COMUNION

v. Compañerismo
Psa 25:14 la c íntima de Jehová es con los que le
Pro 3:32 mas su c íntima es con los justos
Act 2:42 perseveraban .. en la c unos con otros
1Co 1:9 por el cual fuisteis llamados a la c
1Co 10:16 ¿no es la c de la sangre de Cristo?
2Co 13:14 la c del Espíritu Santo sean con todos
Phi 1:5 por vuestra c en el evangelio, desde el
1Jo 1:3 que también tengáis c con nosotros
1Jo 1:6 decimos que tenemos c con él, y andamos


Comunión (gr. generalmente koiní‡ní­a, “asociación”, “comunión”, “participación”, “compañerismo”, “compartir algo”). Participación mutua en alguna bendición o experiencia. En el NT el término se usa para expresar el concepto de participación conjunta en experiencias como compartir las bendiciones del evangelio (Phi 1:5). La palabra se encuentra particularmente en los pasajes que se refieren a la í­ntima relación que experimentan los cristianos con Dios (1 Joh 1:3), con Cristo (1 Joh 1:3; 1Co 1:9), con el Espí­ritu Santo (2Co 13:14) y con los demás creyentes (1 Joh 1:3,7). Lo estrecho de esta relación encuentra su expresión más peculiar en conexión con la Cena del Señor, en la que los cristianos simbólicamente participan de la carne y la sangre de Cristo. En 1Co 10:16, Pablo describe la copa y el pan de la Cena del Señor como “la comunión de la sangre de Cristo” y la “comunión del cuerpo de Cristo”. En contraste, se recomienda a los creyentes a no tener comunión con los “demonios” (v 20) ni con las “obras infructuosas de las tinieblas” (Eph 5:11; cf 2Co 6:14). Además de su significado corriente, la iglesia primitiva usaba koiní‡ní­a para describir el acto de compartir las bendiciones temporales con los creyentes (2Co 8:4); como tal, se puede traducir apropiadamente como “ofrenda” o “contribución” (Rom 15:26; 2Co 9:13).

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

“Unión común” entre el cristiano con Dios y con los hermanos, por medio de Jesucristo Eucarí­stico. 1Co 10:16-22. Ver “Eucaristí­a”.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

Es la participación y el compañerismo entre personas. El término hebreo está relacionado con la idea de amistad y conocimiento profundo. †œLa c. í­ntima de Jehová es con los que le temen† (Sal 25:14), †œcon los justos† (Pro 3:32). En el NT se enseña que la c. de los creyentes es con el Padre (1Jn 1:3); con el Hijo (1Co 1:9); con el Espí­ritu Santo (2Co 13:14); con la sangre y el cuerpo del Señor (1Co 10:16); †œunos con otros† (Hch 2:42) y en el evangelio (Flp 1:5).

El término utilizado para c. en el NT es el sustantivo koinonia. En la idea de c. se incluye el compartir los bienes materiales. En Rom 15:26 se lee: †œPorque Macedonia y Acaya tuvieron a bien hacer una ofrenda [koinonia] para los pobres que hay entre los santos que están en Jerusalén†. En forma de verbo aparece varias veces koinoneo, traducido como †œcomunicar† o †œparticipar†. Así­, Pablo amonesta diciendo que †œel que es enseñado en la palabra, haga partí­cipe [comunique] de toda cosa buena al que lo instruye† (Gal 6:6). †¢Santa Cena.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

vet, (gr. “koinoní­a”, de “koinos”: común a varias personas). Relación dentro de la cual dos partes tienen alguna cosa en común, asociación. Los creyentes tienen comunión con el Padre y con el Hijo (1 Jn. 1:3), con el Espí­ritu Santo (2 Co. 13:13), y unos con otros (1 Jn. 1:7). Por ello deben andar en la luz, practicar la verdad dejarse así­ purificar de todo pecado (1 Jn. 1:6-7). El mismo Dios nos llama a esta comunión de Su Hijo (1 Co. 1:9), basada en la comunión con el sacrificio de Su cuerpo y de Su sangre (1 Co. 10:16), yendo también hasta la comunión de Sus sufrimientos (Fil. 3:10; 1 P. 4:13). Estando así­ unidos al Señor, los primitivos cristianos perseveraban en la comunión fraternal, poseyéndolo todo en común, hasta el punto de ser todos de un corazón y de un alma…, e incluso una sola bolsa (Hch. 2:42, 44-45; 4:32). Pablo puede exhortar de manera semejante a los filipenses: “si hay… alguna comunión del Espí­ritu”, a tener un mismo amor, una misma alma, y un solo y mismo pensamiento (Fil. 2:1-2). Así­, la “koinoní­a” no es solamente “espiritual”, sino que se extiende al dominio de lo más práctico. De hecho, el mismo término griego significa también “ofrenda” (Ro. 15:26), “ayuda” (“participar”), “libertad” (2 Co. 9:4; 9:13; He. 13:16). Aparte de esto último, la comunión no serí­a más que una entelequia teórica y carente de significado. El adjetivo “koinonos” significa también “socio” (Lc. 5:10; 2 Co. 8:23; Flm. 17). Los socios participan en una empresa y/o en unos bienes comunes. De ahí­ la utilización del término “koinonos” en las siguientes expresiones: la parte que tenéis en el evangelio (Fil. 5:1); participantes de la gloria (1 P. 5:1); participantes de la naturaleza divina (2 P. 1:4). Hasta ahí­ llega en efecto nuestra asociación con Jesucristo. Ello, evidentemente, excluye cualquier asociación con el enemigo: “¿Qué comunión (tiene) la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo?” (2 Co. 6:14-15). Pablo le decí­a a Filemón: “… que la participación de tu fe sea eficaz en el conocimiento de todo el bien que está en vosotros por Cristo Jesús” (Flm. 6). ¡Que así­ sea con nosotros!

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

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Común unión por diversos motivos y de variadas formas. En principio se alude con este término a la participación eucarí­stica a la unión consecuente que se sigue de la recepción del sacramento. En este sentido hay expresiones que aluden a formas especiales o a ocasiones singulares de recibir la comunión.

La “Primera comunión” tiene especial repercusión social, por cuanto es motivo no solo para el niño que, al llegar al uso de la razón puede acercarse ya a la participación eucarí­stica, sino que se convierte en motivo de regocijo espiritual y social para todos los que se interesan por el, desde la familia a la parroquia. Desde S. Pí­o X, con su Decreto “Quam Sigularis”, de 1910, la primera comunión se estableció entre los 7 y los 10 años, edad en que los niños comienzan a tener cierta capacidad discriminadora sobre la acción eucarí­stica.

La “Comunión solemne”, que se hace al llegar a una mayor madurez social y moral, fue tendencia francesa desde el siglo XVIII, cuando en muchas Diócesis se extendió la costumbre de asociar la Eucaristí­a a la profesión de la fe, al llegar a los 14 o 16 años.

En otros ambientes o circunstancias, también se han extendido otros modos de dar a la participación eucarí­stica algunos sentidos de reforzamiento de la piedad y de la devoción. Conceptos como “comunión de perseverancia”, “comunión reparadora de los primeros viernes de mes”, “comunión de acción de gracias” son expresiones interesantes, aunque deben ser situadas en la justa valoración superior de los que realmente es y significa la comunión en cualquier dí­a o circunstancia.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(v. Caridad, catolicidad, comunidad eclesial, comunión eucarí­stica, comunión de los santos, Iglesia comunión, solidaridad, Trinidad, vida comunitaria)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

DJN
 
SUMARIO: 1. ón del concepto “comunión” y sinónimos en el NT. – 2. La comunión con Jesucristo en general. – 3. La comunión sacramental con Cristo en la Eucaristí­a. – 4. La dimensión eclesial de la koinoní­a.

1. Aclaración del concepto “comunión” y sinónimos en el NT
Los términos griegos del NT cuyos significados están más cercanos al de “comunión” son el sustantivo griego í­a, cuya traducción no es tan precisa como se desearí­a (“comunidad”; “unión estrecha”; “í­ntima relación”; “participación”), los adjetivos ós (“común”) y ós (“compañero”, “socio”) así­ como el verbo (“participar”). Naturalmente podrí­amos también aducir palabras como “tener” (éjein) o “participar” (maté). Estos términos aparecen casi únicamente en P y escritos neotestamentarios influenciados por él. Sólo dos veces usa Lc ós en He 2,42 y 4,32, al describir la iglesia de Jerusalén: “tení­an todo en coún”; en Lc 5,10 habla el evangelista de los (“compañeros”; “socios”) de Pedro. Lc emplea además una sola vez í­a al describir los rasgos principales de la comunidad de Jerusalén: “Perseveraban en la enseñanza de los apóstoles y la í­a (=”unión fraterna”; “comunión” [ambas traducciones, algo imprecisas, aparecen en las biblias españolas en este lugar]; “comunicación de bienes” [opinión más común]; la celebración eucaristí­stica” [J. Jeremí­as, renombrado exegeta protestante]; “comunión de los fieles en la enseñanza de los apóstoles” [Mussner, exegeta católico] y en la fracción del pan y las oraciones” (He 2,42). El helenista Lucas quiere demostrar a sus lectores cultos que en la Iglesia se realiza el ideal de comunidad defendido por pitagóricos y esenios, y de forma muy superior a aquellos, porque está animada por el Espí­ritu. El empobrecimiento de la iglesia de Jerusalén, que no se debió, como generalmente se opina, al entusiasmo exagerado e imprudente de la comunidad jerosolimitana pospascual, al vender posesiones privadas y practicar la comunidad de bienes, sino, más bien, al empeoramiento de la economí­a en Palestina a causa de las sequí­as y guerras, movió a P a ayudar a la Iglesia madre por medio de las colectas de sus iglesias más ricas (Rom 12,13; 15,26-27; 2Cor 8,4; 9,13; cf. Gál 2,10). En Mt 23,30 emplea el evangelista el adj. sustantivado (“cómplices”): “No habrí­amos sido sus cómplices en la sangre de los profetas”.

En Pablo adquiere la palabra í­a un significado central, exclusivamente religioso, que no corresponde al de las “sociedades o hermandades” griegas ni es tampoco sinónimo de “iglesia”, “comunidad eclesial” ni equivale al de “hermandad judí­a” (jaburá). Tampoco es una “asociación” de individuos que se reúnen en torno a una ideal común, como p. ej. los estoicos. El concepto de í­a (“comunidad”; “comunión”) encierra en P una relación y origen sobrenaturales que se puede expresar de diversas formas, como comunión (koinoní­a) de o con su Hijo Jesucristo (1Cor 1,9), comunión (koinoní­a) del Espí­ritu Santo (2Cor 13,13) o participación (koinoní­a) en la fe (Fim 6), en el evangelio (Fil 1,5), en los padecimientos de Cristo (3,10). P ha inventado, además, una gran cantidad de sustantivos y verbos compuestos, que expresan el concepto de “comunión”, tales como “morir” y “vivir con Cristo” (Rom 6,8; 2Cor 7,3), “padecer [Cristo]”, “ser glorificado con [Cristo]”, “coherederos de Cristo” (Rom 8,17) “reinar con él (2Tim 2,12), etc.

Partiendo de estos significados podemos elaborar el concepto de í­a o “comunión” en el NT. En primer lugar, representan la palabra í­a y sus sinónimos una ón entre dos términos, que pueden ser muy distintos. Los dos términos no sólo dicen relación mutua sino que dicha relación, aunque la iniciativa puede partir de uno de ellos, p. ej. Dios o Cristo. Es, por tanto, muy importante examinar los términos en que se funda la relación.

Por “comunión” (koinoní­a) entendemos, por tanto, algo más profundo que la simple “participación” exterior (en griego é/metéjein). En realidad, la participación de determinadas personas en o de algo tiende a una ón o unión personal recí­proca con otra persona, es decir, a una ón. Al considerar la comunión entre personas, se debe tener en cuenta, en primer lugar, a Dios Padre y Cristo, cuyas acciones son el origen de la nueva relación o unión. Esta unión es, por tanto, necesariamente, de algún modo, sobrenatural. Lógicamente la participación supone ya una cierta unión, o sea, que Dios por medio de Cristo ha creado el fundamento para la unión y participación. Así­ para “participar del un solo pan” (10,17b) se requiere estar unidos a Cristo por la fe y el Bautismo (Rom 6,2-11), haber sido “lavados, santificados y justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espí­ritu de nuestro Dios”; de lo contrario no hay ni unión ni comunión, ya que el pecador obstinado está excluido del Reino, por lo tanto, de la comunión con Dios y Cristo (1 Cor 5,11; 6,11-20).

La realidad del concepto de ón y participación” se encuentra también en los evangelios aunque falten los términos anteriormente mencionados que usan P y los autores por él influenciados. A continuación trataremos, en primer lugar, de la comunión recí­proca entre Jesús y sus discí­pulos, o sea, de la comunión cristológica en general; después expondremos el significado y sentido de la comunión sacramental entre Cristo y el cristiano, cumbre de la comunión cristológica. Concluiremos con la comunión en su dimensión eclesial. Para la unión mí­stica, que en el NT sólo es relativa y está subordinada a la cristologí­a o encarnación del Hijo de Dios, sin que se llegue a una fusión o mezcla con la divinidad, remitimos a nuestro art. í­stica Paulina, DicSanPablo, Monte Carmelo 1998, págs.784-812.

