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Teología y vida

versión impresa ISSN 0049-3449versión On-line ISSN 0717-6295

Teol. vida vol.59 no.1 Santiago mar. 2018

http://dx.doi.org/10.4067/s0049-34492018000100129 

Estudio

El deseo de Dios y de los jóvenes

Matías Valenzuelamvdsscc@gmail.com

Resumen:

Análisis de la experiencia de Dios de acuerdo a la reflexión elaborada por la teología espiritual, destacando el lugar que ocupa en dicha experiencia el deseo de Dios, así como su aplicación al campo de la experiencia vocacional en el mundo de los jóvenes. Cuenta con un análisis del Documento Preparatorio del Sínodo: Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional.

Palabras clave: Experiencia de Dios; deseo; experiencia vocacional; teología espiritual; jóvenes

Abstract:

Analysis of the experience of God according to the reflection elaborated by the spiritual theology, emphasizing the place that occupies in this experience the desire of God, as well as his application to the vocational experience in the life's young people. It has an analysis of the Preparatory Document of the Synod Young people, faith and vocational discernment.

Keywords: Experience of God; desire; vocational experience; spiritual theology; youth

Introducción

La tesis del presente artículo es que el deseo es un elemento central en la experiencia de Dios, que se alimenta por la acción de Dios y a la vez dispone al ser humano en la búsqueda de Aquel que lo ha hecho posible. La experiencia como algo que toca el conjunto de la vida y el deseo como ese motor interno que se conecta con las mociones, los afectos y la voluntad.

El texto tiene dos partes conectadas por aquellos elementos que son transversales a todo el estudio, la experiencia de Dios y el deseo. En la primera parte presentamos un análisis teológico espiritual de la experiencia de Dios y su relación con la dinámica del deseo. Profundizamos en la experiencia cristiana de Dios y destacamos que el dinamismo de esa experiencia está relacionado con despertar y alimentar el deseo de Dios.

En la segunda parte del artículo nos abocamos al análisis del Documento Preparatorio del Sínodo para la juventud, ya que en él se aborda la experiencia vocacional, que entendemos es una forma privilegiada de aproximarse a la experiencia de Dios y en este documento de la Iglesia destacamos el valor que los obispos le han asignado, justamente, a despertar y discernir los deseos, con lo cual confirmamos nuestra tesis de que en la experiencia de Dios el deseo y su dinámica es algo fundamental e ineludible.

Por último, cabe destacar que esta investigación forma parte de un trabajo elaborado en su primera versión en el centro de estudios Bíblicos, Teológicos y Pastorales (Cebitepal) del CELAM, en el marco de un diplomado sobre Pastoral Juvenil y Vocacional, donde el interés por la experiencia de Dios tenía a la vista la realidad de los jóvenes y sus búsquedas especialmente en América Latina y el caribe.

I. La experiencia de Dios

1. Experiencia que abarca al hombre en su totalidad

Para abordar esta temática he tenido a la vista el libro Experiencia de Dios y formación vocacional de José María Imízcoz Barriola editado por la BAC el año 2004, que a su vez tiene en consideración las reflexiones de Juan Martín Velasco en su libro La experiencia cristiana de Dios cuya primera edición es del año 1995. Ellos se inscriben en una corriente que se ha ido fraguando en las últimas décadas, a través del desarrollo de la teología espiritual, cuyo objeto de análisis ha sido justamente la experiencia y particularmente la experiencia de Dios.

Cuando hablamos de experiencia de Dios estamos hablando de una experiencia humana en la cual, y a través de la cual, Dios se hace presente de manera tal que transforma la vida. En cierto modo podríamos afirmar que toda vivencia humana es, o puede ser leída, como experiencia de Dios, ya que en Él “nos movemos, existimos y somos” (Hch 17,28) y se hace presente a las personas a través de toda la realidad. Pero ocurre que no siempre las personas somos conscientes de esa presencia de Dios y las realidades creadas muchas veces la oscurecen, por ello implica un camino de purificación y de conversión que conlleva momentos vitales en que esa cercanía de Dios se hace patente y el ser humano se hace capaz de interpretarla como tal.

En alemán el término para decir experiencia (erfahren, saber por experiencia) tiene la misma raíz que el término fahren que significa viajar1. Es decir, nos remite a un tipo de conocimiento que se ha adquirido caminando. Es un saber que adquiere la persona que ha recorrido la vida, que ha trabado un contacto de piel con las realidades de este mundo. Es lo contrario o va más allá de un conocimiento teórico, aunque esto no implica que en el conocimiento a que da lugar la experiencia no se haga uso de la razón.

“La experiencia es una forma singular de conocer, que puede ser descrita como un conocer «desde adentro», en el sentido de un conocimiento que se da en la vivencia de la propia relación con aquello que conocemos. La conciencia de esa relación es la experiencia. La forma suprema de esta experiencia es la que implica una relación con otras personas y se llama comunión […] Es todo el hombre, el hombre total quien experimenta. Al mismo tiempo, la experiencia hace referencia a una dimensión objetiva exterior. La experiencia no es aquello que el sujeto produce, sino aquello que le es ofrecido desde afuera –Mouroux la describe como toma de conciencia de una realidad «dada»–, es decir, desde aquello que se da antes de que surja la conciencia de aquel que experimenta. En la experiencia la realidad adviene al sujeto y este queda afectado por ella”2.

En la experiencia humana se conjugan elementos de la interioridad y de la exterioridad de la persona, es un entrar en relación, con la realidad que se me hace presente. Tiene su punto de partida en una vivencia que provoca algo, un sentimiento, una emoción, un estremecimiento, fuerte e intenso o suave y pasajero, pero que luego es hecho consciente y reflexionado, es decir, se hace objeto de una interpretación. La vivencia pasa a ser experiencia cuando es hecha consciente y reflexionada por la persona, solo ahí podemos hablar realmente de una experiencia, que además pasa a formar parte del acervo de sabiduría del sujeto. La experiencia puede ser individual o colectiva. Ahora bien, el sujeto de la experiencia, para hacer la lectura de ella, es decir para interpretarla, normalmente, va a recurrir a la tradición filosófica o religiosa a la que pertenece, que a su vez se ha ido fraguando a través de la historia humana por el desarrollo de un sinnúmero de otras experiencias. Lo cual, no le quita novedad a la experiencia, porque aportará elementos propios de lo vivido, desde el ángulo específico del intérprete. Por ello, cada experiencia enriquecerá dicha tradición con elementos nuevos y únicos3. Ahora bien, esa vivencia reflexionada afecta al ser humano desde su piel hasta sus entrañas, por ello se habla de un conocimiento desde adentro de la realidad, que las más de las veces resulta transformador.

Claramente, en este sentido, no toda experiencia tiene la misma fuerza dinamizadora para la persona y consideramos que es la experiencia de Dios la que lo involucra de manera más global, porque toca el núcleo más profundo y existencial del ser humano. En la medida que se trata de una verdadera experiencia de Dios, es totalizante y transformadora, produce una metanoia, es decir, un cambio en el modo de ver la realidad, una transformación en el enfoque, en el modo de pensar y por lo mismo de actuar en el mundo.

Ahora bien, se plantea la pregunta siguiente:

“al abordar el tema de la experiencia de Dios por parte del hombre surge inevitable la pregunta: ¿Puede el hombre alcanzar una auténtica experiencia de Dios? ¿Puede hacer la experiencia de un encuentro real con Él? Si experimentar significa conocer y Dios no puede ser objeto de una experiencia directa de Él tal como es en sí mismo, ¿cuál es entonces la específica certeza que acompaña la experiencia de Dios en el hombre?”4.

