Solían divertirse en sacar de su mazmorra a uno de éstos, a quienes desde
días antes privaban de alimento; sentarle a la mesa, ofrecerle algún exquisito manjar, y cuando iba a engullirlo, sollozando y aullando de contento, se lo quitaban de la boca y le vertían en ella la ardiente cera de los hachones que alumbraban la orgía.
Emilia Pardo Bazán
-¿Una buena noticia? Amén y así sea -barbotó socarronamente el tío Juan-, que malas ya vienen todos los
días, señor. -Pues esta es tan buena, y, diré más, tan excelente, que otra así no la habrá recibido nadie de la parroquia, y pocos, muy pocos, en el mundo; sólo los escogidos, los designados por Dios y favorecidos con su especial misericordia, podrán recibirla igual.
Emilia Pardo Bazán
- Escuche su merced. Ayer mañana hizo ocho
días que caímos mi borrico y yo en poder de unos ladrones. Me maniataron muy bien, y me llevaron por unos barrancos endemoniados hasta dar con una plazoleta donde acampaban los bandidos.
Pedro Antonio de Alarcón
--¡Quince
días! --¡Ni más ni menos!--Y como no tocarás la corneta, (porque Dios no hará un milagro), nos fusilarán a los dos sin remedio.
Pedro Antonio de Alarcón
Grande fue el asombro de Vilamorta -mayor que el causado por la boda aún- cuando notaron que don Fortunato, a quien tenían pronosticada a los ocho
días la sepultura, daba indicios de mejorar, hasta de rejuvenecerse.
Emilia Pardo Bazán
Parrón vive, y aquí entra lo más negro de la presente historia. Pasaron ocho
días sin que el capitán volviese a verme. Según pude entender, no había parecido por allí desde la tarde que le hice la buenaventura; cosa que nada tenía de raro, a lo que me contó uno de mis guardianes.
Pedro Antonio de Alarcón
Negábale todos los
días don Jorge que tuviese hechura la concesión de la viudedad, lo cual sacaba de sus casillas a la guipuzcoana; pero a renglón seguido la invitaba a sentarse en la alcoba, y le decía que, ya que no con los títulos de General ni de Conde, había oído citar varias veces en la guerra civil al cabecilla Barbastro como uno de los jefes carlistas más valientes y distinguidos y de sentimientos más humanos y caballerescos...
Pedro Antonio de Alarcón
¿Cómo decirle que la tengo engañada; que su madre no me entregó ningún dinero; que, desde hace quince
días, todo lo que se gasta aquí sale de mi propio bolsillo?
Pedro Antonio de Alarcón
Doña Teresa le condujo a su gabinete situado al extremo opuesto de la sala, y, una vez establecidos allí en sendas butacas los dos sexagenarios, comenzó el hombre de mundo por pedir agua templada con azúcar, alegando que le fatigaba hablar dos veces seguidas, desde que pronunció en el Senado un discurso de tres
días en contra de los ferrocarriles y los telégrafos; pero, en realidad, lo que se propuso al pedir el agua, fue dar tiempo a que la guipuzcoana le explicase qué generalato y qué condado eran aquellos de que el buen señor no tenía anterior noticia, y que hacían mucho al caso, dado que iban a tratar de dinero.
Pedro Antonio de Alarcón
Todos quedaron silenciosos y Manuel empezó a silbar una canción patriótica. - ¡Van once migueletes en seis
días! -exclamó un sargento-.
Pedro Antonio de Alarcón
Pero como tengo mucho sueño, me permitirá usted que deje para mañana el enviar ese atento recado al señor Marqués de los Tomillares. Buenos
días, señor don Jorge; hasta luego.
Pedro Antonio de Alarcón
Los que éramos jóvenes en aquellos días legendarios no sentíamos dominado el espíritu por la embriaguez de la victoria ni afligido el corazón por los sacrificios de la grandiosa lucha; satisfacciones y dolores ante otra preocupación, otra atracción; era el progreso, el engrandecimiento y la felicidad de Chile, era su misión bienhechora en el continente sudamericano.