1. TIPOS DE JUEGO
Siguiendo la teoría de Piaget (1932, 1945, 1966)
podemos clasificar los juegos en cuatro categorías:
motor, simbólico, de reglas y de construcción.
Exceptuando la última, los juegos de construcción, las
otras tres formas lúdicas se corresponden con las estructuras específicas de cada
etapa en la evolución intelectual del niño: el esquema motor, el símbolo y las
operaciones intelectuales. Y, al igual que sucede con estas últimas, los juegos de
reglas son los de aparición más tardía porque se 2costruyen” a partir de las dos
formas anteriores, el esquema motor y el símbolo, integrados en ellos y
subordinados ahora a la regla.
EL JUEGO MOTOR
Los niños pequeños, antes de empezar a hablar, juegan con las cosas y las
personas que tienen delante. Golpean un objeto contra otro; lo tiran para que se lo
volvamos a dar, etc. Exploran cuanto tienen a su alrededor y, cuando descubren
algo que les resulta interesante, lo “repiten” hasta que deje de resultarles
interesante. Y es importante señalar que el interés infantil no coincide con el del
adulto.
Si aprende, por ejemplo, a abrir el cajón de su armario, repetirá la acción a pesar
de nuestros ruegos para que se estén quietos y de nuestras advertencias de que
pueden pillarse o de que pueden romperlo.
Para quienes sabemos el funcionamiento de un cajón nos resulta difícil entender la
satisfacción que pueda proporcionar el abrirlo y cerrarlo tantas veces. Para el niño
pequeño la tiene, y al repetir ese conocimiento recién adquirido, llega a
consolidarlo.
En otras ocasiones el interés no estará tanto en el cajón mismo como en el enfado
que nos provoca su incansable manipulación. No sabe exactamente por qué los
demás le sonríen o se enfadan con él, y para descubrirlo, tiene que comprobar
qué es la que nos agrada o nos molesta. Cuanto mayor sea esta actividad infantil,
mayor será el conocimiento que obtenga sobre las personas y las cosas que le
rodean. Este carácter repetitivo del comportamiento lo adoptamos también los
adultos cuando interaccionamos con niños de estas edades. Y si la interacción
tiene lugar con una cierta frecuencia, los niños llegan a solicitar con la sonrisa o la
mirada esos gestos y ruidos raros que constituyen los primeros “juegos sociales”.
Es un modo de demostrar que nos reconocen.
2. Los estudios sobre cómo adquieren los niños el lenguaje han puesto de manifiesto
la importancia de estas interacciones tempranas con el adulto. Nos dirigimos a
ellos con un lenguaje distinto del que utilizamos con quienes ya hablan.
El objetivo no es otro que tratar de establecer una comunicación con un ser que
aún no dispone del medio privilegiado que es el lenguaje. Y estos antecesores del
diálogo aparecen en esas situaciones que se repiten en el cuidado diario del niño.
Bruner (1984), ha llamado a estas situaciones “formatos” para la adquisición del
lenguaje, refiriéndose con ello a la estructuración que el adulto hace de ellas y a la
facilitación que promueve para que el pequeño inserte sus acciones y sus
vocalizaciones en dicha estructura.
EL JUEGO SIMBÓLICO
Aunque hay distintos tipos de juegos, muchos consideran el juego de ficción como
el más típico de todos, el que reúne sus características más sobresalientes. Es el
juego de “pretender” situaciones y personajes “como si” estuvieran presentes.
Fingir, ya se haga en solitario o en compañía de otros niños, abre a éstos a un
mofo nuevo de relacionarse con la realidad. Al jugar, el niño “domina” esa realidad
por la que se ve continuamente dominado. Con el desarrollo motor se amplía
enormemente su campo de acción, se le permite o se le pide participar en tareas
que antes le estaban vedadas y, sobre todo, aparecen mundos y personajes
suscitados por el lenguaje.