Esta pregunta es relevante. El problema ha quedado planteado por la filosofía de manera certera desde Kant, quien fue muy tajante al afirmar que el ser humano solo podía conocer aquello que estaba dentro de las categorías del espacio y del tiempo, y Dios, claramente, está más allá de esos límites. La respuesta que ha dado la teología espiritual a esta pregunta es que la experiencia de Dios es, a la vez, mediada y directa, es decir, se da en las categorías espacio - tiempo y a través de las mediaciones que ofrece la realidad creada, pero a través de ellas Dios se hace efectivamente presente, dejando su huella. Es una mediación inmediata en la que el ser humano reconoce que lo que está percibiendo –viviendo– si bien no llega a reconocerlo cabalmente puede afirmar que es mucho más que las realidades creadas a través de las que se hace presente. Hay Algo/Alguien ahí que excede con mucho todo lo conocido a través de los sentidos y que está realmente presente5, que lo toca en lo profundo de su ser y le regala paz, gozo y libertad.

Por otro lado, es necesario afirmar que la experiencia de Dios no es distinta a la experiencia de fe, pero sí es la personalización de la fe. Se trata de aquellas experiencias vitales en las que la fe pasa a ser asumida como propia por la persona y ya no solo como algo de lo cual se ha oído y que se ha aceptado por tradición o por obligación. Los clásicos decían que el efecto principal de la experiencia religiosa era la sensación de estar ante algo que nos excede, que nos trasciende, que produce simultáneamente temor reverencial (tremens) y fascinación (facinans). Probablemente, en la experiencia humana, lo más parecido a esto sea el enamoramiento, la pasión que enciende el amor, que nos atrae y asusta a la vez. Es el encuentro con el Misterio, el reconocimiento de que en la realidad está latiendo una Vida definitiva que hace que todo sea y hacia lo cual todo tiende y frente a ello el ser humano se pliega, se recoge, se abisma6.

La pregunta que queda planteada en este punto es: ¿qué es lo propio de la experiencia cristiana de Dios?

2. La experiencia cristiana de Dios

Lo primero que es necesario afirmar es que en el cristianismo contamos con un enorme compendio de experiencias de Dios que son las Escrituras y toda la tradición de la Iglesia. Es una suma de relatos, biografías y memoria de experiencias, leídas y releídas, que forjan de ese modo un prisma que ayuda a los actuales buscadores de Dios a leer sus propias vivencias, siempre antiguas y siempre nuevas. Pensamos igualmente, que Dios sigue hablando en la realidad, y que su presencia se actualiza y renueva a través de cada hombre, mujer, comunidad y generación de creyentes que se abren a su misterio y a su Palabra, iluminada por el Espíritu en sus corazones e interpretada en comunión con la fe de este Pueblo cuyo centro es Jesús de Nazaret.

Lo segundo que me parece fundamental es que en la experiencia cristiana de Dios se percibe hasta qué punto la iniciativa la tiene Dios. Él nos primerea, como dice el Papa Francisco7. La experiencia de Dios no es fruto de un esfuerzo humano, ni siquiera es una respuesta al anhelo más profundo del ser humano, no en primer lugar, sino que es fruto de una opción querida por Dios, inesperada, gratuita, sobreabundante, fruto del amor. Por ello, las más de las veces, descoloca a la persona que es agraciada con este encuentro radical que transforma la vida y que involucra una elección personal, a la vez que una misión8.

Ahora bien, el meollo de la experiencia cristiana de Dios tiene que ver con Jesús, el de Nazaret, el que fue reconocido como el Mesías y luego fue crucificado, pero no terminó ahí, porque sus testigos, cuya vida se transformó radicalmente, afirman que Dios lo resucitó:

“¿En qué consiste este encuentro? Consiste, en primer lugar, en la experiencia de que la esperanza, el estado de expectación en que vivían, ha tenido la respuesta definitiva de Dios en Jesús. La experiencia de que en él: en su vida, su pasión, su muerte, se ha hecho presente para ellos Dios y su salvación; que en él se ha inaugurado el reinado de Dios, que en él se ha consumado la alianza de Dios con su pueblo; en él el Dios que había prometido «yo seré su Dios» ha comenzado a ser «Dios con nosotros»; en él se ha producido la reconciliación con Dios y la efusión de su Espíritu sobre toda carne, en él Dios ha iniciado el cumplimiento de su promesa de sacarnos de nuestros sepulcros”9.

Es decir, la experiencia de Dios, en el cristianismo, estará siempre unida, y se realizará a través de un encuentro, con la persona de Jesús. Es cierto que ese encuentro será hoy a través de las mediaciones de la vida, en especial de la comunidad creyente, el Pueblo de Dios, la Iglesia, que está llamada a ser sacramento de su presencia en el mundo, y a la vez, será un encuentro en que el Espíritu Santo iluminará nuestros corazones. Pero siempre y necesariamente será un encuentro con Jesús, el Hijo, el mediador de la salvación, porque eso tiene que ver con la estructura trinitaria de Dios, en que el Padre actúa por el Hijo en el Espíritu. Todo ello vivido en medio de las realidades humanas, muy encarnadamente, pero a la vez, muy personalizadamente.

Hay dos aspectos de la revelación cristiana que le dan una particularidad a la experiencia de Dios, estos son: la alteridad y la encarnación. Dios es siempre un Otro respecto del ser humano y de la creación, aun cuando esté presente en ella y la abrace desde el principio al fin. Por ello la unión con Dios no es una fusión indiferenciada, sino que es fundamentalmente una relación (una amistad dirá santa Teresa de Jesús)10, un diálogo. Al mismo tiempo, Dios, por amor, ha elegido abrazar el ser de su creatura, al ser humano, incorporándose, poniendo su morada entre nosotros, por lo cual esta experiencia de Dios siempre nos pondrá en relación con nuestra carne, con nuestra fragilidad, de manera positiva, tierna, amorosa, lo mismo que con toda la creación, jamás será una experiencia que nos saque del mundo o que reniegue de la materia, ni siquiera de la muerte, es decir, de la caducidad, porque forman parte del ser pequeños, creaturas hechas de barro, tierra mojada, y a la vez llenos de Dios.

De un modo u otro, la experiencia cristiana de Dios no puede ser sino una experiencia de su amor, de un amor desbordante e infinito que conduce a la libertad de los hijos e hijas de Dios, una libertad fundada en el amor y a la vez orientada hacia la comunión, es decir, hacia el amor a todo y a todos.

“La experiencia cristiana como experiencia de la fe nos lleva a ver en el amor el criterio decisivo de discernimiento sobre la autenticidad de la experiencia cristiana de Dios, ya que la fe es la fe que «actúa por el amor» (Gal 5,6); es la fe que se vive, no tanto porque vemos sino porque amamos. «Es evidente que se cree porque se ama» afirmaba el cardenal Newman”11.

No siempre será fácil discernir si se está o no en presencia de una experiencia de Dios, pero un criterio fundamental será si esa persona a través de eso que ha vivido y del modo como lo ha elaborado crece en el amor, en la capacidad de reconciliación, de comunión, consigo misma y con los demás, siendo fuente de alegría, de justicia y de paz.

