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Agricultura, sociedad y desarrollo

versión impresa ISSN 1870-5472

agric. soc. desarro vol.10 no.3 Texcoco jul./sep. 2013

 

Etnozoología del pueblo mayo-yoreme en el norte de Sinaloa: uso de vertebrados silvestres

 

Ethnozoology of the mayo-yoreme people in northern Sinaloa: use of wild vertebrates

 

Isabel Cortés-Gregorio1, Erika Pascual-Ramos2, Salvador M. Medina-Torres1*, Eduardo A. Sandoval-Forero1, Estuardo Lara-Ponce1, Hugo Humberto Piña-Ruíz2, Rosa Martínez-Ruíz1, Gustavo E. Rojo-Martínez1

 

1Ingeniería en Desarrollo Sustentable. Universidad Autónoma Indígena de México (UAIM) (smedinat@gmail.com).

2Ingeniería Forestal. UAIM.

* Autor responsable

 

Recibido: junio, 2013.
Aprobado: agosto, 2013.

 

Resumen

Se realizó un estudio etnozoológico en 11 comunidades indígenas del municipio de El Fuerte, Sinaloa, México, para describir el aprovechamiento de vertebrados silvestres. El 53 % de los que hicieron uso de este recurso pertenecieron al pueblo Mayo-Yoreme, pero solo una tercera parte aún habla su lengua materna. La caza es realizada solo por hombres, repartidos en 21 familias y 12 órdenes, principalmente jornaleros, quienes aprovecharon 34 especies silvestres, siendo los mamíferos los más aprovechado. La caza se realiza la mayor parte del año durante los fines de semana y en las primeras horas de la mañana, aunque también durante la noche; tanto a pie como con apoyo de un vehículo. Los principales usos fueron el alimentario, artesanal y medicinal. La caza se realizó principalmente en matorrales y áreas agrícolas. La resortera (horquilla con mango a cuyos extremos se unen los de una goma para estirarla y disparar piedras pequeñas) y el rifle calibre 022 fueron los medios de caza más utilizados. El 43.2 % consideró las especies como regularmente abundantes, mientras que 18.7 % las percibió escasas como consecuencia de la caza furtiva, la deforestación y las necesidades de las personas. Más de 90 % reconoció como acciones necesarias para la conservación, la vigilancia, no cazar en abundancia, y respeto a la veda.

Palabras clave: El Fuerte, fauna silvestre, indígenas, México, utilización.

 

Abstract

An ethnozoological study was performed in 11 indigenous communities of the municipality of El Fuerte, Sinaloa, México, to describe the use of wild vertebrates. Of the people who used this resource, 53 % belonged to the Mayo-Yoreme people, but only one third still speaks their native tongue. Hunting is carried out only by men, primarily day laborers, who took advantage of 34 wild species, distributed in 21 families and 12 orders, with mammals being the most widely used. Hunting is carried out during most of the year, on weekends and during the first hours of the morning, although also during the night, both on foot and with the help of a vehicle. The main uses were for food, handcrafts and medicinal. The hunt was done primarily in shrubs and agricultural areas. The most frequently used hunting means were sling-shot (fork with a handle with a rubber tied to its ends, to be stretched out and used to shoot small stones), and rifle caliber 022. Of the people, 43.2 % considered the species as regularly abundant, while 18.7 % perceived them as scarce as the result from furtive hunting, deforestation and people's needs. More than 90 % recognized as actions necessary for conservation the following: vigilance, not hunting in abundance and respecting the closed season.

Key words: El Fuerte, wild fauna, indigenous people, México, utilization.

 

Introducción

México es el segundo país de mayor importancia biocultural en el mundo, gracias a su quinto lugar en biodiversidad (alberga 10 % de la diversidad biológica mundial), a su agro-diversidad (al ser Mesoamérica uno de los principales centros de domesticación a nivel mundial) y al tener el cuarto lugar en etno-diversidad (con 68 agrupaciones lingüísticas y 364 variantes). La suma de estas tres fortalezas ha derivado en la utilización de la biodiversidad mediante prácticas, saberes y conocimientos en la agricultura (Hernández X.,1985; Barrera-Bassols y Zinck, 2000; Lara et al., 2002) y los recursos naturales (Toledo et al., 2001; Toledo, 2010; Boege, 2008), perfeccionados durante un período aproximado de nueve mil años, y en el caso del conocimiento y utilización de la fauna silvestre en Mesoamérica, ésta se remonta a épocas precolombinas (González, 2001). En un período que comprendió entre 11 mil y siete mil años antes del presente, la presión de caza y los cambios ambientales influyeron en la desaparición de la megafauna de aquel tiempo, lo que sin duda constituye el primer registro de la desaparición de especies y poblaciones por la acción humana (Retana-Guiascon, 2006).

El aprovechamiento de la fauna silvestre ha desempeñado un papel trascendental en el desarrollo social y económico en diversas poblaciones humanas (Retana-Guiascon, 2006). Además de la importancia como componente de la biodiversidad, representa valores éticos, culturales, económicos, políticos, ecológicos, recreacionales, educativos y científicos, que han ido de la mano con el desarrollo de la humanidad y la historia de la tierra (Zamorano de Haro, 2009). Hoy no puede negarse que la existencia de la especie humana se debe al conocimiento adquirido por nuestros ancestros cazadores y recolectores, quienes lograron prosperar gracias al aprovechamiento que hicieron de la vasta vida salvaje con lo cual compartieron el mundo.

Antes de la llegada de los españoles, sin duda ya existía una cultura conservacionista integral del medio, parte de la cual aún subsiste en diversas formas , con frecuencia asociadas a un sincretismo que combina aspectos de la fe Cristiana, bajo la forma de usos y costumbres, ritos y tradiciones de los pueblos indígenas de nuestro tiempo. Desafortunadamente, todo ello está asociado a niveles de pobreza extrema, falta de oportunidades y pérdida del capital natural, producto de la degradación ecológica y cultural que aqueja al campo de México, y que ha sido generada por los patrones capitalistas de desarrollo (Santos-Fitá et al., 2009), a pesar de que éste vaya acompañado del término sustentable.

Hoy día, a más de una década de la promulgación de la Ley General de Vida Silvestre (DOF, 2000), y a pesar de que en ella se reconoce el valor cultural del aprovechamiento de la fauna silvestre por las comunidades indígenas del país, es un hecho que la llegada de la política ambiental ha resultado ambivalente, porque los conflictos de intereses entre los pueblos originarios y la sociedad mestiza parecen no tener una solución posible, ya se trate de competencia con los intereses del turismo cinegético, o incluso por disposiciones gubernamentales que prohíben la apropiación de especies de importancia cultural y de subsistencia. Ejemplos tales como los Comca'ac y Cucapá en Sonora, o los del pueblo Wirrárika (Huicholes) en Jalisco y Nayarit, muestran que en esta materia no hemos avanzado gran cosa (Agraz y Gómez, 2007; CDI, 2008; Medina-Torres, 2008; Soledad, 2008).

Una posible contribución para solucionar estos problemas, puede venir desde la etnozoología, disciplina emergente entre las Etnociencias, que conjuga valiosa información antropológica con la referente a la fauna con que cohabita, buscando definir, además del conocimiento que las personas puedan tener de los animales que conforman parte de su patrimonio natural, las relaciones, interacciones e influencias existentes entre ambos elementos (March, 1987; Santos-Fita et al., 2009).

Desde la segunda mitad del siglo XX, entre los años 1962-2001, se han registrado 241 trabajos agrupados en nueve temáticas, correspondientes a 24 pueblos indígenas presentes en México (Argueta et al., 2003). Sin embargo, de este total hubo 137 trabajos que, o bien no especifican con cuál pueblo y lengua indígena se trabajó, porque muchos de ellos se refieren a la prehistoria, o bien fueron los autores de la revisión los que no detallaron la filiación lingüística (Santos-Fita et al., 2012). Estos últimos autores enlistaron un total de 374 títulos referentes a trabajos que tratan de la relación seres humanos/fauna, bajo un abordaje etnozoológico, dentro del período 2000-2011.

De acuerdo con Argueta et al. (2012), los estudios etnozoológicos realizados en el siglo XX y la primera década del siglo XXI, suman un total de 285 publicados, los que han considerado 21 pueblos indígenas del país (una tercera parte de los 68 registrados en el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas —INALI-), y en 20 estados (dos tercios de la república Mexicana), concentrándose en el centro de México.

Entre las revisiones de Argueta et al. (2003, 2012), se repiten 23 trabajos realizados en los años 2000 y 2001, por lo que la suma final de 120 años de trabajo etnozoológico en México, hasta 2012, arroja un conjunto de 636 textos. Es importante destacar que en esta revisión no hay trabajos relacionados con la etnia Mayo-Yoreme.

El pueblo Mayo-Yoreme habita parte de la región norte del estado de Sinaloa y el sur de Sonora (Barabas, 2003), con una población estimada de 32 mil habitantes (INALI, 2009). En Sinaloa sus comunidades se distribuyen en los municipios de Ahome, El Fuerte, Choix, Sinaloa de Leyva y Guasave. De acuerdo con la tradición oral del grupo, la palabra mayo significa "la gente de la ribera". Por ello, los mayos se reconocen a sí mismos como Yoremes: "el pueblo que respeta la tradición"; en contraposición, al hombre blanco le llaman yori: "el que no respeta" (CDI, 2009). Debido a su propio proceso histórico, las comunidades mayo en la actualidad comparten el territorio con poblaciones mestizas y con otros grupos migrantes. Algunas localidades indígenas han sido desplazadas forzosamente debido a obras de infraestructura hidráulica, como el caso de la presa Huites que fue construida en un territorio ancestral de una comunidad Yoreme, en el marco de la política de irrigación y de grandes obras hidráulicas iniciada en la década de los cincuenta en el valle del Fuerte (Ibarra, 2011).

Al igual que otros grupos indígenas del país, los mayos contemporáneos se encuentran presionados en su vínculo con el entorno regional, sus relaciones propias, y con las poblaciones mestizas del área. Los procesos vertiginosos de cambio social, económico y tecnológico de las últimas décadas han repercutido en su modo de vida, destacando el modelo de modernización agrícola de altos insumos y de gran relevancia productiva en los valles de potencial agrícola; mismo que contrasta con el modelo tradicional de aprovechamiento de los recursos naturales propio de los Mayo Yoreme. Por otra parte, en la región se acentúa la creciente problemática derivada del fenómeno social del narcotráfico (Astorga, 2012); cuyas consecuencias socioeconómicas repercuten en las comunidades de mayos y mestizas, aunado a los problemas relacionados con el territorio y pérdida de los conocimientos de los recursos naturales por las nuevas generaciones de jóvenes que ya no se dedican a estas actividades, tal como ocurre en otras regiones de México (Aliphat et al., 2009).

