PEIRCE Y LA CIENCIA COGNITIVA

Antoni Gomila



In this paper I try to establish the relevance of Peirce's Semeiotics to the conceptual foundations of Cognitive Science. Given Cognitive Science's commitment to the Representational Theory of Mind, I try to clarify the nature of mental representation from the standpoint of Peirce's general theory of signs. As it turns out, mental representations, because of their special role as interpretants of non-mental signs, present especial problems for their interpretation, whose solution Peirce anticipated in a way very close to that developed in Cognitive Science.


1. Introducción.

Cuando empecé a interesarme por Peirce, me llamaron la atención especialmente algunas de sus ideas sobre la mente y el conocimiento: que no hay pensamiento sin signos, que todo pensamiento es sígnico; que, por tanto, la intuición introspectiva cartesiana es una ficción; y que la autoconciencia surge cuando uno adquiere la capacidad para el diálogo consigo mismo, para intercambiar signos internamente1. Sin embargo, al buscar en su Semiótica alguna indicación relevante en relación a la naturaleza de estos signos mentales, de las representaciones mentales, el resultado fue insatisfactorio. Como es bien sabido, según el esquema básico de Peirce, el signo consiste en un representamen que está en lugar de un objeto y que genera un interpretante que es un pensamiento, que está en la misma relación denotativa con el objeto del signo. Pues bien, me decía, ¿cuál sería el representamen de estos signos mentales? ¿qué ocurre con su interpretación? ¿cuál es su propio interpretante? ¿otro pensamiento? ¿son igualmente signos en virtud de la misma relación que el signo que interpretan —icónica, indéxica, simbólica—? ¿cómo podría ser simbólica una representación mental? ¿cabe identificar las imágenes mentales con representaciones icónicas?

La dificultad de la comprensión de Peirce, provocada, como es bien sabido, por lo fragmentario y cambiante de su obra, junto con los sesgos de la literatura secundaria disponible sobre Peirce, hicieron que no avanzara mucho en la búsqueda de respuestas.

La invitación a participar en la iniciativa de este número especial dedicado a Peirce me ha ofrecido la oportunidad de volver sobre estas cuestiones. Mientras tanto, me he dado cuenta de que, de algún modo, estaban mal planteadas, al demandar de una teoría general de los signos como la de Peirce, respuestas que afectan a una teoría especial de cierta clase de signos, las representaciones mentales. Si las ofreciera, desde luego, ya no sería general. Por ello, voy a adoptar una perspectiva diferente: la de tomar el marco general de la semiótica de Peirce como base para la consideración del caso de los sistemas mentales. Espero mostrar, a pesar de todo, que las representaciones mentales juegan un papel importante, específico, en el propio marco general de Peirce. Dicho de otro modo, que la Semiótica de Peirce no abarca como una caso particular a los signos mentales, sino que necesita, debería incluir, una teoría de las representaciones mentales.

Dado que el compromiso con las representaciones mentales es uno de los pilares de la Ciencia Cognitiva contemporánea, junto con el computacionalismo, creo que mostrar la relevancia de Peirce para la teoría de las representaciones mentales conlleva a fortiori su relevancia para la fundamentación de la Ciencia Cognitiva. Este trabajo pretende contribuir a poner de manifiesto el valor de Peirce en este sentido2.

2. La Semiótica de Peirce como teoría general de la representación.

Dos son los supuestos básicos de la Ciencia Cognitiva: que la mente es un "sistema representacional" y que la mente es un "sistema computacional". Mientras que la noción de "sistema computacional" tiene un origen matemático bien definido, que sirve para fijar el sentido de la expresión, no ocurre lo mismo con la noción de "sistema representacional": sus fuentes son tan diversas y heterogéneas que resulta difícil precisar en qué consiste la aceptación de la Teoría Representacional de la Mente, de la concepción de la mente como una sistema representacional. En realidad, las respuestas son diversas, desde interpretaciones deflacionarias a las más robustas. La fundamentación y consolidación de la propia Ciencia Cognitiva depende de tales interpretaciones. Por ello, podría resultar de interés lo que el recurso a Peirce nos ofrece: considerar la representación mental desde su teoría general de los signos.

Para ello, en esta sección vamos a recoger brevemente los conceptos fundamentales de su teoría, tratando de precisar aquellos que han sido objeto de mayor discusión, sin la menor intención, por supuesto, de zanjar el debate que ha generado su interpretación. El punto de partida es el análisis triádico de la relación representacional:

"Un signo, o representamen, es una cosa que está en lugar de otra para alguien, en algún sentido o capacidad. Se dirige a alguien, esto es, crea en la mente de esa persona un signo equivalente, o quizás más desarrollado. Ese signo que crea lo llamo el interpretante del primer signo. El signo está en lugar de algo, su objeto. Está en su lugar no en todos los sentidos, sino en relación a un tipo de idea, que a veces he llamado la base del representamen" (CP 2.228, énfasis de Peirce).

Así pues, tenemos el Representamen, es decir, el signo en cuanto objeto, elemento individual, con sus cualidades materiales, o mejor dicho, sus propiedades intrínsecas, aquellas que tiene por sí mismo, aparte de las relaciones en las que participa, y entre éstas, las relaciones en virtud de las cuales es signo, está en lugar de otra cosa. A este nivel ontológico, para Peirce, los elementos pueden ser individuos, propiedades (o cualidades), universales, eventos, procesos, estados de cosas... Cualquier cosa puede, en principio, convertirse en signo —aunque, como veremos, no cualquier cosa es signo—.

En cuanto al Objeto, Peirce distingue dos tipos: el inmediato, "el Objeto tal como el signo mismo lo representa" (CP 4.536), y el dinámico, el objeto representado, al margen de su relación con el signo. Formulado de otro modo: "El Objeto mediato o dinámico es el objeto exterior al signo. Pero el signo debe indicarlo mediante algún indicio; y este indicio, o su substancia, es el objeto inmediato" (CP 8.334). La interpretación del Objeto inmediato ha sido problemática; a mi modo de ver, la clave está en qué aspectos del Objeto son los que el signo selecciona para establecer la relación representacional, lo que Peirce llama la base (ground): alguna cualidad, y entonces se trata de un icono; alguna "relación existencial", causal o de contigüidad espacio-temporal, y entonces se trata de un índice; o de su consideración convencional, y entonces se trata de un símbolo.

