Los madianitas tuvieron atemorizado al pueblo de Israel durante siete años. Realizaban incursiones en el territorio, devastaban los sembrados y se apoderaban de los ganados. Israel llegó a ser muy pobre y pidió ayuda a Dios para que les librara de esta opresión.
Gedeón, de la tribu de Manasés, fue el elegido por Dios para liberar al pueblo de Israel de los ataques madianitas. Dios mandó a Gedeón que destruyera el santuario que habían construido a Baal y levantar un altar a Dios.
Los madianitas habían acampado para realizar un nuevo ataque. Gedeón mandó mensajeros a toda la tribu de Manasés para que le siguiera y hacerles frente. También las tribus de Aser, Zabulón y Neftalí acudieron a su llamada.

Dios le dijo que eran demasiados hombres para luchar contra los madianitas. Si los israelitas ganaban la batalla con tantos hombres podían pensar que no necesitaban la ayuda de Dios para vencer, por eso debía enviar a casa a todos los que tuvieran miedo. Muchos israelitas se fueron, pero todavía eran demasiados. Así que Dios propone a Gedeón que haga que los hombres beban agua de la corriente del río y mande a casa a todos los que bajen la cara para beber. Gedeón se queda con los hombres que al beber siguen con la cabeza alta, vigilantes. Son 300 hombres los que van a luchar contra un ejercito de 135.000 soldados.
Llegado el momento de la lucha, Gedeón divide a sus hombres en tres grupos. A cada uno le da un cuerno y un jarro con una antorcha dentro. A media noche, todos se reúnen alrededor del campamento enemigo. Entonces, al mismo tiempo hacen sonar los cuernos, rompen los jarros y gritan: "La espada por Dios y por Gedeón". Los madianitas confundidos empezaron a luchar entre ellos y terminaron huyendo. Gedeón pidió ayuda a la tribu de Efraín para que persiguiera a los que huían. De esta forma, se apoderaron de los príncipes de Madián y les dieron muerte.