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"El zorzal de mi ventana"

La obra, de Natalia Maria Herrera, ganó el 2do. premio del Concurso de relato corto organizado por el COA Tintica para la apertura oficial de la Temporada de Observación de aves.
27/09/2013
"El zorzal de mi ventana"

 



Cuántos de nosotros ha escogido estos recovecos para escapar de la desquiciada ciudad y volver a saborear momentos de naturaleza. De las pocas cosas que extraño de mi ciudad natal se encuentran: el jacarandá florecido en un día nublado y melancólico tapizando su lecho de violeta azulado y el canto de los zorzales en vísperas de la lluvia.

En aquella ciudad, recuerdo que tras una tormenta, un zorzal permaneció sobre las rejas de mi ventana toda una tarde. Había llegado con sus plumas fuera de lugar. Su principal enemigo eran los gatos y seguramente optó por recuperarse de, lo que yo imagino, una odisea en semejante tormenta porque nuestro perro le servía de buen centinela.

Curiosamente, en mi ahora nuevo patagónico escondite, descubro que también cuento con la lluvia para equilibrar mi temple y con los zorzales.

A diferencia de los rioplatenses, los zorzales patagónicos no cantan como aquellos, pero condimentan el parque de mi morada. Los días de lluvia se reúnen todos para repasar los charcos en busca de sus trofeos. Y me observan desde afuera. Uno a uno, se alimentan de los frutos de los sorbus junto a los ventanales.

Después de la erupción, uno de ellos adoptó la intrigante costumbre de golpear la ventana. Como habíamos comenzado la limpieza de la arena volcánica, muchas isocas emergían del suelo. Un banquete para varios plumíferos, entre ellos mis viejos amigos.

Al principio pensamos que este zorzal veía algún reflejo en la ventana que lo hacía saltar de la rama para intentar atrapar algo en el vidrio. Luego conjeturamos que era para despertarnos e incentivar el trabajo de la limpieza en el parque. Siempre era el mismo; de eso estábamos seguros. El mismo atrevido zorzal que todas las mañanas de los días sábados y domingos me despertaba cuando había dejado la radio sin programar.

Muchas aves golpeaban contra la ventana. Aún lo siguen haciendo. Los colibríes en el torbellino de sus peleas territoriales suelen dispararse contra los vidrios. En algunos casos desafortunados les cuesta la vida. Las catas también suelen golpearse cuando realizan una maniobra incorrecta al seguir su familia.

Toda cambió en un hermoso día gris. Nos estábamos preparando para un té con algo dulce. Como todos los domingos, ya nos habíamos rendido. Habíamos iniciado los rituales para comenzar la semana, cuando un fuerte golpe impactó nuestra rutina. Nuevamente un pájaro había golpeado el vidrio. Rápidamente nos acercamos a la ventana para ver el ejemplar y salir corriendo a rescatarlo de los dientes del perro y de la gata. Pero alguien había llegado antes. Un ave negra más grande se abalanzó y se posó sobre lo que pudimos distinguir: un zorzal. El predador dirigió su vista hacia nosotros y tomó un gran envión para salir volando con su presa en sus garras sobre un ciprés cercano. Allí, empezó a devorar su caza. Ella saboreaba su recompensa, a nosotros nos costaba tragar.

Ese día, la naturaleza se abalanzó sobre mi. Lo que había sido mi ruiseñor fue consumido por la realidad del ciclo de la vida. No más conjeturas, no más intrigas, no más miradas. Nunca más volví a sentir el golpeteo de aquel zorzal sobre mi ventana.

 Natalia Maria Herrera

 

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