrimiento” de la racionalidad deductiva.[26] En efecto, Parménides sigue siendo el padre de una idea y de un modo de razonar en torno al ser y el no-ser que ha tenido una fortuna inmensa, ya que, gracias a la contribución de la posteridad (los numerosos autores que dieron un seguimiento a sus ideas sobre el tema, desde Meliso de Samos hasta Aristóteles, desde Hegel hasta Heidegger y Sartre), se tradujo en una “familia” entera de enseñanzas más que memorables.

Si, en cambio, limitamos el campo de observación a aquello que emerge, a aquello que sabemos sobre su contribución personal, debemos poner en primer plano el hecho de haber enseñado a construir discursos estructurados sobre un argumento muy abstracto. Esta fue, sin dudas, una enseñanza específica y, si tenemos en cuenta el tiempo en que Parménides pensó esto, se presenta como una enseñanza asombrosa debido al elevadísimo grado de exactitud que caracteriza sus consideraciones sobre el ser. Se trata, por lo tanto, de un legado significativo por sí mismo, expresión de una capacidad de hacer razonamientos disciplinadísimos sobre argumentos muy abstractos (y también discutibles). En efecto, se puede, y probablemente se debe, admitir que gracias a su tratamiento las capacidades de elaboración conceptual dieron un significativo paso hacia adelante, es decir, que la humanidad encontró a su disposición un sustancial recurso que antes no existía.

Emerge, así, una importante y significativa similitud entre este edificio argumentativo, esta metodología tan particular, y el hecho de haber enseñado a representarse las relaciones sol-luna independientemente de aquello que se ve estando en la tierra, –es decir, independientemente del hecho de observar una minúscula rodaja de luna que se agranda y, después, con el pasar de las noches, se hace más pequeña, terminando por convertirse de nuevo en una pequeña rodaja sutil, solo que orientada de un modo distinto–; o el hecho de haber enseñado a representarse la existencia y las características de la franja de clima templado. También en el hecho de haber enseñado a representarse que debe existir en el hemisferio desconocido –el hemisferio sur–, incluidas las antípodas. Siempre emerge la capacidad de establecer un razonamiento abstracto y proceder sin vacilación a través de muchas etapas confiando en mantener pleno control de la situación.

Diría, por lo tanto, que en este caso Parménides tiene algo en común con Tales porque también él creó las condiciones para comprender cosas que bien podían parecer imposibles de comprender, expandiendo enormemente los horizontes del pensamiento y de lo pensable con el apoyo de razonamientos precisos. Esta sí que es una conquista de gran valor filosófico y un mérito que difícilmente se le pueda cuestionar.

Observo que, para llegar a la conclusión recién sugerida fue necesario reconocer el valor circunscripto de la enseñanza sobre el ser y redescubrir el saber naturalístico del primer maestro de Elea. Observo, además, que Parménides fue y se sintió “profesor” de principio a fin. Él interpretó su tarea como un esfuerzo por comprender para luego explicar. En esto, no habría podido ser más distinto que su discípulo Zenón quien, en cambio, se impuso la limitación de lanzar ideas sin enseñar. Aun así, los dos comparten el coraje de proponer siempre nuevas aventuras a la mente, permitiéndonos también a nosotros aventurarnos y casi obligarnos a acompañarlos.

*

La antigua Elea es todo esto: una puerta oculta, una colina, una antigua pólis, una serie de hallazgos y muchas ideas fulgurantes. Tantas ideas que, de diverso modo, están en movimiento desde hace aproximadamente 2.500 años y no tienen intención de detenerse, ni en el caso de Parménides ni en el caso de Zenón. Podemos decir, entonces, que desde la ciudad de Elea llegaron hasta nosotros dos formidables grupos de ideas totalmente nuevas. Cosa que no sucede muy a menudo, ¿no es cierto?

*

Bien, ¿y después? Tal vez podemos decir que los dos hicieron una abundante siembra. ¿Con qué efectos? ¿Qué se deriva de todo esto?