2. La comunión con Jesucristo en general
Una de las formas de expresar la unión entre las personas, sobre todo, en la antigüedad grecorromana, pero también en el mundo semí­tico, era el banquete festivo, momento por excelencia para cultivar la amistad, la comunicación personal y social; en él se reforzaban los lazos personales y sociales ya existentes. No es, por tanto, de extrañar que el Reino de Dios venga descrito como un banquete a cuya participación están llamados todas las personas (Mt 8,11-12; Lc 13,28-29; Mt 22,1-10; Lc 14,15-24), aunque el hecho material de haber comido y bebido con Jesús en esta vida (Lc 13,26-27) no es suficiente para ser admitido al banquete escatológico final (cf. Mt 22,12-13). Otra forma de expresar la í­ntima vinculación entre Jesús y sus discí­pulos es la institución del colegio de los doce cuya primera finalidad consiste en que los apóstoles estén con él o le acompañen (Mc 3,14). Ser discí­pulo de Jesús significa: “ir detrás de [Jesús], negarse a sí­ mismo, tomar la cruz y seguir[le]” (8,34). La pertenencia al Hijo del hombre conlleva soportar injurias y sufrir persecuciones y calumnias (Mt 5,11; Lc 6,22) y beber el mismo cáliz de Jesús, o sea, estar dispuesto a experimentar su muerte, a lo que se comprometen Santiago y Juan (Mt 20,20-28; Mc 10,35-45).

Dado que la unión entre Jesús y sus discí­pulos debe ser perfecta, el seguimiento radical de Jesús supone compartir su suerte, con todas las consecuencias, en primer lugar, su pobreza: “Las zorras tienen guaridas, pero el Hijo del hombre no tiene dónde poner su cabeza”; en segundo lugar, dejar de lado relaciones, incluso familiares, que oscurecen la unión y compañí­a de Jesús (Mt 8,18-22; 10,37-38; Lc 9,57-62; 14,26). La unión de Jesús con sus discí­pulos es tal que se identifica con sus enviados, profetas y discí­pulos (Mt 10,40-42). Jesús considera, por tanto, las obras de misericordia a favor de sus hermanos más pequeños como hechas a él mismo (Mt 25,40.45).

En el EvJn la unión de Jesús con sus discí­pulos viene descrita como muy personal e í­ntima, pues supone vivir en la misma casa del Maestro: “¿Dónde vives, maestro?”. El les dice: Venid y veréis. “Fueron y vieron dónde viví­a, y permanecieron y se quedaron con él aquel dí­a” (Jn 1,38-39). El seguimiento de Jesús implica algo así­ como vivir ininterrumpidamente con él. Los habitantes de Sicar, después de convertirse, no se dan por satisfechos con haber escuchado a Jesús, sino que “le piden que se quede con ellos, y permaneció dos dí­as” (Jn 4,40). Después de la resurrección de Lázaro “se retira Jesús con sus discí­pulos a una ciudad cerca del desierto, llamada Efraí­m, y allí­ residí­a con sus discí­pulos” (11,54). Servir a Jesús equivale a seguirle, lo cual significa compartir su suerte: “Si alguno me sirve, sí­game, y donde yo esté, allí­ estará también mi servidor; si alguno me sirve, le honrará mi Padre” (12,26). Las fórmulas que mejor expresan en EvJn la í­ntima unión personal entre Jesús y sus discí­pulos, que se podrí­a llamar “unión mí­stico-cristológica”, son las llamadas “fórmulas de inmanencia”, con las que la relación í­ntima entre el Padre o Jesús y sus discí­pulos” y, viceversa, entre Jesús y sus discí­pulos, viene descrita con un “estar en”: “Aquel dí­a comprenderéis que yo estoy en mi Padre, vosotros en mí­ y yo en vosostros” (14,20). Más llamativas son las “fórmulas de inmanencia” con el verbo “permanecer”: “Permaneced en mí­ y yo en vosotros”; “si alguien permanece en mí­, también permanezco yo en él” (15,4-5). ¿A qué clase de permanencia o relación recí­proca entre él y sus discí­pulos o cristianos se refiere Jesús? Esa relación estrecha o comunión entre los discí­pulos y Jesús es la fe joánica que en el EvJn abarca todas las dimensiones de la vida cristiana (Jn 14,12) y exige observar los mandatos de Jesús, es decir, creer que Jesús es el enviado del Padre (14,6-7.21-24), y se extiende al amor de los demás, debiendo estar dispuestos los cristianos a entregar la propia vida por los otros (13,34-35; 15,12-14), sin abandonar la Iglesia, aun en medio de persecuciones, porque, de lo contrario, los sarmientos se secarí­an y no producirí­an fruto (15,1-7.18-25). El Paráclito es quien lleva la fe a su perfección y conduce a una unión cada vez más profunda con Jesús (14,16-17.26; 16,13-15).

3. La comunión sacramental con Cristo en la Eucaristí­a
La palabra “comunión” nos hace recordar en primer lugar la unión sacramental del cristiano con Cristo mediante la participación en la Eucaristí­a. El término griego del NT más cercano a este significado es í­a: “comunión con la sangre de Cristo”; “comunión con el cuerpo de Cristo” (1 Cor 10,16). La palabra í­a en el contexto de 1Cor 10,15-22, sobre todo v.16, significa “comunión”, es decir, la unión sacramental profunda del cristiano con Cristo. Está estrechamente relacionada con la idea de “participación”, que aparece subrayado en v.17 con la forma verbal en primera persona del plural: “participamos” (en griego éjomen). Aunque los términos í­a (v. 16: “comunión”) metéjein (v.17: “participar”) están í­ntimamente vinculados en estos versos, se distinguen conceptualmente: la “comunión” es la “participacion” o “únion” profunda entre el creyente y Cristo; la participación de que se habla en v. 17 significa, más bien, la acción exterior que tiende a la “comunión”. La “comunión en la sangre de Cristo” y “la comunión en el cuerpo de Cristo” (10,16) no es algo meramente mental, que dependa del pensamiento e intención de los participantes, pues en ese caso no habrí­a razón para que P prohibiese a los que se tienen por “fuertes” en la comunidad, que opinan que los í­dolos no son nada, el que participen en los banquetes paganos, ya que la participación objetiva en ellos comporta efectos funestos. Por el contrario, la participación en la Eucaristí­a causa de por sí­ objetivamente efectos salví­ficos que provienen de que el comulgante participa en la muerte de Cristo presente en la Eucaristí­a (cf. 11, 23-26), en el caso de que lo haga dignamente (10,16-17); pero puede causar la condenación, si se participa indignamente (cf. 11,27-32; cf. 10,19-22). 0 sea, el efecto sacramental no depende de la pura buena intención del participante, sino de la observancia objetiva de los mandamientos; de este modo combate P un liberalismo para el que la buena intención basta. Pero la participación en la Eucaristí­a tiende más allá del hecho de disfrutar de los efectos salví­ficos sacramentales; tiende a la comunión o unión personal sacramental del participante con Cristo presente bajo las especies de pan y vino. Esta comunión es posible porque Cristo se ha identificado con los hombres en su muerte propiciatoria vicaria muchos o vosotros en la cruz para que éstos por medio de la fe y el Bautismo (Rom 6,2-11) se identifiquen con Cristo, en la confirmación se profundice la identificación con Cristo y en la Eucaristí­a llegue a su culmen mediante la unión sacramental y personal del cristiano con Cristo muerto y resucitado, exaltado a la derecha del Padre y, no obstante, presente en la Eucaristí­a. P habla con frecuencia de la propiciación vicaria de Cristo en la cruz por los hombres, que significa su identificación con el hombre pecador -salvo en el pecado-, para que éste alcance la justificación (Rom 8,3; 2Cor 5,21; Gál 2,19-20). Esto es posible porque Cristo es el Hijo de Dios, pues un hombre no puede sustituir a otro ni merecer por él. El anhelo de Jesús de identificarse personalmente con el cristiano en el grado más alto posible en esta vida presente tiene lugar en la Eucaristí­a (cf. Jn 6,51-58 y 13,1). La comunión con Cristo, que hunde sus raí­ces en la entrega de Cristo en la cruz, se actualiza sacramentalmente en la Eucaristí­a y debe hacerse sentir en la práctica cristiana de cada dí­a.

4. La dimensión eclesial de la í­a
Una señal de que las ciudades o familias han aceptado verdaderamente el mensaje del Reino es la hospitalidad que prestan a los mensajeros, de manera especial invitándoles a participar en la mesa (Lc 10,7-8; cf. Mt 10,10b-11). Este gesto hospitalario sella la comunión entre los que aceptan la predicación del Reino y los mensajeros enviados por Jesús.

El apretón de manos entre Pablo y Santiago, Pedro y Juan es una señal de comunión en el mismo apostolado, aunque los campos sean distintos, y en la misma fe (Gál 2,9). La comunión entre los apóstoles es señal de su comunión con Cristo. El Apóstol se refiere con frecuencia a los lazos de fe que le unen con sus destinatarios (Tit 1,4; Fim 6.17; cf. Jds 3: “la salvación común” del autor con sus destinatarios). La comunión espiritual entre P y los corintios se manifiesta en que ambos son “compañeros” (koinonói) en los padecimientos, lo cual significa que lo serán también en la consolación (2Cor 1,7). P y los corintios sufren por Cristo, lo cual implica que están en comunión con Cristo y Dios Padre. Comunicar los bienes materiales con la iglesia madre de Jerusalén para aliviar sus necesidades es para P una obligación para corresponder a los dones espirituales que han recibido los corintios de ella (2Cor 8,4).

El autor de los Hechos subraya como algo nuevo, escatológico, la comunicación de bienes en la iglesia de Jerusalén (He 2,42.44; 4,32). En 1 Jn 1,3.6-7 se fundamenta la unidad de la Iglesia de manera cristológica y trinitaria: el que confiese que Jesucristo “ha venido en carne” (cf. 1,1-3a; 4,2; 2Jn 7) está dentro de la comunión eclesial (1Jn 1,3b.7) y en comunión (koinoní­a) con el Padre y el Hijo (1,3c); el que no mantenga esta confesión de fe no está en comunión eclesial (1Jn 1,6; 2Jn 10-11), y menos aún en comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo (1 Jn 1,6; 2Jn 9). La comunión eclesial radica para el autor de las cartas joánicas en la fe profunda, animada por el Espí­ritu Santo (1Jn 2,27), de que Jesús es el Hijo de Dios encarnado que posibilita y fundamenta la comunión de la Iglesia con el Padre. El autor de las cartas, de acuerdo con el EvJn, presenta la í­a como algo cristológico que tiene sus raí­ces en la comunión de las tres personas (cf. Jn 17,21-23). > eucaristí­a; amor; agape; sacrificio; iglesia.

Rodrí­guez Ruiz

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

La comunión es un don. No se basa en nuestros esfuerzos de colaboración pastoral, ni siquiera en un sincero deseo de amistad. Estas cosas son importantes, y siempre tenemos que volver a proponérnoslas. Pero la comunión de la que hablan los Hechos de los Apóstoles y la Primera carta de san Juan, ese estar juntos tan caracterí­stico de la primitiva comunidad, es don de Dios, es el nuevo modo de ser que nos viene de lo alto. Es la participación que Dios nos da de su misteriosa “comunión” en la Trinidad. Es la participación, por la gracia, de esa comunión que une a Jesús con sus discí­pulos, llamados “para estar con él”. Este don se basa, ante todo, en la gracia bautismal. El bautismo nos hace “estar en comunión”, en la Iglesia dispersa por el mundo, con el papa y con los obispos sus hermanos, con todos los bautizados, con todos aquellos que Dios llamará. Dios concede a la Iglesia el don de su comunión de vida trinitaria, y en la Iglesia cada uno tiene su propia experiencia de comunión. La comunión fraterna es fruto de las peticiones “venga a nosotros tu Reino”, “danos hoy nuestro pan de cada dí­a”, “perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.

Carlo Marí­a Martini, Diccionario Espiritual, PPC, Madrid, 1997

Fuente: Diccionario Espiritual

En el documento final del sí­nodo de los obispos de 1985, veinte años después de la clausura del concilio Vaticano I, la palabra ” comunión” suele usarse para hablar de la relación de los creyentes con Dios y de su mutua relación en Cristo, por la acción del Espí­ritu Santo, mediante los sacramentos, en particular el bautismo y la eucaristí­a (Relatio finalis, 11, C, 1); indica entonces el corazón mismo del misterio de la Iglesia. Intentemos ver sintéticamente sus raí­ces y su contenido.
1. Significado de la palabra
– Mundo griego y helenista : la expresión griega koinoní­a tení­a el significado de “comunión” “participación” y “relación”. Indicaca la relación del hombre con los dioses o de los hombres entre sí­.

– Antiguo Testamento: la palabra he brea que los Setenta traducen por koinoní­a es khabar (unir, combinar): se refiere siempre a grupos comunitarios, grandes o pequeños, y ~ no posee ningún matiz de relación con lo divino. El significado teológico en cuestión se expresa, por el contrario, con otras palabras como “salvación”, “elección”, “conocimiento”, etc.

– Nuevo Testamento : el concepto de comunión encuentra ante todo su expresión en el término koinoní­a (19 veces). En Pablo (14 veces) este término tiene varios significados: indica la contribución concreta de una comunidad en las necesidades en que se encuentra otra, para manifestar así­ el profundo ví­nculo de caridad que las une (cf 2 Cor 9,13); otras veces indica la participación por la fe en la vida de Cristo (1 Cor 1,9), en el sufrimiento (Flp 3,10) y en la consolación (2 Cor 1,57). Este término señala también la participaci6n en el cuerpo y en la sangre de Cristo, que se lleva a cabo en la bendición del cáliz y en la fracción del pan (1 Cor 10,16).También se habla de la comunión del Espí­ritu (2 Cor 13,13). En los Hechos (2,42) la expresión toma un significado eclesiológico: la comunión implica una pertenencia mutua de los fieles en que son considerados como miembros los unos de los otros. En Juan aparece nuestro tema no sólo en el término “comunión” (cf. 1 Jn), sino también en varias imágenes y discursos donde son corrientes las expresiones ser-en, permanecer-en y quedar-en (por ejemplo, “la vid y los sarmientos”. Jn 15,1 -9); aquí­ 1~ comunión remite a la relación entre el Hijo y ~ el Padre, que en el Espí­ritu común se hace accesible a los discí­pulos (cf. Jn 1721); la comunión es don de Dios en Cristo y se extiende a través del anuncio cristiano (cf. 1 Jn 1,1-4). En sí­ntesis, se puede afirmar que koinoní­a significa en el Nuevo Testamento una manera de vivir (de ser y de obrar), una relación con Dios y con los hombres caracterí­stica de la colectividad cristiana.

