CERDO

v. Puerco
Lev 11:7 también el c .. lo tendréis por inmundo
Deu 14:8 c, porque tiene pezuña hendida, mas no
Pro 11:22 zarcillo de oro en el hocico de un c
Isa 66:3 ofrenda, como si ofreciese sangre de c
Mat 7:6 ni echéis vuestras perlas delante de los c
Mat 8:31; Mar 5:12 permítenos ir a .. hato de c
Luk 8:33 entraron en los c; y el hato .. se ahogó
Luk 15:15 le envió a su .. para que apacentase c


Cerdo (heb. jazîr; gr. jóiros, hús). Animal doméstico ampliamente usado para la alimentación en el mundo antiguo, pero prohibo por inmundo en Lev 11:7 y Deu 14:8 Los judí­os no eran los únicos que rechazaban todo lo relacionado con él. Plinio dice que los árabes musulmanes, también lo consideraban inmundo los antiguos egipcios. Herodoto informa que un egipcio se lavaba inmediatamente si tocaba accidentalmente un cerdo, que no se permití­a la entrada a los templos de quienes los cuidaban, y que eran prácticamente imposible que uno de ellos pudiera encontrar esposa fuera del cí­rculo de los de su profesión. Por cuanto los judí­os sentí­an rechazo por los cerdos, se los menciona pocas veces en la Biblia (Pro 11:22; Mat 7:6; Luk 15:15; 2Pe 2:22; etc.). Pero, como lo señala Isaí­as en tiempos de apostasí­a aun éstos lo comí­an (Isa 65:4; 66:17). Por otro lado, el registro histórico demuestra cuán estrictamente los judí­os detestaban el uso de su carne en tiempos de los macabeos; muchas veces, la exigencia de Antí­oco IV Epí­fanes de que comieran cerdo para demostrar lealtad hacia él encontró obstinada resistencia, al punto de que algunos prefirieron la muerte antes de aceptar la demanda (2 Mac. 6:18-7:42). Después de la liberación de la tiraní­a de Antí­oco, su crianza (una práctica probablemente introducida por inmigrantes griegos, quienes consumí­an mucho porcino) fue ificialmente prohibida por Juan Hircano. El gran rebaño de puercos que Cristo permitió que se perdiera en el paí­s de los gadarenos (Mat. 8:30-32) no habrí­a pertenecido a judí­os, ya que el incidente ocurrió en la Decápolis,* donde la mayorí­a de la población era no judí­a helenizada. Llegar a cuidar cerdos era una humillación enorme para un judí­o; y el hijo pródigo aceptó hacerlo como último recurso (Luk 15:15). El “puerco montés” (Psa 80:13), un porcino salvaje, se podí­a encontrar hasta hace poco en algunas partes de Palestina, y tal vez no esté del todo extinguido en zonas alejadas del valle del jordán o del monte Carmelo. Bib.:P-NH viii. 78; Herodoto ii, 47. 227 Cereal. Véase Grano.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

uno de los nombres del puerco, latí­n porcus. Mamí­fero paquidermo, doméstico, artiodáctilo, de los suidos, cabeza gruesa, jeta acilindrada con hocico en forma de disco donde están las narices, caninos grandes que sobresalen, orejas caí­das, cuerpo grueso, patas cortas, cola corta y delgada. Domesticado desde el paleolí­tico, se ha empleado como alimento y como animal ritual en sacrificios como lo hací­an los griegos y otros pueblos paganos. Estas prácticas las condena La Escritura, y se castigaban duramente, pues el c. es inmundo Lv 11, 7; Dt 14, 8; Is 65, 4; 66, 3 y 17. Antí­oco IV Epí­fanes, queriendo unificar su imperio, derogó el reconocimiento que de la Ley de Moisés habí­a hecho Antí­oco III, su padre, en el 198, e impuso los cultos paganos a los judí­os, bajo amenaza de muerte, entre ellos sacrificar puercos en el templo y comer su carne 1 M 1, 45-51. Tal sucedió con Eleazar, escriba, quien sufrió el suplicio del apaleamiento por negarse a comer carne de puerco 2 M 6, 18 ss; igual en el martirio de los siete hermanos macabeos y su madre 2 M 7. En la Escritura, el c. es figura de lo sucio 2 P 2, 22, de lo bajo, de lo miserable Lc 15, 15, del mal gusto Pr 11, 22, todo lo contrario de lo sagrado Mt 7, 6. En el episodio evangélico de los endemoniados de Gadara, los espí­ritus inmundos se fueron a los puercos y se precipitaron al mar y murieron en el agua Mt 8, 30-32; Marcos habla del endemoniado de Gerasa 5, 1-20, como también Lucas en 8, 26-39.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

