Esta frase me pareció muy gráfica.

Muchas veces enfrentamos una idea negativa, algo que consideramos un posible problema, algún motivo para asustarnos, comentarios agoreros de alguien, la opinión de alguien en radio o televisión…y, a partir de eso, comenzamos a construir un verdadero nido.

Aportamos los palitos de «Y si….», sumamos las ramitas de » Ya me pasó…», las atamos con la sabiduría popular de «hombre prevenido vale por dos». Las abroquelamos con un poco más de lo mismo, es decir, pedimos más opiniones, incorporamos miedos ajenos, recordamos situaciones parecidas… hasta que formamos una hermosa y pintoresca canasta para que la preocupación se aposente, crezca y de a luz.

¿Podemos hacer algo diferente

Podemos:

Considerar si la preocupación tiene fuerza, calidad y cuerpo de problema.

Si lo tiene, y estamos ante un problema, podemos ocuparnos de él, hacernos cargo. Y pasamos de ser espectadores mentales, a ser protagonistas.

Si no lo tiene, entonces analizamos la preocupación: ¿En qué se basa? ¿Es algo comprobable? ¿Cuánto de su gravedad corresponde a mi manera de interpretar la situación? ¿Si no pienso más en ella, en qué se va a convertir al término de la semana?.¿Para qué me sirve?

Otra posibilidad interesante es escribir la preocupación. Sobre el papel, suele tener menos dramaticidad y por lo tanto menos efecto.

Al tener a la preocupación acotada a lo que es, dejamos de entregar enormes cantidades de tiempo y energía a alimentarla y mantenerla fuerte, y podemos decidir si la guardamos o la tiramos.

Sí, es cierto, esto puede ser trabajoso. Pero sólo lo es hasta que lo transformamos en hábito.

Y desde ya que resulta menos caro y más civilizado que poner un espantapájaros en nuestra cabeza.

¡Hasta prontito!

Andrea

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