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Nueve signos claros de que no eres un hombre de verdad
  1. Alma, Corazón, Vida
identificando al macho alfa

Nueve signos claros de que no eres un hombre de verdad

En el reino animal, el alfa es el miembro de la comunidad que tiene mayor rango y es seguido y respetado por todos. Tanto el macho

Foto: Un macho alfa enfundado en un traje. (Corbis)
Un macho alfa enfundado en un traje. (Corbis)

En el reino animal, el alfa es el miembro de la comunidad que tiene mayor rango y es seguido y respetado por todos. Tanto el macho como la hembra pueden ser alfas, según la especie. No obstante, cuando coloquialmente hablamos de macho alfa nos referimos al hombre, joven y no tan joven, poderoso, masculino, líder: el gallo del corral. Dominante y viril, el macho alfa es un latin lover aguerrido, fuerte, rudo. Posee los atributos que tradicionalmente se le han atribuido a la masculinidad —vigor, control, potencia, sex appeal— y necesita jactarse de ellos constantemente. Nada puede destruir su coraza de hierro (“acero pa los barcos”, que dice el saber popular) y todo lo quiere conquistar y dominar. Se pavonea (exactamente igual que el ave que despliega su colorida cola), ufanándose de lo que él considera sus innumerables atributos de macho ibérico (“yo voy a ser el Rey León, y tú lo vas a ver”). Atributos que, sin lugar a dudas, desmayan a las damiselas y hacen rabiar a los leones de la competencia, que a su vez se esmeran en marcar bíceps y poner mirada de Clint Eastwood, en un ciclo sin fin que lo envuelve todo (o, al menos, el flirteo semanal discotequero, infalible para mantener la autoestima del macho alfa en su elevado lugar).

No todos los hombres gozan del privilegio de ser el rey de la jungla, por supuesto. De hecho, cada vez más la noción de macho alfa tiene connotaciones peyorativas o burlescas. Lo que no es óbice, no obstante, para que la mayoría de los hombres —toda generalización es injusta— albergue un John Travolta en su interior, o un Simba que intenta rugir y apenas maúlla.

Por si alguno todavía no sabe si su rol en sociedad se acerca más al de John Wayne o al del bueno de Woody Allen, aquí van los nueve signos irrefutables de que no eres un macho alfa:

1. Le dejas pagar la cuenta. El macho alfa provee de sustento a la manada, y no hay discusión que valga. Si ella, en un ataque de autonomía, liberación femenina, equidad de género o —probablemente— en un simple amago fruto de la educación pretendiera en un caso remoto pagar la cena, el macho alfa, tranquila y serenamente, acercaría hacia sí el platito con la cuenta y, con una mirada tajante, diría: “De esto me encargo yo”. Fin del asunto.

2. Nunca te disculpas, ni cuando no tienes razón. Un macho alfa no tiene complejos, absolutamente ninguno (¿cómo va a tenerlos, si es perfecto?). En consecuencia, no tiene ningún problema en pedir perdón o en reconocer un error (es perfecto, pero humano). Pide perdón como un hombre, y sabrás que estás entre los machos más machos.

3. Adulas a los líderes y buscas su aprobación. El macho alfa es el líder. La única aprobación que necesita es la suya propia. Si eres un lameculos con alguno de tus amigos, probablemente el macho alfa de la manada sea él.

4. Cotilleas. Un macho alfa jamás cotillea: no necesita de los defectos de los demás para resaltar sus virtudes. Él es un tipo duro sin necesidad de comparación, un Mufasa impertérrito que no necesita compararse con nadie. Si criticas constantemente las virtudes de tus pares, tal vez seas Scar y no lo sepas.

5. Experimentas las emociones con intensidad, te turbas. Al macho alfa nada le sienta mal. De hecho, nada le sienta. Nada. Es una especie de cyborg que sabe mantener sus emociones a raya. Ya puede llegar ella (¡ella!) a confesarle entre lágrimas que anoche participó en una orgía multitudinaria, que el macho alfa fruncirá el ceño, apurará el cigarrillo, mirará hacia abajo y tirará la colilla al suelo con total indiferencia. Porque él es un macho alfa, y maneja sus emociones. Para pasional, ya está ella.

