La vestimenta tradicional le ha dado a lo que hoy es México, un relevante sitio de honor entre las mejores de la historia y la geografía del mundo.
Alejandra Pérez Segovia, en un artículo aparecido en la revista “México Desconocido”, refiere que “la indumentaria de los pueblos indígenas contemporáneos es una expresión cultural que ha evolucionado con el paso de los siglos”.
 
Cuando se estudian las características particulares de una sociedad, el vestido representa siempre una fuente importante de información sobre las costumbres y no es en balde que la indumentaria y el código social que norma su uso sean de los primeros indicadores que se observan y registran para entender un grupo étnico.
 
Las prendas que hoy visten los pueblos indígenas, las fueron adquiriendo a lo largo de su historia, unas se usan desde tiempos prehispánicos, otras son adopción de los usos occidentales y otras más son producto del mestizaje.
 
Así como se sabe que la indumentaria es un indicador significativo de las diferencias, también se ha apreciado que es uno de los primeros rasgos de identidad que desaparecen con el proceso de mestizaje y asimilación cultural.
 
Desde los orígenes, la vestimenta ha sido uno de los principales elementos de identidad y cohesión social, en el México prehispánico tenía significados determinantes en el orden religioso, militar y social.
 
En la sociedad imperial mexica, cuyo código del vestido, si bien, asimilado de otros pueblos, llegó a ser de los más desarrollados entre  los antiguos mesoamericanos, asignar y dotar de ropas era una de las principales funciones del tlacatéccatl, uno de los ministros superiores de la corte.
 
Cerca de 200 años después de que la indumentaria indígena y sus usos fueron regulados conforme a las normas españolas el gobierno virreinal recurrió a las ropas para hacer distinguibles a los “indios”, debido a que en 1692, éstos se habían levantado provocando uno de los mayores tumultos que hubo en la Nueva España.
Se mandó entonces que vivieran fuera de la ciudad, sin mezclarse con los españoles y además en bando específico se ordenó: “(…) que los indios anden en su traje, descalzos y sin capote, y que los mestizos no traigan espadas”.
 
De las fibras utilizadas en la elaboración de la indumentaria prehispánica, la de pelo de conejo ya no se utiliza y las de agave prácticamente ya no se usan para vestir, pero se incorporó la de lana, de procedencia española, que de inmediato adoptaron los naturales, sobre todo en las zonas frías.
De agave vestían los antiguos pobladores del altiplano y de las regiones norteñas y con esta fibra tejían finas y adornadas prendas destinadas a los principales y otras sencillas y más toscas para uso de los macehuales o gente del pueblo.
 
Mención especial merece el algodón que se utiliza desde tiempos remotos, esta planta se cultivó en la región oaxaqueña, maya y de la Costa del Golfo, desde donde pasó, según opinión del arqueólogo, Román Piña Chan, por Puebla y Morelos, a la cuenca de México, y de ahí a las regiones norteñas.
 
Los mexicas lo tenían en gran estima, de manera que sólo los pipiltzin lo vestían y se exigía como tributo, sobre todo en forma de prendas, que maravillaron a los españoles como lo atestigüa Fray Diego Durán al exclamar: “porque, aunque en esta tierra no tenían seda en la ropa de algodón labrada y pintada, hubo gran curiosidad y lindeza, pulidez y galanía”.
 
Bien pronto aprovecharon los españoles esta fibra que tejieron en telares de pedal que ellos mismos habían traído, lo que creó las condiciones para el surgimiento de los obrajes.
A finales del siglo XIII, el entonces virrey Revillagigedo llama a aprovechar la habilidad manual de los naturales en las artes en las que de por sí eran diestros, como el hilo y el tejido en el caso que nos ocupa, siendo esta misma la proposición se hace actualmente desde la perspectiva de salvaguardar la cultura indígena por medio de la comercialización de sus artesanías.
 
Hoy en día, las mujeres indígenas de varias comunidades siguen hilando con malacate la fibra para después tejerla, como los triques de Oaxaca que utilizan también el algodón coyuchi, hay también quien teje el hilo industrializado, ahorrándose el proceso de hilado, pero abriéndose las puertas del olvido al primer don divino de que eran objeto las mujeres al nacer, simbolizado con un huso de malacate.
 
La prenda más antigua de la vestimenta femenina actual es el enredo, común a los pueblos mesoamericanos y que hoy se sustituye cada vez con más frecuencia por la falda de pretina entre las purépechas, que solían usar un enredo amplísimo que se ha transformado en apenas una parte del nuevo conjunto inferior que se compone de una enagua, un delantal y un “tramo” de enredo colocado en la parte posterior y sostenido con una faja.
 
Por su parte, el huipil surge hasta el periodo clásico (300-654 d.C.) y aún entonces había muchas mujeres que no lo acostumbraban. En esta prenda se reúnen todas las técnicas de tejido y bordado que han perdurado, pues contienen un valor simbólico para las mujeres, especialmente el día de su boda y el de su entierro,  lo que no resulta extraño si se recuerda que ya desde los Toltecas, la unión matrimonial se simbolizaba atando los extremos de la tilma y el huipil.
 
El quechquémitl, otra prenda típica mesoamericana y que estaba reservada a las sacerdotisas y mujeres principales, se generalizó a todos niveles durante la Colonia y todavía hoy perdura, sobre todo entre las comunidades que habitan la sierra de Puebla.
 