A la vez, el camino del cristiano, a través de sus múltiples experiencias y elecciones, será un proceso de hacer crecer a cristo en la propia vida, a la medida del bautismo. Es esa semilla depositada en el inicio del camino y regada por el Espíritu de Dios a través de la comunidad y de muchos mensajeros que el Señor pone en nuestro camino, la que está llamada a crecer y ahí está ya en germen nuestra vocación, nuestra llamada, incluso nuestro nombre, pronunciado por Dios desde siempre y para siempre. Donde la vocación fundamental es ser otros Cristos para los demás –por eso es que el proceso de transformación en el cristianismo se puede llamar cristificación–, sacerdotes, profetas y reyes, formando parte de una sola gran comunidad. Por ello se puede afirmar que en la experiencia cristiana de Dios no hay una invitación a la negación de sí mismos, sino que es una llamada a vivir en plenitud que implica alinear la propia voluntad con el querer de Dios y eso sí requiere renuncias y abnegación, como lo implica todo camino impulsado por el amor.

Por último, cabe señalar, que la experiencia de Dios en el cristianismo está forjada de presencia y de ausencia. Es el eternamente Presente y, a la vez, el Dios oculto (Is 45,15) el Dios escondido. Eso se manifiesta de manera radical en Jesús, ya que el momento más intenso de su revelación será el instante de la cruz. Aunque no lo queramos ver y nos resulte chocante, es ahí donde se revela de manera radical la fuerza del amor de Dios, máximamente, encarnado, a través del rostro del Hijo que en obediencia al Padre se entrega por toda la humanidad y por toda la creación, dando un grito de dolor y de amor, exhalando ahí toda la fuerza del Espíritu. Pero, por lo mismo, como ese amor choca con la violencia del pecado que engendra víctimas, que muerde la vida, desfigurando la belleza del amor creador, es que en ese instante se produce también el máximo ocultamiento de Dios y el Cristo puede decir/pensar/sentir/ preguntar ¿por qué me has –Tú Padre mío– abandonado? Es el ocultamiento de Dios en el hondón de la tierra, en el misterio de la muerte, en Auschwitz, en las mujeres violadas, en los niños y niñas abusados y esclavizados a lo largo y ancho del mundo, en la Tierra que gime por la expoliación y el abuso de los capitales y del mercado, en todos los atropellos a los pequeños. Dios está ahí, en lo oculto, en el crucificadoresucitado, con todo, dando vida, venciendo la muerte, cumpliendo su promesa. Son las noches del espíritu, son las oscuridades que debe pasar todo caminante que se pone tras las huellas del Nazareno, en busca de la aurora, sabiendo que está vivo.

3. El deseo de Dios

El deseo de Dios es una expresión que tiene dos sentidos, por un lado se refiere al anhelo del ser humano que aspira a la unión con Dios, pero también se refiere al deseo que Dios tiene de unirse a su criatura, a la que ha creado por amor. Son deseos que se encuentran en la experiencia de Dios. Son dos libertades deseantes, amantes, que se dan cita en lo que los antiguos llegaron a llamar el desposorio del alma con Dios.

En la actualidad se ha vuelto a poner de manifiesto la importancia del deseo, porque apela a zonas más profundas del ser humano, en conexión con la voluntad y los afectos. Lo cual tiene radical importancia para la experiencia de Dios, así como para el descubrimiento de la propia vocación.

“Si abordamos el tema del deseo en su relación con la experiencia de Dios, no es solo porque es necesario desear algo para poder alcanzarlo, sino por la estrecha vinculación que se da entre el desear a Dios y la misma experiencia de Dios. Como antes lo hemos recordado, el «saber» de la experiencia significa una situación donde el hombre queda comprometido con su deseo. Es importante recuperar una espiritualidad cristiana del deseo, ya que este resulta un elemento clave de nuestra búsqueda espiritual, pues todo lo que afecta al deseo se relaciona con Dios y con nuestro mismo centro vital y deseante. Muchos de los grandes maestros de la espiritualidad cristiana han empleado el término deseo como la metáfora central de la búsqueda humana de Dios”12.

El deseo de Dios nos pone en camino de búsqueda y a la vez nos ayuda a reconocer los medios para el encuentro con Él. Es cierto que finalmente la experiencia de Dios será un don, una gracia, pero justamente la intencionalidad que manifiesta el deseo hace que la persona o la comunidad generen las condiciones que favorezcan dicho encuentro13. En este sentido, uno de los aspectos más relevantes es transmitir que hemos sido deseados en primer lugar por Dios. Hemos sido queridos por Él, desde lo más profundo y desde antes de nacer. Esa convicción creyente puede ayudar a los peregrinos del deseo entre tantas voces que tiene la vida a buscar la Palabra dicha para cada uno y para todos, desde siempre y para siempre y que colma todas las expectativas de ser.

“En el hinduismo existe una palabra para referirse a esto mismo: yukti. Yukti contiene y expresa la irrepetibilidad de cada ser, la genuinidad de cada uno, que nos es dada como semilla y que tiene que germinar en la tierra que también es cada uno. Somos tierra y semilla al mismo tiempo. Un germen que no siempre se sabe identificar y que, a medida que se va desarrollando, va desvelando su misterio. Este despliegue de la semilla que somos se va descubriendo mediante los deseos que persistentemente pugnan en nosotros para abrirse, para ser dados a luz. Estar a la escucha de esta voz, que es interna y externa a la vez, es una de las tareas más importantes que tiene todo ser humano. Esa voz surge de las profundidades de uno mismo, de ese maestro interior que nos habla en lo oculto y que podemos escuchar cuando nos silenciamos; pero la voz también es exterior, porque requiere de un acoplamiento en el mundo en el que se ha de desarrollar. Todo ello no se produce sin resistencias ni rodeos”14.

El deseo puede ayudar a la persona a desplegar lo más genuino de sí misma, lo que ella es más en el fondo y por lo mismo, su aporte particular y único en el concierto de la humanidad, su nota, su voz. El deseo esencial es ese encuentro con Dios, con el que hace que haya, con quien nos da el ser, pero el camino a recorrer para llegar a esa unión fundante y fundamental es diverso para cada uno y descubrirlo es el desafío fundamental, al que llamamos vocación, que no es otra cosa que la respuesta libre que da cada persona a la llamada que descubre en lo más profundo de su ser, en diálogo con la realidad que lo rodea, ya que en toda ella también habla Dios. Desear a Dios, descubrir ese deseo y ponerse en camino animado desde dentro, es esencial para disponerse a la experiencia de Dios y al descubrimiento de la propia vocación.

Los místicos han vinculado el deseo de Dios a la oración. Uno de los que se destacaron en ello fue san Agustín, él señala que: “Orar sin interrupción es desear constantemente de Dios solamente una vida dichosa”15; “El deseo siempre está orando por más que la lengua calle. Si deseas siempre, siempre estás orando. ¿Cuándo duerme la oración? Cuando se enfría el deseo”16. Es esa aspiración del alma –entiéndase en la acepción griega, ψυχή que implica toda la vida del ser humano, desde lo más profundo y que involucra su corporalidad– que se orienta hacia Dios y que entra en un camino de conversión, porque es necesario purificar los deseos, en el sentido de desear todas las cosas en unión con Dios, reconociéndolo a Él como el centro de todo. Es alinear el deseo del ser humano según el deseo de Dios, dejándose permanentemente atraer por Él.

