Los ídolos: una necesidad del ser humano

Decir que el ser humano ha sentido la idolatría como una necesidad en el pasado sería correcto en parte. El ser humano tiene la necesidad de rodearse de ídolos, y como esa necesidad se muestra consustancial con su naturaleza, tan lógico es que los ídolos hayan acompañado al hombre en el pasado, como que lo hagan en el presente y de seguro que lo harán en el futuro.

Un «ídolo» puede ser tanto la imagen de una deidad que es objeto de culto, como una persona o cosa que se ama o admira con exaltación. Vemos por tanto que un ídolo puede ser: 1) una imagen de la divinidad, 2) una persona, 3) un objeto. Pongamos un ejemplo de cada uno:

1) Para un cristiano, la talla de madera de Jesucristo en la cruz, colocada en la iglesia a la que acude cada domingo, es un ídolo, pues se trata de un objeto que representa la divinidad a la que su culto (el Cristianismo) está dirigido.

2) Para un amante de la música, Elvis, Jhon Lennon o Beethoven pueden ser sus ídolos, siempre que los admire de manera exaltada.

3) Para un broker bolsa dedicado 24 horas al día a consultar y modificar sus inversiones con el afán de maximizar sus beneficios empresariales y acumular riqueza, postergando su vida familiar y personal a la consecución de dichos objetivos, qué duda cabe de que el dinero, como objeto, es un ídolo al que adora con desmesura.

Al final, adorar algo es idolatrarlo, convertir en ídolo el objeto de nuestro amor exaltado, y eso es un predicado que pueden cumplir tanto la divinidad como su representación, tanto las personas como los objetos que las representan.

Hace unos días se produjo un hecho con cierta repercusión internacional: la muerte del presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez. El fallecimiento del presidente de un país siempre produce efectos y reacciones internacionales, acordes éstos a la presencia o relevancia internacional de dicho país o al carácter mediático del finado. No se puede obviar que en el caso de Hugo Chávez el segundo aspecto ha sido casi más importante que el primero, o más.

Pues bien, este hecho al que hago referencia puede servirnos para visualizar la relación del ser humano con los ídolos y la necesidad de tenerlos siempre cerca.

Muchos habremos visto imágenes por televisión en las que aparecía una masa enfervorecida de venezolanos que hacía cola en el hospital donde murió Hugo Chávez. Ahora los vemos pasar ante el féretro con el ánimo compungido, gritando entre llantos que «nuestro Presidente no ha muerto», como si quisieran una resurrección que no se demore ni siquiera los tres días que tardó la de Jesucristo. Y nos nos sorprenderá que esta misma masa visite la tumba de Hugo Chávez con periodicidad religiosa, tumba que, por otro lado, a nadie extrañará que adopte la forma de un «Mausoleo Nacional» enorme, ornamentado, lugar de peregrinaje desde el mismo día de su construcción. Ejemplos tenemos para elegir, pero el de Vladimir Ilich Uliánov, «Lenin», es el primero que se me ocurre…

Muchos de los que contemplamos estas muestras de idolatría colectiva, cuando lo hacemos desde la aparente objetividad que reporta la distancia, tendemos a criticarlas: «estos tíos están como una cabra», «les falta un hervor» o «les tienen comido el coco». Criticar esta actitud suele ser el modo más palmario de aseverar el dicho español de ver la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el propio.

Porque todos, en mayor o menor medida, tenemos ídolos, y la idolatría, como sentimiento personal que es, no admite gradaciones ni puede juzgarse a la luz de la razón. Toda adoración desmedida (que en eso consiste en última instancia la idolatría), sea del tipo que sea y cualquiera que sea su objeto, es una manifestación pasional, nunca racional. Por eso debemos cuidarnos mucho de criticar la aparente «irracionalidad» de quienes idolatran a algo o alguien, cuando pocos estamos libres de no tener un ídolo al que adorar.

Usemos la religión como ejemplo de esta intolerancia endémica del ser humano.

La aparición de un nuevo credo religioso suele traer consigo el desprecio de los precedentes, y sorprende el hecho de que la crítica se haga desde un punto de vista «racional», como si las creencias pudieran utilizar una balanza semejante.