Este grupo étnico depende aún del aprovechamiento de la fauna silvestre para mantener vivas sus tradiciones y cultura. La práctica religiosa Yoreme, afín al ritual católico, contiene elementos totémicos prehispánicos que se pueden observar en sus danzas tradicionales de ese origen, como la danza del venado (Borboa-Trasviña, 2006), que liga al hombre con los seres superiores del monte, y que como mito creacionista, es la recreación de su vida en un monte encantado (Guerra-García y Miranda-Bojorquez, 2010). El uso que se hace de partes del venado cola blanca, en particular de su cabeza y astas, para la ejecución de esa danza ritual, así como la utilización de otras partes de animales silvestres en la confección de atavíos de danza de otras manifestaciones de la cultura Mayo-Yoreme, como la danza del Pascola (Pajco'ola, considerado "el viejo de la fiesta", que invierte el mundo a través de los cuatro puntos cardinales; (Medina-Melgarejo, 2007), e incluso el uso medicinal de otras especies como serpientes, zorrillos, tlacuaches, etcétera, presupone un aprovechamiento previo, con frecuencia realizado fuera de la ley y de forma no regulada, lo que no contribuye a la solución del problema en cuanto a sustentabilidad se refiere, aun cuando se aplicaran las sanciones que la Ley establece. El aprovechamiento de subsistencia no regulado de la fauna silvestre no puede ni debe ser resuelto tan solo por la imposición de medidas restrictivas o coercitivas, que ni evitan la amenaza de su sobre-explotación, ni atienden las necesidades sociales y culturales que motivan tales aprovechamientos.

Por todo lo anterior, y ante la falta de información sobre la relación entre las comunidades indígenas del municipio de El Fuerte, Sinaloa y la vida silvestre, con especial énfasis hacia su aprovechamiento con fines culturales y de subsistencia, se realizó la presente investigación participativa, bajo el paradigma de la etnozoología (Santos-Fitá et al., 2009). En este trabajo, se considerará como etnofauna, o recurso etno-faunístico a las especies y poblaciones de fauna silvestre que representan algún valor socio-cultural relevante en la cosmovisión, tradiciones y necesidades de subsistencia de los pueblos indígenas de México. El propósito de este trabajo fue caracterizar y describir el aprovechamiento de vertebrados silvestres (aves, mamíferos y reptiles) por las comunidades rurales e indígenas del municipio de El Fuerte, Sinaloa. Los objetivos específicos fueron: a) caracterizar el perfil de los usufructuarios; b) identificar las especies aprovechadas y sus usos; c) conocer la temporalidad y frecuencia del aprovechamiento; d) identificar los tipos de vegetación donde se realizan los aprovechamientos; e) conocer los medios de captura empleados; f) analizar la percepción popular del estado de conservación del recurso; y g) analizar la legalidad del aprovechamiento. Este trabajo se derivó del proyecto denominado "Uso cultural de etnofauna en comunidades Mayo-Yoreme del norte de Sinaloa", registrado ante la Dirección de Investigación de la Coordinación General de Investigación y Postgrado de la Universidad Autónoma Indígena de México (UAIM).

 

Materiales y Métodos

Área de estudio

Esta investigación se realizó entre junio y agosto de 2012, en seis Centros Ceremoniales Mayo-Yoreme (Mochicahui, El Ranchito de Mochicahui, Charay, Sivirijoa, Tehueco y Los Capomos) y cinco comunidades indígenas (Santa Maria, Teroque Viejo, Higueras de los Natoches, Jahuara Primero, y La Palma) del municipio de El Fuerte, en un área que va de los 25°25'12'' a los 25°55'48'' N, y de los 108°30'36'' a los 108°58'12'' O, abarcando un área aproximada de 2662.43 km2 (Figura 1).

La elevación va desde 20 m en los valles, hasta 1200 m en las partes altas. Su clima varía desde muy seco cálido [BW(h')hw] al semiseco cálido [BS1(h') hw], con una estación de lluvias distribuidas entre junio y septiembre, y período de sequía entre marzo y mayo (García, 1990). Su temperatura media anual va de 24 a 26 °C, con una precipitación media anual de entre 300 y 700 mm anuales. El tipo de vegetación y uso del suelo predominante consiste en áreas agrícolas de irrigación y matorral sarcocaule en las partes bajas, en tanto que hacia las partes altas (Los Capomos) predominan las áreas agrícolas de temporal y selvas bajas caducifolias con algunos pastizales (INEGI, cartografía digital escala un millón). El porcentaje de hablantes de lengua indígena (respecto a la población total) oscila entre 0.5 y 87.0 %, en tanto que el porcentaje de población en hogares censales indígenas oscila entre 2.6 y 97.9 %. El nivel educativo en términos del porcentaje de la población de 15 años o más sin primaria completa, se ubica entre 17.3 y 41.4 % (Censo de población y vivienda del INEGI, 2010). Seis de las 11 localidades analizadas se encuentran en un nivel de marginación alto, en tanto que cuatro tienen un grado medio. Solo el centro ceremonial indígena de Mochicahui tiene una marginación baja, de acuerdo con los indicadores del Consejo Nacional de Población (CONAPO) para 2010. Es de llamar la atención que en los centros ceremoniales Yoreme hay menos hablantes de lengua indígena y menos población en hogares censales indígenas que en las comunidades (Cuadro 1).

