Ilustración por Marta pucci

Tiempo de lectura: 11 min

Una breve historia de los productos menstruales modernos

¿Cómo llegamos a los tampones y toallas que conocemos hoy en día?

*Traducción: Carolina Tafur

Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, la menstruación ha sido asociada a tabúes y estigmas. Incluso cuando se comenzaron a desarrollar las tecnologías menstruales modernas, estas se mantuvieron al margen del discurso dominante debido a creencias acerca de la menstruación como algo antihigiénico y su discusión como algo “inapropiado”.

La palabra “periodo” (para referirse a la menstruación) solo fue utilizada por primera vez en la televisión norteamericana en 1985. Sin embargo, la innovación tecnológica no se vio frenada por estas normas culturales y en 1896 las primeras toallas desechables ya estaban saliendo al mercado. Actualmente, los productos menstruales constituyen una industria multimillonaria alrededor del mundo, con anuncios publicitarios en las franjas de máxima audiencia y un sinnúmero de productos en el mercado.

¿Cómo pasamos de vendas y fibras vegetales a copas menstruales y tampones modernos (1)? Y en la medida en que las tecnologías del periodo mejoran, ¿qué han cambiado para las personas que las usan?

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1800 - 1900: el cambio de siglo – De lo reusable a lo desechable

Durante la mayor parte del siglo XIX, las prendas menstruales de franela o tela tejida hechas en casa fueron la norma.

Con el cambio de siglo, un nuevo mercado de la “higiene” menstrual surgió a partir de las preocupaciones sobre el crecimiento de bacterias en los productos reusables mal lavados entre posturas. Entre 1854 y 1915, salieron veinte patentes para productos menstruales, incluyendo las primeras copas menstruales (hechas generalmente de aluminio o caucho), pantalones de goma (literalmente bombachos o ropa interior con revestimiento de goma) y las toallas Lister (precursoras de las toallas higiénicas modernas) (3).

Pantalones de caucho para el periodo (3).

Aunque para la década de 1870 los productos menstruales ya se vendían puerta a puerta, los primeros productos comerciales disponibles para el público en general tardaron veinte años más en aparecer en catálogos. Al mismo tiempo se introdujeron accesorios menstruales tales como el “Cinturón elástico interior femenino” (un cinturón de seda y elástico al cual se le ataba una toalla) y la “Toalla antiséptica y absorbente” (2).

En la década de 1890 nuevos accesorios comenzaron a aparecer en catálogos. Por ejemplo, el Cinturón elástico interior femenino, hecho de seda y elástico, y al cual se le podía atar una toalla (2).

Sin embargo, mientras los inventores comenzaban a ver la necesidad de estos productos, los tabúes morales que rodeaban a la menstruación aún hacían que los consumidores se mostraran reacios a ser vistos comprándolos. Tal fue el caso del fracaso comercial de las toallas Lister, las primeras toallas desechables hechas de gasa y algodón, y que salieron al mercado en 1896 (2).

1900 - La Primera Guerra Mundial: Lecciones del campo de batalla

Durante la Primera Guerra Mundial las enfermeras notaron que la celulosa era más efectiva absorbiendo sangre que las vendas de tela. Esto inspiró la primera toalla higiénica Kotex de celulosa, hecha con los sobrantes de vendajes de guerra de alta absorción, que salió al mercado por primera vez en 1918.

Para 1921, Kotex se había convertido en la primera toalla sanitaria comercializada con éxito para el consumo masivo (3, 1). Además de proporcionar la innovación para un producto que cambiaría drásticamente las opciones que las mujeres tenían a su disposición, la guerra también causó otro giro importante en la vida de las mujeres: ahora debían contribuir a la producción en las fábricas de una manera nunca antes vista. Durante la Segunda Guerra Mundial, los dueños de las fábricas fomentaron el uso de productos menstruales, mediante publicidad y modificaciones en el diseño de las instalaciones sanitarias, para “endurecer” a las mujeres, con el fin de que continuaran trabajando durante su sangrado mensual. (Esto a pesar de la puesta en duda generalizada de la “estabilidad emocional” de las mujeres – por ejemplo, se animaba a las mujeres piloto a no trabajar durante “esos días del mes”).

El inicio de la popularización de los productos menstruales significó que las mujeres tomaran mayor control sobre su autonomía, permitiéndoles trabajar y participar en actividades por fuera de casa, de una manera que antes no les había sido posible (3).

