La idea de ciudadanía global tiene raíces históricas muy antiguas, pero en su construcción actual ha tenido un rol muy importante el proceso que va desde la creación de Naciones Unidas en 1945 y la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, con la adopción de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y el Acuerdo de Paris sobre Cambio Climático en 2015. Es precisamente un periodo de aprendizajes, de tragedias y progresos, donde ha ido madurando la idea y las instituciones que apelan a una dignidad intrínseca, universal, de la persona humana.

De este modo, tanto en la Carta de Naciones Unidas como en el propio preámbulo de la Declaración Universal de 1948, se plasma el inicio del “…reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana” los cuales hoy son nuestros estándares mínimos para el entendimiento en el concierto internacional, y que podemos llamar cimientos fundadores del actual ciudadano global.

En esta trayectoria por tanto, los más de 70 años de Naciones Unidas han sido clave para el que el concepto pudiera madurar, adaptándose a la realidad de la globalización en sus distintas facetas. Y hoy la entendemos como un tipo de ciudadanía que trasciende el espacio de lo nacional, se sustrae de un ámbito identitario y/o territorial específico, y abraza una ética global en constante desarrollo.

Se trata de una ciudadanía que se despliega en diversos niveles, ámbitos y momentos, sin tener un único marco institucional de referencia. En el nuevo orden mundial ella busca ampliar sus alcances y ejercer un rol democratizador la decisiones públicas que puedan afectar severamente los aspectos básicos de nuestras sociedades, especialmente de la vida concreta de las personas, especialmente de las minorías y grupos postergados. Las luchas de los ciudadanos globales se despliegan sin límites ni distinciones geográficas, y van más alla de las esferas tradicionales de poder. Su objetivo es defender la dignidad humana y promover la responsabilidad social o la solidaridad internacional, en la cual la tolerancia, inclusión y reconocimiento de la diversidad no sólo ocupa un lugar central de su discurso, sino también de su práctica, lo que se refleja en la multiplicidad de actores involucrados en las acciones de ciudadanía global.

Esas acciones están teniendo efectos reales. La “Global Citizenship Commission” en su informe de 20161 establece una taxonomía relativa a la evolución de los derechos asociados a la dignidad universal consagrados en los derechos humanos. Si bien su trayectoria no ha sido siempre progresiva, debiendo enfrentar severos retrocesos, su aceptación general se ha consolidado. Y a su amparo se han desarrollado otros conceptos e instituciones que buscan preservar y fortalecer su legado, ampliando su rango, profundidad y cobertura.

En este punto quisiera detenerme brevemente, en mi calidad de ex Directora Ejecutiva de ONU Mujeres, para destacar la importancia del concepto de ciudadanía global, y de la educación de ciudadanos globales activos, como un factor de cambio positivo para el avance en el derecho y la promoción de la participación de las mujeres en la vida pública.

Sabemos que la deuda jurídica en este ámbito sigue pendiente y que queda muchísimo por hacer para alcanzar la equidad de género, el empoderamiento económico de la mujer, y erradicar el abuso y violencia contra mujeres y niñas. Sin embargo, el trabajo cooperativo del sistema multilateral y la ciudadanía global, han establecido parámetros culturales en los que, por ejemplo, la posibilidad que una mujer ocupe puestos de liderazgo y toma de decisiones, se haya normalizado socialmente. Y esto se ve especialmente reflejado en nuestra Organización en el compromiso que ha demostrado el Secretario General Guterres con la paridad de género.

Esta historia reciente nos permite hablar del surgimiento de un nuevo paradigma del orden internacional. El descansa en  la reconfiguración de ejes ciudadanos y de poder, y nos ha llevado a incluso, desafiar la noción tradicional de seguridad, con el surgimiento del concepto de seguridad humana. A partir de él se postula que el referente adecuado para la definición de seguridad debe ser el individuo y no el Estado. También de él se ha derivado el concepto de la Responsabilidad de Proteger adoptado en 2005 en la Cumbre Mundial, entendida como la responsabilidad –ética- colectiva internacional de actuar ante atrocidades masivas y de proteger a las poblaciones del genocidio, los crímenes de guerra, la depuración etnica y los crímenes de lesa humanidad.

De este modo, y gracias a esta secuencia histórica de constante empuje y  cambios, se logró la adopción de la Agenda de Desarrollo 2030 y Acuerdo de Paris el 2015.

Estos marcan un precedente para el compromiso global de implementar una agenda global de desarrollo. Ella está compuesta de tres elementos interconectados, que posibiliten el desarrollo sostenible: crecimiento económico, inclusión social y protección ambiental. Se trata de un proyecto ambicioso, negociado al alero de Naciones Unidas y con participación ciudadana, de carácter universal y transformador que busca erradicar la pobreza y construir un mundo equitativo poniéndose el plazo de aquí al 2030.

De la misma forma el Acuerdo de Paris se erige como un hito en los esfuerzos globales para fortalecer la respuesta a la amenaza del cambio climático. El propósito de todos quienes firmamos es reducir considerablemente los riesgos y efectos que significan el aumento global de la temperatura. Ellos amenazan al planeta con la acidificación de los océanos, acabando con ciclos de la vida marina; con el aumento del nivel de las aguas, poniendo en riesgo la existencia de pequeños estados insulares o llevando fenómenos meteorológicos exacerbados a zonas que los desconocían, causando desplazamientos humanos o incluso, crisis humanitarias. Este compromiso global nos llevó a crear una nueva legislación medioambiental en Chile, país es especialmente vulnerable a desastres naturales.

Mirando esta historia podemos estar esperanzados de sus avances futuros. Es cierto que falta aún mucho por lograr, pero contamos con una fuerza nueva y vital: la ciudadanía global. Es por eso que el trabajo articulado entre la sociedad y los tomadores de decisiones tradicionales, es un imperativo. Esa alianza nos permitirá profundizar la construcción una ética global, fundada en la responsabilidad y solidaridad universal de ciudadanos globales activos. La cooperación debe ser inclusiva, enriqueciéndose de las diferencias regionales y experiencias universales. Solo está mirada nos permitirá hacer frente a temas de naturaleza y solución global. La acción humana concertada, la innovación y la educación democrática de futuras generaciones nos permitirán sortear con éxito desafíos que superan las capacidades de lo nacional y que amenazan nuestra sobrevivencia como especie.

1 Fuente: http://gias.nyu.edu/2016/04/release-global-citizenship-commission-report/, consultada en septiembre de 2017.