 

Metodología

Selección de la muestra

Con el apoyo de autoridades tradicionales, comisariados ejidales o informantes clave, se recabó información previa para iniciar el muestreo en cada comunidad (Sandoval-Forero, 2003). Se seleccionó la primera persona al azar y, a partir de ahí, se aplicó el criterio de Bola de Nieve (Luque, 1999; Montañéz-Armenta, 2006), hasta que ya no fue posible conseguir más referencias en cada localidad. El instrumento para recabar la información consistió en una entrevista a profundidad, así como conversaciones abiertas con apoyo de grabaciones digitales de audio, para recabar información adicional (Sandoval-Forero, 2003). A cada persona entrevistada se le pidió información sobre las especies de vertebrados silvestres que acostumbra aprovechar, de tal modo que se generó una base de datos integrada por todas las especies aprovechadas.

Durante la aplicación de la entrevista se contó con guías de campo para facilitar la identificación de las especies, y mapas de la región para ubicar los lugares donde se realizó su aprovechamiento. Cuando fue posible, se documentó la evidencia física de los ejemplares aprovechados, y se solicitó el permiso del entrevistado para fotografiarlos.

La posible asociación o independencia entre las variables categóricas se analizó mediante tablas de contingencia, usando el estadístico de ji-cuadrado (X2), y en caso de que se presentáran frecuencias esperadas menores a cinco, se utilizó el estadístico exacto de Fisher. Los datos fueron organizados con el programa Excel de Microsoft®; para los análisis estadísticos se utilizó el programa SPSS de IBM®, y para el análisis espacial de la información se utilizó el programa ARC-GIS de ESRI®.

 

Resultados y Discusión

Perfil del usufructuario

Se logró entrevistar a un total de 87 personas, de las cuales sólo 77 (88.5 %) reconocieron aprovechar al menos una especie de vertebrado silvestre, en tanto que los diez restantes negaron realizar algún aprovechamiento. De los primeros, 53 % (n=41) pertenecieron al pueblo Mayo-Yoreme, y afirmaron que sus padres sí hablan o hablaron la lengua indígena, en tanto que 70 % (n=53) informó que sus abuelos hablan o hablaron esa lengua. En contraste, sólo 32 % (n=23) reconoció ser hablante de la lengua Mayo-Yo-reme. El 46 % (n=36) correspondió a población mestiza; sin embargo, llama la atención que una parte de esta población reconoció que sus abuelos hablaban o hablaron la lengua indígena local, lo que puede interpretarse como mestizos que hablaron dicha lengua, o bien que algunos mestizos tuvieron ascendentes indígenas. Sólo uno de los entrevistados reconoció tener un cargo (capitán de judío) en la estructura del gobierno tradicional.

La edad promedio de los entrevistados fue de 45.3±14.1 años, con una edad mínima de 18 y una máxima de 79. De los entrevistados 100 % fueron del sexo masculino, por lo que hay un claro sesgo de género en el aprovechamiento cultural y de subsistencia de los vertebrados silvestres. Sólo 26 % de los entrevistados (n=20), reconoció ser cabeza de familia, quienes tuvieron un promedio de 3.8 ±2.4 dependientes económicos, con un mínimo de uno y un máximo de 15. La ocupación predominante fue la de jornalero (39.0 %, n=30), seguida de estudiante (7.8 %, n=6) y campesino (5.2 %, n=4).

Las personas de las que se hizo acompañar el entrevistado para realizar el aprovechamiento, en 64 % de los casos (49) fueron sus amigos, seguidos de quienes se acompañan de sus hijos (20 %, 15), y de quienes informaron salir solos (17 %, 13). El 7 % (5), dijo salir a la cacería con su esposa. En cuanto a los antecedentes familiares de aprovechamiento, se encontró que 75 % de los entrevistados reconocieron que sus padres y abuelos ya tenían por costumbre el aprovechamiento de vertebrados silvestres.

Especies aprovechadas y formas de uso

Se documentó el aprovechamiento de 34 especies de vertebrados silvestres, repartidos en 21 familias y 12 ordenes (Cuadro 2). El número de especies aprovechadas varió entre dos y 16 (6.8±3.4, n=77), siendo mayor la de mamíferos (4.2±2.0, n=76), seguido de aves (2.0±1.0, n=62) y reptiles (1.5±0.6, n=61). La mayor frecuencia mencionada correspondió a los mamíferos con 98.7 % (n=76), seguida de las aves (80.5 %, n=62) y los reptiles (79.2 %, n=61), El predominio de los mamíferos como el grupo de especies más utilizado ha sido documentado por otros autores, tanto en el centro de Veracruz (Tlapaya y Gallina, 2010), como en Chiapas (González-Bocanegra et al., 2011) y Tabasco (Hernández-López et al., 2012).

La especie más mencionada es el conejo de Audubon (Sylvilagus audobonii) (n=65), seguida de la liebre torda (Lepus alleni) (n=59), del venado cola blanca (Odocoileus virginianus) (57), el jabalí de collar (Pecari tajacu) (n=55), la paloma de alas blancas (Zenaida asiática) (n=54) y la serpiente de cascabel (Crotalus spp.) (n=47). Los usufructuarios entrevistados reconocieron un total de nueve opciones de uso, siendo las más frecuentes el alimentario (95.1 %), seguido del artesanal (26.4 %) y el medicinal (13.7 %; Cuadro 3). El número de usos varió entre las especies, siendo más numerosos el de los mamíferos, en tanto que las aves tuvieron el menor número de usos (Cuadro 4), y la prueba de X2 demostró que existe una relación altamente significativa entre los grupos de especies y el tipo de utilización que se les da (p<0.01).