1930 - 1940: “La Era Kotex” – Atrayendo a las masas

Aunque las vendas de tela hechas en casa siguieron en uso en toda Europa hasta los años 40 del siglo pasado, en la década de los 30 la creación de ofertas de productos para el periodo se disparó (1). Los tampones desechables modernos se patentaron en 1933 con el nombre de “Tampax”.

Debido a la preocupación sobre la higiene en relación con la proximidad de las toallas higiénicas con las bacterias fecales, la comunidad médica consideraba los tampones como una alternativa más saludable (4). La doctora Mary Barton, una médica británica de la época, expresó la misma opinión en una correspondencia publicada en la revista British Medical Journal en 1942 (11). Así comienza su artículo: “Como mujer y como médico, siento que no debo dejar pasar sin comentar la correspondencia sobre este tema.” (p. 709). En este se refiere a la preocupación que había en la época de que los tampones fueran “impropios” y señala que los tampones no causan abrasiones ni forúnculos en la vulva, tal como había observado en muchas de sus pacientes que usaban toallas sanitarias. En este artículo también admite que dejarse el tampón puesto por mucho tiempo puede llevar a una infección (11).

Encuestas médicas y de mercadeo revelaron que la mayoría de las mujeres que aprendieron a ponerse un tampón correctamente, no volvió a usar toallas. Sin embargo, muchas comunidades aún se mostraban renuentes de aceptar los tampones debido a preocupaciones morales sobre virginidad, masturbación y su potencial anticonceptivo (1). La doctora Barton incluye estas preocupaciones en su reporte al mencionar que los profesionales de la salud deberían tener en cuenta las preocupaciones personales de los pacientes con respecto a la posible ruptura del himen (11). Dicho esto, se manifiesta como una fuerte partidaria de mayores opciones para las mujeres:

"Con toda certeza no conservamos nuestra feminidad a costa de la incapacidad para hacer de nuestro periodo menstrual un proceso tan cómodo e inconspicuo como sea posible. Creo que la feminidad es una actitud mental que es consistente con el conocimiento y la experiencia, y debería rechazar solo aquellas ‘mejoras’ que invadan nuestra receptividad o frustren nuestros intentos de promover la salud y la felicidad” (11).

No obstante, debido a que la gente seguía indecisa sobre los tampones, las innovaciones en toallas higiénicas continuaron desarrollándose. Mary Beatrice Davidson Kenner, una inventora afroamericana, patentó el cinturón sanitario en 1956. Este fue el primer producto que usó adhesivo para fijar la toalla (5).

En 1927, Johnson & Johnson contrató a la psicóloga pionera Lilian Gilbreth para conducir un estudio de mercadeo de la toalla higiénica (6). Gilbreth entrevistó a miles de mujeres en Estados Unidos haciéndoles preguntas sobre tamaño y ajuste (las toallas solían ser demsiado grandes y con bordes rígidos), así como preguntas sobre sus preferencias (la mayoría de las mujeres querían empaques más pequeños y discretos). Este estudio inspiró una nueva ola de campañas publicitarias enfocada a permitir que las niñas mantuvieran su inocencia, por así decirlo, separando la menstruación del sexo y la reproducción.

Estos anuncios mostraban cómo los productos menstruales hacían posible que las niñas participaran en deportes y actividades recreativas, reforzando la idea de las niñas adolescentes como jóvenes enérgicas (3). Las campañas publicitarias de tampones también adoptaron la misma estrategia con la esperanza de superar las preocupaciones morales que la gente aún mostraba.

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1950 - 1990: La edad moderna – Tragedia, activismo y regulación

Las modificaciones creativas a los productos menstruales continuaron en la era de la paz, el amor y el rock and roll. Las primeras toallas sin cinturón aparecieron en 1972 e inspiraron variaciones para flujos fuertes, ligeros, así como las toallas mini. La década de 1980 vio el lanzamiento de las versiones modernas de las toallas extra largas, así como de las toallas con alas.

La popularidad de los tampones también continuó creciendo. Sin embargo, una preocupación masiva sobre su riesgo a la salud hizo noticia cuando se reportaron más de 5000 casos de síndrome de choque tóxico (TSS) entre 1979 y 1996. La mayoría de los casos estuvieron relacionados a una marca de tampones en particular y a materiales específicos que hoy en día no se comercializan. Si bien estas alarmas sanitarias no disuadieron a las mujeres de usar estos productos, pusieron en evidencia la falta de regulación por parte del Estado sobre la seguridad y composición de los productos menstruales. Esto llevó a un nuevo enfoque en alternativas más “naturales”.

En 1956, Leona Chalmers actualizó la copa menstrual, usando materiales más suaves para hacer un producto más parecido al que usamos en la actualidad (5).

Las primeras copas menstruales estaban hechas de aluminio y caucho; hoy en día, normallmente están hechas de silicona (2).

También se intentaron desarrollar opciones más extremas, como un polvo para ser insertado dentro de la vagina con el fin de neutralizar el pH de la sangre menstrual y así prevenir el cultivo de bacterias (3). Si bien las ideas más exéntricas no despegaron, las copas menstruales reutilizables, las esponjas para el periodo y otras opciones biodegradables se volvieron más populares en la década de 1970, cuando la segunda ola de movimientos feministas y ambientalistas creció (3). Las toallas mini fueron un éxito desde el momento que salieron al mercado, inspirando cartas provenientes de mujeres que finalmente podían sentirse cómodas con su periodo (1).

En la medida que el movimiento feminista animó a las mujeres a sentirse más cómodas con sus cuerpos, aquellas mujeres que estaban resentidas con una sociedad que esperaba que escondieran y se sintieran avergonzadas de su periodo, adoptaron el sangrado libre (aunque esta idea no llegó a ser muy popular) (3).

El avance más revolucionario para el manejo del periodo llegó en 1971, cuando una clínica de mujeres introdujo el “método de extracción” (3). Este invento surgió de la investigación sobre abortos seguros (8). Con este método las mujeres usan un artefacto que succiona todos los contenidos del útero, acortando los periodos de aproximadamente 5 días a tan solo algunos minutos. Este procedimiento fue visto como una bendición por atletas y mujeres con periodos muy dolorosos, y sus inventores patentaron herramientas más seguras y efectivas a lo largo de los años 70 (5). No obstante, a pesar de sus beneficios, la investigación sobre la seguridad de este procedimiento fue restringida, en parte por su asociación con los abortos tempranos (5). Adicionalmente, este método requería de un médico que realizara el procedimiento, haciéndolo potencialmente costoso (3). Esto, en conjunto con la ausencia de datos de investigación sobre sus potenciales efectos a largo plazo, previnieron que este método se popularizara.

2000 - Hoy: ¿Dónde nos encontramos ahora?

Hoy en día hay un sinnúmero de opciones para manejar el periodo, desde ropa interior para la menstruación hasta copas menstruales, pasando por toallas y tampones orgánicos, así como los tampones tradicionales y las toallas extra largas. En la primera década del siglo XXI, 80% de las mujeres usaban tampones, aunque las toallas y los protectores no se quedaban atrás (9). Incluso las opciones de tela del siglo XIX se están volviendo a poner de moda, con cada vez más opciones de ropa interior antibacteriana para el periodo en el mercado.

A medida que crece la preocupación por el impacto ambiental de los productos desechables, muchas personas están volviendo a los métodos orgánicos reusables, como las esponjas marinas menstruales y las copas de silicona (a pesar de que ambos productos han sido asociados a casos de TSS) (10, 12, 13). A medida que tenemos un mejor entendimiento sobre nuestras opciones para manejar el periodo, somos más capaces de tener mayor control sobre nuestra salud y tomar las mejores desiciones para nuestro cuerpo y vida.

Si bien las mujeres siempre han estado íntimamente involucradas en el desarrollo de productos para el periodo menstrual, el emprendimiento femenino continúa creciendo en este mercado.

Los productos y campañas publicitarias también están cambiando su enfoque para incluir a todas aquellas personas que tienen periodos, como los hombres trans y las personas no binarias.

Irónicamente, al principio se esperaba que las mujeres escondieran su menstruación para parecer más femeninas, limpias y capaces. Incluso en la actualidad los promotores de estos productos continúan usando estrategias basadas en el miedo a “ser descubiertas” para vender desde productos perfumados hasta empaques discretos y silenciosos. Pero estas campañas también han dado un giro hacia un mensaje más feminista, promoviendo el uso de tampones como algo liberador que permite a las mujeres tener control sobre sus cuerpos y así participar en áreas de la sociedad que antes las excluían (3).

La historia nos muestra que los avances en las tecnologías menstruales han tenido un impacto significativo en la salud y la libertad personal y profesional femeninas. De patentes a pilotos, las tecnologías menstruales le han abierto las puertas a las mujeres y personas con ciclo a lo largo de la historia.

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