Granada

La evolución de los sentidos

  • Ciencia. La forma de funcionar de los sentidos es una consecuencia de la adaptación al medio en una evolución constante a lo largo de milenios El gusto actúa en contacto con las sustancias

LA especie Homo Sapiens es muy joven: surgió como mucho hace 200 mil años, parece ser que en África. Si se compara su edad con los 3 millones de años que, por término medio, tiene de vida una especie de mamífero, nos damos cuenta de que somos una especie recién nacida, como quien dice... Y no obstante, nuestra evolución cultural es tan acelerada que está totalmente desfasada de la evolución biológica.

El desarrollo de los sentidos que ha experimentado el Hombre ha sido controlado por el fenómeno evolutivo y ha estado íntimamente relacionado con las condiciones físicas y químicas del ambiente que nos ha rodeado en el transcurso de los tiempos.

El Hombre posee cinco sentidos. Los ojos nos permiten relacionarnos con el medio interpretando la energía luminosa visible. Son los órganos sensoriales de mayor potencia en un medio aéreo, ya que son los de más largo alcance y los más rápidos: la información ambiental a través de la luz viaja a enormes velocidades. El Hombre es un animal diurno y como tal ha logrado ver colores. También, como primates que somos, tenemos visión estereoscópica. Sin embargo, no hemos desarrollado una gran agudeza visual ni tampoco una gran visión en la lejanía, ni abarcamos mucho campo de visión.

El oído permite relacionarse gracias a las ondas sonoras que viajan a través de un medio fluido, por ejemplo la atmósfera o el agua. El oído tiene un desarrollo medio en el Hombre: no somos capaces de oír sonidos ni muy graves ni muy agudos (ultrasonidos) y nuestra potencia auditiva está moderadamente desarrollada.

El tacto es el justo para un animal sobre todo visual, aunque el Hombre tiene zonas corporales con un mayor desarrollo táctil debido al uso. Me refiero a la cara y, sobre todo, a las manos.

El olfato, el más primitivo, es relativamente escaso si lo comparamos con otros mamíferos, aunque no siempre fue así. Esto se debe a que cuando nos convertimos en animales bípedos, separamos la nariz del suelo y dejamos de utilizar el olfato como sentido primordial de alerta.

El gusto también está discretamente desarrollado, aunque es muy versátil como corresponde a un animal omnívoro.

Nuestros cinco sentidos son una conexión con el mundo externo. Mandan señales a nuestro cerebro, que interpreta los mensajes y percibe lo que hay alrededor de nosotros. La mayoría de la información que nuestros sentidos perciben nunca es reconocida por el cerebro. Nuestras experiencias, creencias y cultura influyen en lo que notamos de los miles de estímulos que nuestros sentidos están recibiendo. Nuestro cerebro utiliza la información que reúne e interpreta y percibe el mundo que nos rodea, creando nuestra experiencia de vida.

Los sentidos del olfato y del gusto han ayudado a los seres a catalogar los elementos que le pueden servir de alimento. Un objeto que está en putrefacción emite ciertas sustancias químicas que tenemos la capacidad de detectar y sabemos, sea por herencia genética o por aprendizaje, que nos pueden dañar, por lo que nos abstenemos de comerlo o beberlo. Es decir, los sentidos del gusto y del olfato también se han desarrollado para poder adaptarse a evitar peligros en la ingestión de alimentos que ya están descompuestos, así como alimentos venenosos que, en general, desprenden cierto número de sustancias químicas que al llegar a la nariz detectamos; de esta forma se ha aprendido, en el transcurso de la evolución, a rechazarlas. Existen también sustancias venenosas o podridas que no huelen. Sin embargo, al probarlas con la lengua se ha aprendido a saber que no nos convienen porque nos causarán daño.

El sentido del gusto actúa por contacto de sustancias solubles con la lengua. El ser humano es capaz de percibir un abanico amplio de sabores como respuesta a la combinación de varios estímulos, entre ellos textura, temperatura, olor y gusto. Considerado de forma aislada, el sentido del gusto sólo percibe cuatro sabores básicos: dulce, salado, ácido y amargo; cada uno de ellos es detectado por un tipo especial de papilas gustativas. Las papilas entran en contacto con células sensoriales y cuando un receptor es estimulado por una de las sustancias disueltas, envía impulsos nerviosos al cerebro. La frecuencia con que se repiten los impulsos indicará la intensidad del sabor.

Cuando un objeto emite un olor y éste nos llega, quiere decir que algunas moléculas de dicho objeto se han desprendido de él y han llegado, por difusión o arrastre, a nuestra nariz debido a la aspiración que realizamos cuando respiramos. La corriente de aire que entra pasa por el epitelio sensitivo. La cantidad de aire y, por tanto, la fracción de moléculas del objeto oloroso que se deposita en el epitelio es muy pequeña. También llegan corrientes de aire desde la boca. Este hecho tiene como consecuencia que la sensación predominante al comer provenga, no del gusto que se inicia en la lengua, sino del olfato. La sensación de oler se experimenta cuando las moléculas aromáticas llegan a la mucosa nasal, en donde se disuelven. Aún hoy no se ha podido determinar con certeza el mecanismo por el que se inicia el proceso a través de los receptores nerviosos que nos dan la sensación de oler. Somos muy sensibles a una cantidad extraordinariamente grande de olores distintos y los órganos olfatorios reaccionan a cantidades notablemente pequeñas de sustancias. A pesar de su sensibilidad, el olfato es quizás el sentido que se adapta con mayor rapidez: los receptores olfatorios se adaptan en un 50% durante el primer segundo de estímulo, de modo que hasta los más desagradables olores presentes en el aire dejan de ser percibidos después de unos cuantos minutos.

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