Uso de mamíferos

Al igual que en este trabajo, su uso frecuente también fue documentado en comunidades rurales de los Humedales de Catazajá, La Libertad en el estado de Chiapas, donde los usos más importantes fueron el alimentario, medicinal, artesanal y como mascotas (González-Bocanegra et al., 2011).

Las especies de mamíferos más utilizadas fueron el venado cola blanca y el jabalí de collar, cuyos usos, en orden de importancia fueron el alimentario, artesanal, medicinal, taxidérmico y ritual. En el grupo de las aves, las especies con más opciones de utilización fueron la codorniz de Gambell, (Callipepla gambelii) y la paloma de alas blancas, para alimentación y para la elaboración de artesanía. Por último, dentro del grupo de reptiles, las serpientes de cascabel del género Crotalus y la iguana verde (Iguana iguana) fueron las más usadas, destacando los usos alimentario y medicinal.

Los mamíferos silvestres más utilizados como alimento fueron los de la caza menor, como el conejo de Audubon (n=65) y la liebre torda (n=59), lo que coincidió con lo encontrado por Tlapaya y Gallina (2010) en los cafetales de Veracruz. Otras dos especies, el venado cola blanca (n=56) y el jabalí de collar (n=55), también fueron de las más utilizadas como alimento, siendo además las más utilizadas con fines artesanales (n=47 y 44 respectivamente). Además de especies de caza menor como conejos y armadillos, los Chatinos de Oaxaca, también cazan como alimento el venado y el jabalí (Nahmad et al., 1994).

Las especies con mayor uso medicinal fueron el venado cola blanca (n=12) y el armadillo (Dasypus novemcinctus, n=8). La grasa del armadillo se le utiliza para curar diversos problemas de origen respiratorio, como la tosferina y la bronquitis, de acuerdo con los informes de los entrevistados, y como también se ha documentado entre los Chatinos de Oaxaca (Nahmad et al., 1994). Existe una gran variación regional en el empleo medicinal de esta especie; la más común (López-Carrera et al., 2005; Tlapaya y Gallina, 2010; UNAM, sin fecha) consiste en pulverizar la coraza y usar el polvo en la preparación de un té. Los otomíes del valle del Mezquital, en Hidalgo, previenen la tos-ferina, colgando del cuello de sus niños la coraza del armadillo junto a un pedazo de raíz de huizache, en tanto que los totonacos de Papantla, Veracruz, utilizan la cola, preparando un cocimiento (UNAM, sin fecha). Sin embargo, en un estudio publicado por Truman et al. (2011), se ha informado sobre el peligro de contraer la lepra al estar en contacto con armadillos o comer su carne. Estos mamíferos, además de los humanos, son los únicos animales que pueden contraer esta enfermedad y el estudio citado encontró que la lepra puede contagiarse al comer su carne, estar expuesto a la tierra donde hacen sus madrigueras o bien mediante contacto directo, como en la cacería.

De hecho, la SEMARNAT (2012a) ha incluido en su plan de manejo tipo, un enlace a internet en donde se advierte al público sobre este peligro potencial.

Otra especie que parece tener relación con una grave enfermedad es la rata de monte (Neotoma phenax), a la que se asocia con la enfermedad de Chagas, causada por el parásito protozoario Trypanosoma cruzi, y transmitida por insectos hematófagos de la familia Reduviidae, subfamilia Triatominae. Este padecimiento es causa importante de muerte en América, afectando de 16 a 18 millones de personas, y se estima que 100 millones de personas en 21 países viven en áreas endémicas y están en riesgo de infección (Townsed-Peterson et al., 2002). Estos autores aplicaron el modelaje del nicho ecológico para identificar las relaciones entre especies de Triatoma y sus hospederos específicos (roedores del género Neotoma) entre el sudoeste de Estados Unidos y México, y encontraron un traslape de poco más del 95% de la distribución geográfica modelada de un vector en particular (Trypanosoma sinaloensis), con la rata de monte, que es su especie hospedera.

Otras especies reconocidas por los entrevistados para uso medicinal fueron el tlacuache (Didelphis marsupialis), del cual se utiliza su cebo o grasa para tratar enfermedades respiratorias (López-Carrera et al., 2005), la rata de monte y el zorrillo (Mephitis macroura); esta última especie también fue reportada por otros autores (Nahmad et al., 1994; Tlapaya y Gallina, 2010).

En cuanto al uso ritual, destacó una vez más el venado cola blanca (n=19), por el aprovechamiento de algunas partes (cabeza, patas, pezuñas y piel), que son elementos de uso ritual en los atavíos de la danza del venado, y son además materia prima para la fabricación de artesanías que se venden al turismo o a coleccionistas. Ejemplos de ello son el tocado ceremonial de cabeza de venado, cuyas astas son decoradas con listones y flores de varios colores que el danzante porta en la cabeza; la faja o cinturón con pendientes de pezuñas de venado, denominados "collolis" o "rijju'utiam" en lengua Yoreme; las patas de venado que forman las asas de las sonajas, confeccionadas con guajes ahuecados llenos de semillas; o la piel de venado, que se utiliza en la confección de varios tipos de máscaras propias de la cultura Mayo-Yoreme, como las festividades de los "judíos" de Semana Santa. Otro cérvido, el venado bura (Odocoileus hemionus), también tuvo un uso ritual similar al que se le reconoce al venado cola blanca. El jabalí de collar también tuvo un uso artesanal importante, ya que su piel constituye el elemento central en la confección de las máscaras de los "judíos" ya mencionadas. Otros ejemplos son el armadillo, cuyo caparazón se utiliza para hacer artesanías, el gato montés (Lynx rufus) y el tlacuache (Didelphis marsupialis), cuya piel se utiliza para hacer máscaras. La piel de la rata de campo (Neotoma phenax), es usada para hacer pequeñas artesanías, además de que también se utiliza como alimento. Debe considerarse que la rata de campo, junto con la iguana negra (Ctenosaura pectinata), es una de las criaturas silvestres a las que el Pascola antiguamente dedicaba su danza en sus rituales chamánicos, ya que es él quien "...lucha entre el encanto del demonio y la bendición del señor del monte'" (Guerra-García y Miranda-Bojorquez, 2010). Sin embargo, en este trabajo no se logró recabar ningún testimonio que respaldara el valor cosmogónico-cultural de estas dos especies de la etnofauna yoreme.