Finalmente, el Interpretante consiste en el efecto mental del signo en el intérprete para quien el signo es signo. En sus primeros escritos, este efecto es un pensamiento (CP 5.287); más tarde, distingue tres tipos de efecto —de interpretante—: el emocional, el sentimiento de comprender el signo (CP 5.475); el energético, el esfuerzo provocado por el signo, mental o físico (CP 5.475); y el lógico, que puede consistir en un pensamiento que caracteriza el significado del signo. Sin embargo, no todo efecto producido por el signo debe ser considerado como I, sino que es preciso que este efecto satisfaga una constricción muy específica, ya indicada: que sea, a su vez, signo del mismo objeto (aunque Peirce no dice nada sobre qué tipo de relación debe tener este nuevo signo con su O; en concreto, si debe ser del mismo tipo):

"El interpretante de un signo es otro signo, ya que cualquier cosa, al actuar como signo, pone al interpretante en la misma relación con el objeto que el primer signo tiene" (CP 8.332).

No está claro que los interpretantes emocional o energético puedan hacer esto, a diferencia del lógico, que sin duda desempeña el papel fundamental en el proceso semiótico. En los ejemplos que proporciona el propio Peirce, de hecho, el interpretante lógico consiste en la definición del signo; así, el interpretante lógico de "esto es duro" es "muchas otras substancias no lo pueden rayar" (CP 5.403), lo que también se expresa a veces subjuntivamente: "si se tomara un objeto del que se dice que es duro, y se le rascara con múltiples substancias, no resultaría rayado" (CP 5.457). Tampoco está claro que esta relación de interpretación, que es claramente transitiva (si A interpreta a B, y B de C, entonces A interpreta C), no sea también simétrica (si A interpreta a B, entonces B interpreta a A), lo cual parece extraño a la relación de representación. Por último, cabe mencionar que los I deben ser entendidos no como simples efectos causales, sino producto de algún tipo de inferencia abductiva.

Lo importante, de todos modos, para nuestro propósito, radica en las condiciones que se dan, que deben darse, entre estos tres elementos —que podemos representar mediante R, O, I—, para que se trate de una relación representacional. La mejor manera de considerarla consiste en analizar por separado las condiciones de que depende, esto es, la relación entre Representamen y Objeto, y la relación entre Representamen e Interpretante.

a) la relación R-O.

Una de las características más atractivas de la Semiótica de Peirce para nuestros propósitos es su naturalismo. En efecto, para Peirce la relación de representación no es una relación básica, inanalizable, de su ontología, como ocurre, por ejemplo, con la Fenomenología clásica. Por el contrario, Peirce da cuenta de la relación de significación por medio de otras relaciones más básicas, en virtud de las cuales, se da la relación R-O. Estas relaciones más básicas constituyen la base (ground) de la relación sígnica, el "sentido o capacidad" en base al cual se establece tal relación (CP 2.286). Como es bien sabido, puede ser de tres tipos:

i) icónica, esto es, entre el R y el O se da una relación de semejanza (CP 2.282; 3.556), o bien el R ejemplifica alguna propiedades del O (CP 1.558; 2.247; 2.255). Por ello, el R puede ser signo aunque el O no exista (CP 4.447), ya que el icono determina el interpretante en virtud de alguna de sus propiedades intrínsecas, no de la presencia del O; como consecuencia, no puede representar particulares, sino sólo universales (CP 3.434) o posibilidades (CP 4.447). Imágenes, diagramas y metáforas son las clases de icono que distingue Peirce.

ii) indéxica, esto es, en contraste con la relación anterior, aquí se trata de una relación existencial, de una conexión real entre R y O (CP 2.243); el O es necesario, debe existir, para que el R pueda determinar su I. Esta conexión real puede ser de dos tipos: causal, de manera que el R es signo del O que lo causa (la posición de la veleta, de la dirección del viento); y espacial o temporal, lo que actualmente se llamaría deíctica, esto es, que el referente del signo depende del contexto de uso: el dedo índice, signo del punto al que señala; un pronombre demostrativo ("este",...), del objeto al que apunta; un adverbio de tiempo ("ahora",...), al momento correspondiente,... Aunque Peirce no parece ser consciente de ello, la exigencia de "existencia efectiva" del O, sólo parece ser válida en estos casos, con los términos referenciales "yo", "aquí" y "ahora"3.

iii) simbólica, es decir, en base a algún tipo de convención o acuerdo que establece el hábito o la regla para la interpretación (CP 4.431).

Lo que es importante dejar claro es que los tres tipos de "bases", de relaciones entre R y O en virtud de las cuales se da la relación de significación necesitan también del Interpretante, que los tres tipos de signos requieren de los tres componentes. Por eso, por ejemplo, no debe sorprender que Peirce ofrezca como ejemplos de iconos o índices a ciertos elementos lingüísticos. Por otra parte, Peirce es también consciente de que los signos "puros", esto es, los que se basan en una única relación, son escasos, y que son más frecuentes los mixtos: los diagramas, por ejemplo, se basan tanto en elementos icónicos como simbólicos (CP 4.418); las fotografías, en elementos icónicos e indéxicos (CP 2.92), o los demostrativos, de indéxicos y simbólicos (CP 4.56).

b) la relación R-I.

Este aspecto es uno de los que más problemas de interpretación ha generado, tanto en relación al estatus ontológico de los I, como el modo en que el R significa de acuerdo con el I, según Peirce.