2. Su significado en la historia

Lo época patrí­stica : en Oriente nuestro término indica principalmente la comunión en el banquete eucarí­stico (J Crisóstomo, In Joan. Hom. 47, 34), mientras que en Occidente adquiere, sobre todo con Agustí­n, el significado mismo de Iglesia (De unitate Ecclesiae contra donatistas, 20, 56). A continuación, estos dos aspectos tienden a considerarse como dos dimensiones de una sola realidad: comulgar en el sacrificio eucarí­stico es comunión con la Iglesia entera. Es significativo que la “excomunión” indique ruptura de la comunión con la Iglesia y prohibición de participar en el banquete eucarí­stico: de esta manera se precisa también el aspecto sacramental de la comunión. También está aquí­ implí­cito el valor soteriológico. la comunión representa la modalidad concreta con la que nos vemos afectados por la salvación de Dios: “Tenemos necesidad de la comunión con él” (Ireneo de Lyón, Adv. haer. Y, 2, 1). Hay que reconocer además en este motivo teológico un aspecto social: la comunión no indica solamente un aspecto mí­stico invisible, sino una práctica de relaciones interpersonales bien definidas: por ejemplo, las “litterae communicatoriae”, que las comunidades daban a los fieles que viajaban a otras comunidades eclesiales, se reconocí­an como ” pasaporte ” y mostraban cómo la realidad de la comunión implicaba unas relaciones socialmente visibles e identificables entre los individuos y las diversas comunidades. Además, la comunión supone también un aspecto jerárquico, ya que con este término se designaban la relación de los fieles con sus obispos, de los obispos entre sí­, y de éstos con la Iglesia de Roma (cf Cipriano, Epist., 59, 14; Ambrosio, Epist., 11, 4).

– En la Edad Media, con Guillermo de Auvergne (-t 1249) se distingue entre “comunión exterior” (medios de gracia) y “comunión interior” (vida de gracia). Con Buenaventura y Tomás de Aquino se habla también de ” comunión espiritual” (que no se le niega a nadie), y “comunión sacramental” y exterior (que se les puede negar a los excomulgados.

– El concilio Vaticano II subraya la concepción trinitaria de la comunión eclesial (LG 2-4). Se emplea este término para describir la inserción en el cuerpo mí­stico de Cristo y la participación en el misterio de la Iglesia mediante el bautismo y la eucaristí­a; se refiere a la relación ~e los individuos y de la Iglesia con Cristo y con los hombres (LG 7 50): el actor de esta incorporación es el Espí­ritu Santo (LG 4, 13); se trata de algo fundamental para la acción ecuménica (UR 2). La comunió es igualmente la palabra más adecuada para expresar la catolicidad ,se emplea en la configuración de las relaciones entre la Iglesia local y universal (LG 13. 23), de la vinculación de los obispos entre sí­ (CD 5) y de éstos con el papa, cuya cátedra ” preside la comunión universal de caridad” (LG 13d.; cf. 22). En conclusión, la comunión es la realidad “por la que los cristianos no se pertenecen ya a sí­ mismos, sino que son propiedad de Cristo, como los sarmientos insertos en la vid” (Juan Pablo II, Christifideles laici,18); se trata de una realidad que sólo puede explicarse, en definitiva, a la luz del misterio trinitario, que se ha dado a conocer en la revelación del Verbo encarnado y del que estamos llamados a formar parte a través de su cuerpo que es la Iglesia.

P. Martinelli

Bibl.: J. Hamer, La Iglesia es una comunión, Estela. Barcelona 1967. G. Grasso. Comunión, en DTI, 11, 77-92; ‘J M. Rovira Belloso, Vivir e” comunión, Secretariado Trinitario, Salamanca 1991; cf, también los números de la revista Communio 1 (19721 y 97 (19881, dedicados monográficamente a la Comn’unio y a la Communio sanctorum; H. U , von Balthasar, Aspecto del misterio católico, Encuentro, Barcelona 1988.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

/Amor III, 4f

Fuente: Diccionario Católico de Teología Bíblica

COMUNIí“N

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento

La comunión eucarí­stica es uno de los gestos en que el cristiano manifiesta la originalidad de su fe, la certeza de tener con el Señor un contacto de una proximidad y de un realismo que están por encima de toda expresión. Esta experiencia única tiene su traducción en el vocabulario: la palabra comunión (gr. koinonia) está casi totalmente ausente del AT y en él no designa nunca una relación del hombre con Dios. En el NT, por el contrario, caracteriza las relaciones del cristiano con cada una de las tres divinas personas.

La aspiración a la comunión con la divinidad no es cosa extraña al hombre; la religión aparece con frecuencia destinada a vincular al hombre con Dios; tratar de lograr mediante los *sacrificios la comunidad entre el dios y sus fieles, es un tema religioso fundamental. En ciertas comidas sagradas colocaban los romanos entre los comensales estatuas de sus dioses: concepción mí­-tica, en,que se expresa el deseo pro-fundo del hombre.

Si sólo Jesucristo, nuestro único *mediador, es capaz de colmar este deseo, sin embargo, el AT, aun manteniendo celosamente las distancias infranqueables antes de la encarnación, prepara ya su realización.

AT. 1. El *culto israelita refleja la necesidad de entrar en comunión con Dios. Esto se expresa sobre todo en los sacrificios llamados “de paz”, es decir, de dicha, en los que una parte de la ví­ctima corresponde al oferente: comiéndola, es admitido a la mesa de Dios. Así­ muchas traducciones lo llaman “sacrificio de comunión” (cf. Lev 3). En realidad el AT no habla nunca de comunión con Dios, sino únicamente de comida tomada “delante de Dios” (Ex 18,12; cf. 24,11).

2. La alianza. Esta aspiración no pasarí­a de ser un sueño estéril si Dios no propusiera a su pueblo una forma real de intercambios y de vida común: por la *alianza toma Dios a su cargo la existencia de Israel, toma como suyos,sus intereses (Ex 23,22), quiere que haya un encuentro (Am 3,2) y trata de ganarse su corazón (Os 2,16). Este designio de comunión, resorte de la alianza, se revela en el aparato con que Dios rodea su iniciativa: sus largos coloquios con Moisés (Ex 19,20; 24, 12-18), el nombre de la “tienda de reunión” en que se encuentra con él (33,7-11).

3. La *ley, carta de la alianza, tiene por fin enseñar a Israel las reacciones de Dios (Dt 24,18; Lev 19,2). Obedecer a la ley, dejarse modelar por sus preceptos, es, pues, hallar a Dios y unirse con él (Sal 119); y viceversa, *amar a Dios y buscarle es observar sus mandamientos (Dt I0,12s).

