CERTEZA, CERTIDUMBRE

La seguridad que se tiene de alguna verdad o cosa. El vocablo hebreo aken se utiliza para aseverar algo con énfasis. Jacob dijo en Bet-el: †œCiertamente Jehová está en este lugar† (Gen 28:16). †¢Labán dijo a Jacob: †œCiertamente hueso mí­o y carne mí­a eres† (Gen 29:14). †¢Eliú se expresó, diciendo: †œCiertamente, espí­ritu hay en el hombre† (Job 32:8). La certeza puede ofrecerse, recibirse o buscarse. Las promesas de Dios producen seguridad y certidumbre (†œLos juramentos a las tribus fueron palabra segura† [Hab 3:9]). Pablo escribí­a que †œtodas las promesas de Dios son en él Sí­, y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios† (2Co 1:20). El autor de Hebreos decí­a: †œPero deseamos que cada uno de vosotros muestre la misma solicitud hasta el fin, para plena certeza de la esperanza† (Heb 6:11).

Toda la Biblia asegura que la confianza en Dios, la fe en él, es la base de toda certeza (†œEs, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve† [Heb 11:1]). Podemos tener certidumbre de todo lo dicho o prometido por Dios en razón de su propia naturaleza, que no cambia (†œJesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos† [Heb 13:8]). Por eso hay que confiar en él, y no en las riquezas, †œlas cuales son inciertas† (1Ti 6:17).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

1. Fundamento para la plena seguridad (fianza, prenda, o prueba). 2. Estado de certidumbre. En ambos testamentos se describe la fe como un estado de seguridad basado en afirmaciones divinas inspiradoras de confianza.

El sentido 1 se encuentra en Hch. 17.31, donde Pablo declara que al haber levantado a Jesús de los muertos, Dios ha “dado fe (°vm “certeza”) a todos los hombres” (pistis, base objetivamente suficiente para creer) de que él juzgará al mundo. Cf. 2 Ti. 3.14, donde se recomienda a Timoteo que persista en aquello de lo cual se “persuadió” (voz pasiva de pistoō, hacer cierto), seguridad derivada en este caso del conocimiento que tenía Timoteo de sus maestros y de las Escrituras.

El sentido 2 se expresa sistemáticamente por el sustantivo plēroforia (plenitud de conviccion y confianza), que °vrv2 traduce “ plena certeza/certidumbre”. Leemos acerca de “toda la riqueza de la plēroforia de la inteligencia” (°vm) (“una riqueza de certidumbre tal como la que produce el entendimiento”, Arndt) (Col. 2.2) ; de acercarnos a Dios con plēroforia de fe (He. 10.22); de mantener la plēroforia de la esperanza (He. 6.11); y de la predicación del evangelio “en el Espíritu Santo y en plena plēroforia, e. d. con absoluta convicción, obra del Espíritu, tanto en el predicador como en los convertidos (1 Ts. 1.5). Pablo usa la voz pasiva del correspondiente verbo plēroforeō (lit.“ser completamente llenado; estar completamente resuelto”, Ec. 8.11, LXX; “estar completamente satisfecho”, papiros [véase LAE, pp. 82]) para indicar la condición de estar plenamente convencido en cuanto a la voluntad de Dios (Ro. 14.5) y su capacidad para cumplir sus promesas (Ro. 4.21). Otra forma pasiva (pepeismai, “estoy persuadido”) presenta la convicción de Pablo de que Dios lo puede guardar (2 Ti. 1.12), y que nada lo puede separar del amor de Dios (Ro. 8.38s). Esta forma pasiva señala el hecho de que la seguridad del cristiano no constituye una expresión de optimismo o de engreimiento humano, sino una persuasión que proviene de Dios. Constituye, en verdad, tan sólo un aspecto del don de la *fe (cf. He. 11.1). El testimonio de Dios es su fundamento, y el Espíritu Santo su autor.

En el NT la fe segura tiene un doble objeto: primero, la verdad de Dios revelada, entendida en su conjunto como una promesa de salvación en Cristo; segundo, el interés del mismo creyente en dicha promesa. En ambos casos la seguridad es correlativa del testimonio divino, a la vez que derivada del mismo.

1. Dios testifica a los pecadores que el evangelio es su verdad. Esto lo hace tanto por los milagros y dones carismáticos que autenticaron a los apóstoles como sus mensajeros (He. 2.4), como también por la iluminación del Espíritu que permitió a sus oyentes reconocer y recibir el mensaje “no como palabra de hombres, sino según es en verdad la palabra de Dios” (1 Ts. 2.13, cf. 1.5).

2. Dios testifica a los creyentes de que son hijos suyos. El don del Espíritu de Cristo (véase Hch. 2.38; 5.32; Gá. 3.2) es en sí mismo el testimonio de Dios de que los ha recibido en el reino mesiánico (Hch. 15.8), y que ahora lo conocen como Salvador (1 Jn. 3.24). Esta dádiva, las “arras de nuestra herencia” (Ef. 1.14), los sella como posesión eterna de Dios (Ef. 1.13; 4.30), y les asegura que ahora, mediante Cristo, son sus hijos y herederos. El Espíritu da testimonio de esto impulsándolos a dirigirse a Dios como “Padre” (Ro. 8.15s; Gá. 4.6) y dándoles la seguridad de su amor paternal (Ro. 5.5). De ahí la libertad y el gozo delante de Dios y los hombres que en todo lugar caracterizan la religión del NT.

Aquí, sin embargo, el autoengaño representa un peligro, pues un fuerte convencimiento de estar en una relación salvífica con Dios puede ser una fuerte ilusión de origen demoníaco. La seguridad interior, por lo tanto, debe ser verificada mediante comprobaciones morales y espirituales externas (cf. Tit. 1.16). Las epístolas de Juan se ocupan directamente de este enfoque. Juan especifica que una correcta creencia respecto a Cristo, el amor hacia los demás creyentes, y la rectitud de conducta son signos objetivos de que se es hijo de Dios y de que se lo conoce como Salvador (1 Jn. 2.3–5, 29; 3.9s, 14, 18s; 4.7; 5.14, 18). Aquellos que hallan en sí mismos estas señales podrán asegurar (lit., “persuadir”) sus corazones en la presencia de Dios cuando un sentimiento de culpa les haga dudar de su favor (1 Jn. 3.19). Pero la ausencia de estas señales demuestra que cualquier seguridad que se pueda sentir es ilusoria (1 Jn. 1.6; 2.4, 9–11, 23; 3.6–10; 4.8, 20; 2 Jn. 9; 3 Jn. 11).

Bibliografía. L. Berkhof, The Assurance of Faith; G. Delling, TDNT 6, pp. 310s; R. Schippers, NIDNTT 1, pp. 733ss; y entre otras obras antiguas, W. Guthrie, The Christian’s Great Interest, 1658.

J.I.P.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico