JERICO

Jos 2:1 andad, reconoced la tierra, y a J
Jos 6:2 he entregado en tu mano a J y a su rey
1Ki 16:34 en su tiempo Hiel de Bet-el reedificó a J
2Ki 2:5 hijos de los profetas que estaban en J
Mat 20:29; Mar 10:46 al salir ellos de J, le seguía
Luk 18:35 acercándose Jesús a J, un ciego estaba
Luk 19:1 habiendo entrado Jesús en J, iba pasando
Heb 11:30 por la fe cayeron los muros de J después


Jericó (heb. Yer îjô, “ciudad de la [diosa] Luna” o “lugar de fragancia [fragante]”; gr. lerijo). Ciudad importante en el valle del Jordán, a veces llamada “Ciudad de las Palmeras”* (Deu 34:3; Jdg 1:16; 3:13; 2Ch 28:15). Está situada a unos 8 km al oeste del rí­o, a unos 13 km al norte del Mar Muerto, y a unos 24 km en lí­nea recta al noreste partiendo de Jerusalén (fig 161), al pie de los montes de Judá, en la cresta superior del valle del Jordán. Está a unos 250 m b.n.m., pero a unos 140 m sobre el lecho del rí­o. Tiene un clima casi tropical, de modo que las palmeras y, en tiempos modernos, los bananos crecen sin dificultad (fig 393). Mapa VI, E-3. Aunque las excavaciones muestran que Jericó es una de las ciudades más antiguas del mundo, no se la menciona en ningún registro ancestral fuera de la Biblia. Cuando los israelitas invadieron Canaán, como estaba sobre el camino principal este-oeste, fue el primer objetivo de conquista en la Palestina occidental, la tierra prometida, y Josué indicó que debí­a ser dedicada a Dios como una ofrenda (Jos 6:17-19). El relato de la caí­da de Jericó es bien conocido. Algunos hombres fueron enviados desde el campamento al este del Jordán para espiar la ciudad. Recibieron hospitalidad en casa de Rahab, que los protegió y les ayudó a escapar cuando los habitantes de Jericó los buscaban. Como recompensa por su ayuda y por su fe en el Dios de Israel, los espí­as le prometieron salvar su vida y su propiedad, promesa que después cumplieron fielmente (2:1-22; 6:22, 23, 25). Luego del cruce del Jordán, los israelitas acamparon en Gilgal, cerca de Jericó (5:10), y marcharon alrededor de la ciudad una vez por dí­a durante 6 dí­as. El 7º dí­a la rodearon 7 veces y luego, a una señal de las trompetas, todos gritaron. Cuando los muros de esa gran fortaleza cayeron (6:8-21), los israelitas entraron en la ciudad, mataron a todos sus habitantes (excepto a Rahab y a su familia) y quemaron todo (excepto algunos objetos preciosos para uso del santuario; vs 1-21, 24). Después, Josué pronunció una maldición sobre cualquiera que la reconstruyera (v 26). Aunque la ciudad no fue reconstruida hasta el tiempo de Acab, la gente debió haber vivivo en la vecindad, porque se siguió usando el nombre Jericó (2Sa 0:5). En la división del territorio, Jericó estaba en el lí­mite entre Efraí­n y Benjamí­n, y fue asignada a Benjamí­n (Jos 16:1,7; 18:12, 21). Cuando Eglón, rey de Moab, oprimió a los israelitas al principio del tiempo de los jueces, tomó Jericó de ellos (Jdg 3:13). Los enviados de David, al regresar de su visita al rey de los amonitas (quien los insultó afeitándoles la mitad de la barba), quedaron en Jericó hasta que la barba les creció otra vez (2Sa 0:5; 1Ch 19:5). En el tiempo de Elí­as, Hiel reconstruyó la ciudad, cayendo así­ bajo la maldición de Josué y perdiendo 2 de sus hijos (1Ki 16:34). En tiempos de Elí­as una comunidad de profetas viví­a allí­ (2Ki 2:4, 5, 15, 18), y más tarde Eliseo sanó su manantial (vs 19-22; fig 187). Un siglo más tarde, Jericó fue el escenario de la liberación de los cautivos de Judá tomados por el ejército del rey Peka de Israel (2Ch 28:15). En los últimos dí­as del reino de Judá, el ejército babilónico capturó a Sedequí­as cerca de esta ciudad (2Ki 25:5; Jer 39:5; 52:8). La gente de Jericó también habrí­a sido llevada cautiva, porque 345 descendientes de sus anteriores habitantes volvieron del exilio con Zorobabel (Ezr 2:34; Neh 7:36). Algunas personas de Jericó ayudaron a Nehemí­as a reconstruir el muro de Jerusalén (3:2). Se menciona otra vez a Jericó en el perí­odo de los macabeos, cuando Báquides, el general sirio, reparó sus fortificaciones (1 Mac. 9:49-50). Antonio la dio a Cleopatra como ciudad de invierno. Cuando Herodes el Grande la recibió más tarde como regalo de Augusto, la hermoseó, construyó en ella un palacio y una fortaleza llamada Cipros detrás de ella; Herodes el Grande murió allí­. 275. Las zanjas de los excavadores en el montí­culo de la Jericó del AT (visto desde el oeste). Jesús pasó por la Jericó del NT (Luk 19:1), que estaba al sur y al este de la ciudad del AT, a la entrada del Wâd§ Qelt, por el cual ascendí­a el camino que llevaba a Jerusalén. Fue el hogar del publicano Zaqueo, de cuya hospitalidad gozó Jesús, y cuya conversión está registrada en los vs 1-10. En las proximidades de la Jericó del NT Jesús sanó al ciego Bartimeo y a su compañero (Mat 20:29-34; Mar_617 10:46-52; Luk 18:35-43). La ciudad moderna de Jericó, llamada Erîkh~, fue fundada en el tiempo de los cruzados, y está al este de la Jericó del NT y al sudeste de la del AT. Por causa de su gran importancia bí­blica e histórica, el lugar recibió la atención de varias expediciones arqueológicas. El sitio de la ciudad del AT ha sido identificado con Tell esSultân, en el borde norte de la Jericó moderna (figs 275, 276). En 1868, Charles Warren hizo exploraciones preliminares que no aumentaron materialmente nuestros conocimientos. Desde 1907 hasta 1909, Ernst Sellin y Carl Watzinger excavaron partes del montí­culo, pero encontraron que sus ruinas eran muy confusas y habí­an sido modificadas por edificaciones posteriores y por la erosión. Como la arqueologí­a palestina todaví­a viví­a su infancia, las conclusiones de estos eruditos fueron insatisfactorias, y más tarde tuvieron que ser modificadas cuando exploraciones en otros sitios mostraron que sus interpretaciones de ciertas evidencias no se podí­an sostener más. John Garstang, que excavó Jericó desde 1930 hasta 1936, descubrió un cementerio de la Edad Tardí­a del Bronce, lugar de entierro de los habitantes de Jericó hasta más o menos el 1350 a.C., como lo indican los sellos egipcios hallados en él. Los restos de las fortificaciones de la ciudad eran tan confusas que algunos de sus muros fueron identificados erróneamente, como lo aclararon excavaciones posteriores. La interpretación de la historia arqueológica de la ciudad que dio Garstang es ahora obsoleta y no necesita repetirse aquí­. Desde 1952 hasta 1957, Kathleen M. Kenyon excavó Jericó usando los métodos cientí­ficos más actuales. Descubrió otro cementerio, con tumbas de la Edad Media del Bronce, incluyendo equipos funerarios como mesas de madera, bancos, platos, alimentos en recipientes, telas, canastas, etc. (fig 458), todo en un sorprendente estado de conservación por causa de la filtración de gases venenosos que mataron las bacterias e impidieron que estos antiguos materiales se desintegraran, cosa que no ha ocurrido en otros lugares de Palestina. Las excavaciones del montí­culo mismo expusieron a la luz niveles de ocupación de tiempos muy tempranos. Mostraron que Jericó era una ciudad mucho tiempo antes que hubiera vasijas de cerámica. En realidad, parece ahora que sus muros y torres son los más antiguos descubiertos en el Cercano Oriente. La ciudad fue destruida varias veces, pero se descubrieron los restos de por lo menos 7 muros sucesivos del perí­odo de la Edad Temprana del Bronce (3er milenio a.C.): el último de ellos fue destruido por un terremoto. En ese tiempo la “ciudad” tení­a unos 230 m de largo y no más de 76 m de ancho. En la Edad Media del Bronce, el perí­odo de los hicsos, se habí­a ampliado a una longitud de unos 260 m y a un ancho de unos 130 m, y estaba rodeada por un enorme muro de piedra con un talud inclinado. Esta fue destruida por uno de los reyes egipcios de la dinastí­a 18ª (s XV a.C.). No se encontró nada de los muros de la Edad Tardí­a del Bronce, que serí­a el que cayó en tiempos de Josué. Desafortunadamente, las fuerzas del hombre y de la naturaleza parecen haber destruido los niveles superiores del montí­culo a tal grado que no queda prácticamente nada de esa época. La excavación de Kenyon desenterró sólo una olla pequeña de barro cocido, en una porción de un nivel de piso, que databa de la Jericó de Josué. Al pie del montí­culo aparecieron algunas de las últimas estructuras de Jericó, construidas durante la Edad del Hierro (después del 1200 a.C.). 276. Suburbios de la Jericó moderna, la “Ciudad de las palmeras”, vistos desde el montí­culo de la Jericó antigua. Aunque los resultados de las excavaciones han sido muy interesantes para el arqueólogo, y han arrojado luz sobre la historia temprana de la ciudad, desafortunadamente han contribuido con muy poco que sea de interés directo para el estudiante de la Biblia. Sin embargo, los cementerios de Jericó han mostrado que dejaron de usarse como lugar de entierro en el s XIV a.C., lo que se puede considerar como evidencia de que la ciudad no pudo haber sido destruida mucho más tarde que entonces. Véase la fig 275. Una porción de la Jericó del NT, Tulûl Abã el-Alâyiq, fue excavada en 1951 y 1952 por la American School of Oriental Research [Escuela Norteamericana de Investigaciones 618 Orientales] de Jerusalén, bajo la dirección de J. L. Kelso y J. B. Pritchard, y otra vez por E. Netzer de la Universidad Hebrea de Jerusalén (1972-1974). Las excavaciones descubrieron partes del magní­fico palacio de invierno de Herodes, que tení­a una fachada de cerca de 100 m de largo, y un estanque, probablemente el que usó para ahogar a su cuñado, el sumo sacerdote Aristóbulo III. Bib.: John Garstang y J. B. E. Garstang, The Story of Jericho [La historia de Jericó], 2ª ed. (Londres, 1948); S. H. Horn, The Ministry, febrero de 1954, pp 29-31 (con referencias bibliográficas exhaustivas); Kathleen M. Kenyon, Digging Up Jericho [Excavando Jericó] (Nueva York, 1957); EAEHL II:550-564; FJ-AJ xvi.5.2; FJ-GJ i.2.4, 9. Sobre las excavaciones de la Jericó del NT véase J. L. Kelso et al., AASOR 29, 30 (1955); J. B. Pritchard, AASOR 32, 33 (1958); E. Netzer, IEJ 25 (1975):89-100; G. Foerster y G. Bacchi, EAEHL 11:551-575.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

ciudad de la luna. Una de las ciudades más antiguas del mundo, en Cisjordania, a unos siete kilómetros al occidente del rí­o Jordán, en el lí­mite septentrional del mar Muerto, a unos 244 metros bajo el nivel del mar, por lo que su clima es tropical. Esta ciudad, a través de su historia, ha sido varias veces destruida y reconstruida. En los comienzos del siglo XX se encontraron unas murallas, cerca de la actual J., que seguramente corresponden a la primera ciudad de la época natufiense, una cultura del mesolí­tico que se estableció aquí­ ca. el 9000 a. C.La ciudad es conocida, también, desde las primeras menciones en la Biblia, como †œciudad de las palmeras†, Dt 34, 3; Jc 1, 16; 3, 13; 2 Cro 28, 15. En la conquista de la tierra de Canán, Josué envió desde Sití­n dos espí­as a explorar la ciudad de J., donde los protegió la prostituta Rajab, pues fue notada su presencia en la ciudad; ellos se comprometieron a respetar la vida de esta mujer y la de sus familiares, con tal de que no los denunciara, Jos 2. Tras pasar el Jordán, los israelitas acamparon en Guilgal, al oriente de J., Jos 4, 19; y celebraron la Pascua en los llanos de J., Jos 5, 10. Luego viene la conquista de la ciudad, que estaba amurallada, la cual fue rodeada durante siete dí­as, siete sacerdotes llevaban el Arca y siete trompetas. Al séptimo dí­a le dieron siete vueltas a las murallas, tocaron la trompeta y el pueblo prorrumpió en clamores, el muro cayó y el pueblo se lanzó al asalto. J., entonces, fue consagrada al anatema, sólo Rajab y los de su casa conservaron la vida, según les habí­an prometido los espí­as. Josué maldijo la ciudad y al que se atreviera a reconstruirla, Jos 6; 12, 9. J. fue reconstruida unos 500 años más tarde, en el siglo IX a. C., bajo el reinado de Ajab en Israel, por Jiel de Betel, 1 R 16, 34.

En el año 586 a. C. Sedecí­as, último rey de Judá, fue capturado en J. por los caldeos, cuando huí­a de la toma de Jerusalén, y fue llevado ante el rey Nabucodonosor II, a Riblá, donde fueron degollados sus hijos en su presencia, y al rey de Judá le sacaron los ojos y fue conducido a Babilonia, 2 R 25, 1-7.

Herodes el Grande gobernador de Judea, llevó a cabo en J. varias obras, pues la hizo su capital de invierno del reino, se reforzó sus murallas, construyó varios palacios, un anfiteatro y otros edificios. Aquí­ murió este rey.

En J. Jesús llevó a cabo algunos de sus milagros: saliendo de la ciudad les devolvió la vista a dos hombres ciegos, Mt 20, 29-34. Igualmente, aquí­ le devolvió la vista al mendigo ciego, hijo de Bartimeo, Mc 10, 46-52; Lc 18, 31-34. En J., en su último viaje a Jerusalén, encontró Jesús a Zaqueo, jefe de los publicanos, en cuya casa se hospedó el Señor, Lc 19, 1-10. Jerjes I, rey persa, de la dinastí­a aqueménida, 486-465 a. C., hijo y sucesor de Darí­o I, su madre se llamaba Atosa, hija de Ciro II el Grande.

En el 485 a. C. sofocó una rebelión en Egipto y convirtió a este paí­s en satrapí­a persa. Durante tres años construyó una gran flota y organizó un numerosí­simo ejército para castigar a los griegos por ayudar a las ciudades jonias, en el 498 a. C., y por derrotar a los persas en Maratón, en el año 490 a. C. Se dice que Jerjes cruzó el Helesponto mediante un puente hecho de barcas de más de un kilómetro de largo y que abrió un canal en el istmo del monte Athos. En la primavera del año 480 a. C., e iniciándose la segunda Guerra Médica, Jerjes marchó con sus fuerzas a través de Tracia, Tesalia y Lócrida. En el paso de las Termópilas, Leónidas I, rey espartano, y su ejército defendieron el lugar, en el año 480 a. C., retrasando a los persa durante diez dí­as. Posteriormente, Jerjes siguió hacia el ítica e incendió la ciudad de Atenas, ya abandonada por los griegos. Pero, Temí­stocles, general ateniense, aniquiló la flota de Jerjes, con un número menor de barcos, en la batalla de Salamina. J. se retiró al Asia Menor dejando el ejército en Grecia al mando de su cuñado Mardonio, quien fue derrotado y muerto por los griegos en la batalla de Platea, y los persas abandonaron Grecia. Tras estos fracasos militares, se dieron varios alzamientos en las satrapí­as persas, así­ como intrigas en corte, y el rey J. fue asesinado en el año 465, al igual que su hijo mayor Darí­o, en una revuelta palaciega, Persépolis. Le sucedió en el trono su hijo menor Artajerjes I., 465-424 a. C. J. es identificado con el rey Asuero, transcripción hebrea de J., del libro de Ester. J. I y su hijo Artajerjes I son los dos reyes que se mencionan en Esd 4, 6, cuando la obstrucción samaritana a la reconstrucción del Templo, tras la vuelta del destierro en Babilonia.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

(heb., yereho, yeriho, gr. Iericho, ciudad de la luna). A Jericó también se le conoce con el nombre de la ciudad de las palmeras (Deu 34:3), y está ubicada a 8 km. al oeste del Jordán y a 12 km. al norte del mar Muerto, unos 250 m. bajo el nivel del mar. Su clima es tropical, con mucho calor durante el verano.

Hay tres Jericós. La ciudad mencionada en el AT estaba situada sobre un monte a unos 2 km. al noroeste de la ciudad moderna. La Jericó del NT está en las cercaní­as pero sobre una elevación más alta. La Jericó moderna tiene una población de más o menos 10.000 personas de una descendencia racial bastante mezclada. Jericó es probablemente la ciudad más antigua en el mundo.

Su lugar estratégico en uno de los vados del Jordán, controlaba la antigua ruta comercial del este. Jericó controlaba el acceso a la región montañosa de Palestina desde la transjordania.

Jericó entra por primera vez a los anales bí­blicos cuando es visitada por dos espí­as, y conquistada por Josué (Josué 6). La ubicación de la ciudad hizo que su conquista fuera la clave para la invasión de la región montañosa central. La ciudad fue dedicada a Dios, totalmente destruida y quemada, excepto los objetos de metal que se encontraron en ella (Jos 6:17-19). Sólo se salvaron Rajab y su familia, porque ella habí­a protegido a los espí­as (Jos 6:22-23, Jos 6:25). Josué pronunció una maldición sobre el lugar para que nadie la volviera a edificar (Jos 6:26).

Jericó fue reedificada por Jiel de Betel durante la época de Acab (c. 850 a. de J.C.; 1Ki 16:34). Aparentemente se convirtió en un lugar importante durante la era del reino dividido. Se le menciona en relación con el ministerio de Eliseo (2Ki 2:5, 2Ki 2:18; 2Ki 25:5; 2Ch 28:15; Ezr 2:34; Neh 3:2; Neh 7:36; Jer 39:5).

En el tiempo de Cristo, Jericó era un lugar importante produciendo muy buenos ingresos a la familia real. Dado que el camino de los vados del Jordán a Jerusalén pasaban por Jericó, ésta se convirtió en un paraje para los peregrinos galileos que iban a Jerusalén, y para quienes llegaban por el sur de Perea para evitar contaminarse por el contacto con los samaritanos. De ahí­ que Jesús pasara por Jericó en varias ocasiones. Cerca de ahí­ están los supuestos sitios de su bautismo (en el Jordán) y sus tentaciones (en el monte Quarantania, al oeste de la ciudad). Cerca de la ciudad fue donde Jesús sanó a Bartimeo (Mar 10:46-52) y a uno o dos otros ciegos (Mat 20:29-34). La conversión de Zaqueo ocurrió ahí­ (Luk 19:1-10), y es una de las narraciones más gráficas en los Evangelios. En la parábola del buen samaritano (Luk 10:29-37) el viajero fue atacado mientras viajaba de Jerusalén a Jericó.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

Tal vez es Jericó la ciudad más antigua de Palestina; en cualquier caso es la más antigua de las ciudades conocidas de Palestina. Su nombre podrí­a significar †œCiudad de la Luna,† y habrí­a estado consagrada a un viejo culto lunar.
La ciudad está situada a 28 km al nordeste de Jerusalén y a 250 m bajo el nivel del mar, teniendo un clima tropical (†ciudad de las palmeras,† Jue 3:13); ello explicarí­a también su temprano asentamiento. Los siete estratos sucesivos de asentamiento certifican:
1. Una ciudad de la fase más antigua del último neolí­tico (fase protoneolí­tica), cuya construcción puede datarse entre el 8000 y el 7000 a.C. Las excavaciones han sacado a luz casas redondas; indicio tal vez de que los constructores de la ciudad copiaban instintivamente las formas de la naturaleza.
La conexión entre unas culturas prehistóricas y cercanas a la naturaleza y el primer estrato de población en Jericó se confirma, además, por testimonios aún más antiguos, que han de datarse en el mesolí­tico; es decir, en una época anterior al 8000 a.C.: armas e instrumentos de caza, y sobre todo los instrumentos de pedernal, que en su elaboración evidencian un tipo que pasa del mesolí­tico (20000-8000 años a.C.) al neolí­tico (8000-4500 a.C.) y ciertos restos de instrumentos que sin duda hay que interpretar como destinados al culto. Toda esa serie de pruebas permite la conclusión de que los cazadores de finales del mesolí­tico tení­an un lugar de culto en la fuente de Jericó, que después, en el VIII milenio precristiano, condujo al primer asentamiento.
2. Una ciudad de la fase tardí­a del neolí­tico (hacia el 6800 a.C.), con casas cuadradas y sellos digitales sobre los ladrillos de construcción.
Las dos ciudades de la época de la piedra fueron, según parece, mayores que los asentamientos de la edad del bronce, certificados por los estratos superiores de la excavación. Los testimonios abundan en todo el recinto de norte a sur.
Un muro de piedra natural parece haber rodeado ya a la ciudad más antigua, en todo o en parte.
El asentamiento neolí­tico más antiguo se extendí­a ciertamente hasta la llanura. La colina no es una elevación natural del suelo, sino que parece deberse exclusivamente al material de derribo de asentamientos posteriores.
3. Una ciudad construida hacia el 2000 a.C. con muros de adobe (edad del bronce medio).
4. Una ciudad edificada hacia el 1700 a.C. (bronce medio) con muros de ladrillo levantados sobre un zócalo de piedra natural, dentro de los cuales quedaba la fuente; ese asentamiento podrí­a remontarse a los hicsos; los muros estaban rodeados también con un foso de agua. Se calcula que el tiempo de su destrucción fue hacia el año 1550 a.C.
5. Hacia el 1500 a.C. se levantó una ciudad con doble muralla, teniendo el muro principal una anchura Deu 3:5 m. ésa deberí­a de ser la muralla que rodeaba a Jericó cuando los israelitas penetraron en Canaán. Sin embargo, parece que la tal muralla fue destruida ya hacia el 1400 a.C.
6. Una ciudad de la época del hierro i (1200-900 a.C.).
7. Un estrato superior del hierro n (a partir del 900 a.C.).
Sin duda, el nombre de †œJericó† no se ceñí­a sólo a la ciudad fortificada. Las fortificaciones de la ciudad serví­an también de refugio a la población de los alrededores, que viví­a en el llano y que así­ mismo pertenecí­a a Jericó.
Al tiempo de la conquista del paí­s la toma de Jericó, con sus imponentes fortificaciones, fue para los israelitas que llegaban (Jos 5; 6) como una señal de que Yahveh estaba con ellos. La entrada, que la Biblia identifica con la entrada al mando de Josué, se sitúa adecuadamente hacia el 1200 a.C. Por otra parte, el cuarto muro probablemente ya habí­a sido destruido hacia el 1400. Lo cual plantea una verdadera aporí­a histórica, que hasta ahora no se ha logrado resolver. Martin Noth ve en el relato de la destrucción simplemente una narración etiológica, nacida más tarde: los muros de Jericó estaban destruidos y en las narraciones (posteriores al 1200 a.C.) la destrucción se atribuyó a Josué y a sus gentes. Pero también podrí­a ser, naturalmente, que la destrucción de Jericó perteneciera a la tradición de otra tribu, a la tradición de algunas tribus de Lí­a, que ya habí­an penetrado en Canaán desde aproximadamente el 1400 a.C. Y, finalmente, aún podrí­a ocurrir que excavaciones ulteriores proporcionasen nuevos materiales en favor de la interpretación bí­blica.
El reino del norte pretendió para sí­ la ciudad de Jericó. Y el rey Ajab la hizo fortificar. Pero más tarde Jericó pasó a Judá, como se podrí­a concluir del hecho de que algunos deportados a Babilonia regresaron después a Jericó (después del 536 a.C.). Es decir, que debieron de ser anteriormente habitantes de la ciudad deportados al tiempo de la destrucción de Jerusalén, o poco antes, y no en 725-722 a.C., en la destrucción del reino de Israel.
En la época posterior al exilio babilónico, y también en tiempos de Jesús, Jericó tuvo una fuerte colonia sacerdotal.
La Jericó del NT quedaba a unos 2 km al suroeste de la ciudad antigua. Allí­ construyó Heredes el Grande un palacio de invierno, con un parque y grandes estanques. Un hipódromo y un teatro formaban parte de la nueva ciudad. Fue sin duda una ciudad helení­stico-romana más que una ciudad judí­a.
Aquella Jericó fue, en los tiempos de las tetrarquí­as que siguieron al reino de Herodes el Grande, la ciudad fronteriza ente Judea y Perea, con una importante oficina aduanera; el jefe o uno de los jefes de la misma fue Zaqueo (Luc 19:1).

Fuente: Diccionario de Geografía de la Biblia

(ciudad luna).

Ciudad a 8 kms. del Jordán y a 11 del Mar Muerto, a 240 m. bajo el nivel del mar; es un oasis en el desierto, cerca de Jerusalén. Se cree que es una de las ciudades más antiguas del mundo.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

Se dan varias interpretaciones para el nombre de J. Algunos eruditos coinciden en decir que significa †œciudad de la luna†. Es la más antigua ciudad de Israel. Situada en una amplia llanura del valle del Jordán, al pie de la subida donde comienzan los montes de Judá, teniendo del otro lado el sistema montañoso de Moab (Deu 34:1). Está a unos 250 m por debajo del nivel del mar, regada por buenas aguas y con una temperatura cálida agradable, cosas que hicieron muy atractivo el sitio desde tiempos inmemoriales. Se fundó originalmente a un km al NO de donde está la J. moderna.

Los israelitas, al terminar la peregrinación por el desierto, †œacamparon en los campos de Moab, junto al Jordán, frente a J.† (Num 22:1). Los espí­as enviados por Josué recibieron la protección de †¢Rahab, que viví­a sobre la muralla. Siguiendo instrucciones divinas, Josué dirigió al pueblo a dar vueltas a la ciudad. En un momento dado, †œel pueblo gritó, y los sacerdotes tocaron las bocinas … y el muro se derrumbó†. Rahab y su familia, sin embargo, fueron librados. La ciudad fue totalmente destruida, y se lanzó una maldición sobre quien intentara reedificarla (Jos 2:1-24; Jos 6:1-27). Es muy discutida la fecha exacta de estos acontecimientos.

J. ha sido destruida y reconstruida muchas veces en el curso de su historia. Después de la conquista quedó en el territorio de la tribu de Benjamí­n (Jos 18:21). Permaneció con escasa población durante muchos años, aunque hay una referencia a una †œciudad de las palmeras†, que se identifica con J., que fue conquistada por el rey moabita †¢Eglón en tiempos de los Jueces (Jue 3:13). En tiempos de David se refugiaron allí­ los embajadores que fueron ultrajados por Hanún (2Sa 10:5). En los dí­as de Acab fue levantada de nuevo por †¢Hiel †œa precio† de la vida de dos de sus hijos, cosa que algunos interpretan como sacrificios humanos (1Re 16:34). Elí­as, antes de ser arrebatado, fue con Eliseo a J. (2Re 2:4). Los cautivos que hizo †¢Peka, rey de Israel, fueron devueltos a Judá llevándolos hasta †œJericó, ciudad de las palmeras† (2Cr 28:15). Allí­ fue hecho preso el rey †¢Sedequí­as cuando intentaba huir de los caldeos (2Re 25:5). Trescientos cuarenta y cinco †œhijos de J.† regresaron del exilio (Esd 2:34) y †œvarones de J.† trabajaron en la restauración del muro (Neh 3:2). El Señor Jesús visitó a menudo la ciudad. Allí­ curó a dos ciegos (Mat 20:29-34), uno de ellos llamado †¢Bartimeo (Mar 10:46) y logró la conversión del publicano †¢Zaqueo (Luc 19:1-10).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, CIUD ARQU

ver, EXODO, PEREGRINACIí“N POR EL DESIERTO, EGIPTO, EXODO, FARAí“N, HICSOS, HETEOS

sit, a2, 413, 422

vet, Importante ciudad del valle del Jordán (Dt. 34:1, 3), en la ribera occidental del rí­o, a unos 8 Km. de la costa septentrional del mar Muerto, y aproximadamente a 27 Km. de Jerusalén. Jericó se halla en la parte inferior de la cuesta que conduce a la montañosa meseta de Judá. La ciudad era conocida como la ciudad de las palmeras (Dt. 34:3; Jue. 3:13); la primera mención en las Escrituras se da en relación al campamento de los israelitas en Sitim (Nm. 22:1; 26:3). La situación de Jericó, ciudad muy fortificada, le daba el dominio del bajo Jordán y de los pasos que llevaban a los montes occidentales; la única manera de que los israelitas pudieran avanzar al interior de Canaán era tomando la ciudad. Josué envió a dos espí­as para que reconocieran la ciudad (Jos. 2:1-24), el pueblo atravesó milagrosamente el Jordán en seco, y plantaron las tiendas delante de la ciudad. Por orden de Dios, los hombres de guerra fueron dando vueltas a la ciudad, una vez por dí­a, durante seis dí­as consecutivos. En medio de los soldados, los sacerdotes portaban el arca del pacto, precedida por siete sacerdotes tocando las bocinas. El séptimo dí­a dieron siete veces la vuelta a la ciudad; al final de la séptima vuelta, mientras resonaba el toque prolongado de las bocinas, el ejército rompió en un fuerte clamor, las murallas se derrumbaron, y los israelitas penetraron en la ciudad. En cuanto a la fecha, serí­a alrededor del año 1403 a.C. (cf. EXODO Y PEREGRINACIí“N POR EL DESIERTO). La ciudad habí­a sido proclamada anatema. A excepción de Rahab, que habí­a dado refugio a los espí­as, y su familia, todos los demás habitantes fueron muertos. El oro, la plata, los objetos preciosos, entraron al tesoro de Jehová. Josué lanzó una maldición contra quien reconstruyera la ciudad (Jos. 5:13-6:26). Fue asignada a Benjamí­n; se hallaba en los lí­mites de Benjamí­n y Efraí­n (Jos. 16:1, 7; 18:12, 21). Eglón, rey de Moab, hizo de ella su residencia en la época en que oprimió a los israelitas (Jue. 3:13). En el reinado de Acab, Hiel de Bet-el fortificó la ciudad; en el curso de esta fortificación perdió, o sacrificó, a sus dos hijos, en cumplimiento de la maldición de Josué (1 R. 16:34). Durante el ministerio de Eliseo habí­a en Jericó una comunidad de profetas (2 R. 2:5). Elí­as, al ir a ser arrebatado al cielo, atravesó Jericó con Eliseo (2 R. 2:4, 15, 18). En Jericó fueron puestos en libertad los hombres de Judá que habí­an sido hechos prisioneros por el ejército de Peka, rey de Israel (2 Cr. 28:15). Los caldeos se apoderaron de Sedequí­as cerca de Jericó (2 R. 25:5 Jer. 39:5 52:8). Después del retorno del exilio, algunos de sus habitantes ayudaron a construir los muros de Jerusalén (Neh. 3:2). Báquides, general sirio, levantó los muros de Jericó en la época de los Macabeos (1 Mac. 9:50). Al comienzo del reinado de Herodes los romanos saquearon Jericó (Ant. 14:15, 3). Después Herodes la embelleció construyendo un palacio y, sobre la colina detrás de la ciudad, levantó una ciudadela que llamó Cipro (Ant. 16:5, 2; 17:13, 1; Guerras 121, 4, 9). La parábola del Buen Samaritano se sitúa sobre el camino de Jerusalén a Jericó (Lc. 10:30). La curación del ciego Bartimeo y de su compañero tuvo lugar en el camino de Jericó (Mt. 20:29; Lc. 18:35); Zaqueo, a quien Jesús llamó para hospedarse en su casa y darle la salvación, moraba en Jericó (Lc. 19:1, 2). Jericó se halla a casi 240 m. por debajo del nivel del mar Mediterráneo, en un clima tropical, donde crecí­an las balsameras, la alheña, los sicómoros (Cnt. 1:14; Lc. 19:2, 4; Guerras 4:8, 3). Las rosas de Jericó eran consideradas extraordinariamente bellas (Eclo. 24:14). La antigua Jericó se elevaba muy cerca de las abundantes aguas llamadas en la actualidad ‘Ain es-Sultãn; ésta es indudablemente la fuente que Eliseo sanó (2 R. 2:12-22; Guerras 4:8, 3). La Jericó moderna, en árabe “Er-Riha”, se halla a 1,5 Km. al sureste de la fuente. Arqueologí­a: Ernst Selin y la sociedad Deutsche Orientgesellschaft (1907-1909) iniciaron allí­ excavaciones sobre el montí­culo llamado Tell es-Sultan. Fueron continuadas muy extensamente por John Garstang (1930-1936); en 1952 fueron reanudadas por Kathleen Kenyon y por las escuelas de arqueologí­a de Inglaterra y EE. UU. Fue Garstang quien descubrió la evidencia de los muros caí­dos, y esta evidencia fue fotografiada por él y por posteriores investigadores. Los muros habí­an caí­do de dentro hacia afuera. Sus fundamentos no habí­an sido minados, sino que debieron ser derrumbados por un potente temblor de tierra. También habí­a evidencia de un violento incendio de la ciudad. La revisión de Miss Kathleen Kenyon de esta identificación en base a la cerámica asociada con la cronologí­a de Egipto no tiene en cuenta la necesaria revisión de la estructura cronológica de la historia de Egipto (Véanse EGIPTO, EXODO, FARAí“N, HICSOS, HETEOS, etc.). En base a la revisión de Velikovsky y Courville, la destrucción de Jericó concuerda perfectamente con todos los detalles fí­sicos de la destrucción y con los restos arqueológicos, y no se puede objetar a la identificación efectuada por Garstang en 1930-1936, ni a la fecha de 1400 a.C. Los restos correspondientes a la conquista correspondí­an a una doble muralla de ladrillos, con un muro exterior de 2 m. de espesor, un espacio vací­o de alrededor de 4,5 m. y un muro interior de 4 m. Estos muros tení­an en aquel entonces 9 m. de altura. La ciudad, muy pequeña, estaba entonces tan superpoblada que se habí­an construido casas en la parte alta de la muralla, por encima del espacio vací­o entre las dos murallas (cf. la casa de Rahab, Jos. 2:15). El muro exterior se hundió hacia afuera, y el segundo muro, con sus edificaciones encima, se hundió sobre el espacio vací­o. Así­, la arqueologí­a nos da, en realidad, una evidencia totalmente armónica con el relato de las Escrituras. Bibliografí­a: Courville, D. A.: “Is a Fixed Chronology of Egypt back to c. 2000 B.C. Mistaken?”, en Creation Research Society Quarterly, vol. 11, n. 4, marzo 1975, págs. 202-210; mismo autor: “The Exodus Problem and its Ramifications” (Challenge Books, Loma Linda, California, 1971); Velikovsky, I.: “Ages in Chaos” (Doubleday, Garden City, N.Y. 1952).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[023]

Ciudad de la cuenca baja del Jordán, ya cerca del mar muerto. Arqueológica es una de las más antiguas ciudades del planeta. Y sus primeros restos amurallados se remontan tal vez al VIII milenio a de Cristo, lo cual la situarí­a antes del perí­odo neolí­tico y anterior a la historia bí­blica. Los datos la convierten en la ciudad conocida más antigua del mundo. Con toda seguridad los primeros restos de muralla en la llamada ciudad B son del 2000 antes de Cristo.

