PECADOS CONTRA EL ESPIRITU SANTO

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Mateo 12.31–32 RVR60
31 Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada. 32 A cualquiera que dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero.
-31
En este pasaje descubriremos que es la blasfemia contra el Espíritu Santo.
Efesios 4.30 RVR60
30 Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención.
En este pasaje hablaremos de no Contristar al Espíritu Santo.
1 Tesalonicenses 5.19 RVR60
19 No apaguéis al Espíritu.
1 Tesalonicenses
De igual modo, observaremos elementos que apagan al Espíritu Santo.
Uno de los temas más solemnes que hallamos en las Sagradas Escrituras es el que se refiere a los pecados cometidos contra la Tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo. Los creyentes, al igual que los incrédulos, pueden pecar contra él y así lo hacen. ¿Cuál es la naturaleza de estos pecados y cómo podemos evitar cometerlos?

La blasfemia contra el Espíritu Santo

El Dr. Billy Graham dijo:
De todos los pecados que los hombres pueden cometer contra el Espíritu Santo, ninguno es peor que el blasfemar contra él. La razón es evidente el único pecado para el cual no hay perdón.
Todos los otros pecados contra el Espíritu Santo son cometidos por creyentes. Podemos arrepentirnos de ellos, ser perdonados y empezar de nuevo.
No ocurre lo mismo al blasfemar contra el Espíritu. Este pecado es cometido por incrédulos y se lo denomina “el pecado imperdonable”. Fue cometido por los enemigos de Jesús cuando lo acusaron de arrojar fuera demonios por el poder de Satanás luego que Jesús categóricamente afirmó que lo hacía por el poder del “Espíritu de Dios”. Luego continuó: “Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada. A cualquiera que dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero el que hable contra el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero” (, ).
Mi padre, siendo joven, asistió a una reunión de avivamiento en Carolina del Norte y se convenció durante el sermón, que versaba justamente sobre este tema, de que él había cometido el pecado imperdonable. Y vivió muchos años acompañado de este tremendo pensamiento. Agonizaba debido a ello, y estaba terriblemente asustado, creyéndose un hombre condenado que jamás podría arrepentirse de su pecado. Con el tiempo descubrió que su pecado no era uno que lo excluyera de la misericordia y de la gracia de Dios. Supo entonces que el Espíritu Santo no lo convencería de culpa y delito ni procuraría atraerlo a Cristo si realmente hubiera cometido ese pecado imperdonable.
Tal vez podamos aventurar una definición de lo que entendemos ser el pecado imperdonable. Se nos ocurre, por argumentación negativa, que nadie que esté bajo el perturbador, convincente y persuasivo poder del Espíritu Santo ha cometido este pecado. En tanto el Espíritu porfía con una persona, tal persona no ha cometido el pecado imperdonable. Pero cuando la persona ha resistido a tal grado al Espíritu Santo que éste deja de esforzarse en su favor, entonces sí existe un peligro de relieves eternos. En otras palabras, el pecado imperdonable entraña el total e irrevocable rechazo de Jesucristo.
Creemos que es a esto a lo que se refería Esteban en el sermón predicado inmediatamente antes de su martirio. Dijo en aquel mensaje: “¡Duros de cerviz … vosotros resistís siempre al Espíritu Santo!” ().
El contexto no deja lugar a dudas de que Esteban afirmaba, sobre todas las cosas, que de la misma manera que los padres de sus oyentes rehusaron tomar en serio la proclamación de los profetas y mensajeros de Dios, o de creerles, así también éstos eran culpables de similares pecados. Leemos en el Antiguo Testamento que algunos resistieron, difamaron, persiguieron y ridiculizaron a los profetas. Y puesto que los profetas estaban inspirados por el Espíritu Santo, esta gente en realidad resistía al Espíritu. De modo que Esteban decía que cuando la gente a la que predicaba rehusaba escuchar a los apóstoles de Cristo y a sus escogidos, que hablaban por el Espíritu Santo, en realidad lo que hacía era resistir al Espíritu Santo.