En el cristianismo, como indicamos antes, esto se da en unión con Jesús, se trata justamente de desear a Dios-Padre al modo de Jesús. “Con él, por él y en él” reza la doxología final de la plegaria eucarística y prosigue “a ti Dios Padre”, “todo honor y toda gloria”, es decir, todo mi deseo de servirte y amarte, en la comunión del Espíritu Santo. Es siempre con y en Jesús que deseamos al Abba-Padre con gemidos inefables desde lo profundo de nuestro corazón. Desear con Jesús, además, es amar con él a toda creatura, en especial a los pobres y a los que sufren, es anhelar sanar toda herida y acoger a toda creatura. En Jesús el deseo de Dios y de la comunión con todos y todas es inseparable, porque él aspira a la plena comunión, a la completa reconciliación.

II. Despertar el deseo de la alegría del Evangelio

Este capítulo busca mostrar la relevancia del deseo en la experiencia de Dios a la luz del despertar vocacional en los jóvenes. En cierto modo consideramos que la experiencia del llamado, es decir, la experiencia vocacional es referencial a la hora de reflexionar sobre la experiencia de Dios, ya que Dios cuando actúa en la vida siempre está a la vez amando y llamando. Toda experiencia de Dios es vocacional porque está en el fondo la relación que define la identidad y la misión de todo ser humano y del Pueblo de Dios.

Para analizar la experiencia de Dios en clave vocacional y su conexión con el deseo tomaremos en cuenta el planteamiento que hace el Documento Preparatorio del Sínodo de los Obispos sobre Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional (en adelante nos referiremos al texto como Documento Preparatorio) que fue publicado el 13 de enero del año 2017. Me parece muy relevante que los obispos hayan escogido abordar la realidad juvenil y el desafío que los cambios sociales plantean a la participación de los jóvenes en la Iglesia y a su vivencia de la fe.

El Documento Preparatorio ha sido elaborado con una conciencia lúcida de la realidad de los jóvenes, asumiendo las diferencias que existen al interior de los mundos que habitan, por los contextos y la pluralidad de lenguajes simbólicos que van desarrollando. Destacando la desafección institucional y la búsqueda de otros espacios de vivencia espiritual o religiosa, con menor referencia a las iglesias tradicionales; así como la pobreza y la violencia que viven muchos jóvenes en el mundo, cuya capacidad de tomar una decisión libre es bajísima porque están condicionados por factores sociales, económicos y culturales, que les quitan ese mínimo espacio de discrecionalidad que se necesita para vivir con autonomía y elegir el propio camino.

Otra opción que ha sido explicitada en el texto y que resulta relevante es que la Iglesia quiere acercarse a la vida de todos los jóvenes, sin excepción, cualquiera sea su realidad y sus opciones. No se trata de buscar solo a los que puedan estar más encuadrados en el esquema de una pastoral y que sean más dúctiles a la tradición eclesial, sino que ir a todos, porque para todos es la Buena Noticia y porque en el rostro de cada joven está hablando –y a veces gritando– Dios. Manifiesta una apertura grande y, a la vez, una opción por los jóvenes renovada y radical. Es claro que se quiere buscar el rostro de los jóvenes, a quienes el Señor mira amándolos (Mc 10,21).

Ahora bien, hay un aspecto en el Documento Preparatorio, que me llamó la atención y que se conecta con lo que venimos reflexionando en esta investigación. Se trata de la referencia al deseo. La palabra deseo está 14 veces en el documento, en diversos contextos y pareciera que los redactores lo tenían muy presente. El mundo de los deseos nos conecta con algo menos racional, está más cerca del gusto, de las entrañas, de las emociones. Está más emparentado con los afectos y por lo mismo con la voluntad, que es en definitiva la fuerza que nos permite hacer elecciones. Llevando las cosas al plano del discernimiento espiritual podemos decir que el deseo está cerca de las mociones, de esos movimientos interiores, que nos ayudan a descubrir hacia dónde queremos caminar y hacia dónde estamos siendo llamados a caminar.

El Documento Preparatorio habla, por un lado, de los deseos de los jóvenes, desde distintos ángulos: los deseos que cambian a causa de las transformaciones sociales, que nos repercuten a todos y con mayor fuerza a las juventudes; el deseo de los jóvenes de compartir entre ellos, con sus pares, generando instancias de diálogo horizontal; la variedad de deseos –así como de sentimientos y emociones– que se producen a causa de las experiencias vividas, donde se hace necesario el reconocimiento y la interpretación; la fuerza de los deseos de los jóvenes; llegando incluso a hablar del “mundo de los deseos y pasiones”, entre las cuales estarán llamados a elegir, ejerciendo la libertad y la responsabilidad.

Luego, también se utiliza la palabra deseo para hacer referencia a la Iglesia, como habíamos dicho, el documento señala que: “A través del camino de este Sínodo, la Iglesia quiere reiterar su deseo de encontrar, acompañar y cuidar de todos los jóvenes, sin excepción”17. Es interesante que lo exprese en clave de un deseo, porque es constatar que la Iglesia también tiene y puede expresar deseos. Uno podría agregar sinónimos, es decir, hablar de anhelos, incluso de sueños. La Iglesia sueña. Uno podría decir, Dios sueña. La Iglesia quiere, desea, hacer suyo el sueño de Dios de acercarse a todos los jóvenes sin excepción. Este lenguaje, que me parece poco habitual en el Magisterio denota la voluntad real de acercarse a los jóvenes, porque así como ellos tienen deseos, la Iglesia también los tiene y entrañablemente.

Por último, hay una serie de párrafos en los que se conectan los deseos, directa y explícitamente, con el tema de la vocación y, por lo mismo, con la experiencia de Dios. Los voy a citar por la relevancia que tienen:

    –. “La vida y la historia nos enseñan que para el ser humano no siempre es fácil reconocer la forma concreta de la alegría a la que Dios lo llama y a la cual tiende su deseo, y mucho menos ahora en un contexto de cambio e incertidumbre generalizada”18.

    –. “En la base del discernimiento podemos identificar tres convicciones, muy arraigadas en la experiencia de cada ser humano releída a la luz de la fe y de la tradición cristiana. La primera es que el Espíritu de Dios actúa en el corazón de cada hombre y de cada mujer a través de sentimientos y deseos que se conectan a ideas, imágenes y proyectos. Escuchando con atención, el ser humano tiene la posibilidad de interpretar estas señales. La segunda convicción es que el corazón humano, debido a su debilidad y al pecado, se presenta normalmente divido a causa de la atracción de reclamos diferentes, o incluso opuestos. La tercera convicción es que, en cualquier caso, el camino de la vida impone decidir, porque no se puede permanecer indefinidamente en la indeterminación. Pero es necesario dotarse de los instrumentos para reconocer la llamada del Señor a la alegría del amor y elegir responder a ella”19.

    –. “En los relatos evangélicos la mirada de amor de Jesús se transforma en una palabra, que es una llamada a una novedad que se debe acoger, explorar y construir. Llamar quiere decir, en primer lugar, despertar el deseo, mover a las personas de lo que las tiene bloqueadas o de las comodidades en las que descansan. Llamar quiere decir hacer preguntas a las que no hay respuestas preconfeccionadas. Es esto, y no la prescripción de normas que se deben respetar, lo que estimula a las personas a ponerse en camino y encontrar la alegría del Evangelio20.

