ESTÉTICA
La estética aborda el difícil problema de la belleza
y de su relación con los objetos artísticos y de éstos
con la naturaleza y el hombre.
El término estética deriva de la palabra griega aisthesis,
que significa sensación, conocimiento obtenido a través
de la experiencia sensible. Sin embargo, hoy en día se refiere
a una rama de la filosofía que se ocupa de analizar y resolver
todas aquellas cuestiones relativas a la belleza y al arte en general.
Es por tanto una ciencia de lo bello o una filosofía del arte.
Hay que diferenciar, no obstante, a la estética de la filosofía
del arte, ya que esta última abarca un ámbito mucho
más limitado que la estética, restringiéndose a las
obras de arte y excluyendo a la naturaleza como objeto de estudio. La
estética trata el problema de la belleza sin acotar su objeto a
un campo determinado e incluso trata las relaciones existentes entre el
arte y la naturaleza.
El primer filósofo que trató en profundidad un tema desde
un punto de vista estético fue Platón
(Banquete, República, Hipias Mayor), para el que el arte (techné)
era aquella destreza manual o intelectual que requería cierta habilidad
y conocimiento a fin de producir algo. Platón divide las artes
en dos clases: las artes productivas de objetos reales, sean éstos
materiales o naturales, y las artes productivas de imágenes o eidola.
Al ser el mundo material una copia que imita y participa del mundo inteligible
(de las ideas), todo arte será una imitación de una imitación,
teniendo, por tanto, un ínfimo grado ontológico. Los objetos
artísticos son una imitación (mímesis), de lo que
ya es una copia (mundo natural), y por lo tanto, gnoseológicamente
pertenecen al ámbito de la eikasía, de la
conjetura, no pudiendo aportar conocimiento alguno.
La belleza (to kalon) es, en Platón, una idea que se refleja
en las cosas. Lo bello es tal porque en él relumbra la idea que
lo determina y que nos transporta más allá de la apariencia
inmediata. En el "aparecer" de las cosas bellas se da o aparece
la idea como idea. Por ello Eros, el Amor, es impulso hacia la
belleza porque es un impulso a ser arrancado de la mera apariencia y trascender
hacia lo inteligible, utilizando las bellezas parciales como escalones
hacia la verdadera sabiduría. Esta concepción de la belleza
será retomada por Plotino.
Aristóteles
mantiene la idea platónica del arte como imitación, ya sea
de la naturaleza o de acontecimientos humanos. La división de las
artes se establece en virtud del objeto que imitan ofreciendo un "placer
propio" (oikeia hedone) que depende de la exactitud de la
imitación así como de la disposición ordenada y armónica
de las partes. Así mismo, se le atribuye a Aristóteles el
haber creado la primera teoría catárquica sobre el arte.
El intelectualismo estético de los griegos será reelaborado
por Tomás
de Aquino e insertado dentro de un sistema que es, a la vez, cristiano,
platónico y aristotélico. La belleza es aquello que agrada
a la vista (pulchra enim dicitur quae visa placent) y es una clase de
conocimiento: es la forma (morphé) inherida en la materia
lo que hace bellas a las cosas, confiriéndoles integridad, armonía
o proporción y claridad (claritas). La belleza es el resplandor
de la forma que se expande por todas las partes de la materia que la recibe
y a la cual determina.
No todos los autores medievales adoptaron, sin embargo, este punto de
vista. J. Escoto Eriúgena y San Buenaventura iniciarán una
concepción del arte como símbolo. Los objetos naturales
(y los artísticos producidos por el hombre) son símbolos
de algo que los trasciende: Dios.
Hasta el Renacimiento el arte era una mera destreza manual y los artistas
no tenían excesiva consideración social. Por ello surgen
en este período artistas como Leon Battista Alberti o Leonardo
da Vinci que reivindicarán la inclusión del arte, sobre
todo de la pintura, dentro de las artes liberales. El artista ha de dominar
las matemáticas y la geometría, así como poseer un
talento y habilidad especiales que, unido a un conocimiento del mundo
le permita realizar esmeradas y fiables representaciones de la naturaleza
y de los hombres. Esta autonomía progresiva del artista se irá
acrecentando a medida que transcurran los siglos.