Con respecto al estatus ontológico de los I, la cuestión inicial que se plantea es si el interpretante debe ser meramente posible o efectivo. Y en la medida en que el interpretante consiste en el efecto mental producido por el signo, se plantea también si el intérprete en quien se produce el I debe ser meramente posible o efectivo. Esto último no aparece claramente planteado en Peirce, pero diría que la respuesta apropiada al marco peirceano es la que exige la existencia efectiva del intérprete. De lo contrario, dado que cualquier cosa, en principio, puede funcionar como signo para alguien, se caería en un pansemanticismo exponencial, que abocaría a tener en cuenta todos los posibles usos sígnicos de todos los posibles R, para todos los posibles intérpretes. Así pues, parece que lo primero que debe establecerse es que exista —o haya existido— algún intérprete que satisfaga la relación triádica de representación para considerar a algo como signo efectivo.

En cuanto a la cuestión previa, la del grado de realidad del I, Peirce parece darse cuenta de que si se exigiera que el I fuera efectivo, entonces un R sólo sería signo si fuera interpretado por un intérprete, si le produjera el efecto oportuno, el I. Por ejemplo, una señal de tráfico sólo tendría significado cuando el intérprete efectivamente existente, la interpretara como tal, lo cual es demasiado fuerte. Por otra parte, y aunque en este punto Peirce no resulta suficientemente claro, es preciso reconocer que el efecto que puede producir un signo puede variar según el intérprete, y que en algunos casos puede ser malinterpretado. La normatividad de la interpretación sería inexplicable si no se distinguiera entre el efecto producido por el signo en cada caso, y el efecto apropiado, correcto, que debe quedar como posible, aunque no se dé. Peirce no se detiene demasiado en este aspecto de la normatividad del significado4, aunque su rechazo del psicologismo y su defensa de los procesos mentales como procesos de inferencia, y como tales, sometidos a reglas lógicas, ofrecen elementos para pensar que podía ser sensible a este aspecto normativo. Por ejemplo, al I "conceptual", como vimos, lo denomina "lógico". En cualquier caso, ambas consideraciones avalan el considerar el I como meramente posible. En sus palabras, la relación R-I "consiste en un poder del representamen de determinar algún interpretante a que sea un representamen del mismo objeto" (CP 1.542, énfasis de Peirce).

Esta dimensión potencial del I es recogida posteriormente mediante la distinción entre el I inmediato y el dinámico. El I inmediato se refiere a esta capacidad de suscitar interpretación que tiene el signo, en virtud de su relación con el O: "la cualidad de impresión que el signo es capaz de producir, no su efectiva reacción" (CP 8.315). Esta última es recogida por el I dinámico: "el efecto real, efectivo, que el signo, en cuanto tal, determina" (CP 4.356), y que como ya señalamos puede ser emocional, energético o lógico.

Así pues, podemos decir que R es una representación de O, con respecto a I, si el signo tiene la capacidad de producir I en un intérprete efectivo, esto es, que alguien sea capaz de comprender R como una representación de O. En este caso podrá decirse que el signo tiene significación para el intérprete. Para que ello tenga lugar no es suficiente, por supuesto, con R, sino que el intérprete tenga acceso a las relaciones en virtud de las cuales R está en lugar de O. Por ejemplo, para entender lo que es un plano, es preciso conocer los principios proyectivos, la escala, etc. en que se basa, qué aspectos de la ciudad (calles, plazas,...) pretende representar y cómo lo hace (importancia de las líneas y las distancias, pero quizá no de los colores,...). Y sin la ayuda de un tratado de iconología tenemos dificultades para interpretar símbolos culturalmente ajenos. En general: para comprender un icono hace falta conocer las relaciones de semejanza relevantes; para entender un índice, es preciso tener en cuenta relaciones causales o de contigüidad espacio-temporal; y para entender un símbolo, las correspondientes convenciones.

Ahora bien, es preciso recoger también qué es lo que hace que el efecto mental sea efectivamente un I del signo. Ya avanzamos que Peirce exigía que el I tenga el mismo O. Tal como lo entiendo, a lo que Peirce apunta es a que el I sirve de mediador entre el intérprete y el O; dicho de otra manera, el intérprete se conecta con el O gracias a la interpretación, en virtud de la eficacia psicológica que para el intérprete tiene el I. Lo que hace de un efecto mental provocado por un signo un I del signo es que ese efecto mental tiene alguna relación, alguna conexión, con el referente del signo.

¿Qué tipo de estado mental puede desempeñar este papel? En mi opinión, la clave de esta concepción del interpretante la encontramos en la teoría del significado que se expresa en la máxima pragmática:

"Considera qué efectos, que concebiblemente podrían tener relevancia práctica, concebimos que tiene el objeto de nuestra percepción. Entonces, nuestra concepción de estos efectos constituye toda nuestra concepción del objeto" (CP 5.402).

A mi modo de ver, esta "concepción de los efectos" del objeto del signo es la que constituye para Peirce el interpretante lógico, que, como vimos, expresa las condiciones de verificación del signo, las operaciones que podrían llevarse a cabo para determinar la verdad del signo, y por tanto, satisface la caracterización que Peirce hace del interpretante. Además, recordar que el interés de Peirce por los signos es producto de su "giro semiótico" en teoría del conocimiento y de la ciencia, permite sugerir la idea de que el significado no se alcanza plenamente hasta que la investigación culmine con el acuerdo de la comunidad sobre tales efectos, y que el significado de un signo consiste en el conjunto de operaciones que nos permiten identificar su objeto, su referente5. En la medida en que nuestro conocimiento no sea perfecto, esta determinación del objeto no será plena. Por ello, aunque se refieran al mismo objeto, los diversos signos-interpretantes producidos en el proceso semiótico no expresan el mismo significado ya que cada I aporta un modo diferente de concebirlo, de determinarlo6.

Esta arquitectura conceptual puede ilustrarse mediante un ejemplo. Considérese el signo lingüístico "Ha llegado el correo". El representamen consiste en la serie de formas gráficas, de letras, que constituyen el signo. Su objeto consiste en el estado de cosas, en la situación o el hecho de que, efectivamente, ha llegado el correo. La relación entre ambos es claramente convencional: depende de la existencia del lenguaje al que pertenece el signo. Finalmente, su interpretante es el efecto mental que consiste en el pensamiento "que si miro en mi buzón, voy a encontrar cartas" o algo así7. La comprensión del signo consiste en captar la relación entre representamen y objeto mediante la activación de las operaciones para determinarlo, de manera que el intérprete puede orientar su conducta en relación al objeto, decidiendo recoger el correo, o mandando a alguien a por él, etc.

