Amén de celebrar una fiesta religiosa cristiana, la de los Reyes Magos, la Epifanía significa, etimológicamente, aparición, revelación, manifestación. Conceptos estos que me permiten sugerir, para este nuevo año que acaba de nacer, que hagamos del amor una verdadera y constante Epifanía para así vivir, no con la esperanza de ser feliz, sino regocijados de vivir amando.

Como Dios, el amor se anuncia. Y lo verdaderamente inteligente es aceptarlo con su carga de regalos o obsequios para equipar  la vida. Los Magos de la leyenda bíblica, entre los que se cuenta un Gaspar, trajeron de Oriente: oro, incienso y mirra. Tres elementos que fundaron, en el pesebre de Belén, al fusionarse con el nacimiento de Jesús de Nazareth, la cultura de Occidente, la de la era cristiana.

Occidente no se explica sin el amor como regocijo entre seres decentes. Entonces una Epifanía de amor, como la que sugiero, es entender que éste, el amor,  es una fiesta que se anuncia, revela y se manifiesta desde el mismo momento que nacemos... vivos, para ser elocuente. Quien no nace por amor, en amor y lleno de cuidados amorosos, no podrá vivir esa fiesta vital que solo gozan los dichosos. Los que aman sin gastarse. Que se reparten en vino y en pan.

Es eso el amar. Una inversión constante por la dicha del otro. Regalarse. Dar oro, incienso y mirra, elementos químicamente puros. Una vida con oro, brillo no poder, con buenos olores y sabores, así sean amargos una veces, será, a no dudarlo, una vida de amor. Una Epifanía. Una vida en que cada día es una fiesta. Una celebración. Una anunciación. Una revelación. ¿De qué?

De amor.

Gaspar Hernández
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