El lugar privilegiado que ocupa, 250 mts. bajo el Mediterráneo, aseguran un clima tropical (palmeras, dátiles, calor y abundancia de agua). Por eso fue signo de fertilidad y desahogo y se presenta en la Escritura como la primera presa del nuevo pueblo nacido del desierto (Jos. 3.13), arrebatada a los moabitas.

Herodes edificó en ella sus palacios preferidos de descanso y en ella murió. Jesús también la conoció y en ella se localizan varios relatos evangélicos (Luc. 19.1 y Mt. 20.30)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Ciudad situada a 7 Km. al oeste del Jordán y a 10 Km. al norte del mar Muerto, en un oasis muy fértil. Cae dentro de la depresión geográfica conocida con el nombre de fosa del Jordán y está situada a unos 250 m. bajo el nivel del mar Mediterráneo. Al lado y al sureste de la antigua ciudad cananea, conquistada por Jerusalén, Herodes el Grande construyó una ciudad nueva, que es la Jericó del N. T. En Jericó, Jesús curó a unos ciegos (Mt 20, 29-33; Lc 18, 35-43) y comió en casa de Zaqueo (Lc 19, 1-10).

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

Jericó era una ciudad amurallada como a 8 Kms. al oeste del Jordán y 9 Kms. al norte del mar Muerto, y 30 Kms. al noreste de Jerusalén. No estaba muy lejos el lugar donde Israel acampó antes de que cruzaran el Jordán, cerca del monte Nebo, desde donde se podí­a ver la “ciudad de las Palmeras” (Deuteronomio 32:49;
34:3). Estaba situada en el llano, pero al oeste estaba cerca del pie de las montañas, de tal manera que los espí­as protegidos por Rahab, pudieron alcanzarlas muy fácilmente. Josefo describe a Jericó como un llano fértil. Parece que la mayorí­a está de acuerdo en que la antigua ciudad estaba situada como a 2 Kms. al noroeste del Jericó moderno donde hay un montí­culo de 365 ms. de largo por 15 ms. de alto, el cual sostiene cuatro montí­culos más pequeños. Estaba en la porción dada a Benjamí­n y era un lugar donde se juntaban los peregrinos que no querí­an pasar por Samaria al ir o volver de Jerusalén.
La ciudad romana estaba sobre la base de las montañas occidentales en un plano más alto que la antigua Jericó. En el tiempo de Cristo era un lugar muy importante, que pagaba grandes tributos a la familia real. Ahora es una pequeña y sucia aldea, en donde viven unas cuantas familias en chozas miserables, quizá esto se debe al clima tórrido que hay alrededor del mar Muerto. Todaví­a se pueden ver ruinas de albañilerí­a romana, especialmente los restos de doce acueductos que anteriormente llevaban el agua de las montañas de Judea y la distribuí­an sobre el llano de Jericó. Algo de esta albañilerí­a fue reparada en la edad media e hizo posible que pudieran obtener productos tales como trigo, cebada, mijo, higos, uvas y caña de azúcar.
En el sitio de Jericó antiguo hay una gran fuente de donde brota agua cristalina, actualmente hay un estanque bien construido y un hotel donde los visitantes pueden
pasar la noche. No hay muchos visitantes que se hospeden allí­, pero miles de peregrinos van de Jerusalén a Jericó y al Jordán cercano, muchos de ellos con el propósito de bañarse en el Jordán. El camino de Jerusalén a Jericó todaví­a está infestado de ladrones quienes se esconden en las cavernas y aparecen de repente como hací­an en el tiempo de Cristo y el buen samaritano.
Israel fue contado aquí­, Números 26:3, 63. Dios habló a Moisés, Números 31:1.
La ciudad amurallada gobernada por un rey, Josué 2:5,15. Fueron enviados espí­as, Josué 2.
Fue tomada por Josué, y maldijo a la persona que la reedificara, Josué 5:13-6:27.
El pecado de Acán, Josué 7.
La forma como fue tomada la ciudad hizo que otros reyes temieran, Josué 10:1-
Pertenecí­a a Benjamí­n y a Manasés, Josué 16:1-7; 18:12-21.
Reedificada por Hiel de Bet-el, 1 Reyes 16:34 (a pesar de la maldición de
Josué, Josué 6:26).
Elí­as y Eliseo y la escuela de profetas, 2 Reyes 2:4-18.
Indignidades a los mensajeros de David, 2 Samuel 10:1-5; 1 Crónicas 19:1-5.
Eliseo purificó las aguas, 2 Reyes 2:19-22.
Aquí­ aprehendieron a Sedequí­as, 2 Reyes 25:5; Jeremí­as 39:5; 52:8. Israel devolvió los cautivos y el botí­n de Judá por la ví­a de Jericó, 2 Crónicas 28:1-15 (versí­culo 15).
La conversión de Zaqueo, Lucas 19:1-27.
Cristo devuelve la vista a Bartimeo y a su compañero, Mateo 20:29-34;
Marcos 10:46-52.

Fuente: Diccionario Geográfico de la Biblia

(posiblemente: Ciudad de la Luna).
Primera ciudad cananea que los israelitas conquistaron al O. del Jordán. (Nú 22:1; Jos 6:1, 24, 25.) A la ciudad antigua se la identifica con Tell es-Sultan (Tel Yeriho), cerca de 22 Km. al ENE. de Jerusalén, mientras que la Jericó del primer siglo se sitúa en el cercano Tulul Abu el-`Alayiq. Jericó tiene un clima subtropical debido a hallarse situada a unos 250 m. por debajo del nivel del mar, en el valle del Jordán. En la actualidad en esa región se cultivan naranjas, plátanos e higos, y, al igual que en tiempos antiguos, aún medran las palmeras.

Las primicias de la conquista de Israel. Después de cuarenta años de vagar por el desierto, los israelitas llegaron a las llanuras de Moab. Desde allí­ Moisés ascendió al monte Nebo y vio la Tierra Prometida, con Jericó (la †œciudad de las palmeras†) y su llanura en primer término. (Nú 36:13; Dt 32:49; 34:1-3.)
Tras la muerte de Moisés, Josué envió dos espí­as a Jericó. Rahab los ocultó, de modo que no los descubrieron. Después se escaparon de la ciudad descolgándose por una cuerda a través de la ventana de la casa de Rahab —situada sobre el muro de Jericó—, y se escondieron por tres dí­as en la cercana región montañosa. Luego vadearon el Jordán y volvieron al campamento israelita. (Jos 2:1-23.)
El rey y los habitantes de Jericó debieron sobrecogerse de temor cuando se enteraron o fueron testigos del represamiento milagroso del Jordán, que por entonces bajaba crecido, y de que dicho represamiento habí­a permitido a los israelitas cruzar sobre suelo seco. Más tarde, aunque se circuncidó a los varones israelitas y tuvieron que recuperarse antes de estar en posición de defenderse, nadie se atrevió a atacarlos mientras estuvieron acampados en Guilgal. Los israelitas también observaron la Pascua sin incidentes en la llanura desértica de Jericó. (Jos 5:1-10.)
Más tarde, un prí­ncipe angélico se le apareció a Josué cerca de Jericó y le explicó el procedimiento que tení­a que seguir para tomar la ciudad, que †œestaba bien cerrada a causa de los hijos de Israel†. Las fuerzas militares israelitas obedecieron las instrucciones, y durante seis dí­as marcharon una vez al dí­a alrededor de Jericó seguidas por siete sacerdotes que tocaban continuamente los cuernos; detrás iban los sacerdotes que llevaban el Arca y al final, una retaguardia. Sin embargo, el séptimo dí­a marcharon alrededor de la ciudad siete veces. Cuando tocaron los cuernos en su última vuelta alrededor de Jericó, el pueblo lanzó un fuerte grito de guerra y las murallas de la ciudad empezaron a desplomarse. (Jos 5:13–6:20.)
A continuación, los israelitas entraron rápidamente en Jericó y dieron por entero a la destrucción a sus habitantes y a todos sus animales domésticos. No obstante, debido a la bondad que Rahab demostró al esconder a los espí­as, se la conservó con vida tanto a ella como a los parientes que habí­an permanecido dentro de la casa, que estaba sobre la parte del muro que no se habí­a desplomado. La ciudad entera fue quemada y solo se llevó al santuario de Jehová el oro y la plata. (Jos 6:20-25.) Sin embargo, un israelita llamado Acán robó una barra de oro, algo de plata y un vestido de buena calidad, y lo escondió debajo de su tienda, lo que le acarreó la muerte a él y a toda su familia. (Jos 7:20-26.)