ver ANIMALES

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

Era incluido dentro de los animales que no se podí­an comer (Lev 11:7; Deu 14:8) y tradicionalmente tratado como el más inmundo y repulsivo de todos. Por eso se decí­a que una †œmujer hermosa y apartada de razón† era como †œun zarcillo de oro en el hocico de un c.† (Pro 11:22). Los esfuerzos de helenización de los judí­os por parte de †¢Antí­oco incluí­an el proponer que se hicieran sacrificios de c. Pero los judí­os se negaban y muchos preferí­an morir antes que sacrificar o comer puerco, como puede verse en el libro apócrifo 2Ma 6:18. Desde esa época existí­a la noción entre los sabios judí­os de que criarlos conllevaba una maldición. El †œhato de muchos c.† que se menciona en los Evangelios, donde el Señor sanó a unos endemoniados, era seguramente una crianza de gentiles, porque la región de †¢Gadara tení­a precisamente una gran población no judí­a (Mat 8:28-34; Mar 5:1-14; Luc 8:26-37). De igual manera hay que considerar la posibilidad de que los c. que cuidaba el hijo pródigo de la parábola, eran de algún gentil en la †œprovincia apartada† (Luc 15:11-32). Existí­an c. salvajes que dañaban las cosechas (Sal 80:9-14). Nombre cientí­fico: Sus domestica. †¢Animales de la Biblia.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, LEYE ALIM FAUN CUAD TIPO

vet, Estimado como impuro por la ley de Moisés (Lv. 11:7; Dt. 14:8). Animal omní­voro, consume cualquier basura y estiércol. En los climas cálidos se afirma que la carne de cerdo provoca enfermedades cutáneas. Los judí­os consideraban que la carne de cerdo era abominación. Este animal les simbolizaba la impureza y la villaní­a (Pr. 11:22; Mt. 7:6; 2 P. 2:22). Guardar cerdos era a los ojos de los judí­os la ocupación más menospreciable (Lc. 15:15). Los israelitas apóstatas comí­an de la carne de cerdo durante sus fiestas idólatras (Is. 65:4; 66:17). Antí­oco Epifanes ordenó a los judí­os que ofrecieran cerdos en sacrificio y que comieran su carne. De esta manera querí­a descubrir quiénes eran los judí­os fieles y los indiferentes, dispuestos a aceptar la religión de los conquistadores (1 Mac. 1:47, 50; 2 Mac. 6:18, 21; 7:1, 7). Numerosos judí­os se dedicaron a seguir las costumbres griegas y, posteriormente, Juan Hircano tuvo que prohibir la crí­a de cerdos. Cristo encontró, en el paí­s de Gadara, un gran hato de cerdos que pastaban (Mr. 5:11-13). No tenemos razones para suponer que los dueños de estos hatos fueran judí­os, puesto que en esta región habí­a colonias griegas; el hijo pródigo estuvo guardando cerdos en un paí­s lejano (Lc. 15:13).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

Animal impuro para los israelitas. Como tal, ni se podí­a comer, ni se podí­a ofrecer en sacrificio (Lev 11,7; Dt 14,8). Era un animal aborrecible (Mt 7,6). En la época helení­stica y romana llegó a gozar de mayor estima, hasta el punto de que se cuidaba en piaras (Mt 8,30-32; Mc 5,11-13; Lc 8,32). Pero para los judí­os fue siempre animal detestable. Ningún oficio más horrendo para ellos que el de porquero, por lo que supone de aceptar costumbres paganas. Sólo en la máxima necesidad se podí­a realizar este trabajo (Lc 15,15).

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

(-> alimentos, comida, pureza). La prohibición de comer carne de cerdo (ratificada por Lv 11,7 y Dt 14,8) no parece haber tenido una gran repercusión en tiempos antiguos, cuando en Israel existí­a una cultura social homogénea. Pero en la época de los macabeos*, cuando las lí­neas de distinción israelita corrí­an el riesgo de borrarse, ella viene a convertirse, con la circuncisión, en norma básica de identidad, siendo motivo de martirio.

(1) Motivos de separación y persecución. “A las mujeres que hací­an circuncidar a sus hijos las llevaban a la muerte, por edicto, con sus criaturas colgadas al cuello. La misma suerte corrí­an sus familiares y los que realizaban la circuncisión. Muchos en Israel se mantuvieron firmes y se resistieron a comer cosas impuras. Prefirieron morir antes que contaminarse con aquella comida y profanar la alianza santa; y murieron. Inmensa fue la Cólera que descargó sobre Israel” (cf. 1 Mac 1,63-66). Ciertamente, a los judí­os les define el altar (los sacrificios), con el libro de la Ley (el culto público), pero también, y de un modo muy particular, la vida familiar y personal, la circuncisión y las comidas. “Se obligaba a los judí­os a participar en los banquetes sacrificiales, degollando a los que no adoptaran las costumbres griegas” (2 Mac 6,8-9). “A Eleazar, uno de los principales escribas, varón de ya avanzada edad y de muy noble aspecto, le forzaban a abrir la boca y a comer carne de cerdo. Pero él, prefiriendo una muerte honrosa a una vida infame, marchaba voluntariamente al suplicio del apaleamiento después de escupir todo, como deben proceder los que tienen valentí­a para rechazar los alimentos que no es lí­cito probar ni por amor a la vida” (2 Mac 6,18-20). “Sucedió también que siete hermanos apresados con su madre eran forzados por el rey, flagelados con azotes y nervios de buey, a probar carne de cerdo (prohibida por la Ley). Uno de ellos, hablando en nombre de los demás, decí­a: Estamos dispuestos a morir antes que violar las leyes de nuestros padres…” (2 Mac 7,1-2).

(2) ¿Una misma comida para todos? La comida es un signo básico de vinculación social. El rey helenista pretende que todos los habitantes del imperio puedan participar en unas mismas comidas sacrales, avaladas por el único Dios universal, pues, a su entender, Zeus, Dionisio y Yahvé son variantes de una misma divinidad abarcadora. El texto reconoce que el rey ha querido identificar a Yahvé, Dios de Jerusalén, con Zeus Hospitalario, señor de todas las naciones (2 Mac 6,1-2). Estamos ante un conflicto de fondo entre dos culturas que intentan ser universales, cada una a su manera, ambas con grandes valores. Pues bien, en el momento de mayor crisis y enfrentamiento, la diferencia más honda viene a expresarse en temas que, mirados desde una perspectiva intimista, pueden parecer secundarios: la circuncisión, el sábado y, sobre todo, las normas de comidas. En esa lí­nea, la prohibición de comer carne de cerdo viene a presentarse como un signo muy concreto de identificación nacional y de ruptura con los pueblos del entorno. Todas las razones “fí­sicas” que se han dado y pueden darse para destacar el carácter ontológicamente negativo del cerdo (animal demoní­aco, maldición de Dios…) resultan equivocadas. Para un buen judí­o, el cerdo no es impuro por alguna cualidad fí­sica, sino porque Dios lo ha prohibido, como indican los viejos códigos de pureza e impureza de los animales (Dt 14,2-21; Lv 11,7; cf. Is 65,1-7; 66,3.17). Esa voluntad de Dios, codificada en la Ley nacional, distingue a Israel de los restantes pueblos. Por eso, ir contra ella significa ir en contra de la propia identidad, negar al mismo Dios, rechazar su voluntad. De esa manera, el cerdo se convierte en signo básico de confesión religiosa.

(3) El cerdo en el cristianismo primitivo. No parece que en el cristianismo primitivo haya existido una problemática fuerte sobre el cerdo, cuya carne no se menciona ni en las controversias paulinas (centradas en tomo a la cir cuncisión* y a los idolocitos), ni en el llamado Concilio de Jerusalén (donde se prohí­be la pomeia (prostitución*), los idolocitos y la carne mal sangrada), ni en el Apocalipsis (interesado en la pomeia y en los idolocitos). Los evangelios contienen algunas referencias significativas al cerdo, especialmente el logion de Mt 7,6: “no deis lo Santo a los perros, ni echéis las margaritas a los cerdos”. Cerdos y perros son, sin duda, los gentiles (que comen cerdo y que se mantienen en situación de impureza, como los perros). Este logion forma parte de la doctrina de una comunidad judeocristiana que quiere mantenerse separada de los gentiles. Fiel a su reinterpretación de la ley (Mt 5,17-20), Mateo lo ha conservado en su evangelio, aunque por su contexto (¡después del no juzguéis!: 7,1) nos está diciendo que debe interpretarse en un sentido no nacionalista, ni contrario a los gentiles. El mismo Mateo ha conservado también la referencia mí­tica de Mc 5,11-14 a los cerdos de Gerasa (cf. Mt 8,30-32). Pero en ese caso son los mismos demonios los que piden a Jesús que les deje meterse en los cerdos, con los que terminan ahogándose en el mar. Se trata, sin duda, de un texto simbólico, en el que se quiere decir que la tierra de Gerasa queda “libre de cerdos”, es decir, es una tierra pura. Finalmente, el hijo pródigo, que ha gastado su dinero en tierra extraña, sólo puede trabajar como porquero, no pudiendo ni siquiera comer las bellotas que los cerdos comen (cf. Lc 15,15-16). Los cerdos siguen siendo aquí­ un signo de la gentilidad, entendida como lejaní­a respecto de la casa del padre. Sea como fuere, pasado cierto tiempo, los cristianos no han tenido dificultad en comer carne de cerdo, conforme a la indicación de Jesús en Mc 7,19 cuando afirma que toda comida en cuanto tal es pura.

