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Lunes, 14 de septiembre de 2009

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LENGUA

De puzzles y rompecabezas (I)

Por Irene Cuervo

En mi casa, la diferencia entre puzzle y rompecabezas siempre estuvo clara. Un puzzle —con dos zetas, por supuesto— era un juego plano, de mesa o de alfombra, formado por un número variable de piezas de cartón que, convenientemente ensambladas, componían una imagen, por ejemplo un mapa antiguo, una estampa rural, un globo aerostático suspendido en el cielo, un tigre abalanzándose sobre una gacela o una mujer asomada a una ventana abierta a través de la cual podía verse a una mujer asomada a una ventana abierta y así sucesivamente. La imagen solía ser rectangular y el modelo venía reflejado en la parte superior de la caja que custodiaba las piezas; piezas de varios tipos que podían reducirse a tres: los bordes, las tumbadas y las de pie (sic). Digamos que una pieza era un cuadrilátero cada uno de cuyos lados había sufrido una pequeña mutación en forma de entrante o de saliente elíptico, algo así como golfos y cabos de madera. Los bordes presentaban este comportamiento en dos o tres de sus lados (nunca en los cuatro) y siempre eran las primeras piezas en ser colocadas; servían de marco para la figura y se dividían a su vez en dos grupos: las esquinas —cuatro, con dos lados contiguos sin entrantes ni salientes— y las demás —con un solo lado recto—; en cuanto a los otros dos tipos, en realidad no diferían gran cosa salvo en la posición, que implicaba, además, desigualdad aparente entre longitud y altura: a una pieza tumbada u horizontal, con salientes a izquierda y derecha y entrantes arriba y abajo, le seguía otra pieza de pie, vertical, con salientes arriba y abajo y entrantes a los lados. Evidentemente, esto que cuento ahora en cuatro líneas no era tan fácil, ni mucho menos: de vez en cuando sucedía que una pieza tumbada tenía un entrante (¡y no un saliente!) a la derecha, lo cual obligaba a que la siguiente, de pie, tuviera, además de sus dos entrantes superior e inferior, uno más por la izquierda. Mutaciones que, por excepcionales, resultaban muy útiles para la resolución del puzzle, donde cada diferencia es extremadamente valiosa.

Un rompecabezas era otra cosa distinta, al menos en mi casa. Un rompecabezas era una especie de puzzle múltiple formado por varios cubos de plástico a modo de piezas, nunca más de cien, casi siempre treinta y seis o menos. A diferencia de los puzzles, los rompecabezas solían ser cuadrados. Los cubos eran cubos, es decir, no tenían entrantes ni salientes en ninguna de sus caras; no hacía falta encajar los fragmentos, sino tan solo arrimarlos, colocarlos unos junto a otros. La particularidad de los rompecabezas era que permitían componer seis ilustraciones distintas, una por cada cara del cubo, lo cual añadía algo de emoción (no mucha, por otra parte) al juego. El único rompecabezas que recuerdo, aunque sin duda tuve otros, estaba formado por seis escenas diferentes de la serie de dibujos animados, producida por Hanna-Barbera, Scooby-Doo.

Pero ahora, con casi treinta años, me entero de algo que pone patas arriba los cimientos de mi educación y mi conocimiento del mundo: resulta que puzzle y rompecabezas son sinónimos. Y no solo eso. Para empezar, la palabra puzzle no está registrada en el Diccionario de la Real Academia; se escribe con una sola zeta, aunque llegó a tener dos, como voz inglesa, en las ediciones de 1985, 1989 y 1992. Ahora, igual que entonces, la Academia se lava las manos y remite a rompecabezas (juego). Y allí nos da tres acepciones: la primera, que es la que interesa en este momento, alude a un «Juego que consiste en componer determinada figura combinando cierto número de pedazos de madera o cartón, en cada uno de los cuales hay una parte de la figura». O sea, un puz(z)le cualquiera, ni más ni menos.

Después de varias llamadas telefónicas, compruebo que no estoy sola: entre mis amigos, puzzle puede ser subconjunto, pero nunca sinónimo de rompecabezas, término al que ahora estoy dispuesta a conceder un sentido más amplio, el de juego para armar. Así, creo que nadie se escandalizaría si llamáramos rompecabezas al cubo de Rubik o a la torre de Hanoi. Pero intuyo que el caso de puzzle es distinto. Y me pongo a investigar...

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