    –. “Todos ellos dan testimonio de vocaciones humanas y cristianas acogidas y vividas con fidelidad y compromiso, suscitando en quien los ve el deseo de hacer lo mismo: responder con generosidad a la propia vocación es el primer modo de hacer pastoral vocacional”21.

En primer lugar, cabe constatar que en el Documento Preparatorio se usa cuatro veces la expresión: “alegría del amor”. Para referirse a la “llamada del Señor a la alegría del amor” y a la “vocación a la alegría del amor”. Es decir, aquí hay un núcleo del documento de los Obispos sobre los jóvenes, el discernimiento vocacional y la fe. Se trata de un lenguaje nuevo. Donde lo que se pone en el centro es que la vocación humana y cristiana es una vocación al amor y donde esa vocación al amor está indisolublemente unida a la alegría. La alegría del evangelio. Resuenan aquí los nombres de los documentos del Papa Francisco, la Alegría del Evangelio (Evangelii Gaudium), Alabado seas (Laudato Si') y la Alegría del Amor (Amoris Laetitia)22. Y más a fondo, resuenan las palabras del Señor en el evangelio de Juan: “les he dicho esto para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea completa. Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado”23. Es decir, el Documento Preparatorio pone de manifiesto la unidad que en el Evangelio hay entre la alegría y el amor.

Ahora bien, el Documento plantea que entre esa llamada de Dios a la alegría del amor evangélico y el deseo de las personas, y de los jóvenes en particular, hay una conexión interior. La conexión está dada porque es el mismo Dios el que llama desde adentro de la persona, a través de sus mociones –sentimientos, emociones y deseos–, a través del buen espíritu dirá San Ignacio. Dios llama desde lo profundo del corazón. Él pone Su deseo en nuestro interior y a la vez nos atrae desde toda la realidad. Es una llamada que requiere silencio para ser escuchada, pero también ojos bien abiertos, atentos a todo lo que la vida va manifestando.

Por esto, atender a los deseos de los jóvenes no es un planteamiento relativista o subjetivista o puramente emocional. Ya que en la base está la convicción de que Dios habla a través de sus deseos más profundos, a través del deseo esencial dirá Javier Melloni24, y que hay una sintonía entre esa llamada de Dios a la alegría del evangelio y aquello hacia lo cual tiende el propio deseo. Pero no siempre esa sintonía es tan clara. El texto reconoce que muchas veces es difícil descubrir cómo debe concretarse esa llamada. Además, plantea que el ser humano, fruto de su debilidad y pecado –personal y colectivo– está las más de las veces tironeado, percibiendo en su interior distintas voces, “reclamos diferentes” e incluso opuestos. Es decir, el ser humano y el joven en especial vive un mundo de deseos, donde muchas veces lo quisiera todo y simultáneamente. Es la omnipotencia del deseo. Por eso se requiere educación, valoración de los límites, tolerancia a la frustración y sobre todo una buena capacidad de renuncia y elección.

En este sentido, el Documento Preparatorio es enfático cuando dice que no se puede no elegir25. O sea, que al ser humano se le impone la necesidad de hacer opciones, porque no puede vivir permanentemente en la indefinición. Comparto esa afirmación, ya que una vida humana solo se realiza cuando la persona ama y esto a su vez solo cabe en un camino donde se hacen opciones que implican compromisos, dejando atrás otras posibilidades de ser. Ello va configurando una identidad, definiendo límites, donde no cabe todo, no obstante lo cual, la persona va siendo cada vez más libre y ella misma. No es algo que quite vida sino que le permite una vida cada vez más entregada y por lo mismo más plena. Por ello se requiere escuchar el deseo interior en un proceso de aprendizaje lento e ir tomando decisiones coherentes y responsables, realizando así la libertad que Dios mismo nos ha regalado y que se funda en su amor.

El Documento Preparatorio propone dos dinámicas vinculadas al deseo. Una tiene que ver con el discernimiento de los deseos y la otra tiene que ver con el despertar de los deseos. En relación a lo primero, propone un esquema básico, de tres pasos que son: el reconocimiento, la interpretación y la elección26. El reconocimiento se refiere a la toma de conciencia, de lo que provocan en la persona, los acontecimientos, los encuentros, las palabras, los demás, donde el registro emocional puede ser variadísimo, desde la alegría y el entusiasmo hasta la angustia y el vacío, pasando por la tristeza, la rabia y la serenidad. Son las emociones y los deseos, el mundo de los deseos y pasiones que va surgiendo a lo largo del camino y que es fundamental reconocer sin temor a fin de conocerse y descubrir hacia dónde orientar el timón. Es aprender a leer la vida. En la certeza de que Dios habla en ella y a través de ella. Somos experiencia de Dios y si no miramos con atención nuestra historia y lo que se produce en nuestro interior nos haremos ciegos y sordos a la voz de Dios y nos desconectaremos completamente de nosotros mismos.

Pero no basta el reconocimiento, es necesaria la interpretación. No basta saber qué sentí, sino preguntarse si eso que sentí viene de Dios y me orienta a Él o no. Aquí adquiere un rol fundamental la Palabra de Dios que nos permite confrontarnos con las experiencias de otros y dejar que el Espíritu Santo ilumine eso que hemos vivido. La sabiduría acumulada de la Iglesia y las personas que en su vida han hecho camino en el espíritu pueden ser buenos acompañantes para este proceso. Este paso es indispensable, porque no todo lo que deseamos nos conduce a la vida, no todos nuestros gustos pueden ser satisfechos, porque eso simplemente nos constituye en seres caprichosos, sometidos al totalitarismo del “ello”. Esos deseos, para ser humanos y humanizadores, deben pasar por el filtro de nuestros valores y convicciones –aquí es donde la lectura evangélica de los deseos es fundamental– y a la vez, debe haber una pregunta por los otros, es decir, cuestionarse si esos deseos me llevan o no a un bien que me incluye a mí mismo y a los otros, a la vez. Saliendo del puro individualismo.

El tercer paso es la elección, elegir es necesario, luego de haber reconocido e interpretado. No basta quedarse en las puras reflexiones, porque eso no produce vida, es necesario pasar a la acción, lo cual implica arriesgar, superando los temores y las incertidumbres. Lo cual siempre comporta un acto de fe, de abandono, de confianza, de locura incluso, pero en este caso, si ha sido un discernimiento creyente, es la locura del amor, que se funda en el amor loco de Dios.

Por otro lado, el Documento Preparatorio habla del modo como despertar en los jóvenes el deseo de la alegría del evangelio27. Para ello propone la pedagogía de Jesús, también con tres verbos, que son tres actitudes básicas, muy simples y a la vez esenciales: salir, ver y llamar.

“Como ha recordado el Papa Francisco, «la pastoral vocacional es aprender el estilo de Jesús, que pasa por los lugares de la vida cotidiana, se detiene sin prisa y, mirando a los hermanos con misericordia, les lleva a encontrarse con Dios Padre» (Discurso a los participantes en el Congreso de pastoral vocacional, 21 de octubre de 2016). Caminando con los jóvenes se edifica la entera comunidad cristiana”28.