6. No sabes conducir. El macho alfa conduce, y conduce bien. Conduce coches y motos, porque le encantan los coches y las motos, y tiene accidentes de los que sale indemne, porque sus pectorales son más férreos que la carrocería del vehículo. Cuando da marcha atrás, apoya su mano derecha en el asiento del copiloto y gira el volante sólo con la izquierda. Arranca sin miedo y en todos los semáforos se hace con la pole position. Si vas en metro, andando o en bici, tenlo claro: no eres un macho alfa.

7. Te afeitas a diario, te das cremas. El macho alfa es heterosexual. Es muy heterosexual. De manera que, aunque limpio —estamos en el siglo XXI— el macho alfa tiene un poco de guarro. Ni cremas ni fulares ni afeitado total. El macho alfa tradicional, además, lleva una camiseta a lo Marlon Brando en Un tranvía llamado deseo. No obstante, existe la versión macho alfa moderno, ese montón de testosterona enfundada en un traje de chaqueta y con una barba de tres días que parece espontánea pero que el interfecto ha estado recortándose frente al espejo del baño. Varonil y rudo (por la barba) pero elegante y sexy (por el traje). Por supuesto, no es necesario que te dejes barba si eres Brando. Pero si no lo eres, te das cremas, llevas fulares, te afeitas siempre y vistes normal —que ni fu ni fa—, definitivamente no eres un macho alfa.

8. No ligas o ligas con esfuerzo. El macho alfa es ese vórtice en que todas las mujeres del mundo confluyen: él gusta simplemente entrando por la puerta, y no tiene que hacer nada —más que ser rudo, barbudo, firme— para ligar. Si tu vida cotidiana no es como un anuncio de Axe hecho realidad, quizás no seas el dueño del cotarro.

9. No bebes, no fumas. El macho alfa fuma y, por supuesto, bebe. Whisky solo. De un trago, si es necesario. Si eres amante del ron cola o —Dios te libre— del Malibú con piña, te queda mucho para dominar la jungla.

Quienquiera que no responda al patrón de macho machísimo, quien no sea un león que sólo con pasearse con la cola en alto y la melena al viento obtenga lo que desea, tampoco debe alarmarse. Hasta Allen, el menos alfa de todos los machos, encontraba consuelo en el monólogo inicial de Annie Hall: “Envejecer no me preocupa, no soy uno de esos. Estoy perdiendo algo de pelo en la coronilla, pero la cosa no pasa de ahí. Creo que mejoraré con los años. Yo pienso que entraré en la categoría de los calvos viriles”. Está claro que quien no se consuela es porque no quiere.

En el reino animal, el alfa es el miembro de la comunidad que tiene mayor rango y es seguido y respetado por todos. Tanto el macho como la hembra pueden ser alfas, según la especie. No obstante, cuando coloquialmente hablamos de macho alfa nos referimos al hombre, joven y no tan joven, poderoso, masculino, líder: el gallo del corral. Dominante y viril, el macho alfa es un latin lover aguerrido, fuerte, rudo. Posee los atributos que tradicionalmente se le han atribuido a la masculinidad —vigor, control, potencia, sex appeal— y necesita jactarse de ellos constantemente. Nada puede destruir su coraza de hierro (“acero pa los barcos”, que dice el saber popular) y todo lo quiere conquistar y dominar. Se pavonea (exactamente igual que el ave que despliega su colorida cola), ufanándose de lo que él considera sus innumerables atributos de macho ibérico (“yo voy a ser el Rey León, y tú lo vas a ver”). Atributos que, sin lugar a dudas, desmayan a las damiselas y hacen rabiar a los leones de la competencia, que a su vez se esmeran en marcar bíceps y poner mirada de Clint Eastwood, en un ciclo sin fin que lo envuelve todo (o, al menos, el flirteo semanal discotequero, infalible para mantener la autoestima del macho alfa en su elevado lugar).