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¿Cuento o realidad? Las historias que asustan desde hace años en Cali

¿Sabe usted cuáles son los espantos, apariciones y fantasmas que hacen parte de la historia de Cali? Cerca al día de las brujas muchos se atreven a recordar...

30 de octubre de 2013 Por: Margarita Rosa Silva y Heinar Ortiz Cortés | Reporteros de El País

¿Sabe usted cuáles son los espantos, apariciones y fantasmas que hacen parte de la historia de Cali? Cerca al día de las brujas muchos se atreven a recordar...

El monstruo de los mangonesUn niño yace en medio de un matorral. Desnudo. Sus ropas, a unos cuantos pasos. Moretones en el cuerpo. Y en su corazón una gruesa aguja metálica. No es un cuento de horror. Sucedió en Cali. No una ni dos veces: fueron 39 los niños que entre 1963 y 1966 aparecieron ya descomponiéndose en medio de campos abiertos, solitarios. Algunos incluso eran violados. Otros, asfixiados. También había los que yacían pálidos, sin heridas, sin sangre. El primero en caer fue Luis Alberto Osorio, cuyo cuerpo fue hallado el 5 de noviembre del 63. Dos días después, con horror, fue identificado por su madre. Luego vendrían muchos más, incluyendo siete niños de Palmira y uno de El Cerrito. Hasta entonces eran solo casos horripilantes que desataban inquietud.Pero fue cinco víctimas después cuando el mito cobró vida. El 16 de enero del 64 el cronista judicial de El País, Alfonso Recio Delgado, fue quien hiló los hechos y bautizó al supuesto asesino en serie como el ‘Monstruo de los mangones’. Entre más morían, más fuerza tomaba la historia. Las madres comenzaron a sentir el pánico: aquél ser desconocido podía llevarse a su pequeño en cualquier momento. La imagen de un ser amorfo que succionaba sangre se convirtió en una pesadilla para muchos. Un día, incluso, fue encontrada una calavera en un bus urbano. Tenía una nota anónima que rezaba que “son más de mil los que queremos que mueran” y “ya hemos cobrado la vida de niños pobres, ahora comenzaremos con los ricos”. La Policía, en medio del desconcierto, emitía comunicados desesperados desmintiendo la existencia de un ser de otros mundos. Explicando que aquél monstruo era tan humano como su sed de asesinar. Pero luego comenzaron los rumores, como era de esperarse en una ciudad de no más de 100.000 habitantes, creyente y temerosa. Recuerda Phanor Luna, quien entonces trabajaba en El País, que algunos, quizás movidos por envidias, comenzaron a especular acerca de un reconocido empresario que tenía leucemia, enfermedad poco conocida en la época. Se decía que aquél siniestro personaje, en su afán de prolongar su existencia, estaba cobrando vidas jóvenes para alimentar la suya que se apagaba. Se hablaba de una pandilla. De hombres vestidos de negro con capuchas y mujeres de blanco, posiblemente enfermeras. Serían ellos, enviados por el adinerado caballero, quienes secuestraban a los pequeños, los violaban y luego les extraían la sangre para llevársela al enfermo. Pero eso, claro, son solo rumores. Desde entonces, muchos de los niños de la ciudad son amenazados por sus madres con la frase: “Si te portas mal, te va a llevar el monstruo de los mangones”.Buziraco y las Tres CrucesTemblores, desbordamientos del río Cauca, apagones, epidemias, incendios y rayos. Fue una época en la que Cali se vio asolada, a principios del siglo XIX. Tales males se atribuyeron a un demonio llamado Buziraco, que había sido desterrado del Cerro de La Popa en Cartagena y que, cuenta la leyenda, terminó por posarse en un cerro del norte de Cali. En 1837, los frailes Vicente y Juan Cuesta hicieron una romería hacia el cerro, en cuya cima instalaron tres cruces de guadua, con el objetivo de ahuyentar a aquél demonio que atemorizaba a la población. Desde entonces, cada año, el 3 de mayo, día de la Santa Cruz, los caleños subían a hacer oración y a celebrar la Santa Misa. Fue ya en 1937 que el padre Marco Tulio Collazos inició un proyecto para construir las cruces en cemento. El padre Alfonso Hurtado Galvis, quien tenía trece años, asistió a la inauguración en 1938 y recuerda que miles de personas llegaron a pie. Se dice desde entonces que el demonio abandonó la ciudad y la liberó de sus males. Sin embargo, hay quienes aseguran que con las cruces lo que se logró fue atraparlo y convertir la ciudad en su cárcel para siempre. La mano negraCuenta la leyenda que en aquella loma, hoy conocida como de La Cruz, en alguna época habitaba una figura negra con cinco dedos, que nacía de entre la tierra. Nadie sabe a ciencia cierta la historia. Hay quienes dicen que fue un hombre de raza negra, que mató a su madre y lo enterraron ahí como un castigo eterno.Pero don Salomón tiene otra versión. Él, que lleva 70 años viviendo en la esquina junto a la loma, desde que tenía 10, está seguro de que es un relato de amores. El predio pertenecía a un español, que tenía una hija adolescente. Una de sus esclavas vivía con su hijo, de la misma edad de la muchacha. Y, como el amor no entiende de razas ni abolengos, los jóvenes se enamoraron. Tiempo después el español terminaría por asesinar al chico, tras encontrarlo en algo más que caricias con su hija. Quizás la tierra estaría fresca. Y la víctima, ya tiesa cuando el hombre lo enterró al lado del camino. Lo cierto, cuenta don Salomón, es que la mano salía en las noches. Y la historia terminó por convertirse en un relato de los que se comentan en las esquinas. La loma comenzó a llamarse La Mano Negra. En 1909, una misión de Franciscanos instaló una cruz, buscando que la aparición se fuera. De ahí su actual nombre. Dicen que la cruz logró su objetivo y dio el descanso eterno para el difunto.Apariciones en la víaMira por el retrovisor y ve a alguien sentado. Voltea: no hay nadie. En la profesión del taxista se ve de todo. De los vivos y los no vivos. Muchos cuentan historias, pocos aseguran haberlas vivido en carne propia. Entre las más populares está la monja fantasma. Aquella que se monta, generalmente con un hábito blanco, pide que la lleven a un convento y, al llegar al sitio, la mujer ya no está en el asiento. También está el relato de la pasajera de La Terminal, similar al anterior. Otros referencian a un ser que tira piedras a los vehículos y lo llaman Duende. Pero a Johnny Rangel no le contaron. A Johnny le pasó. Y todavía siente escalofríos cuando se acuerda de la noche en que fue a llevar a un hombre al Aeropuerto a las 2:00 a.m. Llovía. Al tomar camino de regreso a la ciudad, por la recta Cali – Palmira, que conocía tan bien como a su taxi, se sintió desorientado: como si le hubieran dado diez vueltas sobre su eje. Al lado del camino logró distinguir a alguien de pie, mojándose. Era una anciana de baja estatura, de unos 75 años, con vestido café. Se detuvo y le preguntó: “Buenas, ¿hacia Cali?” A lo que ella contestó: “Va mal. Si quiere lo llevo”. Al escucharla, sintió un frío que recorrió su espalda. “No gracias, muy amable”, le respondió mientras se alejaba. Por el retrovisor vio cómo la mujer se quedaba allí de pie, mirándolo fijamente, con unos ojos que escurrían agua de lluvia. Finalmente llegó a Cali, descubrió que sí iba por el camino correcto, y se quedó con la duda de qué estaría haciendo una anciana en la madrugada, bajo la lluvia, en medio de la nada...

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