BIENAVENTURANZAS

(lat., beatitudo, bendición).

Significa
( 1 ) los gozos del cielo o
( 2 ) una declaración de bendición. Las bienaventuranzas son frecuentes en el AT (p. ej., Psa 32:1-2; Psa 41:1; Psa 65:4). Los Evangelios contienen bienaventuranzas aisladas de Cristo (Mat 11:6; Mat 13:16; Mat 16:17; Mat 24:46 con los par. de Lucas; Joh 13:17; Joh 20:29). Pero la palabra se usa más comúnmente en las declaraciones en el Sermón del monte (Mat 5:3-11; comparar Luk 6:20-22). Las Bienaventuranzas no describen tipos separados de carácter cristiano, sino que manifiestan cualidades y experiencias que se combinan con un carácter ideal.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(Felicidad).

– Del Sermón de la Montaña: Mat 5:3-11 y Luc 6:20-26.

– San Pedro: Mat 16:17.

– La Virgen Marí­a: Luc 1:42, Luc 1:45, Luc 1:48.

– A los discí­pulos: Mat 11:6, Mat 24:26, Luc 11:28, Luc 14:14, Jua 20:29.

– El Apocalipsis tiene siete Bienaventuranzas: Empezando por declarar bienventurado al que lea ese libro.

1:3, 14:13, 16:15, 19:9, 20:6, 22:7, 22:14.

– Los Salmos tienen varias, empezando con el primero, 1:1. El Salmo 32 empieza con dos bienaventuranzas: (era el salmo que tení­a San Agustí­n pegado a su cabecera y lo leí­a llorando; el 42:2: (1 en Reina-Valera).

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

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Es uno de los textos más significativos de los Sinópticos, recogido por San Mateo (5. 1-12) y de forma resumida por San Lucas (6.20-26). Sintetiza el programa cristiano con el que presenta Mateo el mensaje de Jesús, dentro del texto desarrollado del llamado “Sermón de la montaña”.

Evidentemente este sermón es una composición del evangelista, en el que trata de sistematizar la catequesis de Jesús, en lo que tiene de más original y distante del Antiguo Testamento. Por eso inicia con esas ocho “alabanzas” el largo resumen doctrinal y moral que va a recoger en el citado sermón.

Tal vez sea ésta la razón por la que ha tenido tanta importancia en la ascética, en la pastoral y en la catequesis cristiana, que siempre identificaron estas “alabanzas” con un verdadero programa de “vida evangélica”, el más claro y concretos de todo el Evangelio.
Santuario en el Monte de las Bienaventuranzas
La expresión “bienaventurados”, implica idea de “dichosos, felices, alegres “, que es la forma de traducir correctamente las 55 veces que se emplea en Nuevo Testamento el término “makarion” (24 en Lucas y Mateo, ninguna en Marcos).

Ascética y teológicamente el programa que presentan estas bienaventuranzas, ocho en Mateo y cuatro en Lucas, ha merecido miles de comentarios a lo largo de la Historia. Se puede decir que pocos textos han sido tan atendidos por los Padres antiguos y por los escritores cristianos posteriores. Y pocos han coincidido en tanta uniformidad de interpretación como éste, pues su claridad y su contundencia son tan esplendorosas que apenas si quedan resquicios para disensiones o tergiversaciones hermenéuticas o éticas.

1. Contexto
Es interesante observar que los dos evangelistas aluden a una predicación abierta a todos los oyentes, no sólo a los discí­pulos, que le comenzaban a seguir y aceptar como Mesí­as. Y, sin embargo, el trasfondo es de alto compromiso para el discipulado adicto al Señor.”Viendo tan grande multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a El sus discí­pulos… Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo: Bienaventurados…”
En la cumbre de un montí­culo inmediato a Tabga, en la proximidad de Cafarnaum, se sitúa ese mensaje de Jesús según la Tradición. En la ladera de suaves y verdes planos inclinados tuvo lugar aquella enseñanza. En la cumbre se eleva hoy un templo. Pero en un repecho inmediato se conservan restos de un pequeño templo y monasterio del siglo IV, excavado en 1934 por el franciscano Padre B. Bagatti.

Desde 1938 los peregrinos acuden a la hermosa iglesia octogonal, edificada en la cumbre por la Asociación italiana de Misiones y por el arquitecto A. Barluzzi. Se halla coronada por una cúpula esbelta y, en cada lado del octógono, una vidriera recoge el texto de cada Bienaventuranza.

2. En el Antiguo Testamento

Ya se habló con frecuencia de “bienaventuranza”, de alegrí­a, de ser desprendido, con el término hebreo “asrê”. Son las expresiones que ensalzan el desprendimiento de la tierra y describe la situación de quien vuelve los ojos a las cosas de Dios. Dt. 33.29; 1 Rey. 10.8; 2 Cron. 9.7
En los Salmos se ensalza 25 veces a los dichosos o bienaventurados de Yaweh: Sal 1.1 y 25. Es precisamente la primera palabra del primer Salmo.

En Job 9.17 pasan de 10 las veces en que se usa el término “dichoso”, sólo superado por las 24 en que se alude a “desgraciado” “maldito” o “sufridor”
En los libros sapienciales, la expresión se repite con frecuencia: Prov. 3.13; 8. 32-34; 14.21; 16.20; 20.4; 28.14; 29.18; Ecle. 10.17; Ecclo. 14.1. Y en los profetas surge la idea y el término con facilidad: Dn. 12.12; Is. 30.18; 32.20; 56.2.

Pero la idea del Antiguo Testamento reclama por lo general una nostalgia del bienestar, más que una mí­stica de la renuncia y del desprendimiento de lo terreno. Esta dimensión nueva está reservada para la enseñanza de Jesús.

3. El significado
El sentido mí­stico de libertad interior, de “dicha divina” se halla en las bienaventuranzas, que son la quintaesencia de la enseñanza más original de Jesús. Los términos elegidos por Mateo y Lucas recogen las claves del Evangelio.

Los cristianos y los pastores de todos los tiempos así­ lo han entendido al hablar de pobreza, paz, renuncia, sufrimiento, sencillez.

3.1. Pobres.

Bienaventurados los pobres en Espí­ritu, porque tendrán el reino de los cielos”.

Los pobres de “espí­ritu”, no sólo los indigentes, son los que buscan a Dios, los desprendidos de las cosas de la tierra. Son los que no se atan en lo material a las realidades terrenos. Y los que en lo moral y social se sitúan más allá de los intereses inmediatos.

Se puede luego extender la idea a todos los aspectos que atan al hombre viejo: seguridad, demonio, honor, dignidad, protección.

El texto es más elemental y sencillo en su formulación: los pobres de la tierra, los “anawin”. Es el equivalente a los desprendidos, a los generosos, a los desatados de las inquietudes mundanas.

El premio a ese desprendimiento es el Reino de Dios, el Reino de los cielos. Y esa expresión significa, en el contexto Evangélico, el triunfo del bien sobre el mal. Y ese triunfo se manifiesta por la promesa de la salvación y por la conquista de la vida eterna.

3.2. Los que lloran.

“Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consuelo”.

El lloro es la expresión del sufrimiento y de la inquietud. En esta realidad se sitúa la bendición. Los que lloran son los que están tristes, los que sufren en el mundo, los tienen inquietud, inseguridad, tormento por la vida. Ellos recibirán consuelo por parte de Dios que les mirará con compasión y les protegerá,
3.3. Los mansos.

“Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra por herencia.”

La expresión “mansedumbre” implica la paz, la resignación, la dulzura y la benevolencia con todos. La recompensa de la paz, de la paciencia, de la suavidad en el trato con los hombres, será el dominio sobre la tierra. Ellos triunfarán mejor que los violentos, que siempre se hallarán envueltos en luchas y en tensiones.

Los que tienen paciencia en las adversidades esperan en el Señor, a pesar de las desgracias y de los atropellos de los violentos. Ellos tienen garantí­a de triunfo en este mundo y, sobre todo, en el otro.

3.4. Los hambrientos de justicia.

“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”

La expresión directamente se refiere a la justicia en el mundo. Pero en el trasfondo de la expresión (dikaiossinen) alude la “justificación”, a la ordenación interior por el cumplimiento de la voluntad de Dios. Y por eso se recompensa al que ansí­a la justicia, con la plenitud, con la satisfacción, en sus pretensiones.

La justicia divina comienza con la justicia humana. El orden y el cumplimiento del deber en el mundo, conlleva la plenitud más sutil y espiritual de triunfo divino.

Lo contrario serí­a el triunfo de la injusticia, el dominio del mal y del maligno en el mundo y en la realidad de la vida.

3.5. Los misericordiosos
“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”

Es una alabanza y una bendición a los que tienen el corazón compasivo y saben hacer de su vida una ayuda generosa para los más necesitados. Para ellos precisamente surge la promesa de ser recompensados con la misma medida de la misericordia. El concepto de misericordia (eleemones) alude al saber dar, al compartir con los necesitados, al ponerse en disposición de ayudar a otros.

La misericordia, el tener corazón para las miserias, será el mensaje más sutil del Evangelio de Jesús, torrente de benevolencia para con todos los hombres.

3.6. Limpios de corazón “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”

Los limpios son los que no tienen mancha. Y la referencia al corazón alude a la carencia de malas intenciones o torcidos propósitos. Esa limpieza es el cauce para llegar a descubrir a Dios. Sólo los que llegan a la limpieza interior, a la pureza, pueden acercarse al misterio de la verdad eterna.

3.7. Los pací­ficos
“Bienaventurados los pací­ficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios”

Los pací­ficos son los que prefieren la paz a la violencia, los que saben aguantar y se mueven en la resignación y no la reivindicación. Esos serán reconocidos por los demás hombres como hijos de Dios. como reflejos que grandeza divina, como mensajeros de la paz, el don que tanto deseaban a sus amigos los hombres del oriente.

3.8. Los perseguidos
“Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos”.

En esta bendición se consuela a los que son perseguidos a causa de la justicia. El evangelista añade una alabanza insistente y persistente, que refuerza la simple alabanza general. “Bienaventurados seréis cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así­ persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.”

Las persecuciones por defender la justicia en general y por seguir al Justo de los justos, Jesucristo, son causa de especial gozo, por la especial recompensa que se recibirá en los cielos.

Claramente Jesús se lo decí­a siempre a sus seguidores: “Seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre; más el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mt. 10.22).

3.9. La sí­ntesis de Lucas

El texto de las Bienaventuranzas aparece en Lucas de forma abreviada. (6. 24-26). Son las mismas ideas, pero contrapuestas a las malaventuranzas o lamentos que reflejan las situaciones contrarias: a los pobres se oponen los ricos; a los hambrientos, los muy satisfechos; a los que lloran, los que rí­en; y a los perseguidos, los que son halagados.

Se recoge en el Evangelista historiador los miedos y las amenazas:

“Mas, ¡ay de vosotros, ricos! porque ya tenéis vuestro consuelo.

¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados! Porque tendréis hambre.

¡Ay de vosotros, los que ahora reí­s! Porque os lamentaréis y lloraréis.

¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!
Los lamentos de Lucas reflejan el alcance profético del mensaje, el lenguaje imprecatorio y conminatorio, la llamada de atención a los seguidores, que se halla con frecuencia en los antiguos Profetas y recoge también el Nuevo Testamento: con Juan Bautista: Mt. 3.7-10, con el mismo Jesús: Mt. 23. 13-36; en las Cartas apostólicas (2 Cor. 11. 1-6; Hebr. 3. 7-19) o en el Apocalipsis (Apoc. 9. 12; 14. 9; 18. 16. etc.)
4. Significado en Catequesis
Las bienaventuranzas han sido asociadas en todos los tiempos y por todos los comentaristas cristianos con el mensaje central de Jesús. En ellas se condensa su original llamada a lo nuevo, a la abnegación, al amor. Sólo con el amor se pueden entender, aceptar y tratar de practicar esas aventuras buenas.

El catecismo de la Iglesia Católica dice de ellas: “Expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de la Pasión y Resurrección de Jesús. Iluminan las acciones y las actitudes caracterí­sticas de la vida cristiana. Son promesas paradójicas que sostienen la esperanza en las tribulaciones. Anuncian a los discí­pulos las bendiciones y las recompensas ya incoadas”. (Nº 1717)

Por eso tienen tanta importancia en la educación de los creyentes el tomar las bienaventuranzas como punto de partida y no sólo como ideal de llegada. Desde los primeros años los niños y jóvenes deben adquirir un vocabulario evangélico: paz, justicia, amor, sufrimiento, etc. Y sobre todo deben adoptar actitudes personales que abran las puertas a un suficiente programa de vida cristiana.

