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Bernat Castany
Prado
(Universidad de Barcelona)
RESUMEN
Este trabajo analiza
las relaciones entre las ideas fundamentales de la filosofía nietzscheana y la
lógica cultural del capitalismo tardío. En la primera parte se realiza una
breve exposición de la doctrina nietzscheana; en la segunda se estudia hasta
qué punto dicha doctrina coincide con los presupuestos filosóficos del
capitalismo tardío; y en la tercera se reflexiona acerca del tipo de conexión
(de anticipación o de reciclaje) que se da entre ambas.
PALABRAS CLAVE:
Friedrich Nietzsche, capitalismo tardío, posmodernidad, Zygmunt Bauman, Tzvetan
Todorov
ABSTRACT
This
study investigates the connections betwen fundamental concepts of Nietzsche’s
philosophy and cultural logic of late capitalism. In the first part I will
present Nietzsche’s philosophy. In the second part I will study its
coincidences with fundamental tenets of late capitalism. Finally I will reflect
on the kind of connetion (of anticipation or recycling) that connects both.
KEYWORDS:
Friedrich Nietzsche, late capitalism, posmodernity, Zygmunt Bauman, Tzvetan
Todorov
INTRODUCCIÓN
No podía sospechar el autor de La
duración siempre garantizada del cristianismo para tranquilización en la
efervescencia actual que su nieto, Friedrich Nietzsche, sería uno de los más
poderosos enemigos de la duración, la garantía, el cristianismo y la
tranquilidad. Tampoco pudo sospechar, por su parte, Friedrich Nietzsche que muchas
de sus ideas más rompedoras habrían de coincidir con los presupuestos filosóficos
del capitalismo tardío. Uno de los últimos eslabones de esta cadena de perplejidades
nos lo ofrece Zygmunt Bauman al constatar, en Modernidad líquida, que el sueño de los movimientos progresistas de
los años sesenta, de inspiración nietzscheana, que veían el estado, la
burocracia, la rutina y el trabajo de por vida como obstáculos para una vida
libre y creadora, ha desembocado, en nuestra época, en la pesadilla de la desregularización,
la temporalidad y la precariedad del trabajo y las relaciones humanas.
¿Acaso, Nietzsche removió el agua para beneficio de otros pescadores
al adelantar la ontología propia de los futuros estadios del capitalismo? ¿O se
trata, más bien, como dirían los situacionistas, de un caso de recuperación?
El objetivo de este trabajo es, precisamente, reflexionar acerca de
las relaciones entre la filosofía nietzscheana[1] y la
lógica cultural[2]
del capitalismo tardío[3]. En la
primera parte, realizaré una breve exposición de las principales ideas
nietzscheanas; en la segunda, analizaré hasta qué punto éstas coinciden con los
presupuestos filosóficos del capitalismo tardío; y en la tercera, reflexionaré
acerca del tipo de conexión (de anticipación o de reciclaje) que se da entre
ambas.
I
Dice Thomas Mann, en La
filosofía de Nietzsche a la luz de nuestra experiencia, que la filosofía de
Nietzsche nace de una idea fundamental: la oposición entre la vida “auténtica”,
“natural”, “dionisiaca”, “poética”, “creativa” o “heroica”, concebida como algo
“incondicionalmente digno de veneración”, y los “enemigos de la vida, entre los
cuales se hallan “la conciencia y el conocimiento, la ciencia y la moral” [4].
El pensamiento de Nietzsche se desplegaría a partir de esta intuición
inicial organizándose en dos momentos[5] básicos:
uno destructivo, en el que se critican todas aquellas instancias que suponen un
peligro para la vida (razón, verdad, lenguaje, lógica, sujeto, historia, moral,
estado…); y otro constructivo, más débil y confuso, en el que Nietzsche trata
de sentar las bases ontológicas, epistemológicas y morales (apenas se
preocupará de las políticas) de lo que él consideraba que debía ser la vida.
En lo que respecta al momento destructivo, la razón destaca como la principal
enemiga de la vida. Aunque, como dice Thomas Mann, Nietzsche “exageró
estéticamente su soledad”, lo cierto es que su antirracionalismo formaba parte de
“una rebelión histórico-espiritual contra la fe clásica en la razón de los
siglos XIX y XX.[6]”
Prueba de ello sería el “asombroso parecido de familia” que mantiene con los
ataques románticos, modernistas, decadentes y, más adelante, vanguardistas,
contra la mercantilización de la vida y la decadencia del arte en la sociedad
burguesa.
El parecido más llamativo es, según Mann, el que Nietzsche mantiene
con Oscar Wilde, quien hablará de “la verdad de las máscaras” y de “la
decadencia de la mentira”, recomendará “no perderse por los caminos de la
virtud” y llegará a afirmar que “no hay realidad en las cosas, excepto su
apariencia”[7].
A la luz de estas y otras muchas expresiones literarias nos sentimos tentados de
ver en el Nietzsche que afirma que “decir que la verdad vale más que la
apariencia es sólo un prejuicio moral” o que “la seriedad es señal inequívoca
de un metabolismo dificultoso” un representante más del decadentismo
finisecular.
Sin embargo, Nietzsche fue mucho más allá de la mera pose decadentista
y antiburguesa. En una obra como El ocaso
de los ídolos[8] o
Verdad y mentira en sentido extramoral, nos
hallamos con uno de los ataques filosóficos más potentes que se hayan lanzado
contra la razón. En estas obras Nietzsche afirma que el verdadero objetivo de
la razón no es, tal y como los hombres han creído ingenuamente, el conocimiento
de la verdad, sino la dominación de la vida, cuyas fuentes y expresiones son el
instinto y el arte.
No se trata, claro está, de que la razón elimine literalmente la vida,
como de que instaura una vida debilitada y enfermiza, que se caracteriza por su
obsesión por la utilidad, la rentabilidad, la universalidad, la razón, la
seguridad y el progreso, y que Nietzsche asocia a los proyectos de vida
cristiano, ilustrado, liberal y socialista[9]. No nos
hallamos, pues, ante una lucha entre la vida y la muerte, sino entre la vida
natural y auténtica tal y como la concibe Nietzsche (creativa, instintiva,
genial, en fin, romántica) y la vida enfermiza e inauténtica (rutinaria, reprimida
y de supervivencia) alrededor de la cual el capitalismo y la técnica tejían una
jaula de hierro cada vez más opresiva.
Nietzsche ve en la razón la causa principal de este proceso
degenerativo. A ella van asociadas (no siempre queda claro si son efectos o
causas de la misma) todo tipo de instancias nocivas: epistemológicas (idea de
verdad, lenguaje, lógica, historia, ciencia, técnica), ontológicas (sustancia,
sujeto, determinación, universalidad), morales (humanismo, derechos universales,
cristianismo, compasión) o políticas (ley, estado contractualista, economía
capitalista o socialista).
Frente a esta vida degenerada por la razón y sus acólitos, Nietzsche
propone una vida regenerada por el instinto y el arte, que se verá también acompañada
de toda una serie de instancias revitalizadoras: epistemológicas (una idea de verdad
poética o creativa, sentidos, instintos, captación de lo “trágico” o
“monstruoso”), ontológicas (indeterminación, desorden, diferencia), morales (rechazo
de la moral humanista, esteticismo, aristocratismo vital y artístico) y
políticas (antiestatismo, individualismo radical).
