Ética Kantiana

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Kant: la filosofía moral y el imperativo categórico

 Por Phronimos, Centro de Formación de Ética y Ciudadanía de la Universidad del Rosario para Éticapsicologica.org Septiembre de 2018

En el pensamiento ético de Kant hay una relación compleja que no es tan evidente a lo largo de sus escritos; hablamos del vínculo que existe entre la racionalidad de una acción y la moral. De acuerdo con el filósofo la racionalidad descansa en requisitos evaluativos de carácter moral. Expresado de otra forma: cuando un agente no actúa moralmente, no podemos afirmar que se trate de un agente que actúa de manera completamente racional.

Kant: la filosofía moral y el imperativo categórico

 Por Phronimos, Centro de Formación de Ética y Ciudadanía de la Universidad del Rosario para Éticapsicologica.org Septiembre de 2018

En el pensamiento ético de Kant hay una relación compleja que no es tan evidente a lo largo de sus escritos; hablamos del vínculo que existe entre la racionalidad de una acción y la moral. De acuerdo con el filósofo la racionalidad descansa en requisitos evaluativos de carácter moral. Expresado de otra forma: cuando un agente no actúa moralmente, no podemos afirmar que se trate de un agente que actúa de manera completamente racional.

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Racionaliad instrumental y racionalidad moral

A lo largo de su filosofía moral, Kant insiste en numerosas ocasiones en la idea según la cual la razón pura es práctica, lo que significa que, independientemente de los elementos empíricos de los que se alimenta el conocimiento humano, ella puede y debe tener un dominio sobre la voluntad y la acción humana (Kant, 2002, p. 94) . En ese sentido, según Kant, la racionalidad humana puede ser analizada en dos grandes categorías. La primera forma descansa en la capacidad humana de ajustar una línea de acción orientada a la consecución de un determinado fin. Esta forma de racionalidad, sin duda una de las más conocidas, se encuentraíntimamente relacionada con la capacidad de tener propósitos, valerse de medios y alcanzar fines. A esta forma de racionalidad la conocemos como “racionalidad instrumental” o “racionalidad de medios – fines”.

Ahora bien, dicho esto, Kant se encuentra con el siguiente problema: si las acciones instrumentales son susceptibles de ser llamadas acciones racionales, ¿para qué establecer una conexión entre racionalidad práctica y ética? Según Kant, las acciones instrumentales descansan en una articulación entre propósitos y creencias o, dicho de otro modo, entre fines y medios. Veamos un ejemplo: Lorena tiene el propósito de convertirse en una psicóloga clínica; no obstante, para conseguir ese fin deberá, primero que todo, finalizar sus estudios en la facultad, luego adquirir experiencia profesional y realizar estudios de profundización que le permitan tener un domino suficiente en el área en la que quiere desempeñarse.

A la luz de este ejemplo queda claro cuál es el fin y cuáles son los medios de los que se deberá valer Lorena. Sin embargo, diría Kant, esta modalidad de la acción dice poco o nada sobre el fin; es decir, evita preguntarse por el aspecto normativo que tienen de las acciones humanas o, en este caso, el propósito de Lorena. En otras palabras, se trata de un tipo de acción que no evalúa el carácter moral de los fines, ni de los medios. De este modo, aparece una segunda categoría de lectura de la racionalidad humana, a saber: aquella en que la razón práctica que considera el contenido moral de los actos

Siguiendo la idea de que la razón pura es práctica, Kant se da a la tarea de establecer el principio que rige este tipo de acciones. Para ello, el filósofo alemán plantea la existencia de imperativos, esto es, normas o mandatos de tipo racional que se acomodan a las dos modalidades de la acción racional: por un lado, la racionalidad instrumental; y por otro, la racionalidad moral.

Los imperativos: hipotético y categórico

De este modo, según Kant, aquellos imperativos que soportan la arquitectura de la racionalidad instrumental se denominan, en términos generales, imperativos hipotéticos; hablamos de los consejos, de la prudencia y de las reglas de habilidad. Este tipo de imperativos son prescripciones racionales que, como vimos en el ejemplo de Lorena, se ajustan a la forma en la que se comportan las acciones del tipo medios – fines. Expresados formalmente tienen la estructura “debes hacer X para conseguir Y”. Sin embargo, nuevamente, esta modalidad de la acción choca con el problema de los fines, toda vez que su forma lógica no se pregunta por el contenido normativo de “Y”; razón por la cual, validar el uso de este tipo de imperativos en el terreno moral significaría desconocer abiertamente que, como seres humanos, nuestras acciones tienen consecuencias impredecibles e irreversibles y, en esa medida, debemos asumir que no solo podemos ser víctimas de nuestras decisiones, sino además que podemos lastimar gravemente a los otros con las mismas.

Volvamos al ejemplo de Lorena. Supongamos que, durante la ejecución de su propósito, Lorena no consigue terminar sus estudios en la facultad y, aun así, decide ejercer la práctica clínica mediante un diploma y tarjeta profesional falsos, ¿qué podríamos decir, desde un punto de vista normativo, sobre el fin de Lorena? En principio, la decisión de Lorena es racional ya que ha orientado sus actos a través de una modalidad de la razón pura práctica: la racionalidad instrumental. Sin embargo, algo nos hace ruido en el curso de acción esbozado por Lorena. Algo pasa con el fin de Lorena.

Para abordar este problema Kant plantea un análisis del concepto de fin que discurre, más o menos, de la siguiente manera: la importancia de encontrar o, mejor, de construir una argumentación moral sobre el fin descansa en la posibilidad de descartar, juzgar o sancionar cursos de acción de que no pueden ser interpretados como fines en sí mismo. Así pues, más allá de que en el terreno de la experiencia humana no existan fines últimos (porque todo fin es siempre un fin provisional para otro fin), es necesario que cada agente tenga una idea de fin en sí mismo, ya que el sentido de una vida depende, en gran parte, de este tipo de ejercicios. Siguiendo esta idea, Kant introduce el mecanismo que soporta la arquitectura de nuestros juicios morales, a saber: el imperativo categórico.

A diferencia de los diversos objetos o áreas de trabajo del imperativo hipotético, el imperativo categórico descansa en la posibilidad de legislar únicamente en aquello que atañe al terreno de lo moral. No obstante, en ambos casos, la estructura de acción es más o menos la misma: todos los seres humanos subsumimos nuestros actos en máximas, es decir, todos los seres humanos actuamos a la luz de determinados principios subjetivos que, no solo organizan una ruta de acción, sino que, además, nos permiten realizar representaciones de las posibles consecuencias que implica cada decisión que tomamos. Ahora bien, en el caso de los imperativos hipotéticos, Kant no menciona la existencia de principios específicos que permitan legislar la acción del agente, lo que no significa, sin embargo, que la racionalidad instrumental no se pueda orientar a la luz de máximas. Por ejemplo, Lorena quiere ejercer la práctica de la psicología clínica, de manera que su máxima tendría la forma: “si quieres ser una psicóloga clínica, debes querer o aceptar todos los medios a los que haya lugar para alcanzar dicho fin”. Sin embargo, como hemos anotado, la máxima de Lorena tiene un problema: su fin no se ajusta a los criterios normativos de la acción. Habría que analizar, en consecuencia, qué hace que una acción sea correcta desde el punto de vista moral.

Las formulaciones del imperativo categórico

Para ello, el análisis de Kant acude a un examen orientado por aquel mandato racional de orden moral que gobierna el contenido normativo de nuestros actos: el imperativo categórico. Dicho principio, en términos generales no manda nada, simplemente plantea una forma en la que debe interpretarse la acción. Así, en su primera formulación, el imperativo categórico reza: “obra solo según la máxima por la cual puedas querer, al mismo tiempo, que se convierta en una ley universal” (Kant, 2002, p. 37) . Siguiendo esta lectura, habrá que preguntarse si, como espectadores de la acción, queremos un mundo en el cual la falsificación del diploma y la tarjeta profesional se conviertan en leyes universales de todo aquel que quiera ejercer una profesión. Ciertamente no. Esto convierte la acción en una práctica imposible de ser universalizada y, en consecuencia, una práctica que no logra ser aprobada por los criterios de la racionalidad normativa, es decir, se trata de una acción moralmente incorrecta. En otras palabras, lo que nos pide Kant con su primera formulación es que cada vez que actuemos evaluemos qué pasaría si todos actuaran de la misma forma y, en virtud de las consecuencias, juzguemos si la acción es deseable o no.

Ahora bien, en su segunda formulación, el imperativo categórico plantea lo siguiente: “obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio” (Kant, 2002, p. 38). Para seguir el ejemplo de Lorena, habría que agregar un elemento adicional. Imaginemos, entonces, que Lorena no solo falsificó documentos fundamentales sin los cuales ejercer la práctica clínica sería imposible, sino que, además, rompe el secreto profesional al revelarle datos confidenciales a terceros con el único objetivo de recibir un beneficio personal. Aquí resulta evidente que, como sociedad, no podemos permitir que la dignidad humana se lastime al utilizar al otro, en este caso el usuario de Lorena, como un medio para lograr algo, y no como un fin último.

La dignidad

¿Qué significa, en sentido general, tratar a alguien como un fin? De acuerdo con la reflexión de Kant, los seres humanos no podemos ser usados, intercambiados y desechados como si fuésemos mercancías con un precio; antes bien, somos sujetos con un valor intrínseco que Kant llama dignidad y al cual, para hacerle justicia, es necesario que nos tratemos de acuerdo con unos mínimos según los debemos propender por el bienestar físico-psico-social del otro, a la vez que por el reconocimiento de su autonomía. Enriquecer la capacidad de juicio del otro sin imponerle visiones paternalistas y cuidar de su integridad es, en sentido general, tratarlo como un fin. Por el contrario, imponerle puntos de vista desde nuestros propios paradigmas o bien no contribuir a su cuidado y reconocimiento, es tratarlo como un medio para nuestro propio beneficio o el de terceros.

Bibliografía de consulta

  • Kant, Immanuel. (2012). Fundamentación para una metafísica de las costumbres. Madrid: Alianza editorial.
  • Kant, Immanuel. (2010), ¿Qué es la ilustración? En: Filosofía de la historia. México D.F.: Fondo de Cultura Económica.
  • Hoyos, Luis Eduardo. (2006), ¿Qué debo hacer? La filosofía moral de Kant. En  Kant: Entre sensibilidad y razón. Luis E. Hoyos, Carlos Patarroyo y Gonzalo Serrano (editores). Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.



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