Atmósfera: un recorrido sonoro y visual por el poema.

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Neil Hilborn

Las capacidades sonoras de la palabra son una nueva forma de la poesía. Desde el Spoken Word hasta los híbridos con la poesía visual, la voz poética ha llevado al máximo la experimentación con el lenguaje. Poco a poco nos vamos acercando hacia un todo sensorial donde los  sentidos se ven abarcados por todas las caras de la palabra. El sonido es símbolo y el símbolo sonido.

 En el poema contemporáneo al poema le quedan pocas letras.  Todo deviene en una totalidad procesual en sincronía con los sentidos, donde cada elemento es un parte de una generalidad.  La poesía habita el espacio antes ocupado por la naturaleza.  Pero no lo hace convertida en metáfora de una representación sensible de alguna idea: el poema no es un ready made de la palabra, ni un performance dramático. El poema lleva al punto más alto el gesto visual y sonoro sustituyendo la palabra por un elemento cargado de significado.

El fonema se hace nota y la palabra se hace sonido. Al final, quedan intactos las unidades elementales de significado. La diferencia está en donde se hacen visibles o, mejor dicho, audibles. El poema sale de la página para habitar el espacio.  Diremos, en lugar de palabra, unidad de significado:  Artefacto verbal. El poema se torna en una unidad de significado dinámico como efecto del artefacto verbal cristalizado en el sonido o la imagen. O ambos al mismo tiempo. Toda pieza es un poema. Todo performance. Cuando son, claro, bien articulados.  No hay un autor cuando hay atmósfera.

El sentido está despersonalizado. El significado es anónimo. El significante puede ser cualquier cosa. La experiencia poética deshace la palabra en fonemas y el fonema en sonidos. Balbuceos incluso.  El poema se torna en una iconografía dinámica.  Octavio Paz dice que el poema es un fiesta. Un espacio donde el tiempo se detiene. El tiempo es otro. La atmósfera creada por el artefacto verbal es un momento único que se sostiene. El poema no aspira a decir, lo dice con los sonidos exactos. No hay momento que se repita.  El espacio creado detiene en un momento irrepetible  el desorden indecible que atravesamos en nuestra vida. En el instante. El espacio es el significante.

 El desorden de la vida, el sinsentido de una existencia cotidiana, cobra un significado inédito cuando se efectúa el poema como fiesta, como atmósfera habitada por la imagen y el sonido fundidos en un artefacto. No se trata de generar una canción o pieza, ni siquiera instalación sonora. Es un organismo verbal. Palabra viva hecha imagen y sonido. Visiones sonoras. Y sonidos visibles.  El poema es todo al mismo tiempo. Incluso no es un poema o mejor dicho, es una atmósfera poética.  Si el mundo está cargando de significados en estado embrionario, casi balbuceo, el artista, el poeta, debe traducir en claridad lo opaco.  Crear un lenguaje en la realidad dotada de muchos significados.  La atmósfera es un mundo nuevo. Un lenguaje creado.  Un dialogo en el instante que la fiesta visual y sonora detiene el tiempo común y corriente.  El lenguaje es equívoco. El poema es un mundo.  La atmósfera lo habita.

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 Joan Brossa

Joan Brossa

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