Uso de aves

Al igual que en los humedales de Catazajá en Chiapas, González-Bocanegra et al., (2011) mencionan que el grupo de aves fue el segundo en orden de importancia como uso alimentario, siendo las especies más utilizadas la paloma de alas blancas (n=54), la codorniz de Gambell (n=29) y la paloma morada (Patagioenas flavirostris, n=17). Tanto la paloma de alas blancas como la paloma barrieleña (Zenaida macroura) fueron las más utilizadas como alimento por los habitantes del Altiplano Potosino-Zacatecano (Mellink et al., 1986). En cuanto a usos artesanales, en este trabajo solamente hubo una mención para la paloma de alas blancas y la codorniz de Gambell.

Uso de reptiles

Para el grupo de los reptiles, se encontró que las especies más utilizadas como alimento por los entrevistados fueron la serpiente de cascabel (género Crotalus, n=44), seguida de la iguana negra (Ctenosaura pectinata, n=17), la iguana verde (Iguana iguana, n=13) y la tortuga de río (Trachemys nebulosa hiltoni, n=6). De acuerdo con testimonios de los habitantes del centro ceremonial Yoreme Los Capomos, la iguana negra se utiliza para la preparación de un platillo típico de la época de Cuaresma, en tanto que la tortuga de río es muy apreciada entre los habitantes de Mochicahui.

Para usos medicinales, una vez más la serpiente de cascabel (n=32) fue la especie más importante, y en menor medida la iguana negra (n=8). Las serpientes de cascabel también fueron los reptiles más utilizados en la elaboración de artesanías (n=17), y se registró una mención del uso de la iguana verde como mascota. De hecho, se observó la captura de iguanas verdes vivas por los niños de la comunidad de Mochicahui, quienes las venden los días de mercado (Tianguis), entre 50 y 100 pesos, lo que es más frecuente en los meses de verano (Observación personal). Aun cuando no se reflejó en las encuestas, se supo que las iguanas verdes no se consideran nativas de esta región, sino que comenzaron a verse a principios de la década de 2000, coincidiendo con el último desbordamiento del Río Fuerte, según refieren los habitantes de Mochicahui. Actualmente es común encontrar estos reptiles en los solares, jardines y huertos de la comunidad, viviendo en los árboles. El uso alimentario de esta especie, aunque en una baja proporción (3.0 %) ha sido también documentado en Tabasco (Hernández-López et al., 2012).

La importancia de las serpientes de cascabel del género Crotalus como alimento y para uso medicinal ha sido documentada en el Altiplano Potosino-Zacatecano por Mellink et al. (1986), siendo el único reptil con alta demanda entre sus usufructuarios. En este trabajo no fue posible identificar las especies de Crotalus aprovechadas, pero pudo observarse una canal de serpiente de cascabel en el Centro Ceremonial de Los Capomos, cuyo cascabel tenía una pigmentación negra en su unión con la cola, lo que sugiere que podría tratarse de una Crotalus molossus Baird & Girard, 1853 (Ramírez-Bautista y Arizmendi, 2004a). No obstante, el área de distribución que muestran estos autores no incluye el norte de Sinaloa. En cambio, otras dos especies (Crotalus atrox Baird & Girard, 1853 y C. basiliscus Cope, 1864; (Ramírez-Bautista y Arizmendi, 2004b y 2004c) si incluyen el área de estudio en su área de distribución natural, por lo que no se descarta que cualquiera de estas especies, o las tres inclusive, puedan ser objeto de aprovechamiento.

Temporalidad y frecuencia del aprovechamiento

Mediante una pregunta de respuesta múltiple, los usufructuarios respondieron seleccionando de un calendario los meses del año en que realizaron la caza de vertebrados. De este modo fue posible saber que 41.0 % de los aprovechamientos se realizaron durante todo el año, en tanto que 59.0 % tuvieron lugar en una temporada determinada, ya fuera durante la época de sequía (marzo a mayo), las lluvias (junio a septiembre) o el resto del año (octubre a febrero). El criterio de clasificación de las respuestas por temporada, fue que al menos un mes de dichas temporadas se realizara la caza, pudiendo resultar el caso de que un mismo cazador lo hiciera en las tres temporadas, pero nunca durante los 12 meses del año.

Los aprovechamientos más frecuentes por temporada se realizaron durante el resto del año (42.9 % de los entrevistados), seguidos de los efectuados durante todo el año (41.0 %), durante las lluvias (24.7 %) y la época de sequía (16.1 %); y se encontró una relación significativa entre el grupo de especies y la temporada del año en que fueron aprovechadas (X2 = 21.4581, p<0.01; Figura 2). Asímismo, se encontró que los días más frecuentes para la caza fueron los sábados y domingos (80.9 y 80.5 % de los entrevistados respectivamente) (Figura 3).

