Mitos y Leyendas de las sirenas


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Sirenas



Las sirenas, en el mundo de la mitología y el folclore, criatura marina; desde la edad media, la iconografía la presenta con cabeza y torso de mujer y cola de pez, aunque en la mitología clásica tenía cuerpo de ave, y así aparece en numerosos vasos griegos.

A las sirenas se las describe con frecuencia asomándose a la superficie del agua, o sentadas en una roca, peinándose su largo y rubio cabello con una mano y un espejo en la otra; se las considera seres inalcanzables y hermosos. Según las diferentes tradiciones se dice de ellas cosas contradictorias: que adivinan el futuro, que coaccionadas otorgan poderes sobrenaturales a las personas, que con sus cantos hacen que los hombres se enamoren de ellas y los arrastran al fondo del mar para devorarlos o transformarlos en sus amantes bajo el agua.

Tanto la idea de un amor ideal pero fatal, como la de una belleza femenina inalcanzable forman parte inherente de su leyenda, y a este respecto existen paralelismos entre las historias que se cuentan de ellas y las que aparecen en la mitología clásica.

Las sirenas detentaban una voz de inmensa dulzura y musicalidad y se prodigaban en cantos cada vez que un barco se les acercaba, por lo que los marineros, encantados por sus sonidos, cuando no podían huir de ellas se arrojaban al mar para oírlas mejor pereciendo irremediablemente. Sin embargo, si un hombre era capaz de oírlas sin sentirse atraído por ellas una de las sirenas debería morir.

Es un personaje muy ligado a la literatura clásica. En la Odisea de Homero, unas sirenas intentan seducir con sus cantos hechiceros a Ulises y su tripulación cuando navegaban de regreso de la guerra de Troya; Platón, en La República, sitúa a ocho sirenas en las esferas que separan el mundo de los espacios celestes; Ovidio, en la Metamorfosis, hace que estos seres alados acompañen a Perséfone en sus viajes al Hades.

La leyenda cuenta que eran seres humanos en el pasado, pero fueron convertidos en un pez por poderes desconocidos.

Su cuerpo es, en su parte superior, el de una hermosa mujer de piel bronceada y de cabellos verdosos. Su parte inferior es la de un pez con cola y escamas verdes-plateadas. Su complexión es parecida a la de los seres humanos, con el mismo peso y altura. Aunque las sirenas suelen vivir unos 150 años. Los machos son conocidos como sirenios. Sus sociedades son fuertemente patriarcales y están instaladas en acantilados y arrecifes. Estos poblados están construídos con corales y conchas marinas. Les gusta habitar aquí en paz y armonía con su entorno. Las sirenas son muy coquetas y les encanta adornarse el pelo con corales y conchas. Suelen salir a la superficie y tumbarse sobre rocas a entonar sus cantos. El canto de la sirena es muy dulce y melodioso. Muchos son los marineros que han encontrado la muerte al escuchar este canto tan hechizante.

El lugar predilecto por la Sirena es la isla Laitec, una de las más australes del archipiélago de Chiloé. Posee una playa de arenas grises, en partes blanqueadas por la cal de las conchuelas, que se alarga siguiendo la curva de una bahía, hasta la punta "Lile", en donde forma una angosta faja, que como pequeña rampa termina en un islote de rocas estratificadas, blancas, grises y rojizas; parcialmente cubiertas de verdosos matorrales y hierbas de múltiples colores, con vistosas flores, que se reflejan en el espejo de las aguas azules de la quieta ensenada.

En las noches tranquilas y protegida por el velo tenue de la niebla, sale desde el fondo del mar, la bella Sirena, a disfrutar de la placidez de este rincón maravilloso. Se posa en la más alta de las rocas que circundan el islote, haciendo bruscos movimientos de cabeza, para secar su cabellera, de gruesos cordones, parecidos a los tallos del sargazo. Su estatura y las curvas de su cuerpo plateado, que emite una suave y pálida luz, son comparables, tan sólo, a las de una mujer hermosa. La belleza extraordinaria de su rostro, se ve realzada por el color ligeramente rosado de sus mejillas, por sus grandes ojos pardos, ligeramente oblicuos, de tierno mirar, por su boca bien proporcionada de labios finos y rojos, que le añaden singular simpatía. Si bien, desde el tronco hacia arriba, no se diferencia, fundamentalmente, de una mujer, sus miembros inferiores, muy bien formados en los muslos, se van confundiendo hacia el extremo distal de sus piernas, para terminar en una cola de pez.