La fatal infección pecaminosa localizada en los corazones de gentes irredentas hará que siempre resistan al Espíritu Santo. La carne y las mentes malvadas siempre se levantarán contra él. Cuando las personas actúan de esta manera, no recibirán la palabra de Dios en toda su potencia a menos que el Espíritu Santo logre victoria sobre ellas.
Pero además, Esteban decía otra cosa. Les decía a ellos y a nosotros que de la misma manera que Dios el Espíritu Santo porfiaba en vano con la gente en el Antiguo Testamento y por ello estaban condenados, así también sus oyentes estarían igualmente condenados si hacían caso omiso de la obra del Espíritu en sus corazones. El resistir al Espíritu es un pecado cometido únicamente por los incrédulos. Y es un pecado que, de prolongarse indefinidamente, lleva a la condenación eterna. Sólo resta el juicio para aquellos que así resisten al Espíritu.
La única manera en que un pecador puede ser perdonado por resistir al Espíritu Santo es dejando de resistirlo y entregándose a Jesucristo, de quien testifica el Espíritu. Tal persona tiene esperanzas solamente si se arrepiente de inmediato y permite al Espíritu que obre en su corazón.
Es nuestra firme convicción de que los pastores, los maestros, los predicadores y todos los obreros cristianos deben manejar con mucho cuidado, prudencia y cautela este tema. Principalmente los obreros cristianos deben pensarlo dos veces antes de ser dogmáticos en sus conclusiones respecto a cuándo ha cometido alguien el pecado imperdonable. Dejemos que esa decisión la tomen el Espíritu Santo y Dios el Padre. Tenemos que instar permanentemente a los hombres en todas partes a que se arrepientan y se vuelvan a Jesús, puesto que no sabemos cuándo el Espíritu ha dejado de habérselas con ellos. Y oremos para que aquellos de quienes tenemos serias dudas, puedan aún responder a las buenas nuevas de que Jesús salva.
¿Estamos preocupados por haber cometido el pecado imperdonable? De ser así, acudamos a la Biblia para ver qué nos dice sobre el tema, sin preocuparnos mayormente por lo que hayamos escuchado de boca de otros. El pecado imperdonable consiste en rechazar la verdad sobre Cristo. Es rechazar, en forma completa y final, el testimonio del Espíritu Santo, que declara que Jesucristo es el Hijo de Dios y que solamente él nos puede salvar de nuestros pecados. ¿Hemos rechazado a Cristo en nuestras propias vidas y afirmado en nuestros corazones que lo que la Biblia enseña sobre él es una mentira? De ser así, afirmamos solemnemente y con toda la sinceridad de que somos capaces, que tal persona está en una peligrosísima situación. Instamos con todo ahínco a quienes se encuentran en esa posición a que sin demora alguna acepten la verdad sobre Cristo, y se alleguen a él en humilde confesión y arrepentimiento por medio de la fe. Nada más trágico que persistir en la incredulidad y posteriormente entrar en la eternidad sin Dios y sin esperanzas.
Por otra parte, tenemos creyentes que han cometido algún pecado y piensan que por ello han perdido sus posibilidades de salvación. No importa lo que fuere, recordemos que Dios nos ama y quiere perdonarnos por ese pecado. En este preciso instante debemos confesarle nuestro pecado y buscar su perdón. Necesitamos ser liberados del peso de la culpa y de las dudas que nos han oprimido. Cristo murió justamente para liberarnos. Si uno se ha allegado a Cristo, sabe, por lo que la Palabra de Dios dice, que este pecado—sea cual fuere—no es el pecado imperdonable. No nos enviará al infierno, porque somos salvos por fe en la sangre derramada de Cristo. Pero tenemos que eliminarlo de nuestra vida colocándolo sobre los hombros de Cristo. Recordemos las palabras del salmista: “Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones” ().