Cf. M. DOUGLAS, Pureza y peligro. Un análisis de los conceptos de contaminación v tabú. Siglo XXI, Madrid 1991, 1-26.CESAR, TRIBUTO AL
(-> denario, dinero, economí­a). Los fariseos con los herodianos le preguntan a Jesús: “¿Es lí­cito pagar tributo al césar?” (Mc 12,14). La pregunta está en el centro de la problemática celota: el tributo es signo de sumisión polí­tica; Israel, pueblo de Dios, deberí­a negarse a pagarlo. Jesús responde con una palabra discutida (“devolved al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios”: Mc 12,17), que puede entenderse, al menos, de tres formas: como sentencia irónica: ¡si la moneda e inscripción son del césar, devolvérsela a su dueño!; como reprensión contra aquellos que utilizan la moneda del césar, para decirles: ¡que ellos paguen sus tributos!; como expresión de una distinción de niveles: en un nivel de gratuidad pertenecemos a Dios, en un nivel de imposición y orden social somos súbditos de Roma. En esa última lí­nea, a veces se ha supuesto que Jesús habrí­a distinguido en un sentido bien moderno los dos planos, concediendo al estado el poder sobre los cuerpos (la organización externa de la vida) y conservando para Dios la dimensión interna (la fe, la experiencia espiritual). A mi juicio, esa distinción resulta inexacta, pues proyecta sobre el tiempo de Jesús una división moderna (intimista, ilustrada) de interioridad y mundo externo, convirtiendo la religión en asunto privado, cuestión de conciencia. Ciertamente, Jesús no actuó con métodos polí­ticos de guerra y lucha económica, pero su Reino se situaba en un plano bien concreto de pan y casa compartida, de amor y de relación social. La diferencia entre Dios y el césar no está en la separación de lo interior y lo exterior, pues a Dios pertenece también todo lo exterior (lo material y lo social), sino en la diferencia entre la gratuidad (Dios) y el orden legal (césar). Como sabe y dice Pablo en Rom 13, la ley del césar está vinculada al tributo y a la espada, es decir, a los métodos de imposición. En contra de eso, el reino de Dios ha de entenderse como poder de gratuidad. Ciertamente, a Dios le pertenece todo, pero sólo en un nivel de gratuidad, superando el nivel de los tributos y de las espadas. Sin embargo, en otro plano, mientras seguimos viviendo en un mundo de violencia, resulta necesaria la ley, que puede y debe ponerse al servicio del mismo orden de Dios. Por eso, mientras no llegue el Reino, sigue siendo necesario el orden de las cosas del césar, vinculadas al tributo (como sabe este pasaje de Mc 12,13-17), y sigue siendo necesaria la espada (como sabe Rom 13). Pero, en su verdad más honda, las cosas de Dios desbordan el nivel del césar y sólo pueden desplegarse en gratuidad.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