Vamos a tratar de aplicar este marco general al caso de las representaciones mentales. Aunque sirve para entender algunos de los compromisos metodológicos de la Ciencia Cognitiva, intentaré mostrar que presenta algunas dificultades específicas, en especial en relación a la noción de interpretante, de las que el propio Peirce se dio cuenta, e intentó solucionar con algunas propuestas sobre cómo entender la significatividad de las representaciones mentales, como parte necesaria de su propia teoría general.

3. De la Semiótica a la Ciencia Cognitiva.

La Semiótica de Peirce nos señala qué cuestiones debe resolver la Ciencia Cognitiva —o nos permite entender algunos de sus supuestos—, para poder apelar a la noción de representación mental como uno de sus conceptos explicativos básicos. Se trata de considerar cómo se considera, desde la Ciencia Cognitiva, qué sea el representamen, el objeto, la base de esta relación representacional y cómo tiene lugar la significación para el intérprete.

a) Representamen: estado computacional.

De todos ellos, quizá el más claro y distintivo de la Ciencia Cognitiva sea su concepción del representamen: se entiende como un estado del cerebro, pero caracterizado a un nivel de descripción más general que el neurofisiológico, un nivel que se interesa por las propiedades computacionales de los estados, por las funciones, en un sentido matemático, que resultan "computadas", calculadas, resueltas, por la acción del cerebro (visión estereoscópica, o memoria a largo plazo, por ejemplo). Estas funciones consisten en el procesamiento de la información y en tal proceso se distinguen diversos estados que transforman, almacenan, relacionan, o lo que sea, la información que codifican, que representan. Los procesos computacionales actúan sobre estados informacionales, estados que ofrecen al organismo información sobre el medio en que se encuentra, y sobre el propio organismo. Pero al entender los procesos mentales como computacionales, la Ciencia Cognitiva los hace depender de las propiedades materiales, intrínsecas, de las representaciones mentales, de sus representamen, y por tanto, sólo indirectamente de su significado, de la información que aportan. De este modo consigue ofrecerse un modelo naturalista de la inteligencia y la comprensión humana, como resultado de procesos que no requieren a su vez inteligencia o comprensión, ya que en el nivel básico —el llamado del "lenguaje-máquina"—, las operaciones son puramente formales, no toman en cuenta la información de tales estados.

Una cosa distinta es la identificación efectiva de estos "representamen", de estas "estructuras de datos", como son concebidas. Por su propia naturaleza material, no son públicas, ni accesibles directamente. Aparecen como hipótesis explicativas dentro de teorías del funcionamiento de nuestras diversas capacidades cognitivas, del mismo modo que otras teorías postulan sus respectivas entidades teóricas. Sin embargo, se intentan establecer restricciones sobre qué tipos de estados computacionales cabe postular en base a reflexiones sobre la naturaleza de la arquitectura computacional de la mente (si se parece más a una arquitectura serial convencional, con estructuras de datos complejas, o a una arquitectura conexionista, con representaciones distribuidas), y en base a medidas empíricas de capacidad de procesamiento (tiempos de reacción, capacidad de memoria,...).

b) Objeto: contenido representacional.

Sea como fuera, en lo que hay acuerdo es que en que tales estados internos, sean del tipo que fueren, son representacionales. De hecho, puede verse la Ciencia Cognitiva como un programa científico comprometido con la teoría representacional de la mente8, surgido en parte como reacción al predominio del conductismo en psicología, para el que debía explicarse la conducta como función de los estímulos. En cambio, para el cognitivismo es preciso postular representaciones mentales (que según el enfoque concreto adoptan la forma de esquemas, de modelos mentales, de "scripts" o "frames", de proposiciones, de imágenes, etc.) que median entre los estímulos y la conducta, para dar cuenta de la flexibilidad y adaptatividad (o racionalidad e inteligencia), que la distingue.

Los objetos de estas representaciones, como los Objetos de Peirce, pueden ser muy diversos; pueden representar individuos, conjuntos, propiedades, universales, eventos, procesos, estados de cosas, tanto efectivos como posibles (ficticios, por ejemplo)9. La razón es simple: la estrategia de la teoría representacional es dar cuenta de la intencionalidad del pensamiento por medio de la propiedades semánticas de las representaciones mentales. Es decir, cuando pienso en mis vacaciones en Alaska, estoy en un estado intencional, un estado que se refiere a algo fuera de mí mismo, en virtud de la activación de una representación mental compleja, que incluye una representación de mis vacaciones y de Alaska.

Una observación relevante en este punto tiene que ver con la relación entre lenguaje y pensamiento. Dentro del esquema de Peirce, la comprensión de un signo lingüístico tiene lugar en virtud de la producción de un interpretante con el mismo objeto. Ese interpretante, dentro del marco de la Ciencia Cognitiva, puede concebirse como una representación mental. Así pues, es preciso que el "poder expresivo", la capacidad representacional de las representaciones mentales del alguien, sea al menos equivalente a la del lenguaje que posee, como simple corolario del modo en que caracterizamos la comprensión. Ello sugiere que el sistema de representaciones mentales debe constituir un sistema tan complejo como el de un lenguaje natural, con algo parecido a la doble articulación, y sus características de productividad y generatividad, que permiten la producción de infinitos signos complejos a partir de un número finito de signos simples. Esta es la hipótesis del lenguaje del pensamiento10.

c) Base ("ground"): la determinación del contenido.