Para Nietzsche la noción de verdad invade y domestica la realidad sustituyéndola
por una ficción simplificada y empobrecida. Ficción que no sólo tendría el
objetivo de tranquilizar a una humanidad demasiado débil para mirar de frente el
carácter monstruoso, trágico e inhumano de la vida, sino también el de manipular
y controlar la peligrosa vitalidad de la naturaleza y de los hombres.
La crítica nietzscheana de la noción de verdad es radical en sentido
etimológico ya que no ataca la idea de verdad imperante para sustituirla por
otra diferente, sino para arrancarla de raíz, esto es, para prescindir de ella como
categoría básica del pensamiento[10]. Nietzsche
nos recuerda a Gabriel Syme, el policía de el El hombre que era jueves, de
G. K. Chesterton, que no perseguía a los ladrones de bienes, por considerar que
respetan y refuerzan la idea de propiedad privada (aunque quieran que cambie de
manos), sino a los ladrones de ideas, comunistas y anarquistas, que critican y
amenazan la existencia misma del concepto.
Sin embargo, al acusar de “ficción” a la “verdad”, Nietzsche está
presuponiendo que la “verdad” encubre una visión de la realidad menos ficticia,
esto es, más verdadera, aunque sea en otro sentido. ¿En cuál? Según José Manuel
Bermudo, Nietzsche sustituye la verdad de la razón (poseída por lo que
Schopenhauer llamó “furor simétrico”) por la verdad de “lo otro de la razón”,
esto es, la verdad de los sentidos, los instintos, la indeterminación y la
creación.
A esa verdad se llega mediante la poesía y el arte[11], que no
sólo “crean primero la verdad”[12], como
dice Nietzsche, sino que nombran lo
inefable, lo trágico. Hay, pues, cierto grado de mímesis, esto es, de verdad,
aunque no se trate de una mímesis concebida en términos de adequatio rei sino en los de un mero dar cuenta de su irreductible y
monstruosa complejidad[13].
Sin embargo, Nietzsche descubre que no es nada fácil librarse de la
razón y de la verdad, ya que aunque logremos expulsarlas del pensamiento, siempre
quedarán restos en el lenguaje que, como la cabeza de la solitaria, acabará
reproduciendo nuevas ficciones racionales que, aunque diferentes, resultarán igualmente
empobrecedoras. El lenguaje es, pues, el caballo de Troya de la razón, que nos
obliga a ser racionales a nuestro pesar. De ahí que Nietzsche diga, con
conciencia trágica: “Temo que no nos libraremos de Dios en tanto sigamos
creyendo en la gramática”[14]. En
otra ocasión afirmará que “la gramática es la metafísica para el pueblo.”
Lo dice con “conciencia trágica” porque sabe que el ser humano no
puede existir sin lenguaje y que aunque la vida “no es un argumento”[15], está
condenado a fracasar en su intento de, como diría Novalis, saltar más allá de
su propia sombra. Con todo, Nietzsche intentará buscará crear nuevas formas y ficciones,
no ya racionales y esclerotizantes, sino poéticas y vivificadoras. Sería interesante,
quizás, analizar la poesía de Nietzsche para conocer hasta qué punto éste supo
utilizar la libertad gramatical, sintáctica y léxica de la poesía para soltar
el lastre de la razón.
Sin embargo, a primera vista, Nietzsche parece haber sido menos osado en
la práctica literaria que en la teoría filosófica. No se trata sólo de que todavía
faltaba demasiado tiempo para que las vanguardias, que en muchos casos se
presentaron como realizadoras del programa poético nietzscheano (dadaísmo,
surrealismo, creacionismo)[16], revolucionasen
radicalmente la expresión poética, puesto que ya la poesía mística del siglo
XVI, empeñada, aunque por otras razones, en librarse de la razón, exploró con gran
intrepidez técnicas poéticas irracionalizadoras como la agramaticalidad, la
adjetivación impropia, el neologismo y la violentación de la sintaxis.
Una de las categorías básicas de la gramática lingüística y ontológica
del racionalismo es la de sujeto. Categoría que Nietzsche criticará en todas
sus versiones (sustancial, trascendental o empírica) por considerarla también un
topo racional cuyo efecto principal es empobrecer y domesticar la vida. Como
sucedía con la verdad, Nietzsche criticará el sujeto en tanto que conciencia
racional, pero no prescindirá de él totalmente ya que su idea de voluntad, que
no implica, como en Schopenhauer y en el budismo, la supresión de la identidad
personal, presupone necesariamente un sujeto. Sólo que este sujeto será
instintivo, espontáneo, creador, poético y tantos otros adjetivos con los que
Nietzsche señala su vago ideal romántico de vida auténtica.
La destrucción de un sujeto coherente y responsable comprometerá el
conocimiento y la moral. Éstos ya habían sido comprometidos por la crítica de
la razón, que dictaba tanto las leyes de la verdad como las del deber. Así,
pues, la idea de responsabilidad se vaciará por dos sumideros diferentes: el
del sujeto, que al dejar de existir, ya no puede ser responsable, y el del
deber, que al quedarse sin fundamento racional, libera al sujeto de buscar y
cumplir el bien.
Por otra parte, la moral, como criatura de la razón, es enemiga de la vida
natural, sana, fuerte y vital, a la que busca debilitar, agotar, negar, constreñir,
limitar y domesticar[17]. No se
trata, nuevamente, de un rechazo de toda “moral”, sino de la moral aniquiladora
que, bebiendo del guadianesco río socrático, cristiano y racionalista, ha desembocado
en la moral debilitadora de la burguesía finisecular.
Nietzsche también considerará la
historia como una agresión del racionalismo contra la vida. En su segunda intempestiva,
Sobre la utilidad y la desventaja de la
historia para la vida[18],
afirmará que el conocimiento histórico destruye –relativizándolo,
temporalizándolo, desmitificándolo- ese horizonte limitado e ilusorio que
necesitan las culturas para vivir. Baste recordar cómo el conocimiento
histórico-crítico del cristianismo lo hirió de muerte al sacar a la luz “ciertas
cosas que destruyen necesariamente el ambiente de ilusión piadosa, que es el
único en que puede vivir todo aquello que quiere vivir.[19]” De ahí
que Nietzsche considerase que la “enfermedad histórica” que caracterizaba su
siglo, conocido como “la edad histórica”, imponía “una parálisis a la vida y a
su espontaneidad[20]”
ya que “todo lo vivo necesita de una atmósfera protectora, necesita de un
ambiente misterioso y de una ilusión envolvente.[21]”
Frente a la historia, Nietzsche propondrá lo ahistórico, esto es, “el
arte y la fuerza de poder olvidar y de encerrarse en un horizonte limitado” plagado
de “quimeras enérgicas”[22]; y lo
sobrehistórico, esto es, olvidarse del devenir de la historia de las masas para
vivir como “hombres grandes, intemporales y simultáneos, que realizan su
diálogo de espíritus y por encima del hormigueo de la historia.[23]” Olvidada
la lucha por la justicia, el progreso y la felicidad del mayor número de
personas, aceptado que “la felicidad es
imposible y que lo único posible y lo único digno del hombre es una vida
heroica”, se impone un “esteticismo heroico”[24]. Nos
hallamos, al parecer, con restos del culto estético de los genios y héroes del
romanticismo y de Schopenhauer.
En lo que respecta a la política, cabe decir que es difícil concebir
un proyecto político vivible partiendo de una defensa radical de los valores nietzscheanos.
El mismo Nietzsche reflexionó poco al respecto. Apunta Thomas Mann con ironía
la paradoja de que a pesar de haber dedicado gran parte de sus esfuerzos a
criticar al “hombre teórico”, Nietzsche parece haber sido “ese hombre teórico
por excelencia”, pues apenas mantuvo “relación alguna con la vida” y nunca se
preocupó “de cuál sería el aspecto que sus doctrinas ofrecerían en la realidad
práctica, en la realidad política.”[25] Safranski
llegará a comparar la decepción que todo lector de Nietzsche siente al tratar
de aplicar su filosofía a la política a la decepción que el mismo Nietzsche sintió
en el Bayreuth de Richard Wagner[26].
Para Nietzsche, la última de las sirenas recostadas sobre los afilados
escollos de la razón es el estado[27], que también
ofrece seguridad, igualdad y justicia a cambio de que los hombres le entreguen sus
posibilidades de vida auténtica[28]. El
estado sería la racionalización colectiva y sistemática de la vida, lo que
supondría “una muerte para muchos”, un “lugar donde el lento suicidio de todos
se llama la vida”.
Como señala Bermudo, Nietzsche rechaza los tres únicos modelos bajo
los cuales puede ser pensada la comunidad política. Para Nietzsche son
incompatibles con la vida tanto la comunidad reconciliada (el estado de vida
ética de Hegel, la sociedad comunista sin clases de Marx, la nación unida del
nacionalismo), como las dos formas básicas de la comunidad pacificada[29]: la del
contractualismo de la tradición liberal o la del irracionalismo weberiano[30]. En
palabras de Safranski, para Nietzsche, la democracia y el socialismo, partiendo
de las hipótesis de la moral cristiana y racionalista, llevan a una nivelación
y degeneración general que obstruyen la configuración del gran individuo[31]. Ningún
proyecto político satisfará, pues, a Nietzsche y la única “propuesta política
coherente con su filosofía es la de resistencia, la llamada constante a la
rebelión contra cualquier orden pacificado, pues siempre será un orden racional
y siempre se hará a costa de ahogar la fuerza creadora de la vida humana.[32]”
En lo que respecta al momento constructivo del pensamiento
nietzscheano, ya hemos dicho que éste se revela más débil y confuso que el destructivo.
En términos generales, se oscila entre la defensa de una versión liberada y
creadora de aquellas instancias que en un primer momento se criticaron por ser
nocivas para la vida auténtica y natural, y la constatación trágica de que dichas
instancias son límite y condición de posibilidad de la vida, de modo que todo
intento de liberación radical está inevitablemente destinado a la
autodestrucción.
Para empezar, Nietzsche sustituirá la ontología esencialista del
racionalismo por una ontología creacionista de la voluntad. Ésta parte de un perspectivismo
–“no hay hechos, sino interpretaciones”[33]- que no
debe ser interpretado como meramente epistemológico sino, antes bien, ontológico[34]. El
perspectivismo epistemológico sería, por así decirlo, el del famoso apólogo
indio en el que tras palpar unos ciegos los diferentes miembros de un mismo
elefante cada uno de ellos cree conocer su naturaleza en función del miembro
que ha palpado. Según este perspectivismo, sí
hay hechos (el elefante) aunque el pensamiento no sea capaz de atravesar la
red de interpretaciones[35].
Para el perspectivismo ontológico de Nietzsche, en cambio, no hay hechos realmente, esto es, “el
ser de las cosas” no es pensado “como esencia acabada, cerrada, fija”, sino que
es inestable, indeterminado y pensado “en claves de posibilidades, aperturas,
creaciones, más o menos próximas a la idea presocrática-heraclitiana.[36]” Así, “el
hombre es el animal no fijado”, como ya decía Pico della Mirandola en De la dignidad del hombre, y “la vida
individual, lo mismo que la vida de las culturas, es una sucesión de intentos
consigo mismo.”[37]
Este perspectivismo o indeterminismo ontológico es el ámbito ideal
para el creacionismo o constructivismo de la voluntad nietzscheana, que a
diferencia del constructivismo kantiano, que aceptaba un marco de reglas
racionalmente fijadas, el único criterio al que se remite es al de la utilidad de la vida. No se trata, sin embargo, de un pragmatismo ilustrado o
anglosajón, que entiende la “utilidad” en términos de felicidad de la mayor
parte de la humanidad o, en su versión degenerada, en términos de rentabilidad
de los pueblos o individuos, sino de un pragmatismo dionisiaco o poético, que considera
que “verdad es el tipo de ilusión que se muestra útil a la vida”.[38]
El primer tipo de pragmatismo respondería a la voluntad de dominio,
que Nietzsche asocia con la voluntad de verdad y de poder, en sentido técnico;
al segundo, correspondería la voluntad de crear, posibilitada por la
indeterminación ontológica, para la que la voluntad de verdad y de poder son
obstáculos en su proyecto creativo, ya que presuponen un mundo existente que
conocer y dominar[39].
Nietzsche consideraba que la tarea de autocreación vital sólo podía
ser llevada a cabo por unos pocos hombres excepcionales. Estos poetas de su
propia vida, que no de la colectiva (“En cuanto a nosotros, somos los poetas de
nuestras vidas[40]”),
están, como todo héroe romántico, condenados a un fracaso trágico por haber tratado
de trascender los límites de su condición. No se trata, claro está, de una
esencia humana, sino de una condición contingente, variable, pero no por ello
menos limitadora del hombre creador presente. El mismo Nietzsche hará
referencia a esta condición desaforada
al afirmar que teme estar tratando de ser más libre de lo que se puede ser.
Cabe señalar, sin embargo, la ambivalencia del concepto de
superhombre, que ha sido interpretado como tipo biológico elevado (nazismo) o
como ideal de fuerza creadora (tal como hizo, democratizándolo, el
existencialismo). Esta segunda interpretación, que parece ser la más fiel al
texto nietzscheano, si conservamos su aristocratismo, remite al hombre que
logra “la santificación del más acá como respuesta a la muerte de Dios” [41], esto
es, la plena inmanencia, cuya piedra de toque sería la aceptación poderosa de
la intuición instrumental del eterno retorno.
II
A continuación estudiaré en qué medida las ideas nietzscheanas arriba
expuestas parecen coincidir con los presupuestos filosóficos del capitalismo
tardío.
Si bien es cierto que en la
cultura del capitalismo tardío también nos hallamos con una oposición muy marcada
entre vida “auténtica” y vida “inauténtica”, los términos en que éstas se
definen son mucho más banales que los de la versión nietzscheana. En el
capitalismo tardío la vida “auténtica” viene representada por el éxito, el confort,
la diversión, la sensualidad y la aventura, siendo la figura del famoso y el millonario,
aventureros o solidarios, el símbolo de la vida liberada de la inautenticidad
de la necesidad, el trabajo, el sacrificio y la inmovilidad geográfica o social.