En la Ilustración, período en el que se acuñó
por vez primera el término estética por Alexander Gottlieb
Baumgarten, aunque el arte era concebido como una imitación
de la naturaleza, éste tenía que incluir elementos universales
y esenciales que los hiciera claros y distintos. El conocimiento sensorial,
propio del artista, ha de presidir toda realización artística,
según Baumgarten, interrelacionándose los elementos oscuros
y distintos en una estructura coherente. Esto supuso una reivindicación
de la autonomía del arte y del artista.
Importante fue en este período la concepción de Lessing
de que los medios a través de los cuales se realiza el arte
son los "signos", y estos difieren dependiendo de cada tipo
de arte y de lo que pretendan imitar.
Los empiristas le otorgaron un papel predominante a la imaginación,
como facultad libremente creadora, así como a las leyes psicológicas
que regulan la asociación de nuestras ideas. Shaftesbury
creó la primera teoría del gusto, entendiendo por tal una
facultad distinta de las otras y destinada a la aprehensión de
la belleza. El goce estético no puede tener fin alguno que no sea
el desinterés. Francis Hutcheson también afirmó que
el hombre posee un sentido interior dedicado a aprehender la belleza a
partir de ciertas cualidades de los objetos.
Lo bello perderá la exclusividad del goce estético con la
aparición de otro concepto desarrollado por Edmund Burke:
lo sublime. Según este autor la belleza es un amor sin deseo y
lo sublime implica cierto grado de temor, dolor por aquello que se contempla.
Si la belleza es susceptible de producir amor, lo sublime tiene la capacidad
de crearnos inquietud y temor. Ambos son goces estéticos. Este
concepto de lo sublime fue retomado por
Kant y reelaborado como aquel sentimiento que surge cuando nos
enfrentamos a algo sumamente vasto y abrumador que nos sobrepasa y que,
sin embargo, acrecienta y pone de manifiesto la dignidad y nobleza del
hombre, pese a sus límites racionales.
En la crítica kantiana del juicio, el juicio del gusto es subjetivo
pero universalizable por mostrar la relación que se produce entre
la representación y una satisfacción especial que se caracteriza
por el desinterés. El sentimiento estético ha de ser desinteresado
y ajeno a los fines. Lo bello es "una finalidad sin fin" o una
"intencionalidad sin intención".
El arte como liberación de la naturaleza material y como acceso
a lo racional fue desarrollado por Friedrich Schiller. La belleza
nos permite salir de un estado sumido en la sensibilidad a otro estado
que será plenamente humano por ser inteligible y racional.
El idealismo alemán tiende a subsumir el problema de la belleza
y el arte dentro del concepto de lo Absoluto. Si para Schelling,
el hombre se reconcilia con la naturaleza a través del arte, revelador
de lo Absoluto, para Hegel lo bello seráuna manifestación
de la Idea. En el arte, la Idea se encarna en apariencias materiales que
revelan la verdad.
El arte como manifestador del gran juego de la naturaleza y revelador
de la verdad ha sido tratado detalladamente en el Romanticismo. Junto
con el simbolismo que considera el objeto artístico como una encarnación
material de un significado espiritual, en este período se empieza
ya a concebir al arte como expresividad, como la expresión de la
emoción personal de un artista, dotado de una imaginación
única y creadora que le permite acceder a la verdad y desocultar
la verdadera naturaleza de las cosas.
Schopenhauer contrapondrá el mundo nouménico que
es pura voluntad de vivir, al mundo fenoménico, de los objetos
materiales y artísticos que expresan esa voluntad de vivir. A través
del arte perdemos la individualidad y el dolor.
El marxismo tuvo una enorme influencia en las teorías estéticas
del siglo XX. El arte pertenece a la superestructura y como tal, está
determinado por los condicionantes sociohistóricos y fundamentalmente,
por la estructura económica, que es la base real de la sociedad.
El arte es un reflejo de la realidad social y también forma parte
de la ideología, por lo que es utilizado por las clases dominantes
para justificar la estructura económica imperante. Para Engels,
el arte podía ser liberador en la medida en que podía fomentar
el proceso revolucionario. La actitud estética no está aquí
contrapuesta a la práctica y deja de ser una mera contemplación
desinteresada o un "percibir por percibir".
El arte como símbolo vuelve a emerger en el siglo XX con el pensamiento
de Carl Jung, para el que los elementos simbólicos que contiene
toda obra son (al igual que las imágenes oníricas) arquetipos
primordiales que surgen no del subconsciente individual, sino de un subconsciente
colectivo que pertenece a la especie humana como tal.
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