4. La oración. El israelita que vive en la fidelidad a la alianza, se encuentra con Dios de una manera todaví­a más í­ntima, en las dos formas fundamentales de la *oración: en el arranque espontáneo de admiración y de gozo ante las maravillas divinas, que suscita la *bendición, la *alabanza y la *acción de gracias: y en la súplica apasionada en busca de la presencia de Dios (Sal 42,2-5: 63,2-6), de un encuentro que ni siquiera la *muerte pueda romper (Sal 16,9; 49,16; 73,24).

5. La comunión de los corazones en el pueblo es fruto de la alianza: la solidaridad natural en el seno de la familia, del clan. de la tribu viene a ser la comunidad de pensamiento y de vida al servicio de Dios, que reúne a Israel. El israelita, para ser fiel a este Dios salvador, debe considerar a su compatriota como su “*hermano” (Dt 22.1-4; 23,20) y prodigar su solicitud a los más des-heredados (24,19ss). La asamblea litúrgica de las tradiciones sacerdotales es al mismo tiempo una comunidad nacional en marcha hacia el destino divino (cf. Núm l,I6ss; 20, 6-11: 1 Par 13.2), la “comunidad de Yahveh” y “todo Israel” (IPar 15,3).

NT. En Cristo viene a ser una realidad la comunión con Dios; Jesucristo, compartiendo, incluso en su debilidad, una naturaleza común a todos los hombres (Heb 2,14), les concede participar en su naturaleza divina (2Pe 1.4).

1. La comunión con el Señor vivida en la Iglesia. Desde el comienzo de su vida pública se asocia Jesús doce compañeros, que quiere sean estrechamente solidarios de su misión de enseñanza y de misericordia (Mc 3,14; 6,7-13). Afirma que los suyos deben compartir sus sufrimientos para ser dignos de él (Mc 8.34-37 p; Mt 20,22; Jn 12,24ss; 15.18). Es verdaderamente el *Mesí­as. el *rey que forma cuerpo con su pueblo. Al mismo tiempo subraya la unidad fundamental de los dos mandamientos del amor (Mt 22,37ss).

La unión fraterna de los primeros cristianos, soldada en una adhesión al Señor Jesús hecha de fe, de amor, de imitación, se realiza en primer lugar en la “fracción del pan” (Act 2,42). Muy pronto la puesta en común de los bienes (4,32…) y las colectas organizadas en favor de los hermanos que se hallaban en la necesidad (Rom 12,13; Gál 6,6; 2Cor 8,4; Heb 13,16), fueron la expresión de esta unión. Las persecuciones soportadas en común hacen la *unidad de los corazones (2Cor 1,7; Heb 10,33; IPe 4,13), como también la parte tomada en la difusión del Evangelio (Flp 1,5).

2. Profundidades de esta comunión.

a) Según san Pablo, el fiel que se adhiere a Cristo por la *fe y por el *bautismo, participa en sus *misterios (cf. los verbos compuestos del prefijo syn-). El cristiano, muerto al pecado con Cristo, resucita con él a una vida nueva (Rom 6,3s; Ef 2, 5s): sus sufrimientos, su propia muerte lo asimilan a la pasión, a la resurrección del Señor (2Cor 4,14; Rom 8,17; Flp 3,10s; ITes 4,14). Esta “comunión con el Hijo” (ICor 1,9) se realiza a lo largo de los dí­as por la participación en el cuerpo *eucarí­stico de Cristo (10,16) y en la acción del *Espí­ritu Santo (2Cor 13,13; Flp 2,1).

b) Según san Juan, la comunión con Cristo nos da a la vez la comunión con el *Padre y la comunión fraterna entre cristianos (lJn 1,3). Esta comunión hace que “*permanezcan” los unos en los otros. Como el Padre y el Hijo permanecen el uno en el otro y forman uno solo, así­ los cristianos deben permanecer en el amor del Padre y del Hijo observando sus mandamientos (Jn 14, 20; 15,4.7; 17,20-23; 1Jn 2,24; 4, 12), por el poder del Espí­ritu Santo (Jn 14,17; IJn 2,27; 3,24: 4,13). El *pan eucarí­stico es el alimento indispensable de esta comunión permanente (Jn 6,56).

Así­ el cristiano *gusta anticipadamente el gozo eterno, sueño de todo corazón humano, esperanza de Israel: “estar con el Señor, siempre” (1Tes 4,17; cf. Jn 17,24).

-> Alianza – Amor – Cuerpo de Cristo – Culto – Permanecer – Iglesia – Eucaristí­a – Hermano – Comida – Sacrificio – Unidad.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

  1. Las palabras relacionadas. Las palabras griegas koinōnia y metochē (y sus derivadas) son los principales términos que expresan la idea de «comunión» en la literatura del NT. Tanto en el uso bíblico como en el clásico estos términos expresan la participación unida a una persona o proyecto; y en segundo lugar, una asociación o mutualidad de espíritu.
  2. Una definición de comunión. No se encuentra una definición específica en el NT. Puede decirse, sin embargo, que este término designa la relación social existente entre cristianos que son miembros regenerados de la familia de Dios y señala también su cooperación en la obra del Señor. La comunión requiere como su prerequisito una semejanza de naturaleza que trascienda las diferencias externas y temporales. La verdadera comunión puede existir únicamente entre creyentes verdaderos.

III. Factores negativos. Ciertas relaciones se describen como incompatibles con la comunión cristiana. (1) Un cristiano no puede tener una comunión real con un incrédulo (2 Co. 6:14–16). Sus naturalezas son radicalmente diferentes: uno es hijo de Dios; el otro, hijo del diablo (1 Jn. 3:10–12). (2) Un cristiano no debe participar en ritos y ceremonias paganas (1 Co. 10:20–22). Tales cosas pertenecen al satanismo. (3) Un cristiano «no debe participar en las obras infructuosas de las tinieblas» (Ef. 5:11). La luz y las tinieblas no tienen afinidad. El creyente es un hijo de la luz; el incrédulo habita en las tinieblas (1 Ts. 5:4–8; cf. Ro. 13:11–14; 1 P. 2:9–12; 4:3s.). (4) Un cristiano no debe participar en los pecados de otra persona (1 Ti. 5:22). Tal participación acarreó juicio sobre gentiles y judíos (Ro. 1:32–2:2); un juicio similar vendrá sobre el cristiano (Ef. 5:3–14; 1 P. 4:14–18). (5) Un cristiano no puede tener comunión con Dios mientras anda en tinieblas (1 Jn. 1:5ss.). Las tinieblas se identifican como algo aborrecible para un hermano cristiano (1 Jn. 2:9–11; 3:15). (6) Un cristiano no puede tener comunión con una persona que camina en sentido contrario a la enseñanza de Cristo (2 Jn. 9–11). El error y la verdad no pueden coexistir en la misma comunión: algunas veces los que están en el error producen división (Hch. 20:29s.; 1 Jn. 2:18s.); algunas veces los cristianos deben abandonar la comunión externa (2 Co. 6:14–18; Ap. 18:4).