Así, donde Nietzsche oponía a la razón burguesa (fidelidad, ahorro,
lealtad, identidad, constancia), “lo otro de la razón” (creación, derroche,
instintos, contingencia, indeterminación), el capitalismo tardío, posmoderno o
líquido opone iniciativa, consumo, narcisismo y flexibilidad laboral y
relacional.
Por otra parte, la oposición
tardocapitalista entre vida auténtica e inauténtica no es tan radical como en
el caso de Nietzsche, ya que la segunda no es vista como una amenaza para la
primera sino, más bien, como su antesala o preparación. Este tipo de complementariedad
cuadraría, en parte, con la interpretación weberiana de la lógica del éxito/fracaso
como secularización de la doctrina protestante de la predestinación. La
principal diferencia es que cabe la salvación por las obras en esa especie de
purgatorio de la mayoría, cifrado en el “work hard, play hard”, trabaja duro y diviértete a morir, que
domina la ética del trabajo tardocapitalista.
Aunque a la luz de esta oposición suavizada, la razón y la verdad no
son vistas como los principales enemigos de la vida auténtica, no dejan por eso
de ser negadas o debilitadas ya sea mediante viejos argumentos de origen escéptico
o nietzscheano ya sea mediante nuevos conceptos epistemológicos como los de
probabilidad, relatividad y azar. No se explicitan las razones del ataque –no
se dice que empobrezcan la vida, ni que sean un arma de dominio-, simplemente
se da como una verdad inapelable que razón y verdad “no existen”, sin que el
significado y consecuencias de esta afirmación lleguen a ser jamás pensados.
George Orwell sí los pensó en 1984,
donde intenta mostrar cómo la destrucción de la noción de verdad es el primero
de los objetivos del totalitarismo. Así, en la novela, O’Brien, un alto
funcionario del partido llegará a afirmar: “Usted cree que la realidad es algo
objetivo, exterior, algo que existe por sí mismo… Pero yo le digo, Winston, que
la realidad no es exterior. La realidad sólo existe en la mente humana, no
existe en ningún otro lugar.”
Para Todorov resulta evidente que esta estrategia totalitaria está
relacionada con las premisas de los postestructuralistas y postmodernos, cuyo “fundamento
común es la filosofía nietzscheana”, que “sólo reconocen unas verdades
parciales –históricas y subjetivas- dictadas por el juego del poder y el
interés” y que podemos considerar intelectuales orgánicos –inconscientes a
veces- del tardocapitalismo[42].
También coinciden nietzscheanismo y tardocapitalismo en su crítica al lenguaje.
Hallamos una buena ilustración de esta semejanza en el análisis que realiza Todorov
de la evolución de los estudios literarios estadounidenses en la segunda mitad
del siglo XX. Según dicho autor, hasta 1968 la pregunta básica en dicho ámbito era:
“¿Qué significa este texto?” Una pregunta que presuponía cierto optimismo lingüístico
y epistemológico.
Sin embargo, la llegada del “postestructuralismo”, profundamente
nietzscheano, convirtió la pregunta por el significado del texto “en algo
totalmente falto de interés”[43] ya que,
en su versión deconstructiva, la respuesta era siempre “nada” y, en su versión
pragmatista, “no importa el qué, pues es el lector quien le impone su propio
sentido”[44].
Ciertamente, dicho relativismo cognoscitivo acabará moderándose con una suerte
de historicismo en el que “son las comunidades interpretativas quienes producen
las significaciones[45]”.
Historicismo que resultará ser la base epistemológica ideal para los defensores
del nacionalismo y del choque de civilizaciones.
En la historia de la hermenéutica religiosa, aprendemos que los modos
interpretativos de los dos libros que dios escribió,
Pero si en el ámbito de la interpretación literaria podemos
permitirnos actitudes esteticistas sin grandes consecuencias, no sucede lo
mismo cuando el historiador abandona todo afán de veracidad y pasa a concebir
la historia como un texto sin significado que el hombre construye a su interés;
cuando el político se siente legitimado a organizar sus discursos en torno al
único eje del interés; cuando la verdad común es sustituida por interpretaciones
con denominación de origen.
No deja de ser curioso que este desmantelamiento de la razón, la
verdad y el lenguaje coincida con el desmantelamiento del estado, de la
política nacional y de la clase obrera llevado a cabo por la revolución
neoliberal de Thatcher y Reagan. Nuevamente la posmodernidad de raíces
nietzscheanas se nos revela como la mejor
imagen posible del mundo para el capitalismo tardío.
También la concepción que Nietzsche tiene del sujeto se ha hecho, con variaciones,
hegemónica en la sociedad tardocapitalista. Al no aceptarse ya ningún
fundamento metafísico ni religioso universal, pues violentaría el pluralismo
democrático, el sujeto pierde toda referencia a una esencia humana
(trascendental o natural). Sin ese molde humano, el sujeto se convierte en “un
nexo sin centro” (Vattimo) o en una “mera concatenación de voluntades y
propósitos” (Rorty).
De este sujeto débil y sin atributos se desprenden múltiples
consecuencias tanto en el ámbito teórico como en el práctico. En el teórico, el
sujeto se convierte en una narración biográfica de la que no tiene sentido
preguntarse por su significado ya que, como veíamos que afirmaba el
deconstruccionismo, no lo tiene o, como consideraba el pragmatismo, cada uno le
impone el que más le conviene. De este modo, el sujeto es condenado a ser
superhombre, a inventarse a sí mismo; pero no al modo existencialista, que como
sostenía Jean Paul Sartre era un humanismo, sino al modo precario e inestable
que describe Bauman en Vida líquida y
Amor líquido.
Así, la existencia de muchas personas resulta ser una sucesión de breves
proyectos vitales parciales con escasa fuerza vinculante. La vida como
currículum vitae, como práctica de tal o cual técnica relacional, como entrega
a una u otra afición, como ascesis dietética o gimnástica… También el neofundamentalismo,
las sectas y los esoterismos se hallan relacionados con el carácter
desubstancializado, flexible, incierto y narcisista del individuo
tardocapitalista. Todos estos entusiasmos más o menos efímeros parecen ser sucedáneos
de las “enérgicas quimeras” de las que hablaba Nietzsche. De este modo, el
sujeto desubstancializado ha acabado convirtiéndose en gestor de una existencia
cuyo sentido último se le escapa, no sólo en el sentido de que no lo encuentra
sino también en el de que no es capaz de crearlo y mantenerlo.
De ahí que Bauman distinga, en Modernidad
líquida, entre “políticas de vida” (la búsqueda privatizada de la
autorrealización propia de la sociedad tardocapitalista) y “política pública” (la
traducción de los problemas privados a problemáticas públicas propia de la
política moderna) y afirme la necesidad de “recolectivizar las utopías
privatizadas de la “política de vida” de modo que éstas vuelvan a ser visiones
de una “sociedad buena” y de una “sociedad justa”.[46]”
Por otra parte, al dejar de remitirse a una esencia humana común
(trascendental o natural), el sujeto pierde su condición de “homo equalis” para
adoptar la de “homo differens”, atomizado, celoso de su privacidad, preocupado por
sus derechos, despreocupado de sus deberes y ajeno a aquellos que ya no son sus
semejantes.
Este tipo de sujeto es incompatible con la ética universalista moderna.