  1. En la versión original, el autor utiliza la traducción del poema de Parménides del griego al italiano de G. Cerri, Parmenide. Poema sulla natura, Milano 1999. Hemos optado por emplear distintas traducciones castellanas del poema que reflejen los aspectos que el autor desea enfatizar. En este caso, seguimos la traducción de N. L. Cordero, Siendo se es. La tesis de Parménides, Buenos Aires, 2005 ligeramente modificada [N. de T].
  2. En este caso, seguimos la traducción de R. Cornavaca, Presocráticos, Vol. II, Buenos Aires, 2011 ligeramente modificada [N. de T].
  3. Esto ocurrió alrededor de 1965.
  4. El hexámetro, un verso largo y cadencioso, había sido ya utilizado en los poemas homéricos y en las obras de Hesíodo, lo suficiente como para dar lugar a modos muy característicos de expresarse (y de cantar).
  5. Seguimos la traducción de N. L. Cordero, Siendo se es. La tesis de Parménides, Buenos Aires, 2005 [N. de T].
  6. Tal vez hago bien en pedir disculpas por esta insistencia, o al menos en justificarla. Estoy insistiendo porque sé bien que un gran número de expertos continúa sin tener conocimiento de los dos hechos nuevos referidos más arriba y, por extensión, dudan de que Parménides sea realmente tan diferente a como por tanto tiempo creímos que era.
  7. Este “aproximadamente” no es extraño, porque algunos versos no han llegado íntegros y, a veces, medio verso con el cual termina un fragmento se encastra bien con el medio verso con el cual comienza otro. En consecuencia, la “contabilidad” cambia si contamos dos medio versos como dos o como uno.
  8. En griego, el verbo eimí tiene una gran polisemia, ya que puede significar “ser”, “estar”, “existir” y “haber”. En italiano –y en castellano– estas acepciones corresponden a distintos verbos. [N. de T].
  9. En cuanto a Meliso, se saben sustancialmente dos cosas: (1) que en el año 442 o 441 a. C. guio la flota de Samos contra la flota de Atenas, conducida por el gran Pericles, y salió victorioso; (2) que escribió un libro titulado Perì phýseos è perì toû óntos (Sobre la naturaleza o sobre el ser) en el cual retomaba las doctrinas de Parménides sobre este tema. De su libro, perduran algunos fragmentos significativos y se ve bien que Meliso sabe escribir y argumentar con muchísimo orden: tiene tan pleno control de aquello que sostiene como para hacer pensar que nadie antes que él fue capaz de hacer algo comparable.
  10. El gran y longevo Gorgias, oriundo de Leontinos (es decir, de la actual Lentini, cerca de Catania), es conocido antes que nada gracias al diálogo platónico que lleva su nombre y por haber sido un sofista de los más importantes y representativos. De él tenemos dos espectaculares discursos –una defensa de Helena de Troya y la autodefensa de Palamedes (otro héroe de la epopeya homérica)– y dos detallados resúmenes de una obra que es provocativa ya en el título: Perì toû mè óntos è perì phýseos (Sobre el no-ser o sobre la naturaleza). En la primera parte de esta obra, literalmente descompone las enseñanzas de Meliso e, indirectamente, la doctrina parmenídea del ser. En cuanto a las fechas, solo hay indicios plausibles sobre la fecha de nacimiento, que no habría ocurrido después del 480 a. C.
  11. Seguimos la traducción de N. L. Cordero, Siendo se es. La tesis de Parménides, Buenos Aires, 2005 ligeramente modificada [N. de T].
  12. Seguimos la traducción de N. L. Cordero, Siendo se es. La tesis de Parménides, Buenos Aires, 2005 [N. de T].
  13. Por esta razón, a continuación, propondré una traducción un poco simplificada. Mi propósito es convertir el texto de Aristóteles en algo inmediatamente inteligible, esperando siempre haber sido traductor y no “traidor”.
  14. Hemos optado por traducir del italiano con el objetivo de respetar las modificaciones introducidas por el autor. [N. de T].
  15. Que la teoría de las cinco franjas climáticas se remonta a Parménides lo sabemos por otras fuentes de expertos como Teofrasto, Posidonio y Estrabón.
  16. Seguimos la traducción de N. L. Cordero, Siendo se es. La tesis de Parménides, Buenos Aires, 2005, ligeramente modificada [N. de T].
  17. Aclaramos que Parménides utiliza el verbo “perturbarán” porque podría tener una consideración negativa sobre la intersexualidad, es decir, la percibiría como un padecimiento. Esto responde a la opinión de Parménides y no a la de los traductores de este libro [N. de T].
  18. La distancia hasta Crotona desde Ascea es de 300-350 kilómetros. Era posible navegar de un lugar a otro pasando por el estrecho de Mesina.
  19. Ver supra, capítulo 3, sección 3.2.
  20. Es como si dijera “¿debo repetirme?”.
  21. “Lo que se quería demostrar” [N. de T].
  22. Pensador ruso de inspiración existencialista (San Petersburgo 1866-París 1938).
  23. Seguimos la traducción de A. Tursi, Séneca, diálogos I, Buenos Aires, 2007 ligeramente modificada [N. de T].
  24. Advierto que este tema se retomará en el próximo apartado.
  25. Entiendo que la brevedad de estas notas las convierte en poco claras, pero ¿cómo podría dedicar tres o cuatro páginas a la ilustración de este punto?
  26. No está mal, tal vez, precisar que en este capítulo los dos argumentos fueron tratados, uno al inicio y uno al final, con el objetivo de subrayar que se trata de dos caminos sustancialmente independientes, cada uno de los cuales tiene su identidad. Pero se trata, sin embargo, siempre de dos enseñanzas que ¡“crecieron juntas”!


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