Contristar al Espíritu

Hay dos pecados contra el Espíritu Santo que pueden ser cometidos por creyentes. Uno de ellos consiste en contristar al Espíritu y el otro en apagar al Espíritu. Son términos inclusivos, pues casi todas nuestras malas acciones pueden ser incluidas en uno de esos dos pecados. En primer lugar, veamos el pecado de contristar al Espíritu.
Pablo nos advierte y nos dice: “No contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención” (). Es importante y consolador escuchar a Pablo decir que estamos “sellados para el día de la redención”. Esto significa que somos cristianos y continuamos siéndolo. De modo que no está hablando de juicio en el sentido de que cuanto hagamos aquí nos separará del amor de Dios e iremos a parar al infierno. Más bien nos habla de cosas que hacemos que son inconsistentes con la naturaleza del Espíritu Santo y de esa manera lastiman su corazón y lo hieren en su esencia. Por las cosas que hacemos podemos causarle dolor al Espíritu.
“Contristar” o apesadumbrar es una palabra con ribetes de “amor”. El Espíritu Santo nos ama al igual que nos amó Cristo. “Os ruego hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu, que me ayudéis orando por mí a Dios” (). Podemos lastimar o enfadar a quienes no sienten por nosotros ningún afecto, pero contristamos o apesadumbramos únicamente a quienes nos quieren o nos aman.
Cierta vez oí que un padre le decía a su hijo: “Si no eres bueno y no te portas bien, no te querré más”. ¡Desafortunadas palabras! El hombre tenía todo el derecho del mundo de decirle al hijo que se portara bien, pero de ninguna manera amenazarlo con retirarle su cariño. Un padre debe amar siempre a su hijo, sea que se porte bien o que se porte mal. Pero cuando éste se porta mal, el amor del padre se mezcla con dolor y aun con tristeza y con angustia.
¿Cómo entristecen los cristianos al Espíritu Santo? En Pablo dice que todo cuanto se desemeja a Cristo en conducta, palabra o disposición, contrista al Espíritu de gracia. En uno de sus libros Ruth Paxson sugiere que podemos saber qué cosas lastiman al Espíritu cuando consideramos nuestra conducta a la luz de las palabras que las Sagradas Escrituras usan para describir al Espíritu. Así sabemos que el Espíritu Santo es el Espíritu de:
1. Verdad (); de modo que todo lo falso, lo engañoso o hipócrita lo entristece.
2. Fe (); la duda, la desconfianza, la ansiedad y la preocupación lo apesadumbra.
3. Gracia (); todo lo duro que hay en nosotros, lo amargo, lo maléfico, lo descortés, lo inclemente, lo descariñado lo apena.
4. Santidad (); todo lo sucio, todo lo profano, todo lo degradante lo contrista.
¿Qué ocurre cuando contristamos al Espíritu Santo? Por lo habitual el Espíritu Santo se complace en revelarnos a Cristo. También imparte gozo, paz y alegría al corazón. Pero cuando lo contristamos cesa este ministerio.
Nuestra familia proviene de una región de los Estados Unidos de América famosa por su industria textil. Años atrás visitamos una enorme hilandería donde centenares de telares fabricaban telas a partir de finísimas y delgadas hebras. El gerente de la planta textil nos dijo que esa maquinaria era tan delicada que si una sola hebra de las treinta mil que actuaban simultáneamente en ese momento se rompiera o cortara, todos esos telares se detendrían instantáneamente. Uniendo la acción a la palabra, y para demostrar lo que afirmaba, se acercó a una de las máquinas y cortó una sola hebra. De inmediato todo los telares se detuvieron y reiniciaron automáticamente su marcha una vez compuesta la hebra cortada.
Esta maravilla mecánica nos brinda una aproximada analogía de “loque es espiritual”. Un solo pecado que cometamos, un solo acto de desobediencia, un ínfimo apartarnos del claro sendero que nos marca la voluntad y el temor de Dios, y luego se ve menoscabado el ministerio del Espíritu en nuestras vidas. Pero si bien el ministerio del Espíritu en nuestra vida queda suspendido, no se detiene. A diferencia de la maquinaria, su ministerio se ve disminuido. No bien se repara la hebra deteriorada recomienza e ilumina nuestra mente el pleno ministerio del Espíritu, que satisface los requerimientos de nuestro corazón, y hace efectivo en nosotros el ministerio de Cristo.
En todo esto hay un aspecto glorioso y magnífico. Contristar al Espíritu Santo no significa perderlo en nuestras vidas. No cesa de sellarnos y no se retira de nosotros. En realidad los creyentes no pueden contristarlo al grado de que los abandone totalmente. Hemos sido singularmente bendecidos por los himnos de William Cowper, compañero y colaborador de John Newton. Pero las siguientes líneas siempre me han perturbado:
¡Retorna, Santa Paloma, retorna,
Dulce mensajera de reposo!
Detesto los pecados que te contristaron
y te sacaron de mi pecho.
Tengo la desagradable sensación o impresión de que estas palabras sugieren más que simplemente detener la maravillosa obra del Espíritu Santo en mí. Suponen que lo pierdo. Si eso es lo que quiso significar William Cowper, creo que estaba equivocado.
Es posible que los hombres perdamos la sensación de la presencia del Espíritu Santo en nosotros. Es lo que nos dice el cuando David clama: “No quites de mí tu santo Espíritu” (v. 11). Pero recordemos que el Espíritu Santo ha sellado a todos los creyentes para el día de la redención, es decir, para el día de la redención de nuestros cuerpos (; ; ). Todos y cada uno de nosotros podemos reincidir y volver a las andadas, pero eso es totalmente distinto a caer de la gracia o perder totalmente el Espíritu Santo.
Si el Espíritu se retirara de un creyente que él mismo ha sellado ¿no estaría negando íntegramente el plan de la salvación? Pero cuando es contristado se produce una ausencia de gozo y de poder en nuestras vidas que no se restablece a menos que confesemos y renunciemos a nuestro pecado. Si bien podemos aparentar felicidad, interiormente nos sentimos desdichados cuando no estamos en estrecha comunión con el Espíritu Santo. Y esto no es porque el Espíritu Santo nos ha abandonado, sino porque deliberadamente el Espíritu nos hace sentir desdichados hasta que volvamos a Cristo avergonzados, contritos y confesos. Excelente ejemplo de lo anterior es el , que algunos piensan fue escrito por David luego de su pecado con Betsabé: “Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; se volvió mi verdor en sequedades de verano. Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado … Alegraos en Jehová y gozaos justos; y cantad con júbilo todos vosotros los rectos de corazón” (, ).
Creemos que una vez bautizados e incorporados al cuerpo de Cristo y con el Espíritu Santo morando en nosotros, el Espíritu jamás nos abandonará. Somos sellados para siempre. El Espíritu Santo es las arras, la prenda de lo que habrá de venir. Soy claramente consciente de que muchos de mis hermanos en la fe sostienen un punto de vista distinto, pero según la luz que tengo en este momento, creo firmemente que somos guardados por el Espíritu Santo.
Por una parte, el Espíritu Santo que mora en nosotros nos asegura para Dios. Y esto lo hace sobre la base de la sangre de Cristo en la cual hemos creído y por la cual sabemos que hemos sido redimidos. Por otra parte, nos brinda permanente gozo por el conocimiento de que pertenecemos a Dios. Y ese gozo se interrumpe solamente cuando alguna obra de la carne contrista al que nos selló. La versión inglesa de Weymouth traduce la siguiente manera: “El Espíritu … se afana celosamente por nuestro bienestar”. Ponemos en duda que antes de arribar al cielo sabremos cuán grande es el poder de la fuerza que podríamos haber utilizado en esta vida: el poder del Espíritu Santo que logramos por medio de la oración.
Cuando nos entregamos totalmente cada momento de todos los días a Jesucristo como Señor, el poder del Espíritu Santo que obra milagros en nuestras vidas será abrumador. Es en la rendición a Cristo donde yace el secreto de la pureza, de la paz y del poder. Y también se acompaña de lo que George Cutting solía llamar Seguridad, Certeza y Goce. También conlleva la idea de logros exteriores y reposo interior.
Así, pues, como Espíritu de amor el Espíritu Santo se entristece cuando pecamos, porque nos ama.

Apagar al Espíritu

Blasfemar contra el Espíritu es un pecado cometido por incrédulos. Contristar y apagar al Espíritu son pecados cometidos por creyentes. Hemos de considerar ahora qué se entiende por apagar al Espíritu.
La concisa amonestación de Pablo es la siguiente: “No apaguéis al Espíritu” (). La palabra contristar sugiere la sensación de sentirse uno lastimado, entristecido. Y esto tiene que ver con la forma en que lastimamos el corazón del Espíritu Santo en nuestras vidas individuales. La palabra “apagar” significa “extinguir”, y justamente se adapta a la perfección con la referencia escritural al Espíritu Santo como un fuego. Cuando apagamos al Espíritu, extinguimos el fuego. Esto no quiere decir que lo expulsamos sino que suprimimos el amor y el poder del Espíritu cuando él trata de llevar a cabo su propósito por nuestro intermedio. Podemos apagarlo de diversas maneras, pero la figura del fuego sugiere dos aspectos por vía de advertencia.
Un fuego se apaga cuando desaparece la provisión de combustible. Cuando no despertamos nuestras almas, cuando no usamos los medios de gracia que tenemos a nuestra disposición, cuando dejamos de orar, de testificar o de leer la Palabra de Dios, cubrimos con cenizas las brasas del fuego del Espíritu Santo. Estas cosas que hemos mencionado y que dejamos de hacer, son los canales por los cuales corre el combustible que Dios nos da para mantener ardiendo el fuego. Y el Espíritu Santo quiere que utilicemos esos dones para mantener su llama en nuestras vidas.
La otra manera de apagar el fuego es extinguiéndolo, arrojándole agua o echándole encima una frazada o una palada de tierra. De manera similar los pecados deliberados apagan al Espíritu. Cuando criticamos, cuando actuamos despiadadamente, cuando minimizamos el trabajo de los demás con palabras desconsideradas, ahogamos el fuego y lo apagamos. Esto ocurre muchas veces cuando hay un reciente, nuevo o distinto movimiento del Espíritu de Dios, que no usa los viejos métodos tradicionales de proclamación o de servicio. Por ejemplo, apagan el fuego los cristianos que procuran bloquear lo que Dios está haciendo de una manera novedosa.
Queremos dejar claramente sentado un punto de vista de capital importancia: ningún cristiano tiene que pecar. Sin embargo, y a la inversa, no ha adquirido la incapacidad de pecar. Creemos que los cristianos pueden pecar, pero no tienen que hacerlo. Es posible mantener el fuego ardiendo; es posible no contristar al Espíritu. Dios nunca nos habría dicho que rechazáramos las malas acciones si nos resultara imposible hacerlo. ¡Gracias a Dios que no necesitamos pecar, si bien podemos hacerlo!
Desconocemos quién escribió las siguientes palabras sobre el Espíritu Santo, pero sí sabemos que nos han sido de gran ayuda: “No resistamos su arribo; no contristemos su estada; no apaguemos su salida. Abrámosle la entrada cuando llega; agradémosle como residente; obedezcámosle como el que sale a testificar de las cosas que conciernen a Cristo, sea por nuestro intermedio o por intermedio de otros”.
¿Hemos contristado o apagado al Espíritu de alguna manera en nuestras vidas? Son cosas muy serias que merecen nuestra más cuidadosa y prolija atención. Si la respuesta al interrogante es positiva, entendemos que este es el momento de confesar nuestros pecados a Dios y arrepentirnos de ellos. Y luego carninemos todos los días en la plenitud del Espíritu, claramente conscientes de su dirección y de su poder en nuestras vidas.
Billy Graham, El Espíritu Santo (El Paso, TX: Casa Bautista De Publicaciones, 2001), 135–143.
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