Para él no hay reglas que valgan eterna ni universalmente. La suya es una ética
relativista, tolerante y permisiva que Lipovetsky llega a considerar “a la
carta” por haber cambiado el imperativo categórico por el imperativo
condicional del interés y el gusto personal.
Sin embargo, como sucedía también en el caso de Nietzsche, la crisis
de la moral en el mundo tardocapitalista no es sólo el resultado de la crisis del
sujeto, sino, sobre todo, del hecho de ver la moral racionalista o moderna como
una amenaza para la vida auténtica. Ciertamente, el deber moral, la lucha por
la justicia, la empatía con el dolor de los que antes sentíamos como semejantes,
no dejan de ser un obstáculo para una vida concebida en términos de placer y autorrealización
individual[47].
En el ámbito político, también el neoliberalismo tardocapitalista verá
al estado como un usurero que presta valores a la baja como son la igualdad y
justicia a cambio de que los hombres le entreguen una creatividad e iniciativa vistos
como el capital necesario para la adquisición de una vida auténtica. El mito
del funcionario desmotivado, inoperante, aniquilado, simbolizaría este rechazo
de la racionalización colectiva de las energías y posibilidades del “homo
differens”.
Aunque resulte paradójico, este ser disgregado es enormemente
gregario. Sin un referente común ni fuerzas para generar sentido por sí solo,
el individuo acaba recurriendo a instancias intermedias como la nación, la religión
o la moda. De ahí que la moral privatizada –atención a los derechos por encima
de los deberes, desvinculación respecto del semejante- se dé en muchas
ocasiones a nivel colectivo, fundamentalmente bajo la forma del nacionalismo.
De la misma manera que a Nietzsche no le satisfacía
ningún proyecto político y su única propuesta era la de la resistencia contra
todo tipo de racionalización o pacificación de la existencia, por sus efectos
empobrecedores sobre la vida, también el hombre tardocapitalista considera que
la política corrompe y esclerotiza el inconformismo, que pasa a expresarse,
cuando se expresa, en exaltaciones de indignación de corta duración y nula repercusión
como, por ejemplo, las manifestaciones contra la guerra de Irak, contra el
precio de la vivienda o contra la crisis en general. Entre la política negativa
de Nietzsche y su versión banalizada del tardocapitalismo, nos hallamos con la
dialéctica negativa de Adorno y Horkheimer y el pensamiento a la contra de todo
poder, incluso del progresista, de Michel Foucault.
En lo que respecta a las coincidencias entre el momento constructivo
del pensamiento nietzscheano y la lógica cultural del capitalismo tardío, podemos
decir que este último prescinde de la vertiente trágica y autodestructiva de la
propuesta nietzscheana. Así, aunque nos encontremos, como en Nietzsche, con una
versión liberada y creadora de las instancias criticadas por ser nocivas para
la vida auténtica, éstas resultan ser tan banales y funcionales para el sistema
como su propia noción de vida auténtica.
Así, el perspectivismo del tardocapitalismo no será ontológico y
radical, como el de Nietzsche, sino epistemológico y superficial. Se considera
que la esencia de las cosas existe de forma acabada, determinada, aunque no podamos
acceder a ella[48].
Gracias a ello cohabitan relativismo y fanatismo que permite a los menos
escrupulosos gozar de los beneficios de la doble moral y provoca en los más
sinceros una cierta esquizofrenia moral.
A pesar del carácter ontológicamente limitado de este perspectivismo,
abunda en nuestra sociedad el mito del creacionismo o constructivismo. Como
decíamos más arriba, el individuo tardocapitalista ha pasado a ser superhombre
a su pesar. Pero como el rabino de “El golem” de Borges, que intentando emular
al dios creador perpetró un ser deforme y meramente imitativo, el superhombre tardocapitalista es un
hombre inestable, angustiado e inconsistente que tras vagar por el descampado de
la autocreación acaba refugiándose en la cabaña de la mímesis y el gregarismo.
Por otra parte, del pragmatismo dionisiaco o poético de Nietzsche, en
el que era verdad toda ilusión útil a la vida, no queda más que un pragmatismo anglosajón con una idea banal de la vida
y una concepción rentabilista y narcisista de la utilidad. Y aunque exista una
retórica esteticista de la voluntad, que es una de las bases de la
despolitización actual, ya que traslada la tarea creativa del ámbito político y
colectivo al estético e individual, lo cierto es que ese creacionismo es
entendido en términos económicos. De este modo, un valor burgués como el
enriquecimiento y el dominio técnico pasa a ser la base del proyecto estético
vital, pasando a recoger lo peor de ambas propuestas: de un lado, la cercanía
de esteticismo y barbarie, señaladas ya por Novalis y Mann[49]; del
otro, el empobrecimiento y mercantilización de la existencia.
Asimismo, mientras que la ética esteticista que Nietzsche oponía a la
moral racionalista democrática era de corte aristocrático, la que la sociedad
tardocapitalista ha hecho suya es de corte democrático. Todos están llamados a
autorrealizarse aunque pocos sean los elegidos por el azar para poder hacerlo,
lo que lleva a Bauman a distinguir entre individuo de jure (que tiene el derecho, y la obligación, de autorrealizarse)
e individuo de facto (que en la
mayoría de los casos apenas logra sobrevivir vital o socialmente). Así, para
Bauman, “el abismo que se abre entre el derecho a la autoafirmación y la
capacidad de controlar los mecanismos sociales que la hacen viable o inviable
parece alzarse como la mayor contradicción de la modernidad líquida.[50]”
En algunos casos, de la misma manera que en Nietzsche la humanidad llega
a aparecer como “masa sacrificada al desarrollo de una única especie fuerte de
hombres[51]”, en el
tardocapitalismo, la miseria del mundo es vista como condición de posibilidad
de donde salen unos pocos emprendedores, mitológicamente surgidos de la pobreza
y endurecidos por siete fracasos, que llegan a triunfar, ingresando de este
modo en el olimpo de los superhombres del capitalismo tardío. Según Thomas
Mann, Spengler convirtió el superhombre de Nietzsche “en el hombre rapaz y
aprovechado que pasa por encima de cadáveres, en el magnate del dinero, en el
industrial de armamento…[52]” Seres
superiores en el que, con expresión nietzscheana pero sentido tardocapitalista,
“se dan en su máxima expresión las propiedades específicas de la vida: la
injusticia, la mentira, la explotación.[53]”
Cabe añadir que tanto el creacionismo nietzscheano como el
tardocapitalista suponen una ruptura con el humanismo ya que, en principio, niegan
la existencia de una esencia común prefijada. Sin un modelo trascendente que
seguir, el hombre se siente liberado (aunque también condenado) a innovar, a
crear, a experimentar. Esto no sólo genera una gran ansiedad y desorientación
en los individuos de facto sino que,
además, una vez muerto el padre, como diría Rorty[54], la
fraternidad desaparece y el hombre se ve condenado a una bulliciosa soledad. De
este modo, Nietzsche y el capitalismo tardío están dispuestos a sacrificar la
fraternidad y la igualdad en aras de una libertad paralizante.
La mayor diferencia, quizás, entre la filosofía nietzscheana y la del
capitalismo tardío es la falta, por parte de este segundo, de un pathos trágico. En Nietzsche sentimos una
tensión irresoluble entre el límite y la condición de posibilidad. Dirá
Nietzsche en una carta de 1876: “¡Acaso yo quiera ser más espíritu libre de lo
que pueda serlo!” De alguna manera, Nietzsche nos recuerda a la paloma de Kant,
que pensaba que en el vacío podría volar mejor, cuando sin resistencia el vuelo
no es posible, o al Barón de Münchhaussen, que pretendía sacar a su caballo del
lodo sin desmontarse, tirando sólo de las riendas. La destrucción de todo
límite a la busca de una liberación e inmanencia totales, es una carrera imposible
o suicida[55].
Tal y como señala Safranski, el primer Nietzsche buscará un cierto
equilibrio entre límite y libertad proponiendo una especie de “sistema
bicameral de la cultura” donde “una cámara se calienta genialmente, mientras
que en la otra se refrigera por el bien de la conservación de la vida.[56]” En Humano, demasiado humano, Nietzsche
afirma que una cultura superior necesita dos cámaras cerebrales: “una para
percibir la ciencia, y otra para percibir la no ciencia.[57]” La
ciencia y la moral evitarían las consecuencias “malignas y peligrosas de un
recalentamiento[58]”,
enfriando con su crítica[59] el
calor, también necesario, del arte y la ilusión, cuyo elogio realizó en El nacimiento de la tragedia. De este
modo, se evita “el doble peligro del vitalismo desencadenado, por una parte, y
del letargo nihilista, por otra.”[60]
En sus reflexiones acerca de la filosofía nietzscheana, Thomas Mann
advierte que la lógica del arte no es la misma que la de la moral y la política
y que es esencial mantener sendos ámbitos separados pues tan dañina resulta una
politización del arte como una estetización de la política. Es en este sentido
que Mann constata que existe una “tremenda cercanía” entre “esteticismo y
barbarie”. Y era precisamente esto lo que buscaba evitar, según Safranski, el
primer Nietzsche.
Sin embargo, el autor de Aurora
evolucionará hacia una postura más radical que prescindirá de la cámara refrigeradora
de la razón y la moral para funcionar únicamente con el motor sobrecalentado
del arte y el instinto, aun sabiendo que por ese camino no podía llegar
demasiado lejos.
Esta actitud romántica y autodestructiva no la hallamos en el
capitalismo tardío, donde el individuo más que poeta es gestor de su vida, de
modo que siempre antepondrá la sostenibilidad económica de sus recursos
existenciales a la apuesta suicida de una vida bella y creadora. Por así
decirlo, cuando Nietzsche habla de posibilitar la vida no está pensando en la
pirámide de Maslow, sino, más bien, en la pirámide azteca donde los hombres se
sacrifican grandiosamente con el fin de alimentar el dios guerrero de la vida.
El capitalismo tardío tampoco comparte con Nietzsche ese sentimiento
trágico de la vida, que, como vimos, le hace ser tan consciente de los inexpugnables
límites contra los que ha decidido estrellarse. Thomas Mann ve en Nietzsche un
“desprecio heroico de la felicidad” que ve “en toda voluntad de eliminar el
sufrimiento evitable en la tierra, el despreciable afán de alcanzar la “verde
felicidad-prado de los animales de rebaño”.[61]” Nietzsche
sabe que “la vejez no puede eliminarse con instituciones. Ni la enfermedad. Ni
el vicio.[62]”
El capitalismo tardío mantiene la confianza en la ciencia y en la técnica para ganarle
terreno al mal, sólo que no al mal social de la miseria y la injusticia, que es
sentido como mal metafísico, esto es, inextinguible[63], sino
al mal individual de la vejez, la enfermedad y la incomodidad.
III
Hasta ahora sólo hemos constatado las semejanzas y diferencias entre
la filosofía nietzscheana y los presupuestos filosóficos del sentido común tardocapitalista.
A continuación reflexionaremos acerca de la naturaleza de dicha relación, que puede
ser de anticipación o de reciclaje.
Por relación de reciclaje entendemos que la coincidencia entre el
pensamiento de Nietzsche y la filosofía del capitalismo tardío se debe a que
ésta habría reaprovechado o recuperado, como
dirían los situacionistas, mediante sus intelectuales orgánicos (posmodernos,
pragmatistas y, a su pesar, situacionistas y neosituacionistas) los elementos
nietzscheanos más adecuados para fundamentar filosóficamente el “sentido común”
neoliberal.
Ciertamente, la filosofía de Nietzsche ha sido en numerosas ocasiones
violentada, aunque cabe preguntarse si Nietzsche aceptaría decir que su
filosofía ha sido violentada ya que, según él, no existen los hechos –o textos-
sino sólo sus interpretaciones. ¿Se hubiese indignado Nietzsche, contradiciéndose
con sus presupuestos, ante la interpretación nacionalista y fascista realizada
por su hermana y Peter Gast o ante la democratización del superhombre realizada
por el existencialismo?
Quedan otras muchas preguntas por resolver. ¿Quién recicla? ¿Los
intelectuales orgánicos del capitalismo tardío? ¿Su elenco de académicos y expertos?
¿Su sentido común? ¿Su superinteligencia?
¿El azar? ¿Y cómo se recicla? ¿De manera consciente o inconsciente; mediante estudios
especializados; mediante ensayo y error?
Por relación de anticipación entendemos que Nietzsche intuyó filosóficamente
las formas que el pensamiento adoptaría en futuros estadios al radicalizar el
proyecto de emancipación humanista-ilustrado, que estaría en estrecha conexión
con el poder in crescendo igualador y
destructor de límites (geográficos, existenciales y conceptuales) característico
del capital.
Ya Thomas Mann consideró que Nietzsche se había adelantado a su
tiempo. Según él, Nietzsche percibió
“de antemano, con su filosofema del poder, el imperialismo ascendente”
anunciando “la época fascista de Occidente en la cual seguiremos viviendo largo
tiempo, a pesar de la victoria militar sobre el fascismo.”[64] Pero
percibir no es defender. Aunque Nietzsche ensalzaba el espíritu heroico del
soldado, despreciaba el espíritu mercantil del tendero y del comerciante y
nunca hubiese defendido “la alianza del industrialismo y el militarismo, la
unidad política de ambos, en la cual consiste el imperialismo.[65]” Según
Mann, fue Spengler quien tradujo la filosofía de Nietzsche al nuevo sistema
económico político: el imperialismo.
Sin embargo, tal y como muestran Habermas en La constelación posnacional, Zolo en Cosmópolis o Negri y
Hardt en Imperio, el capitalismo
tardío no es imperialismo sino, más bien, su superación, tanto en el sentido de
que el poder ha pasado de estar controlado por estados-nación a estarlo por empresas
multinacionales como en el de que el tipo de poder es diferente, más flexible e
incontrolable. Según Stephen Toulmin, mientras que la metáfora política de la
modernidad eran las gruesas y pesadas cadenas de Leviatán, la del capitalismo
tardío son las numerosas y finísimas cadenas que inmovilizan a Lemuel Gulliver[66].
En este sentido, José Manuel Bermudo señala que la ontología de la
indeterminación nietzscheana parece enunciar el capitalismo tardío, que rechaza
los valores burgueses de fidelidad, identidad, permanencia, austeridad, en aras
de un mundo sin límites (ni geográficos ni existenciales), en el que prima el
consumo omnívoro, la elección permanente y la precariedad ontológica y moral.
Cabe preguntarse por qué Nietzsche avanza casi en un siglo los
presupuestos filosóficos que iban a hacerse hegemónicos en el mundo casi un
siglo más tarde. Podemos aventurar diferentes tipos de explicaciones.
Según afirma Lukács en El asalto
a la razón, en la filosofía de Nietzsche “la burguesía se rebela contra su
propia racionalidad cuando con ella no consigue la reproducción de su
hegemonía.[67]”
Dice Todorov, en cambio, en El
jardín imperfecto, que la filosofía de Nietzsche es la culminación del
proceso iniciado por el humanismo del siglo XV y que se iría intensificando con
el tiempo, al estar su nacimiento y evolución estrechamente relacionado con la
fuerza igualadora y destructora de límites del capitalismo.
Todorov metaforiza este proceso bajo la imagen del pacto faustiano. Como
suele suceder en estos casos, el contrato que el demonio le habría propuesto al
hombre moderno contendría una cláusula escrita en letra pequeña que compromete
su alma. Según Todorov, dicho pacto tendría, más o menos, la siguiente
formulación: “El hombre moderno tendrá la posibilidad de querer libremente, de
adquirir el dominio de su propia voluntad y de llevar su vida a su antojo” a
cambio del triple precio de “separarse primero de su Dios, luego de su prójimo
y, finalmente, de sí mismo.[68]” Como
dice Zygmunt Bauman en Modernidad
líquida: “A una libertad sin precedentes va acompañada una falta de sentido
sin precedentes”. No habría errado Pascal en su diagnóstico al describir con
horror a Montaigne como “l’homme que se
dénoue partout”, el hombre que se desprende de todo.
El resultado será, pues, “no más Dios”: “No tendrás ninguna razón para
creer que existe un ser por encima de ti, una entidad cuyo valor sería superior
al de tu propia vida; ya no tendrás ideales ni valores: serás un materialista”; no más prójimo: “Los
demás hombres, a tu lado y nunca más sobre ti, seguirán existiendo, por
supuesto, pero ya no contarán para ti. Tu círculo se restringirá: primero a tus
conocidos, luego a tu familia inmediata, para limitarse finalmente a ti mismo;
serás un individualista”; y no más tú
mismo: “Intentarás entonces agarrarte a tu yo, pero éste estará a su vez
amenazado de dislocación. Ese yo no será más que una colección heteróclita de
pulsiones, una dispersión al infinito; serás un ser alienado e inauténtico, que
no merece que lo sigan llamando “sujeto”.[69]”
Según Todorov, frente a esta situación de libertad y sinsentido
máximos, los hombres modernos se dividieron en cuatro grandes familias: la
familia conservadora, que rechaza la modernidad y su lucha emancipadora porque
considera que el precio es demasiado elevado; la familia cientificista, que considera
que el diablo debe marcharse “con las manos vacías” porque lo cierto es que “no
ha habido nunca libertad” aunque los hombres tomen por libertad su ignorancia
de las leyes biológicas e históricas; la familia individualista, que considera
que lo que hemos perdido no merece que se lo eche de menos ya que “nos
arreglamos bastante bien sin valores comunes, sin lazos sociales molestos y sin
un yo estable y coherente[70]”; y la
familia humanista, que piensa que la libertad existe y tiene un gran valor pero
que no está dispuesta, a la vez, a renunciar los valores compartidos, la vida
con los demás hombres y el yo que se considera responsable de sus actos[71].
En la sociedad actual conviven estas cuatro familias de un modo
bastante confuso y entremezclado, si bien es cierto que cuando hablamos del
capitalismo tardío nos referimos, sobre todo, a las familias cientificista e
individualista. La familia conservadora rechazaría los supuestos avances del
mismo por considerar que el precio a pagar es demasiado alto y la familia humanista aceptaría su
pulsión igualadora tratando, sin embargo, de resistir a su inseparable pulsión atomizadora.
La relación entre libertad y sentido es, como decíamos más arriba, de
carácter trágico. Ambas instancias están conectadas al modo de los vasos
comunicantes: a más libertad menos sentido y a más sentido menos libertad. Los
valores comunes que nos obligan, los otros que nos miran y el sujeto que nos
responsabiliza son, a la vez, límite de nuestra libertad y condición de
posibilidad de nuestro sentido.
Como la paloma de Kant, Nietzsche habría decidido caer grandiosamente en
el vacío de la libertad absoluta. El humanismo optaría, más bien, por hacer
caso a Dédalo, que según el mito original no sólo le recomendó a su hijo Ícaro
no volar demasiado alto, para evitar el calor del sol, sino también no volar
demasiado bajo, para evitar el vapor del agua.
Dice Nietzsche que el valor máximo es la vida, que ésta “no tiene
ningún juez por encima de sí” y que “no hay fuera de la vida ningún punto fijo
desde el cual se pueda reflexionar sobre la vida, no hay ninguna instancia ante
la cual la vida pueda avergonzarse.” Sin
embargo, cuando en 1888 muera Federico III, Nietzsche lamentará su muerte por haber
sido este monarca defensor del librepensamiento. Según Thomas Mann, “en el
duelo de Nietzsche por la muerte de Federico III se pone de manifiesto “el amor
natural del hombre espiritual, del escritor, a la libertad, la cual es su aire
vital. Y de repente toda la fantasía estética que habla de esclavitud, guerra,
violencia, crueldad de los señores, yace lejos, en algún lugar, como si fuera
un juego irresponsable y una teoría coloreada.[72]”
BIBLIOGRAFÍA
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Fondo de Cultura Económica, México, 2007
Bauman, Zygmunt, Modernidad
líquida, Fondo de Cultura Económica, México, 2005
Bermudo, J. M., Filosofía
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Barcelona, 2005
Jameson, Fredric, El
posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado, Paidós,
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intempestivas, Alianza Editorial, Madrid, 1988
Nietzsche, F., Crepúsculo de los
ídolos, Alianza Editorial, Madrid, 1973
Nietzsche, F., El
nihilismo en los escritos póstumos de Nietzsche, Madrid, Península, 2000
Safranski, Nietzsche, Tusquets,
Barcelona, 2002
Todorov, Tzvetan, El jardín
imperfecto, Paidós, Barcelona, 2008
Todorov, Tzvetan, El hombre
desplazado, Taurus, Madrid, 2008
Stephen Toulmin, Cosmópolis, Península, Barcelona, 2001
Zolo, Danilo, Cosmópolis, Paidós, Barcelona, 2000
[1] Entiendo por
“filosofía nietzscheana” no sólo el pensamiento original de Nietzsche –en la
medida en que éste pueda ser rescatado-, sino también el aire de familia que
comparten los pensadores de la segunda mitad del siglo XX, incluyendo la
versión banalizada que realizaron de aquél algunos de los pensadores posmodernos.
Con todo, por una cuestión de espacio y de preparación, me centraré
fundamentalmente en el pensamiento de Nietzsche, en el que, en todo caso, se
halla el núcleo de los desarrollos posteriores.
[2] He adoptado el
término “lógica cultural” del libro de Fredric Jameson, El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado (obra
cuyo contenido no corresponde a la diafanidad de su título), si bien entiendo
por “lógica cultural” no tanto las expresiones artísticas, en particular, como
la cosmovisión y formas de vida compartidas, en general. Podríamos haber
adoptado, quizás, otros términos como “hegemonía” (Gramsci), “superestructura”
(Marx) o “sentido común” (en la sociología norteamericana).
