Rafael Antonio Díaz Salazar
Dignidad, palabra de difícil definición, pero de obligada atención cuando la aplicamos a la mujer. Una mujer es digna cuando mantiene y preserva sus valores como persona. Una mujer es digna cuando vive su ser mujer en toda su feminidad corporal y espiritual. Y, ¿cual mujer es la más digna? ¿La mujer joven que aún preserva su inocencia y su cuerpo virgen de contacto masculino? ¿La mujer adulta o mayor que ya parió sus hijos? ¿La anciana con los surcos del tiempo que marcan su cara y la deformidad propia de la vejez? ¿Cuál de las tres tiene más dignidad? La respuesta es clara y hasta fácil: las tres. La dignidad de la mujer, no está determinada ni por la biología ni por el tiempo. El cambio de la anatomía en la mujer no determina de ningún modo su dignidad de persona. Es la esencia de su ser interior, sus valores, la nobleza de su corazón, la pureza de sus pensamientos, la serenidad de su espíritu, la fortaleza de sus convicciones y la sabiduría de su conciencia. Ser mujer, nacer mujer, no la hace menos digna que ser hombre.
Si los hombres alguna vez entendiéramos el verdadero significado de la dignidad de la mujer, de seguro se terminaría de una vez y para siempre la violencia intrafamiliar que aflige tanto a nuestra sociedad y en particular a la mujer nicaragüense. El hombre tiene esencialmente dos razones por la cual debe respetar en forma absoluta la dignidad de la mujer. Primero, la mujer es su compañera de vida, su ayuda espiritual y material. Un hombre no puede vivir sin mujer. No es bueno que el hombre esté solo ni tampoco es bueno que esté mal acompañado, solo está bien acompañado si a su lado tiene una mujer. Así pensó Dios desde el principio. Amiga, novia o esposa, o también hermana, madre o abuela, siempre será la mejor compañía que puede estar al lado de un hombre. En todos los papeles que atiende la mujer, destaca, que su principal misión que es el amor, y en toda su vida, la mujer solo amor regala al hombre.
La otra razón es de orden natural, innegable e indiscutible; todos los hombres somos nacidos de mujer. Con estas dos razones, los hombres tenemos más que suficiente para entender con un mínimo de inteligencia que a la mujer le debemos siempre y en todo tiempo tres cosas: amor, disposición de la voluntad y respeto a su dignidad de mujer.
Cuando los hombres entendamos estas tres cosas, se terminarán las separaciones y la violencia contra la mujer. El problema está en que para entender estas tres cosas se necesita ser un hombre cabal; lo que quiere decir, hombre honesto, sincero, respetuoso y humilde de corazón. No es la actitud salvaje, animal, bestia, lo que define la hombría; no lo es tampoco la sexualidad desenfrenada, grosera, ordinaria y hasta vulgar que exhiben algunos que se creen hombres con acciones, gestos y expresiones propias de la animalidad.
¿Cómo hacer para que el hombre nicaragüense sea verdaderamente hombre? Hay dos formas: educación en la familia y educación en la escuela en valores humanos (cívicos) y cristianos. Humanos, porque la mujer es el par humano natural al lado del hombre en igualdad de condiciones. Cristianos, siguiendo el ejemplo de Jesús, que a la mujer no la enjuició, no la condenó, no la rechazó, solamente le dijo: “Ve y no peques más” (Jn 8,10); dejándonos así el más noble ejemplo de expresión de perdón, compasión, comprensión y amor del hombre a la mujer. Y esta enseñanza vino del hombre más cabal, más íntegro y más puro del universo. Quien pretenda ser hombre, tiene el imperativo moral de respetar la dignidad de la mujer y entender que la mejor persona que nos puede enseñar a ser hombres es la mujer, porque ella es la gran humanizadora del hombre. El autor es Médico.
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