Los orígenes del poncho tucumano

Los orígenes del poncho tucumano

El clásico poncho tucumano se inspira en el castaño de la lana de las vicuñas y de las llamas y el bordó se nutre de los antiguos ponchos rojos de la época indiana.

Los orígenes del poncho tucumano

Allá va el gaucho bien temprano -tanto que apenas pinta el sol- a arrear el ganado por los cerros. Y el zafrero, en compañía del mate, a trabajar en los rústicos cañaverales. También se despereza el comerciante, para negociar la mercadería que se desviará a lo largo y ancho de las Provincias Unidas del Río de la Plata, y los criollos que alimentarán su ocio en las pequeñas pulperías… Sin distinción estos sectores sociales convivieron y obraron en Tucumán con un detalle compartido: un poncho sobre sus hombros.

Fuente de calor en las noches a la intemperie o en invierno, el textil artesanal se entreteje con nuestra historia local de formas muy curiosas. Intrigado por sus colores vivos y entramados, hace unos años el historiador Félix Alberto Montilla Zavalía emprendió una pesquisa para rastrear el origen autóctono de la prenda.

 IMÁGENES. El color rojo y el borravino son predominantes en los ponchos del norte y en sus textiles, en general, como muestran estas fotografías. IMÁGENES. El color rojo y el borravino son predominantes en los ponchos del norte y en sus textiles, en general, como muestran estas fotografías.

Haciendo cuentas, el resultado fue que nuestro poncho tiene apenas cinco décadas de existencia. “Hacia 1960 Leopoldo Cúneo Quiroga -dueño de una gran tienda de artículos regionales (cerca de la Casa Histórica), conocedor de los textiles de la zona de los Valles Calchaquíes y apasionado por las artesanías- sugirió que el poncho típico de estas tierras era de color ‘tirando a vicuña’ y con guardas bordó”, comenta el miembro de la Junta de estudios históricos de Tucumán.

La observación del comerciante fue escuchada por el gobierno tucumano de aquel entonces y -con un impulso de orgullo identitario- la Secretaría de Difusión y Turismo sancionó una resolución (N° 2.988/1) en que se oficializaba el patrón como “propio”.

Unos meses más tarde, para el 15 de julio de 1975, el textil obtuvo un nuevo aval cuando el padre Alfredo Posadas bendijo la prenda en la V Feria Artesanal de Tucumán. “En esa ocasión al poncho lo tenía puesto Vicente Caro, que fue presidente durante muchos años de la Agrupación Tradicionalista Gregorio Aráoz de La Madrid”, agrega el ensayista.

Sin embargo (en una peculiar analogía con el presente) al símbolo tucumano se lo llevó el olvido y la “moda”. De repente, el poncho salteño se hizo popular en los talleres de las tejedoras. Y, contrastantes con el verde del campo, los peones y los estancieros comenzaron a vestir este atuendo borravino con franjas negras e importado de Salta.

Poncho “de ley”

En una discreta disputa de tendencias y personalizaciones; la contraposición de tramas en esta indumentaria tradicional llevó a que la Federación Gaucha de Tucumán tomara cartas en el asunto. En julio de 2004, el antiguo arquetipo de Cúneo Quiroga volvió a ver la luz.

Ese año, la Legislatura provincial se valió del recuerdo de los animales que pastaban en las serranías y, a través de la ley N° 7.400, instituyó nuevamente la figura del poncho tucumano. La pieza -con flecos en sus terminaciones- no es más ni menos que aquella que se exhibe en los negocios de regionales del casco histórico y que acompaña nuestros paseos por los Valles.

Para Montilla Zavalía la elección de color fue, en este punto, estratégica. “El castaño se basó en los tonos naturales de las distintas lanas (de vicuña, guanaco y llama) que se usaban para confeccionar los ponchos de antaño. Y en la tinta empleada para teñir la lana de las ovejas. La cáscara de nuez silvestre le daba una tonalidad de beige a marrón según el tiempo de exposición”, enfatiza el autor de “La Ciénega. Tafí del Valle. Su patrimonio natural y cultural”.

En cuanto a la gruesa franja bordó y las dos finas líneas en los costados y el cuello, su inspiración remite a los ponchos colorados de antiquísima factura en el Tucumán indiano, cuyo secreto cromático era el socondo: una planta que crece en los cerros.

Rastros y retazos

Como recurso de abrigo, el poncho desapareció progresivamente de los armarios por el auge de las fibras sintéticas. Pero por fortuna para los tradicionalistas, Montilla Zavalía afirma que aún podemos ver cerro adentro diversos ejemplares del centenario tejido. Sus diseños se caracterizan por las franjas verticales y la primacía del rojo y tonalidades afines.

En el siglo XIX, la cuestión también marcó el ingreso de cientos de mujeres del campo y una importante fuente económica en la industria local. “También existían las frazadas. Unos ponchos pesados con una trama compacta y casi apelmazados. Su función era impedir el paso de agua al llover o que los criollos pudieran estar bien tapados al pernoctar al aire libre”, señala el abogado y estudioso del folclore norteño.

En otros casos, las pinturas post independentistas nos muestran ponchos gruesos, sin flecos y adornados con guardas florales. O con listones horizontales en verde, azul, marrón, beige o blanco. Una imagen que luego de los sentidos homenajes patrios de este mes, reverberan en el corazón de la tradición.

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