Así se dedujeron las glaciaciones

Historia de la ciencia

Nuestros antepasados más remotos tuvieron que superar unas ocho glaciaciones, pero esto solo lo empezamos a prefigurar a partir del siglo XVIII, y con un alto grado de controversia

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Glaciar Allalin, Suiza.

Stephane_Jaquemet / Getty Images/iStockphoto

La Tierra ha sufrido cambios climáticos continuos y violentos en los últimos millones de años. La reciente historia geológica así lo muestra. Las oscilaciones del clima han modificado hábitats en valles fluviales y cuencas lacustres; extendido y retraído bosques, praderas y desiertos; aumentado o disminuido el nivel del mar... Incluso los bordes continentales se han visto alterados, a veces con sus márgenes dejados a la intemperie tras la bajada del nivel del mar o desgajándose del resto de tierra firme.

Durante estas variaciones, el mundo ha tenido épocas muy frías en que grandes extensiones de hielo han dominado buena parte del territorio. Este fue el escenario del hombre del Paleolítico (hace entre unos 2,8 millones de años y 10.000 años), que tuvo que hacer frente a una glaciación tras otra.

Un termómetro cambiante

La creencia de que algunas partes de la Tierra han estado cubiertas por un manto helado es relativamente antigua. Ya en el siglo XVIII, el naturalista suizo Pierre Martel constató que los habitantes del valle de Chamonix (en el sudeste de Francia) atribuían la presencia de inmensos bloques erráticos al hecho de que los glaciares habían sido mucho más vastos.

Varios investigadores del siglo siguiente también respaldaron esta idea. Entre ellos figuraba el ingeniero suizo Ignaz Venetz, que en 1829 presentó un detallado escrito acerca de la existencia de pretéritos glaciales en la Academia Suiza de Ciencias Naturales. Pero su tesis fue recibida con escepticismo. La mayoría de los científicos de la época opinaba que la Tierra se había enfriado de forma gradual a partir de un estado inicial fundido.

En 1837, Schimper propuso el término Edad de Hielo para referirse a esa época de intenso frío

Venetz no fue el único naturalista en desafiar las ideas preconcebidas y en tratar de convencer a la comunidad científica de que, efectivamente, nuestro planeta había tenido un clima mucho más riguroso. Su compatriota Louis Agassiz le tomó el relevo. El joven geólogo y paleontólogo tuvo noticia de la revolucionaria teoría de Venetz gracias, en parte, al botánico Karl Friedrich Schimper, un amigo de la época universitaria.

En 1837, Schimper propuso el término Edad de Hielo (Eiszeit, en alemán) para referirse a esa época de intenso frío. Poco después, aquel mismo año, Agassiz la bautizó como glaciación, y argumentó su tesis en la Academia Suiza de Ciencias Naturales. Su propuesta, sin embargo, tuvo la misma gélida acogida que la de Venetz. Perseverante, se embarcó entonces en un ambicioso programa de observación de los glaciares de montaña.

De hecho, mandó construir un refugio en uno de los glaciares de Aar, en los Alpes suizos, con el fin de no malgastar ni pizca de tiempo en la investigación de las estructuras y los movimientos del hielo. Su trabajo se vio culminado con la publicación de Estudios sobre los glaciares (1840). Agassiz y sus seguidores demostraron que las grandes masas de hielo que constituían los glaciares dejaban un modelado inequívoco sobre la topografía y el paisaje.

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Louis Agassiz, naturalista que estudió a fondo los glaciares.

Dominio público

Gracias a él pudieron deducir que en otros tiempos hubo glaciares con una extensión de centenares de kilómetros, que el cálido clima se había encargado de acortar.

Las cuatro edades

Los Alpes centraron la atención de la glaciología durante todo el siglo XIX y principios del XX. Precisamente, fue en las estribaciones alpinas del sur de Alemania donde dos geólogos iban a realizar un nuevo descubrimiento. Albrecht Penck y Eduard Brückner hallaron pruebas que les llevaron a afirmar que hubo más de un episodio de extensión de la capa de hielo.

En concreto, cuatro períodos glaciales durante la última Edad de Hielo, que bautizaron como Günz, Mindel, Riss y Würm (del más antiguo al más reciente). Además, afirmaron que los tres períodos interglaciales que hubo entre ellos tuvieron un clima similar al actual y una duración mayor a la de las épocas de frío.

Estimaron que solo el interglacial entre Mindel y Riss se prolongó 240.000 años, cuando al total del período glacial apenas le atribuyeron 600.000 años. Sus resultados vieron la luz en una magna obra de tres volúmenes titulada Los Alpes en la Edad de Hielo (1909).

Revolución bajo el mar

Tras la Segunda Guerra Mundial, la incorporación de nuevas técnicas permitió estudiar el tiempo geológico desde el fondo marino, donde la sedimentación tiene lugar de forma lenta, continua y sin interrupciones erosivas. Los geólogos quedaron boquiabiertos con las muestras que hallaron en el lecho oceánico. La secuencia de cambios climáticos durante el Pleistoceno (hace entre 2,58 millones de años y 11.700) resultó más larga, compleja e intrincada de lo que se creía.