Referencias históricas posteriores. Las ruinas de Jericó llegaron a ser parte del territorio de Benjamí­n, que limitaba con Efraí­n y Manasés. (Jos 16:1, 7; 18:12, 21.) Parece ser que no mucho tiempo después se asentó en ese lugar algún tipo de poblado, que el rey moabita Eglón capturó y retuvo bajo su dominio durante dieciocho años. (Jue 3:12-30.) En tiempos del rey David seguí­a habiendo un poblado en Jericó (2Sa 10:5; 1Cr 19:5), pero Hiel el betelita no reconstruyó la ciudad hasta el reinado de Acab. La maldición profética que Josué habí­a pronunciado más de quinientos años antes se cumplió. Cuando Hiel colocó el fundamento, perdió a su hijo primogénito, Abiram, y cuando puso las puertas, a su hijo menor, Segub. (Jos 6:26; 1Re 16:34.)
Durante todo este perí­odo, algunos de los †œhijos de los profetas† residieron en Jericó. (2Re 2:4, 5.) Después que Jehová se llevó a Elí­as el profeta en una tempestad de viento, Eliseo permaneció en Jericó durante un tiempo y saneó el suministro de agua de la ciudad. (2Re 2:11-15, 19-22.) Se dice que el agua de `Ain es-Sultan (que según la tradición es la fuente que Eliseo saneó) es dulce y buena, y riega los huertos de la moderna Jericó.
En la época del inicuo rey Acaz de Judá, Jehová permitió que los ejércitos israelitas comandados por el rey Péqah infligieran una derrota humillante a la infiel Judá, pues mataron a 120.000 soldados y se llevaron cautivos a 200.000 de sus habitantes. Sin embargo, Oded, el profeta de Jehová, se encontró con los ejércitos victoriosos y les advirtió que no esclavizaran a los cautivos. Por eso, vistieron y alimentaron a los cautivos, y después los llevaron a Jericó y los liberaron. (2Cr 28:6-15.)
Tras la caí­da de Jerusalén en 607 a. E.C., el rey Sedequí­as huyó hacia Jericó, pero los babilonios lo alcanzaron y capturaron en las llanuras desérticas de Jericó. (2Re 25:5; Jer 39:5; 52:8.) Después de la liberación del exilio en Babilonia, hubo 345 †œhijos de Jericó† entre los que volvieron con Zorobabel en 537 a. E.C., y al parecer se establecieron en esa ciudad. (Esd 2:1, 2, 34; Ne 7:36.) Más tarde, algunos de los hombres de esta ciudad ayudaron a reconstruir el muro de Jerusalén. (Ne 3:2.)
Jericó fue uno de los lugares donde Jesús efectuó su ministerio a finales del año 32 y principios de 33 E.C. Cerca de allí­ curó la vista del ciego Bartimeo y de su compañero. (Mr 10:46; Mt 20:29; Lu 18:35; véase BARTIMEO.) También fue en Jericó donde Jesús se encontró a Zaqueo, y después estuvo en su casa como invitado. (Lu 19:1-7.) Con anterioridad, cuando estaba en Judea, Jesús dio la ilustración del buen samaritano, y en ella mencionó el camino que iba de Jerusalén a Jericó. (Lu 10:30.) La historia antigua corrobora que en ese camino eran frecuentes los asaltos.

¿Han hallado pruebas los arqueólogos de la destrucción de Jericó en tiempo de Josué?
Entre 1929 y 1936, el profesor John Garstang dirigió una expedición inglesa a Tell es-Sultan, donde halló una ciudad que habí­a sido incendiada y cuyos muros habí­an caí­do. Identificó a esta ciudad con la Jericó del tiempo de Josué y situó su destrucción en una fecha cercana a 1400 a. E.C. Aunque en la actualidad algunos doctos aún concuerdan con las conclusiones de Garstang, otros interpretan los hallazgos de manera diferente. El arqueólogo G. Ernest Wright escribe: †œLos dos muros que rodeaban la parte más elevada de la ciudad antigua, que Garstang […] creí­a haber sido destruidos por un terremoto y un incendio en tiempos de Josué, resultaron ser del tercer milenio y representar tan sólo una parte de los catorce muros o lienzos de muro edificados sucesivamente durante aquel perí­odo†. (Arqueologí­a bí­blica, 1975, pág. 114.) Muchos piensan que queda poco, si acaso algo, de la Jericó de la época de Josué pues las primeras excavaciones eliminaron lo que podí­a haber quedado del tiempo de su destrucción. El profesor Jack Finegan observa: †œPor lo tanto, ahora ya no queda casi nada en el lugar que permita determinar la fecha en que Josué conquistó Jericó†. (Light From the Ancient Past, 1959, pág. 159.)
Por esta razón, muchos eruditos fechan la caí­da de Jericó sobre la base de pruebas circunstanciales, y las fechas que sugieren abarcan un perí­odo de unos doscientos años. En vista de tal incertidumbre, el profesor Merrill F. Unger expone con acierto: †œLos eruditos tienen que extremar su cautela para no otorgar indebida autoridad a las fechas e interpretaciones de los arqueólogos. Las amplias divergencias que existen entre las autoridades competentes demuestran sin lugar a dudas que las fechas y conclusiones derivadas de los hallazgos arqueológicos suelen depender de factores subjetivos†. (Archaeology and the Old Testament, 1964, pág. 164.)
Por lo tanto, el que las interpretaciones de los arqueólogos no concuerden con la cronologí­a bí­blica que señala el año 1473 a. E.C. como la fecha de la destrucción de Jericó no es razón para preocuparse. Las diferentes interpretaciones de Garstang y otros arqueólogos sobre Jericó ilustran la necesidad de ejercer cautela a la hora de aceptar el testimonio arqueológico, aunque parezca confirmar o contradecir el registro bí­blico y su cronologí­a.

[Ilustración en la página 62]
Excavación de los muros de la antigua Jericó

Fuente: Diccionario de la Biblia

I. El nombre

El significado original del nombre Jericó es dudoso. Resulta más simple, tomar el heb. yerı̂ḥô como si perteneciera a la misma raíz que yārēaḥ, ‘luna’, y relacionarlo con el primitivo dios-luna Yariḥ o Yeraḥ de los semitas occidentales. Cf. los comentarios de Albright en Archaelogy and the Religion of Israel, eds. 1953, pp. 83, 91–92, 197 nota 36, y en AASOR 6, 1926, pp. 73–74. Algunos sugieren rwḥ, ‘lugar fragante (BDB, pp. 437b, de acuerdo con Gesenius), o como “fundado por (la deidad) Ho” (PEQ 77, 1945, p.13), pero esto es improbable.

II. Ubicación

La Jericó del AT generalmente se equipara con el montículo actual de Tell es-Sultan, unos 16 km al NO de la actual desembocadura del Jordán en el mar Muerto, 2 km al NO de la aldea de er-Riha (la Jericó actual), y alrededor de 27 km al ENE de Jerusalén. El imponente montículo en forma de pera tiene alrededor de 400 m de largo de N a S, unos 200 m de ancho en el amplio extremo septentrional, y alrededor de 20 m de espesor. La Jericó herodiana y neotestamentaria está representada por los montículos de Tulul Abu el-Alapq, 2 km al O de la actual er-Riha, por lo que se encuentra al S de la Jericó del AT. Las montañas de Judea se elevan abruptamente desde la planicie de Jericó, a poca distancia hacia el O.

