La chispa de la vida

La chispa de la vida” ha sido uno de los eslóganes más conseguidos de Coca-Cola, y, en general, del mundo de la publicidad. De hecho, la expresión para una buena parte de la población –aunque quizás para las generaciones más jóvenes ya no– estará, siempre más, ligada a esta marca comercial. Todavía hoy recuerdo música e imágenes de los anuncios asociados al concepto.

La expresión es simpática –en ella misma, sin tener en cuenta la propaganda de marca– por lo que tiene de positiva y alentadora. Va más allá de la idea de las ganas de vivir, habla de lo que te anima e, incluso, de aquello por lo que vale la pena vivir. Es precisamente la pérdida de este sentimiento de vida lo que ha llevado a una ciudadana británica a desear la muerte. Cuando menos, se expresa en estos términos, dice que ha perdido “la chispa”. Así lo ha declarado la protagonista en un juicio, la sentencia del cual está removiendo la opinión pública en el Reino Unido.

C. –no ha trascendido su nombre– sufrió un cáncer de mama que ha superado. Cayó, sin embargo, a raíz de la enfermedad, en una depresión que la llevó a realizar un intento de suicidio, del que se recuperó con los riñones dañados y por eso necesita, para sostener la vida, un tratamiento de diálisis que se niega que le administren. Está cuerda –cuando menos, eso opinan tanto médicos como familiares– y el tribunal les ha dado la razón y, por lo tanto, le han concedido el derecho a rechazar el tratamiento médico que le salvaría la vida.

No tener “chispa” para ella significa que ya no se ve ni joven ni guapa, y que además es pobre, y por lo tanto no está dispuesta a sus 50 años a seguir viviendo. No quiere ser ni pobre, ni fea, ni vieja; toda una declaración de principios, además decidida e ina­mo­vible.

Para muchos una frivolidad bárbara por la cual la mayoría no estaríamos dispuestos a morir; pero que, en cambio, formula tres valores –tanto el dinero, como la juventud, como la belleza– que gobiernan nuestras vidas mucho más allá de lo que pensamos o estamos dispuestos a admitir. Porque, dejando de lado la crudeza del planteamiento, lo cierto es que en este caso se muestra sin ambages un aspecto de nosotros y de nuestra sociedad que no queremos ver ni reconocer, pero que tiene secuestrado nuestro estilo de vida en la medida en que les dejamos ser principios fundamentales de la misma.

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