Este aspecto es esencial, porque junto con leer la vida y reconocer en ella el paso de Dios, es necesario que la Iglesia ofrezca a los jóvenes las condiciones para vivir una verdadera experiencia de Dios, del Dios de Jesús, que sean liberadoras y a la vez despierten en ellos el deseo del encuentro con él, que despierten el deseo de Dios. Para ello, no hay pedagogía mejor que la de Jesús. En ese proceso es necesario invitar a los jóvenes a un encuentro con Jesús, que sigue siendo fuente de vida y de sentido pleno para sus vidas. Todo lo que ofrezca la pastoral vocacional y la comunidad en general debe ayudar a los jóvenes a percibir la presencia de Dios en sus vidas, que siendo una experiencia del Dios de Jesús, no puede sino gatillar la alegría del amor, la alegría del Evangelio.

Para este camino el Documento Preparatorio propone estas tres actitudes a todos los pastores y a todos los agentes de pastoral, salir, ver y llamar. El salir, está en sintonía con el planteamiento del Papa Francisco, de ser una Iglesia en salida, pero no solo eso, es el modo de Jesús, que va por los caminos haciéndose accesible a todos. Es la capacidad de movimiento que implica la misión, salir de las comodidades, del encierro y del espacio propio para ir al encuentro de los jóvenes y de nuestro mundo contemporáneo. Implica saber soltar las tareas administrativas o las exigencias de la gestión de las estructuras para darles verdadero tiempo a las personas, para gastar el tiempo con el otro. Es saber perder el tiempo en el encuentro con el otro, en la calle, en el café, en la plaza, en medio de la naturaleza, en todos los caminos. Y habiendo salido, ver, conocer, amar, mirar con ternura, con cariño.

“Cuando los Evangelios narran los encuentros de Jesús con los hombres y las mujeres de su tiempo, destacan precisamente su capacidad de detenerse con ellos y el atractivo que percibe quien cruza su mirada. Esta es la mirada de todo auténtico pastor, capaz de ver en la profundidad del corazón sin resultar intruso o amenazador; es la verdadera mirada del discernimiento, que no quiere apoderarse de la conciencia ajena ni predeterminar el camino de la gracia de Dios a partir de los propios esquemas”29.

Este ver, donde se unen el conocimiento y el amor, es fundamental, porque solo habiendo conocido la vida de nuestras hermanas y hermanos podremos ofrecerles el evangelio en un lenguaje que sea accesible y significativo, que se contacte realmente con sus vidas y sus búsquedas de sentido. Para luego llamar, como Jesús llama, a una inconmensurable novedad –verás cosas mayores le dice Jesús a Natanael– que implica abrirse de verdad al querer de Dios y a la vida según el evangelio. Esa llamada es lo que implica despertar en los jóvenes de hoy el deseo de vivir según la alegría del evangelio. Para esto es indispensable que lo hayan vislumbrado, saboreado, vivenciado, experimentado, al menos de manera intuitiva e inicial.

“¿Cuál es el Jesús que provoca la fe? Un Jesús que siempre recibe y deja que se acerquen a él, «porque el que me recibe, recibe al que me envió»; recibe a todos y a todos les cambia la vida. Quien se encuentra con Jesús –en el camino, en la casa o en el brocal del pozo, en el lago, en el monte o donde sea– se siente comprendido/a, querido/a, esperado/a, abrazado/a, perdonado/a, contenido/a, curado/a, salvado/a. Si los/las jóvenes pasan por algunas de estas experiencias –a partir de los planes, programas y proyectos pastorales– seguramente tendrán memoria de lo experimentado, sentirán deseo de experimentarlo nuevamente e intentarán hacerlo realidad en el camino de fe cotidiano”30.

Para ello es necesario ser lúcidos y creativos, desplegando el conjunto de iniciativas que pueden simultáneamente transmitir el evangelio y conectarse con el corazón de los jóvenes. Será necesario educar en el valor de la interioridad31, del silencio, de la escucha de la Palabra, de la liturgia, de la contemplación. Pero también, estimular al compromiso misionero y de construcción de una sociedad más justa, porque todo ello, y en especial el encuentro personal con los más pobres son las instancias en que los jóvenes descubren con más fuerza la presencia de Dios y el rostro de Jesús. “De esa manera se cuida el mundo y la calidad de vida de los más pobres, con un sentido solidario que es al mismo tiempo conciencia de habitar una casa común que Dios nos ha prestado. Estas acciones comunitarias, cuando expresan un amor que se entrega, pueden convertirse en intensas experiencias espirituales”32.

“Dios, el nuestro, este Dios de Jesús es el que está activo y trabajando, comprometido, el que se mueve. Lo que Dios hace es lo importante, más allá de lo que yo siento. Está activamente presente, cuando siento y cuando no siento. Los agentes más eficaces de la intimidad no son los que más nos hacen sentir, sino los que impregnan de modo decisivo nuestro interior ¿Y qué trabajo está haciendo Dios conmigo? Dios está dándome el ser, la vida con sus posibilidades […] Va modelando nuestro corazón de forma muy sencilla, respetando los ritmos, los modos. El Dios del Evangelio casi pasa desapercibido. Sin grandes alardes o protagonismos, por los mismos cauces de la vida, por los signos de crecimiento o de crisis, día a día va iluminando, restaurando, completando, inspirando de una manera muy humilde, callada, cotidiana. Con gran paciencia”33.

“Pero hay ocasiones en la vida en que sentimos con una fuerza inmensa la presencia de Dios, una presencia de Dios que nos hace cambiar el registro de la vida, que nos hace comprender aspectos nuevos de nosotros, de la vida, del mismo Dios, que no habíamos percibido antes […] Son ocasiones en las que Dios toca el corazón […] La experiencia del amor de Dios es una experiencia única y excepcional en referencia a todas las demás experiencias humanas. La iniciativa es de Dios: es un don y por tanto de una inmediatez única respecto al sujeto que la «sufre». No es una obra de conocimiento, sino una experiencia de amor”34.

No sabemos, cómo, ni cuándo, Dios toca la puerta del corazón de cada persona y lo invita a sentarse a la mesa para comer juntos35, de algún modo Dios está llamando todo el tiempo, pero Él desde su libertad se hace presente con una intensidad mayor en determinados momentos de nuestra vida y esos momentos constituyen una llamada y muy probablemente una elección para una misión. Escucharlos, acogerlos y responder a ellos desde la libertad de cada uno –que debe ser cuidada y fortalecida– es también una gracia, porque hacerlo significará mucha vida para esa persona y para muchos. La Iglesia está llamada a facilitar las condiciones para que ello ocurra en la vida de cada persona y sobre todo de los jóvenes, para lo cual es fundamental atender a cada uno, a su proceso, a sus búsquedas y, a la vez, a la comunidad en la cual esa persona está llamada a sentirse en casa, en un lugar donde su vida es amada y valorada, para que desde ahí, con otros, en fraternidad y compañeridad, pueda descubrir y desplegar todo lo que está llamada a ser, conectándose con los deseos más profundos de su corazón, que el mismo Dios de Jesús ha derramado por el Espíritu Santo que nos ha sido dado36.