  1. Factores positivos. Existe una unidad fundamental entre los creyentes verdaderos como se evidencia por las siguientes peculiaridades: (1) Los cristianos participan de la naturaleza divina (2 P. 1:4). La simiente divina plantada en ellos en el nuevo nacimiento los hace nuevas criaturas (2 Co. 5:17; 1 Jn. 3:9). (2) Los cristianos participan de Cristo (Heb. 3:14). El «nuevo hombre» (Ef. 4:24) es «creado en Cristo Jesús» (Ef. 2:10). (3) Los cristianos participan del Espíritu Santo (Heb. 6:4). Son el templo en los que el Espíritu habita (1 Co. 3:16; 6:19). (4) Los cristianos participan de un llamamiento celestial (Heb. 3:1). Su verdadera ciudadanía está en los cielos (Fil. 3:20); ellos son peregrinos y extranjeros aquí (1 P. 2:11). (5) Los cristianos participan de la disciplina de su Padre (Heb. 12:8). A todos los que son hijos de Dios se les aplica algo de la disciplina de Dios. (6) Los cristianos participan de los sufrimientos de Cristo (Fil. 3:10; Heb. 10:33; 1 P. 4:13). En alguna manera mística los creyentes llegan a comprender el sufrimiento de su Señor. (7) Los cristianos participan de la gloria futura (2 Co. 1:7; 1 P. 5:1). Ellos compartirán la gloria del retorno del Señor (2 Ts. 1:10).
  2. Signos de la comunión. Ciertos signos siempre caracterizan la verdadera comunión. (1) El amor mutuo. Cristo hizo del «nuevo mandamiento» de amor la prueba del discipulado cristiano (Jn. 13:34s.; 15:12). En contraste con la disensión en la iglesia de Corinto, Pablo les escribió su himno de amor (1 Co. 13). (2) Llevar las cargas de los otros (Gá. 6:2). El cristiano fuerte siempre debe ayudar a llevar las cargas del hermano débil (Ro. 14; 1 Co. 8). (3) Unidad de la fe. Existe una «salvación común» (Jud. 3) y una «fe común» (Tit. 1:4; cf. Ef. 4:3–6, 13) que instintivamente une a todos los creyentes verdaderos.
  3. Las expresiones de la comunión cristiana. Son muchas las maneras tangibles y especificas a través de las cuales se expresa la comunión entre los cristianos. La siguiente lista enumera las más típicas: (1) un estudiante que comparte ante las necesidades materiales de su maestro (Gá. 6:6). (2) Una iglesia que sostiene a su pastor (Fil. 1:5; 4:15s.). (3) Ministros que reconocen la cooperación de otros en el trabajo del reino de Dios (2 Co. 8:23; Gá. 2:9; Flm. 17; 3 Jn. 5–8). (4) Iglesias que se unen para ayudar a una iglesia necesitada (Ro. 15:26; 2 Co. 8:4; 9:13). (5) Cristianos que espontáneamente comparten sus bienes con otros cristianos (Hch. 2:44, 45; 4:32). (6) Cristianos que se reúnen regularmente para la adoración y edificación (Hch. 2:42; Heb. 10:25). (7) Ellos oran los unos por los otros. (Ef. 6:18).

VII. El profundo significado de la comunión. El hijo de Dios tiene comunión con cada una de las personas de la Trinidad. (1) Comunión con el Padre (1 Jn. 1:3, 6). Un cristiano debe caminar en la luz para disfrutar de esta comunión. (2) Comunión con el Hijo. Los cristianos están llamados a esta comunión (1 Co. 1:9). En el íntimo santuario del alma esta comunión tiene lugar al participar de la Santa Cena (1 Co. 10:16s.; 21). Los cristianos desean participar místicamente en el hondo significado del sufrimiento de su Señor (Fil. 3:10). (3) Comunión con el Espíritu. Como en la bendición otorgada en la doxología (2 Co. 13:14) y descubierta en la experiencia cristiana (Fil. 2:1), los cristianos participan de esta bendita comunión. La comunión eterna será consumada en la gloria del cielo (Ef. 2:21s.; Ap. 21:14).

BIBLIOGRAFÍA

Arndt; F.A. Falconer en HDCG; E. von Dobschuetz en HDAC.

Wick Broomall

Arndt Arndt-Gingrich, Greek-English Lexicon

HDCG Hastings’ Dictionary of Christ and the Gospels

HDAC Hastings’ Dictionary of the Apostolic Church

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (112). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

En el NT el término básico, traducido diversamente “comunión”, “comunicación”, “participación”, “contribución”, “compañía”, “común” (en el sentido del lat. communis) proviene de la raiz gr. koin-. Hay dos adjetivos, koinōnos (que aparece 10 veces) y synkoinōnos (4 veces), que se usan también como sustantivos; y dos verbos koinōneō (8 veces) y synkoinōneō (3 veces); y el sustantivo koinōnia (20 veces).

La connotación fundamental de la raíz koin– es la de participar de algo (genitivo) con alguien (dativo); o los casos simples pueden ser sustituidos por una frase preposicional. En ambas construcciones los sustantivos pueden ser reemplazados por preposiciones. En muy raras ocasiones puede significar “dar participación en” algo; el uso más característico en el NT es el que emplea koin– con genitivo de la cosa (o persona) compartida. Hay también en el NT otro uso en que el término se encuentra activamente relacionado con una “buena disposición para conceder participación”; de ahí el significado de “generosidad”. Un tercer significado proviene del primer uso, con el sentido de “compartir” o “participar” (que surge de una participación de algo en común). Los resultados de las recientes investigaciones lingüísticas de entendidos como H. Seesemann y A. R. George pueden expresarse en las palabras de este último: “Lo importante es que estas palabras (pertenecientes al grupo koin-) se refieren en primer término, aunque no invariablemente, a participación en algo, más bien que a asociación con otros: y a menudo existe un genitivo para indicar aquello en lo cual se participa o comparte” (A. R. George, Communion with God in the New Testament, pp. 133). Sobre la base de esta descripción del vocablo, los pasajes del NT pueden dividirse en tres clases, según que la idea predominante sea la de (a) tener participación; (b) dar participación; o (c) compartir.

a. “Tener participación”

Bajo este encabezamiento podemos clasificar, en primer lugar, los adjetivos que se utilizan para describir a los que comparten alguna empresa en común, como ser, trabajos en el campo cristiano (2 Co. 8.23), o alguna actividad secular (Lc. 5.10); también los que comparten una experiencia común (p. ej. Persecución, He. 10.33; Ap. 1.9; sufrimiento, 2 Co. 1.7; adoración, 1 Co 10.20). También se usa en forma similar de aquellos que disfrutan en común de ciertos privilegios, p. ej. Ro. 11.17; 1 Co. 9.23. Referencias a una participación común en realidades espirituales directas son Fil. 1.7; 1 P. 5.1; y 2 P. 1.4, aunque en el primer texto la “gracia” que se menciona puede ser la del apostolado en la que tanto el apóstol como la iglesia participan, y de la cual escribe Pablo en Ro. 1.5 y Ef. 3.2, 8.