Reposa largo tiempo, sentada sobre las rocas, contemplando la tierra y el mar, siempre atenta al menor ruido y cuando siente la presencia del hombre, se desliza, huye veloz, y se hunde en las profundidades del mar.

Un viejo poblador de la isla, cuenta que hace años, estando una noche en plena faena de pesca con otros compañeros, sintieron, de pronto, bruscos movimientos y sacudiones en la red, la que una vez elevada, con grandes esfuerzos, hasta la embarcación, mostró envuelta en sus mallas a una hermosa sirena. La contemplaron con admiración y éxtasis, por largo rato, pero aún no repuestos de la fuerte impresión, decidieron y debieron dejarla en libertad, conmovidos por su amargo llanto y sus lamentos cuajados de emoción.

La Sirena suele acompañar, a distancia prudente, la barca de algún pescador de su agrado, al que proporciona abundante pesca.

Sus padres fueron Calíope (musa) y el río Aqueloo según unas versiones, y Forcis o Gea según otras, y son el equivalente a las ninfas pero en el mar. Residían en la zona de Sicilia cerca del cabo Pelore. De cintura para arriba poseían cuerpo de mujer, de cintura para abajo, cuerpo de ave. Tenían una maravillosa voz con la que compitieron contra las musas. Las últimas ganaron y les arrancaron las plumas a las sirenas. Las sirenas avergonzadas, se retiraron a las costas sicilianas. Con su canto atraían a los marineros, que sin poder sustraerse a su encanto se estrellaban contra las rocas. El número exacto de ellas no está totalmente claro, hay quien afirma que eran tres pero también se dice que fueron cinco e, incluso, ocho. El cuerpo de las sirenas, a pesar de que vivían en los océanos y de lo que tradicionalmente se ha representado, estaba formado, por un cuerpo de ave y un rostro de mujer, por lo tanto, no tenían aletas, sino alas. Las sirenas detentaban una voz de inmensa dulzura y musicalidad y se prodigaban en cantos cada vez que un barco se les acercaba, por lo que los marineros, encantados por sus sonidos, cuando no podían huir de ellas se arrojaban al mar para oírlas mejor pereciendo irremediablemente, como ya he comentado. Sin embargo, si un hombre era capaz de oírlas sin sentirse atraído por ellas, una de las sirenas debía morir. Fue esto lo que propició el héroe Odiseo, más conocido como Ulises. Cuando Odiseo estaba viajando en barco en una de sus muchas hazañas halló a las sirenas y para evitar su influjo ordenó a sus tripulantes, según consejo de Circe, que se taparan los oídos con cera para no poder escucharlas mientras que él se ató al mástil del barco con los oídos descubiertos. De esta forma, ninguno de sus marineros sufrió daño porque no oyeron música alguna mientras que Odiseo, a pesar de que había implorado una y otra vez que lo soltaran, se mantuvo junto al poste y pudo deleitarse con su música sin peligro alguno. En consecuencia, una de las sirenas tuvo que perecer y esta suerte le sobrevino a la sirena llamada Parténope. Una vez muerta, las olas la lanzaron hasta la playa y allí fue enterrada con múltiples honores. En su sepulcro se instaló después un templo. El templo se convirtió en pueblo, y finalmente el lugar donde fue enterrada esta sirena se transformó en la próspera Nápoles, llamada antiguamente Parténope. También existe otra leyenda acerca de las sirenas que afirma que los Argonautas también sobrevivieron a su influjo porque Orfeo, que les acompañaba, cantó tan maravillosamente que anuló completamente su seductora voz.