El marco conceptual de Peirce nos ayuda a entender también la necesidad de una teoría de la determinación del contenido (del objeto) de las representaciones mentales para la fundamentación de la Ciencia Cognitiva. Y ofrece también la primera indicación de los tipos de relación en virtud de los cuales el R y el O de una representación mental podrían estar relacionados. En efecto, dado el compromiso naturalista de la Ciencia Cognitiva, no puede ser un hecho básico, inexplicable, que ciertos estados mentales están en lugar de ciertos individuos, propiedades o estados de cosas. Es preciso dar cuenta de las relaciones más básicas, que no sean a su vez intencionales o semánticas, en virtud de las cuales tales estados adquieren su carácter representacional. Igualmente, la clasificación de Peirce de esas posibles relaciones parece el primer lugar donde mirar. En este punto, sin embargo, el acuerdo que hemos registrado con respecto a las dos cuestiones anteriores desaparece. Aquí sólo podemos ofrecer una pequeña guía al espacio lógico de opciones teóricas.

Históricamente, la primera propuesta para entender el carácter representacional de las representaciones mentales consiste en decir que son imágenes, esto es, que son representaciones en virtud de su semejanza con las cosas que representan. Esta doctrina tiene múltiples variantes; se remonta a Aristóteles y alcanza su apogeo con la filosofía moderna. Tiene un problema radical, notado por Berkeley: cuando queremos introducir el aspecto interpretativo, dado su carácter interno, no público, no resulta posible disponer de un interpretante que revele la cualidad compartida por objeto y representamen —a diferencia de lo que ocurre con las imágenes no mentales—. La fuerza de este argumento, que depende de concebir las representaciones mentales como imágenes, sigue haciendo atractivo para muchos el fenomenalismo o el idealismo. Volveremos a este problema al considerar la interpretación de las representaciones mentales. De todos modos, las imágenes tienen varios problemas añadidos: como señaló Peirce, no pueden representar más que cualidades, pero no individuos; valen más que mil palabras por su indeterminación, su inespecificidad; y además, no pueden representar hechos negativos, ni pasados o futuros, lejanos o próximos (sin recurrir a símbolos). Por todo ello, nadie defiende que nuestras representaciones mentales sean imágenes11.

Rechazadas las imágenes, parecería que pensar en las representaciones mentales como índices era el siguiente paso. En concreto, la idea que ha sido explorada a fondo es la de que la relación en virtud de la cual una representación mental tiene el objeto que tiene es una relación causal: el objeto juega algún papel privilegiado en la causación de la representación. Esta idea se ha desarrollado principalmente de dos formas: en una teoría histórico-causal, según la cual el objeto de una representación sería aquel que la originó en primer lugar (a través de la percepción, principalmente)12. Y en una teoría informacional, inspirada en la teoría de la información, según la cual un x transporta información sobre y si entre y e x se da una conexión nómica, si están mediados por una ley causal. Así, un estado mental representa aquel O con el que está correlacionado causalmente13, o en una interpretación funcional de la correlación, representa aquel O que tiene la función de detectar14. Así, mis pensamientos sobre mi perro son sobre mi perro, bien porque han sido causados inicialmente por éste, bien porque, en condiciones normales, mi perro causa en mí pensamientos con este contenido, bien porque este tipo de representación mental ha sido seleccionada, en el proceso de aprendizaje para indicar la presencia de mi perro.

Aunque pudiera parecer extraño, porque parece cuestionar el compromiso naturalista, también se han propuesto teorías de la determinación del contenido que parecen suponer que al menos algunas representaciones mentales son simbólicas, esto es, se basan en algún tipo de convención o acuerdo. Por supuesto, esto no es posible directamente, dado el carácter interno de las representaciones mentales. La idea consiste en hacer depender esas representaciones mentales de representaciones lingüísticas. Dada la posibilidad de que un intérprete no sea plenamente competente con respecto a un signo, con respecto al cual puede ser parcialmente ignorante, o estar equivocado, se sostiene que el contenido de la representación de ese agente es en cierto sentido parasitario de las representaciones de otros miembros, competentes, de la comunidad, por medio del lenguaje15.

La clasificación de Peirce, de todos modos, podría no ser exhaustiva. De hecho, no nos ofrece algo así como una "deducción trascendental" para pensar que sólo pueden darse esos tipos de bases de representación, ni tampoco aclara qué es lo que es preciso para que una relación cualquiera pueda basar la relación de representación. Y en el ámbito de la determinación del objeto, o contenido, de las representaciones mentales, al menos otro tipo de teoría ha sido propuesta que no parece encajar en ninguno de los tipos de Peirce: la del rol funcional16. Consiste en considerar que el objeto de un estado representacional resulta del conjunto de relaciones que ese estado tiene con otros (que pueden incluir también estados perceptivos y de iniciación de la acción).

No es éste el lugar oportuno para valorar cuál de estas teorías es la más prometedora, si alguna lo es17; tan sólo reseñar de nuevo la utilidad del esquema semiótico de Peirce para plantear las cuestiones que se deben afrontar en la fundamentación de la Ciencia Cognitiva, y para entender los tipos de respuesta que se han ofrecido. Las cosas son más complicadas, en cambio, cuando se trata del problema de la interpretación, de los interpretantes de las representaciones mentales.

d) Interpretante: el problema del regreso infinito.

Vimos que para que algo sea un signo, una representación, debe ser significativo para alguien. Este "ser significativo" consiste en que produce un efecto mental en ese alguien, el interpretante, en virtud del cual el intérprete entiende la base de la relación significativa, dispone de un "hábito", un procedimiento para determinar (aproximadamente) el objeto, y de este modo es capaz de acceder al O del R, o en terminología vigente, "captar el contenido" del signo. Pues bien, ¿qué puede desempeñar el papel de interpretante de una representación mental?

Aplicando la teoría de Peirce, y dada su convicción de que todo pensamiento es sígnico, podría decirse que sería otra representación mental, interpretante de la primera, esto es, un nuevo signo con el mismo objeto, pero que expresa un conjunto diferente de operaciones para determinarlo. Sin embargo, esto plantea dificultades, como el propio Peirce reconoce. Por una parte, surge la posibilidad de un regreso infinito de interpretantes:

"Un signo es algo que es relacionado con una segunda cosa, su objeto, desde cierto aspecto o cualidad, de tal manera que lleva a una tercera, su interpretante, a una relación con el mismo objeto, y esto de tal manera, que aquel lleva a un cuarto a una relación en el mismo sentido con el objeto, y así ad infinitum" (CP 2.92).

Este regreso es problemático porque, recuérdese, un signo sólo es significativo si produce un interpretante en el intérprete; así, la significatividad de una representación mental estaría condicionada a que activara un interpretante, signo a su vez, sólo a condición de que generara también su propio interpretante, y así sucesivamente. Este regreso es problemático porque parece que no puede llegar a establecerse la significatividad del primer signo de la serie. Peirce formula este problema en estos términos:

"Si la serie se rompe, el signo, en ese punto, no alcanza ("falls short of") su carácter significativo perfecto" (CP 2.92).

Pues hay algún estado que no determina su interpretante y, por consiguiente, no puede ser a su vez interpretante del estado que lo determinó, desproveyendo de significación a toda la serie. Parece, pues, que Peirce se encuentra con un dilema: la significación de las representaciones mentales parece abrir un regreso sin fin, insatisfactorio en tanto nunca se alcanza finalmente el significado; y sin embargo, si ese proceso se detiene, los signos no son efectivamente significativos, no llegan a poner al intérprete en relación con el objeto del signo.

Quizás las razones de esta situación, como ya señalamos al hilo de las imágenes mentales, radica en que, a diferencia de los signos no mentales, en el caso de los mentales no es posible "comparar" representamen y objeto, no es posible acceder a la base en virtud de la cual el representamen es signo del objeto, condición, como vimos, para que el representamen determine el interpretante (no causalmente, sino mediante una inferencia abductiva). Dicho de otro modo, la explicación de la significatividad de los signos no mentales conduce a un regreso en el caso de las representaciones mentales. Parece, por tanto, que es preciso una explicación diferente de la significatividad de los signos mentales.

Ello sugiere, pues, que el interpretante de una representación mental no puede ser igual que el de una representación no mental, lo que equivale a considerar las representaciones mentales como de un tipo específico, que, en la medida que constituyen además los interpretantes de las representaciones no mentales, merecen un apartado fundamental en la propia Semiótica, como parte de la teoría de la interpretación18. La sección siguiente intentará recoger cómo el propio Peirce trató de afrontar esta situación especial, anticipando en efecto el modo en que la ha tratado la Ciencia Cognitiva.

4. La significatividad de las representaciones mentales.

La significatividad de un signo depende de que sea comprendido por el intérprete, esto es, que capte la base en virtud de la cual se da la relación sígnica, sin lo cual no puede dar lugar a un interpretante lógico, y esto, como hemos visto, es problemático en el caso de las representaciones mentales. Es preciso, por ello, afrontar separadamente el problema de la significatividad de las representaciones mentales.

Un primer testimonio de que Peirce fue sensible a este problema se encuentra ya en su artículo "Some Consequences of Four Incapacities...", de 1868. Considerando la exigencia de regreso frente a la posibilidad de detención de la serie de interpretantes, escribe Peirce:

"... si un tren de pensamiento cesa al detenerse gradualmente, sigue libremente su propia ley de asociación en tanto dura, y no hay ningún punto en el que no hay un pensamiento que lo interpreta o lo repite. No constituye excepción, por tanto, a la ley que cada signo-pensamiento sea traducido o interpretado en uno subsiguiente, a menos que ocurra que todo pensamiento alcanza su abrupto y definitivo final en la muerte" (CP 5.284).

En realidad se trata de un subterfugio: si la serie va decayendo "despacito", nos dice, sería como si no decayera, no afectaría la significatividad de los signos-pensamientos involucrados, como si hubiera grados de significatividad, de ser signo. En cambio, a partir de 1903, Peirce vuelve a este problema, proponiendo una solución que va al núcleo del asunto, y que anticipa la propuesta en Ciencia Cognitiva.

Dado que la raíz del problema consiste en que el interpretante de un signo es otro signo que requiere, a su vez, de interpretación, la idea de Peirce consiste en tratar de encontrar otro tipo de candidato que pueda ser interpretante pero que no requiera interpretación; que no sea signo y por tanto, produzca su efecto significativo directamente, sin la mediación de una interpretación. En su opinión, sólo hay uno: "una modificación de las tendencias de una persona hacia la acción", o "cambio de hábito" (habit-change)" (CP 5.476). Así, una representación mental resulta interpretada en la medida en que produce un cambio en la vida mental del intérprete, que a su vez, cambia su disposición a actuar. O mejor dicho, dado el análisis disposicional, como hábitos, de las creencias, que propone Peirce, el efecto se produce directamente sobre las disposiciones conductuales del intérprete.

Aunque Peirce no es más explícito al respecto, cabe suponer de nuevo que no cualquier efecto, cualquier "cambio de hábitos", puede contar como interpretante en este nuevo sentido, sino sólo aquellos que afecten a las disposiciones conductuales que tienen que ver con el objeto de la representación mental en cuestión, ya que lo que estamos buscando es el sentido en que podemos hablar de la significatividad de esa representación para el intérprete, en tanto representación de tal objeto. Por ejemplo, el interpretante de una representación de mi perro estando hambriento, consistirá en una modificación de mis disposiciones a actuar en relación a aquél, de modo que decido darle comida, por ejemplo.

De todos modos, no es preciso que el interpretante de una representación mental sea inmediatamente y siempre un "cambio de hábito". Algunas representaciones pueden determinar otras representaciones como interpretante. Esto no lo descarta Peirce. Lo que hace su propuesta es asegurar que se evite el regreso infinito, al establecer como interpretante final algo que no representacional, que no debe ser a su vez interpretado, sino que pone al intérprete en relación con el objeto de la representación directamente: a nivel conductual. En términos de Peirce:

"No niego que un concepto, proposición, o argumento puedan ser interpretantes lógicos. Sólo insisto en que no pueden ser el interpretante lógico final porque es un signo de esa clase que tienen ellos mismos un interpretante lógico. Sólo el hábito, aunque puede ser un signo de alguna otra manera, no es un signo en la manera en que ese signo del que es interpretante lógico es signo" (CP 5.491).

Un razonamiento análogo ha tenido lugar en Ciencia Cognitiva a la hora de considerar el problema de la significación para el sistema representacional de las representaciones que procesa computacionalmente. Por ejemplo, al adoptar la hipótesis del lenguaje del pensamiento para explicar las competencia cognitiva, esto es, que los procesos computaciones son operaciones realizadas sobre estados representacionales con estructura composicional, se plantea la cuestión de quién "lee" la información que contienen tales estados. Concebir este proceso como un proceso interpretativo obligaría a establecer un "homúnculo" interno para quien tales estructuras computaciones fuera significativas en virtud de las correspondientes "fórmulas" en el "lenguaje del pensamiento" de ese homúnculo. Y así sucesivamente, planteándose el regreso infinito. Para cortar el regreso, como Peirce vio, es preciso que el interpretante, que el modo en que la representación mental es significativa para el sistema, no sea a su vez representacional, no necesite de interpretación. La idea de la Ciencia Cognitiva consiste en concebir la interpretación de un estado computacional como el conjunto de procesos computacionales originados por tal estado, procesos que finalmente deben ser interpretados, deben dar lugar, a operaciones básicas del sistema activadas directamente (lo que tiene lugar al nivel del "lenguaje-máquina". Establecer cuáles son éstas, en qué consiste la estructura funcional del sistema, forma parte del esfuerzo por modelar las capacidades cognitivas humanas19.

5. Conclusión.

En este trabajo he intentado mostrar el interés que la Semiótica de Peirce ofrece para la consideración de las cuestiones de fundamentación de la Ciencia Cognitiva, como disciplina comprometida con la concepción representacional de la mente. Ello nos ha permitido explorar lo específico de las representaciones mentales, considerado ya por Peirce de un modo que anticipa las propuestas de la propia Ciencia Cognitiva.

Para terminar, quisiera proponer un rápido balance de ideas o sugerencias que el marco peirceano ofrece para la Ciencia Cognitiva, así como señalar algunos aspectos sobre los que Peirce no se pronunció.

Presupuestos básicos de la Ciencia Cognitiva, que se encuentran ya formulados en Peirce, pueden ser la distinción entre representación y estado representacional, la necesidad de entender la relación representacional como producto de relaciones más básicas, de carácter naturalista (no intencionales ni semánticas, ya que implicaría circularidad), la distinción entre significado natural (la pura relación entre representamen y objeto) y significación, esto es, la necesidad de que el signo sea signo para alguien. Igualmente, Peirce ofrece un valioso esfuerzo por entender el modo en que se produce la interpretación, el efecto que convierte en significativo un signo, en especial en relación a las representaciones mentales.

Su concepción del objeto de la representación, sin embargo, aunque plural, resulta simplista en comparación con la riqueza de las concepciones contemporáneas, fruto de la atención e interés que en este siglo han atraído la filosofía del lenguaje y la teoría del significado. Quizá por ello pasa por alto el carácter sistemático de las representaciones humanas más importantes, las lingüísticas, y posiblemente también las mentales, con las consecuencias que ello tiene para su organización: composicionalidad, complejidad, productividad, etc. En cuanto al problema de la interpretación, quizá la ausencia más notable de la reflexión de Peirce se refiere al problema de la normatividad del significado, de su corrección: cuándo un signo representa erróneamente un objeto, y no correctamente a otro, o simplemente deja de ser signo; y cuando es interpretado correctamente.

En cualquier caso, su concepción del pensamiento como sígnico y su reconocimiento del carácter específico de la significatividad y la interpretación de los signos mentales le sitúan como un valioso precedente de la Ciencia Cognitiva contemporánea.

Antoni Gomila Benejam
Dep. Historia y Filosofía de la Ciencia
Universidad de La Laguna
Avda. Trinidad, s/n
38204 La Laguna España
e-mail: agomila@ull.es

Notas

1. Ver mis trabajos "Peirce and Self-Consciousness", en E.C. Moore (ed.), Charles S. Peirce and the Philosophy of Science, University of Alabama Press, Tuscaloosa, 1992; "Peirce and Evolution: comment on O'Hear", Inquiry, 1991 (33), 447-452; "El sujeto del pragmatismo: Peirce y Mead", Taula, 1989 (11), 83-97.

2. Se sitúa, por ello, del lado de intentos semejantes emprendidos por J. Fetzer, "Signs and minds: an introduction to the theory of semiotic systems", en J. Fetzer (ed.), Aspects of Artificial Intelligence, Kluwer, Dordrecht, 1988; y B. von Eckhardt, What is Cognitive Science?, MIT Press, Cambridge, 1993.

3. En realidad, este punto merecería un tratamiento detallado. La importancia e ineliminabilidad de los deícticos está ya fuera de discusión, tras los trabajos de Kaplan y Perry. Ver J. Almog et al. (eds.), Themes from Kaplan, Oxford University Press, Oxford, 1989. Sin embargo, la no distinción en la filosofía del lenguaje de los dos tipos de "índices", causales y deícticos ha generado cierta confusión en torno a si puede hablarse de "nueva teoría de la referencia" como algo homogéneo, como equivalente a la "teoría causal de la referencia". Ver por ejemplo, M. Devitt, "Against Direct Reference", Midwest Studies in Philosophy, 1989 (14), 206-240.

4. Debe quedar claro que el problema de la interpretación correcta no es el mismo que el de la "representación falsa", que se da cuando el signo carece de objeto, que sí trata Peirce (por ejemplo, CP 6.347). Nótese también que la normatividad de la interpretación también depende del requisito de existencia de intérprete efectivo, ya que sin éste, cualquier cosa puede representar cualquier cosa. En la recepción de Peirce entre los semióticos, esto no siempre es percibido. Por ejemplo: "la existencia del intérprete no es prioritaria"; F. Pérez Carreño, Los placeres del parecido. Icono y representación, Visor, Madrid, 1988, 40. Las consecuencias de esta opción, sin embargo, son de largo alcance; afectan, por ejemplo, a cuestiones tan fundamentales como el debate racionalismo-relativismo. Para disipar cualquier duda sobre el lado del que se sitúa Peirce, baste recordar cómo concibe su tarea: dado que todo pensamiento se realiza mediante signos, la lógica debe ser descrita como la ciencia de las leyes generales de los signos" (CP 1.191).