La camisa femenina es una aportación de la cultura española que se difundió principalmente entre las mujeres que en los tiempos prehispánicos lucían el torso desnudo y la variedad actual de esta prenda nos habla de la riqueza creativa que son capaces de imprimir los indígenas a un elemento del que se apropian.
La falda, la enagua y el delantal son también prendas de procedencia europea que han tenido gran aceptación en el mundo indígena, no puede dejarse de mencionar la prenda mestiza más característica: el rebozo, considerado como la prenda nacional por excelencia, al fundir en una sola al mámatll prehispánico y a la mantilla española, adornándola con el rapacejo o anudado oriental.
 
Sobre lo que los “indios” vieron del atuendo de los primeros conquistadores, refiere Batia Fux, en la revista “México en el tiempo”, editada en el 2000, que las constancias escritas y pictográficas son muy escasas, no obstante, es oportuno señalar que la conquista de las tierras americanas no fue en un principio una empresa militar, los soldados que formaban parte de la tropa eran civiles que nunca habían portado uniformes y muchas veces tuvieron que costear sus propios avíos.
Por lo anterior, sus atuendos no fueron sólo heterogéneos, sino también anticuados: las armaduras, por ejemplo, databan del siglo XV y estaban ya en desuso en Europa. Pocos expedicionarios tenían recursos para proveerse de un caballo y una armadura que, por otra parte, pesaba excesivamente y carecía de ventilación.
 
Las cotas (mallas de cuero con piezas metálicas) se oxidaban fácilmente resultando inapropiadas para recorrer los agrestes terrenos de la recién nacida Nueva España, con el paso del tiempo, ya pacificado el virreinato, empezaron a llegar regularmente naves de España y en ellas soldados bien “ajuareados”.
 
Hernán Cortés pronto trajo un pie de cría de ovejas, así como un telar de pedal, que de inmediato los nativos aprendieron a usar, también con él vino un sastre y varios más con Pánfilo de Narváez, éstos formaron su propio gremio al igual que lo harían después los zapateros, sombrereros, juboneros y bordadores, entre otros. Desde un principio, los conquistadores reconocieron la habilidad manual de los indios.
 
La tierra misma proporciona lo necesario para que sus moradores se vistan. El hecho de haberse elaborado en el mismo pueblo, por sus propias mujeres y con el producto de su tierra como materia prima otorga al vestido una importancia especial. Los habitantes lo llevan con orgullo, porque es una expresión profunda de su cultura y tradición”, opina Ruth D. Lechuga, en su libro “El traje indígena de México”.
Indumentaria tradicional, entre las mejores del mundo
Un asomo a la indumentaria antigua de Tehuacán y su región nahua-popoloca
 
Estos datos obligan a reflexionar sobre la enorme riqueza que yace a lo largo y ancho del país, pero es indispensable hacerlo acerca de lo que el Valle de Tehuacán guarda en sus más recónditos territorios al respecto, pues 12 mil años de estar poblado ha acumulado lo que en pocas partes del mundo existe, por lo que es fundamental asomarse al mundo de la indumentaria antigua de Tehuacán y su región nahua-popoloca.
 
La zona de Tehuacán y la Sierra Negra está integrada por 21 municipios y más de 700 localidades, con alrededor de 550 mil habitantes que representan el 10.8% de la población total del estado de Puebla.
 
La población de origen indígena representa el 24% de la población total asentada en esta región, proporción muy superior a la media estatal que es de 13.2%, cerca de 150 mil personas de 5 años y más hablan una lengua indígena, lo que equivale al 31.7% del total, según datos tomados del documento Diseño y operación de hospitales integrales con medicina tradicional en la región sur-sureste, Capítulo México del Plan Puebla-Panamá, editado por el gobierno federal y estatal en noviembre de 2010.
 
Ello, da una mínima idea de lo que puede representar la riqueza cultural proveniente del ámbito indígena local, baste con describir uno de los trajes típicos del Valle de Tehuacán: “El traje chileño que consta de una blusa de chaquira, seda o  hilo y una falda de lana plisada, un collar de coral, aretes de oro originarios de San Gabriel Chilac, rebozo de seda, trenzas adornadas con listones rojos, un tenate que porta los productos que se cultivan en chilac (ajo)”, esto de acuerdo con la información proporcionada por Margarita García Peralta, oriunda de esta población, así como por el historiador y cronista oficial del municipio, Sotero Jorge Ortega García.
 
En igual sentido, Mariano Próspero Correo Martínez, artesano y promotor turístico, refiere que ante el hecho de que más del 50 por ciento de la población chilacteca se dedica al trabajo artesanal, se está buscando trazar una ruta turística textil que abarque no sólo a Chilac, sino también a otros municipios circunvecinos como San Francisco Altepexi, Ajalpan, San José Miahuatlán y San Sebastián Zinacatepec, mismos que cuentan con trajes típicos que bien se podrían promover y convertir en un atractivo que estimule el arribo de turistas nacionales y extranjeros.
 
Y así se podría continuar hasta el asombro -por lo hallado- hablando de vestuario tradicional, tan cercano y tan lejano a la vez del mundo contemporáneo; se tienen vestigios y noticias que son tan sólo datos muy generales de diversas áreas del todavía muy desconocido pasado de Tehuacán, por lo que es necesario comenzar ya el reencuentro con este tema que es una verdadera joya de la cultura regional.

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