Si tomamos a Akenatón como el primer monoteísta (cuestión más o menos pacífica, pero no exenta de cierta controversia), podemos suponer que lo que comenzó como herejía acabó imponiéndose como la verdad oficial: sólo hay un Dios, Atón. Se admitía la existencia de varios dioses, pero sólo el Dios solar Atón podía ser venerado (en tal caso estaríamos ante un caso de henoteísmo, más que de monoteísmo). Aunque la reforma religiosa de Akenatón no perduró mucho y los egipcios pronto volvieron a adorar a sus antiguos dioses, es fácil ver el influjo que este hecho causó en el Judaísmo, hasta el punto de que en el Antiguo Testamento existen evidencias que apuntan a una doctrina religiosa incialmente henoteísta que desemboca en el monoteísmo.

Los romanos ridiculizaron las creencias de los judíos, considerando que era «ilógico» adorar a un Dios de todas las cosas, cuando era «bien sabido por todos» que había muchos dioses (no sólo los dioses griegos «romanizados», como Júpiter o Minerva, sino los Lares y más adelante los Manes, que aunque fueran almas de los antepasados, se adoraban y respetaban las estatuillas que los representaban con fervor religioso). Los judíos, por su parte, ridiculizaron a los primeros cristianos, que pretendían ver en Jesucristo al Mesías. No es necesario decir que para los romanos los cristianos no eran sino una secta dentro del judaísmo, y fueron objeto de persecuciones, hasta que un buen día del año 313, tras el Edicto de Milán de Constantino I el Grande, el Cristinianismo fue tolerado y acabó convirtiéndose en la religión oficial del Imperio Romano.

Cambiadas las tornas, fueron los cristianos los que empezaron a ridiculizar a los que hasta entonces se consideraban cultos oficiales, hasta el punto de llamarlos «paganos» (denominación que ha perdurado hasta nuestros días, a pesar de que inicialmente se usaba para referirse a los que «vivían en el campo», compartiendo la raíz etimológica de la palabra castellana «pago»). Más de mil años después, cuando los misioneros cristianos llegaran al Nuevo Mundo, volverían a ridiculizar creencias ajenas, en este caso la de mayas o aztecas, a los que se les pretendía convertir al Cristianismo por ser éste más lógico y sensato que las costumbres bárbaras de los aborígenes.

En la actualidad miramos las grandes pirámides egipcias, los templos griegos o el panteón vikingo como si fueran obras de civilizaciones inmaduras, infantiles. La propia expresión «mito» usada para referirnos a la Cosmogonía de la Grecia Clásica, por ejemplo, no es ajena a cierto carácter peyorativo: un mito es una alegoría, un cuento, una simplificación de la realidad más propia de la leyenda que de un análisis histórico o científico. Pero nada nos puede asegurar que, en el futuro, nuevos credos miren hacia atrás y sonrían con superioridad paternal ante espectáculos como el que ha tenido lugar hace unas horas: la fumata que debía anunciar al nuevo Papa y cuyo color negro augura que el Cónclave será largo…

Desde un punto de vista lógico y racional las creencias religiosas no pueden medirse, compararse ni graduarse. Los dioses griegos no son menos «lógicos» que el Dios de los musulmanes, judíos o cristianos. La fe en la existencia de un ser sobrenatural es eso: fe, sentimiento, no razón. Por eso debemos ser muy cuidadosos a la hora de ridiculizar las creencias ajenas o pasadas, pues lo más probable es que las nuestras tampoco aguanten el más mínimo examen racional. Y de hacerlo, siempre se deberá hacer desde el punto de vista del sentimiento, pero nunca desde el punto de vista de la razón, pues tan irracional (fuera de la razón) es creer en uno como en varios dioses, en la Trinidad o en la Dualidad persa expuesta por Zoroastro.

Pero fuera del ámbito religioso, los ídolos siguen al ser humano como elementos inseparables. Los emperadores romanos llegaron a ser adorados como dioses, y algo no muy distinto se aprecia en el caso de algunos dirigentes actuales. La conducta de los fieles a Chávez puede ser ejemplificativa de ello. Y los cientos de quinceañeros que llevan semanas durmiendo en la calle para coger el mejor sitio en el concierto de Justin Bieber, o el americano que se sigue vistiendo de Elvis y afirma que habla con él por las noches, no dejan de ser ejemplos de otros ídolos a los que adorar, venerar y amar con pasión exaltada. Podemos reírnos de estas conductas o respetarlas, pero el tratamiento deberá ser el mismo para todos: tan sincero es el amor personal de un fan de Elvis hacia su ídolo como el de un seguidor de Chávez hacía su líder.

Y con la religión ocurre lo mismo. El Catolicismo aprovechó las costumbres paganas para difundir con mayor rapidez su doctrina monoteísta, lo que explica la perdurabilidad de ciertas actitudes paganas en una sociedad tan católica como la española. La veneración de las imágenes en Semana Santa, el Rocío, la miríada de «Vírgenes de la Fuensanta, la Cabeza, etc..», la hostia y el vino como cuerpo y sangre de Jesucristo, la propia cruz… por donde miremos vemos símbolos, iconos, ídolos a los que se respeta y venera como si fueran la misma divinidad.

Desde un punto de vista objetivo o formal existen similitudes entre el fervor de masas que siguen a un líder político y las que lo hacen a uno religioso. Pero es que desde un punto de vista interno, de la creencia y fe de cada uno de los fieles, es imposible establecer diferencias. Con la misma fuerza puede una persona amar a su presidente como al Papa, y en el caso de Venezuela costaría encontrar diferencias. Igual de respetable o ridículo es una cosa como la otra. Lo que no se puede es denigrar una cosa y no la otra. Quien pregone y crea aquello de que «Chávez no ha muerto» no puede sostener que creer en la resurrección de Jesucristo es «estúpido» o «ilógico». Y pensar a la inversa es igualmente incorrecto.

Porque ya puestos a usar la razón, sería más lógico creer en el Papa o Chávez que en Jesucristo. El venezolano cuya fortuna ha mejorado con Chávez tiene algo que agradecerle, y su idolatría encontraría algún fundamento. Quien se desviva por el Papa, podrá hablar de las cosas buenas que éste ha hecho, porque las conoce de manera directa. Pero quien tenga fe en Jesucristo tendrá fe en lo que se sabe de él, en concreto en lo que los cuatro evangelios refieren que hizo. Si tenemos en cuenta que se desconoce realmente la autoría, fecha y lengua original de dichos evangelios, y se reconoce en cambio que existen otros evangelios (más de cuarenta) que también se pronuncian sobre esta figura cuya evidencias históricas son tan escasas, no podemos llegar a otra conclusión de que adorar a alguien vivo en la actualidad o que hemos conocido, es más «lógico» que adorar a Jesucristo, Zeus o Anubis.

Pero como dije, la religión es cuestión de fe, de sentimiento, y no debe juzgarse a la luz de la razón.

Concluyo esta entrada, verdadero collage de noticias de actualidad y opiniones personales, reafirmando que el ser humano, a grandes rasgos, no puede vivir sin ídolos. Sin necesidad de ir al pasado, pues como defiendo, los ídolos nos siguen acompañando en la actualidad con igual fuerza, no podemos sino rendirnos ante la evidencia de que la mayoría de la raza humana adora a algo o alguien. Sumemos todos los cristianos, musulmanes, judíos, hinduistas, budistas, fieles de cualquier religión o credo por extraño o minoritario que pueda parecernos, y nos haremos una idea de los números tan abrumadores a los que nos referimos. Si a esta cantidad añadimos las personas que idolatran a personas vivas (presidentes, futbolistas, cantantes…), o recientemente muertos, así como a sus símbolos (camisetas del Ché Guevara, Bolivar, Lenin, Hitler, banderas de todo tipo y color…), veremos que quedan muy pocos que se salven de esta necesidad de creer en algo superior a nosotros.