5. Aunque requeriría otro trabajo clarificarlo, confluye aquí también la posición realista de Peirce sobre los universales, concebidos no como "formas", como esencias, sino como trama de relaciones legales. Así, la esencia de "lo duro", de la dureza, se expresa mediante la ley "lo duro es difícil de rayar", por ejemplo. Estas leyes naturales son llamadas "hábitos", por Peirce, del mismo modo que la conexión signo-interpretante es llamada también "hábito". Comparten, según las categorías de Peirce, la Terceridad —categorías demasiado polisémicas, en mi opinión, para resultar eficaces—. En cualquier caso, esta noción de "hábito" aplicada a los interpretantes es coherente con su concepción disposicional de la creencia, que consiste en "el establecimiento en nuestra naturaleza de una regla de acción, o dicho brevemente, un hábito" (CP 5.397). Así pues, podría decirse que la significación de un signo depende de que active una creencia sobre la naturaleza de su objeto, concebida relacionalmente.

6. Peirce introduce a veces también los términos "interpretante final" (CP 8.184) o "interpretante normal" (CP 8.343), que podrían entenderse quizá como el interpretante que expresa finalmente la esencia, la ley que caracteriza el objeto, y que se alcanzaría al final de la investigación, como concordancia entre sujeto y objeto, entre hábito subjetivo y objetivo, como conocimiento pleno. Sin embargo, dado su "tychismo" (la doctrina que afirma la existencia del azar objetivo) y su evolucionismo cosmológico (como consecuencia del azar, la realidad, las esencias relacionales cambian), no parece que ese acuerdo "in the long run" de la comunidad de investigadores sea nada más que una idea regulativa.

7. Peirce es ambiguo en ese punto. En ocasiones afirma que el interpretante es otro signo con el mismo contenido, algo así como una traducción, que expresa sus condiciones de verificación (por ejemplo, CP 5.179); en el ejemplo, sería el pensamiento "que si mirara en el buzón, encontraría cartas". En otras, sugiere que consiste en algo así como una enunciado del metalenguaje que expresa la relación entre el R y el O; por ejemplo, "el pensamiento [interpretante] es determinado por un pensamiento previo [la representación mental] del mismo objeto, sólo se refiere a la cosa por medio de la denotación de este pensamiento previo" (CP 5.285). O sea, en el ejemplo del texto, el interpretante sería el pensamiento "que 'ha llegado el correo' significa que si mirara el buzón, encontraría cartas".

8. La única excepción ha sido S. Stich, From Folk Psychology to Cognitive Science, MIT Press, Cambridge, 1983, que sostuvo que es posible un enfoque meramente computacional de la mente.

9. En la terminología actual, se podría entender el objeto de la representación como el contenido. Hay diversos modos de entender este contenido: algunos lo consideran como algo abstracto (sentidos fregeanos, intensiones, mundos posibles), otros como algo concreto (condiciones de verdad, proposiciones russellianas).

10. Su mayor defensor ha sido J. Fodor, en The language of thought, Crowell, 1975 —versión española de Alianza, 1981—; y Psychosemantics, MIT Press, 1987 —versión española de Tecnos, 1994—), aunque se ha convertido ya en un supuesto tácito en Ciencia Cognitiva.

11. Sí hay quien defiende la existencia de imágenes mentales, como un tipo de representación mental, relacionada especialmente con la percepción visual. A. Rivière, Razonamiento y Representación, Siglo XXI, Madrid, 1988, ofrece una presentación exhaustiva del problema. La respetabilidad de tales imágenes mentales depende que su interpretación sea diferente de la de las iconos no mentales.

12. M. Devitt, Designation, Columbia U.P., New York, 1981, sea probablemente quien más se ha comprometido con esta idea.

13. El "padre" de esta teoría informacional es F. Dretske, Knowledge and the Flux of Information, MIT Press, 1981, y su expresión más desarrollada, J. Fodor, A Theory of Content and other essays, MIT Press, 1992.

14. Esta variante tiene desarrollos diversos, según la noción de función en juego. Destaca la teoría indicadora de F. Dretske, Explaining Behavior, MIT Press, 1988, y la teleofuncional de R. Millikan, Language, Thought and other biological categories, MIT Press, 1984.

15. Se ha llamado a esta idea la división del trabajo lingüístico. Se originó en H. Putnam, "The meaning of 'meaning'", en K. Gunderson (ed.), Language, Mind and Knowledge, University of Minnesota P., Minneapolis, 1975, y su defensor más destacado ha sido T. Burge desde su "Individualism and the Mental", Midwest Studies in Philosophy, 1979 (4), 73-121.

16. Von Eckhardt la considera como un tipo de teoría icónica, a mi modo de ver, sin demasiada base. Se presenta también en múltiples variantes; destaca N. Block, "Advertisement for a semantics for psychology", Midwest Studies in Philosophy, 1986 (10).

17. Para una discusión más detallada, ver J.J. Acero, "Teorías del contenido mental", en F. Broncano (ed.), La mente humana. Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía, Trotta/CSIC, Madrid, 1994.

18. Las lecturas conductistas de Peirce, à la Morris, pretenden eliminar este apartado de las representaciones mentales concibiendo los interpretantes directamente como conductas. Espero que la sección siguiente sirva para poner de manifiesto que esta lectura no es fiel a la obra de Peirce.

19. Esta idea forma parte de los propios presupuestos de la Ciencia Cognitiva. Su exposición más clara quizá sea la de D. Dennett en Brainstorms, Harvester Press, Londres, 1978.