Los catequistas deben esforzarse por ello, aunque resulte a veces difí­cil. Y para ellos debe tener presentes determinadas consignas:

1. Hay que descubrir la dicha de la imitación de Cristo en la pobreza de espí­ritu, en la paz, en el sufrimiento aceptado con resignación y sin amargura, en la firme apuesta por la justicia.

Evidentemente esto se opone a las demandas del mundo: riqueza, victoria, predominio, placer, fuerza.

Santuario en el Monte de las Bienaventuranzas Bienaventuranzas de un humanista culto Hace casi 500 años Tomás Moro (1480-1535) escribí­a:

Felices los que saben reí­rse de sí­ mismos, porque nunca terminarán de divertirse.

Felices los que saben distinguir una montaña de una piedrita, porque evitarán muchos inconvenientes.

Felices los que saben descansar y dormir sin buscar excusas, porque llegarán a ser sabios.

Felices los que saben escuchar y callar, porque aprenderán cosas nuevas.

Felices los que son suficientemente inteligentes como para no tomarse en serio, porque serán apreciados por quienes los rodean.

Felices los que están atentos a las necesidades de los demás, sin sentirse indispensables, porque serán distribuidores de alegrí­a.

Felices los que saben mirar con seriedad las pequeñas cosas y con tranquilidad las cosas grandes, porque irán lejos en la vida.

Felices los que saben apreciar una sonrisa y olvidar un desprecio, porque su camino será pleno de sol.

Felices los que piensan antes de actuar y rezan antes de pensar, porque no se turbarán por lo imprevisible.

Felices ustedes si saben callar y ojalá sonreí­r cuando se les quita la palabra, se les contradice o cuando les pisan los pies, porque el Evangelio comienza a penetrar en su corazón.

Felices los que son capaces de interpretar siempre con benevolencia las actitudes de los demás aún cuando las apariencias sean contrarias. Pasarán por ingenuos: es el precio de la caridad.

Felices, sobre todo, los que saben reconocer al Señor en todos los que encuentran, pues entonces habrán hallado la paz y la verdadera sabidurí­a.

(El gusto de vivir, de Sto. Tomás Moro) Bienaventuranzas de un Educador moderno Un anónimo colgado en internet consignaba una más de las miles tablas de bienaventuranzas posibles en que la gente piensa:
– Bienaventurado el educador que cree y ama su tiempo, su historia y su siglo, porque sembrará esperanza y optimismo.

– Bienaventurado el educador que siente la Argentina como paí­s viable, tierra privilegiada, porque despertará ilusión y ganas de vivir y trabajar por ella.

– Bienaventurado el educador que descubre su tarea como misión, como vocación, porque sublimará los sinsabores de los magros sueldos y la incomprensión de la gente.

– Bienaventurado el educador, la educadora, que infunde amor a la tecnologí­a educativa, fuerza del hoy, pero no olvida la ética, el culto de la verdad, el cultivo de la fe, las fuerzas de siempre, porque serán maestros de verdad.

– Bienaventurados los educadores que poseen un corazón sin fronteras, abierto al pluralismo étnico, religioso, social, polí­tico e intelectual; un corazón en el que quepan todos los niños y jóvenes, porque serán cultivadores de la unidad.

– Bienaventurados los educadores que saben mirar al futuro, que creen en el cambio, que saborean lo nuevo, porque prolongarán su juventud.

– Bienaventurados los educadores que se acercan a los chicos para compartir con ellos la soledad, la inseguridad, la tristeza, porque serán padres de muchas sonrisas.

– Bienaventurado el educador, la educadora, que, como el Jesús de Emaús, hace camino junto a los chicos, porque habrá abierto y ganado su corazón.

– Bienaventurados los educadores que, solidarios, se arremangan para “lavar pies”, enjugar lágrimas y perdonar desaires, porque revelarán el rostro de Dios Padre.

– Bienaventurado el educador que, como la Virgen, sabe guardar las alegrí­as y las penas de la educación en el corazón, porque será gloria, alegrí­a y corona.

– Bienaventurado el educador, la educadora que, al estilo de los grandes pedagogos, no esperan que los tiempos sean buenos, sino hacen de los malos momentos, tiempos óptimos, porque serán constructores de la mejor educación.

Una catequesis modelo sobre la paz:

“Bienaventurados los pací­ficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios”

1. Ambientación: Una comparación entre la paz y la guerra
– La vida pací­fica: trabajo, familia, diversión, juego, salud… alegrí­a
– La vida violenta: armas, sangre y sufrimiento, envidias, temor, dolor Ejercicio: buscar hechos de violencia y de convivencia en prensa reciente: comparar y comentar… Sugerir lo que un cristiano debe hacer ante ello.

2. Mensaje de Jesús sobre la paz
Comentar tres textos de Jesús: Cuando entreí­s en una casa, decir la paz con vosotros (Mt. 10.12) – Despedida en la Ultima Cena. “Mi paz o dejo, mi paz os doy, no la del mundo”. (Jn 14.27) – Saludo al resucitar: “Mi paz con vosotros” (Mc. 16.14; Lc. Mt. Jn ) Ejercicio: Buscar por grupos textos evangélicos sobre la paz (26 veces se cita en los Evangelios: Lc. 2.14… paz en la tierra…: Lc. 10.6; Lc. 14.32; Mt. 10.34; Lc.12.51; Lc. 19.42

(Con mayores, explorar en Pablo (78 veces más aparece en él la idea de la paz).

3. Aplicaciones:

Buscar diversas situaciones de falta de paz y ofrecer un emblema con un texto evangélico: Disensiones matrimoniales… guerra entre vecinos… terrorismo ideológico…

Buscar situaciones cercanas a la falta de paz: envidias, rivalidades, juegos o diversiones agresivas. Consensuar un lema y un emblema para una semana de convivencia en clase o en el grupo.
Sto. Tomás de Villanueva (1486-1555) comentaba: “Mucho es hacer buenas obras, pero más es sufrir las malas. No hay otra señal tan grande de amor como es padecer por el amado; porque la paciencia obra perfecta tiene. Pues la bondad acabada consiste en dos cosas:

– en hacer bienes por Dios

– y en padecer de gana males por El, y mayor señal es de bondad lo segundo que lo primero.

Por tanto, después de que nuestro Señor nos ha enseñado en las palabras pasadas lo que hemos de hacer, nos invita ahora a padecer diciendo: Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Es como si dijese: – los buenos cristianos a ningún hombre han de hacer mal; – y a todos han de aprovechar en lo que pudiesen;

– mas, si viviendo ellos así­, hubiere algunos hombres tan malos que los persiguen, no por culpa que en ellos haya, mas porque siguen la justicia, no pierdan los buenos su voluntad por ocasión de la maldad ajena, porque no es bueno de verdad el que no sabe sufrir al malo.

No se engañen, empero, algunos pensando que este padecer por justicia consiste en ser castigado del juez o ser afrentado o perseguido por los pecados que se han hecho

Aunque tal padecer, si se tolera con paciencia, sea muy provechoso, pues Dios toma en cuenta todo lo que se padece de unos y otros, y hasta lo mira ya como castigo que Dios acepta para purgar obras mal hechas… y se pueda menor volar al cielo, aquellos de quien aquí­ se habla son los que ni por delito que hayan hecho, ni por odio particular que les tengan, mas solamente porque siguen a la justicia, que quiere decir la virtud, son perseguidos y sufren esa persecución.” (Sermones pastorales)

2. Es importante que el educador de la fe sepa explicarlas con hechos y ejemplos, más que con palabras: hechos de perdón, compromisos de entrega, gestos de paz, apertura a la vida.

Un peligro pedagógico de las bienaventuranzas es el nominalismo: a fuerza de repetir fórmulas elegantes, pueden quedarse en simples emblemas, sin pasar a la vida de cada persona.

3. Importa resaltar también el aspecto comunitario y eclesial de cada bienaventuranza. Reflejan un programa de vida para compartir y repartir, no sólo para formular personalmente o conocer en teorí­a. Resaltar el hecho de que es la comunidad cristiana la que tiene que luchar por la justicia y practicar el desprendimiento de los bienes terrenos. Es decisivo en una buena catequesis de este programa sublime y sutil.

Es fácil caer en el individualismo y encerrarse en las prácticas ocasionales del bien obrar. La dimensión comunitaria de las bienaventuranzas conllevan la aceptación de un estilo de vida colectivo, en donde las formas de hablar se traducen en hechos: en la familia, en la parroquia, en los grupos cristianos de pertenencia.

Por lo demás, es importante resaltar que el primer promotor, testigo y modelo de una vida según las bienaventuranzas es el mismo Jesús. Cada una de las ocho de Mateo o de las cuatro de Lucas es una fotografí­a de Jesús.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

El sermón de la montaña

Se llaman “bienaventuranzas” las sentencias con las que Jesús resumió el sermón de la montaña. Son una sí­ntesis del mensaje de Jesús, en una doble redacción Mt 5,3-12 y Lc 6,20-23). El tono de “bienaventuranza” (felicitación) es frecuente en toda la Biblia, pero en Jesús tiene un significado especial, puesto que se trata de la proclamación de la “ley” de la nueva Alianza, que es también el mandamiento nuevo del amor.

Propiamente se dirigen a las personas concretas que se encuentran en momentos de dificultad (pobreza, dolor, persecución…), para indicarles que, aún en estas situaciones, hay motivos suficientes para ser felices. Por esto se proclaman las “bienaventuranzas” con toda solemnidad, para descubrir el verdadero sentido de la vida a la luz de la nueva ley del amor.

Las situaciones de dificultad que se describen (también en todo el sermón de la montaña) son las que se encuentran en toda la historia humana. Se promete un premio (“de ellos es el Reino de los cielos”), que corresponde al encuentro con la persona de Cristo y con su mensaje. Se indican también las lí­neas básicas para transformar las circunstancias de dolor en una nueva posibilidad de amar (“sed… como vuestro Padre”).

Transformar la realidad concreta en donación

En Cristo, Dios sale al encuentro del hombre en su realidad concreta. Pero esa realidad debe transformarse por medio de actitudes interiores, sin las cuales ni la pobreza ni el dolor podrí­an ser fuente de felicidad. Se anuncia una liberación final, que ya comienza en el corazón y en la vida de quien reacciona amando. Se promete, pues, una felicidad en la esperanza, que ya empieza a ser realidad para los creyentes en Cristo.

En el sermón de la montaña se resume todo el mensaje evangélico de Jesús “Bienaventurados los pobres de espí­ritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 5,3ss). Es la actitud de reaccionar amando en toda circunstancia, siempre a imitación de Cristo que nos hace partí­cipes de su filiación divina “Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos” (Mt 5,44-45). El “mandamiento nuevo” resumirá el mismo mensaje, tomando a Jesús como modelo y maestro “amaros como yo os he amado” (Jn 13,34).

Autorretrato de Jesús como Mesí­as

Comienzan a ser realidad las promesas mesiánicas (Is 61,1-3), cuando Dios, por medio de su Cristo, consolará a los afligidos, mostrándose él mismo como Señor y Rey, capaz de solucionar el sufrimiento de todos los pobres, como privilegiados para entrar en su Reino. En Jesús, el “Siervo” de Yavé, crucificado, el creyente aprende a entrever, por medio de la fe, que también las dificultades conducen a la resurrección.

Las bienaventuranzas “son una especie de autorretrato de Cristo y, precisamente por esto, son invitaciones a su seguimiento y a la comunión de vida con él” (VS 16). Efectivamente, “dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su resurrección” (CEC 1717).

El mensaje de las bienaventuranzas lleva a la perfección o “cumplimiento” (Mt 5,17) todas las promesas de salvación que Dios ya habí­a sembrado en la historia de la humanidad (en las culturas y religiones) y, de modo especial, por medio de la doctrina revelada a Abraham, Moisés y los profetas del Antiguo Testamento.

La misión de anunciar y testimoniar las bienaventuranzas

Los seguidores de Jesús deberán ser los primeros mensajeros de las bienaventuranzas, como “sal de la tierra y luz del mundo” (Mt 5,13-14). Cualquier pobre, hambriento o sediento, como cualquier afligido y marginado, puede recibir de Cristo la dignidad de “hijo de Dios”. La única condición es la de amar (Mt 5,44), ser manso, humilde y misericordioso como Cristo. “Todos los afligidos”, imitando a Cristo “manso y humilde”, pueden llegar a recuperar “la paz en el corazón” (Mt 11,28-29). “Fiel al espí­ritu de las bienaventuranzas, la Iglesia está llamada a compartir con los pobres y los oprimidos de todo tipo” (RMi 60). “El misionero es signo del amor de Dios en el mundo” (RMi 89) cuando se presenta como “el hombre de las bienaventuranzas” (RMi 91)

El mensaje de Jesús gira en torno a los que sufren, los pobres, la misericordia, la paz, la sed, las lágrimas, la persecución… Pero señala el camino para llegar a la verdadera felicidad ya en esta tierra hacer de la vida una donación, “sed perfectos como vuestro Padre del cielo” (Mt 5,48). La misión de todo apóstol consiste en vivir y trazar este mismo camino, porque “viviendo la bienaventuranzas, el misionero experimenta y demuestra concretamente que el Reino de Dios ya ha venido y que él lo ha acogido” (RMi 91; cfr. 60, 69).

Referencias Alianza, esperanza, Evangelio, gozo, mandamiento nuevo, opción por los pobres, perdón, pobreza, Reino.

Lectura CEC 1716-1729; RMi 60, 69, 91; VS 16.

Bibliografí­a J. DUPONT, El mensaje de las bienaventuranzas (Estella, Verbo Divino, 1979); Idem, Bienaventuranza-Bienaventuranzas, en Nuevo Diccionario de Teologí­a Bí­blica (Madrid, Paulinas, 1990) 264-272; J.R. FLECHA, Las bienaventuranzas (Salamanca 1989); S. GALILEA, Espiritualidad de la evangelización, según las bienaventuranzas (Bogotá, CLAR, 1980); H. HENDRICKX, El sermón de la montaña (Madrid, Paulinas, 1986); F.M. LOPEZ MELUS, Las Bienaventuranzas, ley fundamental de la vida cristiana (Salamanca, Sí­gueme, 1988); Idem, Las bienaventuranzas, en Diccionario Teológico de la Vida Consagrada (Madrid, Pub. Claretianas, 1989) 104-118; J.F. SIX, Las bienaventuranzas hoy (Madrid, Paulinas, 1969); U. PLATZKE, El sermón de la montaña (Madrid, FAX, 1965).

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

DJN
 
Bienaventurado es el que goza, o al menos se supone que goza, de felicidad. En el A. T., la bienaventuranza se encuentra fundamentalmente en los libros sapienciales y es en un modo sapiencial de alabar a una persona por la dicha que tiene (Sal 1,1; Is 30,18; Prov 3,13; 8,32.34; 14,21; Job 9,17; Eclo 25,7-11). En el N. T. son famosas las bienaventuranzas, situadas al principio del sermón de la Montaña y consideradas como la carta magna del reino de los cielos (Mt 5,3-12; Lc 6,20-33). Las redacciones son diferentes: Mateo pone ocho bienaventuranzas, y Lucas cuatro, pero acompañadas de cuatro malaventuranzas o maldiciones; Mateo carga más el acento en lo espiritual, y Lucas en lo social. He aquí­, en sí­ntesis, el sentido de las ocho bienaventuranzas: 1 a. Bienaventurado el pobre, el que se abraza a la pobreza, el que se siente desvalido, desprovisto de fuerzas, incapacitado para toda obra buena; el que no tiene nada y lo espera todo de Dios, en el que confí­a con todo su ser; el desprendido de todo; el que considera la pobreza como un privilegio; el que desprecia las riquezas para servir a Dios. 2a. Bienaventurado el hombre mano, es decir, el dulce; el que imita a Jesucristo, que se propuso a sí­ mismo como modelo de dulzura; el comprensivo con todos, el humilde; el que lo acepta todo como venido de Dios; el que obra siempre con amor, con ternura y mansedumbre. 3a. Bienaventurado el que sufre y sabe que el sufrimiento es un don inapreciable que Dios reserva para sus más leales y fieles servidores, porque el sufrimiento le aproxima más al paciente Siervo de Yahvé, a Jesucristo crucificado; el que carga gozosamente cada dí­a con la cruz cotidiana. 4a. Bienaventurado el que trabaja con ahí­nco para que se implante la justicia en el mundo, porque sabe que la justicia es un postulado elemental en el reino de Dios y que nadie puede lesionar los derechos de nadie, porque los derechos humanos son sagrados; en la comunidad cristiana no puede haber marginados, ni explotados, ni ví­ctimas sociales de injusticias ocasionadas o toleradas por los poderosos, los gobernantes o los grupos de presión. 5a. Bienaventurado el misericordioso; la misericordia está por encima de la justicia, y, por tanto, la supone y jamás la olvida ola suplanta; se ejerce siempre con amor; el misericordioso es un hombre compasivo; donde hay una necesidad, allí­ está él para tratar de remediarla; el misericordioso lo perdona todo, lo comprende todo, casi llega a justificarlo todo; jamás juzga y jamás condena las conductas ajenas; es un amigo fiel que jamás abandona; sabe que habrá un juicio final lleno de misericordia para el que aquí­ misericordia tuvo. 6a. Bienaventurado el de corazón limpio. Limpio como un cristal, transparente y translúcido. Así­ es él. Lo que aparenta, eso exactamente es. No conoce la hipocresí­a, ni la falsedad, ni las dobles intenciones. Es justamente la antí­tesis del fariseo. Nunca trata de engañar a nadie, pues es la sinceridad misma. La verdad y la luz son atributos esenciales de su ser y de su actuar; tiene un corazón puro, simple y sencillo, veraz y honesto. 7a. Bienaventurado el hombre pacificador, no el pací­fico en el sentido peyorativo de la palabra -el que no se mete en nada-, sino el que quiere la paz y trabaja con todas sus fuerzas para que la paz reine; sabe que las guerras no tienen nunca justificación posible; que la paz es el don mesiánico por excelencia; que en el reino de Dios todos constituimos una gran familia, donde debe reinar el amor, la paz y la armoní­a; que el odio y la malquerencia son incompatibles con el Evangelio; proclama la paz, detesta la violencia, condena el enfrentamiento entre los individuos y entre los pueblos; vive en paz consigo mismo y con los suyos, y trabaja por el establecimiento de una convivencia pací­fica entre todos los hombres. 8a. Bienaventurado el hombre perseguido, el que, como Jesucristo, sufre persecución; y la sufre por haberse entregado a la justicia, es decir, a Jesucristo, que es la justicia misma. Al ser acérrimo y decidido defensor de los derechos humanos, sagrados e inviolables, es perseguido por los que lesionan y pisotean esos derechos; en la persecución está su triunfo, verdadera situación de privilegio; en la tribulación está su gloria, su gozo y su alegrí­a. No hay nadie más feliz que el que se siente perseguido por defender una causa justa, ni nadie más querido y alabado por cielos y tierra que el inocente condenado. Todas estas actitudes configuran y precisan al hombre evangélico y constituyen la ley del Reino de Dios, que es la ley del amor. > Marí­a y las bienaventuranzas.

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

(-> bendición, pobres, gozo). Las bienaventuranzas suelen ser sentencias de tipo sapiencial que declaran la suerte y felicidad de algunas personas especiales. Así­ aparecen con cierta frecuencia en el Antiguo Testamento, sobre todo en los salmos: “Bienaventurados los que habitan en tu casa para siempre [Sal 84,4]; bienaventurados los que guardan el derecho, los que cumplen las justicia… [Sal 106,3]; bienaventurados todos los que confí­an en Dios” (Is 30,18). Jesús ha tomado este género literario y le da dado un sentido escatológico vinculado a su mensaje. En el Nuevo Testamento aparecen en dos versiones, la de Lucas y la de Mateo. Hay también bienaventuranzas en otros libros, como el Apocalipsis.

(1) Bienaventurados los pobres. Texto de Lucas. Estas son las tres primeras bienaventuranzas de Lucas: “¡Felices vosotros, los pobres, porque es vuestro el reino de Dios, felices los que ahora estáis hambrientos, porque habéis de ser saciados, felices los que ahora lloráis, porque vosotros reiréis!” (Lc 6,2021). En un primer momento, estas pa labras pudieran encontrarse en otros textos de aquel tiempo: en los capí­tulos finales de 1 Henoc, en Test XII Pat y en las sentencias de varios rabinos. Jesús llama felices a los pobres, especificados después como hambrientos y llorosos, no por lo que ahora tienen (o les falta), sino porque su suerte ha de cambiar: se acerca el juicio, se invierten los papeles de la historia y los que estaban alienados y oprimidos vendrán a recibir la herencia de la vida. Lógicamente, en ese contexto se hacen necesarias las antí­tesis o malaventuranzas: “Pero, ¡ay de vosotros los ricos, porque ya habéis recibido el consuelo! ¡ay de vosotros los ahora saciados…”! (Lc 6,24-25). La primera bienaventuranza es la más general, tanto por el sujeto (pobres: todos los oprimidos, tristes y/o enfermos del mundo) como por el predicado (se les ofrece el Reino, el mundo nuevo). Al decir “bienaventurados los pobres”, Jesús hace una elección: los privilegiados de Dios son precisamente el desecho de la tierra. Es evidente que al obrar así­ Jesús suscita un camino de vida: todos los humanos y en especial los más dotados han de hacerse servidores de los pobres. Esa bienaventuranza primera se divide luego de manera que aparecen por un lado los hambrientos (pobreza más económica) y por otro los llorosos (pobreza más psí­quica). La carencia se vuelve así­ expresión de caí­da integral. De manera correspondiente, el Reino se expresa también en dos señales: es hartura (más económica) y felicidad (más aní­mica). Es evidente que allí­ donde se escucha la palabra de gracia de estas bienaventuranzas de Jesús, la vida humana debe convertirse en expansión (explosión) de fuerte gracia: llevar hartura donde hay hambre, felicidad donde se esconde y triunfa la desdicha. Si se unen con las malaventuranzas, las bienaventuranzas expresan una enseñanza normal del Antiguo Testamento, recogida también en el Magní­ficat o canto de la Madre de Jesús (Lc 1,46-55). Ellas nos sitúan ante la inversión final, ante el Dios de la justicia y del destino, que transforma las suertes de los hombres, como sabe la historia parabólica de Ester. En ese plano, las bienaventuranzas serí­an sentencia judicial sobre el transcurso de la historia: expresan una ética del juicio, justicia inexorable que planea sobre los humanos. No serí­an aún Evangelio. Pero, leí­das desde el conjunto de la vida y mensaje Jesús, ellas proclaman una enseñanza rnesiánica que trasciende la inversión y el juicio normales de un tipo de religión de ley. Ciertamente, Jesús ha sido profeta israelita, mensajero de la justicia de Dios, pero, como sabe Mt 7,1 par (¡no juzguéis!), ha desbordado ese nivel.

(2) La redacción de Mateo. El evangelio de Mateo interpreta las bienaventuranzas desde el contexto total del mensaje y de la vida de Jesús, tal como se expresa y vive en su Iglesia. Sobre esa base se entienden algunos cambios que él mismo (o su iglesia) ha introducido en el texto más antiguo de Lucas. Por la importancia que han tenido y tienen en la experiencia cristiana las comentamos con cierto detalle.

(3) Bienaventurados los pobres de Espí­ritu. Mt 5,3 ha puesto pobres de espí­ritu donde Lc 6,20 decí­a simplemente pobres. Con eso no ha negado la bienaventuranza de la pobreza material, pues él sigue hablando en su evangelio de los pobres materiales y de los pequeños (cf. Mt 18,1-14), pero ha querido añadir una interpretación para los cristianos. Son pobres de espí­ritu aquellos que no se limitan simplemente a sufrir una suerte que les viene dada desde fuera, sino los que, pudiéndolo, asumen voluntariamente un camino de pobreza, por solidaridad, al servicio de los demás (cf. 2 Cor 8,9; Flp 2,6-11). Jesús no ha querido ayudar a los humanos por arriba, desde fuera, sino desde la misma situación en que se encuentran, encarnándose en su historia. Así­ aparece como el siervo que no grita, no se ensalza, no esclaviza; desde la misma pequeñez del mundo ayuda a los pequeños (cf. Mt 12,15-21).

(4) Bienaventurados los que sufren. El evangelio de Lucas poní­a “los que lloran” (hoi klaiontes), destacando quizá el llanto material, aceptado o no, en la lí­nea de la pobreza material. Mateo pone hoi penthountes, que puede referirse más bien a los sufrientes, quizá a los que saben sufrir. Estos serí­an más bien los que saben sufrir, los que aceptan el dolor y lo convierten en un tipo de vida fecunda. Ciertamente son bienaventurados todos los que sufren, por la razón que fuere, sin distinguir la forma en que asumen o no su sufrimiento. Sin negar lo anterior, Mateo parece ha ber puesto de relieve el valor de maduración que puede tener el sufrimiento.

