Cuando una palabra de un idioma se parece a la de otro en la forma, pero no en el significado, hablamos de falsos amigos. El légume francés no es sólo nuestra legumbre, sino la verdura en general, y el verbo acostar-se catalán no tiene nada que ver con irse a la cama, sino con acercarse.
El problema viene cuando, dentro de un mismo idioma, una palabra tiene un significado distinto en dos dialectos. Así, en buena parte de Hispanoamérica, coger es un vulgarismo para hacer el acto sexual, y concha lo es para vagina. Si se es fiel al registro, sus equivalentes en la Península serían follar y coño. Esos usos populares provocan que en México se procuren evitar los derivados de coger (acoger, recoger...), y en Argentina, si alguien se apellida De la Concha, pase apuros a la hora de decir su nombre.
Por suerte, la intercomunicación entre dialectos es cada vez mayor y muchas de las cosas que acabo de explicar el lector ya las sabía. Y quien dice el lector, dice el juez de línea, que entendió a la primera lo que le soltó Mascherano: "La concha de tu madre" (o "de tu hermana", según las versiones). El árbitro -también ducho en dialectología hispánica- fue informado al instante por el pinganillo y procedió a expulsar al defensa. Como entre el final del partido y la exposición pública del acta pasaron cuatro horas, uno se imaginó al equipo de árbitros debatiendo y documentándose sobre la expresión argentina, sobre los significados insultantes del molusco bivalvo y sobre los equivalentes españoles de la vagina de la famosa Bernarda. Nada más lejos de la realidad. El motivo fue trivial: no había buena conexión a internet y el colegiado esperó a llegar a casa para colgar el acta del partido.