La frecuencia de caza durante el día también presentó variación, siendo más frecuente durante las primeras horas (05:00 a 11:00 horas; 50.7 %), seguidos de las horas del mediodía a la tarde (11:01 a 17:00 horas; 25.3 %). Las horas menos frecuentes fueron de la tarde a la noche (17:01 a 23:00 horas; 24.0 %), lo que indica que casi la cuarta parte de los entrevistados debieron cazar de noche. En este caso no se encontró una relación entre la hora del día y el grupo de especies aprovechadas (X2=2.798, p>0.05).

Aprovechamientos durante la veda

En general las épocas de veda han sido establecidas por la Secretaría del Medio Ambiente, Recursos Naturales (SEMARNAT, 2012b) en el calendario oficial de caza para el estado de Sinaloa (el cual considera solo especies nativas en predios registrados como Unidades de Manejo para la Conservación de Vida Silvestre o UMA), y en términos generales comprenden de abril a septiembre para las aves, y de abril a agosto para los mamíferos; es decir, las épocas de sequía y de lluvias sumadas. Debe aclararse que ninguna de las especies de reptiles aprovechadas están consideradas en el calendario oficial, por lo que su aprovechamiento carece de regulación.

Del total de entrevistados que reconocieron cazar durante una parte del año, se encontró que 70.3 % lo hizo durante la época legal de cacería (56.4 % mamíferos y 13.9 % aves), mientras que el resto lo hizo durante la veda (18.2 y 11.5 % respectivamente). Es preocupante comprobar que casi la mitad de los aprovechamientos de aves se realizaron durante su época de veda.

Tipos de vegetación

La mayoría de los aprovechamientos se realizaron en matorrales (36.9 %) y áreas agrícolas (34.4 %), seguidos de pastizales (13.7 %) y selvas (12.0 %), y se encontró una relación significativa entre el tipo de vegetación y los grupos de especies (Estadístico exacto de Fisher=30.486, p<0.01; Cuadro 5). En cuanto a la temporalidad de la caza por tipo de vegetación, cada entrevistado pudo realizar aprovechamientos en una o más temporadas (respuesta múltiple) a excepción de aquellos que afirmaron cazar durante todo el año (40.9 %). La mayor frecuencia de aprovechamientos (21.6 %) se registró sobre las áreas agrícolas, donde se cazó al menos un mes entre octubre a febrero, seguida de la realizada en los matorrales durante todo el año (16.8 %), y durante octubre a febrero (14.1 %; Cuadro 6).

Medios de captura

Los entrevistados utilizaron 10 medios tradicionales para la caza de sus presas, destacando la resortera, principalmente para la caza de aves y pequeños mamíferos. Mellink et al. (1986) encontraron en el Altiplano Potosino-Zacatecano que la liebre y el conejo se capturan con varas, piedras y resorteras, y la rata de monte se captura con fuego. Por su parte, Hernández-López et al. (2012) documentaron el machete y la resortera en Tabasco. En este trabajo se encontró un medio de caza tradicional denominado "trampa de pitayas", que dos personas locales reconocieron utilizar para aves.

Entre las armas para la caza, predominó el uso del rifle calibre 022, principalmente para mamíferos, seguido por las escopetas y los rifles de aire comprimido. El uso de armas de fuego como medio de caza por otros grupos humanos ya ha sido documentado por otros autores, como los campesinos del Altiplano Potosino-Zacatecano (Mellink et al., 1986), los Lacandones (March 1987), los Zapotecos, Chatinos y Chontales, (Nahmad et al., 1994), los campesinos de regiones cafetaleras en Veracruz (Tlapaya y Gallina, 2010) y los del Cañón del Usumacinta en Tabasco (Hernández-López et al., 2012). Otras armas menos utilizadas fueron aquellas agrupadas en la categoría denominada rifles de otros calibres, entre los que se encontraron armas de fuego circular de uso deportivo, calibres 243, 270, 3006, 3030, y 7 mm, y que fueron utilizados en caza mayor de mamíferos silvestres.

La mayoría de los entrevistados dijeron cazar a pie, en tanto que el medio de transporte más utilizado fue la camioneta. De manera similar a lo encontrado en este trabajo, Tlapaya y Gallina (2010) documentaron en Veracruz que la mayoría cazan cerca de sus comunidades.

Percepción popular del estado de conservación

De los entrevistados, 43.2 % consideraron que las especies cazadas tienen un grado regular de abundancia, seguidos de quienes las consideraron abundantes (32.8 %). En contraste, 18.7 % consideró que las especies son escasas. No hubo relación entre las clases de abundancia y los grupos de especies. De quienes consideraron escasos a los mamíferos, más de la mitad señaló como causas principales a la caza furtiva, a la deforestación y a las necesidades de subsistencia de las personas en el medio rural (25.0, 14.6 y 12.5 %), mientras que la primer causa de escasez en reptiles fue una vez más la caza furtiva (13.5 %), seguidas del cambio climático y de poca reproducción (2.1 %). La caza furtiva, el poco conocimiento de las especies y la poca reproducción, fueron las causas de escasez más reconocidas en el grupo de las aves (2.1 % respectivamente). Entre las acciones de conservación más importantes, poco más de 90 % reconoció la necesidad de mayor vigilancia, el no cazar en abundancia y el respeto a la veda (57.5, 19.7 y 12.9 %).

