Carpe Diem

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En el bachillerato de mis tiempos, allá por los primeros años 40 de la pasada centuria, el estudio de las mal llamadas lenguas muertas era obligado durante siete años. Eso me hizo conocer a los grandes poetas latinos: Virgilio, Horacio y Ovidio. De Horacio recuerdo dos referencias puntuales: el Beatus ille, que luego sería replicado por Fray Luis de León) y el Carpe diem. Dice el poeta latino: “Carpe diem quam minimum credula postero memento mori” (aprovecha el día, no confíes en mañana, recuerda que morirás). Es lo correcto aprovechar el día y no aprovecharse de él para el placer sin freno. Una buena táctica, que he procurado seguir a lo largo de mi vida, estribó en hacer algo útil cada día.


El Carpe diem ha sido objeto de muchas referencias, y yo recordaré aquí alguna. Tal es el caso del interesante filme El club de los poetas muertos, en el que se describe la vida y sucesos en un elitista colegio de Nueva Inglaterra. El profesor de literatura Keating (Robin Williams), el primer día de clase, hace leer a sus alumnos este mensaje, que implica no perder la oportunidad de que van a gozar. En otro contexto -la vida de William Osler- igualmente sale a colación el mismo lema. El canadiense William Osler es personaje digno de admiración, considerado a muy justo título padre de la medicina moderna. Clínico magistral, recomienda el Carpe diem, el uso adecuado de cada jornada, que él inicia con la lectura y meditación bíblica.


Ahora bien, ¿tiene eco en nuestros días este lema? Personalmente creo que más bien escaso. En la juventud, resulta preocupante la pérdida de tiempo en diversiones perniciosas (botellón, p.e.), en tanto que una franja considerable de ella cae en el síndrome ni-ni, es decir, ni estudia ni trabaja. Tal inanidad está en los antípodas del Carpe diem. La actitud de indiferencia o aversión ante las realidades culturales, religiosas, políticas, sociales, etc., es manifiesta.


En nuestra sociedad en general, brilla con luz propia la mediocridad.. El consumo de TV, más de dos horas cada día per cápita, significa un gasto inútil del tiempo. En contraste, son multitud los españoles que no leen tan siquiera un libro por año. Y ya se sabe: “el tiempo es oro”, según los ingleses.


Pero es en la tercera edad donde el precepto Carpe diem cobra todo su significado. El mayor no ignora que su plazo de vida es ya corto, pese al real incremento en sus expectativas. Las dimensiones han cambiado y la longitud deja paso a la latitud, la vida se acorta pero cada día ofrece más posibilidades para un disfrute honesto. Mas no siempre hay beneficio: la enfermedad trunca posibilidades, y en los muchos ancianos que aún se hallan físicamente bien, la soledad, inadaptación, tendencias depresivas e incluso una mala orientación en su modus vivendi, son obstáculos que se tornan a veces insalvables. En este momento, acude a mi mente la figura de D. Eloy, el protagonista jubilado de la excelente novela de Miguel Delibes La hoja roja.
Mi consejo, el de un viejo que ya intuye su final, es que el Carpe diem en su más recta versión sea norma en el devenir de los años.

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