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Después del parto: Esta no soy yo...

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El cuerpo cambia

El cuerpo de la mujer tiene la exclusiva peculiaridad de servir de nido. Esto hace que cuando se prepara para recibir un hijo, se reacomoda y se reorganiza para este fin. En realidad, tanto hombres como mujeres sufrimos cambios en el cuerpo constantemente que tienen que ver siempre con el paso del tiempo, sus diferentes etapas y las distintas circunstancias que nos toquen vivir.

Dentro de todo ese desarrollo está previsto que las mujeres sean madres, y que ofrezcan su cuerpo para recibir, concebir, anidar y dar hijos al mundo.

La naturaleza es tan sabia que hace que este cambio sea paulatino, así notaremos durante los nueve meses de gestación, primero que se ensanchan nuestras caderas o que no nos abrocha más el pantalón; luego que nuestra ropa no va a poder ser la misma; también se modifican las funciones, pues por ejemplo el sueño aumenta y los movimientos se lentifican. Para cuando el bebé está por nacer, y luego de una transformación que se fue dando día a día, ya casi no nos parecemos en nada a lo que éramos, y no vemos la hora de conocer a nuestro ansiado hijo y reencontrarnos con nuestro anterior cuerpo.

Esta no soy yo

Lo que muchas veces sorprende luego del parto es que ese cuerpo que nos queda no es exactamente el de antes, es muy común la fantasía de que volveremos a recuperarlo, pero esto no es así. El útero tarda más de un mes en volver a su antigua dimensión, este proceso se acelera si la alimentación del bebé es a pecho, y las caderas tardan más de tres meses en cerrarse, ya que se han abierto para permitir la expulsión del bebé conjuntamente con las contracciones desde los últimos días del embarazo.

Los pechos están inflamados por la lactancia y en un principio ese peso a veces nos obliga a estar menos derechas y hasta a padecer dolores de espalda.

Todo esto va a ir mejorando, incluso los kilos que quedaron de más se van a ir perdiendo a veces sin necesidad de hacer ninguna dieta, sino sólo por el hecho de atender al bebé y todo lo que esto implica.

No estamos iguales, pero lo bueno es entender que no deberíamos estarlo.

Esta diferencia no implica un problema si la tomáramos como parte de toda la situación. Hemos sido madres y esto nos hace ser bien diferentes en todos los aspectos; el cuerpo con sus modificaciones, no debería estar ajeno a esta transformación.

Los únicos que pueden darse el lujo —si esto implica un lujo— de tener un hijo y de seguir "iguales" son los hombres, que, por otra parte, y en un intento de acompañar más concretamente la gestación y la espera de sus mujeres, en general engordan o tienen náuseas o hacen algún cambio como cortarse el pelo o dejarse los bigotes.

Tener un hijo, sea el primero o no, es una experiencia única que se atraviesa desde el cuerpo, desde la cabeza y desde el corazón. Tenemos que descreer de los modelos que nos muestran y aprovechar esa etapa para disfrutar y no para hacer regímenes, gimnasia exagerada, ayunos etc., que no son lo indicado para este momento de nuestras vidas.

Amigarse con el cuerpo tal como es en este instante, mirarse y cuidarse es una buena actitud para estar bien en general, porque no es el momento para la pasarela de los desfiles, sino para la pasarela del aprendizaje, del descubrimiento y del amor.

Para pensar un rato

Sería bueno aceptar que los cambios son lógicos y esperables, la vida es dinámica y todo lo que está vivo lo es. Si estás embarazada, no esperes que cuando salgas de la internación vas a estar igual, no va a ser así, ni debería serlo. Si recién tuviste un bebé, no te retes por estar diferente, intenta aceptarlo y acompañar el proceso con el mismo amor con que observaste cómo crecían tus pechos o cómo asomaba más tu ombligo. Si tuviste una amiga o una hermana que tuvo un hijo, no pienses en cómo era antes; no la compares con su imagen anterior, pues ya no es más la misma, observa su mirada, su manera de hablar bajito. El cuerpo y sus cambios le sirvieron para lograr esta aventura.

Parto y Lactancia Postparto y puerperio