(5) Bienaventurados los mansos… (Mt 5,5). Es una bienaventuranza nueva, que Mateo o su Iglesia ha creado, siguiendo el testimonio de Jesús, que ha sido pobre y débil (sin respaldo económico, sin poder sobre el mundo), siendo, al mismo tiempo, alguien que ha sabido elevar y enriquecer a los pequeños, convirtiendo su pobreza en fuente de gracia y de vida para muchos. Mansos son los que actúan sin imponerse, los que ayudan a los demás desde su pobreza. Así­ ha hecho Jesús, así­ ha podido decir: “Acercaos a mí­ todos los que estáis rendidos y abrumados, que yo os daré respiro. Cargad con mi yugo y aprended de mí­, que soy manso y humilde…” (Mt 11,28-29). Siendo pobre (manso, no violento), Jesús puede ayudar a los pobres. (6) Hambrientos de justicia. En vez de hambrientos sin más (como Lc 6,21), Mt 5,6 dice “hambrientos y sedientos de justicia”. Ciertamente, son bienaventurados los carentes de comida, como supone Mt 25,31-46 (al decir que Jesús habita y sufre en ellos), pero Mt sabe también, como indica ese mismo texto, que hay hambrientos mesiánicos, que entregan la vida por los otros, dando de comer a los necesitados de la tierra. Estos son los hambrientos creativos, aquellos que habiendo descubierto la presencia de Dios en los necesitados se empeñan en ponerse a su servicio. Es evidente que entre ellos se sitúa Jesús, portador de la justicia del reino sobre el mundo (cf. Mt 6,33). En este contexto han de entenderse los misericordiosos (Mt 5,7). Ellos aparecen vinculados al Dios de Israel, a quien la Escritura presenta como “clemente y misericordioso, lento a la ira…” (Ex 34,6-7). Pues bien, Mt ha definido a Jesús como el Mesí­as misericordioso, Hijo de David que tiene piedad de los perdidos sobre el mundo (cf. Mt 9,27; 25,22; 20,30-31). Esta es su dicha más honda, la felicidad rnesiánica: ayudar a los necesitados. La misericordia convertida en principio de felicidad: ésa es la nota fundante del Evangelio, el principio del cristianismo.

(7) Bienaventurados los limpios de corazón (Mt 5,8). La limpieza constituye una experiencia esencial de un judaismo que quiere evitar las impurezas que se contraen por alimentos, contac to con hombres impuros, etc. La limpieza básica se logra través de la ley: es pureza de manos que se lavan de acuerdo con el rito, de observancias que se cumplen realizando lo mandado, en vestidos y comidas, etc. Pues bien, frente a la pureza de una ley puesta al servicio de los fuertes (piadosos y cumplidores), Jesús ha situado la pureza del corazón, abierta de forma solidaria a todos los humanos, especialmente a los expulsados del sistema. En el centro del mensaje de Jesús ha estado la urgencia por superar el sistema de purezas judí­as, en plano de lepra y sábado (cf. Mc 1,40-45; 2,23-3,6), tabúes de sangre y sexo (cf. Mc 5) o limpieza externa y comidas (cf. Mc 7). Jesús viene a presentarse de esa forma como el limpio por excelencia, pero de otra forma, por el corazón misericordioso que se abre a los necesitados. Mt elabora sobre esa base la cristologí­a de la pureza mesiánica, hecha de cercaní­a de corazón, superando todo juicio, en apertura hacia los necesitados. Sólo en este contexto se revela el Dios de los limpios: ellos verán a Dios.

(8) Bienaventurados los pacificadores (Mt 5,8). El judaismo del tiempo tiende a colocar en primer lugar otras bienaventuranzas: de los guerreros de Dios que conquistan el reino (celotas), de los buenos sacerdotes que cumplen el ritual de sacrificios, de los cumplidores de la ley… (lí­nea farisea). Para Jesús, la bienaventuranza verdadera culmina allí­ donde los humanos son capaces de extender la paz del Reino, regalando la vida por los otros. Es evidente que el pacificador por excelencia es Cristo, como ha visto la tradición cristiana (él es nuestra paz: Ef 2,1415), pues reúne con su entrega fiel a todos los humanos. Esta es la paz que se logra a través de un esfuerzo más alto, de una guerra distinta (cf. Mt 10,34), cuyo sentido sólo emerge en la experiencia de pascua. Este es el camino de las bienaventuranzas, que ha empezado en los pobres y culmina en la paz (Mt 5,2-8). Siglos de esplritualismo sacral e idealista nos impiden abrir los ojos y mirar bien el mensaje y vida de Jesús, que es programa de gozo salvador y libertad dichosa. Hemos identificado a veces Evangelio con Ley, santidad con sacralidad, fidelidad a Dios con represión del sexo o los placeres. Pues bien, en contra de eso, las biena venturanzas son cristologí­a de dicha. Camino de felicidad, eso es Cristo.

(9) Bienaventurados seréis cuando os persigan, insidien y calumnien (Mt 5,11; cf. Lc 6,22-23). Parece evidente que la tradición cristiana está pensando en el camino de Jesús, justo sufriente, que ha aprendido a dar la vida por fidelidad al Reino, por los otros (cf. Mc 9,31 par). Con Jesús han de sufrir también los suyos, en sufrimiento que viene a presentarse como fuente de más alta felicidad. No es masoquismo lo que pide Jesús o lo que ofrecen sus creyentes en la Iglesia, sino felicidad perfecta: la dicha mayor emerge allí­ donde varones o mujeres son capaces de aguantar, en paz con el dolor, sin rebelarse contra Dios, sin descargar la violencia contra otros. En esta bienaventuranza emerge un Jesús dichoso, que sabe dar la vida sin victimismo. No busca el dolor por el dolor, no se goza en la desdicha, sino que quiere dicha. Pero de tal forma le llena el amor del Reino que es capaz de sufrir gozosamente, para bien de los demás, dejándose matar antes que traicionar su camino de amor y felicidad. El camino cristológico se vuelve itinerario de dicha. El Evangelio no es guí­a de pecadores (contra el libro famoso de Luis de Granada), ni de perdedores, como podrí­a suponerse desde Mc 8,31; 9,31, 10,32-34 par, sino de amadores y gozadores, de personas que saben ser felices desde el más hondo manantial de su existencia.

(10) Conclusión. El sentido de las bienaventuranzas. No son sentencia que sólo ha de cumplirse al final de los tiempos, sino kerigma de salvación que actúa precisamente en este tiempo, diciendo ya a los pobres ¡es vuestro el reino de los cielos! Esta certeza de que irrumpe el fin, de que ha llegado el Reino, es la base de las bienaventuranzas, entendidas como palabra de gracia, (a) Son signo de presencia del Reino, no sentencia antropológica. No postulan el cambio humano para así­ llegar a Dios, sino que parten de Dios, para fundar de esa manera el cambio humano. Lo primero es la certeza de que Dios mismo se ha hecho vida para los hombres: “¡Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oí­dos porque oyen! Porque os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis y no lo vieron, y oí­r lo que vosotros oí­s y no lo oyeron” (Mt 13,16-17). Sólo porque el Reino está presente y porque Dios mismo se adentra en nuestra historia puede asegurarse: ¡Dichosos, vosotros, los pobres…! Sin esa certeza, las bienaventuranzas serí­an talión resentido (¡cambiarán las suertes!) o sarcasmo (consuelo de pobres sometidos), (b) Son palabra perfomiativa: realizan lo que dicen. Ante el paso de Jesús se afirma que los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y a los pobres se les anuncia la buena noticia (Mc 11,5-6). Desde ahí­ descubrimos que no son sentencia para el fin de los tiempos, ni expresión invisible de un reino espiritual, sino palabra creadora. Cuando proclama ¡dichosos vosotros los pobres…!, Jesús les está ofreciendo la dicha, entendida como salud, pan compartido, esperanza de vida, en medio de la misma pequeñez y sufrimiento de la historia, (c) Son palabra de exigencia. Todo es don de Dios, regalo de su vida y amor sobre la historia angustiosa y escindida de la tierra. Pero ese don se hace exigencia: quien recibe la gracia de Dios ha de volverse gracia para otros, convirtiendo su vida en irradiación del don ya recibido. Si Dios fuera talión también nosotros podrí­amos portarnos en clave de talión, de juicio y lucha mutua; pero el Dios de gracia nos convierte en manantial de gracia. Por eso, las bienaventuranzas se vuelven principio de exigencia, pudiendo así­ advertimos: ¡ay de vosotros…! (d) Son acontecimiento salvador. La apocalí­ptica parece situar casi de forma paralela (simétrica) el premio y castigo finales, como suponiendo que Dios es neutral y el resultado del camino depende de la buena o mala acción de los humanos. Pues bien, en contra de eso, el Dios de Jesús no es neutral, de manera que salvación y condena, bienaventuranza y ayes, no pueden colocarse en simetrí­a. Dios se ha comprometido positivamente en favor de los humanos, ofreciendo vida a todos, empezando por los pobres: es parcial porque ama a los pequeños y perdidos, es parcial porque supera con su gracia y entrega creadora la justicia legalista. Ciertamente, los ayes quedan, como palabra de aviso y advertencia, pero han de situarse en otro contexto teológico y literario (cf. Mt 5,2-11 y Mt 23).

(11) Ampliación. Las bienaventuranzas del Apocalipsis. Hay en el Apocalipsis siete bienaventuranzas, que expresan el sentido del libro, (a) Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecí­a (Ap 1,3). (b) Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor (Ap 14,13). (c) Bienaventurado el que vela, y guarda sus ropas, para que no ande desnudo, y vean su vergüenza (16,15). (d) Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero (19,9). (e) Bienaventurado y santo el que participe en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos (20,6). (f) Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecí­a de este libro (22,7). (g) Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad (22,14). Estas siete bienaventuranzas se pueden dividir en dos gmpos. La primera y la sexta se refieren a los que leen, escuchan y cumplen las palabras de profecí­a del libro. Las restantes se refieren, de diversas formas, a los que participan de la plenitud escatológica de Cristo.

Cf. F. CAMACHO, La proclama del reino. Análisis semántico y comentario exegetico de las bienaventuranzas de Mt 5,3-10, Cristiandad, Madrid 1986; W. D. DAVIES, The Setting of the Sermón on the Mount, Cambridge University Press 1966; J. DUPONT, Les Beatitudes I-Uí, Gabalda, Parí­s 1969-1973; El mensaje de las bienaventuranzas, Verbo Divino, Estella 1988; G. LOHFINK, El sermón de la montaña ¿para quién?, Herder, Barcelona 1988; J. M. Lí“PEZ-MELÚS, Las bienaventuranzas. Ley fundamental de la vida cristiana, Zaragoza 1982.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

SUMARIO: 1. La Buena Noticia de las Bienaventuranzas. – 2. Una llamada a la felicidad.- 3. Contenido de las Bienaventuranzas. – 4. Evangelio y ética de las Bienaventuranzas. – 5. Las Bienaventuranzas como camino.

1. La Buena Noticia de las Bienaventuranzas
Frente a la práctica habitual de muchos maestros y predicadores, que utilizan las Bienaventuranzas como una especie de “nuevos mandamientos”, es preciso reivindicar el carácter original de las Bienaventuranzas. Estas, antes que nada, son Evangelio, es decir, Buena Noticia.

Antes que código moral, las Bienaventuranzas son una Buena Noticia que nos trae Jesús de parte del Padre (Evangelio y Catequesis de las Bienaventuranzas, Edice, Madrid, 1981). Sirvámonos de la parábola del hijo pródigo como referencia; en ella Jesús, más que del hijo pródigo, quiere hablarnos de cómo es Dios con todos sus hijos pródigos. Del mismo modo en las Bienaventuranzas habremos de considerar, en primer lugar, cómo piensa y actúa Dios con los pobres y los perseguidos, antes de platearnos cómo hemos de actuar los hombres y mujeres de hoy.

Jesús sube al monte (Mt 5,1), lugar habitual de la manifestación de Dios. Allí­ Dios habla al pueblo por medio del profeta, como Moisés en el Sinaí­. Pero en este monte quien habla es Jesús, “más que un profeta”. Los discí­pulos perciben claramente que, al escuchar a Jesús, están escuchando a Dios. Las palabras de Jesús nos revelan, nos trasparentan el pensamiento de Dios. La pretensión de Jesús es comunicarnos algo del misterio de Dios: quién es, cómo actúa, qué proyecto tiene para los humanos. Y condensando la revelación de Jesús descubrimos:

* que Dios ama con predilección a los pobres (Lc 6,20).

* que el reinado de Dios está ya entre nosotros (Mc 1,14).

Esta manifestación de Jesús no es fruto de su observación de la realidad humana; entonces y hoy la realidad aplastante nos habla de que los pobres son unos desgraciados y de que el único reinado que gobierna el mundo es el reinado del poder polí­tico y del dinero. Lo que Jesús nos revela es algo que pertenece al misterio de Dios y que sólo podemos saber a través de la vida y la palabra de Jesús.

Y esto que Jesús nos revela es Buena Noticia para los pobres del mundo, porque son los preferidos de Dios y porque llegarán a vivir gozosos en el Reino de Dios. “El Señor secará las lágrimas de todos los rostros” (ls 25,6-8). En esto consiste el carácter evangélico, de Buena Noticia, que encierra la proclamación de las Bienaventuranzas.

Visto lo anterior, cabe la pregunta que muchos se hacen: las Bienaventuranzas son Buena Noticia para los pobres y perseguidos; ¿y los demás? Todos aquellos que no entran en estas categorí­as, porque no viven en situación de pobreza o en circunstancias de persecución ¿pueden recibir las Bienaventuranzas como Buena Noticia? Si la respuesta es afirmativa, ¿desde qué claves habrán de acogerlas?
Es preciso afirmar que las Bienaventuranzas son como el corazón del mensaje de Jesús, un mensaje que no sólo anunció sino que lo vivió a lo largo de su vida. Si constituyen el corazón de la vida de Jesús, habremos de concluir que son Buena Noticia para todos, no sólo para los pobres y perseguidos. Para entenderlo así­, es preciso que descubramos que Jesús inicia un proceso de transformación y de cambio en la forma de vida de la sociedad. Al anunciar la presencia del Reino, está llamando a todos a vivir una nueva relación de fraternidad. Nos enseña a reconocer a Dios como Abbá, el Padre-madre de todos, que ama a todos como hijos, pero de una manera especial a los empobrecidos y perseguidos de la tierra, porque son sus hijos más desvalidos. Nos urge a cambiar todas las situaciones y sistemas que generan pobreza, marginación, aplastamiento, opresión.

Esta urgencia la sienten más agudamente los que padecen las consecuencias de este sistema injusto, es decir, los empobrecidos y oprimidos. Ellos son, por esta razón, los primeros artí­fices de este cambio o transformación. Por eso son los preferidos de Dios: no simplemente porque son pobres (serí­a injusto pensar que Dios desea mantener las situaciones de injusticia), sino porque son ellos quienes desencadenan el proceso de transformación de las estructuras injustas e inhumanas.

Ellos, y todos los que se solidarizan con ellos en este sobrehumano esfuerzo de cambio, gozan de la predilección de Dios, de la asistencia del Espí­ritu, en definitiva, del Reino de Dios.

Quien ha descubierto que la causa de los pobres es la causa de Dios es destinatario de la Buena Noticia de las Bienaventuranzas.

Quien ha experimentado, como Marí­a, que “Dios derriba a los poderosos de sus tronos y despide a los ricos vací­os” (Magnificat), acoge las Bienaventuranzas como Buena Noticia.

Quien siendo rico se hace pobre como Jesús se abre a una nueva experiencia de felicidad, que Jesús proclama en las Bienaventuranzas.

Nadie, por tanto, está excluido de esta experiencia de felicidad, siempre que acoja la llamada de Dios. Como hijos queridos, todos estamos llamados a gozar de la felicidad del Reino, pero será preciso entender, asimilar y dejarnos convertir por el anuncio de las Bienaventuranzas.

En las Bienaventuranzas, que son como el corazón de la vida y mensaje de Jesús, descubrimos una perfecta continuidad con el Dios salvador del Exodo, que oye el clamor de su pueblo oprimido; el Dios celoso de la justicia interhumana y defensor de los huérfanos y viudas que aparece en los profetas; el Dios “revolucionario” al que canta Marí­a en el Magnificat. Es el Dios de la salvación, el Dios que salva actuando (sentido dinámico del “Soy el que soy” , Ex. 3,14); el Dios que, al final, hará un cielo nuevo y una tierra nueva (Ap 21,1) en que habite la justicia.

Un Dios que no actúa solo; pide que cada uno asuma su tarea con responsabilidad: los pobres como artí­fices principales del cambio, y todos los que se solidaricen con ellos en la construcción de una comunidad fraterna. Ha hecho al hombre y mujer a su imagen. Y pide que los hombres y mujeres lleguen a ser lo que están llamados a ser.

2. Una llamada a la felicidad
Por encima de todo, Dios nos quiere felices. La experiencia de cada dí­a y las conclusiones de las ciencias humanas nos confirman que este deseo de felicidad es el móvil más profundo que guí­a el comportamiento humano. Los expertos no se ponen de acuerdo en señalar cómo se puede conseguir esta sensación de felicidad humana. ¿Sentirse uno bien consigo mismo? ¿Sentirse amado, acogido, valorado por los que le rodean? ¿Estar en armoní­a consigo mismo, con los demás, con la naturaleza, con Dios? ¿O simplemente tener cada vez más, de todo, para despertar la admiración y la envidia de los demás? Es evidente que por este último camino va la sociedad de consumo. En cambio, la sicologí­a moderna va por los otros caminos de la interioridad.

Lo que parece incuestionable es que la felicidad es un estado de ánimo que muy pocas veces parece conseguirse, como si fuera una meta inalcanzable. Y cuando el ser humano llega a experimentar esta sensación, su duración es tan fugaz que siempre resulta una experiencia demasiado corta para nuestros deseos. La promesa de Dios va por otros caminos. Quizás San Agustí­n lo intuyera cuando, en medio de su azarosa vida, pudo decir: “Señor, nos has hecho para Ti y nuestro corazón no descansa hasta que te encuentra a Ti” (Confesiones 1,1). El compendio evangélico de las Bienaventuranzas nos promete la plenitud del Reino; es lo mismo que decir la culminación de toda felicidad. Y esta culminación está en el encuentro definitivo con Dios mismo: “Dichoso el hombre que confí­a en Ti” (Sal 84,13).

3. El contenido de las Bienaventuranzas
Muy probablemente Jesús pronunció dos sentencias: “Dichosos los pobres”, a secas, y “Dichosos los perseguidos” (Secretariado Nacional de Catequesis “Evangelio y Catequesis de las Bienaventuranzas”, Edice, Madrid, 1981, 26).

En la primera sentencia Jesús quiere mostrar con claridad que Dios, Abbá, ama a todos, pero de un modo preferencial a los pobres y pecadores, y les muestra su amor al querer cambiar, con su colaboración, las situaciones que generan pobreza, violencia y marginación. La segunda sentencia presenta las consecuencias de una determinada opción. Tras la muerte y resurrección de Jesús, la comunidad cristiana se aplicó a sí­ misma lo dicho por Jesús y llegó a expresarlo en una formulación cercana a la de Lucas, con objeto de animar a los discí­pulos que sufrí­an las consecuencias de la pobreza y la persecución, al seguir a Jesús. (TERESA Ruiz, ANTONIO BRINGAS, “Nuevo Diccionario de Catequética”, San Pablo, Madrid 1999, Bienaventuranzas, 220).

De este núcleo proveniente de Jesús los evangelistas desarrollan y reinterpretan las palabras de Jesús en función de las comunidades a las que dirigen sus escritos. San Mateo escribe a los judí­os. San Lucas se dirige a cristianos de mentalidad y cultura griega. El primero es el apóstol de la justicia evangélica. Pretende que sus lectores vivan el evangelio en espí­ritu y en verdad. Esto exige un desprendimiento radical que permita una libertad interior: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6,24). San Lucas, por su parte, descubre que, para acoger la salvación de Jesús, es preciso liberarse de la inmoralidad de las riquezas, que impiden entrar en la dinámica del Reino. San Lucas es quien nos recuerda: “Quien no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discí­pulo mí­o” (Lc 14,33). Por esta razón San Lucas añade las “malaventuranzas” (Lc 6,24-26): “¡Ay de vosotros, los ricos, los que ahora estáis saciados… los que ahora reí­s!”
Si pretendemos descubrir la relación existente entre las diferentes Bienaventuranzas, podrí­amos agruparlas de la siguiente manera:

Un primer bloque, encabezado por la primera Bienaventuranza: ¡Dichosos los pobres!. También podemos traducirla por ¡Dichosos los que eligen ser pobres! (José M. Castillo “Teologí­a para comunidades”; Paulinas, Madrid 1990, 339). De ella se siguen tres consecuencias: dichosos los que sufren, los no violentos, los que tienen hambre. Las tres siguientes expresan las razones profundas de la nueva situación: dichosos los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz. En efecto, los pobres, o los que han elegido ser pobres por compartir, sufren las consecuencias de su opción, padecen hambre, se ven sometidos por los violentos; pero también transforman la realidad opresiva del mundo en una situación nueva, donde se implantará la justicia, la igualdad y la paz. Se acabarán los sufrimientos, las humillaciones, las injusticias, porque los convertidos van a prestar ayuda, tendrán el corazón limpio de malas intenciones y trabajarán por la paz, basada en la justicia, la libertad y la verdad.

El segundo bloque está formado por la última Bienaventuranza: ¡Dichosos los perseguidos! En efecto, los que se mantienen fieles a este proyecto de Dios no pueden evitar ser perseguidos por aquellos a quienes interesa que todo siga igual, que nada cambie. Frente a Jesús, que desea instaurar un nuevo sistema de convivencia humana, basado en la justicia y la fraternidad, se sitúan los “poderes de este mundo” (Mt 4,9), dispuestos a comprar voluntades, ofreciendo cuanto haya que ofrecer para mantener las cosas como están. La oposición es manifiesta. Y su consecuencia inevitable, el enfrentamiento y la persecución.

En San Mateo aparece un matiz que conviene resaltar; la primera y la última Bienaventuranza formulan la promesa en tiempo presente: “suyo ES el Reino de Dios” (o bien, “TIENEN a Dios por rey”). El resto de las Bienaventuranzas formulan la promesa en futuro: “serán….”. Como afirma J. M. Castillo (o. c., 346), citando a Mateos y Camacho, las promesas de futuro son efecto de la opción por la pobreza y de la fidelidad a ella. Se distinguen, pues, dos planos: el del grupo que se adhiere a Jesús y opta por él y el efecto de tal opción en la humanidad. Es decir, la existencia del grupo que opta radicalmente contra los valores de la sociedad establecida -realidad actual- provoca una liberación progresiva de los oprimidos y va creando una sociedad nueva -realidad futura-. La obra liberadora de Dios con la humanidad está vinculada a la existencia del grupo cristiano, que renuncia a la idolatrí­a del dinero y crea el ámbito para que sea efectivo el Reino de Dios.

4. Evangelio y ética de las Bienaventuranzas
Al escuchar las Bienaventuranzas desde las claves explicadas en los apartados anteriores, no podemos evitar un serio interrogante en nuestro interior: ¿son las Bienaventuranzas un camino de felicidad? Está claro que Dios desea que seamos felices. Para esto nos ha creado, para comunicarnos su amor. Y en este amor participado consiste la verdadera felicidad de todo ser humano. Por otra parte, nos resistimos a imaginarnos que el camino conducente a la felicidad pase por la renuncia a las riquezas y la asunción de la persecución como forma habitual de vida. Tenemos la sensación de encontrarnos envueltos en una contradicción. Es, por lo menos, una verdadera paradoja. Apelemos a hechos referidos en el evangelio, que pueden, tal vez, desvelarnos alguna salida a este laberinto.

Zaqueo, injustamente enriquecido en su trabajo de recaudador, experimenta un profundo cambio interior al encontrarse con Jesús y traduce su conversión en una clara opción ética a favor de los pobres y de los injustamente explotados (Lc 19,8-10). Ha entendido la Buena Noticia de Jesús, se ha fiado de Dios y encuentra la felicidad en la opción por los pobres.

Por otra parte, el joven rico, que ha mantenido un comportamiento éticamente irreprochable desde niño, no acepta la invitación de Jesús como Buena Noticia y se aferra a sus bienes. Como consecuencia, “se marchó entristecido” (Mc 10,21-22), no encontró la felicidad.

Estos hechos referidos en el evangelio ¿reflejan situaciones excepcionales o son más bien situaciones referenciales? La larga nómina de cristianos y cristianas, que han encontrado la plena realización humana por este camino de las Bienaventuranzas, nos permite considerarlos como paradigma de toda vida cristiana. Desde Marí­a, que alegra su espí­ritu en Dios y que se considera bienaventurada (Lc 1,48), hasta cualquiera de los misioneros y misioneras de hoy, que, aun corriendo un riesgo indudable para su vida, no dudan en regresar a los paí­ses en conflicto, después de haber sido expulsados, buscando la alegrí­a de servir a sus hermanos; ellos nos muestran Un camino de realización y de felicidad. Ciertamente hablamos de UN camino, junto a otros muchos. No serí­a razonable rechazarlo, sin más, tanto más cuanto que ha dado frutos espléndidos de transformación social y de ejemplaridad ética. ¿Cómo no recordar aquí­ la figura inolvidable de Francisco de Así­s? No solamente por lo que hizo, abandonar las riquezas y encarnar con sencillez el espí­ritu de fraternidad, sino por la “escuela” que creó y que dio origen a un nuevo modo de ser y estar en el mundo: el espí­ritu franciscano.

Tampoco podemos olvidar a un contemporáneo, como Oscar Romero, convertido por los pobres a una vida libre en defensa de los injustamente empobrecidos; sufrió persecución, más aún, fue asesinado en plena celebración de la Eucaristí­a, pero es hoy reconocido como el defensor de los pobres. Y, por hacer referencia al penúltimo de los ejemplos actuales, la madre Teresa de Calcuta pasará sin duda a la posteridad de la relación de personas que más cerca están de los últimos de la tierra. Su incondicional servicio a los más parias de todos los parí­as nos ayudó a entender quiénes son los preferidos de Dios: aquellos a quienes se les ha privado hasta del derecho a morir con un mí­nimo de dignidad.

Todaví­a habrá quien pregunte: estos cristianos y cristianas, ejemplo de entrega a la causa del Reino ¿son unos masoquistas?, ¿se sienten felices sufriendo? La sola pregunta es una afrenta a tantos millones de personas anónimas, que han experimentado una honda satisfacción en cuidar de su hijo enfermo, o discapacitado, o drogadicto. Pensar que son masoquistas es una injuria propia de mentes enfermas, que degrada a la propia condición humana.

La explicación de este comportamiento humano habrí­a que buscarla por otro camino. Quienes han encontrado la felicidad por el camino de las Bienaventuranzas son personas que han puesto totalmente su confianza en Dios; saben de quién se han fiado (2 Tim 1,12). Sostenidas por el Espí­ritu de Dios, aceptan que Dios sea el centro de su vida. Dirigidas por el mismo Espí­ritu, consagran su vida al Reino de Dios; anuncian la oferta salvadora que Dios nos hace en Jesucristo, proclaman nuestra condición de hijos de Dios, impulsan la tarea de formar una familia de hermanos, viven una vida volcada en el proyecto de Jesús.

Quienes van descubriendo este nuevo horizonte, que da un sentido especial a sus vidas, chocan necesariamente con la oposición de un sistema de valores que rige la convivencia humana, bajo el control del dinero que maneja el poder. Al optar por la defensa de los pobres y aplastados de la sociedad se encuentran con la persecución de quienes ostentan el poder en esta sociedad. Pero les sale al encuentro la palabra del Señor: “No temáis, yo he vencido al mundo” (Jn 16,33). Jesús no pone “paños calientes” a la contradicción entre el mundo y el grupo de sus seguidores. El mundo vive en tinieblas y prefiere las tinieblas a la luz (Jn 3,19); se opone al mensaje de Jesús (Jn 8,37); rechaza la verdad de Jesús (Jn 8,43.46). Es lógico que el discí­pulo encuentre una fuerte oposición en los poderes de este mundo.

Pero, al mismo tiempo, de los pobres, de los que han optado por los pobres, es el Reino de Dios. Y el Reino se compara a la alegrí­a de una fiesta (Mt 25,21.33); los discí­pulos participan de la alegrí­a del Reino (Lc 10,17.20). Y esta alegrí­a “nadie os la podrá arrebatar”. Por eso son dichosos, bienaventurados. En esta lí­nea de descubrimiento podemos entender el camino de las Bienaventuranzas como un camino de alegrí­a y de felicidad. En cierto sentido, las Bienaventuranzas constituyen una explanación de la sentencia de Jesús: “El que conserve su vida, la perderá, y el que pierda su vida por mí­, la conservará” (Mt 10,39. Esta paradoja, que parece encerrar una contradicción en sus términos, aparece iluminada por la felicidad, la dicha, la alegrí­a que acompaña a los que optan por Jesús.

5. Las Bienaventuranzas como camino
Tenemos la conciencia de que no podemos ser totalmente felices, al menos de una manera definitiva. Los momentos de bienaventuranza, incluso los más intensos, están amenazados por su carácter transitorio, decí­amos más arriba. Sin embargo buscamos denodadamente el paraí­so perdido, el lugar mí­tico donde reina la felicidad. Pascal decí­a: “Todos los hombres buscan ser dichosos, incluso el que se va a ahorcar”. ¿Existirá este lugar?
Los humanismos cerrados en sí­ mismos han apuntado al propio ser humano como meta de la felicidad. Por ahí­ han caminado filosofí­as modernas como el idealismo, el marxismo (“el hombre es la medida de todas las cosas”), el existencialismo. Los creyentes afirmamos que el espí­ritu humano está abierto, en ángulo, al infinito de Dios. Inteligencia y voluntad buscan la Verdad y la Bondad absolutas. Con encomiable esfuerzo vamos consiguiendo parcelas de verdad y de bondad. Dominamos cada vez mejor la naturaleza (“dominad la tierra”, Gen 1,28) mediante los descubrimientos cientí­ficos y técnicos. Damos pasos adelante en el reconocimiento de los derechos humanos y exigimos un comportamiento ético acorde con ellos. El debate actual en favor de la aceptación de una ética mundial que ordene de modo más justo la convivencia humana es una muestra más de lo que venimos diciendo.

No cabe duda de que en los últimos cincuenta años la humanidad ha progresado con una rapidez muy superior a la de los siglos anteriores. La Declaración universal de los derechos humanos es un referente permanente para los legisladores de todos los paí­ses. Pese a todo ello, aún se debate la humanidad en la incógnita del futuro. L. Boff afirma que la humanidad tiene que decidir si quiere continuar viviendo o si escoge su propia autodestrucción. Y señala estos “nudos” problemáticos que hay que desatar: el nudo del agotamiento de los recursos naturales, el de la conservación de la tierra y el nudo de la injusticia social mundial (L. BOFF, Concilium [283] 1999, 718-728). La falta de agua, la desertización de la tierra y las cien mil personas que mueren cada dí­a de hambre en el mundo plantean interrogan-tes imposibles de soslayar. O cambiamos o nos destruimos, afirma Boff. No podemos afrontar el futuro repitiendo el pasado. Desaparecerí­amos violentamente, como desaparecieron los dinosaurios. “O andamos el camino de Emaús, del com-partir y de la hospitalidad, o experimenta-remos el camino de Babilonia, de la tribulación, de la desolación. Esta vez no habrá un arca de Noé que salve a algunos y deje desaparecer a los demás. Mantenemos fundadas esperanzas de que la vida triunfe sobre la muerte, como siempre triunfó. El equilibrio entre la vida y la muerte es dinámico y siempre abierto para permitir lo simbólico, vencer lo diabólico y que la vida prevalezca sobre la muerte (art. cit. 728).

En este camino dialéctico entre vida y muerte, entre desencanto y esperanza, entre deshumanización y humanización, las Bienaventuranzas se nos presentan como el CAMINO de Cristo y de los cristianos. Un camino que aparece empedrado por los fracasos de las guerras, las injusticias, la destrucción del hábitat del mundo y de sus moradores. Pero un camino que apunta a la VIDA, no sólo prometida sino ya realizada en Jesús resucitado. “En la resurrección aparece el poder de Dios, no en directo, en forma universal, ni su finalidad es mostrar simplemente su omnipotencia. Dios devuelve a la vida no simplemente a un cadáver, sino a un crucificado; hace justicia a una ví­ctima. Lo que la resurrección tiene de buena noticia no es, por lo tanto, el anuncio de una vida más allá de la muerte sino la esperanza de las ví­ctimas: que el verdugo no triunfará sobre ellas” (J. SOBRINO, Concilium [283] 1999, 860).

Las ví­ctimas son los destinatarios de las Bienaventuranzas de Dios; los empobrecidos y perseguidos son las ví­ctimas a las que Dios hace justicia. Ya lo ha hecho con Jesús, el asesinado-resucitado. De la misma manera Dios hace justicia a todos los que sufren las consecuencias de los pecados mortales -porque producen muerte- de los verdugos. Cuando unos cristianos intentan recorrer el camino de las Bienaventuranzas están, en algún modo, anticipando la justicia de Dios; son signos de esta justicia. Y, al intentar vivir, desde su solidaridad con los pobres y perseguidos, el espí­ritu de las Bienaventuranzas, están siendo plenamente justificados.

BIBL. – SECRETARIADO NACIONAL DE CATEQUESIS, Evangelio y catequesis de las bienaventuranzas, Edice, Madrid, 181; B. LAMBERT, Las Bienaventuranzas y la cultura de hoy, Sí­gueme, Salamanca, 1987; G. LOHFINK, El Sermón de la montaña, ¿para quién?, Herder, Barcelona, 1989.

José Manuel Antón Sastre

Vicente Mª Pedrosa – Jesús Sastre – Raúl Berzosa (Directores), Diccionario de Pastoral y Evangelización, Diccionarios “MC”, Editorial Monte Carmelo, Burgos, 2001

Fuente: Diccionario de Pastoral y Evangelización

Antes de dibujar el ideal del discí­pulo —pobre en espí­ritu, afligido, manso, hambriento de justicia—, las bienaventuranzas expresan la figura histórica de Jesús que nos ha enseñado de qué modo tenemos que relacionarnos concretamente con el Padre y con los hermanos. Sólo si miramos a Jesús, las bienaventuranzas revelan su verdadero sentido y su justificación, se salen de esa paradoja por la que nosotros las consideramos como imposibles, como parte de otro mundo, como algo inalcanzable. Lo que es imposible para nosotros, es posible para Dios y, por tanto, es posible para el hombre y la mujer bautizados, llamados a la santidad. En realidad, las bienaventuranzas subrayan una única actitud fundamental: reconocer la primací­a de Dios en nuestra vida, la primací­a del Padre y, por tanto, la necesidad de abandonarnos a él. “Padre, todo está en tus manos, todo te lo entrego a ti, todo lo espero de ti”, dicen el hombre y la mujer de las bienaventuranzas. De este modo, las bienaventuranzas representan la actitud de quien, como Jesús, se fí­a completamente del Padre y, por ello, es dichoso, es feliz, porque nada le falta. Y aunque tuviera que pasar momentáneamente por la aflicción o la persecución, sabe que el Padre está preparando para él un maravilloso tesoro, un gozo indecible, y en su interior lo saborea, sintiéndose así­ realizado, auténtico, completo. La santidad cristiana, descrita en las bienaventuranzas, consiste en vivir nuestro bautismo inmersos en el amor del Padre, en la imitación y en la gracia del Hijo y en la fuerza del Espí­ritu Santo. A esto estamos llamados cada mañana cuando nos despertamos y en cada momento de nuestra jornada; es algo que está sobre nosotros como gracia y como amor del Padre en el sueño de la noche, para atendernos como abrazo de amor nuevamente al despertar. Esta es la vida de los santos, éste es el ideal de vida de los cristianos.

Carlo Marí­a Martini, Diccionario Espiritual, PPC, Madrid, 1997

Fuente: Diccionario Espiritual

SUMARIO: I. Las bienaventuranzas en general: 1. La Biblia hebrea; 2. La Biblia griega (los LXX); 3. El judaí­smo posbí­blico; 4. El NT. II. Las bienaventuranzas del sermón de la montaña: 1. La versión de Mateo: a) Visión de conjunto b) Los destinatarios, c) La promesa; 2. La versión de Lucas; 3. Las bienaventuranzas en la predicación de Jesús: a) Sentido cristológico, b) Sentido teológico.

Se da el nombre de “bienaventuranza” ante todo, en general (I), a ciertas “sentencias exclamativas, construidas en proposiciones nominales y que comienzan con la palabra bienaventurado” (George); en el lenguaje cristiano, este término se aplica más concretamente (II) a la serie de nueve sentencias de este tipo que forman el exordio solemne del sermón de la montaña (Mat 5:3-12) y constituyen una especie de sí­ntesis del mensaje evangélico como programa de vida cristiana. Caracterizadas por su forma literaria, estas sentencias se presentan al mismo tiempo como formas concretas de una manera especial de concebir la felicidad del hombre.

I. LAS BIENAVENTURANZAS EN GENERAL.

1. LA BIBLIA HEBREA. La Biblia hebrea contiene 42 bienaventuranzas, 45 si se cuentan por dos las bienaventuranzas dobles (1Re 10:8; 2Cr 9:7; Sal 144:15), 48 si se incluyen las formas inversas de Pro 14:21; Pro 16:20; Pro 29:18. Las partes de Sirácida que se conservan en hebreo permiten añadir otras ocho. Podrí­an contarse, además, algunas formulaciones diferentes, pero emparentadas con las otras: Gén 30:13; Pro 3:18; Pro 31:28; Job 29:11; Cnt 6:9; Sal 41:3; Sal 72:17; Mal 3:12.

Se advierte enseguida la distribución tan desigual de estos textos. La bienaventuranza no ocupa ningún lugar en los textos legislativos y es rara en los libros narrativos (Gén 30:13; 1Re 10:8 = 2Cr 9:7; la de Deu 33:29 se encuentra en un poema) y en los proféticos (Isa 30:18; Isa 32:20; Isa 56:2; Dan 12:12; Mal 3:12). En compensación, está abundantemente presente en el Salterio (28 veces), en los Proverbios (13 , veces) y en los demás escritos sapienciales.

El origen de la palabra hebrea `asrey, traducida por “bienaventurado”, crea algunas dificultades. Se trata aparentemente de un sustantivo masculino plural en estado constructo (seguido por un complemento determinativo). Esta dificultad es aún mayor si se tiene en cuenta que las lenguas semí­ticas antiguas no conocen esta forma de expresión, y su traducción aramea, túbey (túbay en sirí­aco), suscita problemas análogos. Se tiene más bien la impresión de encontrarse ante una especie de interjección que tendrí­a equivalentes en egipcio: un sufijo wy le da valor exclamativo con diversos adjetivos. Se plantea entonces la cuestión de saber si la formulación de las bienaventuranzas bí­blicas no indicará una influencia de Egipto.

Ha sido objeto de discurso la relación que hay que establecer entre bienaventuranza y bendición. Más concretamente, se trata de saber si la bienaventuranza no será una especie de derivado de la fórmula que declara que alguien es, o se desea que sea, “bendecido” (barúk). Se trata en realidad de dos fórmulas que no es posible confundir: “La bendición es una palabra creadora, que obra lo mismo que denota o significa. La bienaventuranza, por su parte, es una fórmula de felicitación, y supone por tanto la constatación de una felicidad ya realizada o, al menos, en ví­as de realización” (Lipinski). Está claro que las fórmulas de bendición ocupan en la Biblia un lugar mucho más amplio que las bienaventuranzas; pertenecen a otro registro.

Otra cuestión discutida es la de saber si, dentro del grupo de las bienaventuranzas bí­blicas, hay que conceder cierta prioridad o anterioridad a la categorí­a de las bienaventuranzas sapienciales, que traducen las experiencias de la vida corriente sin una dimensión propiamente espiritual, o a la categorí­a de bienaventuranzas `piadosas’; que proclaman la felicidad del hombre que pone su confianza en Dios, que se preocupa de agradarle, que goza de su benevolencia y de su protección. De todas formas hay que reconocer que la nota religiosa va unida a las bienaventuranzas desde el momento en que aparecen en la Biblia y que esta nota es allí­ ampliamente dominante. Desde este punto de vista, una vez más, la bienaventuranza bí­blica parece situarse en la prolongación de una antigua tradición egipcia.

Comienza a abrirse una nueva perspectiva, ligada a uno de los rasgos más caracterí­sticos de la religión yahvista. Esta religión es la de un Dios que hace una promesa que va más allá de la vida terrena de los individuos y que garantiza la intervención con que en el futuro llegará a cambiar el curso de la historia. El suscita además en el corazón de sus fieles una esperanza que encontrará naturalmente su expresión en las bienaventuranzas “escatológicas” : Tal es el caso del oráculo relativamente reciente de Isa 30:18 : “El Señor espera la hora de otorgaros su gracia: por eso se levanta para apiadarse de vosotros, porque el Señor es un Dios de justicia; bienaventurados los que en él esperan”. O también en Dan 12:12 : “Bienaventurado el que sepa esperar y llegue a mil trescientos treinta y cinco dí­as”. Este tipo de bienaventuranzas tendrá una especial importancia en el judaí­smo posbí­blico y en el NT.

2. LA BIBLIA GRIEGA (LOS LXX). Los LXX traducen normalmente `asrey por makários: 42 veces, más las ocho veces de las partes de Sirácida que se conservan en hebreo; con los libros propios de esta Biblia (sin contar 4Mac) se llega a un total de 60 bienaventuranzas o “macarismos”. Hay que añadir a ellas las tres construcciones invertidas de Pro 14:21; Pro 16:20 y 29,18, en donde el traductor utiliza makáristos; hay que tener en cuenta además las 17 veces en que se usa el verbo makarizó en el sentido de “proclamar dichoso”.

Si la forma literaria de las bienaventuranzas no aparece sino muy tardí­amente en la Biblia, es, por el contrario, muy antigua y frecuente en la literatura griega, en donde se encuentra corrientemente ya en Homero. Para proclamar la felicidad de los que llamaban ellos “bienaventurados”, los griegos poseí­an varios adjetivos, cada uno de ellos con su propio matiz. En la época helenista, makários es prácticamente el único usado, no sin cierta ampliación de su campo semántico: puede entonces designar la felicidad desde muy distintos puntos de vista. Todo lo más lo sustituye a veces el adjetivo verbal makáristos, cuando se busca un término más noble. Los LXX se acomodaron al uso de la época. Se puede subrayar que los latinos, que disponen de un vocabulario más diferenciado, usan de forma prácticamente equivalente los términos beatus, felix, fortunatus.

En conjunto, el panorama general de los macarismos de la Biblia griega sigue siendo, naturalmente, el de la Biblia hebrea: claro predominio de las sentencias propiamente religiosas, sin excluir la presencia de sentencias derivadas de una sabidurí­a totalmente profana. El cambio más significativo se observa en el aumento del número de bienaventuranzas escatológicas que traducen la esperanza judí­a. Por eso Isa 31:9b adquiere un significado totalmente nuevo: “Esto me ha dicho el Señor: `¡Dichoso el que tiene una descendencia en Sión y gente de su casa en Jerusalén!”‘ (Isa 32:1); esta bienaventuranza sirve de introducción al oráculo siguiente: “He aquí­ que un rey reinará con justicia… “(Isa 32:1). Recordemos también a Job 13:15-16 : “Bienaventurados los que te aman (Jerusalén) y los que se alegran de tu paz. Bienaventurados también todos los hombres qué lloren tus calamidades, porque se alegrarán en ti, contemplando tu gloria para siempre” (recensión S). Esta parece ser igualmente la perspectiva de Sab 2:16; Sab 3:13-14.

3. EL JUDAíSMO POSBíBLICO. En él se nos ofrece una gran cantidad de bienaventuranzas. Bastarán unos pocos ejemplos. La lí­nea de las bienaventuranzas piadosas de la Biblia tiene su prolongación inmediata en un texto de la cueva 4 de Qumrán que, como el evangelio, enumera una serie de bienaventuranzas. El comienzo del texto se ha perdido desgraciadamente: “… de un corazón puro, y no hay calumnia en su lengua. Bienaventurados los que escogen sus mandamientos y no escogen los senderos de iniquidad. Bienaventurados los que encuentran su gozo en él y no sienten placer en los caminos de iniquidad. Bienaventurados los que lo buscan con manos puras y no lo buscan con corazón mentiroso. Bienaventurado el hombre que ha adquirido la sabidurí­a y camina en la ley del Altí­simo, establece su corazón en sus caminos, no se desanima por sus castigos y acepta sus golpes con buen corazón”.

Se asiste sobre todo a un gran florecimiento de macarismos escatológicos. Por ejemplo, éste que data de hacia el 140 a.C.: “¡Dichoso el que, hombre o mujer, viva en aquel tiempo!” (Oráculos sibilinos III 371). O bien éstos, en los Salmos de Salomón (por el 60 a.C.): “¡Dichosos los que vivan aquellos dí­as, para contemplar la felicidad que concederá Diosa Israel reuniendo a las tribus!” (Sab 17:44), “Dichosos los que vivan aquellos dí­as, para contemplar los beneficios que el Señor concederá a la generación futura, bajo el cetro corrector del Cristo Señor, en el temor de su Dios”(Sab 18:6). A comienzos de nuestra era, la Asunción de Moisés recuerda la intervención de Dios que toma la defensa de su pueblo, y exclama: “¡Entonces serás dichoso, Israel! Montarás sobre la espalda y las alas del águila” (Sab 10:8). Y en la sección de las “parábolas” del Libro de Henoc etiópico: “Dichosos vosotros, justos y elegidos, porque vuestra herencia es gloriosa” (Sab 58:2).

4. EL NT. En el NT se utiliza 50 veces el adjetivo makários. En seis casos no se trata de bienaventuranzas (Heb 20:35; Heb 26:2; 1Co 7:40; 1Ti 1:11; 1Ti 6:15; Tit 2:13). Los otros 44 casos pertenecen al género “bienaventuranzas” de una forma más o menos pura. Se subdividen de la manera siguiente: Mt 13; Lc 15; Jn 2; Rom 3; Sant 2; I Pe 2; Ap 7. Con ellos hay que relacionar dos usos de makarí­zó, “proclamar dichoso” (Luc 1:48; Stg 5:11) y tres de makárismos, “macarismo” o “bienaventuranza” (Rom 4:6.9; Jud 4:15).

Pablo, que toma prestadas de los Salmos dos de sus macarismos, permanece en la lista de las bienaventuranzas piadosas (Rom 4:6.7.8.9; Rom 14:22). Puede reconocerse el eco de la tradición sapiencial en Jua 13:17 y en Stg 1:25; Stg 5:11. Predomina allí­ evidentemente la perspectiva escatológica, Esta sigue siendo de ordinario una escatologí­a futura: Mat 5:3-12; Mat 24:46; Luc 6:20-22; Luc 12:37-43; Luc 14:14-15; 23 29; Stg 1:12; 1Pe 3:14; 1Pe 4:14; Apo 1:3; Apo 14:13; Apo 16:15; Apo 19:9; Apo 20:6; Apo 22:7-14. Pero con la persona y la misión de Jesús la escatologí­a ha entrado en la historia, de forma que la felicidad del mundo futuro se hace ya realidad presente para los creyentes. Así­ pues, son bienaventurados los ojos de los discí­pulos, que tienen el privilegio de ver lo que están viendo (Luc 10:23; Mat 13:16); es bienaventurado Pedro, que ha recibido del Padre la revelación del Hijo (Mat 16:17); son bienaventurados aquellos para los que Jesús no es ocasión de escándalo (Mat 11:6; Luc 7:23); son bienaventurados los que creen sin haber visto (Jua 20:29). Pero sobre todo es bienaventurada la madre del Salvador, porque ha creí­do (Luc 1:45.48); éste es también el presupuesto que da todo su significado a la doble bienaventuranza de Luc 11:27-28.

Vemos entonces cómo las bienaventuranzas se convierten en el vehí­culo del mensaje cristológico. Lo que está expresamente dicho en un pequeño número de las mismas podrí­a encontrarse también, de modo implí­cito, en otras bienaventuranzas escatológicas. Tal es el caso, a nuestro juicio, de las bienaventuranzas del sermón de la montaña.

II. LAS BIENAVENTURANZAS DEL SERMí“N DE LA MONTAí‘A.
1. LA VERSIí“N DE MATEO. Mat 5:3-20 enumera una serie de nueve _bienaventuranzas, “las bienaventuranzas” por excelencia, el programa del buen cristiano.

a) Visión de conjunto. La serie se compone ante todo de ocho sentencias cortas, construidas todas ellas según el mismo modelo: la proclamación de “¡bienaventurado!”, la categorí­a de personas a las que se aplica, el motivo de su felicidad. Como conclusión, una última bienaventuranza completa las anteriores con el desarrollo que se le da; y también por el hecho de que no habla ya en general, sino que interpela directamente a los discí­pulos de Jesús, dirigiéndose a ellos en segunda persona. Hay que notar además que, como la octava bienaventuranza, esta última concierne a unas personas que han de sufrir persecuciones. Así­ pues, no se trata de una categorí­a de “bienaventurados” totalmente nueva, sino más bien de una indicación complementaria sobre los destinatarios de la octava bienaventuranza.