Las sirenas, pues, a lo largo del tiempo, cambiaron de forma. Su primer historiador, el rapsoda del duodécimo libro de la Odisea, no nos describe como eran; para Ovidio, son aves de plumaje rojizo y cara de Virgen; para Apolonio de Rodas, de medio cuerpo arriba son mujeres, y abajo, aves marinas; para el maestro Tirso de Molina (y para la heráldica), la mitad mujer y la otra mitad pez. Su género también es discutido: algunos dicen que eran ninfas, otros, demonios; e incluso algunos decían que eran monstruos. Las sirenas tenían una voz de tal dulzura que los marinos que oían sus canciones eran atraídos hacia las rocas sobre las que las ninfas cantaban. Como ya hemos visto, el héroe griego Odiseo fue capaz de seguir adelante al pasar frente a su isla porque, siguiendo el consejo de la hechicera Circe, tapó los oídos de sus compañeros con cera y él mismo se hizo atar al mástil de la nave para oír las canciones sin peligro. En la otra leyenda, los Argonautas escaparon de las sirenas porque Orfeo, que estaba a bordo de la nave Argo, cantó tan dulcemente que consiguió anular el efecto de la canción de las ninfas. Según leyendas posteriores, las sirenas, avergonzadas por la huida de Odiseo o por la victoria de Orfeo, se arrojaron al mar y perecieron.

Normalmente en ilustraciones se las representa con una colocación de frente o de perfil. Tienen la figura de una mujer, a la que se le sustituyen las piernas por una cola de pez sencilla, pero a veces doble. Suele pintarse esta figura sosteniendo en su mano derecha un espejo ovalado y en su izquierda un peine con el cual se peina. Es símbolo de elocuencia y seducción.

La leyenda de las sirenas se inició probablemente en los relatos de los marineros que tomaron como tales a mamíferos marinos, como manatíes, vacas marinas y focas. En la civilización occidental, se continuaron registrando avistamientos hasta el siglo XVIII, cuando el racionalismo empezó a echar abajo la superstición y la fantasía.

Además del ansia de volar como un pájaro, los seres humanos siempre hemos deseado nadar como un pez, lo cual tal vez sea la razón de la existencia de la leyenda de la sirena, presente en todos los tiempos y en casi todos los países. La tradición de las sirenas no derivó directamente, al parecer, de las creencias antiguas, sino que constituye el producto relativamente moderno de los navegantes.

Hasta entrado el siglo XIX hubo noticias de apariciones de sirenas. En 1881 un periódico de Boston describió a una sirena disecada que se había llevado a Nueva Orleans: "Esta maravilla de las profundidades marinas se encuentra en un excelente estado de conservación. La cabeza y el cuerpo de mujer se distinguen de manera muy clara. Los rasgos de la cara, los ojos, la nariz, la boca, los dientes, los brazos, los senos y el cabello son como los de un ser humano. El pelo de su cabeza es sedoso y rubio pálido, de varios centímetros de largo. Los brazos terminan en unas garras muy parecidas a las de un águila, en lugar de dedos con uñas. De la cintura hacia abajo el cuerpo es exactamente igual al de una lisa común de nuestras augas, con sus escamas, aletas y cola perfectas."

¿Qué hemos de pensar de tales noticias? Incluso durante el siglo XIX hubo algunos zoólogos que tomaron muy en serio las informaciones sobre las sirenas.

De las sirenas se dice que son perversas y malas, pero en el caso de las sirenas de Cantabria, en España, esto no es cierto. Éstas son seres adorables. Es cierto que se enfadan cuando algún marinero canta o silba, pues creen que es una burda mofa de sus delicados cantos, y en estos casos se juntan muchas de ellas y nadan formando remolinos alrededor del barco para asustar al marinero cantarín, pero eso es todo. No son mujeres-pez, sino mitad mujer mitad pez, como los tritones y la diferencia es que ellas siempre han vivido en el mar, aunque alguna vez las sirenas pueden transformarse en mujeres pero sólo por un tiempo.

El marinero que captura una sirena, lo cual es muy difícil, recibe un premio de Lantarón: el derecho a casarse con ella. Para ello el pescador debe besar en seguida a la sirena, cuya cola se transforma en dos hermosas piernas. Además, la sirena le entrega su espejo de nácar, que él debe esconder para que ella no lo encuentre, pues si así fuera, el hechizo se rompería y ella regresaría al mar.

Se las conoce bajo nombres genéricos muy diferentes, como el de Sirenas, Nereidas, Náyades, Sílfides... pero no por eso dejan de ser verdaderas hadas. La literatura nos describe su carácter moral, su canto embelesador que atraía a los hombres que pasaban cerca de ellas; si no resistían a tal seducción, su muerte era segura. El nombre más antiguo que se conoce de una sirena, lo tenemos por un vaso del Museo Británico, que nombra a una de ellas, Himeropa. Más tarde: Agleofenia, Telsipia, etc.

La cita más antigua de las sirenas está en la Odisea. Ulises, prevenido por Circe, no cae en su engaño al pasar cerca de la isla en que habitan, tapándose los oídos de los marineros y haciéndose atar él mismo al mástil de la embarcación para no caer a la tentación de los cantos de las sirenas.

La sirenas se recuerdan como seres graciosos, juguetones, e incluso, amorosos. En todo el mundo hay historias de sirenas que han sobrevivido al paso de los siglos. Su imagen se ha ido transformando de mujeres-pájaro a mujeres-pez, transformación que ha supuesto, en muchos casos, su dulcificación casi hasta el enternecimiento, aunque la sirena mediterránea está muy vinculada a la muerte, ya que personifica la belleza, el misterio y el peligro que supone el mar.

Aquello que más caracteriza a las sirenas es su voz melodiosa, dotada de grandes poderes de seducción que los navegantes no podían resistirse a seguir a pesar de que les condujera a la muerte. Sus voces suaves llegaban a los corazones de los marineros que se tiraban por la borda ahogándose.

Como la mayoría de nuestros mitos, las primeras referencias provienen del mundo clásico. Aquellas sirenas eras hijas de Calíope y de Aqueloo, y vivían en una isla vecina en el Cabo de Pelore. No se sabe con certeza su número.

En la Edad Media las mujeres pájaro y las mujeres pez llevaron el mismo nombre. El porqué de su transformación es bastante oscuro pero puede ser la fusión de diferentes mitos: el de las nereidas, juguetonas y amorosas, el de las arpías, raptoras de almas, e incluso, el de las lamias, vampiresas.

Las sirenas de la Edad Media son la imagen de la perversión que siempre se ha atribuido a las mujeres. Atraen a hombres hacia su propia perdición. Son vanidosas, pecado capital, tanto, que además de conducir a los marinos hacia la muerte, la única actividad que hacen es peinarse y mirarse al espejo.

Desde la edad Media y hasta bien entrado el siglo XVIII se creyó absolutamente en la existencia de las sirenas. El animal acuático que los marinos identificaban como sirenas pueden ser los manatíes, parecidos a las focas. La visión de las sirenas solía ser interpretada como un signo de desastre o de muerte. En este caso, la única posibilidad de salvarse que existía era desviando su atención. Tenían los ojos alargados, la nariz muy fina y un poco corta, las orejas redondas y bonitas, los cabellos largos y verdes, la piel muy blanca... Mamífero-pez (ave). Monstruo marino, de temperamento malévolo, que explota sus dotes de seducción sexual para engatusar jóvenes y ahogarlos después. La sirena canta tan hermosamente como un instrumento, tiene el cabello largo del color del mar, a veces, lleva un espejo en la mano para contemplarse. El mito de la sirena se repite en todo el mundo sin excluir ningún lugar. En Occidente, ha sufrido transformaciones mucho más complejas que los otros mitos: ha sido imagen del alma humana, demonio mortal en forma de pájaro y seductora ninfa con cola de pez. En Grecia ya estaban presentes, Homero es el primero en mencionarlas. Su número y sus nombres varían mucho. Platón las hace hermanas de las gorgonas, pues afirma que son hijas de Porcis y Ceto. Las otras tradiciones las hacen hijas de Acheloos. A Calíope (musa de la poesía épica), Terpsícore (musa de la poesía jocosa y de la danza) o Stérope (una mujer mortal) se les atribuye la maternidad. Otra versión dice que nacieron de tres gotas de la sangre de Acheloos, caídas al suelo cuando Heracles le corta al dios uno de sus cuernos, durante la lucha por Deyanira.

 El Tritón, como contrapartida masculina, es una criatura semejante a la sirena que aparece en las mitologías babilónica, semítica y pregriega. La misma idea se reproduce en la sirena japonesa Ningyo y en Vatea, el dios creador polinesio.



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Rocío Pérez