Me asiste la convicción de que el evangelio es una Buena Noticia que cambia la vida. Es transformador. No es lo mismo vivir habiendo conocido a Jesús y seguirlo, que no hacerlo. Por lo mismo, estamos llamados a acercarnos con esta Palabra a todos y todas. Testimoniando esta Vida de Dios entre los hombres con nuestras propias vidas, en especial a aquellos que puedan estar más heridos y afectados por la injusticia y el pecado que provoca muertes. Porque es ahí y desde ahí que el evangelio puede iluminar las vidas y convocar a una nueva humanidad y a un mundo nuevo. Para esto es necesario hablar con las palabras de Jesús que al borde del pozo le dice a la mujer de Samaría: “si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice dame de beber, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva”37. “Si conocieras el don de Dios”, si supieras lo que es dejarse amar por Él no podrías sino abrir las puertas de tu vida para dejarte llenar de su presencia y caminar hacia Él. El deseo se despierta al vislumbrar la anchura y profundidad de un amor que es más grande que todo lo demás y que al mismo tiempo está en lo más pequeño de cada cosa, porque se ha querido acercar abrazando toda la humanidad. “El que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para la vida eterna”38. La unión con Jesús, dejarse inundar por la fuerza del Espíritu, vivir cada día según la voluntad del Padre, es alimento de vida eterna y calma toda sed, es fuente de libertad, de vida en plenitud, de alegría y colma todo el deseo que el ser humano tiene de vida y de sentido. Jesús es exceso de sentido. Por ello, el camino principal para despertar el deseo de la alegría del Evangelio, el deseo de Dios, el deseo del Dios de Jesús, será el testimonio de nuestra propia vocación, vivida en plenitud. El testimonio del amor que nos ha seducido, que arde en nuestros corazones y que necesitamos compartir.

Conclusión

En este trabajo hemos ahondado en lo que se entiende por experiencia de Dios y particularmente la experiencia cristiana de Dios mostrando la centralidad que adquiere el deseo, que orienta y dispone a la persona para dejarse tocar por la gracia de Dios. La experiencia de Dios toca al ser humano desde lo más profundo y podríamos decir que pasa por su piel, es decir, por su vivencia de las cosas, por sus sentidos, por ello el deseo, que se conecta con el campo emocional –las mociones– pasa a ser un núcleo articulador y movilizador de la experiencia.

Hemos constatado que existe una relación entre el deseo y la experiencia. Una relación entre el deseo de Dios y la experiencia de Dios. La experiencia de Dios está emparentada con la dinámica del deseo, porque el deseo nos coloca en situación de búsqueda, nos dispone y nos ofrece una cierta intencionalidad. El deseo tiene que ver con la intencionalidad que posibilita la experiencia. Además, las experiencias y particularmente la experiencia de Dios hacen despertar el deseo y por lo mismo se vinculan con la dinámica vocacional, que se ve alimentada por el mundo de los deseos.

En el cristianismo la experiencia de Dios debería ser una experiencia de encuentro con Jesús despertando así el deseo que Jesús tiene de Dios. Dicho de otra manera, el deseo que despierta la experiencia cristiana de Dios debería ser un anhelo del Reino de Dios y por lo mismo, del Dios del Reino39.

A partir de lo reflexionado sobre el tema de la experiencia y conectándolo con la realidad de los jóvenes me parece necesario afirmar que en la transmisión de la fe no basta la enseñanza de doctrinas, principios morales o dogmas. La transmisión de la fe es una invitación al seguimiento y al compromiso cristiano que deben ir mucho más a fondo, a través del mundo de los afectos y de la voluntad. De lo contrario el anuncio permanece extrínseco a la vida, perdiendo su fuerza convocante y transformadora del corazón humano. Esto es muy relevante en el mundo juvenil que se mueve fuertemente desde la subjetividad y los afectos. Por ello el acompañamiento de sus procesos de búsqueda debe abarcar el conjunto de la vida, conectándose con sus vivencias más profundas y ahí ayudando a descubrir el paso de Dios. El mayor servicio que hoy la Iglesia puede prestar a los jóvenes es mostrarles el rostro de Jesús encendiendo en ellos el anhelo de dar vida en su seguimiento.

Esto lo hemos visto corroborado en el análisis efectuado del Documento Preparatorio del Sínodo para la juventud, ya que al abordar la temática vocacional, que es a su vez un modo muy fundamental de experimentar a Dios, en clave de llamado, nos pudimos dar cuenta que la categoría del deseo está muy presente, tanto en relación al discernimiento como en relación al despertar de la vocación. Proponiendo, particularmente, despertar el deseo de la alegría del evangelio.

Por lo mismo, es indispensable seguir profundizando en el área de investigación que conecta la subjetividad de las personas con la presencia de Dios, en diálogo con la Escritura y la Tradición, ya que es a la luz de ellas que el deseo debe ser interpretado y orientado, todo lo cual permitirá vivenciar y reflexionar cada vez más profundamente la experiencia de Dios que viva cada persona, así como cada comunidad.

Todo ello tiene incidencia en el desarrollo de la teología espiritual, ya que nos ofrece un ángulo de investigación en el que es posible continuar trabajando a fin de aportar tanto a la reflexión teológica como al quehacer pastoral, buscando mostrar la acción de Dios en el mundo, a través de los signos de los tiempos, y ofrecer al hombre y a la mujer contemporáneos pistas para su propio encuentro con Dios y para el desafío de dejarse transformar y trascender por su gracia.

Por último, volviendo al título, El deseo de Dios y de los jóvenes, que une dos polos, el de Dios y el de los jóvenes, admitimos que es una proposición muy abierta, llena de posibles interpretaciones. Porque puede referirse tanto al querer de Dios como a la búsqueda que el hombre está llamado a hacer de Dios. A la vez, puede referirse a los deseos de los jóvenes, sus intereses y anhelos, como a la atracción que otros, incluido Dios, pueden sentir hacia el mundo de los jóvenes y que lleva a formular la opción preferencial por los jóvenes. Esta conjunción de elementos, que son disímiles, se realiza en la expresión del deseo, que es el elemento transversal, unificador, porque pienso que el deseo de Dios es que los jóvenes tengan vida y vida abundante y ello se posibilita invitando a los jóvenes a abrir sus vidas al encuentro con la presencia vivificante de Dios. Por eso están entrelazados, aunque en muchos casos sea una ecuación difícil, dando lugar a un anhelo, un sueño, una invitación.

1Cf. J.M. IMÍZCOZ, Experiencia de Dios y formación vocacional (Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 2004) 3.

2J.M. IMÍZCOZ, Experiencia de Dios…, 5.

3“Así, pues, la experiencia se realiza en un proceso dialéctico: en un juego de percepción (dentro de un marco hermenéutico o de lectura) y pensamiento y de pensamiento y percepción. La experiencia adquiere autoridad solo como experiencia reflexionada; la experiencia es más que meramente una vivencia. Aun cuando, quizá, la razón no se encuentra en el comienzo de la experiencia, la experiencia competente incluye razón, racionalidad crítica. El pensamiento hace posible la experiencia, y la experiencia hace necesario nuevo pensamiento. Nuestro pensamiento permanece vacío, a no ser que sea constantemente retrotraído a experiencias vivas que, a su vez, sin razón reflexiva pueden ser irracionales. La autoridad de la experiencia es, en última instancia, una competencia basada en experiencias anteriores y para experiencias nuevas […] Una vez reflexionadas críticamente, las experiencias humanas, como revelación de la realidad o de lo no pensado o no producido por los hombres, tienen efectivamente autoridad y vigencia: poseen fuerza cognitiva, crítica y liberadora en la larga búsqueda humana de la verdad y la bondad, la justicia y la felicidad. Ahora bien, para ello tienen nuestras experiencias que estar bajo la condición de la libertad y conquistar, además, espacio institucional”. E. SCHILLEBEECKX, Los Hombres Relatos de Dios (Ediciones Sígueme, Salamanca, 1995) 51. “Quienquiera (persona o grupo) que haya realizado una experiencia dotada de autoridad, se convierte por ello mismo en un testigo: él, ella o el grupo narra lo que le ha sucedido. Si se ejerce reflexion sobre él, este relato abre también a otros una nueva y legítima posibilidad vital; pone algo en movimiento. Así, la competencia de la experiencia se hace realmente efectiva en la narración de la experiencia llevada a cabo y en su fuerza de renovación de la vida. La competencia empírica –el antiguo y el nuevo testamento son paradigmas de ello– tiene, pues, una estructura narrativa; es un relato vital testimonial”. E. SCHILLEBEECKX, Los Hombres…, 52.

