Cultura bíblica

Me encantó el artículo de ­Pilar Rahola “Job, el castigo del inocente”, en el que analiza la figura del clásico “santo varón” (Opinión, 3/VIII/2019). Me sorprendió gratamente el arranque cuando escribe: “(…) los Ketuvim del Tanaj…”, porque usa la terminología bíblica hebraica adecuada, a pesar de que la mayoría de los lectores no estén familiarizados con ella. Grosso modo, el Tanaj (o Biblia hebrea) es el acrónimo para referirse a los 24 libros sagrados canónicos en el judaísmo. Se divide en tres grandes partes: la Torah (Pentateuco), los Neviim (Profetas) y los Ketuvim (Escritos). La j de Tanaj es la misma letra k de Ketuvim, la letra jaf/kaf, que varía la pronunciación según la posición en la palabra, para explicarlo brevemente.

Así pues, Job pertenece a Escritos y es uno de los también conocidos como Libros Sapienciales. Y dentro de esta categoría, yo destacaría también el libro del Cantar de los Cantares , del que se desprende la frase que se graba en las alianzas matrimoniales judías: “Mi amado es para mí y yo soy para él”; y el libro Eclesiastés, del que destaco sus dos celebérrimas frases.

La cultura bíblica, aunque parezca un tema demodé, no debería perderse. Sin ella, artículos como este serán del todo incompren­sibles.

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