Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

13 Mar, 2018

¿Por qué nos molesta que nos llamen ignorantes?

 

Uno de los insultos más comunes que aparecen en el espacio que Excélsior destina a los comentarios de los lectores, al menos es mi caso, es el que los molestos lectores justifican con el argumento de que les llamo ignorantes. Al margen de que esto último no es objetivo, desde hace muchos años me he preguntado acerca del por qué a los mexicanos les parece la palabra ignorante, un insulto; uno tal, que piensan les abolla el ego o los ridiculiza. Esta palabra, utilizada como sustantivo o adjetivo sería, para los oídos castos de no pocos, sinónimo de retrasado mental, idiota, estúpido o para decirlo en términos más coloquiales, de tontejo. Sin embargo, nada más alejado de la verdad. Esta palabra, ignorante, no tiene carácter de ofensa; como ésta hay muchas otras, las cuales, por razones que ignoro, hemos preferido no utilizar por considerarlas ofensivas y reemplazamos con alguna que no represente ofensa alguna.

Pongo un ejemplo muy claro de esto que señalo; ¿desde cuándo no utiliza la palabra madre, pues prefiere algo menos duro como mamá? ¿Qué explica el temor a usar la primera? ¿Por qué en vez de decir ¿cómo está tu madre?, preguntamos, solícitos y melosos, ¿cómo está tu mamá? ¿Acaso es el temor a que nos conteste el aludido, ¡¿y la tuya?!

Esto mismo sucede con la palabra ignorante. ¿Qué responde aquél al que se le dice tú desconoces ese tema? En primer lugar, lo acepta de buen grado y da alguna explicación al respecto, sin embargo, si la pregunta hubiera sido ésta: ¿Por qué eres un ignorante de ese tema?, lo más probable es que la respuesta no hubiese sido comedida.

Al final del día, buena parte de lo que explica esa práctica de no decirle a alguien que es ignorante reside, se acepte o no, en ignorar o desconocer el significado de dicha palabra.

Si en vez de enojarse, antes de responder de manera airada al señalamiento, el ofendido buscare en un diccionario el significado de la palabra casi pecaminosa —ignorante—, encontraría algo sumamente interesante. Dice la Real Academia que ignorancia es, no otra cosa que falta de conocimiento; dicho de otra manera, ausencia de conocimiento. En consecuencia, el ignorante es una persona que desconoce algo; es decir, lo ignora.

Si bien entiendo y acepto de buen grado que ignorar el significado de las palabras nos lleva a malinterpretar lo que el otro quiere decir, eso no debería llevarnos a responder, en no pocas ocasiones, de manera grosera e irrespetuosa.

En la época dorada del Renacimiento, dado el poco conocimiento acumulado de muchas cosas, era posible encontrar quien dominaba muchas áreas del conocimiento. Era frecuente encontrar —en esos años— quienes, además de filósofos eran científicos, por ejemplo.

Hoy, eso es cada vez más difícil, si no es que imposible. La ciencia ha avanzado tanto que, para decirlo coloquialmente, una persona puede llegar a saber todo, de nada. En consecuencia, todos somos ignorantes porque, son más los temas acerca de los cuales todo desconocemos y muy pocos aquéllos de los cuales conocemos algo. ¿Por qué entonces nos ofendemos cuando alguien que usa las palabras correctamente nos llama, por ejemplo, ignorante, al darse cuenta de nuestra ausencia de conocimiento de éste o de aquel tema? ¿Qué hay detrás de esa reacción? ¿Algún ego abollado, algún complejo negado?

En materia del conocimiento y su adquisición, nada es más peligroso que la soberbia; lo que ayuda y mucho, son la modestia y la humildad con la cual reconozcamos que ignoramos algo, que lo desconocemos pues eso nos estimula a conocerlo.

Por ello, le solicito, respetuosamente, que cuando alguna persona —o yo mismo— le diga que es ignorante de esto o aquello, no se ofenda; por el contrario, pienso, la reacción correcta sería obtener la información relevante del tema ignorado para conocerlo y así, dejar de ser ignorante en ese tema específico.

 

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