Mi nieto que lleva mi nombre me dijo no hace mucho que su hermana había hecho la piarda, vamos, que no había acudido a clase.

Se aclaró después que la falta no se debía a la costumbre más o menos arraigada de no ir a clase para poder acudir a una cita, ver una película o simplemente porque el cuerpo no le pedía estudiar aquel día; el motivo fue que el profesor no acudió al aula porque estaba indispuesto.

Le dije entonces que había hecho la rabona, una costumbre que se remonta a un siglo o dos, porque todos los estudiantes, alguna que otra vez, nos hemos fumado una clase o hemos hecho novillos, dos formas de decir lo mismo con otras palabras.

Lo de la rabona fue una novedad: nunca había oído esa palabra. El pequeño desliz o travesura se llama piarda.

Curiosamente ella desconocía el vocablo rabona, muy común, como novillos, para calificar el hecho de no asistir a clase por no tener ganas de asistir o por el mero capricho de no acudir a su obligación como estudiante.

Pues bien, rabona y hacer novillos son expresiones recogidas en nuestro diccionario.

La palabra que no viene en el diccionario es piarda o pialba porque es de uso exclusivo de los malagueños.

Los avíos del puchero

Me contaba una amiga que cuando llamaba por teléfono al puesto del mercado en el que solía comprar para encargarle «los avíos del puchero», un compañero funcionario no malagueño de nacimiento, se sonreía ante la expresión aunque ya sabía por ella misma que las cuatro palabras encerraban un encargo muy concreto: que el dueño del puesto del mercado se enteraba exactamente qué encerraba la petición, o sea, los productos necesarios para elaborar un puchero: tomate, pimiento, cebolla, nabo, zanahorias..., verduras imprescindibles para confeccionar un plato de consumo frecuente en la gastronomía española en general.

Tiempo después descubrí que en las grandes superficies o supermercados se ofrecen al público unas bandejas con los productos necesarios para cocinar un puchero. En la etiqueta aparece la denominación del producto. En unos casos aparece «Productos para el puchero» y en otros «Preparados para el puchero», «Arreglos del cocido»... No he visto en ninguno de esos comercios del ramo de la alimentación la etiqueta «Avíos para el puchero».

Contra lo que pueda creerse, porque lo del avío suena a andaluz vulgar, pedir o escribir «avíos del puchero» es correctísimo y a nadie debe extrañar su uso. Nuestro diccionario en la quinta acepción de la palabra avío dice: «En plural, familiar, utensilios necesarios para alguna cosa: Avíos de escribir, de coser, de afeitar...» y encaja perfectamente «para el puchero».

Me llamó la atención el empleo de avío nada menos que por el contraalmirante jefe del Sector Naval de Málaga, que era un señor muy estirado, cuando acompañaba a un ministro que se desplazó a nuestra ciudad para comprobar los daños de un tremendo temporal que rompió parte del dique de Levante, arrancó árboles centenarios de la Alameda (ficus), afectó a varias embarcaciones menores y dañó gravemente el astillero de la Unión de Levante. El contralmirante le dijo al ministro que el dique flotante no era de gran envergadura..., pero que hacía el avío.

Y cuando no tenemos a mano la herramienta precisa y recurrimos a otro elemento exclamamos, ¡hace el avío!, o sea, que sirve aunque no esté recomendado su uso.

Tirar de la cadena

Un funcionario de la antigua Organización Sindical fue destinado de su Vitoria natal a la delegación de Málaga, con independencia de sus carencias y pocas salidas laborales, le atraía el clima y la posibilidad de que su mujer desarrollara una actividad demandada: costurera. No era una modista de rango pero sí lo suficientemente preparada para diseñar blusas, trajes, chaquetas y otras prendas femeninas.

Cuando llegó a Málaga no conocía ni una sola palabra del argot local. Me contó su desconcierto el primer día que llegó y se alojó en una modesta pensión porque sus medios no le permitían escoger un mejor alojamiento. Al entrar en el baño se encontró un cartel escrito a mano con el siguiente aviso: «No tirar de la cadena porque está atorado».

Alguien le sacó de la duda: el retrete está atorado y el uso de la cisterna suponía un peligro.

Según él el aviso correcto era: «No usar la cisterna porque el inodoro está obstruido».

Con el tiempo fue aprendiendo y en lugar de decir chaladuras decía chalauras, chalao y los días de mucho trabajo le dolía la mirla...

Un guarrito

En cualquier hogar malagueño y no malagueño, seguro, entre los objetos de uso diario, hay un guarrito, que no es un cerdo pequeñito que después se hace grande. Un guarrito, creo que huelga la aclaración, es una herramienta de uso corriente que fuera de nuestras fronteras locales es conocida como taladradora. Pero en Málaga nadie usa la palabra taladradora porque desde que se impuso su uso se la bautizó, sin necesidad de agua bendita, como guarrito. Lo que no saben todos los malagueños y no digamos los asturianos y burgaleses es el porqué de la elección de guarrito para designar tan útil herramienta.

Creo que se ha publicado alguna vez y no descubro nada si relevo su origen. Como estos reportajes de La Opinión son colgados en internet y por lo tanto supuestamente son leídos por personas de otras ciudades y provincias, repito la historia que es muy curiosa. Las primeras taladradoras que llegaron a España no hace demasiado tiempo eran de la marca Warrington, y en Málaga, para españolizarla, recurrieron a lo más parecido a Warrington: guarrito.

Y guarrito se quedó. Pero antes de la Warrington y su traducción al español, en Málaga había otro guarrito, nombre elegido por la taberna La Buena Sombra para denominar un panecillo en cuyo interior se alojaba un pequeño filete de cerdo. Un guarrito era la tapa más solicitada en el desaparecido establecimiento donde se daban cita a diario los malagueños dedicados al arte de la pintura.

Palabras en desuso

La Real Academia Española va incorporando al diccionario nuevos vocablos derivados de las nuevas tecnologías, deportes, estilos musicales, costumbres, formas de vestir... Ignorar, por ejemplo, las palabras internet, móvil (aplicado a los teléfonos móviles), biquini, pashmina, tableta (no la de chocolate), CD, TDT... es ir a contracorriente. Aunque a mí particularmente me molesta la moda de escribir y decir en inglés expresiones que tienen traducción castellana, comprendo que en algunos casos hay que aceptar esas nuevas palabras que enriquecen nuestro diccionario.

La adopción de nuevas palabras lleva aparejado el lento pero imparable desuso de palabras que hasta hace poco tiempo se utilizaban y que estaban, y están, en el diccionario. Pocas veces se oyen por ahí andoba (referida a una persona), lipendi (tonto o bobo), longui (hacerse el longui, distraído), pitoche (que no vale nada)... y chuminá campestre, que ésta sí que es malagueña fetén.

Por cierto, a un pueblerino de una localidad jiennense le regalaron una máquina de escribir, y expresó su disgusto porque era representante de una marca de chocolate y la máquina no tenía la letra ch.

*Guillermo Jiménez Smerdou es exredactor de Radio Nacional de España en Málaga