III. Historia

a. Antes de Josué

(i)     Comienzos. La historia de Jericó es virtualmente un resumen de toda la historia arqueológica de Palestina entre ca. 8000 y ca. 1200 a.C. (Para las abreviaturas especiales que utilizaremos aquí, véase la bibliografía al final de este artículo.) Cada aldea en Jericó debió su existencia al excelente manantial permanente del lugar, y al “oasis” al cual dicho manantial alimenta (DUJ, lám. 1); en el AT a veces se describe a Jericó como la “ciudad de las palmeras” (Dt. 34.3). Ya ca. 9600/7700 a.C. los cazadores que buscaban alimentos pueden haber tenido un santuario allí, y los agricultores más primitivos de Palestina que se conocen construyeron chozas cerca del manantial (AHL, pp. 41–43; lám. 5A). A principios del 8º milenio a.C. (fecha asignada por el método del carbono 14), se construyó la ciudad más antigua de Jericó, con un muro de piedra con revestimiento, que incluía por lo menos una torre (con escalera empotrada) y casas redondas. Posteriormente se puso de moda construir espaciosas casas rectangulares, y los cráneos de los antepasados venerables (?) se reproducían en retratos de cabezas moldeados en arcilla y de extraordinario realismo (DUJ, pp. 67–73 y lams. 25, 29–30, o AHL, pp. 43–47 y lám. 7, para “el neolítico prealfarero, fase A”; DUJ, pp. 51–67 y láms. 20–22, o AHL, pp. 47–57, 60 y láms. 13ss, para la “fase B”). En los milenios 5º y 4º a.C. los ciudadanos de Jericó aprendieron a hacer alfarería, pero finalmente abandonaron el lugar (“neolítico alfarero A y B”, “Jericó IX y VIII” de los libros más antiguos, DUJ, pp. 79–94, AHL, pp. 60–70). La antigua Jericó es actualmente la fuente primaria de información sobre la vida sedentaria más primitiva de Palestina; cf. también W, cap(s). 2–4 y GSJ, pp. 55–72.

(ii)     Período histórico primitivo. A partir de ca. 3200 a.C. Jericó estuvo nuevamente habitada como aldea con muros y torres de la edad del bronce primitiva, época en la que fueron fundadas localidades que más tarde serían famosas (p. ej. Meguido), contemporáneas de la era de las pirámides de Egipto y la civilización sumeria en Mesopotamia (DUJ, pp. 167–185; AHL, pp. 101–134; W, cap(s). 5; GSJ, pp. 75–88 cuidades I y II). Pero ca. 2300 a.C. Jericó pereció violentamente a manos de recién llegados desprovistos de cultura, que finalmente repoblaron el lugar (edad del bronce media I, según Albright; edad del bronce intermedia primitiva/media, según K. M. Kenyon, cf. DUJ, pp. 186–209; AHL, pp. 135–161). Estos pobladores se fusionaron con los cananeos de la edad del bronce media propiamente dicha (ca. 1900–1600/1550 a.C.). Bíblicamente se trataba del período de Abraham, Isaac, y Jacob; los restos de la Jericó contemporánea ilustran gráficamente sobre la vida diaria de los vecinos cananeos/amorreos de Abraham que vivían en aldeas. Las tumbas se han preservado mejor que los maltrechos edificios de la ciudad. Condiciones atmosféricas peculiares han permitido la conservación de espléndidas piezas de alfarería, mesas de madera de 3 y 4 patas, banquetas y camas, cajas con incrustaciones de huesos para guardar artículos varios, cestería, platos con frutas y trozos de carne, dagas y brazaletes de metal (DUJ, pp. 210–232 [ciudad], 233–255 [tumbas]; AHL, pp. 162–194; GSJ, pp. 91–108). Para la restauración del interior de una casa de Jericó, véase DUJ, cubiertas. Para reconstrucciones de la ciudad amurallada sobre su montículo, véase Illustrated London News, 19 de mayo de 1956, pp. 554–555; cf. AHL, pp. 188, fig(s). 45.

b. Jericó y el Antiguo Testamento

(i)     La invasión de Josué. Después de ca. 1600 a.C. Jericó fue destruida en forma violenta, probablemente por los faraones imperiales de la dinastía 18ª de Egipto. Después de esto la única ocupación conocida de Jericó (bronce tardío) data principalmente de entre ca. 1400 y 1325 a.C.; virtualmente nada se conoce a partir del ss. XIII a.C., que es la fecha de la conquista israelita (* Cronología del Antiguo Testamento; DUJ, pp. 259–263; AHL, pp. 197–198, 209–211). Los muros de Garstang de la “edad del bronce tardía” (GSJ, cap(s). 7) en realidad datan de la edad del bronce temprana, más de 1000 años antes de Josué, debido a los restos del bronce temprano asociados con ellos, y están recubiertos con material del bronce medio, sólo posteriormente identificados durante las excavaciones de la arqueóloga Kenyon (p. ej. DUJ, pp. 170–171, 176–177, y especialmente 181). Es posible que en la época de Josué (s. XIII a.C.) existiera una pequeña aldea en la parte oriental del montículo, que posteriormente fue completamente erosionada hasta desaparecer. Tal posibilidad no es solamente un punto de vista “armonístico” o heurístico, sino que lo sugieren los vestigios de una considerable erosión en otras aldeas más antiguas de Jericó. Las tumbas demuestran en forma decisiva la importancia de la Jericó de la edad del bronce media (el período patriarcal), aunque en el montículo de la ciudad la mayor parte de la ciudad del bronce medio—aun buena parte de la del bronce temprano que la antecedió—fue erosionada hasta desaparecer entre ca. 1600 y ca. 1400 a.C. (cf. DUJ, pp. 170–171, y tamb. 45, 93, 259–260, 262–263). Si los elementos pudieron causar tanto daño en sólo 200 años, resulta fácil comprender cuánto puede haber hecho la erosión natural en el montículo desierto en los 400 años que transcurrieron entre Josué y la nueva fundación de Jericó por Hiel de Bet-el (1 R. 16.34) en el reinado de Acab. Parecería sumamente probable que los restos borrados por las lluvias de la última ciudad de la edad del bronce tardía se encuentren actualmente bajo la carretera moderna y las tierras cultivadas a lo largo del lado oriental del montículo de la ciudad, como ha ocurrido con la pendiente principal del montículo que desciende de O a E. Es extremadamente dudoso que una excavación (aun cuando fuera permitida) diera muchos resultados en la actualidad. Sabemos que el relato de Jos. 3–8, en el que figura la caída de Jericó, refleja fielmente las condiciones de la zona y su topografía, mientras que la comandancia de Josué está narrada de manera realista. Con respecto al terreno, cf. J. Garstang, Joshua-Judges, 1931, pp. 135–148 (los temblores de tierra, de origen providencial, siguen siendo una sugerencia válida, aun cuando sus muros del “bronce tardío” (en realidad del bronce temprano) actualmente no cuentan como prueba directa de la época de Josué). Sobre el mando de Josué, cf. Garstang, op. cit., pp. 149–161, y Y. Kaufmann, The Biblical Account of the Conquest of Palestine, 1953, pp. 91–97.

(ii)     De Josué a Nehemías. Durante siglos no se hizo esfuerzo alguno por reconstruir el montículo de la ciudad de Jericó, por temor a la maldición de Josué (Jos. 6.26), pero todavía se frecuentaba el manantial, como también el oasis, en donde quizás existía un caserío. En la época de los jueces, Eglón rey de Moab ocupó temporariamente el oasis (Jue. 3.13), y los enviados de David se quedaron allí un tiempo, después de haber sido ultrajados por Hanún de Amon (2 S. 10.5; 1 Cr. 19.5); el “blocao” puede haber sido un puesto de guardia en este período (s. X a.C.: Albright y Wright, citados por Tushingham, BA 16, 1953, pp. 67). Luego en el reinado de Acab (ca. 874/3–853 a.C.) Hiel de Bet-el volvió a fundar la Jericó propiamente dicha, y finalmente cumplió la antigua maldición con la pérdida del mayor y el más joven de sus hijos (1 R. 16.34). Esta humilde Jericó de la edad del hierro fue la de Elías y Eliseo (2 R. 2.4–5, 18–22), y fue en las llanuras de Jericó donde los babilonios capturaron a Sedequías, el último rey de Judá (2 R. 25.5; 2 Cr. 28.15; Jer. 39.5; 52.8). Los restos de esta Jericó (ss. IX-VI a.C.) son muy fragmentarios (de lo cual nuevamente tenemos que culpar a la erosión), pero bastante concretos: edificios, alfarería, y tumbas; es probable que los babilonios hayan destruido el lugar en 587 a.C. (véase BA 16, 1953, pp. 66–67; PEQ 85, 1953, pp. 91, 95; DUJ, pp. 263–264). Después del exilio todavía existió una modesta Jericó en la época de los persas. Alrededor de 345 habitantes de Jericó retornaron con Zorobabel (Esd. 2.34; Neh. 7.36), y sus descendientes ayudaron en la reparación de los muros de Jerusalén en 445 a.C. bajo Nehemías (Neh. 3.2); un sello en un recipiente cerámico (del ss. IV a.C. aprox.), “perteneciente a Agar (hija de) Urías”, es el último recuerdo histórico de la Jericó del AT (Hammond, PEQ 89, 1957, pp. 68–69, con lám. 16, corregido en BASOR 147, 1957, pp. 37–39; cf. tamb. Albright, BASOR 148, 1957, pp. 28–30).

c. La Jericó del Nuevo Testameto

En la época del NT la ciudad de Jericó estaba ubicada al S del montículo antiguo. En esa región Herodes el Grande (40/37–4 a.C.) y sus sucesores construyeron un palacio de invierno con jardines ornamentales, cerca de los famosos jardines de palmeras y bálsamo que daban buenas rentas. Se han excavado ruinas fragmentarias que pueden estar relacionadas con estos grandes edificios. Véase Kelso y Baramki, “Excavations at New Testament Jericho” en AASOR 29/30, 1955, y BA 14, 195, pp. 33–43; Pritchard, The Excavation at Herodian Jericho en AASOR 32/33, 1958, y BASOR 123, 1951, pp.8–17. Herodes proveyó agua por un acueducto desde el uadi Qilt (Perowne, Life and Times of Herod the Great, 1956, láms. frente a pp. 96–97).

En los alrededores de la Jericó del NT Cristo curó a unos ciegos, incluido Bartimeo (Mt. 20.29; Mr. 10.46; Lc. 18.35). Zaqueo (Lc. 19.1) no era el único judío rico que tenía su casa en este distingido distrito. La inmortal historia del buen samaritano se desenvuelve en la angosta carretera infestada de bandidos que va de Jerusalén a Jericó (Lc. 10.30–37).

IV. Bibliografía

a. En castellano

°K Kenyon, Arqueología en Tierra Santa, 1960; G. E. Wright, Arqueología bíblica, 1975, pp. 112–115; W. F. Albright, Arqueología de Palestina, 1962, pp. 83–112; id., De la edad de la piedra al cristianismo, 1959; G. A Smith, °GHTS, pp. 141ss; R. North, “Jericó”, °EBDM, t(t). IV, cols. 334–340; L. Alonso Schökel, Viaje al país del Antiguo Testamento, 1956, pp. 177ss; E. Yamauchi, Las excavaciones y las Escrituras, 1977; T. Vardman, La arqueología y la Palabra viva, 1968; A Rolla, La conquista de Canaán, 1962; C. F. Pfeiffer, “Jericó (Antiguo Testamento y Nuevo Testamento)”, °DBA, pp. 358–366; W. Keller, Y la Biblia tenía razón, 1958, pp. 161–170.

b. Otros

Sir Charles Warren cavó pozos en Jericó alrededor de 1868 con poco resultado. La primera excavación científica que se llevó a cabo allí fue la de Sellin y Watzinger (Jericho, 1913), pero no pudieron fechar correctamente los elementos que encontraron. Aparte de sus errores sobre la “Jericó de Josué” (véase sup.), Garstang en 1930–6 puso a la arqueología del lugar sobre una base segura. Véase J.y J.B.E. Garstang, The Story of Jericho, 1948 (GSJ). Informes preliminares detallados aparecen en Liverpool Annals of Archaeology and Anthropology 19, 1932, a 23, 1936, y en PEQ para los mismos años. La investigadora Kenyon analizó los resultados de Garstan en PEQ 83, 1951, pp. 101–138. Hay bibliografía adicional más antigua en Barrois, Manuel d’ Archéologie Biblique 1, 1939, pp. 61, 63.

Detallados informes preliminares de las excavaciones de K. M. Kenyon entre 1952 y 1958 aparecen en PEQ 84, 1952, a 92, 1960; BASOR 127, 1952, pp. 5–16; BA 16, 1953, pp, 45–67, y 17, 1954, pp. 98–104. Para una instructiva (y humorística) relación general véase W = M. Wheeler, The Walls of Jericho, l956 (edición en rústica, 1960). El mejor relato general y detallado es DUJ = K. M. Kenyon, Digging Up Jericho, 1957 (totalmente ilustrado), complementado para los períodos más primitivos por AHL = K. M. Kenyon, Archaeology in the Holy Land, 1960. El primer tomo de la publicación definitiva es K. M. Kenyon y otros, Jericho I, 1960 (sobre tumbas). El fondo general y un resumen pueden leerse en G. L. Harding, The Antiquities of Jordan, 1960, pp. 164–174. Para la Jericó del NT, véase sup. III. c) y un buen trabajo sobre el trasfondo en Mowry, BA 1952, pp. 25–42. Para bibliografía general, cf. E. K. Vogel, Bibliography of Holy Land Sites, 1974, pp. 42–44; para un trabajo panorámico cf. EASHL, 2, pp. 550–575.

K.A.K.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

Tres ciudades con este nombre han ocupado sitios sucesivamente en la misma vecindad.

I. Una ciudad de Canaán tomada y destruida por Josué después del paso del Jordán (Josué 6). El establecimiento de los israelitas en las industrias de la “ciudad de las palmeras” dio nacimiento al Jericó de Benjamín (Jos. 18,21), que fue por algún tiempo dominada por Eglón, rey de Moab (Jueces 3,12), y en la cual los emisarios de David se escondieron cuando habían sido avergonzados por Janún, rey de los amonitas (2 Samuel 10,5). Pero cuando, bajo Ajab, la Jericó cananea había sido restaurada por Jiel de Betel (1 Reyes 16,34), los israelitas se instalaron allí. Fueron visitados por Eliseo, quien purificó las aguas del arrollo (2 Rey. 2,18-22). Trescientos cuarenta y cinco hombres de Jericó, que regresaban del cautiverio repoblaron su ciudad nativa (Esdras 2,34; Nehemías 7,36). Habiendo caído en manos de los sirios, fue fortificada por Báquides, para proteger a Judea en el lado este (1 Mac. 9,50). Esta Jericó estaba situada en Tell-es-Sulthán, cerca de la Fuente de Eliseo (‘Ain-es-Sultàn), que fluye a una distancia de cerca de dos millas al noroeste de ez-Ribá, la moderna Jericó. Excavaciones hechas en ese lugar en 1907-08 trajeron a la luz una muralla que medía algunas 840 yardas de circunferencia, una citadela con doble muralla del período cananeo, moradas israelitas del tiempo de los reyes, y alguna alfarería post-exílica (Mitteil. der deutschen Orient. Gesellschaft zu Berlin, December, 1908, no. 39; “Revue Biblique”, 1909, 270-79).

II. La antigua Jericó, cerca del arroyo, había desaparecido completamente cuando Herodes fundó una nueva Jericó hacia el punto donde el arroyo de Kelt y el camino a Jerusalén emergen de las montañas. Protegida por el fuerte de Cyrpos, poseía palacios reales, vastas reservas, un hipódromo y un anfiteatro (Josefo, “Bell. Jud.”, I, XXI, 14; XXXIII, 6, 8; “Antiq. Jud.”, XVI, V, 2). Herodes murió allí; luego su hijo Arquelao embelleció los palacios y mandó a construir nuevos acueductos para traer agua a los jardines de palmeras (Antiq. Jud., XVII, XIII, 1). Fue en los portones de esta Jericó que Cristo curó a los dos ciegos (Mateo 20,29-34), sólo uno—Bartimeo—según Marcos (10,46) y Lucas (18,35), y fue aquí donde vio al publicano Zaqueo (Lc. 19,1-5). El Khìrbet Qaqûn, el Birket Mûsâ, unos pocos montículos artificiales, son los restos visibles de la segunda Jericó, la cual, antes de ser destruida completamente, sirvió por algunos días como un campamento romano (Bell. Jud., VIII, 2; IX, 13).

III. Una tercera Jericó llegó a existir en los jardines regados por la Fuente de Eliseo, y donde, además de las palmeras, crecía la alheña, bálsamo, mirra (Bell. Jud., IV, VIII, 3), el sicómoro, el plátano, etc. Según el mapa de la Mâdabâ, fue una ciudad importante y sede sufragánea de Cesarea Marítima. Sus obispos conocidos son Januario (325), Macer (381), Eleuterio (415), Juanes (518), Gregorio (536), Basilio (800) (Le Quien, , “Oriens Christianus”, III, 646-50). Justiniano estableció aquí una gran caravanera (Procopio, “De Ædif.”, V, 9). Durante las Cruzadas, Jericó fue un beneficio adjunto al Santo Sepulcro. La ciudad bizantina fue sucedida por el presente Ribà, que consiste de unas pocas hostelerías para peregrinos y turistas, y algunas quince chozas de juncos habitadas por árabes Ghawarneh. Hay también una iglesia griega (llamada el “Santuario de Zaqueo”) servida por dos monjes ortodoxos, una capilla latina y una mezquita.

Bibliografía: GEYER, Itinera Hierosolymitana (Viena, 1898); CONDER AND KITCHENER, Survey of West Palestine, Mem., III (Londres, 1883); GuéRIN, Samarie, I (París, 1874): ROBINSON, Biblical Researches in Palestine, I (Boston, 1856); RELAND, Palæstina (Utrecht, 1714).

Fuente: Abel, Félix Marie. “Jericho.” The Catholic Encyclopedia. Vol. 8. New York: Robert Appleton Company, 1910.
http://www.newadvent.org/cathen/08339a.htm

Taducido por Luz María Hernández Medina

Fuente: Enciclopedia Católica