[3] Por “capitalismo
tardío”, que también ha sido llamado “avanzado”, “postfordista”, “postmoderno”,
“postindustrial”, “postutópico” o “líquido”, entiendo el sistema socioeconómico
en el que el capitalismo ha llegado a su máxima extensión (la globalización
permite al capital fluir libremente por todo el mundo mientras la política que
podría controlarlo ha quedado encerrada en unidades nacionales) e intensión (la
“revolución neoliberal” iniciada por Thatcher y Reagan y confirmada por la
caída del muro de Berlín ha supuesto que el proceso de economización de la existencia
o de subsunción de la realidad por el capitalismo haya llegado a extremos
insospechados).
[4] Thomas Mann, Schopenhauer, Nietzsche, Freud, Plaza y Janés, Barcelona, 1986,
147, 134
[5] En este contexto el término “momento”
no tiene un significado cronológico o diacrónico como lógico o sincrónico.
[6] Thomas Mann, op. cit., 170
[7] Cit. en íd., 142
[8] Especialmente el apartado“La razón en
la filosofía”.
[9] José Manuel Bermudo, Filosofía política. Asaltos a la razón
política, vol. III, Ediciones del Serbal, Barcelona, 2005, 55
[10] José Manuel Bermudo: “no se declara
la crisis de una forma de la verdad en nombre de otra figura de la misma, sino
que se decreta el final de un pensamiento regido por la voluntad de verdad”,
íd., 45
[11] Friedrich Nietzsche, Más allá del bien y del mal, & 5
[12] Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra, & 6
[13] Rüdiger Safranski insiste mucho en el
concepto nietzscheano de “monstruosidad” que cabe entender en un sentido
etimológico: como aquello que es inclasificable, que viola todas las clasificaciones
conocidas. Es en este sentido, por ejemplo, que se decía que Lope de Vega era
un monstruo de la naturaleza.
[14] Friedrich Nietzsche, El ocaso de los ídolos, & 5
[15] Friedrich Nietzsche, Gay saber, & 121
[16] Tal sería el caso, por ejemplo, del
chileno Vicente Huidobro, quien en Altazor,
largo poema lleno de referencias explícitas a la obra de Nietzsche, que
describe en siete cantos el proceso suicida de liberación total de la razón y
del lenguaje, que acaba en un séptimo canto formado largas cadenas fonéticas
sin sentido alguno que pueden interpretarse tanto como los gritos de alegría
del hombre finalmente liberado como gritos de desesperación del hombre que topa
con los límites que nunca logrará romper. Tal es el significado también del
título: “alto azor”, pudiendo significar “azor” tanto un ave como un muro.
[17] “Enseño el no contra
todo lo que debilita, contra todo lo que agota. Enseño el sí hacia todo lo que
fortalece, acumula fuerza y justifica el sentimiento de la fuerza. Hasta ahora
no se enseñaron ni lo uno ni lo otro: se ha enseñado la virtud, el altruismo,
la compasión; se ha enseñado incluso la negación de la vida. Todos estos son
valores característicos de los agotados.” (Friedrich Nietzsche, La voluntad de poder, & 54)
[18] Como es habitual Nietzsche habla,
sobre todo, de la desventaja.
[19] Thomas Mann,
Op. cit., 138
[20] Íd., 138
[21] Íd., 140
[22] Íd., 140
[23] Íd., 139
[24] Íd., 141
[25] Íd., 169
[26] Rüdiger Safranski, Nietzsche, Tusquets, 2002, 146
[27] Cf. “De los grandes
acontecimientos” y “Del nuevo ídolo” en Así
habló Zaratustra, p. 82-85
[28] José Manuel Bermudo, Op. cit., 74
[29] Que implica una sociedad civil
individualizada, escindida, pero controlada por una instancia exterior: el
estado.
[30] José Manuel Bermudo, Op. cit., 74
[31] Rüdiger Safranski, Op. cit., 318
[32] José Manuel Bermudo, Op. cit., 75
[33] Friedrich Nietzsche, Voluntad de poder, & 133
[34] Tomo la distinción de José Manuel
Bermudo, Op. cit., 60-61
[35] Asimismo, el cotejo de las diversas
interpretaciones a la luz de la una “visión divina”, que funcionase al modo de
“idea de la razón” kantiana, permitiría un cierto criterio de elección.
[36] José Manuel Bermudo, Op. cit., 61
[37] Friedrich Nietzsche,
Más allá del bien y del mal, 5, 81
[38] Rüdiger Safranski, Op. cit., 342
[39] José Manuel Bermudo, Op. cit., 66
[40] Friedrich Nietzsche,
Gay saber, & 299
[41] Rüdiger Safranski, Op. cit., 291
[42] Tzvetan Todorov, El hombre desplazado, Taurus, Madrid, 2008 [1996], 232
[43] Íd., 225
[44] Íd., 226
[45] Íd., 230
[46] Zygmunt Bauman, Modernidad líquida, Paidós, Barcelona, 57
[47] Cf. Pascal Bruckner, La tentation de l’innocence, Grasset,
Paris, 1995
[48] José Manuel Bermudo, Op. cit., 60
[49] Thomas Mann, Op. cit., 155-156
[50] Zygmunt Bauman, op. cit., 43
[51] Friedrich Nietzsche, Genealogía de la moral, & 5, 315
[52] Thomas Mann, Op. cit., 160
[53] Íd., 157
[54] Richard Rorty,
[55] En Hamlet se dirá que “rebelde contra sí es
la juventud si no encuentra enemigo” (I, 3) para luego hablarse de las “faltas
propias del exceso de libertad” (II, 1)
[56] Rüdiger Safranski, Op. cit., 349
[57] Friedrich Nietzsche, Humano, demasiado humano, 2, 209
[58] Íd., 2, 209
[59] Nietzsche exhorta a
enfriar y apagar el ánimo de la época con ciencia y reflexión (íd., 2, 62)
llegando a hablar incluso de una búsqueda de “fines ecuménicos” (íd., 2, 46).
[60] Rüdiger Safranski, Op. cit., 216
[61] Thomas Mann, Op. cit., 159
[62] Friedrich Nietzsche, La voluntad de poder, & 40
[63] Seguramente, este sentimiento es
fruto de una construcción social consciente e interesada. La propaganda ha
difundido una especie de “ciencia de la posibilidad” que nos enseña que algo
tan improbable como es llegar a ser millonario o presidente partiendo de la
miseria es menos imposible que realizar el más mínimo cambio político en el
mundo.
[64] Thomas Mann, Op. cit., 158
[65] Íd., 160
[66] Stephen Toulmin, Cosmópolis,
Península, Barcelona, 2001, 275. Danilo Zolo utiliza la misma metáfora en su
libro homónimo Cosmópolis, Paidós,
Barcelona, 2000, 177
[67] Cit. en José Manuel Bermudo, Op.
cit., 71
[68] Tzvetan Todorov, El jardín imperfecto, Paidós, Barcelona,
2008 [1998], 14-16
[69] Íd., 16
[70] Íd., 18
[71] Íd., 18
[72] Thomas Mann, Op. cit., 169
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