La unidad literaria de las ocho bienaventuranzas breves la da la presencia de una inclusión, ya que la octava bienaventuranza repite la promesa de la primera: “porque de ellos es el reino de Dios”. Otro detalle estilí­stico demuestra que estas bienaventuranzas se subdividen en dos grupos de cuatro: en efecto, la cuarta y la octava evidencian el mismo término caracterí­stico, designando a “los que tienen hambre y sed de justicia” y a los que “son perseguidos por su justicia”:
El doble uso de la palabra “justicia” es significativo porque caracteriza al mismo tiempo la función de la serie de las bienaventuranzas en relación con el gran discurso al que introducen y la orientación general del pensamiento que las inspira. Tomado en conjunto, el sermón de la montaña, primero de los cinco discursos de Jesús intercalados en el evangelio de Mateo, se presenta como una enseñanza sobre la “justicia” que Jesús exige de sus discí­pulos y que es la condición para entrar en el reino de los cielos; recordada en 5,6 y 10, la palabra “justicia” se repetirá en 5,20 y 6,1.33. Encontramos un equivalente suyo en la declaración de 7,21; “Entrará en el reino de Dios el que hace la voluntad de mi Padre celestial”. Se define la justicia precisamente como cumplimiento de la voluntad divina. Las bienaventuranzas constituyen una primera descripción concreta de las exigencias de Dios respecto al hombre.

b) Los destinatarios. El acento se pone en las disposiciones interiores que conforman al hombre con la voluntad de Dios: de las ocho bienaventuranzas, hay seis que conciernen directamente a estas disposiciones. Las dos bienaventuranzas activas, la de los misericordiosos y la de los que trabajan por la paz, designan prácticas que manifiestan igualmente las disposiciones del corazón: las que deben inspirar al cristiano en sus relaciones con el prójimo. Las otras seis bienaventuranzas cualifican más bien la actitud del creyente ante Dios.

– Tal es el caso, evidentemente, de las dos bienaventuranzas que hablan de la /justicia, entendiendo por ella la conformidad con la voluntad divina; una conformidad a la que aspira el creyente con toda su alma, una aspiración ardiente bien expresada por la imagen del hambre y de la sed corporales (v. 6) y una conformidad de la que no puede apartarlo ninguna persecución por parte de los hombres (v. 10).

– Y es también el caso de las dos bienaventuranzas de los “pobres de espí­ritu” y de los afables o mansos, que traducen la misma palabra hebrea ánawim, poniendo de relieve de dos maneras distintas sus resonancias religiosas. Se trata de esa “pobreza” espiritual, que se tení­a igualmente en alta consideración entre los monjes judí­os de Qumrán, integrada por humildad y serena paciencia, sumisión total y confiada, y que sólo es posible a través de un perfecto desprendimiento de sí­.

– Es también el caso de los “limpios de corazón”: los que no se contentan con la pureza ritual y exterior que requerí­a el judaí­smo para poder participar en las ceremonias del culto, sino que se entregan a una rectitud interior total, a una rectitud absoluta que excluye toda doblez y todo repliegue sobre sí­ mismo.

– La interpretación de la bienaventuranza de los afligidos tiene que tener en cuenta, evidentemente, este contexto. Por tanto, no se trata aquí­ (como en Lucas) de personas que lloran por causa de motivos exteriores, independientes de su voluntad, sino de personas que se afligen delante de Dios, negándose a entrar en componendas con los goces falsos de un mundo pecador y que ponen toda su esperanza en el mundo futuro.

c) La promesa. Precisamente en relación con este mundo futuro es como la segunda parte de todas las bienaventuranzas señala el motivo por el que se califica de dichosos ya desde ahora a los hombres que pertenecen a la categorí­a de los enunciados. Esta es claramente la perspectiva de las siete bienaventuranzas que se expresan en futuro; las actitudes y el comportamiento de los justos serán el criterio según el cual Dios los juzgará y los recompensará en el último dí­a. No es distinto el sentido del presente que figura en la primera y en la octava bienaventuranzas (“de ellos es el reino de Dios’ y en la nona (“vuestra recompensa es grande en los cielos’. Desde el momento presente, el reino de los cielos pertenece a los pobres de espí­ritu y a los que son perseguidos por causa de su justicia, aun cuando tengan que esperar todaví­a para entrar en posesión del mismo; para ellos lo tiene ya Dios preparado (Mat 25:34).

La felicidad que proclaman las bienaventuranzas está ligada, por consiguiente, a una esperanza y descansa en la garantí­a de la palabra de Jesús. El acceso a esta felicidad está ya concedido a los que llevan a cabo en su vida concreta las exigencias que se expresan en la primera parte de cada una de las bienaventuranzas.

2. LA VERSI6N DE LUCAS. LC 6,20-23, que se limita a cuatro bienaventuranzas, se sitúa en un nivel totalmente diverso; esta diversidad está confirmada y acentuada en los cuatro “¡ay!” que corresponden aquí­ a las bienaventuranzas (6,24,26).

Hablando directamente a los discí­pulos en segunda persona (“vosotros”), estas bienaventuranzas los describen como personas que son pobres en contraste con otras que son ricas, como personas que pasan hambre en oposición a otras personas que están saciadas, como personas que lloran en oposición a otras personas que rí­en, como personas, en fin, que son objeto de toda clase de malos tratos en contraposición con otras personas que reciben toda clase de lisonjas y consideraciones. Evidentemente, en este caso no se trata ya de disposiciones espirituales, sino de condiciones exteriores, económicas y sociales, sumamente penosas. Las tres primeras bienaventuranzas, en particular, no indican tres categorí­as distintas, sino un mismo y único grupo, en el que los pobres son al mismo tiempo aquellos que sufren el hambre y cuya aflicción provoca lágrimas. La misma situación miserable es considerada simplemente desde tres puntos de vista diferentes.

Esta otra versión de las bienaventuranzas tiene, en Lucas, una estremecedora ilustración en la parábola del pobre Lázaro y del rico epulón (16,19-31). Las palabras de Abrahán parecen un eco particular de las bienaventuranzas cuando declaran al rico que está sufriendo atrozmente sed entre las llamas del infierno: “Hijo, acuérdate que ya recibiste tus bienes durante la vida, y Lázaro, por el contrario, males. Ahora él está aquí­ consolado, y tú eres atormentado” (v. 25). En ambos textos se trata de la misma inversión de las situaciones, siendo accesorio que Abrahán subraye el lugar de esa inversión (“aquí­” en oposición a la tierra), mientras que las bienaventuranzas en san Lucas ponen el acento en la diversidad del tiempo (ahora, que opone cuatro veces la vida presente a la vida futura).

Ciertamente hay que evitar dar un peso excesivo a la condenación que sufren los ricos. La parábola que precede a la del rico epulón ha demostrado con toda claridad que el buen uso del dinero es realmente posible: consiste en repartirlo entre los pobres para convertirlos en amigos que los acojan en las moradas eternas (16,9). Y se encontrará un poco más adelante en el evangelio el ejemplo de un buen rico en la persona de Zaqueo (19,1-10). La infelicidad que puede tener su origen en la riqueza -lo sabe muy bien Lucas- consiste precisamente en eso: en que tiende a cerrar el corazón del rico a las invitaciones de Dios y a las invocaciones de los pobres.

Cabe preguntarse si la severidad que demuestra Lucas en relación con los ricos se ha visto influida por la experiencia de la Iglesia primitiva y por lo que él mismo pudo tener en su comunidad cristiana. Está claro que hay que ver en ella la contrapartida de un amor de predilección reservado a los pobres, a los débiles, a los pequeños, y reconocer allí­ un reflejo de la actitud que habí­a mantenido siempre Jesús y que Jesús no vacilaba en atribuir a Dios.

3. LAS BIENAVENTURANZAS EN LA PREDICACIí“N DE JESÚS. La profunda diversidad de perspectivas que separa estas dos versiones de las bienaventuranzas que figuran como frontispicio del discurso inaugural de Jesús suscita un problema que no es posible solucionar ni con un intento de conciliación ni con la hipótesis de la dependencia de una versión respecto a la otra. Nos encontramos ante dos interpretaciones que explicitan en dos sentidos divergentes un mismo mensaje inicial. Para poder encontrarsste punto de partida de la tradición de las bienaventuranzas del sermón de la montaña y darnos cuenta del sentido cristológico y teológico que tení­a al principio, tenemos la fortuna de poder apelar a un tercer testigo. En efecto, parece probable que en su tenor original estas bienaventuranzas querí­an referirse al oráculo profético de Isa 61:1-3.

a) Sentido cristológico. Lucas captó perfectamente la importancia capital de este oráculo, que cita expresamente en el momento en que, en Nazaret, comienza Jesús su ministerio público: “El Espí­ritu del Señor está sobre mí­, porque me ha ungido. Me ha enviado a llevar la buena nueva a los pobres, a anunciar la libertad a los presos, a dar la vista a los ciegos, a liberar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor” (Luc 4:18-19). La cita se cierra antes de llegar a una parte de una frase que interesa a las bienaventuranzas: “A consolar a todos los afligidos” (Isa 61:2); y es precisamente a estos “afligidos de Sión” a los que el versí­culo 3 dirige su atención. Jesús alude a este texto en su respuesta a los mensajeros de Juan Bautista: “Id y contad a Juan lo que habéis visto y oí­do: … se anuncia el evangelio a los pobres” (Mat 11:5; Luc 7:22). Pedro recuerda igualmente este texto en su discurso en la casa del centurión Cornelio (Heb 10:38).

Isa 61:1-3 da a comprender de este modo la asociación de ideas que hace de los pobres y de los afligidos los destinatarios privilegiados del anuncio del evangelio. No se puede olvidar que el contexto de este oráculo, la segunda mitad del libro de /Isaí­as, da igualmente una explicación de la asociación tan caracterí­stica que hace del reino de Dios el objeto propio de este evangelio. Vemos establecerse así­, a través del tema del evangelio, una relación privilegiada entre los pobres [/Pobreza] y el /reino de Dios,
Ciertamente, la primera bienaventuranza no dice que Jesús anuncie a los pobres la buena nueva del reino de Dios. Pero al afirmar: “Dichosos los pobres, porque de ellos es el reino de Dios”, Jesús no hace más que actualizar la promesa de Isa 61:1. De este modo se presenta a sí­ mismo como el mensajero divino en el que se cumple la profecí­a: “El Espí­ritu del Señor está sobre mí­, porque me ha ungido…” Por eso las bienaventuranzas asumen la importancia de una proclamación mesiánica. Al proclamarlas, Jesús se identifica con el personaje del que hablaba el profeta. Se comprende así­ su elevado significado cristológico, que hay que reconocerles.

b) Sentido teológico. También es importante darse cuenta de que las bienaventuranzas hablan de Dios, y en este sentido tienen un significado “teológico”. No hay que olvidar que la expresión “reino de Dios” no es más que una falsa abstracción; en realidad significa a Dios, que se manifiesta como rey. Aquí­ se presupone que Dios no se mostrará plenamente rey más que el dí­a en que ponga fin al sufrimiento de los pobres. Porque, tanto en la concepción bí­blica como en la de todo el medio Oriente antiguo, un rey no es verdaderamente digno de su nombre y de su cargo más que en la medida en que asegure la justicia y la paz a todos sus súbditos y ante todo, naturalmente, a los que no están en disposición de procurárselas por sí­ solos: el pobre; pero también la viuda, el huérfano y el forastero, es decir, todos los débiles y los indefensos, expuestos a la opresión de los violentos.

En este contexto de pensamiento, la razón de ser del privilegio de los pobres no debe buscarse tanto en las virtudes o en los méritos particulares de estos desdichados; se encuentra, por el contrario, en el hecho de que Dios toma en serio sus prerrogativas reales. Como desea ser un rey justo y bueno, por eso Dios toma bajo su protección al pobre, a la viuda y al huérfano, procurando hacer de ellos los primeros beneficiarios de su reino. La situación desgraciada de esa gente no es digna de su justicia real; él manifestará su reino poniendo fin a la injusticia colectiva de la que son ví­ctimas. Esto es lo que tiene que recordar la promesa: “De ellos es el reino de Dios”. No se trata de algo que poseer, sino de alguien que se hará cargo de ellos eficazmente.

La proclamación “Dichosos los pobres…” y las que la acompañan aparecen así­ como otras tantas expresiones concretas de la buena nueva: “El reino de Dios está aquí­, en medio de vosotros”. Este mensaje fundamental (kérygma), que revela el significado teo-lógico y cristo-lógico del momento presente de la historia de la salvación, es también el presupuesto a partir del cual se pueden comprender las relecturas catequéticas que tienen su testimonio en las versiones de Mateo y de Lucas. Es normal que, en la predicación cristiana, el mensaje de fe desemboque en una catequesis que explicite sus consecuencias para la vida diaria. Pero también es importante que las aplicaciones pastorales no hagan perder de vista el mensaje doctrinal que tienen que reflejar.

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J. Dupont

P Rossano – G. Ravasi – A, Girlanda, Nuevo Diccionario de Teologí­a Bí­blica, San Pablo, Madrid 1990

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Bíblica