4J.M. IMÍZCOZ, Experiencia de Dios…, 21.

5“A este respecto hay que decir que si por inmediato entendemos el conocimiento experiencial de Dios provocado por las noticias que sobre Él nos dan las realidades creadas, estas nunca «sabrán decirme lo que quiero» (San Juan de la Cruz, Cántico espiritual, 6,7). En este sentido, no puede hablarse de inmediatez en la experiencia de Dios. Sin embargo, si por inmediato entendemos el conocimiento dado por la misma experiencia de Dios, que no es alcanzado por ninguna realidad creada, sino que es grabado «directamente» por Dios en la misma sustancia del alma, sí podemos hablar de cierta inmediatez. Se trata de una inmediatez percibida como huella de la acción de Dios en la que el sujeto descubre su Presencia, en la seguridad, la paz interior y el gozo que en el sujeto de la experiencia se ha producido; son los efectos que constituye la «mediación inmediata» de esa Presencia. La mediación es un camino para llegar a un encuentro directo con Dios que se da en la misma realidad mediadora. La experiencia es la toma de conciencia de esa mediación y la «difracción» de la experiencia humana en Él”. J.M. IMÍZCOZ, Experiencia de Dios…, 33.

6“La actitud religiosa de reconocimiento del Misterio –del absoluto Otro, de lo Trascendente– y la entrega confiada a él es la raíz, el centro, la estructura fundamental de la experiencia religiosa, y ella misma es experiencia. En este sentido, en toda religión hay una cierta experiencia religiosa, en ese movimiento hacia el Misterio buscando un contacto con él”. J.M. IMÍZCOZ, Experiencia de Dios…, 12.

7FRANCISCO, Evangelii Gaudium, 24.

8“Dios no se revela respondiendo al grito del hombre, a su deseo de experimentar a Dios. Se presenta a Abrahán con una promesa completamente inesperada, a Moisés con un encargo igualmente no previsto, no deseado, incluso tenazmente rechazado; igualmente se hace presente a Isaías, que había contemplado su gloria exclamando: «Ay de mí que estoy perdido» (Is 6,5), encomendándole una dolorosa y comprometida misión. Vemos también que en el Nuevo Testamento continúa la misma ley: es Dios quien en Jesucristo viene al encuentro de los hombres, los llama y elige, confiándoles un encargo, una misión. La experiencia del encuentro con cristo que hacen los discípulos es un don inesperado, y sirve como de punto de partida para una misión apostólica, muchas veces difícil y en función de ella”. FRANCISCO, Evangelii Gaudium, 42.

9J.M. VELASCO, La experiencia cristiana de Dios (Trotta, Madrid, 1997) 80.

10Cfr. M. HERRAIZ GARCÍA, La oración historia de amistad (Editorial de espiritualidad, Madrid, 2003) 43. En el libro Vida (8,5) está la famosa definición de la oración, de Teresa, como trato de amistad estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama.

11J.M. IMÍZCOZ, Experiencia de Dios…, 111.

12J.M. IMÍZCOZ, Experiencia de Dios…, 113.

13También es necesario agregar que una persona animada por el deseo de Dios y que expresa un anhelo de encuentro con Él ya está animada por Dios, porque es indudable que es el mismo Dios quien ha colocado ese deseo en su corazón.

14J. MELLONI, El deseo esencial (Sal Terrae, Santander, 2009) 163.

15SAN AGUSTÍN, Manual, c.II: PL 40,500, en J.M. IMÍZCOZ, Experiencia de Dios…, 124.

16SAN AGUSTÍN, Sermo LXXX, c.I. 7: PL 38,498, en J.M. IMÍZCOZ, Experiencia de Dios…, 124.

17SÍNODO DE LOS OBISPOS, Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, Documento Preparatorio, recuperado en [http://www.vatican.va/roman_curia/synod/documents/rc_synod_doc_20170113_documento-preparatorio-xv_sp.html] el 12 de febrero de 2017.

18SÍNODO DE LOS OBISPOS, Los jóvenes…, Documento Preparatorio, II, 1.

19SÍNODO DE LOS OBISPOS, Los jóvenes…, Documento Preparatorio, II, 4.

20SÍNODO DE LOS OBISPOS, Los jóvenes…, Documento Preparatorio, III, 1.

21SÍNODO DE LOS OBISPOS, Los jóvenes…, Documento Preparatorio, III, 2.

22Es interesante destacar que la expresión “alegría del amor” traducida al latín es “amoris laetitia”, que a su vez, es el nombre del documento sobre la familia, porque significa, que el tema vocacional va más allá de la pregunta por la vida religiosa o el ministerio sacerdotal –aunque esta sea una preocupación muy relevante para la Iglesia hoy–, porque de lo que se trata es que los jóvenes busquen y encuentren su camino y descubran el sabor que les ofrece el Evangelio en ese discernimiento, donde el foco es el amor generoso fuente de vida, que puede desplegarse en muchas opciones concretas diversas, una de las cuales, es la formación de la familia y el matrimonio. En ese sentido el enfoque del documento y del Sínodo me parece amplio y a la vez fundamental.

23JN 15, 11-12.

24J. MELLONI, El deseo esencial, 12.

25SÍNODO DE LOS OBISPOS, Los jóvenes…, Documento Preparatorio, Introducción.

26Este esquema ya había sido presentado por el Papa Francisco en Evangelii Gaudium 51 a propósito del discernimiento de los signos de los tiempos.

27SÍNODO DE LOS OBISPOS, Los jóvenes…, Documento Preparatorio, III, 1.

28SÍNODO DE LOS OBISPOS, Los jóvenes…, Documento Preparatorio, III, 1.

29SÍNODO DE LOS OBISPOS, Los jóvenes…, Documento Preparatorio, III, 1.

30A. FRESIA, Jóvenes errantes y declive de la pastoral, hacia nuevas perspectivas de la pastoral con jóvenes (Stella, Buenos Aires, 2016) 77.

31Cfr. E. ANDRÉS, “La educación de la interioridad”, en Misión Joven Revista de Pastoral Juvenil, 48/383 (2008) 57 – 59 y R. NÚÑEZ, “Espiritualidad e identidad adolescencial”, en Medellín, Biblia, teología y pastoral para América Latina y el Caribe, 39/154 (2013) 251-268.

32FRANCISCO, Laudato Si', 232.

33X. QUINZÁ, “Jóvenes con espíritu: identidad juvenil y experiencia de Dios”, en Misión Joven Revista de Pastoral Juvenil 40/279 (2000) 30.

34X. QUINZÁ, “Jóvenes con espíritu…”, 30.

35AP 3,20.

36Cf. Rm 5,5

37JN 4,10.

38JN 4,14.

39MT 6,33; RM 14,17.

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