El verbo Koinōneō y su forma derivada, que agrega el prefijo syn que significa “junto con”, aparecen en once pasajes en el NT; pero algunos de estos podrían incluirse más correctamente en la sección b, e. d. se prestan mejor a la traducción “generosidad”. Pero bajo este encabezamiento podemos notar Ro. 15.27; Ef. 5.11; 1 Ti. 5.22; 2 Jn. 11; Ap. 18.4; Fil. 4.14; He. 2.14.

Se observa que el sustantivo indica la vida cristiana corporativa con la idea de que los creyentes participan juntos de ciertas realidades objetivas (cf. E. Lohmeyer, Der Brief an die Philipper, 1956, pp. 17, quien niega que alguna vez se encuentre en los escritos de Pablo con el sentido de vínculo que une a los cristianos, sino siempre con el significado de participación en algún objeto fuera de la experiencia subjetiva del creyente). Estas referencias son principalmente: 1. 1 Co. 10.16 (“participación en la sangre y en el cuerpo de Cristo”); 2. 1 Co. 1.9, donde él punto de vista de Anderson Scott intenta ver en el vocablo Koinōnia una designación de la iglesia; pero su interpretación aquí y en otras partes se está abandonado cada vez más, para adoptar el sentido objetivo del genitivo (o, con Deissmann, el “genitivo místico” o “genitivo de comunión”). De manera que la mejor traducción de un versículo difícil es “comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor” “así °vrv2), sea esto en el sentido de “compartir en” o “compartir con” él; 3. Fil. 2.1, donde la cuestión es decidir entre un sujeto en genitivo “toda comunión obrada por el Espíritu”: así Anderson Scott, Christianity According to St Paul, 1927, pp. 160ss), o un objeto en genitivo (“comunión con el Espíritu”, “participación en el Espíritu”: así en forma convincente Seesemann); 4. 2 Co. 13.14, donde nuevamente la elección es entre koinōnia en el sentido de comunión generada por el Espíritu Santo y comunión como participación en el Espíritu Santo, traducción (cf. °vm mg) que está muy en boga desde la exposición de Seesemann en 1933; 5. 2 Co. 8.4, “participar en este servicio para los santos”; y 6. Fil. 3.10, donde el genitivo es claramente objetivo, significando que los sufrimientos reales del propio Pablo “constituyen una verdadera participación en los sufrimientos de Cristo, padecidos en virtud de su comunión con Cristo” (A. R. George, op. cit., pp. 184; cf. R. P. Martin, Philippians, TNTC pp. 49–50; y Philippians, NCB, 1976, pp. 133ss. [bibliog.]).

b. “Dar participación”

Los principales textos que apoyan la interpretación de koinōnia como “dar participación” son 2 Co. 9.13, “la liberalidad de vuestra contribución para ellos y para todos”. “Vuestra contribución” representa el gr. tēs koinōnias, para el cual Seesemann propone la traducción Mitteilsamkeit, e. d., en este contexto, generosidad. Esta misma interpretación también puede sugerirse para Fil. 1.5, en cuyo caso el objeto de la gratitud de Pablo hacia Dios lo constituye la generosidad de los cristianos de Filipos, al apoyar el ministerio apostólico para el progreso del evangelio. En forma similar, la misma traducción aclara el pasaje de Flm. 6.

Otra referencia bajo este encabezamiento es la de Ro. 15.26, que indica que koinōnia puede adquirir forma concreta como generosidad que se convierte en acción práctica, y así se aplica a la colecta para los santos de la iglesia en Jerusalén en su condición de extrema pobreza (cf. 2 Co. 8.4). Finalmente, en este aspecto podemos considerar Hch. 2.42, aunque A. R. George excluye el significado de “limosnas, “generosidad”. Otros puntos de vista que se han ofrecido para explicar esta referencia son: una alusión a la *Cena del Señor (cf. C. H. Dodd, The Johannine Epistles, 1946, pp. 7); una expresión técnica referida a la tenencia de bienes por la comunidad, como en Hch. 2.44; 4.32, como lo interpreta C. E. B. Cranfield en TWBR, pp. 82; el punto de vista de Anderson Scott de que hē koinōnia (= la confraternidad) es traducción de una palabra heb. especial aḇûrâ que significa una sociedad religiosa dentro del judaísmo; una sugerencia reciente de J. Jeremias de que Hch. 2.42 enumera, en sus cuatro notas respecto a la vida corporativa de la iglesia, la secuencia litúrgica del primitivo culto cristiano, en cuyo caso koinōnia quizás sea una referencia a la ofrenda (The Eucharistic Words of Jesús, trad. ing., 1955, pp. 83, n. 3, pero en la ²trad. ing. 1966, pp. 118–121 se anula este punto de vista; en castellano hay una versión directa del alemán, tomada de la edición de 1967, con el título de La última cena: Palabras de Jesús, 1984); y la interpretación de que koinōnia describe el vínculo espiritual interior que unía a la primitiva hermandad de Jerusalén y que se expresa en los actos externos de mancomunar los recursos materiales (cf. L. S. Thornton, The Common Life in the Body of Christ, 1942, pp. 451). Véase, tamb., R. N. Flew, Jesus and His Church² , 1943, pp. 109–110.

c. Compartir

Bajo este encabezamiento hay solamente tres casos posibles donde koinōnia se usa en forma absoluta o con la preposición meta (con). Estos son Hch. 2.42; Gá. 2.9 y 1 Jn. 1.3ss.

Bibliografía. W. Broomall, “Comunión”, °DT, pp. 110–111; W. Eichrodt, Teología del Antiguo Testamento, 1975, t(t). II, pp. 235–269; G. Grasso, “Comunión”, Diccionario teológico interdisciplinar, 1982, t(t). II, pp. 77–92; J. Schattenmann, “Solidaridad”, °DTNT, t(t). IV, pp. 229–233; N. Fuglister, “Estructuras de la eclesiología veterotestamentaria”, y H. Schlier, “La iglesia como comunidad de los creyentes”, en Mysterium salutis, 1973, vol. IV, t(t). I, pp. 86–97 y 323–327; W. E. Vine, “Compañerismo”, “Comunión”, Diccionario expositivo de palabras del Nuevo Testamento, 1984, t(t). I.

El tratamiento más importante del grupo de palabras con la raíz koin- en el NT es el de H. Seesemann, Der Begriff im Neuen Testament, ZNW, Beiheft 14, 1933. Sus conclusiones son utilizadas por la mayoría de los que han escrito sobre el tema con posterioridad, especialmente A. R. George, Communion with God in the New Testament, 1953, quien hace un análisis completo de la mayor parte de los controvertidos pasajes a los que se ha aludido arriba. Ofrece también una bibliografía completa, a la que puede agregarse la contribución más reciente al tema, M. McDermott, “The Biblical Doctrine of koinonia, BZ 19. 1–2, 1975, pp. 64–77, 219–233. Véase tamb. J. Eichler, J. Schattenmann, NIDNTT 1, pp. 635–644. (* Cena del Señor )

R.P.M.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico