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Espiritualidad
Martes 03 de mayo de 2016 - 12:00 PM

Es cuestión de dignidad

La dignidad es el derecho que tenemos de ser respetados y valorados con nuestras características y condiciones particulares. Nadie puede darse el lujo de pisotearnos

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Si hay una palabra que me agrada del diccionario es la de “dignidad”. Y me gusta, entre otras cosas, porque su definición es muy clara: ¡Es hacerse valer como persona!

Este término viene del latín ‘dignus’, que significa “igual”, “del mismo precio o valor”. Es decir, alguien digno es merecedor de respeto.

Además, quien dice ser digno se comporta con responsabilidad, seriedad y con respeto hacia sí mismo y hacia su prójimo.

La dignidad le sirve a usted para ser íntegro y, sobre todo, para tener la fortaleza necesaria ante los problemas que le puedan surgir.

Lo mejor es que jamás puede dejar que lo humillen, ni muchos menos que lo degraden. La dignidad jamás será negociable y ella siempre estará por encima de cualquier asomo de miedo.

Claro está que ese concepto debe anidarse en el pensamiento y, por ende, debe materializarse en acciones.

¡En efecto! Ser digno es algo que se tiene que evidenciar en cada acto de la vida. No puedo ser digno solo a ratos.

Lo digo porque, en ciertos casos, la dignidad se extravía. En el plano sentimental, por alguna extraña razón, los novios ceden ante las pretensiones exageradas de sus parejas.

Por más que usted ame a alguien, eso no le da derecho a ser controlado por su ser querido. Si hace lo que su ‘consorte’ dice solo por temor a su rechazo no será alguien amoroso sino un ser sumiso, casi como ese perro que babea y mueve la cola cuando ve a su dueño llegar a casa.

Su autoestima y su personalidad íntegra no se pueden alterar, ni siquiera en nombre del amor. En todas las relaciones, la libertad es fundamental.

En la oficina de trabajo, por citar otro ejemplo, ningún empleado puede dejarse estropear ni por el jefe ni mucho menos por sus compañeros. Tampoco el sueldo será razón suficiente para dejarse humillar.

Si usted es el jefe y quiere mandar con dignidad, primero debe servir con diligencia y respeto; luego sí puede dar órdenes.

Muchas veces perdemos la dignidad por el dinero bajo el sucio lema que reza así: ‘Plata mata principios’. Todo porque la gente quiere vivir con lujos, rodeada de servidumbre y con poder.

Algunos olvidan que la dignidad es lo que nos emparenta con Dios, mientras que la indignidad nos acerca a lo vulgar y a lo mediocre.

Si está frente a una persona digna, imítela. Y si conoce a alguien que sea indigno, no lo critique; mejor mírese a usted mismo y corrija sus propios errores.

Por último, es preciso recordar que asumir la vida con dignidad es su decisión. Puede elegir la felicidad del respeto a sí mismo o la tristeza de ser maltratado por el otro a cambio de dinero, poder o una gota de amor.

El indigno siempre tiene algo de qué preocuparse; en cambio, el digno estará en paz consigo mismo y en todo momento. ¡Dios lo bendiga!

Gran antídoto contra la adversidad

Hay gente que se complica por todo: Si está lloviendo, se queja; si hace calor, maldice;

si es primavera, se llena de angustias existenciales, en fin...

Más o menos eso era lo que le ocurría al

joven protagonista de la siguiente historia: Él vivía aburrido de la extrema pobreza en la que estaba su hogar. Su padre, cansado de tanta quejadera, un día lo envió por algo de sal. Cuando el joven regresó, el abuelo le pidió poner una ‘manotada’ de sal en un vaso de agua y luego beberla.

- “¿A qué sabe?”, le preguntó.

Luego de escupir le gritó: - “¡Es horrible!”.

Luego, el padre le solicitó a su hijo tomar la misma cantidad de sal en la mano y ponerla en el lago. Los dos caminaron en silencio hacia ese lugar, y una vez que el nieto lanzó al agua su manotada de sal, el papá le sugirió beber agua del lago. En cuanto el líquido se escurría por la quijada del joven, el padre le preguntó:

- “¿A qué sabe?”

- “¡A frescura!”, le respondió.

- “¿Le supo a sal?”, le preguntó otra vez.

- “No”, dijo el muchacho.

La verdad es que el dolor de la vida es pura sal; ni más ni menos. La cantidad de dolor en la vida permanece exactamente la misma en todo y en todas las situaciones.

Mejor dicho: La cantidad de amargura que probamos depende del recipiente en el que ponemos la pena.

Así que cuando esté con dolor, la única cosa que puede hacer es agrandar su sentido de las cosas. Deje de ser un vaso y conviértase en un lago. Eso es más digno que ponerse a llorar. ¿No le parece?

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Publicado por EUCLIDES KILÔ ARDILA

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