Tan solo en los últimos 800.000 años se observan al menos ocho grandes ciclos climáticos

Las estimaciones temporales de Penck y Brückner se revelaron incorrectas, y pronto se demostró que el Pleistoceno se había prolongado desde unos 2,5 millones de años atrás hasta hace 11.000 años. El registro marino, además, indicó que hubo más de cuatro glaciaciones. Tan solo en los últimos 800.000 años se observan al menos ocho grandes ciclos climáticos, consistente cada uno de ellos en una fase glacial y otra interglacial.

Otra sorpresa fue comprobar que la duración de los períodos interglaciares fue mucho más corta de lo que estimaron Penck y Brückner. No obstante, la comunidad científica aún no ha llegado a un acuerdo a la hora de concretarla.

En busca de las causas

¿Qué factores producen este baile de hielo y deshielo? En los años treinta del siglo pasado, el geofísico serbio Milutin Milankovitch propuso una explicación que parece ajustarse a los datos observados. Milankovitch señaló la influencia de las fluctuaciones que experimenta la órbita terrestre en su movimiento elíptico (se alarga y contrae cada 100.000 años).

La inclinación del eje de rotación de la Tierra varía un par de grados (adelante y atrás) cada 41.000 años. Simultáneamente, este eje experimenta un movimiento de cabeceo u oscilación que se completa cada 26.000 años. Milankovitch afirmó que son estas lentas y constantes fluctuaciones las que gobiernan los cambios climáticos. No obstante, los geofísicos sospechan que también hay otros factores en juego.

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Una de las glaciaciones formaría sobre la península escandinava una capa de tres kilómetros de espesor.

Dominio público

Algunos sugieren que una modificación de las corrientes marinas puede alterar en gran medida el clima. Hasta el punto de que hay quien relaciona el cierre natural del istmo de Panamá (hace unos tres millones de años) con el origen del enfriamiento general del planeta, detectado en muchas regiones hace unos 2,5 millones de años. Otros también vinculan el inicio de pequeños episodios de frío con la aparición de manchas solares.

La última glaciación

Actualmente vivimos en lo que los geólogos denominan Holoceno, el último período interglacial, relativamente estable y atemperado. Nada que ver con el último máximo glacial de hace 21.000-17.000 años, cuando la rigurosidad del clima comprometía la supervivencia. Basta decir que el nivel del mar descendió unos ciento viente metros respecto del actual, de tal modo que el canal de la Mancha podía cruzarse a pie.

Sobre la península escandinava se formó un casquete glacial de 3 km de espesor, y sobre Irlanda y Gran Bretaña, otro de entre 1,5 y 2 km. Enormes icebergs alcanzaban Lisboa, y en la península ibérica la temperatura media anual era entre diez y doce grados más fría que la actual. Mantos de hielo cubrían buena parte de la Europa septentrional, desde Escandinavia hasta el centro de Alemania.

Las emisiones de dióxido de carbono podrían frenar este proceso, tal vez incluso revertirlo

Al sur del frente helado se extendía un paisaje periglacial, aquel cuyo suelo está permanentemente congelado, hasta muchos metros de profundidad. Llamado permafrost, este suelo perdura en la actualidad en amplias extensiones de Siberia y Alaska, con más de trescientos metros de hondura. En el permafrost de hace 20.000 años los árboles no podían hundir sus raíces, por lo que solo la tundra (cubierta de líquenes, musgos y hierbas) tenía cabida.

En verano, cuando la temperatura diurna podía superar ligeramente los 0 °C, la capa superficial del suelo se deshelaba, y en él se abrían grandes encharcamientos y zonas pantanosas. Pero no todo eran paisajes desolados. Al sur de las tundras, una parte del continente estaba cubierto por bosques de coníferas, y las zonas mediterráneas, por bosques caducifolios (con hayas, robles y encinares, entre otras especies).

Dado que hoy gozamos de un período interglacial, es de esperar una nueva glaciación. La progresiva ola de frío supondría la pérdida de numerosa masa boscosa y la migración y extinción de variada fauna. Pero las constantes y elevadas emisiones de dióxido de carbono podrían frenar este proceso, tal vez incluso revertirlo. Esta es una de las crecientes preocupaciones relacionadas con el progresivo calentamiento global.

Si la Tierra empezara lenta e inexorablemente a calentarse, los casquetes de hielo de Groenlandia y la Antártida se fundirían por completo y, en consecuencia, el nivel del mar se elevaría, comprometiendo el futuro de las zonas costeras. El clima terrestre es cambiante, sensible y poco dado a hacer amigos. De nosotros depende entender y cuidar su equilibrio para evitar una catástrofe.

Este artículo se publicó en el número 523 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.

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