Hasta el ateo más recalcitrante puede ser un «metrosexual» que idolatra su cuerpo y su persona, o un científico que vea en las leyes matemáticas y físicas elementos tan perfectos como la divinidad, y merecedores de igual respeto, cuando no directa adoración.

Disfrutemos pues de nuestros ídolos. Cada cual del suyo, pero con respeto a los demás. Debemos regocijarnos de la maravillosa variedad humana que permite que quienes están pendientes del féretro de Chávez, del color del humo de una chimenea, o de sus abdominales, compartan en común el mismo fervor por sus ídolos.

Yo, personalmente, idolatro a mis padres.

Y aunque adorar e idolatrar no es algo racional… ¡razones no me faltan!

Categorías: Visiones fugitivas | Etiquetas: | 4 comentarios

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4 pensamientos en “Los ídolos: una necesidad del ser humano

  1. diana

    ¡Qué entrada más potente Harry! Si la leyese ´todo el mundo´,
    ¿Se daría cuenta de lo que estás diciendo?
    Igual que LA HISTORIA LA CUENTAN LOS VENCEDORES, a éstos les interesa que sigan las cosas como están, es decir que cada uno adore irracionalmente lo suyo y se enfrente de forma violenta con los demás, en vez de dedicarse a vivir ya hacer el bien común.
    ¿Estoy simplificando? Puede que sí…

    • Muchas gracias, Diana. No sé si «potente» es la expresión, pero de lo que sí estoy seguro es de que «la historia la escriben los vencederos» es una buena forma de resumir el núcleo de esta entrada. Aunque, más que denunciar ese aspecto, pretendía relativizar nuestras creencias, dando a entender que todos, en mayor o menor medida, creemos o ponemos fe en algo, y que todas las creencias son respetables, sin que pueda hablarse, como es frecuente, de creencias mejores o peores.

  2. Leon el Africano

    Apreciado Harry, viendo esta entrada no puedo dejar de relacionarla con la inmediatamente anterior dedicada a «Todos y Cada Uno de Nosostros». Da la sensación de que a partir de aquella hayas querido poner enfasis en lo que las más de las veces nos hace enfrentarnos de un modo irracional, tratando de encontrar algún nexo que explique en parte la causa y no como única.
    Ciertamente el ídolo como una forma de expresión del fetiche, tiene no pocas connotaciones que dan respuesta a necesidades que la razón no puede, no sabe explicar, ó le es díficil.
    Para Freud el ídolo es la idealización del yo y su eficacia se mide a partir de la construcción de un ideal colectivo de ese yo que se comparte. Sirve a mi modo de ver, entre otras para:
    1.- Diferenciarse tanto como para identificarse. Dependerá del lado que ocupemos.
    2.- Reforzar un sentimiento común de pertenencia, y en definitiva,
    3.- Expresar el instinto social que entendido como una necesidad de aceptación que tiene su fundamento en el miedo a la soledad (Schopenhauer).
    Este instinto lo tenemos todos en la medida que es una disposición psicofísica innata que es una pauta hereditaria de comportamiento. Es por ello que los idolos son necesarios y ninguno a priori está por encima del otro, de ahí su validación como no opuesto a otro. Sólo las consecuencias y resultados que provoque en términos de ética universal podría ser aceptado como rechazable, pero aún así existen filtros porque ¿quien dicta los principios de la ética universal?
    La consecuencia a tu soberbia entrada y mi modesta aportación según yo lo veo es que, efectivamente, los ídolos son una «Necesidad del Ser Humano».
    La cultura grecorromana clásica y su sentido de la socialización tras cada conquista, siempre desde el contexto histórico en el que se produjo, es un ejemplo aún vigente y no superado desde entonces.
    Hasta otra Harry

  3. kristian

    Excelente entrada, tienes toda la razón es una «Necesidad del ser humano idolatrar algo o alguien» aunque debo decir que tiene como consecuencia la fácil manipulación, por ello es irracional.
    * En el caso de la religión manipulan las creencias
    * El gobierno venezolano manipula la imagen de chavez para continuar en el poder.

    ¿como sera vivir sin ídolos?

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