(gr. kjói·ros; hys [cerda]; heb. jazí­r [cerdo; verraco]).
El cerdo doméstico (Sus domestica) es un mamí­fero de tamaño mediano, pezuña hendida y patas y cola cortas, cuyo cuerpo robusto y de piel gruesa por lo general está cubierto de cerdas toscas. Tiene el hocico achatado y el cuello corto. Debido a que no es rumiante, la ley mosaica lo clasificaba entre los animales que no eran aceptables ni para alimento ni para sacrificios. (Le 11:7; Dt 14:8.)
Aunque esta prohibición de comer cerdo no se basaba necesariamente en cuestiones de salud, habí­a, y todaví­a hay, ciertos riesgos relacionados con el uso de esta carne en la alimentación. Como estos animales son omní­voros —comen hasta carroña y despojos—, propenden a infectarse con diversos organismos parásitos, como los que producen las enfermedades de la triquinosis y la ascaridiasis.
Parece que los israelitas solí­an considerar muy asquerosos a los cerdos, de ahí­ que para transmitir el grado máximo de repugnancia en la adoración, se dijera: †œEl que ofrece un regalo… ¡la sangre de cerdo!†. (Isa 66:3.) Para los israelitas pocas cosas serí­an menos apropiadas que un cerdo con una nariguera de oro en el hocico, por lo que Proverbios 11:22 lo compara a una mujer que por fuera es hermosa pero que no es sensata.
Aunque los israelitas apóstatas comí­an cerdo (Isa 65:4; 66:17), los libros apócrifos de Primero de Macabeos (1:65, NC) y Segundo de Macabeos (6:18, 19; 7:1, 2, NC) muestran que durante la dominación del rey sirio Antí­oco IV Epí­fanes y su violenta campaña para erradicar la adoración de Jehová, muchos judí­os rehusaron comer carne de cerdo, y prefirieron morir por violar el decreto del rey antes que quebrantar la ley de Dios.
Si bien habí­a otras naciones que tampoco comí­an cerdo, para los griegos era un manjar exquisito. Por tanto, probablemente como resultado de la influencia helénica, parece ser que para el tiempo del ministerio terrestre de Jesucristo habí­a bastantes cerdos en Palestina, en especial en la región de la Decápolis. En el paí­s de los gadarenos habí­a al menos una piara de unos dos mil cerdos. Cuando Jesús permitió que los demonios que habí­a expulsado entraran en esta gran piara, todos los animales sin excepción se precipitaron por un despeñadero y se ahogaron en el mar. (Mt 8:28-32; Mr 5:11-13.)

Los demonios expulsados que entraron en los cerdos. No se puede culpar a Jesús por haber permitido que los demonios entraran en los cerdos, pues es muy posible que haya habido ciertos factores envueltos que no se especifican, como el que los dueños de los cerdos fuesen judí­os y por lo tanto culpables de no respetar la Ley. Por supuesto, Jesús no tení­a por qué prever lo que iban a hacer los demonios una vez entraran en los animales inmundos. Puede que los demonios hayan deseado tomar posesión de los cerdos con el fin de derivar cierto placer sádico y contranatural. Por otro lado, pudiera razonarse que un hombre vale mucho más que una piara de cerdos. (Mt 12:12.) Además, todos los animales pertenecen a Jehová debido a que El es su Creador; por consiguiente, como representante de Dios, Jesús tení­a todo el derecho de permitir que los demonios tomaran posesión de la piara de cerdos. (Sl 50:10; Jn 7:29.) El que los demonios entraran en los cerdos fue prueba concluyente de que ya no poseí­an a los hombres, y también dejó muy claro a los ojos de los observadores el daño que les sobrevení­a a las criaturas carnales poseí­das por demonios. Además, aquello demostró a los observadores humanos el poder de Jesús sobre los demonios y el de estos sobre las criaturas carnales. Todo ello tal vez cumpliera el propósito de Jesús y explique por qué permitió que los espí­ritus inmundos entraran en los cerdos.

Uso ilustrativo. Jesús utilizó la incapacidad de los cerdos de reconocer el valor de las perlas cuando ilustró la imprudencia de compartir valores espirituales con los que no tienen ningún aprecio por estos. (Mt 7:6.) Y en su ilustración del hijo pródigo, acentuó la degradación en la que se sumió el joven cuando dijo que tuvo que alquilarse como porquerizo (trabajo muy despreciable para un judí­o) y que incluso estaba dispuesto a comer el alimento de estos animales. (Lu 15:15, 16.)
El apóstol Pedro comparó a los cristianos que vuelven a su anterior proceder en la vida con una cerda que de nuevo se revuelca en el fango después de haber sido bañada. (2Pe 2:22.) Sin embargo, es obvio que en lo que respecta al cerdo, esta ilustración no tiene el propósito de ir más allá de lo que expresan esas palabras. En realidad, en condiciones naturales el cerdo no es más sucio que otros animales, aunque le gusta revolcarse en el fango de vez en cuando con el fin de refrescarse del calor del verano y para quitarse de la piel cualquier parásito externo.

Fuente: Diccionario de la Biblia

coiros (coi`ro”, 5519), cerdo. Se usa en forma plural, solo en los Evangelios Sinópticos (Mat 7:6; 8.30-32; Mc 5.11-13,16; Luk 8:32,33; Luk 15:15,16). No aparece en el AT.¶

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento