Ninguno ve la cara de su pecado, que no se turbe. Por eso, cauteloso, no la descubre él cuando le intentan, sino cuando le han cometido.
Y aún virgen a las primeras impresiones del amor, nunca la dicha supuso fuera de su pobre estancia, tratada desde la infancia con cauteloso rigor.
Sentíase y era un elemento mismo de la naturaleza, de marcha desviada, sin ideas extrañas a su paso cauteloso en el crepúsculo montes.
En cuanto se movía tropezaba con algo, y cada vez que hacía ruido, le respondía arriba un rebullir confuso al que se mezclaba como un roce cauteloso de una madera sobre otra.
Mas la víspera del día en que iba á marchar para su destino, murió en un banquete, envene- nado por uno de los deudos de Francisco de Almendras. Diego Centeno fué un capitán organizador y activo, de ca- rácter sanguinario á la vez que cauteloso.
Forzosamente tratara de asegurarse, escondiendo tanto su persona como la noticia de las causas por que la recataba. Mudara cauteloso el Senado y la forma de asistir en él.
Así que vamos a aprovecharla, no con miedo, sino con alegría -y, " corredores de la tierra juntos, " sigamos adelante, firmes en la fe, firmes en nuestro propósito y cauteloso de los peligros, pero sostenidos por nuestra confianza en la voluntad de Dios y la promesa del hombre.
Por eso nos empeñamos en una política económica prudentemente meditada, en la que se conjugarán el incremento de la producción agrícola, el desarrollo industrial, la ampliación de nuestros mercados internos y externos, una profunda reforma fiscal, un adecuado control del gasto público y un cauteloso uso del crédito.
Ya era un solo siniestro criminal, que,
cauteloso, se deslizaba en el departamento y, aprovechando el sueño del viajero, huía silencioso con el tesoro.
Emilia Pardo Bazán
En la puerta de la escalera, cerrada con dobles cerrojos, había sonado un ruidito singular, análogo al de los dientes de un roedor, un riqui-riqui
cauteloso y porfiado, mordedura de acero en la madera resistente...
Emilia Pardo Bazán
DOÑA BERNARDA Yo os hiciera ese servicio, por pagar en lo que cobro y alentar melindres tibios, a ser menos rigurosa mi hermana, viuda de vidrio tan delgado, que se quiebra a un tris y nos hunde a gritos. Pero poca falta os hacen a vos esos requisitos, si, sangrador cauteloso, terciáis tan bien por vos mismo.
«La libertad de nuestro rey amado, que en las redes cayó de oculto lazo; la libertad del reino y del estado...» «¡Libertad -grita el Tigre- en todo caso para que por las plazas y las calles me pueda yo pasear sin embarazo!» «Libertad absoluta sin detalles», al mismo tiempo reclamaba el Oso para rugir por montes y por valles. Repite libertad el
cauteloso Jacal, poniendo su mirar ferino en el Conejo débil y medroso.
Rafael García Goyena