Los psicoanalistas han insistido, con razón, en la importancia de estas
elaboraciones fantásticas para poder mantener la integridad del yo y dar expresión
a los sentimientos inconscientes.
Con independencia de si las fantasías ocupan con anterioridad un lugar, o no, en
la mente infantil, lo cierto es que no será hasta el segundo año de vida cuando
aparezcan las primeras manifestaciones de fingir que se come de un plato vacío o
que se duerme con los ojos abiertos. Buena parte de estos primeros juegos de
ficción son individuales, o si se realizan en presencia de otros niños, equivalen a lo
que se ha llamado juego “en paralelo”, en el que cada jugador desarrolla su propia
ficción con esporádicas alusiones al compañero. Esta ausencia de cooperación
entre jugadores ha llevado a Piaget (1945) a definir el juego simbólico como
“egocéntrico”, centrado en los propios intereses y deseos.
En un interesante estudio, C. Garvey (1979) sostiene que el juego es social desde
el principio, que su carácter individual y privado es un aspecto secundario de una
actividad que se genera siempre en un contexto social. Sus análisis de las
conversaciones infantiles mientras jugaban muestran que desde edad tan
temprana se diferencian claramente las actividades que son juego de las que no lo
son, y que, cuando la situación es ambigua, los niños recurren al lenguaje para
hacérsela explícita unos a otros.
No se trata de la mera imitación de una persona concreta, sino del concepto
mismo de cada rol social definido por sus acciones más características y, con
3. frecuencia, exageradas. La coordinación de acciones y papeles sólo se logra, a
una edad en la que aún no es posible la elaboración de reglas arbitrarias y
puramente convencionales, por una continua referencia a lo que sucede “de
verdad”. De este modo surge el contraste entre el conocimiento que cada jugador
posee de los papeles representados.
Cuando hay discrepancias en la síntesis de las acciones el recurso último es la
vida real o un reforzamiento del carácter puramente fantástico del juego con
afirmación explícita del mismo por los jugadores. Una aportación fundamental de
este tipo de juegos es descubrir que los objetos no sirven sólo para aquello que
fueron hechos, sino que pueden utilizarse para otras actividades más interesantes.
Un simple palo se transforma en caballo, en espada o en puerta de una casa.
JUEGOS DE REGLAS
El final de preescolar coincide con la aparición de un nuevo tipo de juego: el de
reglas. Su inicio depende, en buena medida, del medio en el que se mueve el
niño, de los posibles modelos que tenga a su disposición.
La presencia de hermanos mayores y la asistencia a aulas de preescolar situadas
en centros de primaria, facilitan la sensibilización del niño hacia este tipo de
juegos.
Pero en todos los juegos de reglas hay que “aprender” a jugar, hay que realizar
unas determinadas acciones y evitar otras, hay que seguir “unas reglas”. Si en los
juegos simbólicos cada jugador podía inventar nuevos personajes, incorporar otros
temas, desarrollar acciones sólo esbozadas, en los de reglas se sabe de
antemano lo que “tienen que hacer” los compañeros y los contrarios. Son
obligaciones aceptadas voluntariamente y, por eso, la competición tiene lugar
dentro de un acuerdo, que son las propias reglas.
Los preescolares se inician en estos juegos con las reglas más elementales y, sólo
a medida que se hagan expertos, incorporarán e inventarán nuevas reglas. Ese
conocimiento mínimo y la comprensión de su carácter obligatorio les permite
incorporarse al juego de otros, algo mayores que ellos, especialmente cuando la
necesidad de jugadores rebaja sus exigencias sobre la competencia de los
mismos.
Pero, en analogía ahora con el juego simbólico, la obligatoriedad de estas reglas
no aparece ante el niño preescolar como derivada del acuerdo entre jugadores,
sino que tiene un carácter de verdad absoluta. Creen que sólo existe una forma de
jugar cada juego, la que conocen. Y, por superficial que este conocimiento sea,
opinan que no sería legítimo alterar sus reglas.
En los cursos finales de Primaria los jugadores serán plenamente conscientes de
que las reglas no tienen otro valor que el que les confiere la voluntad de quienes
las adoptan. Basta la decisión de la mayoría para modificarlas o introducir otras
nuevas. La práctica continuada de esa cooperación permitirá, por fin, tomar
conciencia de que las reglas no son más que la formulación explícita de esos
acuerdos.
4. El preescolar, para resolver la contradicción entre la regla y sus intereses, debe
recurrir a un tipo de juego anterior, el simbólico, donde ha llegado a descubrir, en
otro nivel, ese mismo valor de la cooperación y de su negociación.
JUEGOS DE CONSTRUCCIÓN
Este es un tipo de juego que está presente en cualquier edad. Desde el primer año
de la vida del niño existen actividades que cabría clasificar en esta categoría: los
cubos de plástico que se insertan o se superponen, los bloques de madera con los
que se hacen torres, etc.
El niño preescolar se conforma fácilmente con cuatro bloques que utiliza como
paredes de una granja o de un castillo. Pero a medida que crezca querrá que su
construcción se parezca más al modelo de la vida real o al que se había trazado al
iniciarla. Hacer una grúa que funcione de verdad o cocinar un pastel siguiendo una
receta, pueden ser actividades tan divertidas como el mejor de los juegos. Pero
justamente en la medida en que tiene un objetivo establecido de antemano y que
los resultados se evaluarán en función de dicho objetivo se aleja de lo que es
mero juego para acercarse a lo que llamamos trabajo.
En resumen, el juego es importante en el desarrollo del niño porque le permite el
placer de hacer cosas, de imaginarlas distintas a como se nos aparecen, de llegar
a cambiarlas en colaboración con los demás, descubriendo en la cooperación el
fundamento mismo de su vida social.
LA EDUCACION Y EL JUEGO
La importancia del juego en la educación es grande, pone en
actividad todos los órganos del cuerpo, fortifica y ejercita las
funciones síquicas. El juego es un factor poderoso para la
preparación de la vida social del niño; jugando se aprende la
solidaridad, se forma y consolida el carácter y se estimula el poder
creador.
En lo que respecta al poder individual, los juegos desenvuelven el
lenguaje, despiertan el ingenio, desarrollan el espíritu de observación, afirma la
voluntad y perfeccionan la paciencia. También favorecen la agudeza visual, táctil y
auditiva; aligeran la noción del tiempo, del espacio; dan soltura, elegancia y
agilidad del cuerpo.
La aplicación provechosa de los juegos posibilita el desarrollo biológico,
psicológico, social y espiritual del hombre. Su importancia educativa es
trascendente y vital. Sin embargo, en muchas de nuestras escuelas se prepondera
el valor del aprendizaje pasivo, domesticador y alienante; no se da la importancia
del caso a la educción integral y permanente. Tantas escuelas y hogares, pese a
la modernidad que vivimos o se nos exige vivir, todavía siguen lastrados en
vergonzosos tradicionalismos. La escuela tradicionalista sume a los niños a la
enseñanza de los profesores, a la rigidez escolar, a la obediencia ciega, a la
5. criticidad, pasividad, ausencia de iniciativa. Es logocéntrica, lo único que le importa
cultivar es el memorismo de conocimientos. El juego está vedado o en el mejor de
los casos admitido solamente al horario de recreo.
Frente a esta realidad la Escuela Nueva es una verdadera mutación en el
pensamiento y accionar pedagógico. Tiene su origen en el Renacimiento y
Humanismo, como oposición a la educación medieval, dogmática autoritaria,
tradicional, momificante. Tiene la virtud de respetar la libertad y autonomía infantil,
su actividad, vitalidad, individualidad y colectiva. Es paidocentrista. El niño es el
eje de la acción educativa. El juego, en efecto, es el medio más importante para
educar.