Legalidad del aprovechamiento

Destacó el hecho de que sólo tres entrevistados (3.9 %) reconocieron cazar en unidades de manejo para la conservación de vida silvestre (UMA), en tanto que el resto caza en cualquier área a la que tiene acceso. No obstante, 22 de los entrevistados (28.6 %) consideraron que el ejercicio de la caza si lo hacen dentro de la ley, por contar con licencia de caza y permiso para transportar armas, mientras que 21 (27.3 %) consideraron que el hecho de ser ejidatarios les da derecho para ejercer la caza, y por tanto se consideran dentro de la ley. Por otra parte, 31 entrevistados (40.3 %) reconocieron que la caza que realizan es ilegal, por no tener los permisos para ello, y solo tres personas (3.9 %) informaron que ejercían la caza por el hecho de ir acompañados de un amigo con permiso. Debe aclararse que estos últimos casos no correspondieron a quienes cazaron en UMA.

La Ley General de Vida Silvestre (DOF, 2000), en su artículo 87, establece que los aprovechamientos extractivos sólo se autorizarán a los propietarios o legítimos poseedores de los predios donde se distribuya la vida silvestre con base en el plan de manejo aprobado, en función de los resultados de los estudios de poblaciones o muestreos realizados. El artículo 39, a su vez, señala que los propietarios o legítimos poseedores de predios donde se realicen actividades de aprovechamiento, deberán solicitar el registro de dichos predios como Unidades de Manejo para la Conservación de Vida Silvestre, cuya operación estará fundamentada en un plan de manejo aprobado. Sin embargo, en poco más de 90 % de los casos documentados en este estudio, los entrevistados reconocieron que no realizaron la caza en estas unidades, lo que de entrada puede significar que los aprovechamientos son, además de ilegales, no sostenibles.

Dado que gran parte de la caza se destina a la alimentación de quienes la ejercen, así como a actividades culturales y como medicina tradicional, puede considerarse este aprovechamiento como de subsistencia, lo que la citada ley reconoce en sus artículos 92 y 93. No obstante, a la fecha no se ha publicado la lista de las prácticas y los volúmenes de aprovechamiento de ejemplares, partes o derivados de vida silvestre que se utilizan en las ceremonias y ritos tradicionales por las comunidades Mayo-Yoreme del área de estudio, a lo que este trabajo pudiese contribuir.

 

Conclusiones

En este trabajo, el primero en su tipo en el ámbito de la etnozoología del norte de Sinaloa, se ha efectuado una aproximación hacia el conocimiento de la relación entre las comunidades indígenas y campesinas, y la etnofauna que aprovechan. Destaca el hecho de que la caza es una actividad exclusiva de hombres, en su mayoría jornaleros, y que más de la mitad se reconoce como Mayo-Yoreme, aunque con una preocupante pérdida del habla de la lengua nativa, lo que puede relacionarse con una pérdida gradual de conocimientos tradicionales. Los mamíferos fueron el grupo más utilizado, y en él se encuentran las especies más importantes en las tradiciones y cosmovisión Yoreme, como el venado y el jabalí, aunque también pudo constatarse un uso importante en aves y reptiles. Además del uso alimentario, se encontró que parte de la etnofauna tiene un especial valor en la medicina tradicional, lo que unido al valor cultural y artesanal pueden constituir la razón de ser de su caza, aunque tampoco debe soslayarse que parte de ésta tiene lugar durante la época en que las especies y sus poblaciones son más vulnerables, y que corresponden a las épocas de veda. La necesidad de vigilancia y mayor protección fue reconocida por quienes comienzan a percibir que su recurso etnofaunístico se torna más escaso que antes. Ello implica la necesidad de generar modelos de autogestión para la apropiación de la vida silvestre con fines culturales y de subsistencia, que además de ser sostenibles, sean reconocidos, operados e impulsados por las comunidades indígenas y campesinas de la región.

Sin embargo, los esquemas legales de apropiación reconocidos en la Ley General de Vida Silvestre, como las Unidades de Manejo para la Conservación de Vida Silvestre (UMA), y las metodologías y procedimientos convencionales establecidos para determinar tasas de aprovechamiento, y aun las medidas de vigilancia y las sanciones derivadas del incumplimiento de la Ley, no son suficientes para garantizar la continuidad de un aprovechamiento que persiste y perdura en las costumbres y tradiciones de las comunidades indígenas y campesinas, aunque con una sostenibilidad frágil. Es necesario realizar estudios que revelen no solo las especies y cantidades, partes y derivados que aprovechan los pobladores, sino además cual es la razón de ser de ese aprovechamiento, qué medios son utilizados en la caza, y en que temporadas se practica ésta, información que sólo desde la etnozoología es posible aportar, y con ello cumplir lo que la legislación establece en cuanto a los aprovechamientos de vida silvestre con fines de subsistencia. En tanto no se profundice en el estudio del conocimiento tradicional de las personas que aprovechan la fauna silvestre en el medio rural, o éste se ignore o se soslaye, las disposiciones legales y normativas que regulan la apropiación de la fauna silvestre en México, poco o nada podrán hacer para la conservación de este importante recurso, y de las manifestaciones culturales y cosmovisión de los pueblos originarios que aún lo aprovechan. La intervención en esas comunidades para imponerles modelos externos de aprovechamiento que poco o nada tienen que ver con su realidad particular, en la mayoría de los casos tendrá resultados mínimos en beneficio de las comunidades indígenas y campesinas del norte de México.

 

Agradecimientos

Esta investigación fue posible gracias al apoyo del PROMEP 2011. Se agradece en particular a las autoridades tradicionales, comisariados ejidales y personas entrevistadas de las comunidades en donde este trabajo fue realizado.

 

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