Devenir "Rakataka"

“comerse un cable” = no tener nada para comer, observen el juego de la palabra para mofarse y aparte la ilustración que retrata desnutrición y estereotipos generales de cómo es que “lucen y viven”. ¿Qué más racista que esto?

Imaginarios racistas y clasistas

Rakataka es un término que se le adjudica a las mujeres de ghettos o barrios en Panamá. Que te llamen “Rakataka” es visto como sinónimo de: vulgar, mal hablada, de problemática, no educación, no “cultura”, arrabalera, chabacana. Este término funciona bajo una lectura del cuerpo en específico: el de mujeres racializadas. 

Cuando se habla del “ser mujer” hay que tomar en cuenta que esa noción viene definida y construida para ciertos cuerpos, aunque en lo “legal” o en la construcción social y biopolítica de “mujer” se diga que ellas lo son, la realidad es que, en el hacer cotidiano, en la práctica y en cómo se entiende sus corporalidades, no pasan por esa categoría, no se les considera ni trata como tal, como nos dice Angela Davis en “mujeres, raza y clase”: que las mujeres negras en la esclavitud cuando era de usarlas para trabajos forzosos en el campo, eran miradas como “hombres” pero que cuando las necesitaban para fuerza reproductiva de más esclavizados se les adjudicaba cierta feminidad, pero solo a conveniencia y que de igual forma eso no las igualaba al status de mujer que si cumplían las mujeres blancas (igual esclavistas). En ese sentido, ha persistido ese imaginario y esas prácticas: las mujeres negras y racializadas de barrios solo se les considera dentro de los parámetros de feminidad cuando conviene, cuando es para atribuirle cargos morales por sus decisiones reproductivas o en condición de una sexualización exótica pero nunca alcanzan el status de “mujer digna”, es decir, ese papel ideológico de la feminidad que se universaliza como el devenir de todas. Se les lee como no dignas de “ser mujer” pues serlo implica establecerse en una idea de “familia nuclear”, de “darse a respetar”, de ser considerada como “buen prospecto” para casarse o emparejarse, el “ser de casa”, no existe eso de ser consideradas dentro de los parámetros de humanidad, tener un cuerpo que no sea leído como incomodo de por sí. Ocupan lo subhumano, todo el tiempo se deshumaniza sus prácticas, sus corporalidades, se les mira con desprecio, no detentan de ese respeto que en la retórica de “respetar a la mujer” tanto se aboga.

Por un lado, deshumanizadas e inferiorizadas y por otro lado paternalizadas, ya sea de los discursos de instituciones de “empoderamiento”, de “educar”, se les despoja de cualquier capacidad de agencia, autonomía o derecho de sujetas con voz y decisiones propias, se les piensa ignorantes, que no saben que quieren, que solo se “llenan de hijxs” y dejan ser maltratadas por sus parejas y por lo tanto merecen ser “guiadas y salvadas”. Ambas visiones, desde la inferiorización hasta el buen-ondismo paternalista son igual de perversos.

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Caricaturización 

Detrás de cada imagen “en chiste” donde se muestra a las –muy otras- hay un sistema racista que lo respalda y que tiene un peso en la vida material de ellas.

Una materialidad que se manifiesta en: persecución policial, despojo de sus espacios de resistencia, en marginación, empobrecimiento, y también en muerte. El entramado simbiótico entre racismo-estado y sus diferentes instituciones, reducen sus vidas a la violencia, ejercida desde todos lados.

Misogynoir

 Es curioso ver como hay quienes performan ciertas características según su imaginario de ‘cómo debe verse’ una rakataka, una especie de exotismo, reduciendo así sus experiencias a solo objetos de imitación y se hace desde “no estoy discriminando solo poso cool y aesthetic para mi foto” hasta “vamos a burlarnos y hacer chistes de como hablan, se comportan y lucen”. Y de eso lo podemos ver desde programas de televisión que todo el tiempo reproducen el misogynoir (misoginia hacia la mujer negra), y que permea en el imaginario colectivo y la cultura popular.

 El prejuicio racista en torno a la promiscuidad sexual de las mujeres negras y racializadas, un imaginario que se remonta desde la esclavitud (Davis, 1981). Cuántas veces no hemos escuchado que esas – otras – “sólo saben reproducirse” , bailar música vulgar donde buscan “apareamiento”, comparadas con animales dentro de la lógica de que “no razonan, solo piensan con calentura” y por eso “se llenan de hijxs” o desde “si tuvieran educación sexual eso no pasaría”, “pobres, no pueden decidir porque viven en condiciones marginales y todo el tiempo las violentan” o como por ahí leí alguna vez: “desde la marginalidad no se puede tener un conocimiento acertado” y un sin fin de retóricas, imaginarios, discursos que sólo refuerzan que hay un sistema racista que se reproduce casi que automáticamente y que determina quiénes sí son dignas de ser escuchadas y quienes sólo existen para ser paternalizadas, infantilizadas y despojadas de autonomía. Creer que sólo desde los espacios “críticos” o que se dicen así, se puede tener una opinión “acertada” de las experiencias de esas – otras-, hablar por ellas, creer saber que es lo que sienten y cómo lo sienten, cuáles deben ser sus luchas, abanderarse cómo salvadores y salvadoras, atribuirse el lugar de señalar, solo es manifiesto de el sistema colonial y racista que nunca se ha ido, solo ha mutado a otros entramados, ha cambiado sus discursos pero sigue el mundo ordenándose en: seres/no seres.

 No se puede tener un análisis del ser mujer sin entender de dónde sale esa categoría, a quiénes fue adjudicada, como funciona a partir de la colonización, las lógicas de quiénes se les atribuye humanidad o no, no se puede decir que todas las experiencias de las mujeres son “universales” y de un patriarcado homogéneo sin matizar los entramados racistas que mujeres y hombres negros y racializadxs han venido enfrentando desde la colonización.

Vease "La cascara" (programa de “humor”)

Programas de televisión “Suelta el wichi”

Resignificar y reivindicar

Crecí entre 3 barrios, los llamados “ghettos”, “zonas rojas”, “patios limosos” en Panamá, los 3 conectados entre sí, pues solo los separa unas calles.

Siempre sentí esa mirada de “ah, es que allá donde vives hay puras rakatakas”, o de “vives en ese lugar?”, “tú tiras tu mano, así como rakataka verdad?”, o de ver que de mi mamá, de mis tías, de vecinas, de compas siempre se refieran “ustedes allá las de patio limoso” incluso actualmente siendo estudiante, me tocó en algunas clases ver que profesorxs dirigieran su lectura hacia mi desde el prejuicio, ya sea que les incomodaba que me defendiera o asumían que tenía que “dejar de ser” para comportarme como “universitaria”, cuando lo único que pudo haberles incomodado es que no doy por sentado sus mierdas y se las encaro, eso es suficiente para tacharme de ‘rakataka’, entonces si ‘rakataka’ es devenir fiera, no quedarse callada, defenderse, poner a la gente en su sitio, desmentir sus mierdas, derrumbar la “educación” según parámetros blancos-coloniales, poner, usar, mover el (nuestro) cuerpo y no dejarse, entonces lo soy.

Lejos de los prejuicios y estereotipos que los imaginarios racistas nos atribuyen, el devenir ‘rakataka’ rompe con lo que significa actuar, pensar, verse según la idea homogénea de “mujer”, de “ciudadanía”, de “accionar correcto”, incomodar desde el cuerpo, vomitarles en la cara que no nos amoldamos a su discurso que calla, que mutila y que blanquea nuestras formas de resistir. Dentro de un mundo en el que ya tu lectura corporal significa que eres entendida desde lo no humano, donde te violentan y marginan sistemáticamente, que existan esas mujeres, que se organizan con sus afines en el barrio y organizan múltiples formas de hacer comunidad, de hacer economía solidaria, disfrutar la sexualidad como quieran aun con la complejidad de las identidades, los deseos y los comentarios moralistas, de saberse desde la experiencia y llevar adelante a sus familias desmintiendo la idea que solo están esperando que el estado les dé algo o les “eduquen”, nunca han necesitado que nadie las salve ni les enseñe a cómo ser madres, a cómo sobrevivir, a cómo buscar el pan, a cómo disfrutar sus deseos, porque siempre lo han hecho. Dejar de paternalizar y creer que necesitan ser salvadas de sus formas de vida “vulgar”, lo que necesitan son mejores condiciones de vida básicas que no deberían ser negadas, pero que no sean impuestas desde papá o mamá salvador(a), sino desde sus propios parámetros y gustos. 

No se puede pedir que ponga la otra mejilla al opresor a quienes han sido despojadas de humanidad. Encima que me quitas toda posibilidad de ser, ¿todavía quieres que me mutile de lo que me mantiene viva y me amolde a tus principios de convivencia y de existencia? No, y eso es lo que molesta y les da miedo, la capacidad de agencias que se pueden construir desde los márgenes. Nos quieren muertas, nos quieren encerradas en la cárcel, nos quieren solo para llenar cuotas de gente que va y salva mujeres en “alto riesgo social”

Dignas, pero sin abandonar lo que son. Y como dijo la intérprete artista panameña Anyuri: 

“Somos muchas y hacemos la vaina de nuestra chucha”

Rakataka porque es la manera en la que me defiendo,

La manera en la que me cago en sus imaginarios racistas,

No esperes de mi pasividad cuando de ti he recibido burlas,

No necesito que me digas cómo debe moverse mi cuerpo,

Ni como debo hablar, si te incomodo no es asunto mío,

Solo me tomas en cuenta cuando necesitas llenar cuotas

De buen samaritano, o para pifear que tienes una amiga de barrio,

No soy tu accesorio ni tu comodín ni tu arma para 

cuando quieras alguien te “defienda”

No me uses de ilustración y ejemplo cómico,

No hables ni pienses por mí,

no te sientas en el atrevido lugar de 

hablar por mis emociones o deseos.

Stephany Espinosa, Ciudad de Panamá, estudiante de antropología y artista de arte collage.