Hoy celebra la Iglesia Católica la fiesta de Cristo Rey. Para las generaciones que alcanzamos a vivir la guerra civil española, el grito de ¡Viva Cristo Rey! arrastra viejos recuerdos. Al grito de ¡Viva Cristo Rey!, atacaban los requetés las trincheras de los rojos; con el grito de ¡Viva Cristo Rey! en los labios cayó fusilada más de una persona; al grito de ¡Viva Cristo Rey! se practicó el "paseo" a más de una persona sospechosa de connivencias con la izquierda. Más recientemente, en los años de la transición, los guerrilleros de Cristo Rey (ya, gracias a Dios, desaparecidos), con el mismo grito en lo labios cometieron actos de terrorismo, atacando con bates de baseball y pistolas. Efectivamente hemos oído demasiadas veces el grito de ¡Viva Cristo Rey! asociado a la violencia. Otras veces va asociado a imágenes de piedra o mármol de tamaño monumental, como la que hay en Corcovado en Río de Janeiro, en el Cerro de los Angeles en Madrid, en Montmartre de París, o en las Ermitas de Córdoba. La figura de Cristo Rey ha sido expresada en estas ocasiones en un escenario de magnificencia, de poder y de gloria.

Es cierto, Jesús afirmó lisa y llanamente que él era Rey. Y lo dijo en un escenario y en unos términos cargados de significado. Fue el día del Viernes Santo por la mañana. Durante la noche había sido abandonado de sus amigos, y torturado por sus enemigos. Finalmente lo habían entregado al poder judicial, débilmente representado por Pilatos. En el juicio, Jesús testificó: "Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de esta mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí". Y terminó taxativamente: "Soy Rey". Un par de horas más tarde era crucificado entre dos ladrones, con la inscripción de Rey de los Judíos en la cabecera de la cruz.

La escena no pudo ser más desconcertante. Cuando Jesús era una persona importante, cuando contaba con las masas, cuando tenía seguidores dispuestos a apoyarle, "que intentaban tomarle por la fuerza para hacerle Rey, se retiró al monte él solo" (Jn 6 15). Cuando tuvo efectivamente la posibilidad de conseguirlo, nunca salió de sus labios la expresión "Soy Rey". Cuando lo tiene todo perdido, cuando, como él solía decir, "llegó su hora", detenido, acusado, torturado, abandonado, hace esta afirmación sin grandilocuencia, sin agresividad, sin ambición. Como quien se saca del fondo de su alma una palabra tras otra, que tiene profundamente meditadas, y convencido de que su interlocutor no le va a comprender nada. Consciente de la inutilidad y del sinsentido que aquella mañana tenían sus palabras, pero expresando una absoluta convicción personal, que ninguna fuerza externa, ni siquiera todo el imperio romano y sus legiones, podían destruir.

No cabe duda que entre la escena que nos relata el evangelio de San Juan, y esas otras en que el nombre de Cristo Rey va asociado a la violencia o a la magnificencia, existen bastantes incoherencias, por no decir contradicciones internas.

El Reino de Jesús ha sido sometido constantemente, a lo largo de la historia, a una manipulación, para justificar, defender o atacar intereses que no tienen nada que ver con ese Reino. Parece como si todavía nos siguiese escandalizando a muchos aquellas palabras de Jesús, anunciando su impotencia frente a los poderes del mundo, que tampoco Pedro pudo aceptar, hasta el punto de que Jesús aplicase a quien luego sería el primer Papa, nada menos que el apelativo de Satanás, porque "tus pensamientos no son los pensamientos de Dios, sino los de los hombres" (Mr 8 33). Me pregunto si ciertas versiones actuales de la figura de Cristo Rey, en la hipótesis de que Jesús pudiera pronunciarse al respecto, no merecerían un reproche similar, al que en su tiempo tuvo que hacer al primer Papa. Tengo la impresión de que al Reino de Jesús se le incorporan demasiadas formas y procedimientos importados de los reinos de este mundo. El Reino en que pensaba Jesús no tiene otro parecido con las organizaciones de poder que constituyen los hombres, sino el nombre. Su realidad está alejada de todo lo que signifique imposición, agresividad, violencia, dominio sobre otros seres humanos. Con bastante falta de coherencia interna, el grito de ¡Viva Cristo Rey! se ha lanzado para alentar místicamente la lucha violenta entre ideologías diferentes.

* Profesor jesuita