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Tribuna
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La pureza del arte

Enrique Morente canta de nuevo a Federico García Lorca. Se trata de un diálogo entre la voz y la palabra, entre el flamenco y la poesía, entre el pasado y el presente. Y se trata también de la hermandad pura del arte, de la exaltación de la pureza artística, que es siempre vida, deseo, hallazgo, cualquier cosa menos purismo convencional, purismo cobarde y de medias tintas. Si algo hermana la búsqueda poética y musical de Federico García Lorca y Enrique Morente es sobre todo la conciencia clara de que la pureza del arte no tiene nada que ver con el puritanismo. La poesía de Federico García Lorca, ya sea popular, gongorina, surrealista, trágica o canción de fiesta, parte de la inocencia y se pierde por las metáforas en busca de un regreso a la inocencia. Detrás de sus palabras vive la imagen del niño desnudo que jugaba en las alamedas de Fuente Vaqueros y Valderrubio, la sorpresa de los ojos que van descubriendo el mundo y reciben las impresiones de su belleza, su melancolía y sus peligros. García Lorca buscó en la poesía la verdad de aquella pureza, y para conquistarla, para mantenerse fiel a la necesidad primera del arte y de la vida, se arriesgó, viajó por la cultura, indagó por los rincones de la modernidad y la vanguardia, mezcló las tradiciones primitivas de Andalucía con las imágenes más radicales de la gran ciudad. El puritanismo es el sometimiento a lo convencional, la sequedad de las formas y los contenidos, la repetición arqueológica, el aire cerrado que se vuelve irrespirable para los verdaderos artistas. Como un jinete, como un gitano en el camino, como un negro en Nueva York, como los cantaores de su poema del Cante Jondo, García Lorca quiso hermanar la poesía con la vida, y actualizó, renovó, arriesgó, en nombre de la verdadera fidelidad del arte, que no se debe al puritanismo, sino a la pureza, al destello necesario de las nuevas realidades. Enrique Morente canta con el mismo impulso, que es ángel y duende, pasión e inteligencia, búsqueda en la realidad y en los nuevos horizontes, enriquecimiento y respeto a la verdad pura de los orígenes. El arte necesita sentirse vivo para seguir conmoviendo, para hacerse realidad, para contarnos nuestros sentimientos y nuestras preocupaciones. Si García Lorca bajó de la vanguardia estética al folclore andaluz, Enrique Morente sube del folclore andaluz a la vanguardia estética y consigue ponerle voz, flamenca y pura voz, al sentimiento de los seres humanos que viven en las ciudades, viajan por las autopistas y se encierran con sus presentimientos en la oscuridad de la noche. Ahora, al final del siglo XX, la tragedia de siempre, la alegría de siempre, vuelven a nosotros hechas verdad, gracias a la palabra de Federico García Lorca y a la voz de Enrique Morente. Inocencia y pureza, nunca puritanismo. La cobardía servil es un papel viejo que los verdaderos creadores deshacen en el agua de su naturalidad. Frente al convencionalismo arqueológico del pasado y frente al convencionalismo fugaz de las novedades superficiales, el arte de Enrique Morente ha conquistado una realidad y ha sabido compartirla. Ya es la tradición.

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