El año en que mostramos la hilacha




Aun cuando no es seguro que sea un dicho sólo chileno, es en Chile donde "mostrar la hilacha" tiene un uso que todos entienden. "Mostrar la hilacha" significa que una persona no era como parecía ser, sino peor. Que aparentaba más conocimiento, mejores maneras, mejores sentimientos, hasta que de pronto una actuación, un comentario, un desconocimiento de algo que se suponía debía conocer hace que "muestre la hilacha" y quede a la luz algo de impostura, de engaño, de rostro encubierto que hasta ese momento había disimulado con éxito.

Este dicho se inspira en el uso de una vestimenta que luce bien a primera vista, pero que al mirarla detalladamente se descubre que tiene varias hilachas colgando que anulan o disminuyen su supuesta elegancia.

Eso es lo que nos pasó en este año del Señor de 2015.

El 2014 se había inaugurado un nuevo gobierno lleno de propósitos reformadores. Había triunfado con comodidad y con la esperanza de que la economía, pese a las dificultades internacionales que atravesaba, tuviera una caída más dulce y una recuperación más rápida y que la reforma tributaria comenzara pronto a entregar los recursos necesarios para llevar a cabo las reformas prometidas.

Las cosas no fueron del todo así, la caída fue más brutal  y la recuperación, hoy lo sabemos, será muy lenta; la puesta en marcha de las reformas mostraron buenos encabezados, pero sus textos eran algo pobre.

Comenzaron a poco andar tendencias fundacionalistas y un atiborramiento de consignas en la coalición triunfante que se combinó con una gran rigidez en la oposición y el "lamento andino" de los empresarios, pero la sangre no llegó al río.

Concluyó el año con una cierta eficacia parlamentaria y con la idea de que el apoyo al gobierno saldría de su persistente mediocridad.

El año nuevo del 2015 fue más optimista que plañidero.

Duró poco, sin embargo. Los escándalos ligados al financiamiento de la política comenzaron por implicar a un partido de derecha, pero prosiguió con todo el arco político, dejando a muchos títeres sin cabeza.

Varios de los que criticaban a los primeros que cayeron terminaron como el cazador cazado.

Muy temprano y en pleno veraneo otro escándalo estalló en Palacio, cuyas esquirlas golpearon  injustamente a la Presidenta, que no pudo o no supo esquivarlas.

La granada fue arrojada desde muy cerca, por su propio entorno familiar. Aún el caso está siendo investigado por la justicia y no hay todavía un pronunciamiento de los tribunales, pero no es eso lo central, se trató de conductas profundamente incorrectas y reprochables ligadas a la codicia y eso no cambiará tenga o no sanción legal.

Pero el 2015 nos reservaba múltiples entuertos, catástrofes naturales graves y dolorosas, que se enfrentaron bien. Pero junto a ello una serie de dislates humanos de los que no podemos culpar a la naturaleza.

La Iglesia Católica continuó siendo escenario de desaciertos, hasta alcanzar los bajísimos niveles de aprecio ciudadano a los que ha llegado.

Varios empresarios criollos mostraron que la ética protestante de las que nos hablaba Max Weber, uniéndola a los orígenes del capitalismo, poco tenía que ver con la moral de ellos, que aman practicar la colusión con entusiasmo.

Como si todo fuera poco, en el año que ganamos por primera vez la Copa América de fútbol, quedó al desnudo la versión local de lo que venía sucediendo en el fútbol mundial. Este deporte tan popular que es, a la vez, una industria millonaria, era dirigido por un tunante megalómano rodeado de algunos amigos de la plata dulce.

Si ampliamos la mirada a la sociedad en su conjunto, tampoco estamos siendo testigos de un comportamiento social que une la exigencia de los derechos y de un bienestar mayor a una actitud consecuente con las responsabilidades que dichos derechos conllevan.

No vemos que a algunos movimientos estudiantiles les preocupe la calidad educativa y cuiden los bienes públicos, tampoco vemos una gran vocación de servicio público y de deber cívico en algunos funcionarios públicos, como lo mostró hasta la caricatura la huelga del Registro Civil, y en los dirigentes del magisterio que plantean con justicia mejores sueldos, pero ¡cuidado con hablar de evaluaciones severas, allí los ceños se fruncen y surgen las muecas de disgusto!

Terminamos el año con problemas de corrupción en el Ejército que nos indican a las claras que son necesarios controles externos y regularización presupuestaria en las labores de defensa.

Es decir, nos deshilachamos por muchas partes, por demasiadas partes, en este año pestífero para instituciones cercanas a las creencias, el afecto y la credibilidad de la gente.

Más vale reconocerlo, porque es el primer paso para enmendar conductas.

Lo peor es mirar para el techo, hacer como que no nos manchamos, seguir con la rutina haciéndonos los distraídos.

Es verdad, somos peores de lo que creíamos. Aun cuando comparativamente nuestro funcionamiento como país continúa siendo relativamente bueno y aunque hayamos acumulado muchos avances en los 25 años de vida democrática.

Pero somos más codiciosos, ventajistas,  violentos y tenemos niveles más altos de corrupción de lo que nos gusta imaginar. No sólo para el Congreso y los partidos políticos requerimos nuevas reglas de probidad, más controles y menos arbitrio.

¿Quiere decir que estamos en caída libre, derechito a la decadencia justo cuando nos acercábamos al umbral del desarrollo?

Sería una exageración afirmar eso, el contexto global y regional pasa por momentos muy difíciles y en ese cuadro Chile, pese a todo, continúa siendo una economía sólida, responsable, donde las cifras de empleo y los indicadores sociales han resistido hasta ahora.

La misma sensación de desconfianza y de molestia con el sistema político, y la conducta empresarial que se manifiesta en la gente,  muestra también conciencia de que hay una exigencia de combatir las malas prácticas y los abusos  y de no perder las buenas costumbres. Los malos manejos no son aceptados por la gente.

El gobierno no puede seguir viviendo su bajo apoyo y su alto rechazo como un destino, debe convencerse de que no es un problema de comunicaciones.

Si bien ha realizado cosas meritorias en algunos aspectos, hay problemas serios  en varios otros, por ejemplo, en su reforma principal, la de educación, donde ha quedado prisionero de consignas más doctrinarias que eficientes para llevar a cabo una mayor inclusión con calidad, utilizando de manera flexible todos los instrumentos que posee.

La educación es un derecho, por supuesto, pero para llevarlo a cabo se pueden utilizar distintos instrumentos, ninguno es sagrado y ninguno es satánico, tampoco las becas.

Quizás, los días de reflexión del fin de año puedan contribuir a que todos meditemos con serenidad sobre lo realizado y lo que queda por realizar.

La fortuna, vale decir la realidad, continuará siendo difícil. Es de esperar que la virtud, o sea la capacidad de dirección política, sea más certera el próximo año.

Ello permitiría que el 2016, en vez de andar con las hilachas colgando, andemos con unas costuras invisibles, que no nos arruinen la pinta.

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